DEL HOMBRE SALDRÁ EL TEMPLO - Antoine De Saint-Exúpery

DEL HOMBRE SALDRÁ EL TEMPLO

Se me planteó el litigio de que yo no podía conducir mi pueblo a la luz de las verdades, sino a través de actos, no mediante palabras. Porque la vida importa construirla como un templo a fin de que muestre un rostro. ¿Y qué harías con días todos iguales como piedras bien alineadas? Pero dices, cuando te miras ya viejo:

«He deseado la fiesta de mis padres, he enseñado a mis hijos, después les he dado esposas, después a algunos, que Dios volvió a llevarse una vez edificados -pues obra de tal manera por su gloria-, los enterré piadosamente» .

Porque sucede contigo lo que con el grano maravilloso que la tierra eleva al rango de cántico y ofrece al sol. Luego ese trigo tú lo elevas al rango de luz en la mirada de la amada que te sonríe, después ella te forma las palabras de la plegaria recitada en la noche. Y soy aquél que marcha lentamente, esparciendo el trigo bajo las estrellas, y no puedo medir mi papel si permanezco demasiado miope. De la semilla saldrá la espiga, la espiga se transformará en carne del hombre, y del hombre saldrá el templo para la gloria de Dios. Y podré decir de ese trigo que tiene el poder de juntar las piedras.

Para que la tierra se haga basílica basta una semilla alada a merced de los vientos.

(Nota 181)

 

NADA ES LA SIMIENTE AUN NO EXPRESADA

El grano podría completarse y decirse: «¡Cuán bello soy y potente y vigoroso! Soy cedro. Mejor aún, soy cedro en su esencia» .

Pero yo, yo digo que él no es nada todavía. Es vehículo, vía y pasaje. Es operador. ¡Que me haga su operación! Que conduzca lentamente la tierra hacia el árbol. Que instale el cedro para gloria de Dios. Entonces lo juzgaré por su ramaje.

Pero lo mismo se consideran ellos. «Yo soy tal o cual». Se creen provisión de maravillas. Hay en ellos una puerta sobre tesoros muy bien compuestos. Basta descubrirla a tientas. Y te abastecen el azar de sus eructos en poemas. Pero tú les oyes eructar sin conmoverte.

Así el hechicero de la tribu negra. Junta al azar y con visos de entendido, un material íntegro de hierbas, de ingredientes y de órganos raros. Te lo remueve todo en su gran sopera, en noche sin luna. Pronuncia palabras y palabras y palabras. Espera que de su cocina emane un poder invisible que derribará tu armada, la que está en marcha hacia su guarida. Pero nada se manifiesta. Y él recomienza. Y cambia las palabras. Y cambia las hierbas. Y, ciertamente, no se engañaba en la ambición de su deseo. Porque yo he visto la pasta de madera mezclada con negruzco licor derrocar los imperios: Se trataba de mi carta que, decidía la guerra. He conocido la sopera de la que salía la victoria: En ella se amasaba la pólvora. He oído el débil temblor del aire, brotado de un simple pecho, abrasar a mi pueblo, poco a poco, a la manera de un incendio. Alguno predicaba la revuelta. He conocido también piedras convenientemente dispuestas que abrían una nave de silencio.

Pero nunca he visto salir nada de los materiales de azar si no encontraban en algún espíritu de hombre su medida común. Y si el poema puede conmoverme, ningún conjunto de caracteres salido del desorden de un juego de niños me ha arrancado nunca lágrimas. Porque nada es la simiente no expresada que pretende hacer admirar el árbol en cuya ascensión no se ha empleado.

Ciertamente, tú aspiras a Dios. Pero de lo que puedes llegar a ser no deduzcas de ningún modo lo que eres. Tus eructos no entusiasman a nadie. Cuando arde el mediodía, la semilla, aún siendo de cedro, no me vierte sombra.

(De la Nota 183)

 

TE CONSTRIÑO A CONSTRUIR EN TI UNA CASA

No encontrarás la paz si no transformas nada según tú mismo. Si no te haces vehículo, vía y acarreo. Entonces solamente circula la sangre en el imperio. Pero te quieres considerado y honrado por ti mismo. Y pretendes arrancar al mundo algo que pueda tomarse y sea para ti. Y nada encontrarás pues nada eres. Y arrojas tus objetos en desorden en la fosa de los desperdicios.

Te esperabas la aparición venida de afuera, como un arcángel que se te hubiera reunido. ¿Y en qué hubieras aprovechado su visita más que la del vecino?

Pero, al observar que no son los mismos el que marcha hacia el niño enfermo, el que marcha hacia la bien amada, el que marcha hacia la casa vacía, aunque en el instante parezcan semejantes, me hago cita u orilla, a través de las cosas que son, y todo cambia. Me hago trigo más allá del trabajo, hombre más allá del niño, fuente más allá del desierto, diamante más allá del sudor.

Te constriño a construir en ti una casa.

Hecha la casa, llegará el habitante que queme tu corazón.

(De la Nota 188)