ESTACIÓN CUARENTA Y OCHO - INVOCACIÓN Y PRESENCIA DE JOSEPH LEBRET

ESTACIÓN CUARENTA Y OCHO

INVOCACIÓN Y PRESENCIA DE JOSEPH LEBRET


El encuentro con Gonzalo Pérez y los pensadores anarquistas y cooperativistas me hizo rememorar tantos viajes que realicé por América Latina y el Caribe, donde conocí numerosas iniciativas y experiencias de economía de solidaridad y trabajo.

Sobrecogido por cierta añoranza de mis tierras, recordé que además de los pensadores europeos con los que había estado, existían importantes referentes intelectuales, de habla española y de matriz cultural cristiana, que otorgaron a las experiencias cooperativas de nuestros países unas características que las distinguían de las del viejo continente.

Deseaba, acaso fuera posible, encontrarme con algunos de ellos. Detuve la marcha y me quedé en silencio mirando el pasar de un río que descendía raudo, bordeando el camino ascendente por el que habíamos enfilado. “Avanzamos contra corriente”, pensé.

Dante, siempre atento a mis inquietudes, me interrogó con la mirada animándome a expresar lo que en silencio barruntaba y no me atrevía a pedir, presumiendo que no correspondía al plan de mi aprendizaje.

La actitud del Maestro me indujo a superar la timidez y comunicar lo que anhelaba.

Pues lo deseo intensamente – exclamé – ¿será posible convocar a los espíritus de difuntos cuyas enseñanzas han sido importantes para mí y para muchos que buscan alternativas económicas solidarias en los países latinoamericanos?

Fijando sus ojos en los míos como escudriñando en mi interior, respondió el Maestro:

Es posible invocar a los espíritus de hombres y mujeres cuya ayuda conviene recibir, si la intención es buena, y siempre que ellos no se encuentren en el Infierno.

Pero que efectivamente se presenten y aparezcan, eso es asunto que requiere autorización del Cielo. Puedo intentar llamarlos si me indicas sus nombres y me das algunas referencias sobre sus vidas en la Tierra”.

Le hablé entonces de José María Arizmendiarrieta, sacerdote católico del País Vasco, que vivió entre 1915 y 1976. Fundó el Consorcio Cooperativo de Mondragón, la más grande e importante organización cooperativa del mundo, con más de 80 mil trabajadores socios, distribuidos en las áreas de industria, finanzas, distribución y conocimiento. Cuenta hoy con 98 cooperativas, 141 filiales, 8 fundaciones, una mutual, una Universidad, y tiene presencia en cinco Continentes.

Puedo suponer – agregué – que Arizmendiarrieta no está en el Infierno pues se encuentra actualmente en proceso de canonización por la Iglesia Católica.

Enseguida me referí a Joseph Lebret, un economista y sacerdote domínico francés, que vivió entre 1897 y 1966 y trabajó durante muchos años en Brasil, Colombia, Uruguay y otros países latinoamericanos, impulsando la que llamaba Economía Humana y una Civilización Solidaria. Creó el Centro Internacional Desarrollo y Civilizaciones, y es autor de varios libros sobre el desarrollo y de un Manifiesto por una Civilización Solidaria.

Es improbable que se encuentre en el Infierno – expliqué –, porque “tiene santos en la corte”, como se dice, al haber participado activamente en el Concilio Vaticano II e inspirado y redactado el borrador de la encíclica Populorum Progressio del Papa Paulo VI.

 

Lebret y Paulo VI

 

No es mérito suficiente – acotó Dante –, pero algún valor tiene”.

Finalmente mencioné al Padre Ramón González Parra, un cura colombiano que conocí en la ciudad de San Gil. Fue Coordinador de la Pastoral Social Interdiocesana, desde donde desarrolló extensos procesos de educación popular y juvenil. Co-fundador de la Universidad Unisangil y de numerosas Cooperativas Populares de trabajo, vivienda, ahorro y crédito, servicios y comercialización, que se asociaron en la Central Cooperativa Financiera para la Promoción Social (Coopcentral), y se coordinaron como movimiento económico-social en una vasta organización denominada El Común.

Estuve con él varias veces – expliqué –, y puedo asegurar que es un hombre de inmensa valía. No he sabido que haya fallecido. Si vive ha de tener unos 95 años. ¿Crees que es posible invocar su espíritu aún si estuviera vivo? Sería feliz de encontrarme con él una vez más.

Cuando terminé de expresar mi deseo el Maestro extendió sus brazos, alzó la vista al cielo e inmutablemente concentrado, musitó largas plegarias cuyas palabras no alcancé a distinguir.

De pronto se hizo presente la sombra de un hombre calvo y de distinguido porte, vestido con el hábito blanco de los frailes domínicos.

Enseguida divisé que desde lo alto, cruzando las nubes blancas, se acercaba raudamente, montado en una bicicleta, un cura con sotana negra y anteojos oscuros, que al llegar a nosotros se presentó diciendo simplemente: “Arizmendi a sus órdenes”.

Dante les explicó rápidamente el motivo de haberlos convocado, y tal vez atendiendo al porte imponente y distinguido del fraile, le pidió primero a él que nos relatara aquellos aspectos de su trabajo y pensamiento que considere su legado principal.

 

Joseph Lebret

 

Fui economista y sacerdote – comenzó explicando Lebret –, pero mi aprendizaje más importante ocurrió al concluir mis estudios, entre 1929 y 1945, junto a los pequeños pescadores marítimos franceses que enfrentaban el desafío de subsistir, cuando los antiguos métodos de pesca eran reemplazados por otros modernos de alto costo, la industrialización de la pesquería amenazaba la extinción de las especies, y llegaban las exportaciones de pescados procedentes de países proteccionistas.

Estudiamos la realidad ayuntamiento por ayuntamiento, pesquería por pesquería, en los puertos grandes, medianos y pequeños. Llegamos a la conclusión de que los aspectos económicos y los aspectos humanos no podían separarse; y que la clave para enfrentar los problemas era la organización cooperativa de los pescadores y sus familias, junto a la introducción de innovaciones técnicas que incrementaran la eficiencia productiva y comercial.

Con base en ese conocimiento, concebí la posibilidad de elaborar una metodología de intervención social sobre las poblaciones pesqueras, que implicaba tres componentes: el análisis concreto de la realidad que se trataba de modificar, una doctrina que motivara y guiara a la acción, y la generación de fuerzas colectivas deseosas de aplicarla.

Para el análisis de la realidad creamos Economía y Humanismo, un centro de investigación interdisciplinario, que realizaba los estudios pertinentes en terreno y mediante encuestas.

Las investigaciones versaban sobre las personas, las familias, las necesidades, la vivienda, los presupuestos familiares, las estructuras de producción y comercialización, los medios de trabajo, los vínculos sociales, los factores positivos y negativos, los modos de vida, los bagajes culturales y los niveles espirituales.

A esos jóvenes investigadores los formamos en la que llamé Economía Humana, una doctrina y disciplina, a la vez ciencia y técnica, que estudia las transiciones y evolución, para cualquier población social determinada, desde una fase menos humana hacia una fase más humana.

Una condición ‘más humana’ implica el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres, considerando que las necesidades humanas son de tres tipos: las de subsistencia, que implican ‘tener’ bienes materiales que las satisfagan; las de superación, cuya satisfacción llevan al hombre a ‘valer’ más, en sentido mental, cultural y social; y las de plenitud, orientadas a ‘ser’ más, en el plano moral y espiritual.

La economía debe atender estas tres dimensiones de las necesidades humanas, en una transición que ha de lograrse al ritmo más rápido y al costo menos elevado posible, teniendo en cuenta la solidaridad al interior de la población y entre poblaciones.

Y para generar las fuerzas capaces de aplicar la doctrina, formamos un grupo de especialistas que, conocedores de la realidad y comprometidos con el desarrollo humano integral, intervinieran eficazmente para orientar a la población hacia ese estado de mayor desarrollo humano, aplicando una metodología que incluía, como aspectos centrales, la organización científica del territorio, y la planificación de la acción.

Así fue que un puñado de hombres, entusiasmados por una doctrina de desarrollo solidario, observando e interpretando la realidad, aplicando la metodología, llegó a tener una influencia decisiva en las poblaciones de pescadores.

Después extendimos el trabajo hacia zonas urbanas, en diversos lugares que se mantenían en condiciones de pobreza y subdesarrollo”.

Como Joseph Lebret guardó silencio, temiendo que hubiera completado su enseñanza, le pedí que explicara en qué consistía la organización científica del territorio que había solamente mencionado.

 

Lebret y el territorio

 

En nuestra concepción retuvimos central organizar el territorio con vistas a su óptima utilización para el desarrollo de la población que se asienta en él.

Se trata, en lo esencial, de adaptar los espacios de modo que el relieve, la hidrografía, el suelo y subsuelo, las potencialidades energéticas y lo que la historia humana ha agregado, se orienten hacia el objetivo del desarrollo de la población que los habita.

Esto exige delimitar y distribuir en el territorio la cuenca fluvial, la circunscripción administrativa, los ambientes solidarios de un polo o de varios complementarios, las zonas habitables y las unidades técnicas definidas por las operaciones que conviene considerar como un conjunto.

La valoración y desarrollo de un territorio supone dotarlo de una red racional de comunicaciones, de una red de distribución de energía, de una red de riego y desagües, de lugares apropiados para la implantación industrial, comercial y residencial, considerando la población actual, su crecimiento demográfico y las migraciones. Hay que atender también las capacidades propias de inversión, y los intereses que puedan tener instancias superiores y externas que puedan invertir en él”.

¿Y qué entiende usted por ‘intervención planificada’? – pregunté.

Consiste en establecer un plan coordinado, de corto, mediano y largo plazo, que abarque todos los aspectos del desarrollo: las actividades a realizar, las organizaciones que las ejecuten, las urgencias y prioridades, los costos y los medios para cubrirlos.

Un plan que no se establece de una vez para siempre, sino que se revisa periódicamente y con una función continua de programación, de modo de asegurar la homogeneidad de los impulsos diversos y de las sucesivas decisiones que adoptar, manteniendo el dinamismo del proceso en el tiempo”.

Esta vez fue Dante quien preguntó, lo que no dejó de sorprenderme puesto que no solía participar en los diálogos con los espíritus que encontrábamos en nuestro viaje.

Imagino que el tamaño de las poblaciones es un elemento clave para determinar la eficacia de las intervenciones planificadas. ¿Fueron éstas aplicadas solamente a nivel de pequeñas comunidades locales, o se extendieron a un país entero? ¿Hay un tamaño óptimo de las poblaciones sujetas a su propuesta de desarrollo?

Con nuestro equipo de Desarrollo y Humanismo fuimos invitados por los gobiernos de varios países, y aplicamos nuestras metodologías en Brasil, Colombia, Chile, Uruguay, Senegal, Viet-Nam y el Líbano. Nuestras intervenciones se extendían entre 12 y 24 meses.

En cada lugar nuestro grupo se complementaba con políticos, directores, especialistas, técnicos e informantes locales, y al terminar nuestra intervención dejábamos operando un equipo de trabajo nacional.

En realidad, la concepción de la Economía Humana y del Desarrollo Armónico es de aplicación general, desde las pequeñas poblaciones locales, las subpoblaciones al interior de un país, las poblaciones nacionales, hasta alcanzar la población humana universal”.

¿Y los resultados de esas intervenciones, en cada nivel, fueron homogéneos? – quiso saber el Maestro.

Dispares, parciales. En las intervenciones sobre pequeñas comunidades o micro-poblaciones, se observaron resultados notables. A nivel de los países que solicitaron nuestra participación, se verificaron procesos dinámicos, pero de corta duración, observándose su disolución en el tiempo. A nivel universal, creo que nuestra concepción de la Economía Humana y del Desarrollo Integral ha tenido alguna importante difusión, especialmente por su aceptación en la Enseñanza Social de la Iglesia”.

Me atreví a opinar: – Creo entender las razones de esos resultados dispares. Por lo que he entendido y en parte conozco, a nivel local ustedes lograron implicar a las personas, familias y comunidades, activando sus energías propias, y en procesos sostenidos en el tiempo.

 

Desarrollo en comunidad

 

En cambio, a nivel de los países, sus equipos actuaron en apoyo a los gobiernos, y la intervención se realizaba preponderantemente desde arriba, sin involucrar mayormente a la población.

A fin de cuentas, el Estado y los gobiernos actúan siempre como Estados y gobiernos, sujetos a presiones e intereses políticos y económicos mayores, al tiempo que la gente desconfía, con razón, de sus planes e intervenciones.

Puede ser como dice, señor” – replicó Lebret. “En más de una ocasión llegué a pensar que nuestros esfuerzos se perdían debido a que no lográbamos generar los cambios de mentalidad y de conducta necesarios para el éxito de una economía al servicio del hombre y de la sociedad, y no del capital y del Estado.

En último término, el problema de construir una economía humana es técnico y es espiritual. Quien no lo considere bajo ambos aspectos, se asegurará de no solucionarlo.

Por eso centraba mis esfuerzos en la formación de los agentes de desarrollo, que debían ser versados en la doctrina y en la metodología, pero intentando que, además, fueran movidos por un ‘amor inteligente’.

Pues la inteligencia sin amor conduce a un duro elitismo tecnocrático, mientras que el amor sin inteligencia produce ineficiencias y desorden”.

Habiendo concluido Lebret con estas advertencias, el Maestro lo despidió inclinando respetuosamente la cabeza.

Lo imité, y me quedé observando elevarse, agitado por el viento, el hábito blanco del fraile-economista, hasta que desapareció confundido con las nubes igualmente blancas y radiantes.

Enseguida nos acercamos al hombre que se había presentado como Arizmendi, quien todavía mantenía apoyada en su mano la bicicleta en la que había llegado.

 

Luis Razeto

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