VII. SOBRE LA GANANCIA, LA GRATUIDAD, EL VALOR ECONÓMICO Y LOS DERECHOS SOCIALES - Luis Razeto

VII. SOBRE LA GANANCIA, LA GRATUIDAD, EL VALOR ECONÓMICO Y LOS DERECHOS SOCIALES.

A menudo se dice que la causa principal de la concentración de la riqueza y de la inequidad que se manifiesta en el mercado capitalista se encuentra en la ganancia o lucro de los empresarios. Frente a tal situación y modo de concebirse el problema, surge socialmente la demanda de gratuidad y la afirmación de los derechos que las personas tendríamos a ser provistos de ciertos bienes y servicios indispensables para la vida y el bienestar social. Son dos cuestiones que suelen aparecer conectadas en los discursos y debates ideológicos, y que de hecho mantienen conexiones teóricas y prácticas que es conveniente dilucidar. Vamos por parte:

  1. La cuestión de la ganancia.

En la Teoría Económica Comprensiva la causa de la concentración de la riqueza y de la desigualdad que se genera en el mercado no se atribuye al hecho mismo de que se produzcan ganancias y utilidades como resultado de la producción, sino al modo en que se generan esas ganancias, y a las formas en que se reparten y en que son apropiadas por los capitalistas y por el Estado.

Partimos de la base que en la actividad productiva se crea valor; valor que podemos concebir como cierta combinación de energías e informaciones; valor que queda objetivado en los bienes y servicios producidos. Dicho de otro modo, los bienes y servicios producidos tienen un 'valor de producción', que ha sido puesto en ellos, dado y creado, por la actividad de todos los sujetos que han participado en su producción. Así, cualquier bien o servicio producido contiene algo del 'hacer' de los trabajadores, del 'saber' de los técnicos, del 'tener' de los que aportaron los medios materiales, del 'decidir' de los gestores, del 'creer' de los financiedores, y del 'unir' de la comunidad productiva. A través de todas esas actividades los sujetos traspasan a los productos ciertas energías e informaciones que estaban antes en los factores (sujetos) productivos utilizados en su producción; pero no es un simple traspaso de valor 'a suma cero' (en el sentido que lo que estaba en los factores es equivamente a lo que se establece en los productos), sino que además de ello, con esas actividades se crea nuevo valor, que también recae y se objetiva en el producto. Tenemos, en síntesis, que el valor de un producto - su 'valor de producción' -, es el resultado de las energías e informaciones que los aportadores gastan y sacrifican al producirlo, más el valor que han creado mediante la actividad productiva.

Así constituido el 'valor' en los productos, ése valor se transfiere a los consumidores cuando éstos usan o emplean los bienes y servicios para satisfacer sus propias necesidades. En manos de los consumidores, los productos tienen un 'valor de uso', que consiste y se manifiesta en la utilidad que pueden prestarles o que pueden extraer de las energías e informaciones del producto, mediante su utilización y consumo.  

Pues bien, cuando la producción de los bienes y el consumo de ellos es realizada por la misma persona, o por las mismas personas, el 'valor de producción' y el 'valor de uso' se compensan naturalmente, en cuanto los productores del valor lo reciben y lo utilizan en su propio beneficio. Es lo que ocurre en la producción para el auto-consumo.  

Pero si la producción la realizan sujetos distintos de los consumidores, es necesario que entre ellos se realice un intercambio: los consumidores deben compensar a los productores por el valor creado por éstos y que han recibido con los productos y servicios. Es lo que ocurre normalmente en el mercado, donde se establece un intercambio entre productores y consumidores, empleándose el dinero como unidad de medida del valor y como medio de cambio universal. La cantidad de dinero que compensa al productor por la creación de valor y que el consumidor paga por el valor de uso o por la utilidad obtenida, es lo que suele llamarse 'valor de cambio'. Valor de cambio que en realidad es la medida en que se cambian el valor de producción y el valor de uso.  

Para que el intecambio se realice es necesario que ambos participantes, el productor y el consumidor, obtengan un beneficio y perciban que lo que obtienen corresponde, para uno al valor transferido y para el otro al valor recibido. En efecto, el productor transfiere el producto sólo si siente que el 'valor de cambio' (que recibe) corresponde al 'valor de producción' (que entrega), o sea, le compensa por el costo asumido y por el valor que ha creado, y a su vez el consumidor paga el 'valor de cambio' sólo si percibe que corresponde al 'valor de uso' que para él tiene el producto, o sea al beneficio o utilidad que le proporciona el producto.  

Esta ecuación no cambia en lo esencial si entre los productores y los consumidores operan intermediarios comerciales, que prestan servicios a ambos en la medida que el valor de esos servicios reporte un beneficio tanto para sí como para las partes que intermedia. Y tampoco cambia la ecuación cuando el que compensa al productor pagando el 'valor de producción' sea el Estado u otro sujeto que por benevolencia u otra razón cualquiera haga llegar 'el valor de uso' del bien o servicio a un beneficiario cualquiera. Lo que ocurre en este caso es que el productor obtiene el 'valor de producción' y el consumidor obtiene el correspondiente 'valor de uso', siendo el 'valor de cambio' asumido por el Estado o por un tercero. Se trata, en último análisis, de otra forma de intermediación, que se distingue de la intermediación comercial por el hecho de que es el Estado o el benefactor el que toma las decisiones por el productor y por el comprador, en vez de que lo hagan independientemente el productor, el consumidor y el intermediario, como ocurre en el intercambio comercial.  

Con lo dicho, tenemos entonces que las ganancias del productor serían aquella parte del 'valor de cambio' que corresponde a la parte del 'valor de producción' que ha sido creado en la actividad productiva. Dicho de otro modo, las ganancias son la diferencia entre el 'valor de cambio' que reciben por sus productos, y la parte del 'valor de producción' que corresponde a la mera transferencia del valor de los factores empleados en la producción.  

Lo justo es que el 'valor de producción', el 'valor de uso' y el 'valor de cambio' se equivalgan, y se equivalen realmente cuando la ganancia del productor corresponde a la creación de valor realizada en la actividad productiva.

Pero en la práctica la ecuación entre 'valor de producción', 'valor de cambio' y 'valor de uso' puede encontrarse distorsionada en 3 sentidos básicos: 1. Que el 'valor de cambio' sea mayor que el 'valor de uso', lo que implica que el productor obtiene ganancias injustificadas a costa del 'consumidor, que paga por el producto más que su 'valor de producción'. 2. Que el 'valor de cambio' sea menor que el 'valor de producción', lo que implica que el consumidor obtiene ganancias injustificadas a costa del productor, que obtiene por el producto menos de lo que vale. 3. Que el 'valor de cambio' sea mayor tanto al 'valor de producción' como al 'valor de uso', implicando que un tercero intermediario se apropia de valor tanto a costa del productor como del consumidor.  

Pero hay otra causa de gravísimas distorsiones, y que en los hechos está en la base y al origen de las mencionadas distorsiones, y es ésta. Las ganancias, que son la expresión del valor que se ha creado en la producción de bienes y servicios, son el resultado de la acción conjunta de todos los sujetos y/o factores que intervienen en la producción. Cada una de las acciones que realizan tiene su propia productividad, por lo cual lo justo es que cada sujeto y/o factor que crea valor, participe del resultado y reciba del valor creado por todos en conjunto, en proporción a lo que haya realizado y aportado. Ningún sujeto ni factor productivo será recompensado por sobre su aporte, y nadie se apropiará de parte alguna de lo que corresponde a otros.  

No es esto lo que sucede en la economía capitalista, ni tampoco en la economía estatista. En ellas uno de los sujetos participantes (el capitalista en un caso, el Estado en el otro) se apropia de un porcentaje muy alto del 'valor de producción', a costa de los trabajadores, técnicos, la comunidad,u otro sujeto/factor, que reciben menos de lo que ha sido su contribucón, siendo en consecuencia explotados.  

En una economía justa, creándose valor en la producción habrá ganancias y utilidades que se manifestarán al venderse lo producido; pero esas ganancias no serán apropiadas por el capitalista ni por el Estado, sino que se repartirán entre quienes las hayan generado, en proporción a lo que cada uno haya contribuido en su generación.

Los conceptos planteados nos sirven para examinar la otra cuestión que planteamos al comienzo y que es ampliamente debatida en la actualidad, cual es la cuestión de la gratuidad y de los derechos que reclaman las personas y ciertos grupos sociales a recibir del Estado diferentes tipos de bienes y servicios necesarios para la vida y el bienestar personal y social. No nos referimos a los ‘bienes públicos’ que son necesarios para la sociedad en su conjunto y para el bien común de la sociedad, sino a bienes y servicios particulares que pueden ser provistos por el mercado, y a los que pueden acceder las personas en base a sus ingresos normales.

  1. La cuestión de la gratuidad.

Partimos de la base indiscutible de que todo lo que directa o indirectamente implique algún trabajo humano para generarlo o producirlo, tiene un valor económico. Cuando cualquier bien o servicio se ofrece o se recibe gratuitamente, hay alguien que está pagando su valor y el trabajo necesario para producirlo. Puede ser la misma persona que lo produce, el Estado que lo paga al productor, alguien que se beneficia con la publicidad que pueda asociarse al producto, o algún benefactor que se hace cargo de solventar el trabajo necesario para producirlo.

Por ello, cada vez que recibimos algo gratuitamente, hay alguien que realiza una donación, alguien que está pagando por nosotros, y alguien al que debemos agradecer.

Por ello también, cada vez que decimos que algo (educación, salud, vivienda, etc.) es un derecho que tenemos a recibirlo gratuitamente, estamos diciendo que hay algún otro que tiene la obligación de pagar por nosotros lo que vale producirlo.

Un fenómeno muy típico de nuestro tiempo es la expansión de la demanda social del derecho a acceder gratuitamente a siempre más bienes y servicios. Casi siempre los paga el Estado, que a su vez se financia con los impuestos, las multas y otros tipos de exacciones que exige a los ciudadanos y a las empresas.

Otro fenómeno también muy extendido es la existencia de una amplísima producción y circulación de bienes y servicios culturales gratuitos (informaciones, obras de arte, cursos, libros, prensa, etc.) a través de Internet y las redes sociales. Lo pagan los propios realizadores de esas comunicaciones y obras, o empresas que adicionan publicidad a esos bienes y servicios que reciben gratuitamente los usuarios.

Ahora bien, las donaciones - o sea la gratuidad de los bienes y servicios y los derechos que se reivindican sobre ellos – tienen varios problemas, de los que es importante estar conscientes. El problema más grave es la disminución tendencial de la calidad de los bienes y servicios que los receptores obtienen gratuitamente. Varias son las causas de ello:

1. Los receptores de esos bienes y servicios, como no pagan por ellos, tienen menos capacidad de exigir que sean de calidad, y tienen menos opciones para elegir entre alternativas diferentes. Quien decide qué, cómo y cuánto se ofrece gratuitamente, no es el receptor sino el donante. El receptor debe aceptar lo que se le ofrece. Y a menudo está obligado a aceptar el bien o servicio junto con la publicidad muchas veces engañosa que lo acompaña.

2. Como los receptores no contribuyen a solventar lo costos de producción, la cantidad de bienes y servicios que se ofrecen estará limitada por la disposición (voluntaria u obligada) que tengan los proveedores a aportar lo necesario para producirlos. Y como la demanda por lo que es gratuito aumenta considerablemente, el impacto del desajuste entre oferta y demanda recae directamente sobre la calidad de lo que se produce, que disminuye notablemente.

3. La demanda, o sea las expectativas, las exigencias y las reivindicaciones de obtener gratuitamente bienes y servicios, tiende a crecer constantemente. La oferta de esos mismos bienes y servicios, o sea la capacidad de los que solventan su producción sin beneficiarse, tiende a decrecer en el largo plazo, porque disminuyen los incentivos para realizar el trabajo productivo o para solventarlo financieramente. El resultado no puede ser otro que una creciente insatisfacción individual y social.

4. La recepción gratuita de bienes y servicios, al no implicar un costo o sacrificio para los que se benefician de ellos, hace que esos bienes y servicios sean menos valorados, incluso a veces despreciados, y casi siempre desaprovechados (pues se piensa que estarán siempre allí disponibles gratuitamente). Esto es altamente ineficiente, pues implica mayor desperdicio de recursos de producción, y menor satisfacción de las necesidades humanas.

5. Muchos creadores, trabajadores, productores potenciales de bienes y servicios de alta calidad no los realizan. Sus talentos y capacidades se desperdician o subaprovechan. Ello porque es difícil que encuentren personalmente a quien les pague para que puedan realizar su trabajo, y porque son muy pocos los que están dispuestos a pagar por sus productos de alta calidad debido a que los potenciales clientes encuentran gratuitamente bienes y servicios de menor calidad, que aunque sean deficientes, en alguna medida los satisfacen. Ello genera una gravísima tendencia a la mediocridad, tanto de lo que se produce como de lo que se consume o utiliza.

6. Lo anterior es aún más grave para los que se proponen aportar novedades, cambios, orientaciones nuevas que abran perspectivas inéditas. Porque ellos tienen grandes dificultades para que el Estado o eventuales benefactores pague por su trabajo, para que las personas estén dispuestas a comprar sus servicios y productos, y porque no hay publicidad para lo que ya no sea masivo y consolidado.

Reflexionar y tomar conciencia de todo esto es de gran importancia para comprender la crisis de la civilización moderna, y las dificultades inherentes a la creación y desarrollo de una vida realmente mejor para cada uno y para todos.

Luis Razeto

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