SI YO DOY MÁS, RECIBO MÁS - Antoine De Saint-Exúpery

SI YO DOY MÁS, RECIBO MÁS

Aquél exige reconocimiento: hizo por ellos esto o lo otro… pero no hay tampoco don cosechado y provisión hecha. Tu don es circulación de uno a otro. Si no das más, nada diste. Me dirás: « Fui meritorio ayer y conservo el beneficio» . Y contestaré: « ¡No! Habrías muerto con ese mérito si hubieses muerto ayer, ciertamente; pero no has muerto ayer. Sólo cuenta en qué te has transmutado a la hora de la muerte. Del generoso que ayer eras, extrajiste de ti este mezquino de hoy. El que muera será mezquindad» .

Eres raíz de un árbol que vive de ti. Estás ligado al árbol. Se ha tornado tu deber. Pero la raíz dice: « ¡Demasiada savia expedí!» . El árbol entonces muere.

¿Puede jactarse la raíz de merecer el reconocimiento del muerto?

Si el centinela se cansa de vigilar el horizonte y se duerme, la ciudad muere. No hay provisión de rondas ya cumplidas. No hay provisión de latidos reservados por tu corazón en algún lugar. Hasta tu granero no es provisión. Es escala. Y labras la tierra al mismo tiempo que la saqueas. Pero en todo te equivocas. Te imaginas descansar de la creación por el acopio de objetos creados en el museo.

(...) Aquél habla en nombre de su pasado. Me dice: « Soy el que…» . Acepto pues honrarlo a condición de que esté muerto. Pero, del único verdadero geómetra, mi amigo, nunca escuché que se vanagloriase de sus triángulos. Era servidor de triángulos y jardinero de un jardín de signos. Una noche en que le decía: « Estás orgulloso de tu trabajo, diste mucho a los hombres…» . Se calló primeramente, luego me contestó:

(...) ”¿Qué di a los hombres? Soy uno de ellos. Soy su parte de meditación sobre los triángulos. Los hombres a través de mí meditaron sobre los triángulos. A través de ellos cada día comí yo mi pan. Y bebí la leche de sus cabras. Y me calcé con el cuero de sus bueyes.

Yo doy a los hombres; pero recibo todo de los hombres. ¿En qué reside la precedencia de uno sobre el otro? Si yo doy más, recibo más. Me hago de un imperio más noble.

(De la Nota 196)

 

ME IMPORTAN POCO LOS ERRORES QUE ME REPROCHAS

Me sirves cuando me ordenas. Ciertamente me equivoqué al describir el país entrevisto. Situé mal ese río y olvidé aquel pueblo. Vienes pues, triunfando ruidosamente, a contradecirme en mis errores. Y yo apruebo tu trabajo. ¿Tengo tiempo de medir todo, de denominar todo? Me interesaba que juzgases el mundo desde la montaña que elegí. Te apasionas en ese trabajo, vas más lejos que yo en mi dirección. Me sostienes donde yo estaba flojo. Estoy satisfecho.

Pero te equivocas sobre mi diligencia cuando crees negarme. Eres de la raza de los lógicos, de los historiadores y de los críticos, los cuales discuten los materiales del rostro y no conocen el rostro. ¿Qué me importan los textos de la ley y las ordenanzas particulares? Te corresponde a ti inventarlos. Si deseo fundar en ti la pendiente hacia el mar, describo el navío en movimiento, las noches estrelladas y el imperio que se erige una isla en el mar por el milagro de los olores. Llega la mañana, -te digo-, en que entras sin que nada cambie para los ojos de un mundo habitado. La isla aún invisible, como un cesto de especias, instala su mercado sobre el mar. Encuentras a tus marineros, no ya hirsutos y duros, sino ardientes, y ellos mismos ignoran por qué, con tiernas codicias.

Porque se piensa en la campana antes de oírla tañir, la tosca conciencia exige mucho ruido cuando ya los oídos están informados. Y heme aquí feliz ya, cuando voy hacia el jardín, en el linde del clima de las rosas… Por eso sientes en el mar, según los vientos, el gusto del amor, o del reposo, o de la muerte.

Pero tú continuaste. El navío que describí no es a prueba de tempestades e interesa modificarlo según tal o cual detalle. Y yo apruebo. ¡Cámbialo pues!

Nada tengo que conocer de tablas y clavos. Me niegas las especies que he prometido. Tu ciencia me demuestra que serán otras. Y yo apruebo. Nada tengo que conocer de tus problemas de botánico. Sólo me importa que construyas un navío y me recojas de las islas lejanas al espacio de los mares. Navegarás, pues, para contradecirme. Me contradecirás. Respetaré tu triunfo, Pero lentamente, en el silencio de mi amor, iré después de tu regreso a visitar las callejuelas del puerto.

Construido por el ceremonial de las velas izadas, de las estrellas leídas y del puente lavado en profusión de agua, habrás vuelto, y, desde la sombra en que estaré, oiré que cantas a tus hijos, para que naveguen, el cántico de la isla que instala su mercado sobre el mar. Y me volveré satisfecho.

Tú no puedes esperar ni sorprenderme en falta, ni negarme verdaderamente en lo esencial. Soy fuente y no consecuencia. ¿Pretendes demostrar al escultor que debió esculpir tal rostro de mujer y no tal busto de guerrero? Toleras la mujer o el guerrero. Están, frente a ti, simplemente. Si yo me vuelvo hacia las estrellas no extraño el mar. Pienso estrellas. Cuando creo, poco me sorprende tu resistencia; pues tomé tus materiales para construir otro rostro. Al principio protestarás. Esta piedra, me dirás, es de una frente y no de un hombro. Es posible, te contestaré. Así era. Esta piedra, me dirás, es de una nariz y no de una oreja. Es posible, te contestaré. Así era. Esos ojos, me dirás… Pero a fuerza de contradecirme y de retroceder y de avanzar y de inclinarte a derecha e izquierda para criticar mis operaciones, llegará el instante en que aparecerá con su luz propia la unidad de mi creación, tal rostro y no otro. Entonces el silencio se hará en ti.

Me importan poco los errores que me reprochas. La verdad reside más allá. Las palabras la visten mal y cada una de ellas es criticable. La enfermedad de mi lenguaje me ha hecho contradecir con frecuencia. Pero no me engañé. No he confundido la celada y la captura. Es la común medida de los elementos de la celada. La lógica no anuda los materiales, sino el mismo dios al que juntamente sirven. Mis palabras son torpes y de apariencia incoherente: no yo en el centro de ellas. Yo soy, simplemente. Si he vestido un cuerpo verdadero, no debo preocuparme por la verdad de los pliegues de la túnica. Cuando la mujer es bella, al andar, los pliegues se destruyen y se rehacen; pero forzosamente se corresponden unos con otros.

No conozco lógica en los pliegues de la túnica. Pero éstos, y no otros, hacen latir mi corazón y me despiertan el deseo.

(De la Nota 201)