ESTACIÓN CATORCE - ÁVIDOS, TRAMPOSOS Y AVAROS

ESTACIÓN CATORCE

ÁVIDOS, TRAMPOSOS Y AVAROS

 

Continuamos el viaje y apenas entramos en el cuarto círculo se nos apareció un gigante de cuerpo humano con garras y cabeza de lobo, que plantándose delante nuestro para impedirnos avanzar, comenzó a repetir una y otra vez:

Papé satán, papé satán aleppe”.

¿Quién es éste, y en qué lengua habla?

Mi gentil y sabio poeta me explicó que quien estaba frente a nosotros era Pluto, el dios griego de la riqueza, y que es el encargado oficial de custodiar este campo. Lo que repite es un anagrama, en el lenguaje común de los muertos.

Ahora entiendo – le dije. – Lo dejaste escrito en La Divina Comedia. ¿Sabes que nadie hasta ahora ha logrado descifrarlo? Literatos, filólogos, traductores, adivinos y ociosos diversos han analizado infinitas veces esas extrañas palabras, como si se tratara de un acertijo, de un anagrama, de un palíndromo, de un logogrifo, de una charada o de una alegoría, sin que nunca nadie haya podido esclarecer el misterio que encierran.

Dante se echó a reír de buena gana, y con ánimo festivo me dijo que sólo después de muerto había comprendido el significado oculto de esas palabras extrañas, que había soñado cuando fue un viviente en la Tierra.

Yo no entendí por qué aquello le producía tanto regocijo y diversión. Recordé otro anagrama jamás descifrado, que escribió Carl Gustav Jung en su libro Siete Sermones a los Muertos. ¿Quién, si no mi Maestro, podría esclarecer el misterio? Le pregunté:

¿Acaso tú sabes qué significan estas palabras: NAHTRIHECCUNDE GAHINNEVERAHTUNIN ZEHGESSURKLACH ZUNNUS

Dante me miró, sonriendo, pero nada dijo. Ante nosotros Pluto continuaba recitando PAPÉ SATÁN, PAPÉ SATÁN ALEPPE, mientras avanzaba su lobuno hocico hacia mi rostro. El susto me hizo olvidar los anagramas y miré a mi guía alarmado.

 

Peregrinación 14 Mammon

 

No te dejes atemorizar por éste – me dijo Dante al ver mi cara de espanto–, pues por mucho poder que tenga no podrá impedirnos cumplir nuestro recorrido”.

Enseguida, dirigiéndose al que continuaba pronunciando aquellas palabras extrañas, le ordenó:

Calla lobo maldito. Vuelve contra ti mismo esa rabia que sientes. Nosotros tenemos razones y permisos de lo alto para dirigirnos al abismo más profundo de estas sórdidas regiones”.

Y así, igual como las velas de un barco infladas por el viento se caen al romperse el mástil, así cayó por tierra ese monstruo cruel.

Me gustaría tener un encuentro con Carl Gustav Jung”, pensé. Y como si Dante hubiera leído mi pensamiento exclamó: “Encontrarás en este viaje los espíritus de todos los que te ayudarán a comprender el mundo”.

Entonces, confiado y sin obstáculos ni temor, entramos al campo custodiado por Pluto, donde a poco andar percibimos la maldad y el dolor allí encerrados. Entré cabizbajo, reflexionando por qué y cómo nuestras culpas nos envilecen tanto.

El espectáculo que daban las multitudes ahí congregadas era en cierto modo divertido. Parecían estar practicando un juego tonto, pero lo hacían con tal pasión, que la impresión que me dejaron es que estaban todos desquiciados, locos de remate.

Cada uno arrastraba, o empujaba, o cargaba en la espalda, un gran peñasco o una roca, de tamaños considerables si bien desiguales. Todos rodaban esos grandes pesos de uno a otro lado, empujándolos con toda la fuerza de sus pechos y de sus brazos. Mientras lo hacían iban emitiendo alaridos por el esfuerzo.

 

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Con esas piedras se enfrentaban unos contra otros, dándose fuertes topones y golpes. Se trataba de una lucha sin cuartel, intentando cada cual arrebatarle la carga a algún otro, lo que daba como resultado que los ganadores tenían que asumir una carga aun más pesada que la que traían, con lo cual se les dificultaba aún más avanzar.

Ganar era perder; pero el afán de cada uno y de todos en esa competencia idiota, era ganar, apropiarse de la carga de otros, y quedar así más entorpecidos y sufrientes de lo que ya estaban.

Así recorrían ese tenebroso círculo de un confín al otro, insultándose al encontrarse y chocar, intercambiando quejas y amenazas: ‘¿Por qué tienes eso?’. ‘¿Por qué haces trampa?’. ‘¡Te destruiré!´.

El espectáculo que daban era tan lamentable como entretenido, por lo que me detuve a observarlo un buen rato. Queriendo comprender quiénes eran y por qué se encontraban allí, interrogué al Maestro.

¿Quiénes son estos, y por qué mantienen este juego insano que los lleva a estar cada vez más exigidos, presionados y apesadumbrados?

Esta es gente abyecta, tramposa y avara, que en sus vidas se dedicaron a amasar riquezas y a gastar sin escrúpulos lo que ganaban, compitiendo unos con otros, y sin la menor preocupación por los trabajadores que explotaban, los consumidores que engañaban, y los pobres que dejaban a la orilla del camino.”

Entonces, Maestro, seguramente hay gente aquí que reconoceré, pues en mi país hay muchos de estos.

Vano sería tu intento – me respondió el Maestro –, porque la ignorancia y la maldad que en vida los hizo innobles, los convierte ahora en desconocidos. La lucha que en sus vidas emprendieron y las metas que persiguieron, son tan absurdas que no hay palabras que las expresen.

Esas riquezas por las que tanto bregan los hombres, son completamente efímeras, y la ambición de apropiarse de la que poseen otros los convierte en seres eternamente insatisfechos.

Lo que hace de este sitio un Infierno es que acá nadie ayuda a nadie, y no existe cooperación ni fines compartidos.

Ni todo el oro del mundo podría apaciguar siquiera a una de estas almas que tanto se fatigan en vano”.

 

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Pregunté al Maestro, tan docto en todo, a qué responde un comportamiento tan irracional de los humanos. Me miró a los ojos y exclamó:

¡Oh criaturas tontas! ¡Cuánta ignorancia os limita y desvía! Te alimentaré con mi doctrina: Aquél cuyo saber todo lo trasciende, creó los cielos y la tierra, y dispuso en la naturaleza un orden, distribuyendo su luz por doquier de modo que en todas sus partes esplenda.

En la naturaleza se manifiesta un orden maravilloso, que es resultado de la auto-organización de los seres vivos, que se coordinan y cooperan unos con otros, espontáneamente, para asegurar la más amplia diversidad y el equilibrio ecológico entre todas las especies vegetales y animales, grandes y pequeñas, de todos los colores y formas.

Y si bien existe competencia entre algunas especies, que hace avanzar al conjunto, la cooperación mutua es muchísimo mayor y más importante para asegurar la sobrevivencia y la evolución de la vida.

Pero en la sociedad humana se ha perdido este orden natural de las cosas por causa del deseo de poder y de riquezas”.

Concluyó afirmando: “La verdadera “ley de la selva” establece la cooperación por encima de la competencia. Cuando muchos critican el desorden social diciendo que impera la ley de la selva, se equivocan en la metáfora que emplean, pues lo que allí rige no es la ley de la selva, sino el dominio del hombre, lobo del hombre”.

Diciendo esto apuró el paso. “Es hora de continuar descendiendo –me dijo–, pues ya se esconden las estrellas y no nos está permitido demorarnos. No olvides que el tiempo apremia, y aun debemos entrar en lugares donde observaremos personajes y comportamientos aun más lastimosos que los que hemos visto hasta aquí, antes de remontar hacia las regiones luminosas, que has de saber que también existen”.

 

Luis Razeto

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