​ECONOMÍA DE SOLIDARIDAD Y PROFUNDIZACIÓN DE LA DEMOCRACIA PARA UNA NUEVA CIVILIZACIÓN - Luis Razeto

​ECONOMÍA DE SOLIDARIDAD Y PROFUNDIZACIÓN DE LA DEMOCRACIA PARA UNA NUEVA CIVILIZACIÓN

Ponencia presentada en el II FORO SOCIAL MUNDIAL, realizado en Porto Alegre, Brasil, Febrero 2002)

 

El tema que nos interesa reflexionar, o la pregunta que quisiéramos responder en este Seminario, bajo el encabezado “La economía solidaria como radicalización de la democracia”, es cuál sea el impacto y la proyección política, social y cultural que pueda esperarse del desarrollo de la economía de solidaridad. Y la interrogante sobre tal impacto y proyección puede formularse a nivel de un país, de la región latinoamericana, o en el plano de la sociedad humana en general.

Pero el encabezado del seminario lo que hace, en realidad, es sugerir una respuesta: lo que puede esperarse de la economía solidaria es que efectúe un aporte a la profundización o radicalización de la democracia a nivel de los países, que son las unidades societales de la actual institucionalidad democrática.

Pero en esta respuesta presugerida hay un problema, consistente en suponer que la economía de solidaridad tiene sentido en función de un proceso en curso o ideológicamente deseado, en el contexto del sistema político vigente, entendido como una democracia insuficientemente profunda o radical, que sin embargo tendría posibilidades de ser profundizada o radicalizada.

Tal ha sido el modo en que se ha planteado desde hace más de un siglo la cuestión del impacto y las proyecciones políticas que tendrían el cooperativismo y la autogestión. Una vieja cuestión, que ha sido respondida de modos bastante claros y difícilmente perfeccionables, por parte de los pensadores que han acompañado históricamente las experiencias del cooperativismo y la autogestión. Dicha respuesta, en síntesis, señala que el cooperativismo y la autogestión, en cuanto amplían socialmente el acceso al capital, en cuanto permiten a muchos participar en la gestión de empresas, y en cuanto generan ocupaciones estables no dependientes del capital, crean condiciones para la expansión de la participación democrática, no solamente en el ámbito específicamente económico, sino más en general, en todos los asuntos de carácter social y en los cuales interviene el Estado. El cooperativismo y la autogestión han sido entendidos como una escuela de participación social y de democracia.

Tal vez lo mismo puede expresarse en un lenguaje más de moda y al gusto de los intelectuales postmodernos, y hablar entonces del empowerment, que ha sido bárbaramente traducido al castellano como empoderamiento.

Y está bien, nada tengo que objetar, al contrario, me parece importante reiterar que efectivamente el cooperativismo y la autogestión, así como en general las experiencias que pueden ser reconocidas como de economía de solidaridad, constituyen eficaces escuelas de democracia y de participación social, así como también crean condiciones sociales y culturales favorables al funcionamiento de una democracia participativa, de una democracia real y no solamente formal, e incluso facilitan la conformación de actores y sujetos sociales autónomos que pueden realizar importantes acciones y luchas sociales y políticas tendientes a la profundización de la democracia. Todo esto es importante, sacrosanto, especialmente en nuestros países en que llamamos democracia a regímenes políticos burocrático-representativos que casi nunca implican una real posibilidad de acceso y participación en la toma de decisiones por parte de las mayorías ciudadanas que permanecen desorganizadas; pero que al menos garantizan la libertad de pensamiento, de asociación y de cierta movilización social, lo que no es poco (aunque tales libertades se enmarcan dentro de límites bastante estrictos dados por una fuerte restricción en el acceso a los recursos necesarios para difundir el pensamiento libre y para sostener organizaciones autónomas que no se conformen a los poderes políticos predominantes).

Digo que estoy de acuerdo, pero agrego que este enfoque del tema me parece limitado, insuficiente e incluso anacrónico, cuando se hace referencia a la economía de solidaridad y no solamente al cooperativismo y la autogestión, y cuando nos planteamos el tema en el actual contexto latinoamericano. Para comprender bien lo que quiero plantear, lo primero es asumir que la economía de solidaridad es una realidad y un proyecto mucho más vasto que el cooperativismo y la autogestión. Entonces, precisemos ante todo el concepto. 

Por economía de solidaridad entendemos la introducción de la solidaridad como elemento activo, fuerza productiva y matriz de relaciones y comportamientos económicos, en los procesos de producción, distribución, consumo y acumulación. Una presencia operante de la solidaridad, no marginal sino central, suficiente para determinar el surgimiento de un nuevo modo de hacer economía, o sea el establecimiento de una racionalidad económica especial, distinta, alternativa, que da lugar: a nuevas formas de empresa basadas en la solidaridad y el trabajo; a nuevas formas de distribución que articulan relaciones de intercambio justas con relaciones de comensalidad, cooperación, reciprocidad y mutualismo; a nuevas formas de consumo que integran las necesidades comunitarias y sociales a una matriz de necesidades fundamentales para el desarrollo integral del hombre y la sociedad; y a un nuevo modo de acumulación, centrado en los conocimientos, las capacidades de trabajo, la creatividad social, la vida comunitaria y los valores humanos, capaz de asegurar un desarrollo sustentable social y ambientalmente.

Así concebida la economía de solidaridad, podemos reconocer en ella una dimensión microeconómica, otra de movimiento sectorial, y una perspectiva macrosocial. Considerar estas distintas dimensiones nos da una perspectiva nueva para abordar el tema del seminario. 

La dimensión microeconómica está dada por todas las experiencias, iniciativas, organizaciones y empresas que manifiestan al menos en algún grado, querer organizarse y operar con los criterios de la racionalidad económica solidaria. No se pide que sean perfectamente solidarias, sino que en algunas de sus estructuras (por ejemplo, de propiedad, de gestión, de organización del trabajo, de distribución de los excedentes, de desarrollo tecnológico, de relacionamiento con el mercado, etc.) operen con la racionalidad solidaria, de modo que ésta pueda irse expandiendo hacia otras zonas de la organización y operación al evidenciarse que el modo solidario proporciona beneficios superiores a los que pueden alcanzarse en las formas individualistas, competitivas, conflictivas, no solidarias.

La dimensión sectorial, de movimiento social y de sector económico, está dada por la convergencia de múltiples, plurales y diversificadas experiencias que surgen del protagonismo social en el enfrentamiento de los más graves problemas, desequilibrios y conflictos que afectan a la sociedad contemporánea, y que se agravan en el marco de su actual crisis. En este sentido, la economía de solidaridad es un proceso multifacético en el que confluye una pluralidad de caminos por los que transitan experiencias e iniciativas sociales muy variadas, pero que comparten la racionalidad de la economía solidaria. Ellos son:

·        El camino de los pobres y excluidos, que buscan subsistir mediante iniciativas de economía informal y popular, una parte de las cuales se constituye como organizaciones económicas solidarias y de ayuda mutua, configurando una economía popular solidaria.

·        El camino de los trabajadores, que aspiran a mejorar sus condiciones de trabajo, de vida y de ingresos sea al nivel del trabajo dependiente donde la solidaridad se manifiesta en sindicatos y gremios que incrementan su fuerza negociadora frente a los empleadores, sea al nivel del trabajo independiente  donde la solidaridad valoriza la fuerza de trabajo a través de su organización autónoma y su gestión asociativa, configurando entre ambos niveles una economía del trabajo solidaria.

·        El camino de la promoción social y de la solidaridad con los pobres, que se manifiesta en la creación de múltiples organizaciones no-gubernamentales, centros de servicios a la

comunidad, grupos de apoyo, corporaciones y fundaciones sin fines de lucro y con objetivos sociales, que configuran una economía de donaciones y servicios solidaria.

·        El camino de la participación social, a nivel barrial, comunal y de vecindad comunitaria, que se expresa en asociaciones, clubes, centros sociales, iniciativas de abastecimiento, de salud, de capacitación, de trabajo barrial, de madres, de jóvenes, etc., que mediante la asociación y la acción solidaria participan en la gestión de recursos locales disponibles, en la planificación de presupuestos y en la ejecución de planes de desarrollo comunales, todo lo cual configura la que podemos llamar una economía local y comunal solidaria.

·        El camino de la acción transformadora y del desarrollo alternativo, en que la solidaridad se expresa en grupos, asociaciones y movimientos de los más variados tipos, los cuales se plantean superar el modelo económico imperante y buscan aportar al cambio social mediante iniciativas concretas en las que se experimentan nuevas formas de vivir, de relacionarse y de hacer las cosas; así se va configurando una cierta perspectiva de desarrollo alternativo solidario.

·        El camino de las tecnologías apropiadas y del desarrollo local, que se propone rescatar formas tecnológicas antiguas y crear otras nuevas susceptibles de ser apropiadas por las comunidades locales, sea en el terreno de la construcción de viviendas, de los cultivos y crianzas orgánicas, de las energías limpias y renovables, eólica, solar, hídrica, etc., y cuyo aprovechamiento natural no es por las empresas capitalistas sino por las iniciativas económicas comunitarias, de modo que contribuyen a configurar tecnologías de economía solidaria.

·        El camino del cooperativismo, la autogestión y el mutualismo, que se constituyen como genuina economía de solidaridad en cuanto experimenten un proceso de renovación teórica y práctica que las lleve a recuperar su identidad original, superando las ineficiencias y distorsiones en que han caído como consecuencia del burocratismo interno, del acomodarse a las lógicas del mercado capitalista, y del ponerse al servicio de programas sociales y clientelares del Estado. Con tal orientación, constituyen una auténtica economía cooperativa y autogestionada solidaria.

·        El camino de la ecología y del desarrollo sustentable, que tomando conciencia de que los deterioros del medio ambiente y los desequilibrios ecológicos son consecuencia de modos de producir, distribuir, consumir y acumular individualistas, competitivos y conflictivos, buscan formas económicas amigables y ecológicas, las cuales evidencian que solamente con el ejercicio de la cooperación y la solidaridad es posible que el intercambio del hombre con la naturaleza -que eso es la economía- no dañe sino que respete, proteja y recupere el medio ambiente. Así se configura y crece la búsqueda de una economía ecológica solidaria.

·        El camino de la mujer y el de la familia, que en cuanto dan lugar a la formación de microemprendimientos de base familiar o basados en asociaciones con identidad de género, expresan solidaridad en sus modos de ser, de organizarse y de hacer economía. Podemos hablar de una economía familiar y de una economía de género solidarias.

·        El camino de los pueblos originarios, que en los vastos y variados territorios latinoamericanos luchan por la subsistencia de sus comunidades mediante la recuperación o reafirmación de su identidad étnica y cultural, que se expresan en formas de trabajo que han sido siempre comunitarias y solidarias, constituyendo en consecuencia verdaderas economías indígenas solidarias.

·        El camino de las búsquedas espirituales y religiosas, que viene siendo recorrido por grupos que conforme a sus respectivas fe y creencias buscan vivir la fraternidad y solidaridad que están en la esencia de los mensajes espirituales y religiosos. Buscando vivir también en lo económico de manera consecuente con la fe y la ética que profesan, se han venido configurando economías budista, hinduista, cristiana solidarias

Llamo y propongo que se llame economía solidaria o economía de solidaridad, a estas distintas búsquedas de formas económicas distintas, en razón de que lo son en esencia: experiencias que introducen consistentemente la solidaridad en la producción, la distribución, el consumo y la acumulación, determinando con ello una común racionalidad económica solidaria. Pero hay también motivos que podemos llamar políticos, para integrar todas estas diversas experiencias sociales bajo la común denominación de economía solidaria.

Con distintas motivaciones y con diferentes nombres, quienes transitan por estos diversos caminos experimentan en la práctica la economía de solidaridad, y reflexionando sobre lo que experimentan pueden descubrir la racionalidad económica especial que tienen en común.

A poco andar, quienes iniciaron la búsqueda por una motivación y camino, se van encontrando con los que se orientan en la misma dirección con otras motivaciones y caminos. Entonces, aprenden unos de otros, comparten y enriquecen sus motivaciones, van descubriendo que forman parte de una misma búsqueda global, que les proporciona un sentido de pertenencia, de proyecto y de identidad común, que requiere ser nombrado para adquirir presencia y fuerza social.

Tal es el sentido de la denominación economía de solidaridad, que responde a la necesidad que del encuentro y del mutuo reconocimiento de la común identidad solidaria, que comparten la economía popular, la economía del trabajo, la economía de participación local y comunal, la economía de donaciones y servicios de apoyo, la economía cooperativa y autogestionaria renovadas, la economía local y de tecnologías socialmente apropiadas, la economía de los pueblos originarios, la economía familiar y de género, y las economías fundadas en búsquedas espirituales y religiosas, de todas ellas convergiendo, surja una alternativa real que adquiera la fuerza necesaria para realizar un gran proyecto social. 

Es desde esta óptica y con esta mirada amplia, que podemos replantearnos la pregunta inicial sobre el impacto y las proyecciones políticas, sociales y culturales de la economía de solidaridad, que alude a la dimensión macrosocial de su proyecto.

Y teniendo en cuenta la identidad y la pluralidad de componentes de la economía de solidaridad, se hace posible también invertir la pregunta, para intentar no sólo ver cuáles son los impactos y proyecciones que puedan tener estas experiencias y procesos, sino cuáles sean las necesidades que claman desde lo hondo de la crisis y de las contradicciones de la sociedad actual, y respecto a las cuales el desarrollo de la economía de solidaridad puede desplegar respuestas, esbozos de solución, proyectos posibles.

¿Qué es lo que ocurre, en qué estamos, cuáles son los desafíos que debemos enfrentar, en nuestra América Latina, que es el ámbito en el cual hay que abordar la pregunta de este Seminario? Pienso que basta recorrer las últimas décadas de la historia de nuestros países, y extender la mirada sobre la situación actual de la gran mayoría de ellos, para comprender que ya no cabe continuar simplemente hablando de crisis (esa palabra central de todos los análisis efectuados en Latinoamérica en los últimos 50 años), siendo necesario reconocer más bien que estamos ya ante el fracaso de nuestros países, al nivel de nuestros Estados nacionales y de nuestras economías.

Estados con enormes e insalvables déficits fiscales, economías endeudadas por montos que no pueden razonablemente ser pagadas, aparatos productivos que mantienen desocupados o sub-ocupados a más de la mitad de la población económicamente activa, sistemas financieros y empresariales enajenados al capital foráneo, países completamente dependientes hasta para entretenernos, para no hablar de nuestra dependencia política, cultural e incluso cognoscitiva, estamos llegando a una situación en que los propios poderes mundiales de los cuales dependemos están próximos a considerarnos inviables, de excesivos riesgos, no aptos para invertir, como ya ocurrió antes con extensas regiones del continente africano. 

Lo que estuvo en crisis por 50 años y que finalmente fracasó, no es otra cosa, ni nada menos, que la aplicación a América Latina de la civilización moderna, aquella civilización industrial-capitalista y nacional-estatista, que llegó a nuestro continente desde Europa y Norteamérica, y que fuera implantada mediante una mezcla de fuerza y de seducción, sobre una región que para ello tuvo que vender su alma, o sea, perder su identidad y su cultura. Fuimos vaciados, estamos fundidos, claman los argentinos cuyo país está empezando a vivir la situación que poco a poco irá invadiendo la región latinoamericana entera.

Del diagnóstico del fracaso de una civilización deriva la necesidad de que el proyecto transformador y constructor se oriente en la perspectiva de una civilización nueva.

El tema así planteado, trasciende todo lo que podamos decir en los pocos minutos en que podemos extender aún esta presentación. Lo hemos tratado ampliamente en algunos libros, y especialmente en Los Caminos de la Economía de Solidaridad,  donde examinamos los contenidos y las formas que puede asumir una nueva civilización latinoamericana, y los aportes que a su construcción puede hacer la economía de solidaridad, recorriendo simultáneamente los distintos caminos señalados. Aquí solo cabe, a manera de incitación más que de conclusiones, mencionar algunos elementos que apuntan a hacer visible y digna de atención la tesis de que el proyecto macrosocial de la economía de solidaridad, en América Latina, puede ser, si lo queremos intensamente y lo impulsamos consecuentemente, la construcción de una nueva civilización solidaria, que tiene raíces profundas en las culturas y la historia de nuestros pueblos. 

Construir una nueva civilización implica encontrar una forma integradora de la vida social, en dimen­siones latinoamericanas, capaz de recoger en un sistema unificado y coherente de significados, los esfuerzos de los pue­blos y naciones del subcontinente orientados hacia el desarro­llo económico-social y la autonomía político-cultural. Sostenemos que la elaboración histórica de esta forma integradora lartinoamericana debe proceder, no en contraposición respecto a las unidades nacionales establecidas, pero según una lógica de búsqueda completamente diferente de aquella que fue seguida en la construcción de la forma estatal-nacional.  Lógica de elaboración de la forma unificante, diferen­te en tres aspectos esenciales:       

a) A diferencia de las unidades estatal-nacionales que se constituyeron mediante la afirmación de la unidad negando las diferenciaciones, o sea mediante el ocultamiento de las particularidades étnicas, culturales, econó­micas internas, la unidad latinoamericana deberá buscarse y construirse a través de un proceso de recuperación de todas las diferenciaciones y de todas las complejidades, el pluralismo y la heterogeneidad estructural existente en la región en lo político, económico, demográfico y cultural.

b) Mientras en la construcción de los Estados nacionales no era posible mirar al pasado y a las tradi­ciones para encontrar la identidad (siendo entonces la entidad estatal-nacional algo completamente nuevo y traído desde fuera), la forma integrativa latinoamericana podrá ser individualizada y construída precisamente mediante una reinterpretación crítica de su historia desde los orígenes. Al respecto hay que reconocer que la cultura latinoamericana todavía no ha tomado plena conciencia y aceptado sus orígenes indígenas y su pasado colonial, y ello le impide alcanzar una adecuada comprensión y una justa valoración de su propia identi­dad.

c) Una tercera diferencia en la lógica de construcción de la forma integradora latinoamericana respecto a la forma estatal na­cional se refiere al modo de alcanzar la institucionalización y de lograr la conformación de las personas y grupos al nuevo sistema ético-político.  Los estados nacionales fueron inaugurados mediante un acto central de tipo político, consistente en la formación de un gobierno y en la pro­mulgación de una constitución y de leyes a que debían conformarse los comportamientos, relaciones y actividades.  La forma integradora latinoamericana, sin rechazar por cierto la oportunidad de determinados actos de tipo jurídico predispuestos desde arriba, debiera organizarse, adquirir formas y contenidos, y conformar los comportamientos, desde abajo, esto es a través de un proceso muy complejo y multiforme de agregación social, cultu­ral y política protagonizado por las comunidades y los grupos so­ciales de variados tipos que llegan a ser sujetos de nuevas relaciones sociales.

La nueva civilización latinoamericana será construida desde la base mediante la articulación organizativa y la unificación cultural de sus componentes individuales, comuni­tarios y colectivos.  Desde las comunidades y organizaciones de base habrían de surgir nuevos grupos dirigentes así como los ela­boradores de una cultura superior, que den coherencia y que po­ten­cien los movimientos históricamente significativos y los valores populares latinoamericanos, evitando la ruptura entre cultura culta y cultura popular, entre dirigentes y dirigidos.

Es obvio que una civilización no se construye arbitrariamen­te ni en base a proyectos inventados por personas o grupos más o menos distanciados de los reales problemas e intereses de la so­ciedad, sino a partir de iniciativas y procesos que partan de las fuerzas sociales existentes y que, comprendiendo los problemas derivados del fracaso de la civilización anterior, tengan posibilidades efectivas de darles solución.  La nueva civilización, o está ya emergiendo desde la crisis de la anterior que hace surgir las orientaciones y las fuerzas constructoras de la nueva, o simplemente no podrá aparecer.

Pues bien, el análisis de los caminos que abren proce­sos y movimientos orientados en la perspectiva de la economía de solidaridad nos ha puesto ante una multitud inmensa de fuerzas sociales que pueden crecer y multiplicarse. Esas fuerzas sociales son tan amplias, y están rela­cio­nadas tan directamente con los grandes problemas de la socie­dad latinoamericana, que es realista pensarlas como agentes poten­ciales de un proceso histórico de largo aliento que contri­buya eficazmente a suscitar una civilización nueva.

Por las características, contenidos y racionalidad de las experiencias que se están formando por esos caminos es posible identificar algunos importantes elementos de contenido con que la economía de solidaridad puede contribuir a la civilización de que hablamos.

Un primer elemento dice relación con la especial caracterís­tica que define a estas organizaciones como polivalentes y mul­tiac­tivas, en cuanto combinan actividades de carácter económi­co, social, político y cultural como parte de su propio funciona­miento y dinámica.  En tal sentido, se da en estas experiencias la búsqueda y la real elaboración de nuevas y más estrechas re­laciones entre economía, política y cultura, aspecto muy destaca­ble atendiendo a que la crisis de la actual civilización se caracteriza precisamente por la se­pa­ración y tendencial contradicción entre esos distintos niveles de la vida social.

Un segundo elemento se refiere a la centralidad del trabajo en la economía, poniéndose de este modo el hombre y su actividad por sobre las cosas y su valor monetario.  El trabajo supera su condición subalterna y adquiere autonomía, pudiéndose desplegar por su intermedio aquellas cualidades de creatividad y desarrollo personal que son inherentes a su especial dignidad humana

Un tercer elemento tiene relación con el tamaño de las organizaciones y operaciones, que se realizan en la economía solidaria a escala humana.  Sabemos que una característica de la civilización moderna es la tendencia a las grandes organizacio­nes, en las cuales el hombre se desarrolla unilateralmente en cuanto cumple en ellas funciones crecientemente especializadas y parciales, y donde el hombre resulta masificado y estandarizado.  El privilegiamiento de las dimensiones pequeñas, junto con favorecer una mayor integralidad en el desarrollo personal en cuanto en ellas cada individuo participa y asume responsabilida­des en las diversas funciones y etapas del proceso productivo, permite que las personas perciban su organización como algo propio, alcanzando un mayor control sobre sus condiciones de vida.

Un cuarto elemento corresponde al desarrollo de la convivia­lidad, al establecimiento de relaciones humanas personalizadas y socialmente integradoras, en el marco de asociaciones y comunida­des que definen un nivel de pertenencia e interacción social más satisfactoria.  Se trata de un modo de superar el individualismo mediante la construcción de una solidaridad social que no atenta contra la libertad individual, porque se construye directamente en la relación interpersonal y no por la articula­ción forzada de los individuos a través de la acción ordenadora del Estado o de algún otro ente provisto de poder que se levanta y actúa por encima de las personas.  El acceso a niveles más amplios de agregación social y socialización se verifica por el relacionamiento directo entre asociaciones y comunidades, de manera que la sociedad se constituye y ordena de abajo hacia arriba, como una comunidad de comunidades interrelacionadas.

Un quinto elemento se refiere al nuevo tipo de relaciones entre dirigentes y dirigidos que se establece en cada grupo y a través de la participación de las asociaciones y de la comunidad orga­nizada en la toma de las decisiones que afectan a todos.  En la civilización emergente se superaría de este modo la escisión entre la sociedad civil y la sociedad política, característica de la civilización moderna exacerbada por su crisis.  Siendo la re­lación orgánica entre dirigentes y dirigidos uno de los elemen­tos formales constitutivos de cualquier civilización, el aporte que en tal sentido hace la economía de solidaridad a través de la participación y la autogestión resulta decisivo.

Un sexto elemento dice relación con un significativo proceso de aproximación en los niveles de vida y de riqueza al que pueden acceder los distintos sectores y grupos sociales que se constituyen a partir de la organización económica.  En este sentido destaca el aporte de la economía de solidaridad a la democratización del mercado, que implica una distribución social­mente más equitativa de la riqueza, del poder y del conocimiento, los tres factores generadores de la división y el conflicto entre las clases y sectores sociales.  La civilización emergente, en la medida que resulte influida por un alto desarrollo de la economía de solidaridad, será constitutiva de sociedades mejor integradas, menos divididas y conflictuales, sin que ello implique una pér­dida sino incluso un enriquecimiento del pluralismo y la diferen­ciación social resultante de las opciones libres de las personas, comunidades y grupos.

Un séptimo elemento se refiere a las características y moda­lidades que asuman los procesos de desarrollo y cambio social en la nueva civilización.  Allí, naturalmente, se desplegarán también energías orientadas al cambio, que dinamizarán la socie­dad y contribuirán al despliegue de sus potencialidades; pero la economía de solidaridad las orientará constructiva y creativamen­te, en procesos descentralizados y de dimensiones locales, aten­diendo a los problemas particulares que se presenten en cada lugar y a las reales aspiraciones de quienes los viven.  El desarrollo podrá desplegarse en sentido más integral y equilibra­do, en correspondencia con aquella concepción del desarrollo alternativo al que apunta la economía de solidaridad.

Un octavo elemento alude al establecimiento de un nuevo tipo de relación entre el hombre y la naturaleza,  mediatizada por una economía que se responsabiliza de los efectos transformadores del medio ambiente que tienen la producción, la distribución y el con­sumo.  Podrá tratarse de una civilización que asume la natura­leza como un todo viviente que ha de ser respetado en sus propios equilibrios y procesos, y no como una realidad articulada mecáni­camente y compuesta de elementos y energías materiales suscepti­bles de ser dominados y utilizados indiscriminadamente por el hombre.  Si la cuestión ecológica tal vez sea la que con mayor imperiosidad y urgencia plantea la necesidad de una civilización distinta, el aporte de la economía de solidaridad podría ser realmente crucial.

Un noveno elemento corresponde a la consolidación de una nueva situación de la mujer y la familia, que podrán desplegar su identidad y potencialidades en todas las esferas de la vida so­cial, política, económica y cultural, en el marco de relaciones equilibradas entre los géneros y las generaciones.  La civilización emergente se caracterizará entonces por la presencia no subordi­nada de lo femenino, que marcará con su sello las relaciones y procesos sociales de un modo históricamente original.  En la civilización moderna la familia dejó de estar al centro y de ser el sostén de la socialización, como lo había sido en todas las civilizaciones anteriores.  Recuperar su centralidad en las di­versas dimensiones de la actividad social, como de hecho empieza a suceder con la economía de solidaridad, tal vez sea una de las sorpresas que nos depare la civilización emergente.

Un décimo elemento dice relación con la necesidad de que la nueva civilización latinoamericana valorice la diversidad étnica y cultural constituyente de la región.  En la medida que la eco­nomía de solidaridad hunde sus raíces, se nutre y vigoriza sus búsquedas en contacto con las formas económicas de los pueblos originarios, su aporte puede ser decisivo en la perspectiva de la búsqueda y elaboración de aquella forma integradora que exprese la identidad de una América Latina unificada según una lógica de integración inversa de aquella que condujo a la formación de los Estados nacionales del subcontinente.

Un último elemento alude a la dimensión espiritual de la civilización, aquella en que las personas, grupos y sociedades encuentran o proporcionan sentido a lo que hacen y viven, y que parece ser efectivamente la razón definitiva por la que está mu­riendo la civilización actual.  La economía de solidaridad res­cata una concepción del hombre como persona libre abierta a la comunidad, sujeto de necesidades y aspiraciones en las dimensiones personal y comunitaria, corporal y es­piritual, capaz de actuar conforme a valores superiores, que no busca únicamente su utili­dad individual sino que también ama a sus semejantes y se abre a sus nece­sidades, que se preocupa del bien común y se proyecta a la trascendencia.  Los valores del trabajo y la solidaridad fundantes de la economía solidaria, fortalecidos y enriquecidos por las fuerzas interiores y profundas del espíritu, pueden ser los que sostengan la nueva civilización latinoamericana, que bien podría ser una civilización de la solidaridad y el trabajo.

 

Luis Razeto

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