ESTACIÓN TREINTA Y TRES - EL DEMONIO

ESTACIÓN TREINTA Y TRES

EL DEMONIO

 

Allí sentados, mirándome a los ojos, me habló Dante con una solemnidad que no le había visto hasta entonces.

Es necesario que te prepares para el último encuentro que tendremos en este primer recorrido de tu viaje. Es preciso que conozcas al demonio, la fuente de todo el mal, la causa de todas las miserias morales que afectan a los humanos.

No puedo anticiparte con palabras la experiencia que tendrás, pues yo mismo, cuando Virgilio me transportó frente a él, no tuve palabras para describirlo apropiadamente. Y estuve tan aterrado que no supe interpretar ni comprender qué representaba y quién era ese maligno máximo que estaba ante mí.

Te confieso que estoy aterrado de saber que estaré nuevamente frente a él, y aun así, espero que esta vez logre ver lo que no fui capaz de percibir en mi viaje anterior”.

Estas palabras del Maestro, y sobre todo la seriedad con que fueron pronunciadas, crearon en mí una angustia que no había experimentado nunca antes.

Se me aceleraron las pulsaciones del corazón, comencé a sudar, sentí que el pecho se me oprimía y me temblaron las manos. Era el temor a una posible desgracia suprema cuya realidad desconocía, pero que intuía horrible y amenazante.

Al verme Dante en ese estado, me abrazó tiernamente diciendo: “Debes hacer acopio de todo tu valor, pues la experiencia será sin duda tenebrosa. Pero no debes olvidar que estás aquí en proceso de aprendizaje y que nada malo te podrá suceder. Y quiero decirte algo más.

En mi viaje anterior no fui capaz de pronunciar palabra alguna en presencia del monstruo que me atemorizaba. Sin embargo, quisiera esperar que tú seas tan fuerte como para interrogarlo, pues no es justo que la humanidad permanezca ignorante respecto a lo que constituye su mayor peligro, amenaza y mal”.

Se produjo a nuestro alrededor una gran oscuridad, causada por una muy espesa neblina que no nos dejaba ver más que a un metro delante de los ojos.

Yo me refugié detrás del Maestro, pero tomándolo de la cintura me di cuenta de que él también temblaba.

Así avanzamos durante un tiempo que se me hizo interminable, hasta que la niebla se disipó lo suficiente para que yo pudiera advertir algo como un enorme edificio en altura de incontables pisos, en cuya cima parecía haber como una antena gigante, semejante a un molino cuyas aspas el viento hace girar.

Aguzando la vista y disipándose algo más la neblina, me di cuenta de que no se trataba de un edificio sino de una gigantesca máquina que avanzaba hacia nosotros generando un terrorífico ruido a cada paso, y que iba triturando todo lo que se interpusiera en su camino, sean árboles y animales, bosques y aldeas, quebradas y colinas.

 

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Dante no dejaba de temblar, y curiosamente a mí la bestia no me producía tanto miedo porque en mi ciudad había visto edificios casi tan grandes, y retroexcavadoras, trituradoras y otras muchas máquinas casi tan destructivas, que realizan acciones similares a las que el monstruo venía ejecutando frente a nosotros.

Más que el tamaño y las capacidades destructivas del monstruo, me atemorizaba ver que tenía tres caras en su cabeza. La que mostraba por delante era roja. Las dos que tenía a los costados, que partían de los hombros y se juntaban a ambos lados de la frente, eran amarilla una y negra la otra.

Debajo de las caras laterales nacían dos grandes alas como de murciélagos, más grandes que las velas de un inmenso navío. Aquél monstruo, además de destruir todo a su paso con sus maquinarias formidables, parecía mostrar placer al masticar a mujeres y hombres que engullía, y que después salían por un culo que le sobresalía en la parte trasera.

El ser horrendo se curvó hacia nosotros acercando sus tres caras amenazantes, rugiendo y lanzando llamas de fuego. Bramó con voz de trueno:

¡Tiembla! Te estoy esperando, alma vil que por tu vestimenta sé que vienes del siglo XXI en que los tengo a todos sometidos por el miedo a la pobreza, al dolor, a la enfermedad y a la muerte”.

Mi Maestro no dejaba de temblar. En cambio yo me sentí como cuando chico miraba películas de terror, y sin temor, igual como un niño atrevido que no le teme a la muerte, me paré frente al monstruo y le pregunté a gritos:

¡Detente! Debes saber que no me atemorizas, pues no soy uno que se encuentre bajo tu dominio, y para mí eres poco más que una pesadilla. ¡Dime quién eres!

El monstruo se detuvo, quedando estupefacto ante mi infantil atrevimiento, como si estuviera ante algo que nunca le había sucedido. Escupió uno tras otro a los condenados que estaba todavía masticando, y moviendo los labios, dientes y lenguas de sus tres bocas, respondió con voz de trueno:

 

Peregrinación 33 el demonio de Il bosco

 

Me llaman Satanás; pero mi verdadero nombre es Poder. Soy el deseo irrefrenable de imponer a otros mi voluntad. Domino atemorizando, subyugando, encantando, seduciendo, mintiendo, adulando, adormeciendo, turbando, aterrorizando, mermando de mil maneras la libertad de los que someto.

Estoy en todas partes. Vivo al interior de cada hombre y de cada mujer, como ese instinto del cuerpo y esa tentación de la mente que tienen el padre y la madre de imponer a sus hijos sus propios intereses y aspiraciones.

Estoy en la mente y el corazón del hombre que somete a la mujer por la fuerza, y de la mujer que somete al hombre con astucia.

Existo en la voluntad de los políticos, de los religiosos, de los intelectuales, que buscan imponer sus propias creencias e ideologías a las multitudes.

Me realizo en la subordinación y dependencia en que los gobernantes, las élites y las clases dominantes mantienen a los ciudadanos.

Me objetivo principalmente en los Estados, desde donde soy capaz no solamente de oprimir al pueblo, de prohibirle conductas y acciones, de exigirle tributos y rendimientos, sino también de llevarlo a guerras fratricidas con otros Estados, con el propósito de manifestar que se posee una potencia superior.

He llegado a configurar un Poder económico, político, tecnológico, informático y comunicacional, que se está imponiendo sobre todas las naciones y Estados.

 

Goya el poder

 

Soy el Poder que domina el mundo controlando el pensamiento y las emociones de todos mediante la manipulación de la información y las comunicaciones.

Soy el que ordena y dirige un sistema económico del que todo el mundo depende, y un orden político mundial dominado por los que gobiernan en Mi nombre.

Soy el Espíritu de Potestad volcado a tomar posesión de Estados, Religiones, Mercados, Tecnologías, Disciplinas, Ejércitos, Partidos, Academias, Profesiones, Medios de Comunicación, Redes Sociales. Los induzco a engañar, mentir, robar, matar, con dedicación y refinamiento.

¡Soy el enemigo implacable de la libertad personal! ¡Soy el destructor de la verdad, del bien, de la belleza y de la unidad!

¡Soy el que brega incansablemente por eliminar el espíritu creativo, autónomo y solidario en cada ser, en cada organización, en cada pueblo, en cada nación, en cada civilización, y continuaré actuando hasta reducir la humanidad entera a una voluntad colectiva única! ¿Cómo te atreves a enfrentarme, mequetrefe?”

No sé de dónde saqué fuerzas para gritarle:

¡Me atrevo a enfrentarte, pues si bien parezco un anciano con barba y cabello cano, mi espíritu sigue siendo el de un niño rebelde que no se somete!

Apenas pronuncié esas palabras audaces vi que el monstruo estiraba sus garras para atraparme. Pero justo en ese momento mi fiel guía me tomó en sus brazos como quien agarra un bebé contra su pecho para protegerlo en medio de una tempestad.

 

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Partimos tan velozmente que ante mi vista el malvado gigante fue rápidamente perdiendo tamaño, hasta no parecerme sino un lejano punto negro que finalmente desapareció de mi vista.

Durante todo el trayecto de nuestra huida nos persiguieron lluvias, granizos, tempestades, huracanes, terremotos, rayos y truenos.

Agárrate a mi cuello y no te sueltes. Mantente firme y no temas, pues el demonio emplea su mejor arma para dominar a las personas, que es despertar en ellas el miedo y el terror”.

Así me advertía el Maestro mientras realizábamos el más largo vuelo de todo el viaje. Llegamos finalmente a una caverna donde nos guarecimos.

 

Luis Razeto

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