ESTACIÓN CINCUENTA Y SEIS - ENCUENTRO CON LOS HIPPIES

ESTACIÓN CINCUENTA Y SEIS

ENCUENTRO CON LOS HIPPIES

 

Girando alrededor de la explanada llegamos nuevamente al sendero por el que se asciende a la montaña.

Habíamos andado en poco tiempo y con renovado entusiasmo la distancia que en el mundo se cuenta como un kilómetro, cuando de pronto nos encontramos con varias sombras que con palabras corteses invitaban a todos a participar en lo que llamaban “un encuentro de amor”. La invitación era seductora y pensamos en aceptarla.

Pasó a nuestro lado y nos adelantó una sombra de mujer joven, de muy larga cabellera rubia adornada con una flor, vistiendo una tenue mantilla blanca con líneas coloreadas al estilo hindú que permitía entrever sus atractivas formas.

 

Daran Gerard

(Daran Gerard)

 

Iba repitiendo como un estribillo “Haz el amor, no la guerra; haz el amor, no la guerra”, al tiempo que hacía tintinear una serie de pulseras de metales y colores diversos conforme el ritmo que daba al movimiento de sus brazos.

La seguimos sin titubear suponiendo que se dirigía hacia el anunciado Encuentro de Amor. Y en efecto, llegamos a una explanada, que era ya la octava del Purgatorio, que se encontraba a orillas de un arroyo que recogía las aguas cristalinas de una vertiente, a cuyos costados se elevaban arbustos y árboles que por la diversidad de sus formas y los colores de sus flores y frutos hacían pensar en el paraíso.

Sobre una elevada roca habían tallado rústicamente un círculo con una línea vertical en la mitad y otras dos que partían del medio y se abrían en diagonal a sus lados. Reconocí el símbolo de la paz que emplearon los hippies en los años sesentas y setentas.

Apenas entramos al lugar llegaron a nuestros oídos los sones de una antigua canción de estilo folk norteamericano, entonada y guitarreada por un conjunto de dos sombras femeninas y tres masculinas.

Cerca de ellos un grupo de unas veinte personas de ambos sexos bailaban en forma enteramente libre, cada uno ensimismado en su propio ritmo y cadencia de movimientos y gestos.

 

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Casi todos los que encontramos en ese lugar eran jóvenes, mujeres y hombres que se dejaban crecer el cabello, que parecían no estar aseados ni bien alimentados, que vestían túnicas, blusas o pantalones ajustados de colores fuertes aunque descoloridos por el uso, que se adornaban con flores, plumas, y collares de semillas diversas.

Varias mujeres se paseaban con el pecho descubierto, sin que ello molestara ni atrajera la atención de los otros.

Al borde del arroyo estaban varias almas, solas, en parejas o en pequeños grupos, que por la lentitud de sus movimientos y los gestos de la cara y las manos, me pareció que habían consumido drogas psicodélicas y alucinógenas.

Algo más distantes pero a la vista de todos, parejas y grupos variados se acariciaban, besaban y tenían sexo sin preocuparse de que los miraran, lo que en realidad no ocurría pues todos los participantes del encuentro de amor estaban inmersos en sus propias actividades, en un ambiente de completa libertad.

Cerca de ellos había otros jóvenes que hacían ejercicios y prácticas de yoga y de meditación al estilo hindú o budista.

Mi guía, que era un maestro de la observación atenta, me tomó de un brazo y me llevó a un lugar algo apartado donde estaba una sombra cuya presencia yo no había advertido.

Era una mujer algo mayor que el resto de los presentes, que paseaba su mirada complacida y alegre sobre todo lo que allí sucedía.

Dante le dijo que estábamos ascendiendo la montaña cuando fuimos invitados a un encuentro de amor.

Aquí están ya, ¿no les parece?” – respondió la mujer.

Mi Maestro: “No es exactamente mi idea del amor; pero sí, aquí hay mucho sentimiento, afecto y paz. ¿Sería tan amable de explicarnos quiénes son ustedes, y qué es lo que quieren, o lo que buscan?”.

La mujer nos miró extrañada de que el hombre no supiera reconocerlos; pero advirtiendo su vestimenta antigua y mi avanzada edad, decidió sacarnos de la ignorancia que había evidenciado Dante.

Los hippies fuimos un movimiento libertario y pacifista, que nos rebelamos contra la familia, las instituciones, el consumismo, las guerras, el Estado y las industrias.

Rechazamos la sociedad tal como está organizada, y optamos libremente por una vida simple, comunitaria, cerca de la naturaleza, al margen del orden económico, político y cultural constituido.

Valoramos los valores espirituales, pero fuera de las instituciones religiosas que los falsifican y corroen.

 

Jean-Baptiste Camille Corot

(Jean-Baptiste Camille Corot)

 

Practicamos la libertad integral, incluida la libertad de amar y de practicar la sexualidad, o sea el amor libre sin culpas y sin celos, con quien quieras, cuando quieras y como quieras.

Formamos comunidades en las que compartimos todo lo que tenemos y lo que somos.

Nos gusta componer, tocar y cantar, hacer fiestas y desinhibirnos, si es necesario empleando marihuana, hachís y psicodélicos.

No nos quedamos en un solo lugar más que por algunos días, o semanas, hasta que decidimos partir en busca de otros ambientes, invitando a todos los que quieran sumarse a nuestro movimiento”.

Sin darnos mayor explicación la mujer fue a integrarse a un alegre grupo que estaba bailando.

Dante y yo dimos una mirada panorámica a todo lo que allí sucedía. Después nos miramos uno al otro y partimos sin que nadie nos preguntara quiénes éramos ni qué queríamos. A medida que nos alejábamos cuesta arriba, comenzaba a oscurecer y los cantos y el jolgorio de esa comunidad se fueron apagando.

 

Luis Razeto

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