LA CUESTIÓN DE LA UNIFICACIÓN DEL CONOCIMIENTO - Luis Razeto

 

En relación al conocimiento la humanidad vive actualmente una paradoja: buscamos conocimientos porque comprender lo que somos, el sentido de la existencia y nuestro lugar en el mundo es propio de nuestra naturaleza. También los necesitamos para orientarnos en la realidad y tomar las decisiones más apropiadas. Sin embargo, mientras más avanzamos en el conocimiento de la realidad pareciera que menos sabemos quiénes somos, más nos encontramos desorientados y más nos cuesta tomar decisiones.

La explicación de la paradoja es simple: la realidad relevante para comprendernos, orientarnos y tomar decisiones es aquella que llegamos a conocer, y el avance del conocimiento nos pone frente a una realidad que se nos presenta crecientemente diversificada, multidimensional y compleja.

Como nunca hasta ahora en la historia humana, hoy se elaboran y producen y difunden y acumulan cantidades inmensas de conocimientos que versan sobre los más variados asuntos, aspectos y campos de la realidad. Muchos millones de personas y cientos de miles de centros de estudio e investigación están dedicados a investigar la realidad y a generar informaciones, teorías y conocimientos científicos y filosóficos. Se habla cada vez con mayor insistencia de que estamos entrando, o que ya nos encontramos inmersos, en una fase de la historia humana que se describe como la 'sociedad del conocimiento'.

Y sin embargo, como nunca antes en la historia, las personas y los agrupamientos sociales, en realidad la humanidad entera, nos encontramos desorientados y sin respuestas frente a las preguntas fundamentales, tal vez las más simples pero también las más cruciales y profundas que podamos formular. Preguntas relativas al significado de la vida, al sentido de la historia, a la dirección en que se orientan los procesos evolutivos, a qué sea la realidad, de dónde viene, hacia dónde va, si existe realmente Dios y qué significa ello para nosotros, cuáles sean los fines hacia los cuáles orientar nuestras acciones, si acaso podemos alcanzar la verdad, si disponemos realmente de libertad y albedrío, si existen la verdad, el bien y los valores morales, si hay otra vida después de la muerte, si podemos evolucionar hacia formas superiores de existencia, y otras de similar envergadura.

Ante tales preguntas acuciantes los seres humanos no se esforzaron mayormente en el pasado en buscarles respuestas experienciales y racionales, porque se satisfacían con las creencias que les proporcionaban los mitos y las religiones. Cuando ahora esas creencias han dejado de satisfacerles, es el momento en que se constituyen en preguntas que debemos responder con los recursos cognitivos que nos provee nuestra inteligencia natural. Podemos decir, en tal sentido, que este desafío y esta tarea cognitiva que se presenta ahora ante el ser humano, es un nuevo paso en el proceso cognitivo que la realidad evolucionante requiere y pretende dar en esta fase de su evolución, por intermedio nuestro.

Conviene, pues, poner la cuestión en perspectiva histórica. Todas las civilizaciones humanas se han fundado sobre algún conjunto coherente de respuestas a estas preguntas fundamentales, porque es en base a las respuestas que se dan a ellas que se establecen los fines y objetivos que orientan la vida de los individuos y de la sociedad. Los comportamientos y las decisiones, los modos de pensar y de sentir, las formas de relacionarse y de actuar, los modos de organizarse, de vivir y desarrollarse, se configuran tanto a nivel individual como colectivo, alrededor de esas creencias y convicciones. Y todas las civilizaciones que ha habido en la historia han comenzado a declinar y entrar en crisis y descomposición, cuando las respuestas que ofrecían para esas preguntas fundamentales han perdido credibilidad y han dejado de convencer y guiar a las personas y a las sociedades, que en consecuencia se desorientan y desconciertan. Es lo que está sucediendo actualmente en la civilización moderna.

Las antiguas certezas sobre todas y cada una de esas preguntas esenciales han sido cuestionadas y se han venido desvaneciendo, como consecuencia del avance multiforme, vertiginoso y apasionante que han experimentado las ciencias y las diversas formas de investigación y conocimiento de la realidad. En efecto, los sorprendentes y notables conocimientos que se han generado en tales procesos, critican y desacreditan las respuestas mitológicas y religiosas, pero no están proporcionando nuevas y convincentes respuestas que reemplacen a las antiguas creencias sobre aquellas preguntas fundamentales.

Lo que está ocurriendo es una multiplicación exponencial de informaciones y conocimientos formulados con rigurosidad y exactitud científica y matemática, que versan sobre tópicos cada vez más particulares y pormenorizados. De allí se genera una fragmentación del saber que nos desorienta, porque no logramos articular en base a esa multitud de informaciones alguna visión de conjunto sobre la realidad, que nos habilite para pensar y responder a nuestras preguntas esenciales. Pues lo que se requiere para responder a ellas es disponer de un saber comprensivo de la totalidad. En efecto, ninguna de esas preguntas las podemos responder desde informaciones y conocimientos particulares, porque cada una de ellas interroga sobre nexos que relacionan la experiencia humana con la totalidad del ser real.

Pero es igualmente claro que no podríamos alcanzar verdades seguras y convincentes sobre esas cuestiones fundamentales, si prescindiéramos de los conocimientos particulares que nos proporcionan las ciencias, por muy fragmentarias que sean sus investigaciones y aportes. Pues tales conocimientos particulares conforman, en su conjunto, gran parte de lo que sabemos hoy sobre la realidad. Es por ello que la única vía que pudiera tal vez conducirnos a encontrar respuestas a aquellas preguntas esenciales, sería una que nos aproxime a un conocimiento comprensivo de la realidad a partir de los conocimientos particulares que tenemos, implicando ello alcanzar algún nivel de unificación del conocimiento en general.

Detengámonos un momento a observar el proceso histórico del conocimiento humano que nos ha llevado a la situación presente. No lo examinemos en términos de las verdades o errores cognitivos en que puedan haber incurrido unos u otros filósofos o científicos, sino considerando que dicho proceso cognitivo es parte de la evolución de la realidad que busca conocerse a sí misma mediante los sujetos que ha generado evolutivamente.

Una teoría comprensiva de la realidad es lo que se propuso inicialmente - y lo que ha perseguido siempre - aquella forma de pensar que fue llamada 'filosofía'. Con esa intención comenzó formulando el concepto más general posible, que abarca la realidad completa: el concepto de 'ser'. El comienzo de la búsqueda de una teoría comprensiva de la realidad fue el concepto del todo, del ser como totalidad.

A medida que se intentó indagar y profundizar los contenidos de este concepto, los filósofos se apercibieron de que no podían continuar sino reconociendo la diversidad y multiplicidad de las cosas que componen el ser. Desde la totalidad debía avanzarse, entonces, hacia el conocimiento de las partes, de los componentes del ser; pero como se había partido del 'ser en general', para acceder a sus partes y componentes se procedía deductivamente, mediante el análisis racional. Pero al proceder de este modo deductivo, lo que la filosofía encontraba en las partes o componentes de la realidad, era lo que en general ya había establecido como propio de la totalidad de lo real, con lo cual determinó a todos y cada uno de sus componentes como 'seres' o 'entes' particulares.

E indagando en ellos, buscando siempre lo que es común a todos los 'seres', la filosofía elaboró cognitivamente las determinaciones formales universales que pueden descubrirse en cada 'ente' y en todos los seres: las determinaciones de permanencia y cambio, esencia y existencia, contenido y forma, acto y potencia, sustancia y accidente, causa y efecto, cualidad y cantidad, tiempo y espacio, unidad y relación, verdad, bondad y belleza, interior y exterior, etc.

Habiendo dado todo lo que podía, agotada en lo esencial esa línea de búsqueda filosófica de comprensión de la realidad como 'un ser general compuesto de entes particulares', el conocimiento humano ha procedido después, en una tendencia que se ha venido acentuando en la época moderna, al conocimiento específico y particular de las realidades diversas, partiendo no ya del 'ser en general', sino del reconocimiento empírico de la diversidad de lo real, de la multiplicidad de las informaciones que proporcionan los sentidos, a las cuales aplica el procedimiento racional analítico inductivo. En base a este proceder se ha formulado el que conocemos como conocimiento ‘científico’.

De esta manera desapareció en el horizonte de la cognición el concepto del 'ser en general' y del 'ser' o 'ente' como algo que se descubre común a todo lo que pueda conocerse, pues mediante este nuevo modo del conocimiento que fue llamado 'ciencia', no parece haber acceso al conocimiento de la totalidad, ni a lo que pueda ser común a todo lo existente. Así, en la época moderna quedó abandonada la búsqueda de un conocimiento integral y unificado de la realidad.

En efecto, con el nuevo proceder cognitivo surgieron y se constituyeron las ciencias física y química para conocer específicamente las estructuras y dinámicas de la realidad física; las ciencias biológicas para conocer las realidades vivientes; las ciencias de la conciencia, humanas y sociales, para conocer las realidades que presentan una dimención subjetiva. La distinción entre estos tres 'órdenes' de la realidad - materia, vida y conciencia - se ha ido estableciendo como consecuencia de la diferenciación de las ciencias que las estudian separadamente.

Avanzando con sus métodos y conceptos particulares, estas ciencias han procedido en la dirección de especializarse crecientemente en aspectos y partes cada vez más singulares, en un proceso de progresiva diferenciación disciplinaria. Y en este proceso cognitivo se ha venido dando una inaudita acumulación de informaciones, conceptos, hipótesis y teorías diversas y diferenciadas, múltiples y plurales, dispersas y de variados niveles, dando lugar a una visión de la realidad que parece cada vez más difícil de integrar, sintetizar y unificar.

Sin embargo, cuando parecía haberse llegado al máximo de la especialización y diferenciación del conocimiento científico, y tal vez por ello mismo, reapareció desde el propio ámbito de las ciencias la necesidad y la intención de integrar el conocimiento en alguna ciencia unificada, que diera cuenta de las estructuras y procesos que constituyen las realidades física, biológica y consciente.

Expresión de esta búsqueda de integración del conocimiento fue la formulación, en la primera mitad del siglo XX, de algunas teorías que tienen la pretensión de aplicarse a toda la realidad, cualquiera sea su orden e independientemente de la disciplina que la estudie. Entre dichos intentos de unificación de las ciencias destacan la ‘teoría de sistemas’ y el ‘positivismo lógico’; pero ellos son solamente propuestas metodológicas de unificación, que en sí mismas no integran los conocimientos específicos de las distintas ciencias. Ellas se refieren a las lógicas de la investigación, a las formas que han de tener los enunciados científicos, a los procedimientos analíticos que puedan ser aceptados como científicos, y a los criterios de validación de los conocimientos.

En realidad, los conceptos básicos de tales propuestas se mantienen en el ámbito formal del conocimiento, sin entrar a relacionar e integrar los contenidos de los diferentes saberes y disciplinas científicas. De todos modos, la teoría sistémica y el positivismo lógico constituyen hitos importantes de una búsqueda intelectual orientada a satisfacer la necesidad de avanzar hacia una comprensión de la realidad en su conjunto, en un proceso de unificación del conocimiento logrado hasta el presente.

Esta necesidad adquiere hoy una intensidad particular, y se presenta como la gran tarea científica y filosófica del presente, precisamente como consecuencia de la extraordinaria y acentuada especialización del conocimiento, cuya riqueza y multiplicidad de informaciones, conceptos y teorías cada vez más precisos y rigurosos sobre las realidades particulares, dificultan crecientemente obtener una visión y comprensión de la realidad en su conjunto. Visión y comprensión de conjunto que, como vimos, es fundamental para abordar las interrogantes esenciales que nos planteamos los seres humanos.

Resurge así el antiguo problema filosófico, el de la comprensión de la realidad como un todo; pero esta vez no como el punto de partida de una búsqueda intelectual que procede deductivamente, ni como un esfuerzo por identificar una lógica común a todas las ciencias, sino como una meta a la que se ha de llegar a partir de los conocimientos propios alcanzados por las diferentes disciplinas científicas.

El conocimiento de la realidad en su conjunto se está buscando en la dirección de alcanzar una síntesis de la multiplicidad y diversidad de las dimensiones y partes - ya parcialmente conocidas en su singularidad - de una realidad reconocida como infinitamente diferenciada y compleja. Se trata de fundar y establecer un camino de unificación del conocimiento a partir de su prácticamente infinita diversidad y complejidad. En tal sentido, los conceptos de 'sistema' y de ‘complejidad’ tal vez pudieran ser recuperados y ocupar un lugar importante.

La intuición que guía nuestra propuesta de integración del conocimiento de la realidad, es que tendremos que proceder a una suerte de nueva 'revolución copernicana', a un cambio radical en la óptica y perspectiva en que las ciencias buscan la explicación de los procesos reales.

En efecto, lo que han hecho las ciencias es retrotraer la mirada hacia lo infinitamente pequeño, esto es, hacia los componentes más pequeños e irreductibles de la materia, y retroceder en el tiempo hacia los orígenes del universo. La explicación de cualquier hecho o fenómeno se ha buscado en términos de un proceso en donde las realidades complejas se explicarían desde sus elementos componentes más simples, o en que lo complejo no sería sino el resultado de la progresiva organización de componentes elementales o más simples.

Coherentemente con ello, la explicación se ha buscado en el pasado, atendiendo al hecho que el proceso organizativo se ha verificado en el tiempo, desde lo menos organizado que va dando progresivamente lugar a los fenómenos más organizados.

Siguiendo esos caminos, la unificación del conocimiento se lograría cuando se hayan identificado los componentes últimos de toda la materia, e identificado la energía primordial que determinaría en primera instancia y desde sus orígenes, todos los movimientos y procesos reales. La clave de la explicación última se encontraría en los instantes iniciales del universo, donde el todo se encontraba en su estado más simple y de menor despliegue de sus componentes.

Dichos caminos de búsqueda no son en absoluto irrelevantes; al contrario, aportan conocimientos necesarios, y en particular, proporcionan información y conocimientos que han de ser integrados en una visión comprensiva de la realidad. Pero ésta, la visión comprensiva e integradora, no puede encontrarse en la dirección de aquella búsqueda de lo más simple y de lo primordial, toda vez que por ella no nos orientamos en la perspectiva del todo (cuya complejidad como realidad empírica, consciente, racional y tal vez espiritual se ha manifestado progresivamente), sino precisamente de las partes más elementales, o bien del todo pero en su momento de menor diferenciación. Así, en vez de conducirnos a observar la realidad desplegada en su globalidad, nos proporciona una visión de ella en su estado de mínima diferenciación.

Nuestra idea central es que debemos recorrer el camino a la inversa, asumiendo que es desde el todo que se entienden las partes, y que es la realidad desplegada en su máxima diferenciación y complejidad la que permite comprender el camino que ha conducido a ella.

Es en esta dirección que proponemos un conjunto de proposiciones orientadas a fundar la posibilidad de unificación del conocimiento, o dicho de otro modo, orientadas a establecer los fundamentos teóricos y epistemológicos de la que pudiera ser una teoría comprensiva de la realidad. Una teoría ‘comprensiva’ en el doble sentido del término ‘comprender’: en cuanto capaz de entender y concebir racionalmente la realidad, y en cuanto incluya e integre toda la riqueza, diversidad y complejidad de lo que se conoce.

Ahora bien, si de lo que se trata es de la unificación del conocimiento humano, la pretensión debe ir más allá de los contenidos y enunciados proporcionados por las ciencias positivas. Por de pronto, debiéramos también recuperar de la filosofía aquellos conocimientos que podamos reconocer en ella como verdaderos. E incluso debemos estar abiertos a examinar aquellos saberes y aquellas experiencias cognitivas configuradas por vías no específicamente racionales (aunque no por ello incoherentes) que nos ofrecen la poesía y las artes; como también las búsquedas espirituales, en todo lo que de ellas podamos recoger e integrar en una visión comprensiva, persiguiendo la coherencia entre todos los contenidos proporcionados por las distintas fuentes y formas del conocimiento.

Esto plantea un desafío aún más difícil y complejo que el de unificar disciplinas científicas en curso de creciente especialización. Y es que esos distintos saberes que podemos diferenciar por sus orígenes y por sus fuentes - el conocimiento empírico, el conocimiento fenomenológico y autoconsciente, el conocimiento racional y (eventualmente) el conocimiento espiritual -, se constituyen mediante el operar de diferentes órganos y facultades cognitivas que tenemos los seres humanos, y al formularse adquieren distintas estructuras formales y distintos niveles de validez. En consecuencia, una teoría comprensiva de la realidad debiera ser capaz de integrar los conocimientos provenientes de estas distintas fuentes, y tener además la capacidad de explicar la naturaleza y la razón de que existan esas diferentes estructuras cognitivas.

La tarea que nos hemos planteado parece ser, pues, de extrema dificultad y complejidad. Tan difícil y compleja que sólo el atreverse a emprenderla suscita en muchos un juicio crítico y un rechazo del hecho mismo de proponérnosla. Pero ello no es más que un prejuicio, y las proposiciones que formularemos – cuya simplicidad, claridad y distinción pudieran sorprendernos - requerirán ser juzgadas una a una y en su propio mérito.

 

Luis Razeto

 

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