TEORÍA ECONÓMICA DEL CONSUMO, LAS NECESIDADES Y LA FELICIDAD

Autor
Luis Razeto Migliaro
ISBN
9798607702885

 

 

Teoría económica del consumo

 

Título: Teoría económica del consumo, las necesidades y la felicidad

Autor: Luis Razeto Migliaro

Editorial Univérsitas Nueva Civilización

Santiago de Chile, 2020

Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin el consentimiento explícito del autor.

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TEORÍA ECONÓMICA DEL CONSUMO, LAS NECESIDADES Y LA FELICIDAD


LUIS RAZETO MIGLIARO

 

ÍNDICE

 

CONSUMIR BIEN PARA SER MÁS Y VIVIR MEJOR


PRESENTACIÓN. 


Primera Parte. TEORÍA ECONÓMICA COMPRENSIVA DEL CONSUMO: LA SATISFACCIÓN DE LAS NECESIDADES Y LA UTILIZACIÓN DE LOS PRODUCTOS

 

I.- ¿QUÉ ES EL CONSUMO? 

II. ¿QUÉ SON LAS NECESIDADES? 

III. LA RELACIÓN ENTRE LAS NECESIDADES Y LOS PRODUCTOS.

IV. LOS MODOS DE CONSUMIR.

V. LOS FINES RACIONALES DEL CONSUMO Y SU OPTIMIZACIÓN.

VI. DISTINTAS RACIONALIDADES DEL CONSUMO. 

VII. EL NEXO ENTRE EL CONSUMO, EL AHORRO Y LA INVERSIÓN. 

 

Segunda Parte. EL CONSUMO EN LA SOCIEDAD MODERNA.

DISTORSIONES DEL CONSUMO Y PROCESOS ORIENTADOS A SU PERFECCIONAMIENTO.


VIII. UNA DEFICIENTE CALIDAD DE VIDA QUE CONTINÚA DETERIORÁNDOSE. 

IX. LA COORDINACIÓN DE DECISIONES PARA EL PERFECCIONAMIENTO DEL CONSUMO. 

X. EL CONSUMO Y LA SUPERACIÓN DE LA POBREZA. 

XI. EL CONSUMO Y LA RECUPERACIÓN DEL MEDIO AMBIENTE. 

XII. EL CONSUMO ORIENTADO AL DESARROLLO HUMANO INTEGRAL. 

XIII. EL APORTE DEL SECTOR SOLIDARIO EN EL DESARROLLO Y PERFECCIONAMIENTO DEL CONSUMO. 

XIV. EL CONSUMO, LA SUSTENTABILIDAD ECONÓMICA Y EL FUTURO DE LA HUMANIDAD. 


Tercera Parte. EL CONSUMIDOR MODERNO, LA ÉTICA Y LA CUESTIÓN DE LA NATURALEZA HUMANA


XV. LA NATURALEZA HUMANA “ESENCIAL” Y LA “SEGUNDA NATURALEZA” CONSTRUIDA SOCIALMENTE. 

XVI. LA ÉTICA Y LA NATURALEZA HUMANA. 

XVII. FUNCIONES DE LA EDUCACIÓN Y DE LA LEY. 


PROYECCIÓN: DESDE EL BUEN CONSUMO HACIA UNA NUEVA CIVILIZACIÓN. 



PRESENTACIÓN


Todos somos consumidores. Todos pasamos gran parte de nuestras vidas consumiendo unos y otros bienes, unos y otros servicios. Consumir es, casi siempre, una actividad placentera. Mediante el consumo satisfacemos gran parte de nuestras necesidades y de nuestros deseos. Consumiendo progresamos y obtenemos bienestar.

Consumir es algo que hacemos tan naturalmente, y en la mayoría de los casos es algo tan fácil de realizar, que no se nos ocurre que sea necesaria una ciencia compleja que nos enseñe a consumir bien. Y, sin embargo, el buen consumo, la mejor satisfacción de nuestras necesidades y deseos, la realización de nuestro bienestar y progreso, y en medida importante nuestra felicidad personal, dependen de un conjunto organizado de conocimientos que constituyen una verdadera ciencia del consumo.

Al revés, no saber consumir bien es causa de muchas dificultades, enfermedades y desgracias que sufrimos en nuestras vidas.

Y no es solamente nuestro bienestar y malestar personal lo que depende en gran medida del consumo, sino que también el bienestar social y el malestar social. La mejor o peor integración y organización de la sociedad, incluso el futuro de la humanidad y de la vida en la Tierra, dependen de que aprendamos, individual y socialmente, a consumir bien.

Un problema es que esa ciencia compleja del consumo que necesitamos, casi no existe, porque si bien el consumo es parte del circuito económico, los economistas poco y mal —como veremos— se han interesado en elaborar esta parte de su ciencia.

El objetivo de esta obra es superar esa carencia mediante la elaboración de una Teoría Comprensiva del Consumo, que es parte de la Teoría Comprensiva de la Economía en su complejidad y diversidad.

La ciencia del consumo nos abrirá, una nueva perspectiva para observar y estudiar el bienestar personal y social. Y con base en ella podremos realizar la más profunda crítica tanto del capitalismo como del estatismo que predominan actualmente en la sociedad.

En efecto, el mayor mal de la economía moderna consiste en estar organizada y dirigida en función del crecimiento de la producción y no del perfeccionamiento del consumo. Lo que importa es el crecimiento económico, el PIB, y todo se

orienta a incrementarlo, poniendo el consumo a la saga de tal objetivo principal. Ello comporta poner a los seres humanos con sus necesidades, aspiraciones y deseos, al servicio de la producción, y no ésta al servicio del ser humano.Es importante comprender que el consumismo, del cual tanto se habla y critica, y cuyas nocivas consecuencias sobre el medio ambiente son hoy conocidas por todos, es consecuencia de la subordinación estructural del consumo a la producción. Los inversionistas, productores y financiadores exacerban el consumo y lo fomentan de todos los modos posibles, buscando incrementar sus ganancias y la acumulación de capital, lo que supone crecimiento constante del PIB. Tras este objetivo se asocian estrechamente el capital y el Estado, porque también los ingresos del Estado dependen del crecimiento de la producción y del consumismo que la sostiene.

Ilustra muy bien esta idea la siguiente cita sobre la sobre-producción, que es un problema de los productores, no de los consumidores: “"Podemos comparar la Producción con una muchacha a la que persigue un amante apático, el Consumo; la distancia entre ellos es el aumento y acumulación de los stocks. Si esa distancia es demasiado grande, la Producción debe reducir el paso esperando que el Consumo la alcance; pero cuando la Producción acorta el paso, el Consumo lo acorta aún más, es decir, que la distancia no se reduce en la proporción que la Producción desea". (Kenneth E. Boulding. Principios de Política Económica).

Demostraremos que los seres humanos podríamos vivir mucho mejor si consumiéramos en función de nuestras verdaderas necesidades, aspiraciones y deseos en vez de hacerlo siguiendo las pautas que nos imponen el capital y el Estado.

Al capital y al Estado le producen beneficios, no la realización y felicidad de las personas, sino su insatisfacción permanente, que mueve al incremento de la producción y al consumismo. Por ejemplo, el aumento de la delincuencia conduce a incrementar la producción de protecciones y elementos de seguridad; con ello el capital incrementa sus ganancias y el Estado la recaudación de impuestos (además de ampliar su propio poder justitificado por ser el garante del orden público). Con más sistemas de protección, no necesariamente nuestro deseo de seguridad estará mejor satisfecho si al mismo tiempo se producen más armas y medios de agresión.

Es preciso comprender que ese consumismo que nos convierte en individuos ávidos de comprar y permanentemente insatisfechos e inseguros, es consecuencia de un sistema económico que, carente de todo humanismo y de toda ética, subordina el consumo humano a las exigencias de la producción.

Quien con la mayor desfachatez ilustró esta distorsión de la economía capitalista y estatista en que vivimos fue J. M. Keynes, que resume la esencia de su propuesta para incentivar la producción en un llamado al despilfarro y al comportamiento consumista: Cuando más virtuosos seamos, cuando más resueltamente frugales, y más obstinadamente ortodoxos en nuestras finanzas personales y nacionales, tanto más tendrán que descender nuestros ingresos cuando el interés suba relativamente a la eficiencia marginal del capital. La obstinación sólo puede acarrear un castigo y no una recompensa, porque el resultado es inevitable. Por tanto, después de todo, las tasas reales de ahorro y gasto totales no dependen de la precaución, la previsión, el cálculo, el mejoramiento, la independencia, la empresa, el orgullo o la avaricia. La virtud y el vicio no tienen nada que ver con ellos.(J.M. Keynes,Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, pág. 105).

Para ilustrar sus conceptos Keynes recurre a la fábula La Colmena Rumorosa o la Redención de los Bribones, de Bernard Mandeville: "Había una colmena que se parecía a una sociedad humana bien ordenada. No faltaban en ella ni los bribones, ni los malos médicos, ni los malos sacerdotes, ni los malos soldados, ni los malos ministros. Por descontado tenía una mala reina. Todos los días se cometían fraudes en esta colmena; y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. En suma, cada profesión y cada estamento, estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte. En efecto, los vicios de los particulares contribuían a la felicidad pública; y, de rechazo, la felicidad pública causaba el bienestar de los particulares. Pero se produjo un cambio en el espíritu de las abejas, que tuvieron la singular idea de no querer ya nada más que honradez y virtud. El amor exclusivo al bien se apoderó de los corazones, de donde se siguió muy pronto la ruina de toda la colmena. Como se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos. Como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y, de esta forma, no se necesitaron ya abogados ni jueces. Las abejas, que se volvieron económicas y moderadas, no gastaron ya nada más en lujos, no más arte, no más comercio. La desolación fue general.”

Esa economía del despilfarro y el consumismo, sin ética ni responsabilidad social ni ambiental, ha conducido a la sobre-producción y el consumismo, que ponen a los seres humanos al servicio del capital y del Estado, y que llevan a la insatisfacción personal y social permanente.

La única forma de salir de esta insensatez es que las personas, las familias y las comunidades recuperemos el control de nuestras vidas orientando el consumo hacia nuestra verdadera realización y felicidad. Ello supone una nueva comprensión del consumo y de la economía.


 

Primera Parte


TEORÍA ECONÓMICA COMPRENSIVA DEL CONSUMO

La satisfacción de las necesidades y la utilización de los productos.


 

I.- ¿QUÉ ES EL CONSUMO?


Importancia de la teoría del consumo.


El tema del consumo ha sido poco y mal estudiado por la ciencia económica, que lo entiende con un concepto restringido —como "gastos de consumo"—, que lo contrapone al ahorro y a la inversión. Los economistas se han interesado sólo en conocer el comportamiento de los consumidores en el mercado, centrándose en describir, calcular y explicar qué parte de sus ingresos destinan a comprar bienes y servicios; cómo responden ante las variaciones en los precios, la tasa de interés y otras variables; y cuáles son las preferencias que manifiestan en el mercado al gastar su dinero.

El consumo es, como veremos, mucho más que eso, y distinto de eso. Y su estudio es de la máxima importancia para la teoría y la práctica de la economía en su diversidad y complejidad, por ser la fase del circuito económico en que se cumplen sus fines últimos.

En efecto, todo lo que se produce y distribuye en la economía está destinado, en último término, a ser consumido en vistas de satisfacer las necesidades, aspiraciones y deseos de las personas. El consumo es, por esto, aquella fase en la que todo el proceso económico alcanza su cumplimiento y adquiere sentido.

Entonces, al descuidar esta dimensión esencial del consumo la economía deja de tener presente los fines que debe servir, y se concentra sólo en los medios, limitándose a ser una disciplina instrumental y pragmática, no obstante sus pretensiones de ser orientadora de las personas, de las empresas, de las instituciones e incluso de los Estados.

En los hechos la disciplina económica convencional orienta, pero lo hace sin saber hacia dónde caminar, como un guía ciego. Y si bien no es la ciencia económica quien deba determinar los fines y objetivos últimos de la vida humana, y ni siquiera de la economía misma, esta disciplina, en la medida en que estudie y comprenda el sentido y las formas del consumo, podría contribuir significativamente a un buen discernimiento de tan decisiva cuestión.

Comencemos, entonces, precisando qué es el consumo desde la óptica de la Teoría Económica Comprensiva.

Entendemos por consumo la utilización de los bienes y servicios en la satisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos de las personas. A través del consumo los bienes y servicios prestan aquella utilidad en función de la cual fueron producidos y distribuidos.

Hay ya en esta simple y bastante obvia definición una novedad decisiva, en cuanto nos dice que el consumo no se realiza cuando el consumidor compra un bien o servicio en el mercado, sino cuando lo utiliza y obtiene del bien o servicio el beneficio que espera.

Como todo proceso económico el consumo está constituido por conjuntos de actividades y relaciones. El consumo es él mismo una actividad económica, y su forma elemental es el acto de consumo. Puesto que el consumo considerado en general es un proceso complejo, es preciso comenzar su análisis por su forma simple.


El acto de consumo.


En el acto de consumo participan dos elementos: el sujeto que consume y el producto económico consumido.

De ambos, el elemento subjetivo es el principal, por ser el que realiza la actividad y en orden al cual el producto presta su utilidad. El sujeto es también el elemento activo del acto de consumir, que se constituye como su principio y su fin.

Sobre el producto – sea un bien, un servicio o un recurso — recae la actividad del sujeto, por lo que el producto puede considerarse como el elemento pasivo de la relación, y también como el medio a través del cual se cumple la satisfacción del sujeto.

Ambos elementos deben ser considerados por la teoría; pero no sólo ellos, sino también las relaciones que establecen y lo que les sucede en el acto del consumo.

Una primera cuestión teóricamente relevante es la identificación de los sujetos del consumo. Para ello es preciso observar quiénes utilizan bienes, servicios y recursos, efectuando los correspondientes actos de consumo.


Los sujetos del consumo.


En términos generales, sujetos del consumo son las personas naturales, las comunidades, los grupos sociales de cualquier tipo, las instituciones, las empresas, el Estado, o cualquier otra realidad humana, individual o social, que utilizando productos económicos satisface alguna necesidad, aspiración o deseo.

El consumo lo entendemos, pues, como una actividad esencialmente humana, y no reconocemos el carácter de acto de consumo a la actividad de una máquina que utiliza aceite y combustible, o de una planta que asimila fertilizantes y recibe insecticidas, o de un animal que se alimenta con productos envasados. Tales modos de utilización de los productos del trabajo humano son actos de consumo, pero sujetos de ellos no son la máquina, la planta o el animal sino los hombres que deciden que esos productos sean utilizados en esa forma, satisfaciendo así sus propias necesidades o deseos de poner en marcha las máquinas, de fertilizar las plantas y de alimentar a los animales.

Con ser siempre realidades humanas, los sujetos del consumo no son siempre personas o grupos individualizados. Las realidades humanas a veces tienen contornos indefinidos, presentándose como conglomerados carentes de identidad. Determinados productos son utilizados difusivamente y prestan servicios mediante una progresiva expansión de su radio de acción. Pensemos, por ejemplo, en el consumo que se efectúa a lo largo del tiempo, de un camino, de una obra cultural, de los servicios policiales, de un método de descontaminación atmosférica, etc.


El objeto del consumo.


Examinemos ahora el elemento objetivo del acto de consumo.

Objeto del consumo es, en términos generales, todo producto de la actividad económica, es decir, todos los bienes y servicios, materiales e inmateriales, tangibles e intangibles, elaborados en las unidades económicas a través de algún proceso productivo, y distribuidos en el mercado a través de algún circuito de relaciones económicas.

Con todo lo amplia que resulta, esta formulación del objeto del consumo puede dar lugar a una comprensión restrictiva si se descuidan algunos importantes aspectos.

Un peligro de reducción puede resultar del uso de la expresión "elemento objetivo" u "objeto" del consumo.

En la Teoría Económica Comprensiva siempre destacamos el carácter subjetivo de las realidades económicas. Este carácter subjetivo debemos reconocerlo también en los productos, porque son el resultado de la actividad en la cual las personas y comunidades de trabajo han "vaciado" e incorporado su subjetividad: sus conocimientos, su imaginación, su memoria, su voluntad, su fuerza, su sensibilidad y sus afectos. Los productos de algún modo son una combinación del trabajo, los conocimientos, la gestión, el financiamiento, los materiales y el grupo humano que participaron en su producción, de modo que en ellos queda recogida la subjetividad propia de factores que los elaboraron.

Cuando identificamos los productos como el "elemento objetivo" y como "objeto" del acto del consumo no aludimos a la naturaleza intrínseca de los productos mismos —recordemos que nos referimos tanto a los bienes materiales y tangibles como a los inmateriales e intangibles que los hombres crean para satisfacer sus necesidades espirituales, culturales, relacionales, etc.— sino que al hecho que en el acto del consumo y en el marco de las relaciones que éste implica, los productos son la parte pasiva de la relación, la que experimenta y sobre la cual recae la acción del sujeto que decide su consumo.


El consumo como proceso.


Debemos considerar, además, que los actos de consumo se encuentran encadenados, tanto en una secuencia temporal como en una articulación espacial, constituyendo un proceso de consumo complejo.

La "secuencia temporal" la identificamos cuando los bienes y servicios experimentan una serie de transformaciones sucesivas, en cada una de las cuales prestan total o parcialmente su utilidad y son consumidos. En efecto, los productos de la actividad económica a menudo son utilizados primero por unas personas y después por otras, en un encadenamiento de actos de consumo sucesivos.

Se da también una secuencia que podemos denominar "espacial", con ciertos tipos de bienes y servicios que son utilizados simultáneamente, de igual o similar manera, por una diversidad de sujetos, cada uno de los cuales no agota la utilidad del producto sino que lo deja disponible para que continúe satisfaciendo las necesidades y deseos de otros. Por ejemplo, un servicio de capacitación que es aprovechado por muchos estudiantes, o un film que es visto por numerosas personas.


El bien o servicio económico está configurado no solamente por esa parte del objeto del consumo que proporciona satisfacción directa a la necesidad o deseo del que efectúa el gasto, sino por todas sus diversas dimensiones y aspectos que tienen efectos sobre las necesidades y deseos humanos. Por ejemplo, son parte del consumo de combustible en los automóviles también los efectos que produce en los ciudadanos el anhídrido carbónico que contamina el ambiente. De hecho, tales dimensiones y aspectos son también consumidos, para bien o para mal, habiendo sido producidos junto a y como parte del bien o servicio en cuestión.

Identificados el sujeto y el objeto examinemos ahora lo que sucede en y con ellos a través del acto de consumo.

 

El consumo como transformación del producto.


Visto desde su elemento objetivo el acto del consumo es la última etapa del proceso de transformación que experimentan los bienes y servicios producidos, aquella en que dejan de ser lo que son y salen definitivamente del circuito económico, o bien se reintegran a éste bajo una forma diferente (como parte de un nuevo factor económico).

Los productos experimentan algo así como un ciclo vital por el cual atraviesan diferentes fases. La primera es aquella en que son elaborados o creados, y puede consistir en un único proceso de producción o en una secuencia de sucesivas transformaciones. La segunda fase la constituye el movimiento por el cual el producto llega a manos de quien lo ha demandado, y también puede darse en un solo momento o como una sucesión de desplazamientos y transferencias en las que pasa de un sujeto a otro hasta llegar al destinatario. La tercera fase es la del consumo, en que a través de un acto simple o de una secuencia de pequeñas transformaciones que se suceden en el tiempo, el producto deja de ser lo que es, se desintegra como tal o bien se modifica e incorpora a una realidad diferente. Consumido, o sea agotado, terminado, puede decirse que el producto ha cumplido su finalidad, que no era otra que entregar su utilidad a quienes lo han consumido.

Debe observarse, sin embargo, que la utilización de los productos asume muy variadas formas y modos dependiendo del tipo de bienes y servicios de que se trate, y de las necesidades que satisfagan. En algunos casos su utilización consiste simplemente en un "estar ahí" del objeto, que cumple su función por el sólo hecho de su presencia. Es el caso de un objeto decorativo que presta su utilidad al estar expuesto en un lugar, o de una cierta cantidad de riqueza que satisface necesidades de seguridad o deseos de prestigio social por el sólo hecho de que el sujeto las "tiene" y considera de su propiedad.

En otros casos la utilidad la proporciona el bien o servicio mediante un "hacer" algo, una acción particular por la cual produce efectos directos en la realidad. Es el caso de un servicio de asesoría, de un acto cultural o de un tratamiento adelgazante.

También puede obtenerse la utilidad del producto "haciéndose algo con él". Así sucede, por ejemplo, con los alimentos que han de ser comidos, o con una bicicleta cuya utilidad se da cuando se anda en ella, o con un libro que satisface necesidades en la medida que sea leído.

En fin, la utilidad puede ser proporcionada cuando el mismo bien o servicio "crece y se desarrolla", consistiendo su utilización en ese mismo crecer y desarrollarse. Tal es el caso de una relación social, de una situación de prestigio, de una organización cultural, de un proceso de aprendizaje, etc.

Estos y aun otros distintos modos de utilización de los productos suelen verificarse combinados entre sí, en el sentido de que los bienes prestan su utilidad (y sus varias utilidades) en la medida que estén ahí, que actúen, que se actúe en y con ellos, y que crezcan y desplieguen sus propias potencialidades. Lo importante es entender que hay tantos modos de utilización de los bienes y servicios como los tipos de ellos que existen, y como los modos de satisfacerse las necesidades y deseos de la gente.


El consumo como transformación del sujeto.

 

Visto ahora desde su elemento subjetivo, el acto de consumo es la satisfacción de una o varias necesidades o deseos por parte de los sujetos que lo efectúan.

La satisfacción del sujeto también puede ser un acto simple o un proceso complejo, presentar diferentes intensidades y tener distintos significados.

Por cierto, la transformación del sujeto no ha de entenderse necesariamente como una transformación física, resultante de la asimilación material de las energías e informaciones contenidas en los productos. Esto sucede sólo en algunas formas del consumo relativas a tipos particulares de bienes, como los alimentos y otros bienes materiales. Pero ya sabemos que bienes los hay de muchas clases, y que diferentes son también los modos de utilizarlos y las necesidades que satisfacen.

Deberá entenderse, pues, que en el acto de consumo, así como la transformación de los objetos se verifica según su manera de ser, así también la transformación de los sujetos se verifica a la manera de ser de estos. Efectos del consumo en el sujeto pueden ser una enfermedad, un cambio en la apariencia, un crecimiento personal, un despliegue de las propias capacidades, el establecimiento de nuevas relaciones sociales, una maduración cultural, etc.

Una mirada de conjunto sobre el acto de consumo nos lo muestra, en esencia, como un proceso de transformación, o más exactamente, como un doble proceso de transformaciones relacionadas que experimentan, concomitantemente, los sujetos que consumen y los bienes y servicios consumidos.

Así, el consumo puede ser entendido como un proceso de intercambio e interacción entre sujetos y productos a través del cual, por un lado unidades de energías e informaciones que están en los productos económicos son transferidas de algún modo (físico, simbólico, relacional, valórico, etc.) a los sujetos, y por otro lado ciertas energías e informaciones del sujeto recaen y son transferidas a los objetos del consumo. Son estos intercambios de energías e informaciones los que producen las transformaciones que experimentan tanto el sujeto como el objeto del consumo.

Se tendrá en cuenta que en estas interacciones lo que sale del objeto no es lo mismo que recibe el sujeto, y viceversa.

Estas transformaciones concomitantes e interrelacionadas las debemos ahora examinar más allá de la forma simple del acto de consumo, a nivel del proceso en su globalidad. Hacerlo significa ahondar varios conceptos que ya hemos expuesto, empezando por el de las necesidades, deseos y aspiraciones humanas.


 

II. ¿QUÉ SON LAS NECESIDADES?


Necesidades, aspiraciones y deseos.


El concepto de "necesidad" ha sido muy poco estudiado en la economía; pero ha sido objeto de importantes análisis psicológicos y de reflexiones filosóficas, existiendo estudios que contribuyen a comprender lo que los seres humanos necesitamos para vivir y desarrollarnos. De todas maneras, el concepto de "necesidad" nos resulta insuficiente para identificar las motivaciones e impulsos de donde surgen las demandas económicas, y por ello hemos preferido adoptar la expresión "necesidades, aspiraciones y deseos", con la que resumimos el conjunto de las motivaciones y fuerzas que nos llevan al consumo.

"Necesidad" es una noción estrechamente ligada a la de "carencias" y tiene una connotación de imperiosidad en la exigencia de satisfacción que no siempre tienen los requerimientos humanos de consumo. Por ello, y si bien el concepto de necesidad utilizado en economía engloba todas las otras motivaciones que explicitamos al agregarle las aspiraciones y deseos, preferimos formularlas en estos términos más amplios, porque permite una mejor percepción de la variabilidad, multiplicidad e indeterminación de los motivos e impulsos que están a la base de todo el edificio de la economía. De todas maneras y a los efectos de evitar redundancias en la exposición nos referimos a veces a las "necesidades" en sentido amplio, en el entendido que bajo tal noción englobamos todas las motivaciones e impulsos que son capaces de convertirse en demandas económicas (a través de cualquiera de los circuitos) y de promover la producción de bienes y servicios orientados a satisfacerlas (en cualquiera de los tipos de unidades económicas).


Clasificaciones de las necesidades (en sentido amplio)


No pretendemos desenvolver una teoría completa sobre las necesidades, aspiraciones y deseos humanos, que es tarea interdisciplinaria en la cual un papel central ha de cumplir la psicología. Pero en el estricto marco de la economía comprensiva es indispensable disponer de alguna clasificación que permita orientar tanto el análisis del proceso de consumo como las propuestas de acción tendientes a perfeccionarlo.

Si el bienestar y la calidad de vida dependen del grado y del modo en que sean satisfechas todas las necesidades humanas, es decisivo adquirir una visión de conjunto de ellas.

Quizá no ha sido ajena a la distinción entre necesidades, aspiraciones y deseos, la polémica que existe entre quienes piensan que las necesidades humanas son definidas, pocas, universales y permanentes (aunque histórica y socialmente determinadas) y quienes sostienen que ellas son indefinidas, innumerables y cambiantes.

Al primer punto de vista suelen adscribirse quienes adhieren a posiciones constructivistas que aspiran a la planificación centralizada, técnica y política de la economía, mientras el segundo enfoque provee de argumentos a quienes sostienen que son los individuos quienes deben libremente decidir lo que deba producirse atendiendo a sus particulares preferencias expresadas en el libre mercado.

Un esquema de las necesidades que permite una ampliación del ámbito del análisis económico más allá de los marcos tradicionales fue propuesto por M. Max-Neef, quien construye una "matriz de necesidades" sobre la base de distinguirlas con dos criterios complementarios: según "categorías existenciales", en base a lo cual distingue necesidades de ser, tener, hacer y estar, y según "categorías axiológicas", con lo que distingue las necesidades de subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad. Combinando ambos criterios resulta una matriz de 36 tipos de necesidades distintas. 1

Varias otras clasificaciones son posibles y han sido hechas con mayor o menor éxito. Una muy simple distingue entre necesidades básicas o esenciales y necesidades prescindibles o no esenciales. Otra separa las necesidades cuya satisfacción es individual, o sea individuales y aquellas que son satisfechas socialmente, o colectivas.

La clasificación de las necesidades que proponemos se basa en una concepción abierta pero no indeterminada del hombre y de la sociedad, según la cual sus necesidades, deseos y aspiraciones son innumerables, complejas y cambiantes, existiendo sin embargo un conjunto —bastante amplio— de necesidades y deseos universales, permanentes y recurrentes.

Unas y otras se entrecruzan y articulan dando lugar a diferentes "combinaciones" de necesidades y motivaciones, siempre distintas unas de otras, no existiendo dos sujetos —individuales o grupales— que sean iguales.

Ahora bien, todas las necesidades, a pesar de su multiplicidad, complejidad y combinación, pueden ser clasificadas en pocos grupos o categorías, pudiendo en consecuencia alcanzarse un ordenamiento racional de ellas que sirva para orientar las decisiones de los sujetos económicos, sean éstos los individuos, las comunidades, las empresas o el Estado.

Buscando superar las restricciones que la ciencia económica ha hecho de su campo de análisis proponemos dos distinciones esenciales: entre necesidades fisiológicas y necesidades espirituales, y entre necesidades de auto-conservación y necesidades de convivencia y relación con los demás. Se configura así un esquema de cuatro tipos o conjuntos de necesidades humanas fundamentales. 2


Las necesidades como tensiones existenciales.


Sin desconocer los méritos de otras clasificaciones, nos parece especialmente útil para el análisis económico nuestra distinción de los cuatro tipos de necesidades, porque a su simplicidad se asocian dos cualidades decisivas: el ser completa, en el sentido de que todas las necesidades, aspiraciones y deseos humanos, tanto individuales como grupales y sociales pueden efectivamente ser ordenadas y clasificadas en alguno de sus tipos, y el estar construida relevando las dos dimensiones cruciales en que se mueve la experiencia humana y que definen sus tensiones existenciales, pragmáticas, axiológicas y éticas fundamentales: por un lado el eje cuerpo-espíritu que es también el que va de lo fisiológico a lo psicológico y cultural, y por otro lado el eje individuo-comunidad, que va de la exigencia de autoconservación a la de proyección social y participación en la vida colectiva.

En efecto, podemos concebir todas las necesidades, aspiraciones y deseos del ser humano y de sus comunidades y agrupamientos como tensiones hacia la conservación y desarrollo del cuerpo y del espíritu, del ser individual y del ser social.

Del cuerpo —o más exactamente de la dimensión corporal de las personas—, por el que somos parte y nos integramos a la naturaleza y al mundo material, y que nos plantea exigencias, necesidades y deseos cuya satisfacción se alcanza mediante bienes y servicios materiales que implican un intercambio entre el hombre y la naturaleza.

Del espíritu —o de la dimensión espiritual de las personas—, por el que buscamos la trascendencia y en último término la unión con la totalidad del ser o con Dios, y que plantea exigencias, necesidades y aspiraciones radicales cuya satisfacción se pretende alcanzar mediante actividades creativas, culturales, religiosas, etc., que ponen en tensión las capacidades de la inteligencia, voluntad, imaginación, memoria, intuición, sentido estético y demás facultades superiores del hombre.

Del yo individual —de la dimensión individual de las personas—, que pretende conservarse, defenderse, manifestarse, crecer y desarrollarse en sus distintos aspectos, y que plantea exigencias de autonomía y libertad y es fuente de intereses, motivaciones, ansias y pasiones particulares a partir del más elemental instinto de autoconservación.

De la comunidad a que toda persona pertenece —como expresión de su dimensión social—, en la que necesitamos integrarnos, participar, proyectarnos y encontrar satisfacción a nuestros requerimientos y deseos de afecto y convivencia, y que buscan satisfacción a través del establecimiento de vínculos subjetivos, de la vida en común y de la acción colectiva.


Las necesidades trascienden lo económico.


Todas estas necesidades y deseos humanos van más allá de lo estrictamente económico, y su satisfacción se efectúa a través de un complejo de actividades de distinto tipo que no siempre involucran el consumo de productos. Respirar es una necesidad fisiológica que sólo en circunstancias muy especiales implica la utilización de productos económicamente producidos. La contemplación estética, la meditación filosófica, la conversación amistosa, son actividades que ponen en juego aspectos y dimensiones extra-económicas de la acción.

Sin embargo, gran parte de las necesidades fisiológicas, espirituales, de auto-conservación y de convivencia implican el uso y consumo de bienes y servicios que han sido producidos mediante la utilización de factores y la ejecución de trabajos.

Hay necesidades y deseos que tienen dimensiones y contenido económico pero que no parecen satisfacerse en el proceso de consumo sino en los procesos de producción y circulación. Por ejemplo, la necesidad o el deseo de trabajar, de compartir, de hacer cosas junto a otras personas, etc. Además, las necesidades y deseos individuales y comunitarios están condicionados en su intensidad y en sus modos de satisfacción por el contexto tecnológico y por el mercado, e implican el uso de tiempos que tienen valores económicos alternativos.

¿Hemos de considerar la satisfacción de esas necesidades y la influencia de estos aspectos como formando parte del proceso de consumo? Nuestra respuesta es positiva. En efecto, la duda surge de una distinción inadecuada que considera la producción, circulación y consumo como procesos separados. Pues en los procesos de producción y circulación se verifican actividades de consumo, así como en el proceso de consumo se efectúan actividades de producción y circulación. Es así como esas necesidades de trabajar y de compartir son satisfechas utilizando más de algunos bienes y servicios económicos: los factores y las empresas mismas, que han de ser consideradas también como productos de actividades económicas.

Desde el punto de vista del proceso de consumo lo que interesa relevar son las necesidades y deseos de las personas y grupos en cuanto se hacen presentes en la economía como exigencias, demandas, motivaciones o preferencias por determinados bienes y servicios producidos, cuya utilización permite, favorece, condiciona o contribuye de algún modo cualquiera a su satisfacción.

 

Las necesidades como energías.

 

Es importante profundizar la comprensión del lado subjetivo del consumo. La palabra "necesidad" alude habitualmente a una carencia manifestada por un sujeto y que requiere imperiosamente ser satisfecha porque aparece como imprescindible para la vida humana. Bien sabemos que gran parte de las actividades económicas están motivadas por necesidades imperiosas; pero no sólo por éstas, siendo probable que la mayor parte de la producción esté orientada actualmente a dar cumplimiento a deseos y aspiraciones que son fuertes, que las personas desean con intensidad, pero que no comprometen en absoluto la continuidad de la existencia individual o social.

La distinción entre lo que es una necesidad y lo que es un simple deseo o aspiración resulta, en todo caso, difícil de hacer. Por ejemplo, tenemos necesidad de alimentarnos, lo que supone ingerir una cierta cantidad de proteínas, calorías, vitaminas, etc. Pero alimentarnos más allá de un cierto mínimo y hacerlo mediante determinados alimentos que nos apetecen especialmente no puede decirse que siga siendo una necesidad sino sólo un deseo. Por otro lado, el convivir con otras personas, el vivir en libertad, pueden ser tan necesarios para la subsistencia como otras necesidades consideradas básicas, pues su ausencia también lleva a las personas a morir.

Más que precisar la distinción entre lo indispensable y lo accesorio, para comprender el consumo importa saber que éste encuentra su punto de partida en todas aquellas situaciones objetivas o subjetivas que impulsan a los sujetos a la obtención y utilización de bienes y servicios económicos.

El origen del consumo no son "carencias" sino fuerzas humanas y sociales positivamente actuantes, entre las cuales han de considerarse también las carencias, pues ellas no dejan de constituirse en fuerzas activas que exigen satisfacción.

Entenderlo así es fundamental para comprender el proceso de transformación del sujeto que significa el consumo. La idea de "carencia" lleva a entenderlo como una actividad por cuyo intermedio se llena un vacío, al menos por un tiempo, hasta que por el uso y desgaste del producto el vacío o carencia vuelve a manifestarse. El consumo aparece entonces como un proceso permanentemente reiterativo y recurrente frente a necesidades que reaparecen periódicamente con iguales características. Aunque hay algunos actos de consumo que pueden ser así explicados (es el caso, en parte, de la alimentación), la generalización de esta idea implica una reducción mecanicista de un proceso que presenta muchas otras formas, características y cualidades.

Las personas y las comunidades no están motivadas sólo por sus carencias sino también por las potencialidades y capacidades que quieren actualizar, a fin de ser más y de poder hacer nuevas y mayores obras que expresen lo que son y los proyecten más allá de lo que han llegado a ser hasta el presente.

La actualización de potencialidades y el desarrollo de capacidades son energías que motivan la búsqueda permanente de los medios capaces de lograrlo, constituyéndose en fuerzas orientadas al consumo de siempre nuevos bienes y servicios.

Se comprende así el consumo como un proceso dinámico, que no se manifiesta sólo reiterativo sino creciente y cambiante, dando lugar a procesos de crecimiento y desarrollo.

Se comprende también que las transformaciones que experimentan los sujetos del consumo son de varios tipos y presentan dimensiones y cualidades diferentes.

El resultado de cualquier acto de consumo es siempre algún cambio, por infinitesimal que sea, en el sujeto que lo efectúa. Siendo así, cada acto de consumo se verifica en condiciones que en alguna medida son diferentes a las que se dieron en el acto de consumo anterior. Si he comido determinado alimento estaré orientado a comer algo distinto en la ocasión siguiente, o seré más o menos exigente respecto a la cantidad y calidad de la alimentación. Si he tenido ocasión de visitar un museo de arte probablemente habré perfeccionado mis capacidades de apreciación estética, y estaré diferentemente dispuesto en el futuro a utilizar determinadas obras de arte en la satisfacción de mis necesidades culturales. Si mis experiencias de convivencia y relación con los demás han tenido determinadas características, mis orientaciones hacia el consumo de bienes y servicios relacionales serán probablemente diferentes a las que tendría si esas experiencias hubiesen sido otras. Y así en todos los casos, lo que explica la producción de siempre nuevos y más variados bienes y servicios.

El consumo por parte de un sujeto —individual o social— ya a nivel micro-económico debe, pues, entenderse como un proceso, que puede calificarse de diferentes modos: como de crecimiento, pero también de deterioro progresivo, o de mantención y estabilidad relativa. Y que puede orientarse en diferentes direcciones, dando lugar a la extraordinaria variedad que se observa entre las preferencias y pautas de consumo en los individuos y en las comunidades.


En el consumo se pone en juego la ética y los valores.

 

Ahora bien, si las necesidades que dan lugar al consumo son fuerzas de las más variadas clases que las personas y los grupos despliegan voluntariamente, el consumo puede ser cualificado ética y axiológicamente. En otras palabras, en los actos y procesos de consumo están en juego los valores y las normas y principios que determinan el comportamiento humano como bueno o malo, justo o injusto, constructivo o destructivo, etc.

No todas las "necesidades" económicas son, entonces, positivas, ni siempre es conveniente su satisfacción. Aunque no sea el económico el criterio último de discernimiento respecto a estas cualidades del consumo, podemos encontrar un elemento de juicio en el análisis de las transformaciones que experimentan los sujetos que lo efectúan.

El consumo de bienes y servicios, tanto al nivel del individuo, del grupo o de la sociedad global, no siempre genera bienestar y crecimiento pudiendo también implicar deterioros, desequilibrios, desajustes u otros efectos negativos por los cuales en vez de satisfacerlas se incrementan las carencias, o en vez de hacer crecer, empequeñecen.

Entre tales transformaciones deberán considerarse también los efectos de la utilización de los bienes y servicios sobre otras personas, grupos, comunidades y sociedades. En realidad, cada acto de consumo afecta en alguna medida —aunque sea infinitesimal— a todos los miembros de la sociedad, cuyas relaciones vinculan estrechamente sus respectivas existencias.

Comprender las necesidades, aspiraciones y deseos como fuerzas nos lleva a percibir que las necesidades se manifiestan con distintas intensidades e imperiosidad, y que a menudo "chocan" unas con otras, no solamente las de personas y grupos distintos entre sí, sino al interior de un mismo sujeto, individual o colectivo que sea. La interconexión entre las necesidades muestra así nuevas dimensiones que es preciso explicitar.


Jerarquización y estructura de las necesidades.


Aparece en primer término la jerarquización de las necesidades y deseos de la gente, que tiene indudables implicaciones para el consumo, y a partir de éste, para la producción y circulación. Pero no todos los sujetos presentan la misma jerarquía de necesidades: diferentes estructuras ideológicas, rasgos de personalidad, formaciones culturales, adscripciones ideológicas y axiológicas, etc., hacen que los sujetos prioricen de muy distintas maneras sus necesidades, aspiraciones y deseos, buscando satisfacer cada una de ellas con diversa intensidad y considerando cumplidos sus deseos en distintos niveles y con diferentes cantidades, tipos y calidades de bienes y servicios.

Otro aspecto digno de destacarse es que las necesidades no se presentan ni pueden ser satisfechas todas simultáneamente, sino que se encuentran distribuidas en el tiempo y a lo largo de la vida de los sujetos que las experimentan. Son distintas las necesidades y deseos en la mañana y en la noche, como distintas son las del niño, del joven y del anciano. Lo mismo vale para los hombres y las mujeres, para las comunidades, para las empresas, para las instituciones y los Estados, en sus respectivas dimensiones y momentos históricos. Esto implica que es preciso organizar el consumo en el tiempo, teniendo en cuenta que los ritmos de la producción no son los mismos que los del consumo, lo cual exige un proceso de racionalización.

Además, las necesidades no se presentan independientes o aisladas unas de otras sino que se articulan en lo que puede considerarse como una estructura de necesidades, también diferente en cada individuo, en cada clase social, en cada empresa, en cada grupo y comunidad, en cada cultura y en cada civilización. En efecto, entre unas necesidades y otras existen diferentes articulaciones: unas se complementan con otras, la satisfacción de unas puede compensar la satisfacción de otras, o la sobre-satisfacción de alguna inhibir el aparecimiento de una nueva necesidad. Por todo ello, se produce una inmensa diversificación no sólo en el grado sino también en la calidad de su satisfacción.

La jerarquización de las necesidades, su distribución en el tiempo y su integración en estructuras complejas y diversificadas implica que cada una de ellas, aún las universales y las que ocupan un lugar más alto en la jerarquía, pueden ser satisfechas de formas muy distintas, a través de bienes y servicios que se presentan ante los sujetos como alternativas entre las que pueden optar. Y a través de también muy distintas combinaciones de bienes y servicios.

Esto es válido tanto en términos cuantitativos como cualitativos. En efecto, dadas las diversas intensidades con que los sujetos experimentan las necesidades y deseos, la provisión de bienes y servicios capaces de satisfacerlas puede oscilar entre rangos notablemente alejados. Una persona o una comunidad pueden necesitar más alimentos que otras, desear más libros e informaciones, requerir una vida social más intensa, etc. A la inversa, con una misma provisión de bienes y servicios personas y comunidades distintas alcanzarán grados diferentes de satisfacción.

También las necesidades pueden ser mejor o peor satisfechas dependiendo de la mayor o menor correspondencia y adaptación que se alcance entre los bienes y servicios utilizados y las necesidades mismas. Porque las necesidades son siempre bastante amplias y flexibles en cuanto al tipo de bienes o servicios con que puedan ser satisfechas, así como los productos pueden haber alcanzado niveles de calidad notablemente diferenciados. Por ejemplo, la necesidad de ser apreciado por los demás y sentirse integrado a la comunidad puede satisfacerse vistiendo la ropa de moda, participando en un club social, solidarizando y ayudando a los más necesitados, etc.


El consumo como ejercicio de la libertad.


De este modo el proceso de consumo —aún más que los procesos de producción y circulación— se manifiesta como un ámbito de alternativas y de opciones libres, dentro de rangos delimitados por las disponibilidades de bienes y servicios, la capacidad que tenga cada uno de obtenerlos, y por las condiciones en que surgen las necesidades, deseos y aspiraciones de la gente.

Las personas, comunidades y sociedades pueden establecer, a su vez, diferentes mecanismos y sistemas de determinación de objetivos y medios, lo que se manifestará en distintos modos de organización del consumo; la participación de los individuos, del Estado, de las comunidades y cuerpos intermedios, de los organismos técnicos, etc., pueden ser varios y estar combinados diferentemente.

También éste es un campo de alternativas y de opciones a nivel individual y social. Surge, pues, la cuestión de las posibles racionalidades del consumo y la pregunta sobre los modos en que el proceso pueda ser optimizado.

 


III. LA RELACIÓN ENTRE LAS NECESIDADES Y LOS PRODUCTOS.


Distinción entre bienes, servicios y satisfactores.

 

Los economistas no se han preocupado mucho de profundizar la distinción y el concepto de los bienes y servicios. Como ejemplo tomemos la formulación de R. G. Lipsey, aunque podríamos citar cualquier otro texto de estudio con igual resultado: "Las cosas producidas por los factores de producción son los llamados Bienes y Servicios. Los primeros son cosas tangibles, tales como zapatos o coches; los segundos son intangibles, como un corte de pelo o la educación".

El autor, sin embargo, parece no darse cuenta de la debilidad inherente a esta distinción en que "tangible" e "intangible" son términos de una imprecisión sorprendente si nos atenemos a los ejemplos mencionados, si bien agrega, dando por zanjada la cuestión: "Sin embargo, no deberíamos exagerar esta distinción: cualquier bien está valorado de acuerdo con el servicio que produce a su propietario. En el caso del coche, por ejemplo, los servicios consisten en cosas tales como el transporte, la movilidad y, posiblemente, el nivel o prestigio social que confiere". 3

Por nuestra parte, la distinción entre bienes y servicios tampoco es decisiva, sirviendo la expresión "bienes y servicios" considerada unidamente, para reconocer la amplitud de la producción económica, que no se reduce a las cosas materiales sino también a un conjunto de acciones que proporcionan satisfacción a las necesidades humanas. La clasificación de los productos debe hacerse con más complejos criterios, y hacia ello nos encaminamos.

Entendiendo la urgencia de adquirir una perspectiva amplia de la actividad económica y de las necesidades que deben ser satisfechas por su intermedio, M. Max-Neef adoptó la noción de “satisfactores” para referirse a las "formas de ser, tener, hacer y estar, de carácter individual y colectivo, conducentes a la actualización de necesidades", entendiendo por bienes económicos los "objetos y artefactos que permiten afectar la eficiencia de un satisfactor, alterando así el umbral de actualización de una necesidad, ya sea en sentido positivo o negativo". 4

Según este autor "los satisfactores no son los bienes económicos disponibles sino que están referidos a todo aquello que, por representar formas de ser, tener, hacer y estar, contribuye a la realización de necesidades humanas. Puede incluir, entre otras, formas de organización, estructuras políticas, prácticas sociales, condiciones subjetivas, valores y normas, espacios, contextos, comportamientos y actitudes; todas en una tensión permanente entre consolidación y cambio (...) Mientras un satisfactor es en sentido último el modo por el cual se expresa una necesidad, los bienes son en sentido estricto el medio por el cual el sujeto potencia los satisfactores para vivir sus necesidades. (...) Suponer una relación directa entre necesidades y bienes económicos permite la construcción de una disciplina objetiva, tal como la disciplina tradicional supone serlo. Es decir, de una disciplina mecanicista en que el supuesto central es el de que las necesidades se manifiestan a través de la demanda que, a su vez, está determinada por las preferencias individuales en relación a los bienes producidos. El incluir los satisfactores como parte del proceso económico implica reivindicar lo subjetivo más allá de las puras preferencias respecto de objetos y artefactos". 5

Indudablemente la intención de Max-Neef coincide con nuestro propósito de "reivindicar lo subjetivo" en la economía y de superar una visión mecanicista de la disciplina, ampliando sus horizontes en muchos sentidos. Sin embargo, la introducción del concepto de "satisfactor" como elemento decisivo de tal propósito no parece suficiente. Por un lado, el concepto nos resulta impreciso, ambiguo y difícilmente operacionable. Por otro, en el afán de destacar su centralidad y de distinguirlo tanto de las necesidades como de los bienes económicos, reduce estos últimos a sólo los "objetos y artefactos" concretos, y supone un concepto de las necesidades extremadamente abstracto y genérico que le permite suponer que ellas son "finitas, pocas y clasificables (...), las mismas en todas las culturas y en todos los períodos históricos.” 6 Así, por ejemplo, una necesidad sería la "subsistencia", siendo satisfactores de la misma la salud física y mental, la alimentación, el abrigo y el trabajo, procrear, descansar y trabajar, el entorno vital y social, etc. Los bienes serían aquellos objetos y artefactos que inciden en la eficiencia de esos satisfactores, como el pan, un chaleco, una cama, etc. Pero "subsistencia" no es sino una noción genérica con la que se engloba un conjunto de necesidades (de alimentación, abrigo, trabajo, procreación, descanso, etc.), y lo mismo puede decirse de las necesidades de entendimiento, identidad, creación, etc. y sus respectivos "satisfactores". Encontramos así que en varios casos los llamados "satisfactores" son en realidad necesidades y deseos más específicos, mientras en otros casos identifican de hecho bienes y servicios.

Con todo, el intento de Max-­Neef tiene el valor de buscar un nuevo paradigma teórico que, en lo que al proceso de consumo se refiere, apunta a comprender dos hechos sustanciales relevantes. El primero, que las necesidades no son independientes y aisladas unas de otras sino que se articulan, se complementan, se integran y se compensan formando las "estructuras de necesidades" características de cada sujeto individual o social. El segundo, que los bienes y servicios producidos económicamente no son sólo aquellos que se intercambian a precios determinados sino que abarcan bienes y servicios culturales, espirituales y sociales a menudo inmateriales, los que a su vez se articulan, integran y combinan conformando conjuntos y estructuras de bienes que permiten la satisfacción combinada de necesidades también complejas.


Definición y clasificación de los productos.


Más allá de la distinción entre bienes y servicios, entendemos por producto —y elemento objetivo del consumo— cualquier tipo de energías e informaciones, individuales o combinadas, simples o compuestas, que habiendo sido procesadas económicamente tengan la cualidad de ser útiles a la satisfacción de necesidades, aspiraciones y deseos de la gente, o al desarrollo de sus capacidades y a la actualización de sus fuerzas y potencialidades. Productos económicos pueden ser, en consecuencia, además de los bienes y servicios de los más variados tipos que circulan en el mercado, también una organización social, una actividad, una situación compleja, un ambiente, una realidad cultural, etc., creadas mediante actividades económicas determinadas.

Así definidos, los productos pueden ser clasificados de diferentes maneras, unas mejores que otras para el análisis y orientación de los procesos de consumo.

Dos criterios estrechamente relacionados permiten formular clasificaciones teóricamente útiles. Los clasificaremos según el tipo de necesidades que satisfacen y según el modo en que son transformados en el consumo.

Según el tipo de necesidades que satisfacen distinguimos los productos en base a la clasificación de las necesidades que adoptamos. Tenemos, pues:

a) Bienes y servicios materiales orientados a la satisfacción de necesidades fisiológicas; en este grupo se encuentran los alimentos, vestidos, atención médica, elementos deportivos, útiles de cocina, artefactos domésticos, etc.

b) Bienes y servicios culturales que sirven para la satisfacción de necesidades espirituales; se incluyen en este grupo los bienes y servicios relativos a la enseñanza, capacitación y formación, las obras de arte, los conocimientos científicos y técnicos, las informaciones, estadísticas y programas, los templos, banderas y otros símbolos, obras literarias, etc.

c) Bienes y servicios proteccionales que satisfacen necesidades de autoconservación; incluyen las viviendas, los sistemas de seguridad y protección, servicios policiales, instrumentos de defensa, armas, servicios públicos de protección de las personas y de la propiedad, organizaciones e instituciones políticas, etc.

d) Bienes y servicios relacionales orientados a la satisfacción de necesidades de convivencia y relación con los demás, tales como clubes, círculos de amigos, fiestas, encuentros deportivos, centros y servicios de entretención y convivencia, servicios de correo, teléfonos y otros medios de comunicación, organizaciones comunitarias y muchos otros.

Naturalmente y como profundizaremos más adelante, ciertos productos tienen la cualidad de servir simultáneamente a más de una necesidad, o se encuentran combinados e integrados con otros de modo que aportan a la satisfacción conjunta de varias necesidades. Un caso ejemplar de ello puede ser la vivienda, que sirve para la satisfacción de los cuatro tipos de necesidades señaladas, y donde se entremezclan bienes y servicios de varias clases. Otro ejemplo lo constituye una organización o institución social, que es un producto económico en cuanto su implementación ha exigido múltiples trabajos y el uso de distintos factores por parte de varias unidades económicas, y que está constituida por una variada gama de bienes y servicios integrados que sirven a l a satisfacción de muchas necesidades.

Por otro lado, el nexo entre el tipo de bienes y el tipo de necesidades que satisfacen se encuentra afectado por el carácter "sistémico" de las necesidades y de los bienes mismos. Por ejemplo, un templo es un bien material que satisface las necesidades del cuerpo, que precisa cobijarse, sentarse, etc., también cuando las personas alaban a Dios; pero una serie de características arquitectónicas y culturales de los templos hacen que favorezca directamente la satisfacción de necesidades y aspiraciones relacionales y espirituales, de manera que en su misma conformación material el templo sea considerado como un bien que es también proteccional, relacional y espiritual. En otro ejemplo, el arte culinario es un bien de tipo cultural constituido básicamente de conocimientos y destrezas; pero se encuentra indisolublemente unido a la satisfacción de necesidades y deseos del cuerpo. Concluimos, pues, que esta primera clasificación de los productos no deja de presentar complejidades. Veamos ahora el otro criterio de clasificación.

Según el modo en que son transformados por el consumo pueden distinguirse los siguientes tipos de productos:

a) Bienes y servicios perecibles, que son consumidos de una vez y luego se acaban o dejan de ser útiles para el propósito que fueron creados. Tales son muchos de los productos orientados a la satisfacción de necesidades fisiológicas.

b) Bienes y servicios durables, que prestan su utilidad en forma sostenida en el tiempo o que pueden ser utilizados reiteradamente en distintas oportunidades, desgastándose o perdiendo su utilidad muy lentamente a lo largo del tiempo. Muchos de los bienes y servicios que sirven para la satisfacción de necesidades de autoconservación son de este tipo.

c) Bienes y servicios potenciables, aquellos que mediante su utilización va perfeccionándose e incrementando su capacidad de continuar satisfaciendo las necesidades: en esta situación se encuentran todos aquellos productos que son consumidos mediante —o cuyos actos de consumo implican— la realización de actividades creativas y el desarrollo de las capacidades del sujeto. Gran parte de los bienes y servicios orientados a la satisfacción de necesidades espirituales presentan estas características.

c) Bienes y servicios variables, es decir, que existen en la medida que se mantengan las actividades que los crean y que sigan siendo utilizados, por lo que experimentan variaciones a lo largo del tiempo, pudiendo crecer y potenciarse o decrecer y perecer según las circunstancias. Muchos de los bienes y servicios que sirven a las necesidades de convivencia son de este tipo.

Más allá de la clasificación misma, a lo que apunta este criterio es a mostrar que la transformación que experimenta el elemento objetivo del consumo puede verificarse de muy distintos modos, pudiendo ser instantánea, rápida, lenta o progresiva, y pudiendo el producto transformarse tanto por deterioro y pérdida de sus energías e informaciones originales como por crecimiento, maduración o integración en una realidad superior.

Combinando ambos criterios de clasificación se forma una matriz que individua 16 tipos de productos posibles. En ella destacamos —por medio de casilleros en tonalidades grises que indican grados de frecuencia para las respectivas combinaciones— las correspondencias que tienden a darse entre el tipo de necesidades que esos productos satisfacen y los modos en que son trasformados al ser consumidos. Así:


 

Las necesidades y los productos

 

 

IV. LOS MODOS DE CONSUMIR.


La transformación de los productos al consumirse.

 

La transformación que experimentan los distintos productos durante su consumo no depende sólo de las características y cualidades intrínsecas del bien o servicio sino también y de manera muchas veces decisiva del modo en que se efectúe el acto del consumo.

En efecto, ya vimos que en el acto del consumo el sujeto es el elemento activo, el que realiza la acción, mientras el producto es el elemento pasivo, sobre el cual recae la acción. Es así como, dependiendo del modo de la acción del sujeto, el consumo de un mismo producto puede ser efectuado de manera que se destruya rápidamente o que perdure en el tiempo, que se deteriore o se perfeccione y valorice.

Pensemos, por ejemplo, en los modos en que es posible utilizar una bicicleta, una vivienda, una institución, una obra de arte. Podremos discernir, para cada uno de esos bienes, modos de consumirlos destructivo, conservador, valorizador, creativo, etc.

Cuando se evalúe la calidad del consumo deberá, pues, tenerse en cuenta no solamente las transformaciones que experimenten los sujetos sino también las que se verifiquen en los bienes y servicios consumidos. Especialmente porque del modo como éstos se transformen depende la cantidad y calidad de satisfacción de necesidades y deseos que pueden proporcionar. Una bicicleta mejor cuidada podrá proporcionar mayor satisfacción a la necesidad de transporte y recreación, aunque un uso desconsiderado de la misma pueda significar la satisfacción de una necesidad de agresión o del deseo de hacerle un daño al dueño de la bicicleta. En otro ejemplo, es indudable que la lectura atenta y cuidadosa de un libro puede proporcionar una satisfacción mucho más alta de la necesidad de conocer, mientras que su lectura veloz y descuidada es suficiente para satisfacer la necesidad de mostrar a los colegas que se leyó ese libro y que se está incluso en condiciones de criticarlo.

Del modo en que se efectúe el acto del consumo depende también cuántos bienes sean necesarios para satisfacer una determinada necesidad o deseo: si de un bien o servicio se extraen y utilizan ampliamente sus energías e informaciones, es probable que pueda satisfacerse la necesidad en cuestión utilizándolo en menor cantidad.


La relación entre las necesidades y los productos.


Antes de entrar en la cuestión de las racionalidades del consumo, a lo cual apuntan los diversos temas hasta aquí analizados, nos falta todavía observar los nexos existentes entre las necesidades (en sentido amplio) de los sujetos, y los bienes y servicios destinados a satisfacerlas.

Este tema ha sido enfocado por la economía convencional en el marco de lo que denomina "teoría del comportamiento de la economía doméstica" o "teoría de las preferencias, utilidad y opciones del consumidor". El asunto específico en que se interesan esas teorías se refiere a las opciones que hacen los consumidores entre los distintos bienes disponibles en función de maximizar la utilidad que pueden obtener, teniendo en cuenta las restricciones dadas por la renta que perciben y por los precios relativos. Las elaboraciones teóricas principales al respecto son: la teoría de la utilidad marginal, la teoría de las preferencias reveladas, y la teoría de la indiferencia.

Las principales conclusiones de esas teorías respecto a la relación entre la utilidad del consumidor (satisfacción de necesidades) y los bienes y servicios ofrecidos en el mercado son las siguientes:

a) A medida que aumenta la cantidad de un bien su utilidad marginal para el consumidor (la de la última unidad del bien que consume) va disminuyendo. Algunos bienes pueden incluso tener una utilidad marginal negativa: el consumo de nuevas unidades en vez de aumentar la satisfacción produce desutilidades. Para cada bien existe una "curva de utilidad" que expresa la utilidad que obtiene el consumidor en distintas cantidades del bien.

b) Si los bienes fueran gratuitos y abundantes, las personas los consumirían hasta la cantidad en que su utilidad marginal sea igual a cero. Pero como tienen un costo, es preciso distribuir el gasto entre los distintos bienes y servicios útiles, de manera de alcanzar el máximo de utilidad posible con los recursos disponibles. Teóricamente esto se obtiene en el punto en que la utilidad marginal del último centavo gastado en cada bien sea la misma.

c) Los consumidores al efectuar sus gastos de consumo escogen entre distintos bienes. Para cada bien existe una tasa marginal de sustitución, que expresa cuántas unidades el consumidor está dispuesto a sacrificar a fin de utilizar una unidad de otro bien. Cuando se consideran las sustituibilidades de dos bienes, se encuentran diferentes proporciones entre ellos cuyo consumo es considerado de igual utilidad; estas correspondencias dan lugar a un mapa de indiferencia. Al revelar sus preferencias, el consumidor pone de manifiesto que su opción entre las varias combinaciones de igual utilidad para él estarán determinadas tanto por las variaciones en su renta como por las variaciones en los precios relativos.

d) Al efectuar sus opciones el consumidor está condicionado por las características de los bienes y de sus propias necesidades. Esto se manifiesta en que ciertos bienes son más sustituibles que otros, lo que se refleja en distintas tasas marginales de sustituibilidad. Hay bienes que son perfectamente sustituibles y bienes que manifiestan ser perfectamente complementarios (ninguna sustituibilidad es posible entre ellos). Ello da lugar a la noción de elasticidad, que indica cuan sensibles son las cantidades en que varía el consumo de un bien cuando se modifica su precio relativo.

Hasta aquí llega en lo sustancial la teoría económica; los desarrollos ulteriores sobre el tema no hacen más que complejizar el problema entrando en detalles y particularidades que no cambian el marco analítico y que han llevado progresivamente a incorporar nuevas variables, como el stock de riqueza, las preferencias por consumo en el tiempo y la incertidumbre. Pero se mantiene como base teórica la identificación de una relación bastante simple entre los bienes económicos y la utilidad que prestan en la satisfacción de las necesidades: hay una correspondencia entre bienes y necesidades, que no es tan estricta que no acepte que la misma necesidad sea satisfecha por bienes distintos; hay una relación entre cantidad de bienes y satisfacción de la necesidad, que no es de proporcionalidad directa sino que adopta la forma de una curva de utilidad, que acepta incluso desutilidades; y en la combinación de los bienes el consumidor busca optimizar el resultado conjunto de todos sus actos (gastos) de consumo.

(En realidad, a la economía convencional no le interesan las necesidades como tales sino la utilidad que los bienes y servicios proporcionan a los consumidores; la "utilidad" es en ella una noción genérica que sintetiza todas las satisfacciones que los sujetos hacen de sus necesidades, independientemente de cuáles sean éstas).

Eso es todo, y es poco. No lo despreciamos, sin embargo, y debemos incorporarlo en la comprensión del proceso de consumo. Pero es indispensable reconocer que la relación entre los bienes y la satisfacción de las necesidades es muchísimo más compleja.


Las necesidades como sistema.


Uno de los principales aportes de M. Max-Neef —en el ya mencionado texto que recoge las elaboraciones colectivas de un grupo de estudiosos latinoamericanos en el que participé— consiste en plantear este problema en su real complejidad. Allí señala que "no se trata de relacionar necesidades solamente con bienes y servicios que presuntamente las satisfacen; sino de relacionarlas además con prácticas sociales, formas de organización, modelos políticos y valores que repercuten sobre las formas en que se expresan las necesidades". 7

Más precisamente, la idea es que las necesidades humanas fundamentales conforman un sistema, en el cual se manifiestan complejas relaciones de simultaneidad, complementariedad y compensación entre unas necesidades y otras. La clave está en reemplazar el supuesto de linearidad (según el cual el consumo depende de las preferencias de los consumidores por bienes determinados) y trabajar con el supuesto sistémico.

Con este enfoque analiza luego los distintos "satisfactores" en orden a los efectos que producen sobre el sistema de necesidades, llegando a distinguirlos en cinco principales tipos, a saber:

a) Los violadores o destructores, que "al ser aplicados con la intención de satisfacer una determinada necesidad, no sólo aniquilan la posibilidad de su satisfacción en un plazo inmediato o mediato, sino que imposibilitan además la satisfacción adecuada de otras necesidades".

b) Los pseudo-satisfactores que "son elementos que estimulan una falsa sensación de satisfacción de una necesidad determinada; sin la agresividad de los violadores o destructores, pueden en ocasiones aniquilar, en un plazo mediato, la posibilidad de satisfacer la necesidad a que originalmente apuntan".

c) Los satisfactores inhibidores que "son aquellos que por el modo en que satisfacen (generalmente sobresatisfacen) una necesidad determinada dificultan la posibilidad de satisfacer otras necesidades".

d) Los satisfactores singulares, que "son aquellos que apuntan a la satisfacción de una sola necesidad, siendo neutros respecto de la satisfacción de otras necesidades".

e) Los satisfactores sinérgicos, que "son aquellos que, por la forma en que satisfacen una necesidad determinada, estimulan y contribuyen a la satisfacción simultánea de otras necesidades". 8

Más allá de las fuertes connotaciones valóricas de esta clasificación, el aporte del autor es esencial en cuanto pone en evidencia la complejidad de los nexos existentes entre la satisfacción de las necesidades y la utilización de los productos.

Para superar la linearidad propia del análisis convencional y comprender la complejidad de las mencionadas relaciones nos parece apropiado pensar que tanto las necesidades como los bienes y servicios se encuentran entrelazados constituyendo "sistemas". En otras palabras, los sujetos —individuales y sociales— buscan satisfacer sus complejas e interrelacionadas necesidades utilizando complejos interrelacionados de bienes, configurándose así un proceso de consumo constituido por un conjunto interactivo de actos o actividades de consumo.


Las necesidades influyen sobre los bienes y servicios.


En la interacción entre los sujetos y los objetos del consumo se manifiestan las influencias que tienen las necesidades sobre los bienes y servicios. Si las necesidades no son sólo carencias pasivas sino fuerzas operantes que buscan satisfacción, es evidente que ellas determinan en gran medida los tipos de bienes y servicios que los sujetos económicos demandan a las empresas, incentivando su producción.

Esta influencia de la demanda sobre la oferta, sin embargo, no debe entenderse de manera simplista, como hace cierta economía convencional cuando resalta la "soberanía del consumidor", el cual al demandar y comprar un bien o servicio determinado estaría "votando" en favor de la producción de ese determinado producto.

Aunque tal idea no carece de todo sentido, es preciso comprender que las necesidades se encuentran interrelacionadas e interactúan "sistémicamente", de manera que las orientaciones y exigencias que desde ellas emanan hacia los productores corresponden a esas estructuras de necesidades complejas y a esos modos de satisfacción que ya analizamos, y que dependen de la conformación social, cultural, ética y política de las personas, las comunidades, las empresas y la sociedad en su conjunto.

Así, son determinantes del consumo (y condicionantes de la producción) un conjunto de aspectos extra-económicos que configuran el modo de ser de los sujetos económicos y de la sociedad en que se desenvuelven. Una cultura individualista, una cultura comunitaria o una cultura de masas deben ser consideradas como configurantes de muy distintas fuerzas que, desde el lado del elemento subjetivo del consumo, condicionan diversificadamente también su elemento objetivo.

Entender las necesidades como fuerzas y no como simples carencias permite visualizar las reales potencialidades de los consumidores en la estructuración de los mercados y de la producción, lo que queda bastante oculto si se las enfoca como simples carencias que se satisfacen al ser "colmadas" por respectivos bienes y servicios.

Pero como las necesidades pueden ser satisfechas de diferentes maneras y utilizando una variedad de bienes y servicios, también debe reconocerse una significativa autonomía a las fuerzas de la oferta (las empresas) en la determinación de los bienes y servicios que producen y que, al ser ofrecidos en el mercado llegan a ser utilizados por los consumidores.

Es conocido el hecho que determinados bienes y servicios "crean" las necesidades y deseos que vienen a satisfacer. También puede observarse que la provisión de determinados bienes no sólo despierta la necesidad y el deseo de ellos, sino que puede inhibir y relegar a segundo plano otras necesidades, alterando globalmente las estructuras de necesidades que manifiestan los sujetos, personas, comunidades o sociedades en general.


Los consumidores se encuentran relacionados.


Ahora bien, desde el momento que un bien puede satisfacer diferentes necesidades y tener efectos en distintos sujetos, y como a su vez las necesidades pueden ser satisfechas por distintos bienes, sucede que las estructuras y jerarquizaciones de las necesidades propias de cada sujeto tienen efectos sobre las de los otros. Dicho de otro modo, las opciones efectuadas por cada consumidor inciden no sólo sobre la producción sino también sobre las formas en que otros sujetos consumen y satisfacen sus necesidades.

Veámoslo más concretamente mediante un ejemplo. La necesidad de esparcimiento y entretención puede satisfacerse utilizando la televisión o mediante la realización de juegos y actividades comunitarias. Cuando una persona —o mucha gente— opta por la televisión, está favoreciendo que otras personas que podrían preferir las actividades comunitarias se orienten también hacia el consumo de televisión. Lo mismo sucede a la inversa: si la gente empieza a optar por las actividades comunitarias es probable que otras que satisfacían preferentemente esa necesidad con los televisores empiecen a hacerlo comunitariamente. Además, como la televisión es un bien que satisface varias otras necesidades, como la de información, su difusión en orden a la necesidad de esparcimiento incide en que muchas personas empiecen a preferir informarse por su intermedio en vez de hacerlo por la radio o por la prensa escrita. A la inversa: también las actividades comunitarias sirven para satisfacer necesidades de información, de manera que la opción por ellas en orden a la entretención lleva consigo la incentivación a informarse mediante la comunicación oral o escrita, y en general a través de la utilización de medios distintos a la televisión. Así, en la interacción entre necesidades y bienes queda evidenciado el carácter "sistémico" de ambos lados del consumo.

Se verifica en los procesos de consumo, pues, una dialéctica —una relación de fuerzas— compleja. Por una parte está la lucha e interacción entre productores y consumidores en que, según las características peculiares del mercado y de la economía en cuestión, llegan a predominar unos u otros. Veremos luego que, cuando el mercado se encuentra más concentrado y existen formas de producción más centralizadas y monopólicas, las fuerzas de los productores son más poderosas y los consumidores se encuentran en condiciones deprimidas. El consumo resulta más ineficiente, dando como resultado una menor satisfacción de las necesidades y deseos de la gente.

Por otra parte está la interacción entre los distintos consumidores, que se influyen recíprocamente. También aquí la existencia de consumidores con alto poder de demanda da lugar a focos de influencia que a veces resultan decisivos sobre las estructuras generales del consumo. Es fácil comprender que tal concentración a menudo da lugar a procesos de homogenización y estandarización que empobrecen la satisfacción de necesidades y deseos humanos, deteriorando los procesos generales del consumo.

Tener en cuenta estas complejas relaciones entre los elementos subjetivo y objetivo del proceso de consumo permite comprender más a fondo que existen bienes y servicios que no es bueno consumirlos, debiendo en consecuencia decirse que en la economía se producen y circulan también "males y perjuicios".

Pero más que a calificar así los productos económicos mismos, nuestro análisis nos lleva a identificar sus connotaciones positivas o negativas en función de los efectos que tienen sobre las necesidades humanas y sus modos de satisfacción.

Por un lado, en cuanto los productos pueden influir sobre la estructura de necesidades de los sujetos, alterando su jerarquización y sus prioridades, y por otro, en cuanto los efectos de los bienes y servicios se extienden en varios sentidos, tanto en la misma persona o grupo que lo consume directamente como hacia otros sujetos vinculados.


Los modos en que los productos afectan las necesidades.


Podemos esquematizar este conjunto de relaciones procediendo a una nueva y más completa clasificación de los bienes y servicios (complementaria de las dos que propusimos antes utilizando como criterios el tipo de necesidades que satisfacen y el modo en que son transformados por el consumo). El criterio de clasificación de los bienes y servicios con que procederemos ahora puede sintetizarse como el modo en que satisfacen y afectan las necesidades.

Según el tipo de sujetos cuyas necesidades satisfacen distinguimos: bienes y servicios de consumo individual, de consumo grupal o comunitario, y de consumo público.

Según la cantidad de necesidades que satisfacen distinguimos: bienes y servicios simples (que satisfacen una sola necesidad o deseo) y complejos (que satisfacen simultáneamente varias necesidades y deseos).

Según los efectos que tiene su consumo sobre otras necesidades distinguimos: bienes y servicios neutrales (que no afectan otras necesidades o deseos), inhibidores (que reducen, dañan o afectan negativamente de cualquier modo otras necesidades), y expansivos (que amplían, favorecen o afectan positivamente de cualquier modo otras necesidades).

Estos efectos neutrales, inhibidores y expansivos pueden referirse, naturalmente, tanto a las necesidades de los mismos sujetos individuales, comunitarios o públicos que utilizan los productos (los que llamamos consumidores primarios), como a terceros afectados por el consumo primario, que también pueden ser individuos, comunidades o públicos (los que denominamos consumidores secundarios, puesto que si bien no son los que efectúan directamente el acto básico por el cual los productos son utilizados, de hecho resultan transformados también por esos productos, que en esa medida indirectamente consumen).

Combinando estos distintos aspectos descubrimos la existencia de una inmensa variedad de bienes y servicios, que van, por ejemplo, desde el producto de consumo individual que satisface una necesidad singular sin afectar otras necesidades del consumidor primario pero afectando negativamente alguna necesidad de un consumidor individual secundario, hasta el producto de consumo público que satisface simultáneamente varias necesidades del consumidor primario, inhibiendo algunas necesidades de algunos consumidores secundarios individuales y grupales pero potenciando necesidades de otros consumidores públicos.

Más que para efectuar una clasificación exhaustiva de todos los bienes y productos, estos criterios de clasificación combinados son útiles para identificar mejor los efectos que sobre distintos sujetos y sus necesidades tienen diferentes tipos de productos. Podremos ver, por ejemplo, que el cigarrillo es un producto de consumo primario de un sujeto individual del cual satisface varios deseos, que a veces tiene un consumidor individual o grupal secundario que es afectado por el humo, y que tiene efectos inhibidores tanto en el consumidor primario como en el secundario. En otro ejemplo, un curso de capacitación es un servicio de consumo primario grupal que satisface simultáneamente varias necesidades tanto individuales como grupales, y que tiene otros consumidores secundarios individuales y públicos que expanden sus necesidades por efecto del mismo curso.

Desde un punto de vista teórico, estas clasificaciones y distinciones son importantes para comprender las diferentes racionalidades del consumo. Cuestión económica fundamental que la disciplina casi no ha tomado en cuenta.


 

V. LOS FINES RACIONALES DEL CONSUMO Y SU OPTIMIZACIÓN.


Los fines del consumo.


Es preciso partir por los fines del proceso. En efecto, las "racionalidades del consumo" son la expresión teórica de los comportamientos especiales con que los sujetos consumidores buscan realizar sus fines; y la "optimización del consumo" es la búsqueda de los mejores modos de alcanzar esos fines con los medios disponibles.

Por el análisis del acto y del proceso de consumo sabemos ya que sus objetivos no pueden residir sino en los sujetos que lo realizan. Puesto que en el proceso de consumo se utilizan múltiples bienes y servicios en la satisfacción de variadas necesidades, aspiraciones y deseos de manera "sistémica", la pregunta por los objetivos del consumo consiste en identificar qué persiguen los sujetos al preferir una determinada combinación de actos de consumo, o sea al utilizar unos particulares conjuntos de bienes y servicios en la satisfacción de ciertos complejos de necesidades y deseos.

Sabemos que los sujetos del consumo son, básicamente, personas individuales, grupos o comunidades, y la sociedad como un todo. Entre los grupos incluimos desde las unidades familiares hasta las grandes organizaciones e instituciones que manifiestan unidad de gestión. Pues bien, los objetivos de unos y otros al utilizar los productos y satisfacer sus necesidades no son otros que el bienestar y el desarrollo de sí mismos.

Esta formulación puede prestarse a equívocos si no la precisamos. En efecto, las personas y comunidades suelen efectuar numerosas actividades —y entre ellas las de consumo— en orden a favorecer el bienestar de otras personas, comunidades y de la sociedad en general, y a menudo se muestran dispuestas incluso a sacrificar su propio provecho y conveniencia por objetivos altruistas, comunitarios y sociales. ¿Es esto contradictorio con la afirmación de que el objetivo de los consumidores sea el bienestar y el desarrollo de sí mismos? No lo es, en la medida que comprendamos que las necesidades del sujeto no son sólo las del yo individual, sino también las comunitarias, relacionales, sociales, políticas, espirituales, religiosas, culturales, etc.

Así, el bienestar y desarrollo de un sujeto no depende sólo del consumo efectuado en beneficio propio, sino también del servicio a los demás, de las relaciones sociales, de la participación en actividades comunes, de la acción transformadora, etc. En la medida que un sujeto actúa con estos propósitos, está realizando lo que constituye su bienestar y crecimiento; y ello no solamente porque sabemos que el bienestar de los demás y de la comunidad y sociedad en que estamos insertos recae también sobre cada uno beneficiándolo efectivamente, sino por el hecho mismo que el actuar en esas direcciones significa la satisfacción de algunas de sus propias necesidades, aspiraciones y deseos. Hay simplemente que reconocer que las necesidades y aspiraciones de unas personas son más altruistas que las de otros.

Una segunda pregunta surge de observar que las personas y comunidades realizan a menudo actos de consumo que las perjudican, o que hacen daño a otras, estando conscientes de ello. ¿Niega esto que el objetivo del consumo sea el bienestar y crecimiento de los sujetos que efectúan el consumo? Al respecto hay que considerar varios aspectos.

En primer lugar, están los actos de consumo cuyos efectos negativos son desconocidos por el sujeto, o que siendo conocidos son considerados de menor importancia que los concomitantes efectos positivos en la satisfacción de necesidades y deseos perseguidos con mayor intensidad. En tales casos es evidente que el objetivo del consumidor es el propio bienestar y crecimiento, aunque su logro pueda ser buscado por medios equivocados. La situación límite sería la del consumidor masoquista, que encuentra placer y satisfacción en el propio dolor; habrá que entender que para tal sujeto la experiencia del dolor se presenta como una necesidad o un deseo psicopático al que le otorga mayor importancia que el daño físico que pueda acompañarlo.

En segundo lugar, están los actos de consumo efectuados en beneficio propio sin importar e incluso buscando simultáneamente el daño para terceros; en tal caso podríamos estar ante una distorsión moral del comportamiento del sujeto, el cual sin embargo actúa movido por lo que considera su beneficio propio. La situación límite sería la del consumidor sádico, que encuentra placer en el sufrimiento de los otros. También aquí el sujeto persigue como objetivo la satisfacción de sus propias necesidades.

En tercer lugar podemos considerar la hipotética situación en que el sujeto consuma productos que le producen sólo daño y deterioro sabiendo que tal es el efecto y buscándolo; en tal caso estaríamos ante un comportamiento irracional, que no podemos considerar en la identificación teórica de los objetivos racionales del consumo.

Con estas aclaraciones reafirmamos los mencionados objetivos del consumo; pero no puede extraerse de ellas que los consumidores actúen siempre de manera que su bienestar y crecimiento personal sean de hecho maximizados. En efecto, el comportamiento humano, tanto individual como grupal y social, a menudo se distancia del cumplimiento de sus objetivos racionales debido tanto a las limitaciones del conocimiento (incertezas) como a las distorsiones de la voluntad. De ahí que la pregunta por las formas de optimizar el consumo sea cuestión relevante a resolver teóricamente.


Las cualidades del buen consumo.

 

Identificado el objetivo del consumo nos preguntamos por la manera en que podamos evaluar su realización, asunto decisivo para juzgar las diferentes racionalidades del consumo y encontrar los modos de optimizarlo.

Tal evaluación, al nivel de las unidades de consumo, no puede ser objeto de mediciones cuantitativas efectuadas por alguien externo a la persona o comunidad que lo realiza. Evaluar la perfección del consumo es tarea fundamentalmente cualitativa, en que la apreciación subjetiva será determinante porque nadie mejor que el mismo sujeto conoce sus necesidades, aspiraciones y deseos y el nivel alcanzado en su satisfacción. Pero la teoría puede —y es su tarea específica— formular algunos criterios que permiten en cierta medida objetivar y hacer intersubjetiva la evaluación y el análisis.

En efecto, si vamos a evaluar el consumo por los efectos que tiene en los sujetos debemos atender más detalladamente a las características, dimensiones y modos de satisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos de la gente; prestaremos atención a las distintas maneras en que se efectúe el consumo mismo, a los modos en que se utilicen los productos, y a la relación entre la satisfacción de las necesidades y la utilización de los bienes, pues sabemos que todo esto también incide en la satisfacción de las necesidades.

Considerando, entonces, de manera sintética estos conjuntos de aspectos podemos identificar una serie de cualidades cuyo grado de presencia y cumplimiento en los procesos de consumo que efectúen los sujetos implicará su mayor o menor perfección. Estas que podemos considerar cualidades del buen consumo (técnicamente, del consumo perfecto) son:

a) Moderación, es decir, que la cantidad de bienes y servicios que se consuma sea proporcionada a las reales necesidades de los sujetos. La inadecuación puede provenir tanto de un consumo deficitario como de uno sobreabundante. Si mediante el consumo se verifica un proceso de transferencias de información y energía desde los bienes y servicios a los sujetos, podemos comprender que éste puede resultar saturado y alterado negativamente por la recepción e incorporación de excesivas cantidades de energía o de información que no logra procesar y asimilar adecuadamente, como puede también quedar insatisfecho porque las energías e informaciones recibidas resultan menores que las requeridas. Esta cualidad de la moderación tiene relación también con el modo de efectuar la utilización de los productos, que ha de ser cuidadoso y conservador para evitar el deterioro exagerado de los productos y para favorecer la prolongación de su vida útil. Al respecto, puede haber una transformación inadecuada del producto tanto por un consumo intensivo y acelerado que destruye prematuramente el producto, como por un consumo laxo y desaprensivo que lo descuida y deteriora.

b) Correspondencia, o sea, que los productos utilizados en la satisfacción de las necesidades y deseos sean de la calidad y del tipo adecuado, en el sentido de que sean aptos para satisfacer específicamente las necesidades que con ellos se pretende satisfacer y se correspondan con las características que en el sujeto presentan esas necesidades. A menudo el consumo es insatisfactorio e incluso resulta inconveniente debido a la baja calidad de los productos utilizados, o a que se consumen bienes y servicios destinados a otros fines. En tales casos, la transformación que experimenta el sujeto es el resultado de la asimilación de energías e informaciones que no son aquellas necesitadas y verdaderamente útiles. Esta cualidad del consumo depende no solo del tipo y cualidad de los bienes consumidos sino también del modo en que se los consuma. A menudo el consumo es inadecuado porque se dejan sin utilizar una serie de aspectos y capacidades esenciales del producto; piénsese, por ejemplo, en un curso de capacitación, o en un libro, que pueden no llegar a satisfacer los deseos del sujeto no porque en sí sean inadecuados sino porque son objeto de un consumo parcial. Cada producto está constituido por un conjunto de informaciones y energías útiles, y su consumo será más o menos completo dependiendo de cuántas y cuáles de esas energías e informaciones sean activadas y aprovechadas en el acto del consumo. Mientras más complejo sea el producto, más resulta importante que su consumo sea integral, al tiempo que se hace más difícil que lo sea efectivamente. No se olvidará que también los productos pueden contener energías e informaciones dañinas, que en vez de satisfacer positivamente al sujeto lo afectan negativamente. Evidentemente, el consumo apropiado será aquél que sepa utilizar lo positivo y desechar todo aquello que produce efectos negativos, sea para el consumidor primario como para eventuales consumidores secundarios.

c) Persistencia, es decir, que la satisfacción de la necesidad dure y se sostenga en el tiempo cuanto sea normal y apropiado en cada caso, de modo que no se vuelva a presentar antes de lo previsto y esperado. Sucede a veces que las necesidades satisfechas de un cierto modo o con algún determinado tipo de bienes y servicios se reiteran antes de lo normal, o vuelven a presentarse cuando debieran haber sido satisfechas permanentemente. Ello hace suponer que el consumo no ha sido efectuado convenientemente. La causa de esto puede ser un deterioro anticipado de las unidades de energía e información transferidas en el consumo, o bien que la asimilación de las mismas por el sujeto haya sido defectuosa.

d) Globalidad, esto es, que se satisfagan todas las necesidades importantes del sujeto y no solamente algunas de ellas. Para evaluar esta cualidad podemos utilizar la clasificación de las necesidades que propusimos en base a las dimensiones cruciales en que se mueve la existencia humana, a saber, las del cuerpo y las del espíritu, las del yo individual y las de la comunidad. El consumo apropiado será aquél que proporcione satisfacción al conjunto de estas necesidades del sujeto, incluyéndose entre ellas las capacidades o potencialidades que el sujeto desee y pueda actualizar y desarrollar. La parcialidad, en tal sentido, es la más corriente y habitual de las imperfecciones del consumo. Al considerar esta cualidad será conveniente tener presente el carácter dinámico y en cierto modo dialéctico de la experiencia humana, en el sentido que la satisfacción de ciertas necesidades y el desarrollo de ciertas capacidades incrementa la valoración e importancia que esas necesidades y capacidades tienen para el sujeto. Lo que queremos decir es que es preciso evaluar la globalidad del consumo yendo más allá de la simple constatación de las necesidades, aspiraciones y deseos de hecho manifestados por el sujeto ("relevados", dicen los economistas). Si, por ejemplo, un sujeto manifiesta escasas necesidades y deseos de orden espiritual o relacional, es probablemente porque ha satisfecho y potenciado de manera muy pobre esas dimensiones de su existencia. Su consumo relativo a esas dimensiones lo consideraremos pobre e insuficiente, aunque los bienes y servicios que utilice con esos fines sean adecuados para satisfacer sus magras necesidades y aspiraciones al respecto. Con esto no queremos decir que todas las personas y todos los grupos humanos tengan una misma estructura de necesidades que desarrollar; pero nos cuidaremos de evaluar las necesidades, aspiraciones y deseos del sujeto por las que de hecho haya satisfecho y potenciado. La cualidad o criterio de la globalidad quedará especificado y precisado por las cualidades que siguen.

e) Equilibrio, a saber, que en la satisfacción de sus necesidades, aspiraciones y deseos los sujetos equilibren el desarrollo de sus distintas capacidades y satisfagan proporcionadamente sus diferentes necesidades, atendiendo a la provisión de bienes y servicios a que pueden acceder. Como las capacidades productivas son limitadas y los bienes y servicios disponibles escasos, es de gran importancia el modo de su consumo para mantener un equilibrio en la satisfacción y desarrollo del sujeto. El consumo se muestra inadecuado cuando se dejan de satisfacer ciertas necesidades, y cuando se sobresatisfacen otras. Ciertos excesos del consumo de determinados bienes y servicios, por los cuales se sobresatisfacen o hiperdesarrollan determinados aspectos del sujeto, pueden obstaculizar o inhibir la manifestación de otras necesidades y capacidades importantes. En general, cuando la satisfacción de algunas particulares necesidades y deseos se efectúa en detrimento o contradicción con la satisfacción de otras, el consumo efectuado puede considerarse inadecuado e incluso llegar a ser negativo desde el punto de vista del sujeto. En este sentido deberán tenerse en cuenta las características de complementariedad y compensación que distinguen a las necesidades humanas. También es importante en función de esta cualidad del consumo el modo en que se efectúe la utilización de los productos. En efecto, para el equilibrio del consumo es preciso que los bienes y servicios sean utilizados de manera que sus distintos elementos, capacidades y características conserven dinámicamente su proporcionalidad original. En tal sentido, el consumo puede ser desequilibrado tanto si en su transcurso el producto va perdiendo más rápidamente unas energías que otras, como por ir acrecentando unilateralmente unos aspectos dejando otros que también son importantes sin el correspondiente desarrollo.

f) Jerarquía, con lo que entendemos que en la satisfacción de las necesidades y deseos no sólo se persiga la completitud y el equilibrio sino que, además, se respete el orden de prioridades que le asigna el sujeto, en conformidad con su naturaleza (del hombre, de la comunidad o de la sociedad global según el caso), y en base al carácter mismo de las necesidades. Hay que tener en cuenta, por un lado, que algunas necesidades son "vitales" porque de su satisfacción depende la propia sobrevivencia, y por otro lado que ciertas necesidades y aspiraciones son "superiores" a otras en el orden ontológico, ético y axiológico. Desde ambos lados el concepto de jerarquía en la satisfacción de las necesidades resulta connotado y precisado. Cuando a través del consumo se priorizan necesidades o deseos accesorios y secundarios sobre los principales y vitales, o se le otorga mayor importancia a los deseos y capacidades inferiores que a los superiores, el consumo tiene serias deficiencias que se manifiestan en un menor bienestar y desarrollo del sujeto.

g) Integración, cualidad que complementa las anteriores y que apunta a relevar la conveniencia de que mediante el proceso de consumo distintas necesidades y deseos alcancen satisfacción y desarrollo simultánea y combinadamente, atendiendo al hecho que ellas no se encuentran aisladas y separadas unas de otras sino que se refuerzan, complementan, compensan y potencian recíprocamente. Esta integración vale entenderla tanto en relación a las varias necesidades y capacidades de un mismo sujeto, como a las de distintos sujetos que pueden satisfacerse y potenciarse conjuntamente a través de procesos de consumo integrados.

h) Potenciación, entendiendo que las necesidades, aspiraciones y deseos de la gente son fuerzas que a través del consumo pueden ser ampliadas y perfeccionadas. Cuando el consumo realiza esta cualidad, la satisfacción de las necesidades deja al sujeto en condiciones mejores que antes para satisfacer en el futuro esas mismas u otras necesidades y deseos. A menudo satisfacer ciertas necesidades es previo a la satisfacción de otras y el desarrollo de ciertas capacidades se presenta como requisito de la manifestación y actualización de potencialidades nuevas. Cuando tales situaciones se cumplen a través de un consumo apropiado, podemos decir que se trata de un consumo que potencia y desarrolla al sujeto: las informaciones y energías asimiladas lo dejan en condiciones de perseguir nuevas metas y de alcanzar un ulterior crecimiento. Al contrario, hay formas de consumo que en vez de expandir al sujeto lo inhiben y empequeñecen. La potenciación del sujeto por el consumo tiene que ver en ciertos casos con el modo en que se utilicen y transformen los productos. A menudo la actividad del consumidor sobre el objeto del consumo lo hace perfeccionar sus propias cualidades. Ejemplo de ello es la retroalimentación que experimentan un profesor, un médico o un ingeniero de parte de los mismos sujetos a quienes prestan sus respectivos servicios, y que redundan en que el mismo servicio puede ser efectuado sucesivamente con más perfección. A la inversa, entendiendo que en el acto de consumo hay un intercambio entre el sujeto y el objeto, el consumo resulta potenciador de éste último cuando al aprovechar sus energías e informaciones el sujeto lo retroalimenta y revaloriza con otras nuevas que lo hacen capaz de servir otra vez y aún mejor en futuros actos de consumo.

La presencia (o ausencia) de estas cualidades del consumo en diferentes proporciones y grados permite distinguir y analizar críticamente diferentes calidades en el consumo que efectúan los sujetos en las economías determinadas. Con base en ellas no sólo distinguiremos —como se hace habitualmente— según la dimensión cuantitativa entre consumo insuficiente, adecuado o excesivo, sino también entre distintos niveles de moderación, correspondencia, persistencia, globalidad, equilibrio, jerarquía, integración y potenciación.

 

La optimización del consumo como proceso de desarrollo personal.


El proceso de optimización del consumo consistirá, obviamente, en aproximar el conjunto de los actos de consumo que efectúa el sujeto, a la mejor realización de estas cualidades.

Ello implica que en cada acto de consumo ha de buscarse utilizar y potenciar las energías e informaciones contenidas en los productos de manera tal que los beneficios que obtienen en el tiempo (beneficios actuales y futuros) los consumidores sean los máximos.

Para perfeccionar su consumo el sujeto puede trabajar sobre sí mismo, sobre sus necesidades, aspiraciones y deseos, simplificándolas, equilibrándolas, jerarquizándolas, integrándolas, potenciándolas, etc.; puede también trabajar sobre los bienes y servicios que utiliza buscando aquellos que mejor se correspondan a sus necesidades, que favorezcan su desarrollo y no lo dañen, que lo enriquezcan en varios sentidos; y puede trabajar sobre su propio modo de consumir, para que el aprovechamiento de los productos sea más completo, equilibrado, duradero, etc.

Expresándolo sintéticamente, el óptimo del consumo se verifica allí donde se alcanza la mayor personalización del sujeto con el mínimo de destrucción de los productos.

Las diferentes calidades del consumo implican que los sujetos experimentan procesos de transformación diferenciados, que inciden en sus respectivos niveles de bienestar, calidad de vida y expansión de sí mismos. Pues bien, como las transformaciones del sujeto son materia de juicios extra-económicos —biológico, ético, estético, axiológico, metafísico— la evaluación de la calidad del consumo trasciende en último análisis los marcos de lo que puede objetivar la ciencia económica, por amplia e interrelacionada con las demás disciplinas sociales que se encuentre elaborada. Pero en la evaluación subjetiva que efectúa cada sujeto todas estas dimensiones de algún modo aparecen, aunque sea implícitamente. La teoría económica, sin extralimitarse de los espacios propios de una teoría comprensiva, mediante la consideración de las mencionadas cualidades y condiciones del consumo perfecto nos permite entender que se trata de una actividad humana en la cual es posible mayor o menor racionalidad, e incluso la manifestación de diferentes racionalidades.

Es lo que examinaremos a continuación.


 

VI. DISTINTAS RACIONALIDADES DEL CONSUMO.


Entenderemos por racionalidades del consumo las expresiones teóricas de diferentes modos especiales de comportamiento de los consumidores (individuales y grupales) que se manifiestan en la utilización de los productos y en la satisfacción de las necesidades.

Decimos modos de consumir "especiales" y no "particulares" para distinguir dos niveles de abstracción diferentes. En efecto, cada unidad de consumo, cada consumidor individual o grupal manifiesta peculiaridades en su modo de utilizar los productos y satisfacer sus necesidades, dependiendo de sus propios modos de ser, de pensar, de sentir, de relacionarse y de actuar.

El nivel de las "racionalidades especiales" corresponde a los sectores económicos, refiriéndose al comportamiento de aquellos sujetos que interactúan entre sí y se asemejan por el hecho de encontrarse vinculados por las categorías económicas organizadoras, las formas de propiedad o dominio, y las relaciones económicas.

Nos referiremos a:

1. El sector de la economía de intercambios, basada en la propiedad privada y cuyos agentes organizadores son individuos provistos de capital que persiguen su propia utilidad;

2. El sector de la economía regulada o planificada, basada en la propiedad pública y cuyos agentes organizadores son el Estado y sus instituciones.

3. El sector de la economía solidaria, basada en formas de propiedad personal, familiar, comunitaria y cooperativa, y cuyos agentes organizadores son personas solidarias, asociaciones, comunidades y cooperativas.

En efecto, las especificidades y diferencias que se manifiestan en estos tres sectores no se circunscriben a los procesos de producción y distribución sino que alcanzan también al proceso de consumo. Desde éste, por tanto, esos mismos tres sectores resultan también cualificados, debiéndose incorporar a su identificación y análisis los rasgos y elementos que individuaremos en este ámbito.

En efecto, puede apreciarse que en cada uno de estos sectores se manifiestan especificidades en varios planos principales, a saber:

a) en el tipo de unidades de consumo (de sujetos) que prefieren satisfacer sus necesidades preferentemente en ellos;

b) en el tipo de necesidades que son mejor satisfechas en cada sector y que los sujetos tienden a satisfacer en ellos, o que podrían hacerlo con el resultado de que su bienestar y desarrollo serían más elevados;

c) en los tipos de bienes y servicios que son mejor utilizados en cada sector; y con los cuales se prefiere satisfacer determinadas necesidades, aspiraciones y deseos;

d) en los modos de utilización de los productos y de satisfacción de las necesidades, deseos y aspiraciones de la gente.

Considerando unidamente estos cuatro aspectos, examinaremos los rasgos y elementos que definen la racionalidad especial del consumo en cada sector.

 

La racionalidad del consumo en el sector de intercambios.


En el sector de intercambios el proceso de consumo tiende a presentar las siguientes características y tendencias:

a) Preferencia por el consumo individual por sobre las formas de consumo social y comunitario. Esta preferencia es consecuencia natural del hecho que en el sector de intercambios las personas y sujetos económicos tienden a hacerse presente como individuos privados, tanto en el proceso de producción (en la aportación de factores y en la organización de empresas) como en el proceso de circulación económica (en el mercado). Como en las relaciones de intercambio los sujetos participantes se enfrentan uno al otro como individuos que tienen intereses particulares y distintos, el acceso de los consumidores a los productos se verifica también en términos individuales, con el consiguiente fomento del consumo individual. Efectuar colectivamente el consumo de bienes a los que se ha accedido individualmente mediante el pago de un precio, supone repartir gratuitamente y compartir con otros los beneficios de la actividad económica, lo cual no es coherente con la lógica esencial del sector de intercambios que persigue en cada acto maximizar los beneficios privados. Esta característica determina una presencia muy acentuada en el sector de aquellos consumidores que muestran rasgos psicológicos, culturales y éticos proclives al personalismo e individualismo, rasgos que se ven reforzados por la habituación al consumo en el sector; pero obviamente todos los individuos por el hecho de ser tales participan ampliamente en esta forma del consumo.

b) Distanciamiento temporal y espacial del consumo respecto a los procesos de producción y circulación. Los actos de consumo por los cuales se extrae de los productos su utilidad tienden a encontrarse muy distantes de los actos de elaboración y producción de los mismos, separados ambos momentos por una sucesión de flujos de intercambio encadenados. El producto que sale de manos del productor tiende a pasar por varias manos intermediarias —mayoristas y minoristas— antes de llegar a manos del consumidor; y aún cuando así no sea, los actos de producir y de consumir se hayan separados por el hecho de ser realizados por sujetos diferentes, porque en este sector se produce normalmente para el mercado y no para el autoconsumo. Así, los consumidores de un producto habitualmente no conocen a quienes lo produjeron, ni éstos saben quiénes utilizarán los productos que han hecho. Por tal motivo, el consumo en el sector de intercambios se encuentra fuertemente condicionado por la publicidad y propaganda, y se manifiesta una especial preocupación por la confección y presentación del producto. En efecto, como no conoce al productor el consumidor no tiene otro modo de orientarse entre las distintas alternativas a su alcance que el confiar en la presentación exterior del producto, en la publicidad que de él se haga y en el prestigio social de la marca.

c) Subdivisión y especialización de necesidades y productos. En este sector existe una marcada tendencia a especializar crecientemente los productos en función de satisfacer necesidades y deseos también crecientemente especializados. Al tiempo que cada necesidad y cada deseo tiende a individuarse y a separarse de los otros, cada producto tiende a ser cada vez más especializado en orden a la satisfacción de necesidades diferentes. De este modo, el consumo tiende a manifestarse altamente subdividido, esto es, a verificarse a través de innumerables actos de consumo separados unos de otros, en cada uno de los cuales se consume cada vez un producto para satisfacer una necesidad en particular. Podemos decir que de este modo el consumo se diversifica, tanto desde el punto de vista de las necesidades y deseos del consumidor como de los bienes y servicios consumidos. Tiende a darse en este sector una suerte de "correspondencia bi-unívoca entre necesidades y productos", en el sentido de que a cada necesidad corresponde un producto en particular y a cada producto una necesidad determinada.

d) Predominio del consumo de bienes y servicios materiales en orden a la satisfacción de necesidades fisiológicas y de autoconservación. De los varios tipos de productos económicos fluyen con especial profusidad en el sector de intercambios aquellos orientados a la satisfacción de las necesidades y deseos fisiológicos, así como los productos de tipo material orientados hacia las necesidades de autoconservación. Estos tipos de bienes y servicios son los mismos para los cuales este sector se muestra especialmente eficiente en la producción y en la distribución. Más en general, la jerarquización del consumo se efectúa aquí de manera que las necesidades fisiológicas predominan sobre las necesidades espirituales, así como las necesidades de conservación y desarrollo individual prevalecen sobre las de convivencia y relación con los demás.

e) Tendencia a la sofisticación, exuberancia y artificialidad del consumo. Esta tendencia —que puede asociarse al fenómeno conocido con el nombre de "consumismo"— es una consecuencia de varias de las características ya señaladas. La preferencia por el consumo individual hace surgir una inmensa variedad de necesidades, deseos y aspiraciones que, por efecto demostración, se extienden entre la gente de diferentes condiciones y clases. La subdivisión de las necesidades y la especialización de los productos multiplica enormemente los actos de consumo indispensables para que el sujeto se encuentre satisfecho. En el mismo sentido, la preferencia por los bienes y servicios materiales lleva a que sea a través de la sofisticación de éstos que se persiga —siempre imperfecta e insuficientemente— la satisfacción de las necesidades espirituales y relacionales. Por todo esto, en el sector de intercambios el consumo tiende a sofisticarse crecientemente, a tornarse cada vez más diversificado, complejo y exuberante, y con ello también más artificial, esto es, más alejado de los bienes originales ofrecidos al hombre por la naturaleza.

f) Preferencia por bienes y servicios que presentan utilidad positiva inmediata para el consumidor primario y descuido de eventuales efectos negativos para los consumidores secundarios. Esta tendencia es consecuencia del modo de adquisición de los productos en el sector: puesto que los sujetos deben efectuar pagos por los productos que utilizan, que les significan sacrificios y renuncias de utilidades alternativas, puede suponerse que los bienes y servicios consumidos en el sector sean normalmente los deseados por los sujetos que los consumen, que los prefieren a otros productos alternativos que podrían satisfacer análogas necesidades.

En la medida que el consumo responde a las preferencias del consumidor, se manifestará en el sector una adecuada correspondencia entre las necesidades de los sujetos y los productos que utilizan. En contrapartida, existirá escasa preocupación por los efectos (externalidades) que la utilización de esos productos tengan sobre terceros que se constituyen como sus consumidores secundarios, debido a que el consumidor primario tenderá a hacer el gasto y a consumir teniendo en consideración sólo su propia satisfacción y bienestar. ·

g) Desigualdad cuantitativa y diversificación cualitativa del consumo. Como consecuencia de las mismas características anteriores, en el sector de intercambios tienden a manifestarse niveles de consumo muy diferenciados, en atención a los diferentes niveles de ingreso de las personas. Del mismo modo, y siendo el consumo decidido cada vez por cada sujeto individual, el consumo tiende a diversificarse cualitativamente conforme a las diferentes estructuras de necesidades, aspiraciones y deseos de las personas.


La racionalidad del consumo en el sector regulado.

 

En el sector regulado de la economía las características y tendencias del consumo son muy distintas. Podemos destacar las siguientes:  

a) Preferencia por el consumo social y público por sobre el individual y el comunitario. Exactamente al contrario que en el sector de intercambios, aquí el consumo tiende a orientarse a la satisfacción de las necesidades colectivas, que requieren bienes y servicios de uso común: caminos, medios de transporte colectivo, cementerios, plazas públicas, escuelas, hospitales, servicios administrativos, judiciales, policiales, de defensa nacional, etc. Y es natural que así sea; en efecto, sería ilógico (y probablemente injusto) orientar hacia el consumo individual bienes producidos socialmente bajo la dirección del Estado y bienes de propiedad nacional, como son gran parte de los productos generados por este sector. Esta tendencia hacia el consumo social tiene como efecto la generación de agrupamientos sociales masivos, grupos de presión y públicos organizados, que se hacen presente en el sector regulado buscando la satisfacción de sus necesidades y aspiraciones (que suelen aparecer como "derechos" —a la vivienda, al trabajo, a la salud, a la alimentación, a la recreación, etc.— cuyo cumplimiento es reivindicado frente al Estado). En general, el consumo social de masas tiende a favorecer procesos de socialización de varios tipos, incentivando en los individuos y grupos la participación en instancias colectivas y favoreciendo el desarrollo de organizaciones y actividades masivas.

b) Vinculación orgánica del consumo a la producción por intermedio de la planificación. En efecto, en el sector regulado ambos procesos son en gran medida programados y administrados conjuntamente, estando concentradas —y distribuidas jerárquicamente— las decisiones en un mismo aparato burocrático. En el límite de la racionalidad del sector y al menos en grandes líneas y cifras agregadas, quien decide las cuotas de producción que han de asignarse a los distintos productores establece también las raciones del consumo permitidas a los consumidores. Así, aunque los productores y los consumidores sean habitualmente sujetos distintos, lejanos y desconocidos entre sí, los procesos del consumo y de la producción están orgánicamente conectados.

c) Tendencia a concentrar el consumo en un conjunto esencial de necesidades universales. En vez de la tendencia a la diversificación y especialización del consumo en orden a satisfacer las necesidades y deseos de los individuos con una creciente variedad de productos que observamos en el sector de intercambios, en el sector regulado el consumo tiende a la satisfacción de aquellas necesidades comunes a todos los hombres y que todos deben satisfacer más o menos igualitariamente. Por cierto, esto no significa que en este sector los consumidores no tengan la oportunidad de escoger entre diferentes productos y modos de consumo, pero el rango de estas opciones tiende a ser menor, dado que aquí priman los intereses generales de la colectividad sobre los deseos particulares de los individuos.

d) Predominio de las necesidades de autoconservación y protección y de los bienes y servicios correspondientes. En cuanto a las necesidades fisiológicas, la preferencia del sector es por aquellas consideradas necesidades básicas o imprescindibles para las personas; y en lo que a las necesidades espirituales se refiere el sector tiende a garantizar un cierto mínimo común de productos a disposición de las personas en función de conservar un patrimonio cultural poseído socialmente, lo que se traduce en la mantención de escuelas públicas, museos, bibliotecas populares, festivales musicales, etc.

e) Tendencia a la homogenización, racionamiento y masificación del consumo. Es esta una consecuencia de varias de las características anteriores que apuntan a que sea a través de este sector que se garantice a toda la población niveles de consumo básico, proveyendo a la sociedad de los bienes y servicios que utilizan en común. Por cierto, esto no favorece la sofisticación ni la exuberancia del consumo sino una cierta opacidad, discreción y sobriedad.

f) Preferencia por bienes y servicios que prestan utilidad prolongada a los consumidores colectivos o públicos y descuido de eventuales efectos negativos para los consumidores secundarios individuales. Esta tendencia se explica por el hecho que los bienes y servicios consumidos en el sector son proporcionados normalmente por el Estado, que ejerce sus funciones propias en función de los intereses generales de la sociedad (el "bien común") y que debe atender al desarrollo de largo plazo de la colectividad nacional. Al tener en vista el vasto campo de las necesidades y aspiraciones generales, en el sector regulado a menudo se descuidan o menosprecian las preferencias directas de los consumidores individuales e incluso positivamente se inhiben necesidades y deseos de personas y de grupos particulares. En el sector se consumen ciertos bienes públicos que significan amenazas y posibles castigos y males para los individuos, tales como servicios carcelarios, armas y elementos de disuasión, sistemas de control, etc. En contrapartida, en el consumo que se efectúa en el sector suele estarse atento a las externalidades sociales, esto es, a los efectos que la utilización de los productos pueda tener sobre consumidores secundarios públicos. En la medida que el consumo no responde a las preferencias individuales sino a las necesidades colectivas y públicas, es natural que se verifiquen correspondencias de los bienes con las necesidades sociales y distancias respecto a las necesidades y deseos personales.

g) Tendencia a la igualdad en los niveles de consumo y énfasis en lo cuantitativo sobre lo cualitativo. En este sector se manifiesta una menor diversificación de los productos que se consumen, junto a una relativa igualación en los niveles del consumo al que acceden los distintos sujetos y grupos. Se observa especial interés por incrementar cuantitativamente el consumo de la población más que por su perfeccionamiento cualitativo.


La racionalidad del consumo en el sector solidario.


En el sector solidario las características y tendencias más peculiares y destacadas del consumo son las siguientes:

a) Preferencia por el consumo comunitario por sobre el consumo individual y el consumo social de masas. En este sector, allí donde es posible y efectivamente favorable para la mejor satisfacción de las necesidades de las personas involucradas, tiende a preferirse la utilización en común, compartida y comunitaria de los bienes y servicios disponibles.

Esta preferencia se explica porque en los procesos de producción y circulación propios del sector tienen significativa presencia las asociaciones y comunidades intermedias. Opera en ellas el que llamamos Factor C, esto es, la energía social que resulta de la unión de conciencias, voluntades y emociones entre los miembros de un grupo o colecticidad. Como este factor C adquiere especial relevancia en el sector solidario, y la propiedad de los otros factores suele ser grupal o asociativa, también el consumo tiende a adoptar formas comunitarias. En otras palabras, lo producido comunitariamente tiende a ser consumido comunitariamente.

El consumo comunitario incide en que se hagan presente como consumidores en el sector solidario ciertos tipos de sujetos de rasgos psicológicos, culturales y éticos favorables a la vida comunitaria y social, a la vez que la habituación a esta forma de consumo favorece en los individuos su predisposición a participar en asociaciones y organizaciones comunitarias, incentivando en ellos el desarrollo de actitudes de cooperación y solidaridad.

b) Proximidad y relación directa entre el consumo y la producción. Al no mediar entre ambos procesos largos encadenamientos de intercambios ni una sucesión de escalones jerárquicos, y tampoco instancias de intermediación complejas, en el sector solidario el consumo se encuentra próximo a la producción. Los consumidores a menudo saben quiénes elaboraron los productos y estos conocen a quienes los consumirán. En muchos casos los mismos productores son los destinatarios y consumidores de los resultados de su trabajo. El consumidor suele entrar en cooperación con el productor, lo que no sucede en los otros sectores en los que aparecen más bien en conflicto de intereses. Tal cooperación se manifiesta en una preferencia por la utilización de los productos locales por sobre los más lejanos y externos, y en que a menudo los consumidores ayudan a los productores a ser más eficientes en su trabajo, del mismo modo que los productores orientan a los consumidores locales a aprovechar y consumir de manera más integral los bienes y servicios que les proporcionan.

c) Tendencia a la satisfacción simultánea de distintas necesidades, mediante actos de consumo integrados. Aquí tiende a revertirse el proceso de subdivisión de las necesidades en función de productos cada vez más especializados, manifestándose en cambio una tendencia a integrar diversas necesidades en un proceso de satisfacción combinada. Así, en el seno de una misma asociación comunitaria y a través de una programación compleja de actividades, se desenvuelven convivencias, actos culturales, consumo de alimentos, aprendizajes varios, cuidado de la salud, etc. Relacionado con esto, cabe señalar también que el consumo en comunidad corrientemente favorece la utilización más completa y equilibrada de los productos.

d) Predominio del consumo de bienes y servicios relacionales y culturales. Este sector se muestra especialmente favorable para la satisfacción de necesidades de convivencia y relación con los demás, y también para la satisfacción de las necesidades y aspiraciones espirituales que precisan de bienes y servicios culturales. Tanto es así que a menudo se prefiere satisfacer en este sector ciertas necesidades fisiológicas y de protección para las cuales no es tan apto como los otros sectores, porque se espera en el mismo proceso de consumo comunitario establecer mejores y más ricas relaciones y convivencia entre las personas.

e) Tendencia a la naturalidad y simplicidad. En este sector el consumo rehuye simultáneamente tanto la sofisticación como la estandarización y homogenización, buscando alcanzarse una mejor satisfacción de las necesidades y una superior calidad de vida mediante un consumo relativamente simple, armónico y natural, donde se respeten las diferencias individuales pero donde se atienda equilibradamente a las necesidades y deseos de todos. En efecto, el consumo en comunidad exige a menudo decisiones grupales que suelen adoptarse por consenso, lo que favorece la moderación: las decisiones grupales suelen inhibir la exacerbación de las particularidades individuales en los gustos y preferencias de algunos miembros, al mismo tiempo que se promueve un enriquecimiento recíproco por la vía del intercambio de informaciones y experiencias.

f) Preferencia por bienes y servicios que presten utilidad inmediata y prolongada tanto a los consumidores primarios como a eventuales consumidores secundarios. Esta característica del consumo es consecuencia directa del carácter solidario e integrador de las relaciones que se verifican en el sector, y expresión de los valores de solidaridad y cooperación que lo distinguen. La participación en experiencias comunitarias ayuda a comprender que los beneficios y perjuicios que recaen sobre los demás siempre inciden sobre uno mismo, y que los beneficios individuales favorecen a la colectividad análogamente a como los beneficios de la comunidad terminan beneficiando a los individuos que la forman, estando todos involucrados en un mismo ambiente y teniendo un destino común. La participación en el sector solidario permite comprender que todos los fenómenos se encuentran relacionados tanto temporal como espacialmente, por lo que tiende a acentuarse la preocupación por las "externalidades" de todo tipo. Esta característica del consumo solidario tiende a determinar la búsqueda permanente de una mejor adecuación de los productos que se utilizan a las necesidades tanto individuales como comunitarias y sociales que se quiere satisfacer con ellos.

g) Preferencia por la calidad más que por la cantidad del consumo. Como consecuencia de las características anotadas, en el sector solidario se busca perfeccionar el consumo especialmente por la vía de elevar la calidad de los productos consumidos y de las necesidades que se prefiere satisfacer. Más que consumiendo mayores cantidades y variedades de bienes y servicios, se busca incrementar la satisfacción de las necesidades mejorando la calidad del proceso de consumo, haciéndolo más integrado y convivial, buscando adecuarse mejor a la jerarquización de las necesidades manifestada por las personas, equilibrando la satisfacción de necesidades de distinto tipo, etc. Como la opción por la calidad implica siempre el sacrificio de la cantidad, el consumo en este sector tiende a aparecer como austero y frugal; pero ello no debe entenderse como una predilección por el sacrificio y la pobreza sino como consecuencia del descubrimiento de las posibilidades que esas opciones por lo simple, natural, integrado, equilibrado, etc., abren en términos de calidad de vida, tan afectada en la sociedad moderna por el consumismo y la sofisticación.

Es preciso, finalmente observar que las diferentes y en cierto modo contrarias características que muestra el proceso de consumo en los tres sectores económicos. no deben ser absolutizadas ni consideradas excluyentes (en el sentido de que si las encontramos en un sector no puedan estar presentes en algún grado en los otros). Al contrario, ellas han de ser relativizadas y entendidas como preferencias, tendencias, énfasis y acentuaciones más que como rasgos esenciales que diferencien netamente unos modos de consumo de los otros.

Pero detrás y más allá de las características indicadas en cada caso, se evidencia tipos de comportamiento que suponen "distintas racionalidades" del consumo. Por eso, para comprender bien esas tres racionalidades será preciso atender al conjunto de características del sector correspondiente más que a cada una de ellas consideradas aisladamente. En otras palabras, la racionalidad especial de cada sector se pone de manifiesto de manera "sistémica", en cuanto las tendencias y características anotadas para cada sector implican que en ellos tienden a manifestarse ciertas "estructuras de necesidades" asociadas a ciertos conjuntos de bienes y servicios que las satisfacen, a través de actos de consumo relacionados que manifiestan coherencia interna.


La combinación de las racionalidades sectoriales.


De la exposición de estas tres racionalidades del consumo surge espontánea la pregunta por cuál de ellas constituya un modo mejor de efectuarlo. ¿Existe, acaso, un consumidor que merezca ser reconocido como un consumidor perfectamente racional? Y ¿existe una sociedad en la cual el consumo se encuentre optimizado?

Una manera primaria de intentar una respuesta consiste en comparar las características y tendencias que relevamos en cada uno de los sectores. El resultado de tal ejercicio no será, sin embargo, una cabal respuesta al interrogante sino un distinto planteo de la cuestión. En efecto, los tres sectores presentan características y cualidades que no son homogéneas e inmediatamente comparables con una misma escala de valoración; al contrario, los vemos complementarse recíprocamente, siendo bastante obvio que entre ellos pueden compensar sus respectivas debilidades, insuficiencias y defectos.

La interrogante que aparece como relevante es, entonces, aquella que interroga por la optimización del consumo a nivel social, y que como lo habíamos adelantado consiste en la identificación de aquella estructuración del consumo que mejor permita el bienestar general y el desarrollo integral como expresiones de la búsqueda de una mejor calidad de vida y de la expansión del sujeto.

Buscando satisfacer mejor sus propias necesidades cada persona y cada sujeto económico consumidor efectúa múltiples actos de consumo, algunos de manera individual, otros grupalmente y los demás integrados en el consumo social o público. Cada sujeto participa así en los distintos sectores y combina en su comportamiento elementos de las tres racionalidades sectoriales del consumo.

El grado de participación de cada sujeto —persona, comunidad o sociedad global— en cada sector, o sea la combinación y proporcionalidad que entre ellos establezca en su proceso de consumo, pone de manifiesto tanto su peculiar estructura de necesidades como sus preferencias por determinados conjuntos de bienes y servicios.

Pero la realidad que en este sentido muestren los sujetos no expresa necesariamente una situación de consumo apropiada, puesto que todo consumidor se encuentra condicionado por múltiples circunstancias que lo alejan de lo que sería su óptimo para alcanzar su bienestar y desarrollo.

Entre tales condicionamientos se encuentran, naturalmente, las diferentes estructuraciones de la producción y de la circulación en cada economía y sociedad. En efecto, sabemos que el consumo de cada uno se encuentra influido y condicionado por el de los demás, y el de todos por la estructuración del consumo global.

Al analizar las necesidades vimos que el elemento subjetivo del consumo se constituye siempre como fuerzas humanas y sociales que al buscar su bienestar y desarrollo entran en relaciones, interactúan, se integran unas con otras y entablan conflictos entre sí. Al igual que los procesos globales de producción y circulación, también el consumo se presenta como una relación de fuerzas sociales, que puede encontrarse conformada de diferentes maneras y formas: con mayor o menor concentración o diseminación democrática del poder, con mayor o menor integración o conflictualidad entre las partes, con mayor o menor presencia de los sujetos individuales, de las comunidades y de las instancias públicas. Todos estos elementos inciden cuantitativa y cualitativamente en el consumo de cada sujeto y de la sociedad en su conjunto.

Consideraremos que el consumo será superior y más perfecto cuando la más amplia cantidad y diversidad de sujetos, individuales y colectivos, puedan satisfacer de modo óptimo la más amplia gama de sus necesidades y deseos, mediante la utilización de los bienes y servicios disponibles apropiados. Diremos en tal situación que el consumo ha llegado a ser integral. A la teoría podemos pedirle que identifique las condiciones en que la integralidad del consumo pueda realizarse más cabalmente.

Por los antecedentes que hemos expuesto en los capítulos anteriores no es difícil concluir que tal integralidad del consumo depende fundamentalmente de su composición sectorial y del grado de perfeccionamiento existente en cada uno de los sectores.

La cuestión es, entonces, identificar los modos en que pueda llevarse el consumo, en las economías determinadas, a aquella combinación de sectores que permita un más cabal cumplimiento por parte de cada sujeto, de aquellas cualidades de moderación, correspondencia, persistencia, globalidad, equilibrio, jerarquía, integración y potenciación que definen el consumo perfecto de los sujetos.

Una primera y casi evidente afirmación —que sin embargo debemos explicitar y argumentar debido a que en el estado actual de la cultura subsisten y a veces predominan ideologías totalizantes que tienden a absolutizar enfoques unilaterales— es la necesaria diversidad y el conveniente pluralismo en cuanto a los sectores.


La diversificación y la pluralidad del consumo.


La conveniencia y necesidad de la diversidad y el pluralismo en el proceso de consumo resulta ante todo de considerar los distintos tipos de sujetos consumidores: personas individuales, grupos organizados, comunidades, unidades económicas de distintos tipos, naciones y sociedades en general.

Si el bienestar general y el desarrollo integral involucran y suponen el bienestar y desarrollo de todos los sujetos individuales y colectivos, la presencia simultánea de los tres sectores en el consumo es, más que la postulación de algo conveniente, un hecho lógico y necesario.

Vimos, además, en la racionalidad especial de cada uno de los sectores, sus particulares aptitudes y predisposición para satisfacer tipos de necesidades y deseos diferentes. Como el bienestar general y el desarrollo integral requieren la satisfacción proporcionada y equilibrada de todas las necesidades —las del cuerpo, del yo individual, del ser social y las del espíritu— no cabe más que concluir nuevamente que el pluralismo de los sectores es indispensable para que el proceso de consumo sea conforme con sus objetivos.

Bienestar y calidad de vida, expansión del sujeto y desarrollo integral, son expresiones que por sí mismas suponen la más amplia diferenciación y diversificación de los actos de consumo en cuanto a sus modos y lógicas de realización.

También por el lado de los objetos del consumo el pluralismo de los sectores encuentra fundamentos. En efecto, la satisfacción de las necesidades de todos en sus más diversas manifestaciones requiere que los bienes y servicios utilizados por los sujetos sean de los más variados tipos y cualidades. Pues bien, si algunos de esos bienes y servicios son mejor procesados y consumidos en un sector, mientras otros lo son en los demás, no cabe pensar en un consumo apropiado sin el necesario pluralismo. A mayor pluralismo en cuanto a los sectores, mayores serán las posibilidades que los bienes y servicios sean mejor utilizados.

Llegamos, pues, a la conclusión de que sólo la presencia simultánea y combinada de los tres sectores permite que a nivel de la sociedad global se verifique una apropiada satisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos de la gente.

Pero no es sólo esto lo que podemos concluir. En efecto, si cada sector manifiesta ventajas y aptitudes especiales para el consumo de determinados tipos de sujetos, para la satisfacción de determinadas necesidades y para la utilización de determinados tipos de bienes y servicios, es claro que cada uno de los sectores deberá tener un cierto tamaño o dimensión que sea óptima, y en consecuencia la perfección del proceso de consumo a nivel macro-económico implicará alguna proporcionalidad y combinación entre los tres sectores y sus racionalidades. Junto al pluralismo de los sectores afirmamos, pues, su combinación equilibrada.

Si, por otro lado, tenemos en cuenta que las necesidades, aspiraciones y deseos de los distintos tipos de sujetos presentan conexiones e interacciones sistémicas, al igual que los productos con que pueden satisfacerlas, concluiremos que "la mejor combinación" entre los sectores no puede ser una que sea válida para cualquier sociedad y circunstancia, pudiendo existir varias combinaciones posibles según las características económicas, sociales, políticas y culturales de la sociedad de que se trate; según las particulares conformaciones de las economías y de los mercados determinados; y según los rasgos peculiares que presenten los sectores mismos y los sujetos que los conforman.

Las necesidades, aspiraciones y deseos son variados en grado sumo, y múltiples son también los bienes y servicios con los cuales pueden ser satisfechos. Si cada sujeto manifiesta una propia y peculiar estructura de necesidades, las estructuras de las necesidades serán también diferenciadas a nivel colectivo.

Estando tales diferentes estructuras condicionadas por las circunstancias históricas, económicas, políticas y culturales particulares, la combinación óptima de los sectores no podrá ser la misma para cada sociedad ni en sus distintas fases o etapas de desarrollo.

Lo que podemos sostener en general es que la presencia de cada sector en el consumo podrá ser tanto más extendida —como proporción respecto al consumo global— según el grado de perfección que haya alcanzado él mismo.

Si el consumo a nivel del sector de intercambios muestra ser deficiente —escasamente moderado, parcial, desequilibrado, demasiado poco integrado, etc. —, no será conveniente que este sector se encuentre muy extendido, debiendo sus limitaciones e imperfecciones ser compensadas o suplidas por una presencia mayor de los otros tipos de consumo.

Lo mismo podemos decir, por ejemplo, si el consumo en el sector regulado (el consumo público) muestra deficiencias y no es suficiente para proporcionar adecuada satisfacción a las personas y sujetos económicos.

En general, cuando el consumo en un sector es deficiente, cuanto mayor sea su presencia como proporción del consumo global menos podremos reconocer el consumo general como adecuado e integral. A la inversa si un sector se encuentra mejor estructurado, mayor podrá ser su presencia en el consumo global sin afectar sino, al revés, favoreciendo el perfeccionamiento del proceso de consumo en la economía determinada.

La tarea de perfeccionar el proceso de consumo a nivel macro-económico corresponde, pues, a cada sector y, más concretamente, a cada sujeto particular, que colaborará al bienestar general y al desarrollo integral en la medida que aproxime su propio consumo a las cualidades de moderación, correspondencia, persistencia, globalidad, equilibrio, jerarquía, integración y potenciación, según las cuales él mismo puede esperar una mejor calidad de vida y una expansión y desarrollo de sí.


 

VII. EL NEXO ENTRE EL CONSUMO, EL AHORRO Y LA INVERSIÓN.

 

La acumulación es una forma del consumo.

 

Un análisis especial merecen los conceptos de ahorro, inversión, reproducción y acumulación, que tanta importancia tienen en las teorías económicas convencionales.

Examinar estos conceptos en el marco de la teoría del consumo puede parecer muy extraño a quienes están habituados a concebir los procesos de reproducción y acumulación en el contexto de los procesos de producción y circulación. Aquí sostendremos, en cambio, que la cuestión debe analizarse a partir de la teoría del consumo, donde los conceptos pueden ser cabalmente formulados, sin que ello obste que puedan ser retomados, profundizados y relacionados en el contexto de los procesos de producción y circulación, y especialmente en la teoría del desarrollo que ha de considerar integradamente los tres procesos.

Indudablemente, la relación entre consumo y acumulación (y entre consumo, ahorro e inversión) ha inquietado siempre a los economistas. De hecho, el consumo más el ahorro son considerados equivalentes al ingreso, y el consumo y la inversión son considerados como variables complementarias que componen el valor global de la producción. Análogamente, cuando se trata de explicar el crecimiento y de identificar las políticas adecuadas para incrementarlo, el consumo y la acumulación son postulados como variables de signo inverso: mientras mayor sea la parte consumida del producto menor serán el ahorro y la inversión. Desde otro punto de vista, se ha planteado que es el consumo el que atrae a la inversión al generar la demanda de productos y servicios.

En el marco de la teoría económica comprensiva proponemos un enfoque sustancialmente distinto a los anteriores, que implica una reformulación teórica de estos conceptos y de sus recíprocas relaciones.

Con el objeto de evidenciar rápidamente y desde un comienzo el significado y el motivo de la inclusión de estos conceptos en la teoría del consumo, bástenos recordar que hemos definido el consumo como la utilización de los productos en la satisfacción de las necesidades; o sea, consumo es todo lo humana, social y económicamente útil que se efectúe con la producción; y con toda la producción. Siendo así, si se reducen la producción y el consumo a variables agregadas y se quiere establecer una equivalencia entre ellas, debe sostenerse que producción = consumo; entonces, intuitivamente comprendemos que el ahorro, la inversión y la acumulación debemos considerarlos incluidos en el segundo de los términos de la relación, en la medida que correspondan a algo que se hace con los resultados de la producción.

De este modo distinguimos diferentes formas del consumo dependiendo de lo que se hace con los productos, que puede consistir en: a) hacer salir el producto de la economía, porque se destruye al consumirlo; b) conservar el producto para utilizarlo después; c) incorporar o reinsertar el producto en una empresa, como unidad adicional de uno de sus factores; y d) renovar y potenciar mediante el consumo del producto un factor existente. Las tres últimas implican algún proceso de ahorro, inversión o acumulación, o sea, un incremento en la provisión de riqueza respecto a la que había antes del proceso.

Lo que en síntesis decimos es que la relación entre consumo, ahorro, inversión y acumulación no corresponde a la que han supuesto habitualmente los economistas convencionales, según la cual "se acumula lo que no se consume", y que el ahorro e inversión dependen del excedente de producción no consumido. En realidad, se acumula lo que se consume de un cierto modo, por lo que podemos entender la acumulación como una forma del consumo.

En la economía convencional el término “ahorro” se refiere a un sacrificio o abstención de consumo actual, que se efectúa en función de un determinado consumo futuro. En nuestros términos tal acción de ahorrar debe entenderse inserta en una particular estructura del consumo en el tiempo, y constituye una determinada distribución temporal de la utilización de los bienes y servicios producidos, en la satisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos.

Si miramos en profundidad el significado del ahorro (de esta distribución del consumo en el tiempo), vemos que ni siquiera se trata sólo de una postergación de la satisfacción de las necesidades y deseos del consumidor, sino de una forma alternativa de consumo que implica ya en el presente la satisfacción de algunas necesidades actuales. En efecto, en la decisión de destinar una parte del producto y del ingreso disponible al ahorro está implicada la satisfacción de ciertas necesidades presentes, actuales, como son la de tener alguna seguridad ante futuras eventualidades, la de crear las bases para el cumplimiento de algunas aspiraciones cuyo logro implica un proceso, la de cumplir determinados deseos vigentes y actuales como pueden ser el deseo de poseer riqueza. Incluso la "acumulación de excedentes en forma de dinero" no consiste en una privación de consumo sino que es una forma particular de consumir una cierta cantidad de activos económicos en la satisfacción de un deseo de riqueza. No olvidamos, al respecto, que la posesión de dinero otorga posición social, prestigio y poder al que lo posee. Por cierto, detrás del ahorro no siempre estarán estos deseos, sino la más obvia y natural previsión prudencial respecto al futuro. Lo que se manifiesta, pues, a través de la determinada distribución del consumo en el tiempo que llamamos ahorro no es otra cosa que una particular estructura de las necesidades, deseos y aspiraciones del sujeto que efectúa el consumo.

En cuanto al término “inversión”, se lo entiende convencionalmente como la utilización de una parte del producto en la ampliación de las actividades productivas de las empresas. Pero esto no es otra cosa que aquella forma del consumo que conocemos como consumo productivo, y que implica la satisfacción de las necesidades de contar con factores productivos por parte de aquellos sujetos económicos particulares que son las empresas.

Hay que reconocer, además, que existe un nexo estrecho entre el ahorro y la inversión, estando ambos asociados a la acumulación económica. En efecto, tanto el ahorro como la inversión están relacionadas con la necesidad de asegurar el futuro, implicando un incremento en la riqueza que estará disponible para la satisfacción de necesidades humanas, individuales y sociales: se ahorra para disponer de bienes y servicios en el futuro; se invierte para disponer de una mayor capacidad de producción de bienes y servicios que serán consumidos en el futuro. Y a menudo lo que se ahorra, o una parte de ello, se invierte productivamente.

Esta última observación nos lleva a identificar otro factor de esa forma especial de consumo que llamamos acumulación, al que los economistas tradicionales no han prestado atención.

Así como podemos distinguir entre distintas composiciones del consumo en función de estructuras de necesidades en que predominan en unos casos las necesidades y deseos inmediatos y en otros las necesidades y aspiraciones de prolongada y progresiva satisfacción, podemos distinguir también entre consumo que cuida, hace durar y valoriza los productos, y consumo que los agota rápidamente. Y así como podemos distinguir entre consumo productivo o consumo improductivo, distinguimos también entre formas de consumo que desarrollan las capacidades y potencialidades de los sujetos que consumen, y otras que limitan y destruyen tales capacidades y potencialidades del sujeto.


Implicaciones para la medición y evaluación de la economía.


Con estos conceptos podemos juzgar ahora las limitaciones de los análisis económicos que, al no disponer de una teoría del consumo ni prestar atención a sus cualidades, llegan al absurdo de contabilizar como crecimiento y desarrollo la producción de una mayor cantidad de productos que duran menos y que por tanto satisfacen menos eficientemente las necesidades humanas.

En dicho modo de entender la economía, por ejemplo, la producción durante un período de 10 años de 2000 bicicletas anuales que tienen una vida útil promedio de 3 años, constituye un fuerte crecimiento de un 100% respecto a un período anterior también de 10 años en que se produjeron 1000 bicicletas anuales que duraron en promedio 10 años. Sin embargo, considerando la producción de cada período decenal tenemos que al terminar el primer período estaban funcionando 10.000 bicicletas mientras que al terminar el segundo solamente 6.000 unidades. Si efectivamente el producto medido en unidades de bicicletas producidas creció en 100%, medido en satisfacción de la necesidad de disponer de bicicletas decreció —al menos— en un 40%.

Tampoco se considera en la evaluación y contabilidad económica los impactos que sobre el desarrollo de la economía tienen las modalidades del consumo que conservan y que potencian la productividad de los factores.

Y en este sentido adquiere particular relevancia un concepto nuevo que hemos propuesto en la teoría económica comprensiva, a saber, el concepto del “consumidor-inversor”.


El consumidor-inversor.


Sabemos que el consumo es una actividad económica que todas las personas realizamos diariamente y a lo largo de nuestras vidas. Todos necesitamos consumir bienes y servicios para satisfacer nuestras necesidades de alimentación, vivienda, salud, educación, movilidad, entretención, cultura, conocimiento, etc. Para cumplir nuestras aspiraciones y para realizar nuestros proyectos, a nivel personal, familiar y social, también necesitamos bienes y servicios. Somos seres que no solamente queremos subsistir y permanecer, sino también progresar, proyectarnos y llegar a ser más que lo que somos. Para todo ello utilizamos bienes y servicios, que podemos producir nosotros mismos, adquirir en el mercado, o recibir como regalos.

Lamentablemente el consumismo, y poco conocimiento de nuestras reales necesidades en los distintos momentos y etapas de la vida, junto al dejarse llevar por la publicidad y las modas, hacen que el consumo sea deficiente, y que no facilite sino que entorpezca la satisfacción, el bienestar familiar y la realización de nuestras aspiraciones y proyectos.

Para hacer que el consumo favorezca el desarrollo personal, el logro de mejores condiciones y calidad de vida, y la realización de nuestras aspiraciones y proyectos, es necesario asumirse como consumidores e inversores a la vez, y gestionar nuestro consumo como inversión.

Para comprender esto hay que entender el consumo como la utilización de los bienes y servicios en la satisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos de las personas; y no separar el consumo, el ahorro y la inversión como si fueran actividades y procesos económicos diferentes. Al entender que el consumo y la inversión no son cosas distintas podemos pensarnos como consumidores-inversores, orientando nuestras decisiones económicas hacia nuestra más plena realización personal.

Por cierto, esto supone conocerse a sí mismos: las propias necesidades, deseos, aspiraciones, proyectos, lo que no es fácil. Es preciso saber que todos contamos con seis factores productivos: fuerza de trabajo, o capacidades de hacer; tecnologías, o saberes prácticos; gestión, o disposición para tomar decisiones; medios materiales de producción, esto es, lo que tenemos como patrimonio del que podemos disponer; financiamiento, o la credibilidad y confianza que pueda ponerse en nuestras iniciativas; y ‘factor C’, o sea nuestra participación y pertenencia en comunidades, asociaciones y grupos en los que actuamos con otros, donde préstamos nuestros servicios y ejercemos solidaridad.

Cada uno de estos factores, esto es, de nuestras capacidades de hacer, de saber, de decidir, de tener, de creer y de servir, forman parte de las necesidades que hay que satisfacer y que podemos expandir y perfeccionar, empleando en ellos dinero, bienes, recursos, actividades, aprendizajes. Cuando los empleamos para expandir y perfeccionar cualquiera de esos factores, estamos consumiendo como inversores, porque estamos invirtiendo en el potenciamiento de nuestras propias capacidades de hacer, de saber, de decidir, de tener, de creer y de servir. Dicho en otras palabras, nos estamos desarrollando como personas más integrales.

Desarrollar habilidades y capacitarnos para el ejercicio de cierto oficio o trabajo, nos convierte en consumidores-inversores. Lo mismo ocurre cuando aprendemos conocimientos que pueden ser aplicados en cualquier actividad, o al tener experiencias que aumentan nuestra creatividad y capacidad de innovación. Consumimos como inversores, también, cuando nos hacemos capaces de tomar decisiones más eficientes. Y cuando ampliamos nuestro patrimonio tangible e intangible, que incrementa la credibilidad y confianza en los proyectos que nos proponemos realizar. Y también, al integrarnos a organizaciones, al expandir nuestras relaciones personales, al hacernos más útiles a los demás, o sea, cuando expandimos aquello que llamamos Factor C también estamos siendo consumidores-inversores.

Todo ello requiere dedicación de tiempo, de dinero, de recursos personales, de bienes y servicios, significando organizar de mejor modo, en función del desarrollo personal, nuestro consumo en el tiempo, en el sentido amplio de la palabra.


Los modos de asegurar el futuro.


Hemos comprendido la acumulación como un modo de consumo según el cual se busca satisfacer determinadas necesidades relacionadas con el futuro. Sintetizando al máximo podríamos decir que acumular es "buscar seguridad para el futuro", resumiéndose bajo esta frase la satisfacción de una variada gama de necesidades, aspiraciones y deseos que van más allá del momento actual y que se proyectan en un proceso prolongado en el tiempo.

Pues bien, hay distintos modos de asegurar el futuro. Esto significa que hay diferentes estructuras del consumo vinculadas a distintas estructuras de necesidades de los sujetos, que implican formas diferentes de acumulación. Podemos distinguir tres formas principales de asegurar el futuro, sea como personas, familias, comunidades o como sociedad:

a) El desarrollo del poder, con lo que se busca asegurar el futuro concentrando los medios necesarios para impedir que los propios recursos territoriales, patrimoniales y humanos sean apropiados por potenciales enemigos, y para conquistar nuevos territorios y recursos en la eventualidad de que los propios lleguen a ser insuficientes para satisfacer las necesidades y aspiraciones.

b) La acumulación de riquezas materiales, sea acopiando stocks de productos, atesorando activos líquidos que puedan ser fácilmente convertidos en bienes y servicios, o concentrando medios de producción aptos para elaborar los productos requeridos para enfrentar las futuras necesidades.

c) El desarrollo de relaciones comunitarias , de conocimientos y de capacidades y energías creadoras por parte de los sujetos, que estarán así en condiciones de enfrentar sus futuras necesidades, aspiraciones y deseos en base a sus propias fuerzas incrementadas y potenciadas por las relaciones de cooperación recíproca y por el conocimiento posible de aplicar en circunstancias diversas.

Pues bien, las dos primeras formas de acumulación, por varias razones relacionadas con las estructuras de la producción y del mercado, suelen encontrarse asociadas a procesos de concentración.

Tan fuerte ha sido en la teoría y en la práctica el nexo que se ha establecido entre la búsqueda de asegurar el futuro y la concentración, que ha llegado a establecerse un nexo inescindible entre concentración y acumulación, como si sólo a través de la concentración —de poder y de riqueza— fuese posible asegurar el futuro.

Esta asociación de conceptos explica en parte la idea tan generalizada de que la acumulación depende de la circulación y no del consumo, cuando lo que más directamente depende de la circulación es la concentración. Nuestros análisis nos permiten distinguir ambos procesos y comprender que, si bien las cantidades destinadas por cada consumidor al consumo acumulativo en alguna medida son función de sus ingresos y de su riqueza, la opción corresponde en último término a su proceso de consumo.

Detrás de tan estrecha asociación entre acumulación y concentración está la percepción de los otros como amenaza, sea porque son enemigos como porque se los considera competidores. Al percibírselos así, se tiende a creer que el futuro sólo puede asegurarse acumulando y concentrando poder y riquezas; pero cuando se descubre que hay modalidades distintas de garantizar el futuro basadas en la cooperación e integración social, se hace indispensable disociar los conceptos de acumulación y de concentración. Se hace posible identificar formas de acumulación desconcentradas.

Los tres modos de asegurar el futuro (formas de acumulación) manifiestan alguna correspondencia con nuestros sectores de intercambios, regulado y solidario, pero sería excesivo establecer una correspondencia estricta de unos con otros.

Lo que efectivamente sucede es que en el sector intercambios se manifiesta cierta tendencia a privilegiar el aseguramiento del futuro mediante la acumulación de riquezas, mientras que en el sector regulado se privilegia hacerlo mediante la acumulación de poder, y en el sector solidario mediante la acumulación de relaciones sociales. Debemos, pues, considerar estas tendencias entre las características que distinguen las "racionalidades del consumo" propias de los tres sectores económicos.

Y podemos concluir, además, que el consumo perfecto supone la presencia de los tres modos de acumulación, combinados en alguna proporción.

Comprender la acumulación como un modo de consumo vinculado a determinadas estructuras de necesidades, y descubrir que hay diferentes maneras y formas de efectuarla, nos lleva a concluir que determinados niveles de acumulación pueden llegar a ser negativos, especialmente si se descompensa el equilibrio entre los tres modos de efectuarla.

Puede ser negativa cuando en la estructura de necesidades que orientan las decisiones económicas el predominio de las necesidades relacionadas con el futuro se hace excesivo. En tales casos, no se estará dando el que podemos considerar como un consumo equilibrado e integrado que respete la jerarquía natural y racional de las necesidades. Pueden incluso darse procesos de acumulación tan acentuados que no sean sino la manifestación de situaciones psicológicas y culturales psicopáticas, en las que en vez de una previsión racional y normal por el futuro se esté ante una situación ansiosa y temerosa anormal respecto al porvenir.



 

Segunda Parte


EL CONSUMO EN LA SOCIEDAD MODERNA

Distorsiones del consumo y procesos orientados a su perfeccionamiento.


 

VIII. UNA DEFICIENTE CALIDAD DE VIDA QUE CONTINÚA DETERIORÁNDOSE.


Subdesarrollo del consumo en la ‘sociedad de consumo’.


Uno de los nombres con que suele caracterizarse la sociedad contemporánea es el de "sociedad de consumo", con el que quiere destacarse que vivimos en un mundo donde el consumo de bienes y servicios es muy abundante, diversificado, extenso e intenso.

Sin embargo, muy pocos estarían dispuestos a afirmar que en esta sociedad de consumo la calidad de vida sea elevada, satisfactoria y ni siquiera aceptable para la mayoría de las personas. Por cierto, es indispensable considerar las enormes diferencias en los niveles de consumo y consiguientemente en la satisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos que alcanzan las distintas personas, grupos sociales, países y regiones del mundo; pero aún considerando estas diferencias puede afirmarse que la situación dista mucho de ser satisfactoria para casi todos.

Veremos, en efecto, que el consumo como proceso social, evaluado con el criterio de la calidad de vida, manifiesta un notable y sorprendente subdesarrollo.

La riqueza y el consumo exuberante de algunos coexiste con la pobreza y la escualidez del consumo de otros. Que la calidad de vida de estos últimos sea muy baja se entiende fácilmente: los bienes y servicios a los que acceden y que logran consumir son insuficientes para satisfacer incluso sus necesidades corporales y de protección. El hecho paradójico es que incluso para quienes tienen acceso a un consumo exuberante la calidad de vida que alcanzan es muy discutible, y esto ya no puede deberse a la insuficiente utilización de bienes y servicios, requiriendo una explicación más amplia que atienda a los varios componentes del proceso de consumo que hemos expuesto.

Tal vez aún más sorprendente es el hecho que la calidad de vida para todos —pobres, ricos y de nivel intermedio considerados en conjunto—, parece ser muy inferior a la que permitiría para todos ellos la cantidad y variedad de bienes y servicios que se consumen. Dicho en otros términos, la satisfacción de necesidades, aspiraciones y deseos de la sociedad en general, parece ser consistentemente menor a la que podría esperarse del volumen del consumo que efectúan sus integrantes.

Esto implicaría que, cualquiera sea el nivel del consumo de las personas y grupos sociales, con la misma cantidad de bienes y servicios podrían satisfacer más ampliamente y mejor sus respectivas necesidades, aspiraciones y deseos. Ello lleva a pensar, obviamente, en deficiencias en las estructuras y en los modos del consumo, y más específicamente a sospechar que el consumo se desenvuelve muy distante de las cualidades y criterios de moderación, correspondencia, persistencia, globalidad, equilibrio, jerarquía, integración y potenciación.

Son habituales las críticas al desarrollo económico que ponen en evidencia los problemas de la pobreza, las desigualdades sociales, los daños al medio ambiente, atribuyéndose sus causas a los procesos de producción y de distribución. Poco se los relaciona con el consumo, con lo que no se aprecia que es en éste que esos problemas se acentúan fuertemente, impidiéndose ver qué elementos importantes de solución podrían activarse desde la óptica del consumo, concebido desde la teoría económica comprensiva.


La pobreza multidimensional.


Parece natural comenzar examinando el fenómeno de la pobreza, cuya expansión en términos absolutos y relativos se encuentra ampliamente documentada. Es en el mundo de los pobres donde se manifiesta del modo más evidente y acentuado el subdesarrollo del consumo, con la consiguiente insatisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos de los individuos, las familias y las colectividades que en tales condiciones experimentan la más deficiente calidad de vida.

Las causas principales de la pobreza han sido identificadas en el subdesarrollo de la producción y en la inequitativa distribución de la riqueza, mientras que a nivel del consumo se la considera exclusivamente en cuanto efecto o consecuencia, cuantificándola y evaluándola en términos de la provisión restringida de bienes y servicios que afecta a grandes sectores de la población para satisfacer sus necesidades consideradas "básicas" o fundamentales. Muy escasa atención se ha prestado en el análisis de la pobreza al proceso de consumo considerado como causa que la acentúa, refuerza y consolida.

Examinar la pobreza desde el proceso de consumo y con el criterio de la calidad de vida permite ante todo comprender que la pobreza está aún más extendida de lo que suele aceptarse, y que hay distintos tipos de pobreza, algunos de los cuales afectan incluso a personas y grupos sociales de altos ingresos.

Pobres son, en efecto, genéricamente hablando, quienes no logran satisfacer sus necesidades, aspiraciones y deseos en un nivel que pueda considerarse suficiente para su realización personal y social.

Desde la perspectiva del proceso de consumo pueden distinguirse entonces diversos tipos de pobreza, correspondientes a las cuatro categorías de necesidades, aspiraciones y deseos que constituyen las grandes dimensiones de la experiencia humana. Hay pobreza en la insatisfacción de las necesidades corporales, como la hay en la insatisfacción de las necesidades culturales y espirituales, de protección y seguridad, relacionales, conviviales y de participación social.

Las carencias respecto a cada tipo de necesidades pueden manifestarse tanto por el lado del elemento objetivo del consumo, o sea como insuficiente disponibilidad y uso a los respectivos bienes y servicios, como por el lado del sujeto del consumo, esto es, como insuficiente desarrollo de sus necesidades, aspiraciones y deseos en las cuatro dimensiones de la experiencia humana.

Entre ambos lados de la insuficiencia existe un recíproco reforzamiento y retroalimentación, toda vez que las necesidades tienen un aspecto activo y se potencian con su satisfacción. Una alimentación crónicamente insatisfactoria genera un estado de desnutrición que inhibe la capacidad de alimentarse adecuadamente; el escaso uso de libros y bienes culturales inhibe el desarrollo de las necesidades y aspiraciones espirituales, lo que a su vez desmotiva la lectura y la utilización de bienes y servicios culturales; la insatisfacción de las necesidades relacionales y de convivencia lleva al aislamiento de las personas, que ven atrofiarse en el tiempo sus demandas de convivencia, relación social y participación.

Pero el concepto de pobreza se encuentra tan asociado a la situación de carencias que experimentan las personas y grupos sociales en razón de sus reducidos ingresos, que parece conveniente seguir usándolo en aquella acepción restringida de pobreza material, y considerarlo entonces como un aspecto particular de un más amplio concepto de subdesarrollo del consumo, que incluya la pobreza en el sentido amplio que dijimos, o sea en cuanto carencias en el consumo de bienes y servicios respecto a necesidades fundamentales del ser humano, pero no sólo de aquellas relacionadas con la subsistencia ni asociadas a la escasa disponibilidad de ingresos económicos.

Además del consumo insuficiente de bienes y servicios en proporción a las necesidades de los varios tipos, que afecta a muchas personas y grupos humanos, se dan numerosas otras situaciones y tendencias que al generar una deficiente calidad de vida ponen en evidencia el subdesarrollo del consumo.


Insatisfacción corporal.


A nivel de las necesidades corporales podemos señalar, por ejemplo, que para mucha gente la alimentación, aunque abundante, ha llegado a ser muy deficiente e inapropiada si la evaluamos desde las necesidades y deseos que satisface.

Diversos estudios empíricos han mostrado que la alimentación es actualmente poco saludable y de baja calidad para una gran cantidad de personas, algunas de las cuales están subalimentadas y desnutridas, otras se alimentan en exceso experimentando obesidad crónica, sometiendo al organismo a exigencias que generan variados tipos de enfermedades, y otros en fin lo hacen en muy mala forma, con productos procesados artificialmente para darles un relativo buen sabor pero que tienen un bajo e inapropiado valor nutricional. Mediante aditivos artificiales de varios tipos (espesantes, colorantes, edulcorantes, saborizantes, perfumantes, etc., de los cuales muchas veces se han descubierto efectos nocivos, adictivos e incluso cancerígenos), se imitan y reemplazan en la dieta familiar alimentos y bebidas naturales de alto valor nutritivo y exquisito sabor. Los sustitutos se difunden con gran publicidad entre consumidores ingenuos y desapercibidos que de este modo convierten su dieta alimenticia en un consumo de "chatarra" pseudo alimenticia, a la cual se habitúan.


Las adicciones, el sobreconsumo y el consumo nocivo.


Relacionado con esta inadecuación entre los bienes y servicios que se consumen y las necesidades que con ellos se quiere satisfacer, está el fenómeno del consumo de productos directamente nocivos para las personas, o que sin serlo en pequeñas dosis lo son en cantidades mayores, que su propio consumo va induciendo.

Es el caso de las drogas adictivas, los estupefacientes y las bebidas alcohólicas, en el orden de las necesidades corporales; de las armas de fuego, los instrumentos de tortura y otros medios de agresión, en el orden de las necesidades de protección y seguridad; de los conflictos, las guerras, las comunicaciones engañosas y otros servicios negativos que generan desunión y antagonismos, en el orden de las necesidades relacionales y conviviales; de las falsificaciones científicas, las obras ideológicas que distorsionan la realidad y los valores, los servicios que manipulan las conciencias, los "virus" informáticos, los productos televisivos decadentes, las noticias falsas, etc., en el orden de las necesidades culturales y espirituales.

El consumo de productos como ésos, que mal merecen el nombre de bienes y servicios, distorsiona la satisfacción de las necesidades, las atrofia y las desvía de su cauce natural, contribuyendo a deteriorar la calidad de vida de quienes los consumen y de la sociedad en general.

Hay otros ámbitos, menos evidentes que los anteriores pero no menos significativos, en que el consumo manifiesta también generar malas condiciones y calidad de vida. Graves deficiencias se manifiestan, por ejemplo, en el ámbito de la vivienda, cuando se observa que las condiciones de habitabilidad se deterioran en los grandes centros urbanos, excesivamente densos y concentrados, con demasiadas unidades aglomeradas en espacios reducidos, y donde el ruido, la contaminación del aire y los congestión de los medios de transporte atentan contra una buena satisfacción de diversas necesidades y crean condiciones que impiden una conveniente calidad de vida.

En estas ciudades densamente pobladas, también se ve negativamente afectada la satisfacción de las necesidades de protección y seguridad de las personas y su propiedad. Es ampliamente reconocida la inseguridad y desprotección que sienten los ciudadanos en un contexto en que aumenta la delincuencia, la agresión y la violencia. Al no ser adecuadamente satisfechas, las necesidades de protección tienden a exacerbarse, de modo que las personas y organizaciones son inducidas a adoptar cada vez más precauciones y resguardos defensivos. Se multiplican los instrumentos mecánicos y electrónicos (rejas, cerraduras, alarmas, etc.) que protegen las viviendas y automóviles, las personas se proveen de armas y otros medios de defensa personal, se incrementa el personal y los medios de policía, se reducen los horarios y los espacios donde los ciudadanos se atreven a circular libremente; pero nada de ello reduce la inseguridad que experimentan las personas, pues se tecnifican al mismo tiempo los sistemas que amenazan la seguridad y los mismos medios de defensa son utilizados para la agresión. De hecho, estudios empíricos realizados en muy distintos ambientes ponen de manifiesto que uno de los problemas más sentidos por la población es la desprotección e inseguridad que sienten, casi siempre justificada por el aumento de la acción delictual que se observa. Que esto impacta negativamente la calidad de vida es obvio.


El sub-consumo relacional y cultural.


Especialmente en los ambientes urbanos donde habita la mayor parte de la población, se percibe extendidamente la pérdida del sentido de comunidad y de pertenencia a unidades sociales personalizadas, el deterioro de la integración social, el aumento de los conflictos sociales, la inestabilidad y el precario cumplimiento del orden jurídico e institucional, las dificultades de gobernabilidad y convivencia.

Relaciones humanas crecientemente instrumentales y utilitarias, competencia exacerbada, incomunicación interpersonal o comunicación anónima, son facetas que convergen en un panorama de insatisfacción de las necesidades relacionales y conviviales, incluso al interior de las familias, en los vecindarios y en las organizaciones funcionales.

En este contexto, parece ocurrir algo inverso que respecto a las necesidades de protección, pues en vez de exacerbarse las necesidades relacionales y conviviales tienden a atrofiarse, y consiguientemente se reduce la producción de bienes y servicios que generen convivencia y vínculos comunitarios, o se producen con características tales que no favorecen su desarrollo cualitativo. Estadios predispuestos para públicos masivos, competencias deportivas, centros de espectáculos, lugares de recreación, fiesta y celebración, de juego y baile, son algunos de los productos que la economía actual propone para que las personas y grupos satisfagan estas necesidades fundamentales. Pero si bien estos bienes y servicios son amplia e intensamente utilizados por los consumidores, satisfaciendo las necesidades, aspiraciones y deseos de muchos, la calidad de tal satisfacción es por lo menos discutible.

En éste como en otros ámbitos pareciera darse una inapropiada correspondencia entre los bienes y servicios utilizados y las necesidades mismas, toda vez que ellas resultan escasamente satisfechas, como lo demuestran diversos estudios que analizan el estado de la convivencia y del relacionamiento comunitario.

También en relación a las necesidades "del espíritu" hay carencias notables y evidente inadecuación de los bienes y servicios consumidos.

Las actividades que se realizan para satisfacer este tipo de necesidades suelen desplegarse en el mal llamado "tiempo libre", término que de por sí alude a la escasa prioridad que se les otorga al reservarse para ellas los momentos y horas residuales, no empleados en otras ocupaciones consideradas más importantes o urgentes. Pero aún cuando el "tiempo libre" necesario para el desarrollo cultural y espiritual, para la recreación y la convivencia, pueda aumentar debido a la tendencia que en ciertos países se observa a la reducción de la jornada de trabajo, este aumento es en muchos casos sólo aparente, pues las personas pierden mucho tiempo en desplazarse y ocupan gran parte de su tiempo disponible en actividades complementarias al trabajo exigidas por la competencia profesional y laboral.

Por otro lado, en orden a la específica satisfacción de necesidades culturales y espirituales, las actividades que se realizan y los bienes y servicios que se utilizan muchas veces tienen un limitado valor y calidad, como en el caso de la observación pasiva de programas de TV en que numerosas personas ocupan varias horas diarias.

Por cierto la sociedad dispone y las personas utilizan también bienes y servicios de elevada capacidad de satisfacción espiritual y cultural, tales como centros educacionales en sus varios grados, institutos de investigación, libros y periódicos, instituciones y empresas de difusión cultural, centros de espiritualidad y religión, iniciativas de desarrollo personal, eventos y espectáculos culturales, obras de teatro y conciertos, cines, museos y exposiciones de arte, producción y reproducción de obras musicales, espacios de creatividad, etc. Sin embargo, existe una generalizada percepción de que estos bienes y servicios culturales y espirituales no tiene la calidad que requeriría una adecuada satisfacción de las necesidades "del espíritu", y son utilizados por un porcentaje menor de la sociedad y por tiempos reducidos.


Mal consumo en educación y en salud.


En el mismo ámbito de las necesidades, aspiraciones y deseos culturales y espirituales, merece una mención especial la situación en que se encuentra la educación formal y la escuela en sus varios niveles, o sea aquél conjunto de bienes y servicios que puede ser considerado como el principal de los productos económicos utilizados para satisfacer este tipo de necesidades personales y colectivas. Sin desconocer los méritos de numerosas instituciones educacionales y de quienes prestan en ellas sus servicios pedagógicos, no puede dejar de verse en el conjunto del sistema educacional, evaluado desde el punto de vista de sus resultados, o sea de las necesidades, aspiraciones y deseos que satisfacen, muy notables debilidades y deficiencias. En aspectos tan elementales como el dominio de la lectura y la escritura, la gramática y la aritmética, la comunicación oral y las relaciones humanas, sin mencionar aspectos más complejos como la creatividad artística y la comprensión científica, los logros que se obtienen después de dedicar a ello gran parte del día durante doce y más años de asistencia al colegio, son verdaderamente lamentables, desproporcionados respecto a la dedicación cada vez más intensiva y prolongada que se exige actualmente a los alumnos.

El desarrollo cultural medio alcanzado por los jóvenes al terminar su educación formal obligatoria pone en evidencia un nivel de aprendizaje y de aprovechamiento de la enseñanza recibida, muy inferior al que podría esperarse. Ello manifiesta seguramente una baja calidad de los servicios educacionales, pero sobre todo un consumo o utilización muy deficiente de la enseñanza recibida durante largos años, por parte de un elevado porcentaje de los estudiantes.

En cuanto a la salud, otra de las necesidades fundamentales en función de la cual existen cada vez más abundantes productos y servicios que son consumidos asiduamente por casi todas las personas, la satisfacción que se obtiene parece muy baja en proporción al consumo; incluso hay evidencias de que el mismo aumento del consumo en este campo va acompañado de un incremento progresivo de las enfermedades, que son la expresión más patente de la insatisfacción de la necesidad en referencia.

Estudios empíricos muestran un incremento promedio de las enfermedades que padecen las personas anualmente y a lo largo de su vida, así como un aumento del tiempo global en que están declaradas enfermas. Y ello mientras el consumo de fármacos y de atenciones médicas crece anualmente en proporciones notables. Aparecen enfermedades nuevas y reaparecen otras que se creía derrotadas, muchas personas sufren estrés, depresión, neurosis y psicopatías diversas; aumenta la drogadicción, el alcoholismo y las anomias que derivan en suicidio y autoagresión. La irritabilidad, el estado de malestar, la baja autoestima personal, acompañan largos períodos de la vida de muchas personas. El hecho más notable que resume la gravedad de la situación es que los indicadores de expectativas de vida, que durante muchas décadas indicaban un progresivo alargamiento de la vida humana, han comenzado a decrecer en muchos países.


Consumo y medio ambiente.


Tema aparte aunque estrechamente relacionado con la calidad de vida y la satisfacción de las necesidades es el deterioro del medio ambiente y los desequilibrios ecológicos. De esto se habla mucho; pero volvamos a él para descubrir desde la óptica del consumo nuevas facetas, teniendo en cuenta que el deterioro del medio ambiente no es causado solamente por las actividades productivas, teniendo también explicación en los modos en que los individuos, las colectividades y la sociedad en su conjunto consumen los bienes y servicios y satisfacen sus necesidades, aspiraciones y deseos.

Un aspecto a considerar en este sentido son los muy abundantes residuos y desechos que deja el consumo de numerosos tipos de productos, de los cuales sólo un pequeño porcentaje es reciclado. Una parte de los residuos del consumo son simplemente abandonados en el medio ambiente, otros son amontonados en basurales y lugares especialmente predispuestos para ello, otros aún se dejan escurrir en corrientes de aguas que se contaminan, o se difunden en la atmósfera acentuando su polución. Ello pone de manifiesto algunos aspectos del consumo que ya mencionamos al referirnos a la doble transformación que produce tanto en el lado del sujeto como del objeto del consumo, y en particular los efectos que tiene la utilización de ciertos bienes y servicios por los consumidores "primarios" sobre los que llamamos consumidores "secundarios".

Por otro lado, el medio ambiente condiciona la calidad de vida en general y la satisfacción de ciertas necesidades y deseos en particular. La salud física, psicológica y espiritual de las personas y las colectividades humanas es tal vez el ámbito de mayor y más clara incidencia; pero también las necesidades de protección y seguridad son exacerbadas cuando ciertos deterioros medioambientales establecen situaciones de elevado riesgo y generan un clima de incertidumbre respecto al futuro, que muchas personas resienten intensamente.

Además, el modo de vida y consumo a menudo dificulta el contacto con la naturaleza, fuente de grandes satisfacciones, que se torna cada vez más difícil y costoso. Por ejemplo, los lugares de mayor belleza natural son convertidos en atracciones turísticas que no permiten experimentar la paz y tranquilidad en un ambiente verdaderamente natural, y a ellos tienen acceso pocas personas, a las cuales proporcionan satisfacciones y goces de calidad discutible.

Tal vez el panorama que está resultando de este conjunto de aspectos del consumo sea excesivamente oscuro, y para tener una visión más equilibrada habría que matizarlo destacando otros aspectos más positivos, por ejemplo en el campo de las comunicaciones audiovisuales y de la computación, que ponen al alcance de las personas una impresionante cantidad y variedad de informaciones y otros bienes y servicios culturales y que potencian sus capacidades creativas; o del transporte terrestre, aéreo y marítimo, cuyos medios permiten una creciente velocidad y comodidad en el desplazamiento entre lugares distantes, facilitando el acercamiento y la integración entre pueblos y naciones.

Pero si observamos más de cerca estos bienes y servicios y el modo en que son actualmente utilizados, volvemos a encontrar que su contribución al mejoramiento de la calidad de vida es bastante menor de la que suele suponerse y de lo que podría esperarse de su abundante consumo.


Dificultades del transporte.


Observemos lo que sucede con el automóvil, un bien económico de gran importancia en las economías modernas. Un elevado porcentaje del ingreso de muchas personas y familias es destinado a la adquisición y uso de este producto; así ha llegado a ser el segundo de los bienes, después de la vivienda, en cuanto a su importancia económica medida por la cantidad de recursos que se destinan a su producción y consumo.

Para calcular el volumen global del consumo de bienes y servicios implicados en esta actividad económica es preciso hacer un análisis sistémico que considere al menos lo siguiente: a) los automóviles mismos, con todo lo que implica su producción y su utilización por los usuarios; b) su transporte, distribución y comercialización; c) los locales donde se guardan y protegen los vehículos en las residencias de sus poseedores, y los lugares públicos de estacionamiento; d) la construcción, mantención y utilización de calles y carreteras; e) los terrenos de alto valor que se utilizan en todo ello (cerca de un 20% del espacio urbano en las grandes ciudades); f) los repuestos y accesorios; g) el tiempo que se destina a la mantención, limpieza y reparación de los vehículos; h) la producción, distribución y consumo de combustibles, aceites, neumáticos y todos los demás elementos indispensables para el funcionamiento de estas máquinas; i) la gran cantidad de talleres mecánicos y eléctricos donde se efectúan servicios de mantención y reparación; j) el personal y los recursos destinados a regular el tránsito vehicular, los semáforos y sistemas de control; k) los pagos de peajes; l) los seguros contra accidentes y robos; m) los accidentes de tránsito (que han llegado a ser una de las principales causas de muerte y que dan lugar a un elevado porcentaje de los presupuestos de salud);; n) los costos de la ‘chatarrización’, destrucción y acumulación de vehículos obsoletos.

En general, puede afirmarse que la actividad económica globalmente involucrada en el conjunto de aspectos relacionados con el automóvil, ha sido durante décadas y continúa siendo una de las más dinámicas en las sociedades modernas, contribuyendo con un alto porcentaje en los indicadores del crecimiento de la producción y el consumo en todos los países.

Ahora bien, el crecimiento de toda esta actividad productiva y de consumo, de tan alta significación y aparente eficiencia en términos cuantitativos ¿constituye realmente, todavía hoy, un proceso de desarrollo si lo evaluamos desde las personas y la comunidad, que son el objetivo último de la economía? ¿Puede reconocerse a esta masa de bienes y servicios en expansión, una adecuada eficiencia en términos de la satisfacción de necesidades humanas y de la calidad de vida que generan?

En cuanto a las necesidades, la más importante que atienden estos bienes y servicios es el transporte y desplazamiento de las personas. Naturalmente, el rubro automotriz y sus sectores anexos y derivados proporcionan algún grado de satisfacción indiscutible de esta necesidad, tanto a quienes directamente utilizan estos medios como a la sociedad en general. Técnicamente, considerando los más sofisticados avances de la tecnología moderna, resulta en verdad impresionante el desempeño individual de cada vehículo automotriz.

Debe sin embargo asumirse el hecho que, a medida que aumenta la cantidad de automóviles que se desplazan por las ciudades, la satisfacción marginal (la que proporciona cada nueva unidad de producto que se utiliza) va disminuyendo rápidamente, porque la introducción de cada vehículo en el sistema de transporte incrementa la congestión del tránsito de tal modo que disminuye la velocidad media de circulación; incluso llega un punto en que cada nueva unidad que comienza a transitar genera una desutilidad directa en términos agregados, es decir, proporciona una utilidad marginal negativa. Ello está sucediendo en todas las grandes ciudades del mundo, a un ritmo verdaderamente acelerado. En muchas ciudades la velocidad de circulación media oscila entre los 10 y los 20 kilómetros por hora y disminuye año tras año. Estudios realizados en algunas ciudades de Estados Unidos demostraron que, si se suman los tiempos que las personas dedican a estacionar, lavar, mantener, reparar y utilizar sus automóviles, y se lo divide por la cantidad de kilómetros que las personas se desplazan en ellos, se llega a cifras del orden de 5 a 6 kilómetros por hora, esto es, tanto como desplazarse caminando.

No obstante la utilidad que proporcionan los automóviles en términos de satisfacción de las necesidades para las que se consumen sea tan inferior a la que podría esperarse, seguirán utilizándose de manera creciente. Es importante comprender por qué sucede así.

Obviamente, cuando comienza a disminuir la utilidad marginal de los automóviles se reduce también su utilidad media, esto es, la que presta el conjunto de ellos al total de sus poseedores y usuarios. Cualquier aumento adicional en el consumo de automóviles disminuye aún más la utilidad media de ellos, medida según la satisfacción de necesidades humanas que proporcionan. Y al mismo tiempo que, superado cierto umbral va disminuyendo la utilidad, van también aumentando los costos globales implicados en la satisfacción de esta necesidad (por el ensanchamiento de calles y de espacios para estacionamiento, por el incremento de los accidentes de tránsito, etc.) Y no hemos considerado aún otros efectos derivados de la expansión del uso de automóviles en las grandes ciudades, cuales son el incremento del ruido, el impacto sobre el medio ambiente y las consecuencias que se verifican a nivel de la salud física y psicológica de las personas.

Es cierto que, en sentido inverso, tampoco hemos considerado la satisfacción de otras necesidades además de movilizarse, que proporcionan los automóviles a sus propietarios, como las relacionadas con el prestigio social, sobre el cual, dicho sea de paso, habría mucho que decir respecto a la calidad de la satisfacción que se obtiene de esa manera, aspecto que examinaremos más adelante.

Así, disminuyendo tendencialmente la utilidad en términos de satisfacción de necesidades humanas, e incrementándose al mismo tiempo los costos en término de los recursos involucrados, la eficacia del consumo de estos bienes y servicios muestra ser inversamente proporcional a su crecimiento. Ello puede contradecir un cálculo de la utilidad efectuado en base a la variable monetaria del gasto efectuado por los consumidores, pero es tan cierto que en ciudades de alta congestión vehicular las medidas de restricción a la circulación de los vehículos (que en último análisis tienen el mismo efecto que una disminución del consumo), mejoran la eficiencia global del transporte y concitan la adhesión de los usuarios afectados por la misma restricción.


Problemas con la vivienda.


¿Es el automóvil un caso único, tal vez una excepción de la cual no pueden extraerse conclusiones generales? No lo es, aunque en razón de su importancia y la evidencia de su impacto sobre la calidad de vida en las sociedades modernas, constituye un caso ejemplar. No solamente no es el único, sino que el fenómeno del deterioro de la calidad de vida a partir de cierto nivel de crecimiento del consumo es muy corriente y se extiende a una multitud de bienes y servicios.

Otro caso de similar e incluso de mayor importancia que el del automóvil es el de la vivienda en ciudades densamente pobladas. ¿Cuántos son, en efecto, los desequilibrios, contradicciones y problemas —psicológicos, de salud, medioambientales, de convivencia y seguridad, de agua, energía y otros servicios, etc.— que aparecen en una ciudad cuando la urbanización se extiende excesivamente tanto horizontal como verticalmente, en ciudades de más de un millón de viviendas? ¿Puede alguien hoy día sostener que en tales ciudades la multiplicación de las viviendas da lugar a una superior calidad de vida para el conjunto de los habitantes?


El consumo de información.


Examinemos brevemente otro ejemplo, distinto a los anteriores y que nos aproxima al asunto desde un ángulo diferente pues corresponde al ámbito de los servicios, y donde no hay referencia a la ocupación de espacio físico como en los casos del automóvil y de la vivienda. Nos referimos al incremento de la información, un servicio económico cuya utilidad nadie puede razonablemente discutir, y que constituye incluso uno de los fenómenos actualmente aclamados entre los grandes logros de la modernidad. Estamos, se dice, en la “sociedad de la información”.

Es un hecho, en efecto, que en la actualidad las informaciones producidas y puestas a disposición de las personas crecen en forma explosiva. En general y dejando aparte ciertos tipos de conocimientos cuya posesión satisface necesidades trascendentales (cuáles el conocimiento filosófico, el artístico y el religioso), la utilidad esperada de dicha masa creciente de información es la de contribuir a tomar decisiones de manera que se logren los objetivos deseados por los sujetos con mayor efectividad o eficiencia.

Pues bien, ocurre actualmente que el volumen de información producida (y que no solamente queda disponible para quienes la requieren sino que se transmite y reproduce indiscriminada, abusiva y hasta agresivamente sobre la población), es tan abundante, compleja y aún contradictoria, que a menudo desconcierta en vez de orientar, inhibe la toma de decisiones en vez de favorecerla, conduce a errores en vez de aproximarnos hacia decisiones adecuadas, y exige una creciente dedicación de tiempo para obtenerla y procesarla.

En razón de todo ello, cada vez son más los ámbitos de actividad que requieren el concurso de asesores especializados en el acceso y el análisis de la información pertinente, como condición de la adopción de decisiones aproximadamente acertadas, que obviamente han de alcanzarse asumiendo costos cada vez más altos.

Lo que ocurre es que la producción de información es increíblemente más rápida y abundante que la capacidad que tienen los sujetos de asimilarla, comprenderla, procesarla y articularla de manera coherente y útil, aún utilizando los más sofisticados y rápidos procesadores. Dicho en otros términos, la información es consumida de manera incompleta, inadecuada, poco persistente, mal integrada y deficientemente jerarquizada.

Tanto es así que incluso a nivel especializado, en numerosos ámbitos, ni siquiera quienes están produciendo información nueva están en condiciones de mantenerse actualizados en su propio tema. Se verifica una suerte de círculo vicioso: mientras más información se tiene más información se necesita; pero la necesidad que tal información debiera satisfacer, lejos de ser adecuadamente cumplida resulta cada vez más insatisfecha.

 

La utilidad decreciente del consumo.


Los casos del automóvil y de la vivienda en las grandes ciudades, de la información en variados campos, y muchos otros que podríamos mencionar en los sectores de la industria química, la producción energética, el consumo de fármacos y de prestaciones médicas, e incluso en los servicios de educación, cuestionan la ingenua creencia en que el aumento del consumo genera por sí mismo un mayor bienestar.

¿Por qué el incremento del consumo de diversos tipos de bienes y servicios puede generar una satisfacción decreciente e incluso negativa de las mismas necesidades que esos bienes y servicios son capaces de satisfacer? La cuestión no es sencilla porque parece contradecir el principio económico básico de que se consume para satisfacer necesidades, aspiraciones y deseos, y que el aumento del consumo de bienes y servicios debiera mejorar el nivel y calidad de vida de las personas y de la sociedad como un todo.

Para comprender cómo y por qué ello no ocurre es conveniente ante todo hacer referencia al hecho que, para cada bien o servicio existe una "curva de utilidad" que expresa el beneficio que obtienen las personas en distintas cantidades del bien o servicio: a medida que aumenta la cantidad consumida su utilidad marginal para el consumidor va disminuyendo, hasta que llega un punto de inflexión en que empieza a producirse una utilidad marginal negativa creciente (el consumo de nuevas unidades en vez de aumentar la satisfacción de necesidades genera desutilidades cada vez mayores).

En el consumo de cualquier producto se llega siempre a un punto en que seguir aumentando el consumo comienza a generar desutilidades, cuando se haya alcanzado un nivel de saturación. A nivel del consumo individual esto resulta obvio, existiendo bienes en que la curva de utilidad descendente aparece muy tempranamente. Pensemos, por ejemplo, lo que nos sucede con el consumo de huevos fritos y de alimentos en general; o en el hecho de que no resulta razonable incrementar la cantidad de televisores y de otros objetos en un hogar, o incluso el tiempo dedicado a estudiar, a consultar médicos o a asimilar información publicitaria, más allá de un cierto límite.

La teoría convencional del comportamiento del consumidor señala que éste, buscando maximizar su satisfacción de necesidades, suspende o interrumpe naturalmente el consumo del bien o servicio cuando alcanza dicho punto de inflexión, y decide utilizar los ingresos y el tiempo disponibles en adquirir y consumir otros bienes que amplíen la satisfacción de sus necesidades. Este comportamiento racional constituye una razonable aproximación al comportamiento real de muchos consumidores en relación a numerosos tipos de bienes y servicios; sin embargo no ocurre así en todos los casos.

El modelo convencional del comportamiento del consumidor se formula sobre la base de ciertos supuestos que no siempre se verifican en los hechos. Entre tales supuestos están, que el consumidor actúa siempre en función de maximizar su utilidad, y que tiene pleno conocimiento de sus necesidades y de los efectos del consumo de los distintos bienes y servicios en su satisfacción.

En realidad, dicha teoría del comportamiento del consumidor no se pone el problema que aquí nos planteamos, pues en ella la definición de utilidad no requiere ningún análisis de las necesidades humanas ni de su satisfacción. Para ella la utilidad es por definición la que se expresa en la decisión de gasto monetario que efectúa el consumidor para adquirir un bien o servicio, pudiéndose medir por la cantidad de dinero que el consumidor destina a comprarlo.

Esto pone de manifiesto que la teoría del consumidor no es en realidad una teoría del consumo, sino una parte de la teoría del mercado. En efecto, lo que hace es exponer el comportamiento del consumidor en el mercado, no en el proceso de consumo como tal.

Desde tal punto de vista no existen productos dañinos ni consumo inapropiado. Si un sujeto compra estupefacientes es porque esos productos tienen utilidad para él, debiendo suponerse que le satisfacen necesidades reales y sentidas. Conforme a dicha teoría habría simplemente que sostener que también en la oferta y la demanda de los productos que inhiben, distorsionan o falsifican las necesidades se alcanza espontáneamente el nivel de máxima utilidad: tales "bienes" y "servicios" dejarían de ser comprados en el momento en que comienzan a generar desutilidad o que el dinero resulta mejor gastado en otros bienes y servicios. Se trataría en ambos casos de decisiones que las personas adoptan en el mercado.

La dificultad está en que, observando estas decisiones desde la óptica del consumo, o sea de la satisfacción de las necesidades y de la calidad de vida, las cosas no suceden en la realidad de un modo racionalmente optimizador. Desde esta óptica, es fácil comprender que el problema se presenta en el consumo de aquella parte de la producción, de hecho bastante extendida e importante, cuya utilidad real en términos de satisfacción de necesidades es altamente discutible, como el cigarrillo y las drogas, la pornografía, ciertos programas de televisión, las armas, y muchos otros "bienes" y "servicios" que inhiben, distorsionan o falsifican la satisfacción de las necesidades. Pero el problema se presenta también en relación a bienes y servicios cuya utilidad directa es indiscutible, los que en muchos casos se siguen consumiendo más allá de la saturación.


Consumo individual y consumo “agregado”.


Menos aún explica la teoría del comportamiento individual del consumidor el hecho que se siga aumentando el consumo de ciertos bienes y servicios cuando su incremento a nivel agregado genera desutilidades para cada consumidor. Según la mencionada teoría sería de esperar que si el fenómeno de la desutilidad se verifica a nivel de cada sujeto y para cada bien o servicio, tarde o temprano ha de manifestarse también a nivel agregado, esto es, de la sociedad en su conjunto. Cuando ello ocurre para un bien o servicio determinado, se dice que el mercado consumidor de ese producto se encuentra saturado, y entonces las empresas buscan reconvertirse para producir otros bienes para los cuales exista una apropiada demanda. Relacionado con este hecho, se dice que la producción de los diferentes bienes y servicios tiene un ciclo, que puede ser más o menos largo según el caso, agotado el cual viene a ser sustituido por otro. Cuando se llega a la saturación del consumo de un producto se saturaría también su mercado, su producción se estabilizaría o detendría.

Pero esta explicación ni siquiera alude al problema que nos ocupa. El problema que plantean los casos del automóvil, la vivienda y la información es que el deterioro de la calidad de vida aparece mucho antes de que todas las personas hayan satisfecho las necesidades en referencia, e independientemente de verificarse la saturación del consumo individual; en otras palabras, el incremento del consumo de muchos bienes y servicios más allá de cierto nivel, empieza a afectar negativamente la calidad de vida de las personas y de la sociedad en su conjunto aún cuando continúen consumiéndose en función de necesidades reales insatisfechas, y aún si se trata de productos "buenos" que sirven a las personas y a la sociedad.

Esto no ha sido reconocido en las teorías económicas que valoran positivamente e imputan como desarrollo cualquier aumento en la producción y consumo de bienes y servicios que sea avalada por el mercado, sin que se señalen límites a la expansión del consumo desde el punto de vista de la satisfacción de las necesidades. Ellas insisten en que si los nuevos productos proporcionaran desutilidad no serían adquiridos por las personas y en consecuencia tampoco serían producidos por las empresas. El supuesto teórico del que parten es que mientras continúen adquiriéndose automóviles e información la utilidad es aún positiva para los consumidores, o sea, para las personas, las familias y las organizaciones que los utilizan. Pero aunque sea cierto que cada automóvil adicional proporciona utilidad positiva al que lo adquiere y utiliza, en términos de la satisfacción de sus particulares necesidades de transporte, la desutilidad se manifiesta a nivel agregado, para el total de los usuarios y para la sociedad en su conjunto. Cada vez que se pone en circulación un nuevo vehículo porque es útil para el individuo que lo usa, disminuye en algo la utilidad que obtienen del suyo todos y cada uno de los otros automovilistas y también los peatones. Tal pérdida de utilidad no es tenida en cuenta en la decisión del adquirente, el cual no internaliza el deterioro de la calidad de vida general ni la disminución de la utilidad media del parque automotriz.

Desde el punto de vista individual del adquirente, ocurre incluso al revés, que percibe un aumento de utilidad (medida monetariamente) asociada a la mayor cantidad de vehículos como el suyo, pues los costos de su adquisición disminuyen para él, mientras que los costos de ensanchar las calles, colocar nuevos semáforos, aumentar los controles, curar enfermedades, etc., son financiados por todos los ciudadanos.

El fenómeno desafía a la teoría, que debe clarificar la articulación entre el comportamiento microeconómico (del consumidor individual) y macroeconómico (el consumo en la economía en su conjunto), y entender por qué pueden producirse desajustes y contradicciones entre ambos niveles.

El problema nos recuerda la teoría de la "mano invisible" que operaría en el mercado articulando el interés individual y el bien común, que a primera vista parecen contrapuestos. Pero en el caso del consumo el problema se daría al revés, porque lo que a primera vista sería de esperar es que el beneficio individual y el beneficio general se armonizaran espontáneamente, de modo que el problema a explicar teóricamente es el hecho de que puedan contraponerse.

Para entender el fenómeno la teoría económica convencional ofrece el concepto de "externalidades", aludiendo al hecho de que la acción económica de un sujeto tiene efectos negativos para otros. De esto efectivamente se trata; pero el concepto de externalidad no es sino el reconocimiento del hecho y su formulación abstracta, no su explicación.

Para explicar el fenómeno nos es útil la distinción que hicimos entre consumidores primarios y consumidores secundarios, con la cual identificamos el hecho que numerosos bienes o servicios económicos son utilizados (consumidos) tanto de manera directa por un sujeto que realiza un acto de consumo voluntario, como por otros que lo hacen indirecta e involuntariamente. Es el caso de un cigarrillo, consumido primariamente por el fumador y secundariamente por quienes se encuentran próximos a él; o de un libro, que satisface primariamente al lector y secundariamente a quienes se encuentran en su radio de comunicación cultural; o del combustible que utiliza el conductor de un automóvil, cuyas emanaciones de gases son consumidas por los peatones circundantes.

Más en general podemos decir que las informaciones y energías contenidas en el producto se transfieren, son asimiladas o impactan de algún modo al consumidor primario y a su entorno social y ambiental, produciendo cambios no sólo en el primero; dicho de otro modo, el sujeto o elemento subjetivo del consumo no es solamente el que suele reconocerse como "consumidor", sino todas las personas encadenadas temporal y espacialmente por los efectos que sobre ellos tienen los bienes y servicios utilizados.

Este concepto da razón del hecho que el consumo de ciertos bienes puede incrementar la utilidad de los consumidores primarios y al mismo tiempo aumentar la desutilidad de los consumidores secundarios. Como las utilidades y desutilidades marginales para los consumidores primarios y secundarios crecen y decrecen a distintos ritmos porque son de naturaleza diferente, sucede con ciertos bienes económicos que la desutilidad supera la utilidad generada por su consumo. Es así que el aumento del consumo deteriora la calidad de vida en todos aquellos casos en que el incremento de la utilidad para el consumidor primario de un bien resulta menor que el incremento de la desutilidad para el conjunto de sus consumidores secundarios. Aún cuando tal pérdida de utilidad agregada pueda ser evidente, el consumo no se interrumpe porque la decisión de consumir es efectuada solamente por el consumidor primario, mientras los secundarios permanecen involuntarios y pasivos.

En algunos casos la situación puede ser controlada por los consumidores secundarios, poniendo restricciones al consumidor primario para evitar el consumo secundario, como sucede, por ejemplo, cuando un grupo de fumadores pasivos prohíbe el consumo activo de cigarrillos en su presencia. En otros casos, la autoridad pública decide en nombre de los consumidores secundarios detener el consumo parcial o total de ciertos bienes, como ocurre cada vez que el Estado establece normas de restricción al uso de automóviles cuando la contaminación atmosférica supera ciertos límites aceptables. Pero en una gran cantidad de casos y situaciones el efecto negativo se verifica sin que exista el modo o la voluntad colectiva suficiente para detener la expansión del consumo de los productos que generan tales negativos efectos.


El consumo adictivo.


Otro de los mecanismos que dificulta que el incremento del consumo genere una mejor calidad de vida para los consumidores, está dado por el hecho que la satisfacción reiterada de una necesidad o deseo mediante un particular bien o servicio tiende a establecer un nexo biunívoco, difícil de romper, entre la necesidad y el bien o servicio con que se satisface.

El uso de un producto en la satisfacción de una necesidad tiende a que se busque el mismo producto cuando dicha necesidad vuelva a plantearse, sin que medie entre el primero y el segundo acto de consumo una adecuada evaluación de la calidad de la satisfacción obtenida, ni una indagación tendiente a identificar otros modos alternativos o mejores de satisfacerla. La reiteración que de este modo tiende a verificarse da lugar en muchos casos al que podemos denominar consumo adictivo, consistente en una especie de automatismo en el comportamiento del consumidor, conforme al cual cada vez que la necesidad o deseo se vuelve a presentar, se la satisface en la misma forma que en las ocasiones anteriores.

La adicción de que hablamos, en ciertos casos produce dependencia orgánica y/o psicológica, y en otros se trata solamente de un acostumbramiento, de una rutina, de una conducta ritual. Cualquiera sea el caso aunque en distintos grados, el efecto es una fuerte identificación de la necesidad con el producto que la satisface, hasta el punto que el deseo o necesidad de un producto en particular puede llegar a sustituir a la necesidad o al deseo en cuanto tal. La necesidad de alimentarse se manifiesta, por ejemplo, como necesidad de comer chocolate; la sed se identifica con el deseo de beber coca-cola; la necesidad de distraerse con las imperiosas ganas de ver televisión, etc.

El consumo adictivo distorsiona la satisfacción de las necesidades por varias razones. Por un lado, en cuanto implica a menudo un exceso de consumo de ciertos bienes y servicios, más allá del nivel de saturación natural.

Por otro lado, al fijar la necesidad al consumo de un bien o servicio determinado no se avanza en el tiempo hacia una mejor adecuación o correspondencia entre las necesidades y los productos que las satisfacen. Incluso ocurre que, si la calidad de la satisfacción es insuficiente, la necesidad no bien satisfecha volverá a presentarse prematuramente, y el acto de consumo se reiterará un mayor número de veces, acentuándose el efecto de adicción.

En fin, el que inicialmente se realiza como consumo consciente con el tiempo se convierte en consumo inconsciente, llegándose en muchos casos a consumir determinados bienes y servicios sin que se haya hecho presente la necesidad o el deseo que lo motiva. Este consumo adictivo, por el cual el consumidor puede incluso actuar por "reflejo condicionado", no solamente no contribuye a una buena calidad de vida sino que puede incluso generar daño directo al sujeto.

Cabe señalar que el mecanismo del consumo adictivo es aprovechado ampliamente por la publicidad, que lo induce y refuerza sistemáticamente, alcanzando en ello tal refinamiento que ha llevado a que incluso la publicidad misma de un determinado producto se convierta en una necesidad adictiva para muchos.


El carácter sistémico del consumo.


Otra noción importante a los efectos del problema en examen se refiere al carácter "sistémico" del consumo, que se manifiesta tanto en el lado de las necesidades, aspiraciones y deseos de los consumidores (elemento "subjetivo"), como en el de los bienes y servicios consumidos (elemento "objetivo").

Observamos, en efecto, por el lado del "elemento objetivo" del consumo, que en la gran mayoría de los casos el consumo no consiste en la utilización de productos individuales, separados o discontinuos, sino que consumimos simultáneamente, en un mismo acto complejo de consumo, conjuntos de bienes y servicios integrados o relacionados, que convergen en la satisfacción de una misma necesidad o que satisfacen concomitantemente diversas necesidades articuladas. Consumimos sal y aceite junto a otros productos que combinamos en una comida. Utilizamos una casa con todos los muebles, artefactos y servicios que la complementan para hacer de ella un lugar habitable. No se pueden consumir automóviles sin utilizar simultáneamente combustibles, calles y estacionamientos, semáforos y servicios de tránsito, etc.

Esto nos permite comprender que el perfeccionamiento del consumo implica un equilibrio en la cantidad de bienes y servicios de muy distintos tipos y características, y que muchas veces el consumo resulta insatisfactorio porque las proporciones en que se utilizan los diferentes bienes y servicios no son adecuadas. Para poner un ejemplo simple, hay desequilibrio cuando se utilicen muchos autos y pocas calles; pero el problema no es tan simple como disponer de más calles, porque el consumo de autos y de calles se relaciona y debe equilibrarse también con la cantidad de viviendas, de plazas y lugares de recreación, de servicios policiales y juzgados, etc.

El consumo es, en efecto, un proceso notablemente integrado, mucho más de lo que parece. Es el comportamiento del consumidor en el mercado el que nos hace olvidar dicha integración, pues en el mercado las personas compran la mayoría de los productos separadamente, uno tras otro, en distintos lugares y tiempos. Pero en el proceso de consumo los bienes y servicios se integran al ser utilizados conjunta o concomitantemente por los consumidores.

La integración sistémica de los bienes y servicios se complementa y refuerza por el lado del elemento "subjetivo" del consumo; en efecto, no sólo los bienes sino también las necesidades, aspiraciones y deseos de los sujetos se articulan e integran unas con otras. No se trata de que mediante actos de consumo separados se satisfagan unas tras otras necesidades independientes y separadas, sino que consumiendo articuladamente los conjuntos de bienes y servicios se satisfacen simultánea e interactivamente necesidades, aspiraciones y deseos diversos y relacionados. En una cena entre amigos se satisfacen necesidades de alimentación, convivencia, recreación, información, protección, desarrollo personal, etc. El automóvil presta utilidad en orden a necesidades de transporte junto a aspiraciones y deseos de reconocimiento social, prestigio, seguridad, recreación y otras.

En el mismo sentido de la integración cabe observar que distintos sujetos del consumo —individuos, grupos, sociedades— utilizan en muchos casos los mismos bienes y servicios, simultánea o sucesivamente, para satisfacer diferentes necesidades y deseos. Por ejemplo, una plaza o un parque público es utilizado por las personas para recrearse, por las familias y grupos para convivir, por las instituciones para realizar actividades funcionales, rituales o de otro orden, y así en muchos casos.

Ahora, si bien la integración de bienes y servicios por un lado, y de
necesidades y deseos de distintos sujetos por el otro, puede implicar un mejor aprovechamiento de los primeros y una mayor satisfacción de los segundos, ello no necesariamente ocurre. Lo que sucede es que la integración de distintos sujetos con sus diferentes necesidades, junto a la combinación de conjuntos de bienes y servicios en un proceso de consumo integrado, lleva a que se establezcan estructuras y pautas de consumo que tienden a homogenizarse, y que no necesariamente coinciden con aquellas estructuras y pautas de consumo que serían las óptimas para cada sujeto, atendiendo a sus características diferenciales.


Consumo ostentoso y consumo imitativo.


Uno de los mecanismos que conduce al distanciamiento entre la estructura de necesidades que permite una buena calidad de vida y las estructuras del consumo que se afirman socialmente, es el juego que se verifica entre el que Thorstein Veblen llama "consumo ostentoso" y el que podemos denominar "consumo imitativo" (y que Veblen identifica como "emulación pecuniaria"). Detengámonos un momento a observar cómo opera este mecanismo perverso de la ostentación e imitación en el consumo.

Una vez satisfecho cierto nivel de necesidades y aspiraciones "normales", dada la utilidad decreciente que tendría incrementar más allá el consumo de ciertos bienes y servicios, algunos sujetos (individuos, colectividades, grupos sociales e incluso sociedades nacionales) se abocan a la satisfacción de aspiraciones y deseos más sofisticados, relacionados con necesidades de prestigio, reconocimiento y diferenciación social. En cuanto disponen de los medios económicos para hacerlo, adquieren y consumen bienes y servicios "suntuarios" e incluso superfluos, que en sí mismos pueden tener una baja capacidad de satisfacer las necesidades para las cuales sirven directamente, pero a los cuales se asocian el prestigio y el reconocimiento social por el hecho de ser ostentados por esas personas o colectividades de mayores ingresos y capacidades económicas. Por ejemplo una marca y modelo de automóvil que incorpora algún nuevo sistema de alto costo aunque proporcione al usuario una muy pequeña utilidad adicional (le hace ligeramente más cómodo su manejo), se constituye como un significativo factor de diferenciación y prestigio social para quien lo posee (proporcionándole una elevada satisfacción subjetiva de estas aspiraciones). En otros casos puede tratarse simplemente de una "marca" (de zapatillas, de vestuario, de computadores, etc.) que no adiciona utilidad alguna que no sea aquella del prestigio y reconocimiento social asociado a la marca. En realidad el consumo ostentoso se da a todo nivel y en una inmensa variedad de productos y servicios, desde la alimentación y el vestuario a las obras de arte y los servicios religiosos, pasando por los viajes, las vacaciones, la participación en eventos, etc.

Ahora bien, a la ostentación de algunos sigue la imitación de los otros; el consumo ostentoso abre paso al consumo imitativo. Por un lado el consumo imitativo es una forma de consumo ostentoso en relación a otras personas y grupos sociales respecto de los cuales el sujeto individual o colectivo se quiere diferenciar y obtener prestigio y reconocimiento. Por otro lado, es un modo de aproximarse al reconocimiento y pertenencia al grupo de personas, colectividades o sociedades cuya situación de status se manifiesta en el consumo ostentoso.

Entre el consumo ostentoso y el consumo imitativo se establece entonces una suerte de mecanismo persecutorio, en cuanto la necesidad de diferenciación de los consumidores ostentosos no puede detenerse, porque el consumo imitativo tiende a hacer desaparecer la posición de status y prestigio asociado a los bienes y servicios que ofrecían antes de ser imitados; y un nuevo y siempre renovado consumo ostentoso induce también un permanente consumo imitativo. En este contexto de mimetismo y "arribismo" social, el consumo tiende a ser insaciable y compulsivo, impulsado por una dinámica que no corresponde a una eficiente satisfacción de las necesidades.

En efecto, el grave problema de esta persecución, que afecta especialmente la calidad de vida de los consumidores imitativos (que por lo demás son en alguna medida prácticamente todos los consumidores), es que tiende a distorsionar la satisfacción racional de las necesidades, pues para acceder al consumo de bienes y servicios "suntuarios" que proporcionan escasa utilidad funcional, debe renunciarse al consumo de otros bienes y servicios que satisfacen necesidades fundamentales, o al menos a limitar o disminuir su consumo antes de que se alcance el punto en que su utilidad sea óptima.

Más en general, la dinámica de ostentación e imitación conduce a una estructura del consumo que se consolida socialmente, que no corresponde a aquella que proporcionaría la mejor calidad de vida atendiendo a la estructura de necesidades propia de cada sujeto y a sus capacidades de satisfacerlas con los bienes y servicios a los que sus ingresos les permiten acceder.

Cabe señalar que el consumo imitativo y el mecanismo persecutorio se manifiestan no solamente a nivel individual, sino también en los consumidores colectivos. Las empresas, por ejemplo, destinan importantes recursos a mantener su imagen corporativa en niveles que las asocien a otras de mayor prestigio; incluso los países de menor desarrollo relativo se proveen de carreteras, aeropuertos, sistemas administrativos, medios de comunicación, embajadas, etc., tratando de homologar los estándares internacionales establecidos por las naciones más desarrolladas, sin escatimar medios que prestarían muchísima mayor utilidad si fueran empleados para enfrentar situaciones de pobreza o para proveer a los ciudadanos sistemas educacionales y de salud que en una sana estructura de consumo serían prioritarios.


Valor ‘posicional’ del consumo.


Las modalidades del consumo ostentoso e imitativo ponen de manifiesto que los bienes y servicios parecen tener, además del valor de cambio que se establece en el mercado por la evaluación que de ellos hacen los oferentes y demandantes, y del valor de uso que le atribuyen los consumidores atendiendo a la utilidad que le proporcionan en la satisfacción de las necesidades, un valor posicional que resulta de la evaluación culturalmente condicionada que de ellos efectúa la masa social o la sociedad como un todo.

Uno de los modos en que se expresa esta valoración social de los bienes y servicios independiente de su utilidad real es el tan generalizado fenómeno de las modas, que se extiende sobre una enorme gama de productos y servicios. (No deja de ser curioso que las modas distinguen y otorgan status y al mismo tiempo homogenizan y masifican; la razón es que en ellas confluyen y se expresan simultáneamente el consumo ostentoso y el consumo imitativo).

Desde otro punto de vista, podría decirse que el valor posicional de los bienes y servicios pone de manifiesto que los consumidores (sean individuos, grupos o sociedades) tienen un tipo de necesidades, aspiraciones y deseos cuya peculiaridad consiste en que no se satisfacen con bienes y servicios determinados, sino con una cualidad que de algún modo se asocia culturalmente a un cierto modo de consumir, y que se presentaría en alguna medida en todos los bienes y servicios económicos.

Podríamos identificarla como la "necesidad de distinguirse", que incluiría aspectos tales como la autoestima, el respeto y reconocimiento social, la originalidad, la pertenencia a categorías sociales, etc.

Debemos reconocer que éstas son necesidades, aspiraciones o deseos legítimos, cuya satisfacción contribuye a la calidad de vida de las personas y de las colectividades; pero el problema reside en el modo en que se busca satisfacerlas, manifiestamente inapropiado, de baja calidad y de alto costo en términos del sacrificio de otras necesidades que implica.

Además, el hecho de satisfacer necesidades de carácter cultural, moral, espiritual y social como son las indicadas, mediante la ostentación de bienes de tipo material y, más grave aún, implicando comportamientos que inducen a la avidez y la codicia en la posesión, y al arribismo, la competencia y el individualismo en las relaciones sociales, conlleva una distorsión de las necesidades y aspiraciones mismas que se quiere satisfacer, implicando a nivel colectivo más un daño que un beneficio cultural, moral, espiritual y social.

Que se proceda de este modo es en realidad un indicador de que dicha dimensión de las necesidades humanas se encuentra notablemente atrofiada. Mirado desde este ángulo, un incremento del consumo posicional (o el aumento del valor posicional de los bienes de consumo) pone en evidencia una creciente insatisfacción de las necesidades culturales y espirituales, relacionales y conviviales.

El consumo posicional, habitualmente exacerbado por los medios de comunicación y la publicidad, se manifiesta con mayor intensidad en las sociedades fuertemente estratificadas y más desiguales desde un punto de vista socioeconómico; que son precisamente las que más fuertemente experimentan sus efectos negativos en términos de la calidad de vida.

Desde este punto de vista conviene advertir que el concepto de "pobreza relativa" que mide la desigualdad social comparando los niveles de consumo de los distintos sectores sociales, puede distorsionar la evaluación de la calidad de vida de los diferentes grupos y orientar erróneamente las políticas sociales hacia la homogenización del consumo conforme a las pautas de una supuesta riqueza "absoluta". Por ejemplo, la calidad de vida de ciertas comunidades campesinas evaluada desde la satisfacción de sus necesidades, puede ser de hecho superior a la que se les atribuye atendiendo a la provisión de artefactos de consumo que prestan mayor utilidad en las ciudades, y cuya incorporación a la estructura del consumo en aquellas comunidades campesinas podría resultar incluso contraproducente.

Más grave aún es el hecho que por este camino del consumo persecutorio tiende a establecerse un estado de frustración permanente e insuperable para grandes sectores sociales, toda vez que está demostrado que es económica y ecológicamente inviable la generalización al conjunto de los habitantes del planeta de los niveles de consumo que tienen actualmente los sectores más ricos. Al respecto y para evitar un posible malentendido de las implicaciones de esta afirmación, conviene adelantar la tesis (que desarrollaremos más adelante al examinar los modos de perfeccionar el consumo) que avanzar hacia niveles de consumo más igualitarios no significa igualar "hacia arriba" ni "hacia abajo" los niveles de consumo de los distintos estratos sociales, sino propender a otras estructuras del consumo, diversificadas, sostenibles en el tiempo, sustentables social y ecológicamente, y capaces de proporcionar una mejor calidad de vida para el conjunto de la sociedad.

 

Las desigualdades sociales y el consumo.

 

La indicada no es la única manifestación del deterioro de la calidad de vida generado por la existencia de grandes desigualdades en los niveles de consumo de los distintos sectores sociales.

El carácter "sistémico" del consumo determina, en efecto, que la calidad de vida de las personas y grupos sociales de elevado consumo se encuentre condicionada y afectada negativamente por el hecho mismo de que el consumo y la calidad de vida de muchos otros sea deplorable.

No puede haber una salud adecuada allí donde se convive con muchos enfermos; no se puede gozar plenamente de la abundancia cuando a nuestro lado existe una extendida indigencia; no hay seguridad y protección de las personas y de su propiedad cuando una extendida pobreza conlleva un incremento de la delincuencia.

A la inversa, la calidad de vida de los pobres no siempre se beneficia sino que también resulta deteriorada por los altos niveles de consumo de los más ricos. Un cierto efecto de "chorreo" por el cual en ocasiones los consumidores secundarios pobres se benefician del consumo primario de los ricos, no es suficiente para impedir la insatisfacción profundamente humana e incluso la legítima indignación que provoca el percibir y experimentar personalmente la desigualdad y la injusticia.

Este efecto se agrega al hecho que la observación de la abundancia de otros altera la satisfacción que podrían proporcionar a los más pobres los bienes y servicios a que tienen acceso, porque el consumo de los más ricos actúa como pauta de referencia para todos, acentuando la insatisfacción de no acceder a los bienes y servicios que otros tienen, y desviando el consumo de aquellos por el deseo de aproximarse a la realidad de los más ricos, considerada deseable.

Así, la excesiva desigualdad social conlleva que la calidad de vida de todos sea inferior a la que teóricamente podrían alcanzar tanto los ricos como los pobres con los mismos bienes y servicios que utilizan.

Junto a las deficiencias propias del proceso de consumo debemos considerar, pues, los impactos que sobre él tiene la estructura del mercado y la distribución de la riqueza, y también la organización de la producción.

En este sentido hay que hacer referencia a otro hecho del que depende en gran medida el consumo, a saber, que la oferta de bienes y servicios no siempre sigue a su demanda independiente por parte de las personas y colectividades que realmente necesitan los bienes. A menudo la necesidad y el deseo de los bienes y servicios son creados o inducidos por los mismos productores aún cuando esos bienes o servicios no presten mucha utilidad a los consumidores.

Cabe insistir, al respecto, en el fenómeno publicitario extendido a tantos productos, por el cual las empresas, con el objeto de sostener el mercado necesario para la expansión de su producción, se empeñan en crear artificialmente necesidades y en asociarlas a productos que en realidad no mejoran la calidad de vida. A través de la publicidad seducen al consumidor ofreciendo explícita o subliminalmente satisfacer deseos y aspiraciones variados mediante productos que nada tienen que ver con la naturaleza de dichas necesidades.

Ocurre así que esas necesidades, aspiraciones y deseos artificialmente exacerbados, al quedar insatisfechos aumentan la sensación de insatisfacción de las personas, mientras la producción que puede ofrecer esta economía no está en condiciones de llenar el vacío. A través de la publicidad de ciertas bebidas se exacerba, por ejemplo, el deseo de ocio y alegría permanentes, pero en el mercado sólo se encuentran oportunidades de transitoria entretención.

No es la publicidad el único modo en que se expresa el predominio de la producción sobre el consumo, de los productores sobre los consumidores. Otra manifestación de tal predominio y poder es la disminución tendencial de la vida útil de los productos, que se deterioran o se tornan obsoletos tempranamente, prestando utilidad por poco tiempo y obligando a los consumidores a sustituirlos por otros iguales o que presentan pequeñas diferencias de escasa utilidad. El acortamiento de la vida útil de los productos puede deberse a fallas de funcionamiento de alguno de sus componentes, o a la creación de productos nuevos que presentan ventajas (reales o aparentes) respecto a los anteriores.

En ambos sentidos a menudo los productores inducen la obsolescencia prematura de los bienes y servicios, actuando simultáneamente sobre las decisiones de los consumidores por vía publicitaria. En cualquier caso, es bastante evidente para una gran gama de productos que su vida útil tiende a acortarse, lo cual genera una gran cantidad de desechos y, lo que es aún más grave, tiende a generar en los consumidores y usuarios
un consumo descuidado y desaprensivo que redunda en reducir aún más el tiempo en que los bienes prestan utilidad.

 

La irracionalidad del consumo.

 

Todos los aspectos mencionados que ponen de manifiesto el actual
subdesarrollo del consumo, evidencian un distanciamiento de los criterios y cualidades del consumo perfecto.

En unos casos se trata de consumo insuficiente o de consumo excesivo, que ambos distancian del criterio de la moderación; en otros, de falta de correspondencia entre los bienes y servicios utilizados y las necesidades, aspiraciones y deseos que los sujetos se proponen satisfacer o cumplir con ellos; o de escasa persistencia de la satisfacción que proporcionan en razón de la escasa durabilidad de los bienes mismos o del modo incompleto e insuficiente en que son utilizados.

Atendiendo a la composición y estructura del consumo en cuanto sistémico, aparecen también diversas deficiencias en cuanto a la globalidad y el equilibrio entre las cuatro grandes dimensiones de la experiencia humana de las que surgen sus necesidades, motivaciones, aspiraciones y deseos; así también se torna evidente la inadecuada jerarquización, integración y potenciación del proceso de consumo tal como lo exige la realización del hombre, de las colectividades y de la sociedad conforme a su esencia o naturaleza.

Todo ello nos pone en presencia de un consumo insuficientemente racional y deficientemente ético.

El análisis nos ha llevado, así, más allá de la genérica afirmación que suelen hacer muchos críticos de la economía actual, que apuntan a indicar que la raíz de todos los problemas reside en que la economía no está orientada al beneficio y utilidad de las personas y de la sociedad sino a la generación de ganancias y utilidades de los empresarios.

En un cierto nivel de reflexión podemos coincidir con esta afirmación; pero al ser una explicación tan general puede ocultarnos fenómenos más específicos e inhibir análisis más finos que de hecho nos llevan a descubrir distorsiones existentes a nivel del consumo mismo, que deterioran la calidad de vida tanto en el plano personal como comunitario y societal.

Por lo demás, la mencionada afirmación no es aplicable a los consumidores mismos, que en sus propias decisiones y comportamiento no están orientados a generar ganancias a las empresas, pues cada consumidor busca satisfacer sus propias necesidades, aspiraciones y deseos. El problema ha de estar, pues, en el modo en que consume.

Y no se trata de un problema exclusivamente "social", estructural o cultural en sentido genérico, como también suele afirmarse, sino también de racionalidad y ética individual, que exige que cada persona asuma los efectos tanto personales como sociales de sus propias decisiones de consumo.

En este sentido, y sin negar por cierto que hay deficiencias del consumo específicamente sociales y colectivas, que son aquellas en que incurren los sujetos colectivos y sociales, queda de manifiesto que la naturaleza social del hombre implica también que cada sujeto llegue a internalizar lo social en sus propias decisiones de consumo.

El análisis del subdesarrollo del consumo nos lleva igualmente a cuestionar la también extendida creencia de que la causa de que el crecimiento de la producción y del consumo no genere bienestar y calidad de vida general es sólo la distribución injusta y desigual de la riqueza y del producto, que se concentra en unos pocos y margina o excluye a muchos.

Aunque es indudable, como resulta de gran parte de lo que hemos expuesto hasta aquí, que la inequitativa distribución de la riqueza impide la satisfacción de las necesidades de muchos y redunda en una baja calidad de vida en general, no se trata sin embargo de una verdad incondicionada, ni todo el problema de la deficiente calidad de vida se reduce a un asunto de distribución. Aún más, se constata en ciertos casos que el acceso masivo y democrático a algunos bienes y servicios que estaban antes al alcance de unos pocos puede también ser causante de un deterioro tendencial de la calidad de vida general. Para mantenernos en el ejemplo del automóvil, si un cambio en la distribución del ingreso hiciera que todos los mayores de 18 años del mundo lo poseyeran y utilizaran, el sobreconsumo de energía, el deterioro del medio ambiente, los accidentes de tránsito, y en general los efectos de la desutilidad marginal, etc., alcanzarían niveles insoportables para todos.

Pues bien, más allá de orientar el diagnóstico y precisar la crítica del consumo actual, el análisis teórico nos provee conceptos indispensables para comprender, evaluar y proyectar el proceso de perfeccionamiento del consumo en función de sus objetivos racionales y en la perspectiva del consumo "perfecto". El diagnóstico del subdesarrollo del consumo y de la deficiente calidad de vida que proporciona incluso la abundancia de bienes y servicios (en la sociedad de consumo), nos hace ver la importancia y la urgencia de indagar las formas en que esta dimensión de la economía pueda perfeccionarse y desarrollarse.

El análisis explicativo de este subdesarrollo e incluso del actual deterioro tendencial de la calidad de vida, al ponernos en presencia de sus causas, en parte generadas en los procesos de producción y distribución y en parte en el propio proceso de consumo, nos aproximan a la identificación de los modos y vías en que pueda perfeccionarse el consumo tanto a nivel individual como colectivo, de modo que cumpla con eficacia su objetivo macro-económico de elevar el nivel y mejorar la calidad de la vida para todos.


 

IX. LA COORDINACIÓN DE DECISIONES PARA EL PERFECCIONAMIENTO DEL CONSUMO.


El consumo como proceso abierto a una superior realización humana.


El análisis del actual subdesarrollo del consumo como punto de partida, y la concepción del consumo perfecto como perspectiva y meta del proceso de su desarrollo, nos señalan el recorrido que ha de seguir el progresivo perfeccionamiento de la calidad de vida.

Existen por un lado muchas personas y grupos que viven en distintos grados de pobreza material o cultural, o que están insatisfechas porque no aciertan a proporcionar sus necesidades, aspiraciones y deseos a los medios que están a su alcance; o que no han sabido hacer corresponder sus preferencias por determinados bienes y servicios con los requerimientos de la realización humana conforme a su esencia natural y proyectual. Hay comunidades y grupos débilmente constituidos, insuficientemente cohesionados, a menudo atravesados por conflictos artificiales o por desconfianzas recíprocas. Actualmente el hombre y la sociedad parecen experimentar carencias, distorsiones y sufrimientos inauditos: inseguridad, desprotección, delincuencia, alcoholismo, drogadicción, accidentes, enfermedades, desastres naturales, desequilibrios ecológicos, pobreza, exclusiones, anomias, estrés, comportamientos psicóticos, violencias, deficiente calidad de los goces, sufrimientos de los que no somos conscientes porque estamos inmersos en ellos y nos habituamos a que nos acompañen de modo que no podemos tomar aquella distancia crítica necesaria para advertir su magnitud.

Pero hay que considerar igualmente lo positivo, lo que se ha avanzado, las necesidades y aspiraciones satisfactoriamente cumplidas. Muchas personas que han superado la pobreza material, o que han alcanzado altos grados de cultura e información, creativas e innovadoras; personas movidas por un sostenido afán de desarrollo personal, adecuadamente equilibradas en las diversas dimensiones de la experiencia corporal y espiritual, individual y social. Hay familias y comunidades fuertes y bien cohesionadas, en que la convivencia interna es muy amplia y satisfactoria, donde los problemas se resuelven mediante apropiados procesos participativos. Actualmente muchos hombres y grupos están abocados a solucionar los problemas que aquejan a la sociedad desde antiguo, y despliegan variadas iniciativas conducentes a mejorar las condiciones de su existencia. A menudo no somos conscientes de la felicidad y el goce propio y ajeno porque se tiende a prestar especial atención a lo que interrumpe y aleja de aquello que solemos considerar como un estado natural o como algo que nos es debido por derecho, sin advertir que cada realización supone un paso que debe darse, una obra que debe cumplirse, una conquista que se alcanza con esfuerzo.

Considerar lo negativo y carente es importante porque nos urge a superarlo y nos muestra cuánto es preciso empeñarse en lograrlo. Considerar lo positivo y satisfactorio es importante porque nos permite visualizar la meta de la realización personal y social, la satisfacción y el cumplimiento de las necesidades y aspiraciones, como algo posible y no utópico. Además, es mediante aquello positivo y cumplido en acto que se puede actualizar lo que se encuentra sólo en potencia o como posibilidad de ser. La riqueza se produce con la riqueza, la cultura se crea con la cultura, la convivencia se desenvuelve en la convivencia, el espíritu se desarrolla por obra del espíritu.

Sin embargo, la meta de la calidad de vida, el objetivo de la plena realización del hombre y de la sociedad, están en el horizonte como algo que se aleja cada vez que nos acercamos a él. Y es que las necesidades, aspiraciones y motivaciones humanas no son fijas ni estáticas, por lo que nunca se apagan completamente, y menos podemos esperarlo de un determinado nivel de consumo de bienes y servicios.

Como hemos visto, la esencia del hombre en lo que ya es como espíritu corpóreo y como persona social, plantea exigencias infinitas; y en cuanto proyecto, además, se encuentra permanentemente abierta a nuevas dimensiones y realizaciones que ella misma se descubre e inventa. Así, desde la realidad presente del consumo hasta su perfeccionamiento la distancia que debe recorrerse es inconmensurable.

En términos formales dijimos que el desarrollo del consumo consiste en expandirlo, diversificarlo, cualificarlo y unificarlo tanto en su dimensión objetiva (la de los bienes y servicios) como subjetiva (la de los sujetos individuales y colectivos y sus necesidades, aspiraciones y deseos), así como en la relación y correspondencia entre ambas dimensiones. Si queremos, podemos sintetizar estos aspectos en las nociones económicas clásicas de maximización y optimización; pero como no existe linearidad entre las necesidades y los bienes y servicios, no puede concluirse que desarrollar y perfeccionar el consumo implique simplemente consumir más y mejores bienes y servicios, o satisfacer mejor una mayor cantidad de necesidades. Aquellos aspectos formales de la expansión, diversificación, cualificación y unificación adquieren sentido y contenido precisos solamente en función del objetivo del consumo, o sea de la calidad de vida de las personas, las familias, las comunidades, las asociaciones, la sociedad en su conjunto. Y la calidad de vida —como vimos— es una resultante o un efecto sistémico de la satisfacción, cumplimiento y logro equilibrado, integrado y potenciador de múltiples y jerarquizadas necesidades, aspiraciones y deseos por parte de todos los sujetos individuales y colectivos, en conformidad con su naturaleza o esencia, y ello mediante la utilización de una combinación también sistémica de bienes y servicios, a través de una multitud de actos de consumo organizados en el tiempo, y de una variedad de modos en que los sujetos utilizan los bienes y servicios. El análisis del desarrollo y perfeccionamiento del consumo es, así, particularmente complejo, mucho más de lo que puede apreciar cualquier análisis económico convencional de maximización y optimización.

 

Los sujetos del perfeccionamiento del consumo.

 

Surgen, ante todo, dos primeras preguntas fundamentales. La primera interroga quiénes sean los sujetos del proceso de perfeccionamiento del consumo, sus actores y protagonistas; al respecto, se trata de identificar a los sujetos individuales o colectivos de los cuales puedan esperarse contribuciones importantes al perfeccionamiento del consumo.

Intimamente relacionada con esta pregunta se encuentra la segunda, que indaga si es posible y cómo puedan coordinarse las decisiones de los consumidores, aludiendo al hecho que el consumo es un proceso sistémico en que los sujetos individuales y colectivos con sus respectivas necesidades, motivaciones y deseos se encuentran interrelacionados, y existiendo efectos del consumo de unos que impactan sobre los demás.

La primera pregunta aparece por la constatación de las deficiencias del consumo, en cuanto los consumidores no parecen comportarse espontáneamente de modo racional y acorde con los criterios de moderación, correspondencia, equilibrio, jerarquía, etc., que los llevarían a su realización y a la mejor calidad de vida posible de alcanzar con los bienes y servicios disponibles o a su alcance.

El diagnóstico que hicimos del actual subdesarrollo del consumo parece evidenciar que los problemas del consumo no se corrigen por la dinámica espontánea del mercado, ni por el comportamiento utilitarista de los consumidores. Más aún, pareciera no haber en el proceso de consumo mecanismos automáticos —aunque fueran imperfectos— de equilibrio, como los del proceso de distribución en el mercado, ni apropiados sistemas de información económica objetiva y confiable sobre los costos y beneficios de las decisiones que permitan corregirlas, como en el proceso de producción.

El consumidor efectúa una evaluación eminentemente subjetiva de los efectos de sus decisiones y actos de consumo, tanto en cuanto a los sacrificios y esfuerzos que le implican como en los beneficios que le proporcionan en términos de la satisfacción, cumplimiento y logro de sus necesidades, aspiraciones y deseos. Incluso sobre la calidad y potencial utilidad de los bienes o servicios mismos no tiene mucha información disponible, siendo la más precisa tal vez la que encuentra en el mismo mercado, incluido el precio que tienen, y la que le proporciona la publicidad. Pero estas informaciones no siempre son confiables y fidedignas, siendo altamente probable que sean sesgadas por los productores e intermediarios en función de sus intereses de vender el producto.

Sin embargo, quien toma las decisiones de consumo es el mismo consumidor; es él quien busca satisfacer sus necesidades, lograr sus aspiraciones, cumplir sus deseos, que en lo que tienen de particular nadie conoce mejor que él mismo; el objetivo último de realizarse conforme a su esencia natural y proyectual es su propio objetivo, en cuya consecución es guiado consciente y libremente por su personal subjetividad. Nadie puede, en consecuencia, reemplazarlo en las decisiones de consumo, a menos que él mismo delegue o entregue a otros en quienes confía o de quienes espera un correcto discernimiento, la responsabilidad de decidir.

Naturalmente, esto que vale para cada persona o individuo, vale también para los consumidores colectivos o sociales, trátese de la familia, las asociaciones, la comunidad o la sociedad como un todo. Cada uno de estos sujetos colectivos, en cuanto consumidor de bienes y servicios, tiene necesidades, aspiraciones y deseos que él mismo conoce y se propone satisfacer, y por lo tanto compete a él mismo adoptar las decisiones más convenientes, atendiendo a su propia experiencia personal o colectiva.


Dependencia y autonomía en el consumo.


Lo que cabe entonces preguntarse es cuáles sean los obstáculos o limitaciones que llevan a los consumidores —individuales o colectivos— a tomar decisiones que no son las mejores para ellos mismos y que incluso muestran ser en ciertos casos claramente perjudiciales; si los identificamos, habrá que preguntarse cómo puedan remover dichos obstáculos que les impiden decidir y actuar convenientemente en cuanto consumidores.

Una primera causa de distorsión, bastante obvia si pensamos que nadie conoce mejor que uno mismo las propias necesidades y motivaciones, así como la satisfacción y utilidad que obtiene del consumo, estaría dada por el hecho que sean otros y no él quien tome las decisiones relativas a su consumo. Esto ocurre a menudo en el consumo de muchos bienes y servicios, sea directa o indirectamente.

Ya vimos cómo las empresas inducen las decisiones de consumo mediante la publicidad, a menudo engañosa y siempre sesgada en favor del producto que promueven. Vimos también los efectos nocivos del consumo ostentoso e imitativo, que implica dejarse llevar en las decisiones de consumo por otros, así como el impacto de las modas que, de hecho, no son establecidas por los propios consumidores sino por quienes las crean y difunden. En otros casos, es la influencia poderosa del entorno que ejerce una presión social a la que los sujetos difícilmente logran sustraerse. En similar sentido, muchas veces el consumo está determinado por la costumbre, la rutina, la adicción, que implican que en realidad el sujeto no decide consciente y libremente, conforme a su razón y sus motivaciones, que permanecen como apagadas y adormecidas. En otros casos, en fin, el consumo de los sujetos es decidido por una autoridad exterior a ellos, que puede ser la de la empresa u organización a la que pertenecen, que le define la alimentación, las prestaciones de salud, los estudios y lecturas, etc., o la propia autoridad pública que se toma atribuciones que impactan el consumo de sus subordinados más allá de las que corresponden a su propia naturaleza.

En todos estos casos, lo que se observa es que el sujeto no actúa conforme a su propia racionalidad porque carece de la suficiente autonomía y libertad para hacerlo. El proceso de perfeccionamiento del consumo supondrá, en consecuencia, hacer de cada consumidor individual o colectivo el verdadero sujeto de sus decisiones de consumo, de las cuales se va haciendo consciente y responsable.

Esto no significa postular un extremo individualismo ni negar que competa también a las entidades sociales y comunitarias, incluido entre ellas el Estado y sus instituciones, tomar decisiones de consumo. Hemos insistido, en efecto, que cuando se trata de consumidores colectivos y sociales, son ellos mismos, en cuanto colectivos y sociales, los sujetos apropiados de la toma de decisiones.

Además, veremos luego que surgen exigencias de necesaria y legítima coordinación y regulación del consumo de los sujetos, en diversos órdenes y en función de garantizar la calidad de vida para todos. Pero ello no debiera contradecir el criterio de la autonomía decisional del consumidor —que deriva de la concepción de la esencia y naturaleza humana—, cuyos límites y restricciones no han de ser arbitrarios sino corresponder a exigencias que deriven de esa misma naturaleza esencial de la persona y de la sociedad.

A este respecto, cabe recordar que en la realización de las cuatro dimensiones del ser humano — del cuerpo, del espíritu, de la individuación y del ser social —, el proceso al comienzo es actuado por la acción externa de otros sujetos cuya actualización de potencialidades se encuentra más avanzada, y sólo habiendo alcanzado un cierto grado de actualización el sujeto está en condiciones de continuar su actualización por sí mismo. Es así que en los comienzos del desarrollo personal, en la fase de la infancia —y en grado decreciente a lo largo de su existencia— el consumo es definido por otros sujetos que asumen la responsabilidad de su desarrollo. Tales sujetos pueden ser otros individuos o entidades sociales, como la familia, la comunidad o la sociedad en su conjunto.

Si bien se lo entiende, este planteamiento sobre la autonomía del sujeto no significa volver a la concepción subjetivista y relativista de las necesidades, que en base a una filosofía positivista y empirista postula que las preferencias relevadas del consumidor son el criterio último de validación del consumo; rescata ciertamente un elemento que está en dicha postulación, cual es la libertad del sujeto, pero no lo reconoce como criterio absoluto sino dependiente de la naturaleza humana, y por tanto sujeto al juicio de la razón y de la ética que plantean aquellas exigencias de moderación, equilibrio, correspondencia, jerarquía, etc., cuyos fundamentos expusimos.

Lo que deriva de este planteamiento es que el perfeccionamiento del consumo supone que las decisiones sean tomadas por los sujetos mismos, individuales y colectivos, pero por sujetos que actúen racionalmente conforme a su naturaleza actual y proyectual.


Ignorancia y conocimiento en el consumo.

 

.¿Qué otra cosa, además de las influencias externas que limitan la autonomía del sujeto, distancia las opciones reales del consumidor de aquellas que constituirían un comportamiento racional que lo lleve a su realización y calidad de vida?

Un elemento importante es la ausencia de adecuada y suficiente información de los consumidores sobre los bienes y servicios que consumen. Las deficiencias de información son de varios tipos.

Por un lado está el conocimiento parcial e incompleto de la existencia y disponibilidad de bienes y servicios que les pueden prestar utilidad; al no conocer todas las alternativas y oportunidades existentes, sus decisiones se mueven en una gama de posibilidades menor a la real. Por otro lado, respecto a los bienes y servicios que conoce y puede utilizar, la información que maneja sobre sus características y cualidades es también incompleta y está a menudo distorsionada.

En fin, es imperfecto y puede ser erróneo el conocimiento que tenga sobre la efectiva utilidad que le prestan los distintos bienes y servicios que consume, sobre los efectos y cambios que producen en su misma persona, en otros (los consumidores secundarios) y en el medio ambiente. Al respecto, el consumidor puede en ocasiones sobrevalorar la utilidad del consumo de ciertos bienes y servicios, o desconocer los efectos negativos de ciertos productos, y en otras ocasiones puede menospreciar la utilidad de ciertos bienes y servicios, no valorando adecuadamente la magnitud de los beneficios que podría obtener de su consumo.

Todos estos problemas de información son mayores a medida que los bienes y servicios son más complejos, y que las necesidades, aspiraciones y deseos que pretenden satisfacer son más elevadas o difíciles. Respecto a la alimentación o el abrigo, la información requerida es bastante simple, y los errores en que pueda incurrirse son fácilmente corregibles en sucesivas decisiones; mucho más complejas son las decisiones relativas, por ejemplo, a las necesidades de protección, donde las amenazas están más indeterminadas y los medios posibles de utilizar son múltiples, o a las necesidades de educación y desarrollo cultural, donde la evaluación de los méritos de los diversos servicios disponibles al efecto requiere disponer de amplios conocimientos.

Ahora bien, además de los problemas de información relativos a los bienes y servicios y sus utilidades, está el conocimiento limitado e insuficiente sobre las propias necesidades, motivaciones, aspiraciones y deseos de los sujetos. En efecto, no es tan fácil saber lo que realmente necesitamos y queremos, porque tenemos un débil conocimiento de nosotros mismos. El conocimiento de sí mismos ha sido siempre destacado como algo tan importante cuanto difícil. ¿Qué queremos en la vida? ¿Hacia donde nos orientamos? ¿Qué cualidades y rasgos de personalidad constituyen fortalezas personales que nos indican la vocación o el camino de la propia realización? ¿Y cuáles son las debilidades que nos limitan, y que en algunos casos es prioritario superar y en otros simplemente reconocer para no orientarnos por un camino equivocado o hacia objetivos que nos sería extremadamente difícil lograr?

También a este respecto, el conocimiento que se requiere y la dificultad de la decisión respectiva es proporcional a la complejidad del asunto. Tal vez nos resulte fácil, ante una oferta de distintos alimentos, decidir en un momento cuál escoger; más complejo es ya definir una dieta adecuada a nuestro desarrollo y estado de salud; ciertamente más complicado resulta conocer lo que necesitamos para alcanzar la excelencia en una profesión cuya simple elección ya nos resulta difícil efectuar.

Todas las personas, y también la colectividades y agrupamientos sociales, nos encontramos a menudo perplejas sobre lo que debemos o queremos hacer, tanto en general y en el largo plazo, como en lo particular, de corto plazo y aún en el momento inmediato. Ello implica y a su vez conlleva un grado mayor o menor de incertidumbre respecto a los bienes y servicios que nos conviene utilizar para satisfacer nuestras necesidades, cumplir nuestros deseos, lograr nuestras aspiraciones, realizarnos como personas o como colectividades.

Es en razón de esta misma perplejidad e incertidumbre, y de las carencias del conocimiento e información mencionadas, que muy a menudo los sujetos se dejan orientar por lo que hacen los otros, suponiendo erróneamente que ellos sí saben lo que quieren, conocen cómo lograrlo, y han evaluado justamente la utilidad que prestan determinados bienes y servicios. Las mismas modas pueden en alguna medida explicarse por la inseguridad personal respecto a lo que a uno le conviene, y a las carencias de información para tomar buenas decisiones conducentes a la satisfacción y calidad de vida.

En este sentido podemos reconocer cierta función social positiva a la publicidad y a las modas, que proporcionan alguna información orientadora del consumo. El problema es que dicha información no suele ser independiente pues se organiza habitualmente en función de los intereses de los productores y comerciantes.

Pero el hecho relevante que pone de manifiesto la notable expansión e importancia que asumen la publicidad y las modas para la toma de decisiones de los consumidores, es la necesidad de información que tiene el consumidor, no sólo sobre el producto sino también sobre su utilidad para la satisfacción, logro y cumplimiento de sus necesidades, aspiraciones y deseos. En función de ello, lo que se requiere es un sistema de información independiente y objetiva que se oriente exclusivamente para beneficio de los consumidores.


La ética en el consumo.


Identificar al sujeto consumidor como el principal actor del perfeccionamiento de su propio consumo, y descubrir que dos grandes obstáculos que lo alejan de este objetivo son su falta de autonomía y el insuficiente conocimiento e insuficiente información confiable y completa, no resuelve todos los problemas teóricos implicados en el proceso de perfeccionamiento del consumo. En efecto, aún estando en condiciones de autonomía y libertad para elegir los bienes y servicios que les sirven y el modo de utilizarlos, y provistos de amplia información y conocimiento, a menudo las personas y los grupos humanos no actuamos conforme a los criterios de moderación, correspondencia, jerarquía, integración, etc. Consumimos productos que nos dañan, no moderamos nuestro consumo, satisfacemos con desequilibrio las necesidades que emanan de nuestras cuatro dimensiones esenciales, privilegiamos el goce inmediato y el cumplimiento de deseos secundarios por sobre el bienestar duradero y la satisfacción de necesidades primarias, etc. Que es así no requiere mucha demostración, pues de ello todos tenemos abundante experiencia.

Lo que implica y lo que explica este comportamiento parece también estar claro a la luz de cuanto señalamos sobre la racionalidad y eticidad del consumo conveniente y perfecto. Todo parece indicar, en efecto, que si en nuestro consumo no alcanzamos la realización y calidad de vida que podrían proporcionarnos los bienes y servicios, es porque no actuamos racional y éticamente conforme a nuestra naturaleza, sea en cuanto personas individuales o en cuanto sujetos colectivos.

Esto plantea el problema filosófico de la naturaleza humana, que abordaremos en la tercera parte del libro.


 

X. EL CONSUMO Y LA SUPERACIÓN DE LA POBREZA.


La existencia de una extendida pobreza afecta la calidad de vida de todos.


Entre las manifestaciones del subdesarrollo del consumo que más impactan negativamente la calidad de vida destaca la realidad de la pobreza, entendida en su sentido estricto como carencia de satisfacción de necesidades fundamentales debida al insuficiente acceso a los bienes y servicios. Es obvio que es ésta la imperfección del consumo más grave para la realización personal y el desarrollo social, la que más abiertamente implica insatisfacción de necesidades y calidad de vida defectuosa, y en consecuencia la más importante y urgente de todas las que deben enfrentarse y superarse en la economía actual.

Cabe señalar que la superación de la pobreza es importante no solamente para la realización personal y social de los pobres sino para todos. En efecto, la existencia de una extendida pobreza que afecta a numerosas personas y grupos sociales daña la calidad de vida de toda la sociedad incluidos los grupos más ricos, en razón del carácter sistémico del consumo. Somos todos parte de una misma sociedad, vivimos en un mismo territorio, la calidad de vida de todos y de cada uno está condicionada por la de los demás. Si en una sociedad hay pobres, somos todos más pobres de lo que podría creerse ateniéndose a la provisión de bienes y servicios disponibles; si hay personas con necesidades insatisfechas todos estamos afectados por esa misma insatisfacción. Lo podemos comprender con algunos ejemplos.

Si en una ciudad hay personas que no satisfacen sus necesidades de alimentación, techo y abrigo, todos los habitantes verán disminuida la satisfacción de sus necesidades de seguridad, de convivencia, de orden público, de desarrollo espiritual, de salud. Aunque se encuentre concentrada y segregada territorialmente, y aún más si carece de organización social y representación política, la pobreza constituye un peligro para el resto de la sociedad. Ante todo, la pobreza extrema crea inseguridad ciudadana porque causa un aumento de la delincuencia. Sin expectativas de ocupación y de ingresos mínimos, sin esperanzas de progreso e integración por conductos normales, toman cuerpo en el seno del mundo de la pobreza comportamientos y actitudes de rechazo y rebeldía social, que no siempre se encauzan por medios políticos sino a través de acciones inorgánicas que se expresan por medios violentos y antisociales que atentan contra las personas y la propiedad. Para muchos, la acción delictual se presenta como el más fácil y accesible expediente para resolver los problemas de la subsistencia y para acceder a niveles de consumo a los que son excitados por la publicidad y los medios de comunicación de masas. Cuando es mucha la pobreza los habitantes de las grandes ciudades viven atemorizados por la delincuencia, ante la cual reaccionan desplegando comportamientos defensivos que reducen consistentemente sus propios márgenes de libertad. En busca de subsistencia, otra importante sección de los pobres despliegan actividades económicas informales en las calles, las plazas, los parques, los accesos a los servicios públicos e incluso al comercio. Ello también afecta la calidad de vida de todos los habitantes de las ciudades. Cuando en un lugar son muchos los que no tienen acceso a adecuados servicios de higiene y salud, las enfermedades se expanden por contagio hacia otros sectores sociales, e incluso se difunden epidemias difíciles de controlar.

Por otro lado, la pobreza contamina el medio ambiente y amenaza los equilibrios ecológicos. Grupos humanos extremadamente pobres concentrados en zonas densamente pobladas de precaria urbanización, se ven obligados a utilizar combustibles naturales de bajo rendimiento, y carecen de medios para cuidar y limpiar su medio ambiente inmediato. El efecto negativo del polvo que se levanta en calles sin pavimentar, del humo que libera la combustión de la madera, de los desechos y basuras que no obtienen adecuada canalización, se expande por la atmósfera y las aguas contaminando la ciudad y su entorno agrícola, con consecuencias muy serias para la salud de toda la población.

Definitivamente, si en una sociedad hay muchos pobres toda la sociedad es pobre y subdesarrollada. Y si esto es cierto a nivel de cada país, lo es también a nivel mundial. La consideración de la pobreza que afecta a la mayor parte de los habitantes de la Tierra nos obliga a concluir que, no obstante los grandes adelantos de la modernidad, las innovaciones tecnológicas y los niveles de sobreabundancia que se observan en algunas regiones, el mundo actual es notablemente pobre, incluso crecientemente pobre.

Todo esto genera preocupación colectiva, aunque no necesariamente en el sentido de una genuina acción tendiente a superar la pobreza sino a menudo buscando defender el bienestar alcanzado por las clases altas. En estos casos la respuesta tiende a ser en gran medida represiva: contener a los pobres en sus estrictos límites, acentuar su segregación, impedir que su amenaza potencial trascienda hacia otros sectores sociales y urbanos, fortaleciendo las fronteras que separan la pobreza del resto de la sociedad. Pero con ello el problema de la pobreza se agudiza, con su secuela de aún más graves efectos para todos.


Difusividad social de la pobreza.


El efecto de empobrecimiento general que tiene la existencia de extendidos grupos sociales que carecen de medios para satisfacer sus necesidades fundamentales lo podemos identificar como difusividad social de la pobreza. Esta se percibe y comprende en su justa dimensión desde la óptica del proceso de consumo. El fenómeno parece en cambio ocultarse en los procesos de producción y distribución, aunque también allí se manifiesta. En efecto, en el proceso productivo pareciera que la existencia de muchos pobres no impide sino incluso favorece el enriquecimiento de los ricos, pues el valor del trabajo, que es el recurso principal de los pobres y aquél que los más ricos demandan de ellos, tiende a mantenerse deprimido; de igual modo, en el mercado pareciera que la distribución desigual enriquece a unos en la misma proporción en que empobrece a otros, en la idea de que "la torta" a repartir tiene un tamaño dado; naturalmente, ésta es solamente una apariencia, pues la existencia de una extendida pobreza deprime la demanda de productos y limita la productividad de los factores humanos, poniendo límites al crecimiento de la producción y a los ingresos de todos los agentes económicos. Pero es al nivel del proceso de consumo donde se torna evidente que la pobreza de unos no ofrece ningún beneficio a los otros en términos de satisfacción de necesidades y calidad de vida.

Los sujetos del consumo —personas, colectividades, la sociedad en su conjunto—, consumidores primarios y secundarios, sistémicamente interrelacionados, se potencian o deterioran socialmente en el proceso de consumo y no sólo por su consumo individual o particular. Hay siempre, además, un encadenamiento temporal y espacial de los actos de consumo y por consiguiente de las transformaciones que se verifican tanto en los objetos como en los sujetos del consumo. Como hemos visto, la estructura de necesidades que se expresa en la estructura del consumo a nivel social es distinta de aquella que podría proporcionar a todos una calidad de vida satisfactoria. Allí donde hay grandes desigualdades sociales, o sea una extendida pobreza acompañada de una concentrada riqueza, el consumo de bienes y servicios tal como se efectúa por los ricos y por los pobres tiende a distanciarse de las condiciones de moderación, correspondencia, jerarquía, equilibrio, integración y potenciación.

Al respecto, conviene examinar con atención de qué modos interaccionan y se influyen recíprocamente el consumo de los ricos y de los pobres en una sociedad con evidentes desigualdades sociales.

Por un lado, el modo y las pautas de consumo de los ricos afecta negativamente el consumo de los pobres. El efecto negativo se manifiesta claramente en la relación entre el consumo ostentoso y el consumo imitativo a que ya nos referimos. Si la satisfacción de necesidades, aspiraciones y deseos por parte de quienes tienen bajos ingresos no está guiada por la búsqueda de su propia realización y felicidad sino que se asocia o hace depender de la posición relativa de ellos en comparación con personas o grupos que ostentan ingresos superiores, los bienes y servicios que seleccionan y escogen para satisfacer las propias necesidades no son los que objetivamente requerirían para satisfacerlas del mejor modo con los reducidos ingresos que tienen.

Ello se explica por la utilidad decreciente que proporcionan los distintos bienes y servicios a medida que aumenta la cantidad en que son consumidos. De acuerdo con esto, para cada nivel de ingresos (que condiciona el volumen total de los bienes y servicios a que se tiene acceso), existe una cierta definida combinación de bienes y servicios que maximiza la satisfacción del sujeto. Ahora bien, cuando un sujeto de reducidos ingresos consume algunos bienes y servicios de los tipos y/o en las cantidades que son óptimas para niveles de ingresos superiores a los suyos, está sacrificando el consumo de otros bienes y servicios que le son más útiles y necesarios. Si, por ejemplo, imitando el consumo de los más ricos arrienda una casa que le significa una elevada proporción de sus ingresos, dispondrá de menos posibilidades de satisfacer sus necesidades de alimentación, salud y educación.

La relación es recíproca. Como vimos, el consumo imitativo exacerba el consumo ostentoso de quienes quieren diferenciarse socialmente exhibiendo tipos y niveles de consumo a los que se asocia el prestigio y el status social. Se reducen en consecuencia también para los que tienen más altos ingresos las posibilidades de satisfacer necesidades culturales y espirituales, relacionales y conviviales. En esta carrera en que el consumo está más determinado por la competencia que por la realización y satisfacción efectiva, todas las personas se distancian de la moderación, correspondencia, jerarquía, globalidad, equilibrio, integración y potenciación del consumo perfecto, y se instaura una "cultura de la avidez" porque nadie alcanza nunca una apropiada satisfacción y calidad de vida.

Las personas se tornan adictas a la adquisición y posesión de bienes materiales, hasta el punto que una parte de estos permanece sin utilizar. En efecto, una vez que las necesidades que pueden ser satisfechas con estos tipos de bienes están ya cubiertas, incluso inmoderadamente, tales bienes se acumulan y prestan escasa o nula utilidad a quienes los poseen; sin embargo continúan acumulándolos, a menudo en la expectativa de que ellos podrán satisfacerles incluso necesidades, aspiraciones y deseos culturales y relacionales.

Con frecuencia se busca satisfacer necesidades psicológicas, culturales y sociales empleando en ello productos materiales de alto costo que sólo marginalmente sirven para dicho propósito. Se hace presente en múltiples formas aquella vieja lógica implícita en el ofrecimiento de joyas, viajes y ventajas materiales para obtener un sustituto de afecto personal que se es incapaz de suscitar en las relaciones interpersonales. Resulta en verdad sorprendente la cantidad de artefactos y cosas de las que se rodean algunas personas para evitar la soledad y el aburrimiento que les genera su escaso desarrollo cultural y espiritual y su deficiente convivencia y participación social.

La interacción entre los tipos y niveles del consumo de grupos con muy desiguales niveles de ingreso se manifiesta de muchas maneras, convergiendo todas en distanciar las estructuras de necesidades tanto de los ricos como de los pobres del conveniente equilibrio, globalidad y jerarquía, etc. En otro ejemplo, la existencia de una extendida pobreza material genera un generalizado temor de los que no son pobres a caer en la pobreza por motivos y circunstancias que cada persona puede advertir o imaginar; existe siempre el riesgo de perder el empleo, de que falle una inversión, de ser robado, de sufrir una enfermedad grave, de que se incendien las propiedades, de que ocurran catástrofes naturales, de que se verifiquen cambios políticos, etc.

Consecuencia de este temor es una exacerbación del consumo presente de bienes materiales, el atesoramiento y acumulación de riqueza para prevenir situaciones futuras, el pago de elevados seguros contra todo tipo de amenazas, etc. Todo esto conduce a inhibir la conciencia y valoración de las necesidades culturales, espirituales y conviviales. Se establece así por temor a la pobreza material, la pobreza en el sentido amplio de que hablamos al aludir al hecho que necesidades de tipo cultural o espiritual, relacional o convivial, no son satisfechas y permanecen atrofiadas no por falta de medios económicos sino por condicionamientos de varios tipos que inhiben el consumo de los bienes y servicios que podrían satisfacerlas.

Es claro que esta pobreza cultural y relacional afecta no solamente a los ricos sino también, y a menudo en formas particularmente acentuadas, a los que son pobres materialmente, que por serlo carecen de medios para atender otras necesidades o que distorsionan su consumo por distintos motivos. Esto es importante de tener en cuenta para evitar ciertos ilusionismos ideologistas o complacencias justificativas de quienes creen que los pobres viven mejor que los ricos porque tienen menos necesidades que satisfacer o porque "saben vivir" felizmente con lo poco que tienen.


Incorporar las necesidades de los pobres en la estructura de necesidades de los ricos.


Si el problema de la pobreza es de todos, superarla es también responsabilidad de todos, y no solamente por razones altruistas sino en función de la calidad de vida de cada uno.

La superación de la pobreza incumbe a cada persona y a cada sujeto social; a los organismos internacionales, las iglesias, los gobiernos, las empresas, los diversos grupos y categorías profesionales, los mismos sectores sociales más pobres. De hecho, todos pueden hacer algo, más o menos relevante según las posibilidades de cada uno. En todo caso, el problema es tan amplio y agudo que sin la cooperación y solidaridad de todos no será posible resolverlo. Tarea relevante es concitar esos esfuerzos, coordinarlos, hacerlos más eficientes.

Pero cada consumidor toma sus propias decisiones. Desde el punto de vista, pues, de las estructuras individuales de consumo configuradas en vistas de la propia satisfacción y calidad de vida, el perfeccionamiento del consumo de cada uno implica incorporar la satisfacción de las necesidades de los más pobres en la propia estructura de necesidades de los que son más ricos.

Opera en este sentido la "mano invisible" del consumo que conduce al beneficio propio cuando se actúa en beneficio social. Obviamente, tal asunción de las necesidades ajenas como propias ha de ser también moderada, equilibrada, jerarquizada, etc.

El problema es que, si esto lo hacen solamente algunas personas y sujetos colectivos —digamos, los más generosos— que donan una parte de sus ingresos o riqueza para solventar necesidades insatisfechas de los demás, el efecto de su generosidad en términos de superar la pobreza es muy pequeño; por ello, los costos para el sujeto que hace donaciones con la intención de reducir la pobreza no se ven suficientemente compensados, en términos del mejoramiento de la calidad de vida que se esperaría de una efectiva superación de la pobreza. Esto lleva a que las personas y los sujetos colectivos hagan habitualmente menos donaciones que las que serían óptimas desde el punto de vista de su propio beneficio.

Veámoslo con un ejemplo. En una sociedad en que el 10% más rico percibe ingresos veinte veces superiores al 10% más pobre, si todos los del primer decil destinaran apenas el 2% de sus ingresos en beneficio del decil más bajo, éste vería incrementar su consumo en un 40% El sacrificio del propio consumo sería muy bajo para el primer grupo, mientras que el beneficio para el último sería enorme; pero el hecho de que los más pobres mejoren sustancialmente su nivel de vida implicaría con toda seguridad un consistente beneficio para los más ricos en términos de su calidad de vida, que dejaría de estar afectada negativamente por la pobreza extrema de los otros. En términos cuantitativos, podrían por ejemplo disminuir sus gastos destinados a obtener seguridad para sus personas y su propiedad en un porcentaje superior al 2%, sin que por ello pierdan seguridad. Pero si quienes donan el 2% de sus ingresos son solamente el 5% de los más ricos, el impacto sobre el grupo más pobre será apenas un incremento del 2% de su consumo. En tal caso los donantes percibirán que su sacrificio genera un beneficio muy reducido para los más pobres, y un beneficio insignificante para sí mismos en términos de su calidad de vida que continuará igualmente afectada por la existencia de pobreza. (Obviamente el ejemplo vale no solamente para las donaciones de personas individuales sino también a nivel de los países, pudiendo los más desarrollados contribuir a la superación de la pobreza en los subdesarrollados, beneficiándose al mismo tiempo de la nueva situación mundial que se establecería, implicándole por ejemplo una reducción consistente de sus gastos en armamentos y controles migratorios en los que deben incurrir precisamente porque hay extensas naciones extremadamente pobres).

El beneficio propio de los más ricos que sacrifican un pequeño porcentaje de su consumo en beneficio de los más pobres es mayor si los beneficiarios se encuentran en su entorno inmediato o más próximo. Ello explica que la mayor parte de las donaciones se efectúen hacia los pobres más cercanos al donante, que constituyen su "prójimo". Pero la segmentación territorial de la pobreza, o sea la concentración de los pobres en lugares distantes, aislados e invisibles para el resto de la sociedad, disminuye fuertemente la predisposición a hacerse cargo del problema por quienes podrían hacer mucho sacrificando muy poco de su consumo y aún mejorando con ello su propia calidad de vida.

De estos análisis y ejemplos resulta claro que, si bien la incorporación de las necesidades de los más pobres en la estructura de necesidades de los más ricos constituye un primer e importante elemento del perfeccionamiento del proceso de consumo general, no puede considerarse suficiente para resolver el problema de la pobreza.

Atendido que el entrelazamiento sistémico de los efectos que tienen actos de consumo efectuados independientemente por los sujetos individuales y colectivos no asegura que los sujetos se comporten racionalmente en función de optimizar su calidad de vida, en condiciones de grandes desigualdades y extendida pobreza se hace necesaria y se torna especialmente enfática la conveniencia general de la coordinación de decisiones individuales mediante la eficacia de la ley que regule el consumo de todos conforme a criterios de justicia y equidad que conduzcan a la mejor calidad de vida general.

Entendida la pobreza como insuficiente acceso a los bienes y servicios, es evidente que su superación corresponde principalmente al proceso de perfeccionamiento de la producción y la distribución, pues disponer de los medios económicos que permiten acceder a los bienes y servicios indispensables se define en dichos procesos. Pero tener claro esto no niega sino más bien refuerza que la pobreza material que se genera y establece en los procesos de producción y distribución, se reproduce y acentúa por el modo en que se realiza y por la estructura que asume el consumo en nuestras sociedades, de manera que el perfeccionamiento de éste, considerado en sí mismo y aún independientemente del desarrollo de la producción y distribución, puede contribuir de manera muy importante a reducirla y eliminarla.


Perfeccionamiento del consumo de los pobres.


Desde este punto de vista, no es sólo el consumo de los que no son pobres sino principalmente el de los mismos sujetos afectados por la pobreza el que debe perfeccionarse para contribuir a su efectiva superación. Para ellos la cuestión se plantea en estos términos: dada su reducida e insuficiente capacidad económica para acceder a los bienes y servicios indispensables, ¿cómo pueden lograr que una mejor selección y utilización de los bienes y servicios que consumen les permita una más amplia satisfacción de sus necesidades y una mejor calidad de vida, para ellos mismos y para el conjunto de la sociedad?

Esta es una pregunta importante a la que economistas y responsables de las políticas sociales han prestado escasa atención. Acostumbrados a pensar la pobreza en términos de ingresos disponibles, a lo más que se llega desde la óptica del consumo es a identificar una "canasta básica" de productos considerados indispensables, en base a la cual se establece el monto de ingresos mínimos que permite acceder a ellos. Reducido el problema a este parámetro pareciera que los pobres, dada la escasez de sus ingresos, no tendrían opciones significativas en cuanto a seleccionar los bienes y servicios que consumen y el modo de utilizarlos.

Si fuera así, los pobres muy poco podrían hacer por sí mismos para salir de su condición de pobreza, pues tienen muy pequeña capacidad de incidir sobre el volumen de sus ingresos, que depende de las dinámicas del mercado global y de las políticas públicas, sobre las cuales tienen escaso poder. Pero no es así, como lo demuestran significativos ejemplos de personas y comunidades de bajos ingresos que logran salir de la situación de pobreza por su propio esfuerzo. Aún más demostrativo de la incidencia que pueden tener las opciones de consumo sobre la pobreza, es el hecho que distintas personas y grupos igualmente pobres, con similares niveles de ingreso, alcanzan diferentes grados de satisfacción de sus necesidades y mayores o menores calidades de vida.

Es cierto que los márgenes de opciones de consumo son proporcionales a la disponibilidad de recursos; por ejemplo, muy bajos ingresos limitan la posibilidad de sacrificar consumo presente para acumular medios de pago con los cuales incrementar el consumo futuro, o destinarlos a capacitarse y aprender. Sin embargo, excepto en casos muy extremos, siempre existe alguna posibilidad de organizar el consumo en el tiempo, de ir más allá del "día a día" y de distribuir temporalmente el consumo permitido por los ingresos que se obtienen con cierta periodicidad.

Este es un aspecto en que pueden verificarse importantes cambios en el consumo que favorezcan una expansión de las necesidades y deseos posibles de satisfacer, y un mejoramiento de la calidad de vida. Es de cotidiana observación, en efecto, que en los sectores pobres se da una concentración del consumo en los días inmediatamente siguientes a la recepción de los ingresos, seguida de graves carencias en los días sucesivos y hasta que se reciban nuevos ingresos. En estas condiciones, la utilidad que se obtiene del consumo es notablemente inferior a la que sería posible mediante una más adecuada organización temporal del uso de los bienes y servicios. (Del uso, no de su adquisición, pues el primero puede ser mejorado cuando la segunda se verifica de una vez e inmediatamente recibidos los ingresos, lo cual casi siempre permite acceder a un monto global de productos mayor pues se obtienen ciertas economías de escala, menores costos de tiempo y transporte, y se evita el aumento inflacionario de los precios).

Aún más negativas en términos de satisfacción de necesidades suelen ser las prácticas de comprar a crédito, que implican adelantar consumo a cuenta de ingresos futuros. Por cierto, recurrir a estos créditos de consumo o comerciales es en muchos casos un modo de racionalizar el consumo en el tiempo, y es considerado a veces el único modo en que las personas que no tienen capacidad de ahorro pueden acceder a ciertos bienes que suponen algún nivel de acumulación; pero esos créditos, generalmente otorgados con elevadas tasas de interés por las tiendas comerciales, implican un gran sacrificio de necesidades futuras especialmente para los pobres que tienen pocas probabilidades de incrementar sus ingresos futuros.

Naturalmente, la óptima organización del consumo en el tiempo supone una disciplina personal, así como perseverancia y capacidad de previsión, cualidades morales que pueden formarse y desarrollarse en el mismo proceso de organización temporal del consumo y reforzarse por la experiencia de los beneficios que otorgan a quienes las practican.

Otro aspecto del consumo que puede cambiar con importantes efectos sobre la calidad de vida de las personas es la selección de los bienes y servicios para que correspondan a una estructura racional de las necesidades y deseos posibles de satisfacer con ingresos limitados. En efecto, atendiendo a la utilidad marginal decreciente del aumento del consumo de cada producto, es siempre posible en alguna medida combinar de mejor modo los bienes y servicios que se utilizan, dosificándolos de modo que se alcance una mayor diversidad de ellos para satisfacer una gama de necesidades y deseos también más extensa.

Ello supone una consciente preocupación por maximizar la utilidad del consumo en función de las necesidades y deseos propios, evitando asumir pasivamente la estructura de necesidades que tiende a predominar socialmente por la influencia de las pautas de consumo de los sectores más ricos. Se trata, en particular, de tomar distancia de las formas de consumo adictivo, ostentoso e imitativo a los que nos hemos referido.

En este sentido cabe recordar la ya aludida distorsión a que conduce el concepto de "pobreza relativa", que tiende implícitamente a acentuar la importancia del valor posicional de los bienes y servicios por sobre su valor de uso o utilidad en términos de satisfacción de necesidades. De hecho el consumo posicional, que daña con mayor intensidad la calidad de vida de los pobres que se someten a su lógica, puede ser disminuido e incluso eliminado en lo que afecta a cada sujeto, por decisión propia de cada consumidor. Y es obvio que si el consumo posicional incrementa la pobreza real (aunque en apariencia pueda ocultarla), su abandono consciente ha de conducir a las personas y grupos sociales a mejores condiciones de vida tales que su propia posición y status social cambie efectivamente, satisfaciendo también de un modo más adecuado las necesidades de autoestima, respeto, distinción, reconocimiento social, pertenencia, convivialidad, etc.

Naturalmente, la óptima selección de los bienes y servicios en función de una estructura de necesidades, aspiraciones y deseos acorde con las posibilidades de acceso a ellos, supone un cierto grado de autoconciencia y de autonomía cultural, y cualidades intelectuales y morales que han de ser desarrolladas por los propios sujetos.

Otro aspecto importante es el modo de consumir, que puede significar un mejor aprovechamiento de la utilidad potencial de los bienes y servicios, una mayor duración de los mismos, y una más extendida perdurabilidad de la satisfacción que proporcionan. La utilización descuidada de los bienes acorta su vida útil y obliga a sustituirlos con mayor velocidad.

Conviene destacar también la importancia que para la superación de la pobreza tiene el consumo potenciador, entendiendo por tal aquél que no solamente se orienta a satisfacer las necesidades sino al mismo tiempo a desarrollar las capacidades de satisfacer las propias necesidades de manera creciente. Destaca aquí la importancia del consumo de bienes culturales, espirituales, relacionales y conviviales, cuyos bienes más característicos tienen la cualidad de no degradarse ni destruirse con su uso sino a multiplicar y potenciar su capacidad de satisfacer necesidades. Mientras más se estudia y aprende se torna más fácil continuar incrementando los conocimientos y el aprendizaje. Mientras más se participa en círculos y redes de relaciones más oportunidades existen para expandir los vínculos y relaciones sociales.

Podemos en síntesis concluir que un eficiente camino de superación de la pobreza consiste en el perfeccionamiento del consumo de los mismos sujetos afectados por ella.

Alguien podría considerar, al respecto, que recomendar o prescribir a los pobres que sean moderados, equilibrados, jerarquizados, etc., en su consumo fuera inapropiado, pues su misma escasez de alternativas les hace imposible practicar esas cualidades del consumo perfecto; pero no es así, pues se trata de cualidades asociadas a cualquier determinado nivel de ingresos, y aún más, resultan especialmente convenientes y pertinentes en la organización del consumo cuando éste es menor.

Es importante en este sentido entender que no propugnamos aquí reducir el consumo ni "simplificar" las necesidades, aspiraciones y deseos, lo cual aplicado a los pobres constituiría una verdadera afrenta o agresión. De lo que se trata es, al contrario, que para satisfacer mejor una mayor gama de necesidades, y para incrementarlas progresivamente en el futuro, es conveniente contener o ajustar el consumo y satisfacción de las necesidades dentro de los límites y posibilidades que cada uno tiene en cada momento. Estos límites nada tienen que ver con las restricciones que a menudo los ricos y poderosos se esfuerzan por imponer a los demás. Se trata de un autoajuste que pone de manifiesto la verdadera libertad y autonomía de los sujetos, que adecuando el consumo y las necesidades y deseos a sus reales posibilidades y propias conveniencias, van ampliando los espacios de esas necesidades, aspiraciones y deseos, y expandiendo sus propias capacidades de satisfacerlas, lograrlas y cumplirlos.


Criterios de la superación de la pobreza.


La consideración de la pobreza desde la perspectiva del proceso de consumo, que complementa los análisis conocidos desde la óptica de los procesos de producción y distribución, nos permite concluir algunos importantes criterios que debe tener en cuenta cualquier política de superación de la pobreza que se inserte en un proceso más amplio de desarrollo, transformación y perfeccionamiento de la economía en el tiempo.

Un primer criterio establece que la superación de la pobreza entendida como desarrollo social no tiene que ver tanto con las cosas sino fundamentalmente con las personas. Proveer a los pobres de cosas y bienes materiales puede satisfacer transitoriamente algunas de sus necesidades insatisfechas; pero ello no los saca de la pobreza ni los desarrolla, pues las necesidades son recurrentes y consumidos los bienes las carencias vuelven a manifestarse. El desarrollo social no supone tanto la satisfacción de las necesidades sino el despliegue de las capacidades propias para hacer frente a necesidades recurrentes y en expansión. Si bien se requiere una adecuada dotación de bienes de consumo, y en la selección de estos hay ya un mérito y factor importante de superación de la pobreza, más importante es el aprendizaje de los modos de racionalizar el consumo, y la adquisición de los valores y virtudes que sustentan el comportamiento consumidor moderado, correspondiente, equilibrado, global, jerarquizado, integrado y potenciador.

Un segundo criterio informa que el desarrollo social y la superación de la pobreza no consisten en la movilidad ascendente de algunas personas o familias aisladas, sino en un proceso comunitario en que participan grandes grupos humanos. En el mundo de hoy la pobreza es un fenómeno social, multitudinario, que afecta a grandes grupos de personas que comparten muy precarias condiciones de vida. Que algunos individuos y familias encuentren oportunidades de ascenso social es parte del proceso pero no resuelve el problema de fondo, especialmente en las actuales condiciones de concentración y segregación territorial de la pobreza. En este contexto, las mismas oportunidades de movilidad individual se encuentran fuertemente reducidas. Los individuos y familias inmersos en un mundo de carencias y pobreza de todo orden, aunque tengan ocasionalmente ingresos superiores que les permitan incrementar su consumo, terminan irremediablemente atraídos por el medio de pobreza en que viven, a menos que tengan la oportunidad de cambiar radicalmente de ambiente. Obviamente, esto resulta posible a muy pocas personas. El desarrollo social será comunitario, compartido, un proceso en que participen conjuntamente millares de personas, o simplemente no existirá.

Un tercer criterio señala que la superación de la pobreza supone la organización, la solidaridad y el esfuerzo activo de los mismos grupos y comunidades que lo experimentan. Hay abundante y reiterada experiencia en el sentido de que la organización popular es un requisito de la superación de la pobreza. La organización refuerza las iniciativas, multiplica las energías, facilita la obtención de los indispensables recursos. Un pueblo desorganizado no podrá jamás salir de la pobreza; lo más probable es que, por el contrario, se sumerja en un proceso de deterioro tendencial, en que la apatía, la desesperanza y la pérdida de energías reproduzcan las condiciones de la marginalidad y la exclusión. Siendo el desarrollo un proceso inherente a los sujetos, no puede lograrse sin la participación activa de éstos, que movilicen sus propias capacidades y esfuerzos para alcanzarlo. En este sentido, la solidaridad y la cooperación constituyen la más potente fuerza movilizadora del progreso social, en cuanto ella estimula las iniciativas, hace descubrir recursos y capacidades ocultas existentes en las personas y grupos, refuerza la voluntad, activa la conciencia, y da lugar a la formulación y puesta en marcha de proyectos que movilizan esas mismas capacidades y recursos.

Un cuarto criterio dice que la superación de la pobreza es un proceso a la vez económico, político, social y cultural. La expansión de las capacidades para hacer frente a las carencias económicas, la obtención de los medios indispensables para satisfacer las necesidades básicas, son metas complejas que no se agotan en el proceso de consumo y ni siquiera en la sola dimensión económica. El carácter "integral" de la pobreza a que hemos hecho referencia plantea la necesidad de que también su proceso de superación resulte integral y polivalente. Tanto o más importante que la obtención de ingresos y la inserción en los procesos económicos, lo es la expansión de los espacios de participación y poder, que signifiquen la recuperación de la ciudadanía política real por parte de los grupos excluidos. Y aún más importante que esto, es el desarrollo cultural, pues solo él posibilita que los eventuales logros económicos y políticos sean estables y permanentes.

Un quinto criterio indica que no se puede esperar del funcionamiento "automático" del mercado la solución de la pobreza ni el desarrollo social. El mercado de intercambios puede ser eficiente en la asignación de los recursos dados, pero tiende a reproducir las desigualdades en la distribución de la riqueza. En efecto, en el mercado se participa en la medida de lo que se tiene: recursos, ingresos, bienes. Los que carecen de una fuerza de trabajo en condiciones de proporcionar elevada rentabilidad al capital que puede contratarlos; los que no poseen bienes que vender; los que tienen escasos ingresos para comprar; esto es, los pobres, no participan en el mercado o lo hacen muy precariamente: el mercado los excluye. El mismo mercado de intercambios, que refuerza el poder de contratación de los que poseen mucho y debilita el de quienes poseen muy poco, acrecienta la desigualdad en la distribución de la riqueza socialmente producida. La reinserción de los pobres en el mercado requiere el accionar de fuerzas y energías que, operando por fuera de los circuitos mercantiles, active su proceso de integración mediante la provisión de recursos y el despliegue de las capacidades que les permitan sucesivamente operar en él con algún grado de eficiencia.

Un sexto criterio establece que la superación de la pobreza y el desarrollo social no se pueden esperar tampoco de la sola acción del Estado. La acción subsidiaria del Estado es indudablemente necesaria en la atención de los grupos más desvalidos y carentes, en función de los cuales tiende actualmente a focalizarse el gasto social. Por otra parte, normalmente los gobiernos cuentan con importantes recursos y capacidades de acción, y están en condiciones de movilizar energías sociales en función de proyectos nacionales socialmente integradores. El Estado puede paliar la pobreza extrema de ciertos sectores, pero no puede sacar de la pobreza a millones de personas cuyas necesidades fundamentales se encuentran mal satisfechas. Existen abundantes evidencias de que los servicios públicos de salud, educación, previsión social, vivienda, aún siendo necesarios y habiendo alcanzado una gran cobertura, son notablemente deficientes en cuanto a la calidad y cuantía de las prestaciones, y se encuentran dimensionados a la situación de pobreza existente. En las actuales condiciones fiscales en que se debaten los Estados, y con las tendencias ideológicas actualmente predominantes, es impensable esperar que se desarrollen en forma tal que lleven a resolver el problema multitudinario de pobreza existente en el mundo. Existe también creciente evidencia de que los Estados no son eficientes en el uso de los recursos disponibles para enfrentar los problemas sociales. Gran parte de tales recursos quedan atrapados en los complejos vericuetos de la burocracia, y terminan favoreciendo más a los sectores medios que tienen mayor poder de presión, que a los verdaderamente pobres carentes de fuerza y de adecuada representación ciudadana. Por otro lado, cuando se atribuye al Estado la responsabilidad de resolver los problemas, los grupos sociales potencialmente beneficiarios desarrollan comportamientos pasivos, en espera de soluciones venidas de arriba, y se ven desincentivados a generar aquellos procesos autónomos que, como hemos visto, sólo ellos significan verdadero desarrollo social.

Un séptimo criterio señala que agente principal del desarrollo social y de la superación de la pobreza son las propias comunidades y grupos pobres afectados. La acción asistencial puede ser necesaria para ciertas categorías y grupos desvalidos que carecen de lo indispensable para activar sus propias capacidades; pero el asistencialismo no conduce al desarrollo, permitiendo en el mejor de los casos la subsistencia. El protagonismo de los sectores populares empobrecidos implica, entre otras cosas, que los objetivos de las acciones y proyectos de desarrollo social sean definidos por ellos mismos, a partir del relevamiento de sus propias necesidades, aspiraciones e intereses. Los medios para el desarrollo social deben consecuentemente ser puestos a su disposición, de modo que puedan gestionarlos autónomamente, implicándose en ello un proceso de aprendizaje que es parte esencial del desarrollo mismo. La ejecución de las acciones ha de ser igualmente responsabilidad de los beneficiarios, quienes evaluarán sus resultados conforme a propios criterios de costo-beneficios. En otras palabras, el desarrollo social debe no solamente respetar sino favorecer positivamente el despliegue de una "lógica popular" en los procesos de organización y de acción, reconociéndose la validez y racionalidad especial de los modos de pensar, de sentir, de relacionarse y de hacer las cosas, inherentes a la cultura de los pobres. En este sentido, las múltiples y heterogéneas experiencias de la economía popular, sean individuales, familiares o colectivas, y que se despliegan tanto en los ámbitos de la producción y distribución como del consumo, pueden considerarse como el más genuino comienzo del desarrollo social y de la superación de la pobreza.

Un octavo criterio indica que la superación de la pobreza implica transferencias y donaciones desde los más provistos a los más carentes, las que sin embargo deben respetar y favorecer la autonomía de los grupos beneficiarios. Reconocer el protagonismo de los sectores populares pobres no significa que ellos deban ser dejados solos en su proceso de desarrollo. Es evidente, en efecto, que en las actuales condiciones de precariedad, desorganización y carencia de recursos en que se encuentran, resulta indispensable el acompañamiento, el apoyo y la acción promocional de quienes pueden hacer algo o mucho por colaborar en su desarrollo. En este sentido resultan decisivas las donaciones, subvenciones y otras transferencias a través de las cuales se acopian y canalizan significativos recursos para la acción social. Las donaciones (internacionales, gubernamentales y privadas) presentan sin embargo una compleja problemática, que suponen un proceso de aprendizaje a fin de que resulten eficientemente distribuidas y utilizadas. ¿Qué y cuánto donar? ¿A quiénes donar? ¿Para qué donar? ¿Cómo donar? son preguntas económicas claves de cuya correcta resolución depende la efectividad de los procesos por ellas promovidos. Que ellas sean efectivamente solidarias, que se canalicen hacia quienes están realmente haciendo algo eficaz por enfrentar los problemas de la pobreza y por efectuar una genuina promoción y desarrollo social, que no limiten sino que fomenten la autonomía de los beneficiarios, suele ser más difícil que suscitar la conciencia y voluntad de quienes están en condiciones de efectuarlas.

Un noveno criterio establece que elementos centrales del desarrollo social son la educación popular y la economía popular, estrechamente relacionadas. La superación de la pobreza es un proceso múltiple en sus dimensiones y polivante en sus contenidos. Se despliega a través de acciones económicas, políticas y culturales, en los más variados ámbitos de la experiencia humana: alimentación, salud, vivienda, educación, tecnologías, investigación, trabajo, etc. Pero así como las políticas sociales han de focalizarse a fin de alcanzar con ellas a los sectores que más las requieren, así también los proyectos y acciones de desarrollo social deben centrarse en aquellas actividades que manifiesten un más potente efecto multiplicador. La experiencia de numerosos programas y proyectos de acción social indica que los mejores y más permanentes resultados se obtienen a través de una adecuada combinación de procesos de educación y capacitación por un lado, y de fomento de las iniciativas económicas de subsistencia por el otro. Mediante la educación popular y la capacitación se desarrolla la autoestima, se toma conciencia de los propios problemas o conflictos y de las energías disponibles para enfrentarlos; se expande el conocimiento de la realidad y de las propias capacidades y recursos; se perfecciona la información sobre las condiciones en que se desenvuelve la acción; se desarrolla la capacidad de tomar decisiones y de gestionar con eficiencia los recursos disponibles; se facilita, en general, un proceso de crecimiento personal y comunitario que es parte esencial y a la vez condición necesaria del desarrollo social. Mediante la economía popular se actúan concretamente los procesos a través de los cuáles las necesidades pueden ser satisfechas, implicando la activación y potenciamiento de los propios recursos. Los talleres familiares, las microempresas, las organizaciones económicas populares, las organizaciones solidarias de consumo y abastecimiento popular, constituyen espacios concretos de acción en los que se expanden las capacidades de los participantes, a la vez que se alcanzan soluciones concretas a los problemas más urgentes. Educación popular y economía popular, convergentes en los objetivos del desarrollo social, se necesitan y potencian mutuamente. Separadas y sin vincularse estrechamente, reducen su eficacia promocional. Por ejemplo, programas de crédito para microempresas, no acompañados de una adecuada formación y capacitación que hagan crecer a las personas y acrecentar sus capacidades de gestión y relacionamiento, a menudo fracasan. Iniciativas de formación y capacitación, no acompañadas de la provisión de medios y la organización de recursos indispensables para desarrollar acciones eficaces, no sacan a las personas de la inactividad e incluso pueden acrecentar su frustración. Cuando en cambio, las acciones de apoyo a la economía popular van acompañadas de procesos formativos, o cuando las experiencias de educación popular se prolongan en organizaciones económicas, se verifican procesos de desarrollo social que se prolongan en el tiempo.

Un décimo criterio muestra que el carácter territorial de la pobreza urbana plantea la dimensión de lo local como esencial al desarrollo social. Concentrada la pobreza en ámbitos territoriales marginados de los procesos de desarrollo, las iniciativas de familias o de grupos particulares corren el riesgo de ser reabsorbidas por el contexto de pobreza en que se desenvuelven. Ello plantea la necesidad de que los programas de desarrollo social se asienten localmente, concentrando las actividades promocionales, de educación popular y de apoyo a las experiencias económicas, de manera que sus efectos se extiendan a toda la comunidad local. El desarrollo local exige el involucramiento de múltiples personas y organizaciones en iniciativas múltiples, económicas, políticas, culturales, que se van conectando y articulando unas con otras, generando un proceso que va transformando paulatinamente el estado de ánimo y el ambiente social de toda la comunidad definida por el territorio poblacional en que se asienta.

El undécimo criterio establece que el desarrollo social es un proceso lento, que puede ser acelerado mediante proyectos y programas de largo plazo. Para la inmensa mayoría de los pobres, la pobreza no es una situación transitoria, sino un estado en el que se ha nacido o en el que se ha permanecido durante un largo período de la vida. Para ellos, la pobreza se ha hecho costumbre y se manifiesta en comportamientos que arraigan hondamente en la personalidad. Salir de este estado no puede ser sino el resultado de esfuerzos largamente sostenidos en el tiempo. Incluso para quienes han caído en la pobreza en forma más o menos repentina, superarla se convierte en tarea de años, porque la pobreza succiona a quienes caen en ella. Si esto es válido para las personas y familias particulares, con mayor razón lo es para enteras poblaciones y asentamientos humanos que viven en un ambiente de carencias integrales. Nadie puede pretender alcanzar el desarrollo social de los pobres mediante acciones puntuales y proyectos de corto plazo. En este sentido, si bien las acciones de emergencia pueden ser necesarias para enfrentar situaciones coyunturales extremas, el desarrollo social requiere programas que se sostengan durante años y décadas. La inestabilidad de las políticas sociales de los Gobiernos, así como los cambios de orientación que se suceden en los apoyos y acciones promocionales de la cooperación al desarrollo, son uno de los más graves problemas que dificultan el logro de resultados estables que se consoliden. El desarrollo social requiere planes coherentes de largo plazo, que se apliquen con continuidad y constancia, y que no se alteren por el surgimiento de conceptos que se ponen transitoriamente de moda, o por evaluaciones que ponen de manifiesto logros menores a los que a menudo se esperan en base a expectativas ilusorias.

Un décimo segundo criterio señala que la superación de la pobreza y el desarrollo social son incompatibles con los actuales procesos y modelos de desarrollo económico. Ellos plantean la urgente necesidad de un desarrollo alternativo. La pobreza que afecta actualmente a cientos de millones de personas en el mundo no corresponde al hecho que ellos no hayan sido aún alcanzados por el desarrollo en curso en otros sectores de la sociedad. Es, al contrario, producto del mismo desarrollo, unilateral, parcial, concentrador y excluyente en que se encuentran embarcadas nuestras sociedades. Puede decirse, en este sentido, que la pobreza y el subdesarrollo han sido creados por el desarrollo y se extienden y crecen junto con éste. Una de las conclusiones que pueden extraerse del análisis de todos los modelos y vías de desarrollo aplicados en diferentes lugares del mundo es que sus resultados benefician a quienes lo realizan y gestionan, extendiéndose sus efectos secundarios sobre quienes participan aunque sea subordinadamente en su ejecución. De aquí deriva la necesidad de que, si se espera el desarrollo social de quienes permanecen en la pobreza, estos mismos sectores se constituyan como protagonistas y agentes del desarrollo. Tal es la esencia de lo que podemos entender como "desarrollo alternativo": un desarrollo gestado desde la base social, el cual ha de tener características distintas al desarrollo conocido.

El décimo tercer criterio evidencia que la superación de la pobreza y el desarrollo social se conectan indisolublemente a procesos globales de transformación y democratización económica y política. La pobreza y el subdesarrollo social no son fenómenos secundarios o marginales de las sociedades contemporáneas; constituyen, al contrario, la más extendida realidad y el más grave de los problemas mundiales. Enfrentarlos no es simplemente cuestión de crecimiento, de "más de lo mismo", siendo evidente la necesidad del cambio y la transformación de las estructuras fundamentales de la sociedad: su sistema económico y político, y el sistema de ideas y valores que lo amalgama. Pareciera que actualmente los movimientos impulsores de cambios y transformaciones históricas profundas se encuentran desorientados en cuanto a comunicar, más allá de las críticas y protestas, el que pudiera ser un nuevo proyecto de sociedad. Aunque ello conlleva limitaciones a las fuerzas del cambio, no es menos cierto que los problemas que han motivado los más fuertes movimientos y luchas transformadoras se acentúan: pobreza, injusticias, desigualdad, marginación, ignorancia, deterioro del medio ambiente y de las condiciones de vida, etc.

Probablemente las ideas orientadoras y las formas de la acción y organización transformadoras que veremos en el futuro no serán las mismas que en el pasado; pero es impensable la hipótesis de que la pobreza, las injusticias, la falta de libertad y participación que se reproducen e incluso se extienden en la región, puedan permanecer largo tiempo sin ser resueltas y sin suscitar nuevos movimientos por cambios sociales, económicos y políticos profundos. La lucha contra la pobreza y la promoción del desarrollo social, protagonizadas por los propios sectores sociales afectados, pueden constituir —y es ésta la mejor de las hipótesis y el más constructivo de los escenarios— las más adecuadas y eficientes formas de canalización de las energías transformadoras que brotan de la pobreza, la injusticia y la opresión. Pero esta orientación constructiva tiene sentido y podrá adquirir la fuerza suficiente para resolver los problemas, solamente si sus esfuerzos y acciones se acompañan y tienen efectos significativos en términos de un proceso más amplio de democratización de la economía y el Estado, los más importantes objetivos del cambio social necesario. Desplegados, por el contrario, al margen de los procesos económicos y políticos generales de la sociedad, y en consecuencia frustrados en sus resultados profundos y duraderos, serán entendidos, criticados y rechazados como paliativos que desvían la atención y las energías de los problemas y desafíos generales de nuestras sociedades.


 

XI. EL CONSUMO Y LA RECUPERACIÓN DEL MEDIO AMBIENTE.


Incorporar en nuestra estructura del consumo las necesidades del ambiente y la ecología.


Si la pobreza en que se encuentran multitudes de seres humanos en el mundo pone de manifiesto el subdesarrollo del consumo en sus formas más agudas, el deterioro del medio ambiente y los desequilibrios ecológicos evidencian gravísimas distorsiones en la estructura general del consumo, que afectan seriamente la calidad de vida de todos.

El problema ecológico se gesta en el proceso de producción, se refuerza en el proceso de distribución, y se reproduce y acentúa en el proceso de consumo. Examinaremos aquí el problema desde la óptica de este último, identificando las causas que a este nivel lo provocan y los modos en que pueda tendencialmente superarse.

Un primer aspecto, tal vez el más evidente y al que más se ha prestado atención, es el de los residuos, desperdicios y desechos que dejan los bienes y servicios después de ser utilizados y consumidos. La naturaleza recibe estos desechos, abandonados o vertidos en la tierra, en las aguas y en la atmósfera, que se polucionan de manera creciente. Papeles y envases de los productos, partes y piezas que han sido reemplazados, artefactos que han prestado su utilidad y que son ya inservibles, basura de infinidad de materiales, tamaños y formas, elementos químicos sólidos, líquidos y gaseosos que se desprenden de los productos al ser consumidos, partículas y humos que emanan de la combustión, energías que se liberan al ser empleadas, etc., constituyen fuentes permanentes de contaminación y deterioro del medio ambiente. En realidad, todas las cosas, objetos y elementos físicos que se producen a partir de materiales tomados de la naturaleza, vuelven a depositarse en nuestro planeta —geósfera, hidrosfera, biosfera, atmósfera o estratósfera— transformados pero no eliminados ni reducidos. Operan en este sentido las leyes de la termodinámica, que determinan que en la naturaleza física nada se pierde ni desaparece sino que sólo se transforma.

Como la cantidad de cosas producidas y consumidas aumenta, el problema tiende a agravarse con el tiempo, lo que lleva a numerosos ecologistas y medio ambientalistas que estudian el problema a concluir que es necesario detener el crecimiento de la producción y del consumo. Pensamos que no constituye la única vía ni la verdadera solución al problema. Nuestra tesis es que, aunque parezca paradójico, el problema no se resuelve consumiendo menos sino consumiendo más y mejor. Esta afirmación requiere ser bien explicada y comprendida.

Afirmamos que el deterioro del medio ambiente puede revertirse, y el equilibrio ecológico recuperarse, incluso consumiendo más; pero no más de lo mismo ni consumiéndolo del mismo modo que destruye la naturaleza, obviamente. De lo que se trata en realidad es de perfeccionar el consumo, entendiendo que su óptimo cualitativo comporta también un óptimo cuantitativo, como dejamos establecido en la primera sección al definir el concepto de desarrollo. Óptimo cuantitativo que, sin ser necesariamente un máximo cuantitativo, cuando se está lejos de alcanzarlo supone que debe aún crecer —expandirse y diversificarse— más allá de los niveles actuales. Volvamos a los conceptos básicos y centrales del consumo para comprenderlo mejor.

Consumir es utilizar los bienes y servicios en la satisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos de modo de realizarnos y mejorar nuestra calidad de vida. Entonces, si entre nuestras necesidades, aspiraciones y deseos se encuentra, y en el mejoramiento de la calidad de vida se implica, la recuperación del medio ambiente y de los equilibrios ecológicos, es preciso incorporar y adicionar a nuestro consumo, aquellos bienes y servicios útiles al logro de tales propósitos. Esto en cuanto a la dimensión cuantitativa.

En cuanto a lo cualitativo, y especialmente al modo de consumir, se tratará de hacerlo de modo de maximizar la utilidad que prestan los productos, incluyendo en tal utilidad el mejoramiento del medio ambiente y la restauración de los equilibrios ecológicos.

El concepto así abstractamente expresado significa, más concretamente, que es preciso incorporar al consumo también las necesidades de otros seres vivos distintos al hombre —los animales, las plantas, etc.— en lo que sea necesario al equilibrio ecológico, y el mejoramiento del medio ambiente en lo que comporte una mejor calidad de vida para los seres humanos presentes y futuros.

El concepto es análogo al que expusimos en relación al problema de la pobreza, cuya superación implica incorporar al propio consumo de todos y especialmente de los más ricos, las necesidades de los más pobres cuya satisfacción impacta positivamente la calidad de vida para el conjunto de la sociedad.

Incorporar en nuestra estructura del consumo los bienes y servicios que requieren otros seres vivos de la naturaleza distintos de los hombres, no es sólo cuestión de amor a los animales y plantas sino una necesidad económica esencial. En efecto, en su condición natural u original estos seres no hacen ni requieren de la economía; pero dado que la economía humana modifica el medio ambiente natural, la subsistencia y desarrollo equilibrado de esos seres vivos depende de la economía. Esto, que entendemos sin dificultad al nivel familiar de los animales domésticos o del jardín de una vivienda o del cultivo de una chacra, que no pueden subsistir por sí solos y de los que nos hacemos responsables, es igualmente válido al nivel de la sociedad y de la naturaleza en general. Las razones por las que criamos animales domésticos y cultivamos un jardín son las mismas, en otra escala, por las que incorporamos en la propia estructura del consumo la recuperación del medio ambiente y el restablecimiento de los equilibrios ecológicos; sólo que si el jardín y los animales domésticos son una opción que no todos pueden o quieren o deben asumir, el medio ambiente y la ecología son una necesidad social de la que no es posible prescindir, y de la cual nadie puede legítimamente desentenderse.


El “homo ecologicus”.


Podemos expresar este concepto de otro modo. Así como el homo economicus moderno ha incorporado la racionalidad y las exigencias de la economía en su propio modo de ser (productivo, mercantil y consumidor), es preciso hoy elaborar socialmente el homo ecologicus , por la cual el ser humano incorpore la racionalidad y las exigencias de la ecología en su propio modo de ser homo economicus.

¿Cómo debe consumir el homo ecologicus? O sea ¿cómo ha de ser el consumo individual y colectivo que respete y recupere el medio ambiente y colabore al restablecimiento de los equilibrios ecológicos?

Con respecto a los residuos, desechos o desperdicios del consumo, si bien no pueden ser físicamente eliminados es posible reducirlos y también hacer que su reincorporación a la naturaleza sea efectuada de modo que no deteriore el medio ambiente sino que lo mejore, en el sentido de tornarlo más propicio a la vida vegetal, animal y humana. Esto tiene varios aspectos y puede hacerse en diversos modos.

Señalamos que el consumo es un proceso de transformación de los productos, pues todo acto de consumo "extrae" en cierto modo del bien o servicio su utilidad para el sujeto, sea ésta proporcionada por sus energías, sus informaciones o por determinadas combinaciones de energía e información.

Un primer aspecto del consumo ecológico estará dado, pues, por un consumo del producto lo más completo o pleno posible, en el sentido de que el sujeto consumidor extraiga y obtenga la mayor utilidad que pueda proporcionarle y que le sea posible, antes de que se convierta en desecho o residuo. En lenguaje y ejemplos familiares: comerse toda la comida entendiendo que ella es servida en cantidades apropiadas, mantener encendidas las luces y abierto el surtidor del agua cuando se los necesita y cerrarlos cuando su emisión deje de prestar utilidad, cuidar los zapatos y la bicicleta para que duren y sirvan mucho tiempo y no se deterioren prematuramente. La duración de los bienes puede ser extendida mediante un consumo cuidadoso que prolongue su vida útil.

Lo que estos ejemplos simples expresan debe entenderse en toda su amplitud y significado a nivel individual y social. Pero no ha de entenderse de un modo simplista y mecánico, tal que se convierta en un obstáculo a la innovación y el cambio de productos obsoletos por otros mejores, lo que es especialmente necesario considerar cuando los nuevos productos son tecnológicamente más eficientes en el uso de la energía y en general menos contaminantes. A la inversa, también es irracional cambiar por cambiar si lo nuevo no proporciona un resultado mejor. Lo que mide el consumo es siempre la satisfacción y realización del sujeto y la calidad de vida general. Por lo demás, un producto parcialmente utilizado por un sujeto puede ser convenientemente aprovechado todavía por otro; en este sentido es siempre posible organizar socialmente el consumo de modo que los bienes y servicios proporcionen su máxima utilidad potencial, reduciendo consiguientemente el volumen global de desechos proporcional a la satisfacción de necesidades obtenida por los sujetos.

Relacionado con esto, asumir los efectos medioambientales del consumo conduce a privilegiar bienes y servicios de menor impacto ambiental negativo, que dejen una menor cantidad de residuos y desechos tras su utilización. Es importante en este sentido el tamaño de los bienes, cuya miniaturización es una tendencia que responde a esta exigencia. Desde el momento que el efecto negativo sobre el medio ambiente es considerado en la evaluación global de la utilidad positiva que presta pues debe descontarse de ésta, resulta conveniente para el consumidor en términos de calidad de vida escoger bienes y servicios que minimicen dichos efectos.

En este sentido importa no solamente el tamaño del bien empleado sino también su cantidad, teniéndose en cuenta que no necesariamente un mayor número de bienes satisface mejor las necesidades que una cantidad más reducida, si ésta es utilizada de modo más completo. En la misma dirección cabe señalar que un mismo bien puede ser empleado por uno o por varios sujetos, lo que permite multiplicar la satisfacción que pueden ofrecer, y dividir los efectos medioambientales de los desechos. Un medio de transporte colectivo, por ejemplo, suele ser menos contaminante que el empleo de automóviles por cada individuo, en proporción al servicio que proporcionan a los usuarios.

Además, teniendo en cuenta que una misma necesidad puede satisfacerse de muy distintos modos, será importante evaluar en cada caso el efecto ambiental de la opción efectuada. En este sentido muchos autores han destacado la importancia de la terciarización de la economía y del consumo, entendida como el privilegiamiento de la producción y consumo de servicios por sobre el de bienes materiales. Pero cabe al respecto efectuar algunas precisiones.

Convencionalmente la distinción entre bienes y servicios se usa para diferenciar las cosas tangibles y materiales por un lado, tales como alimentos y automóviles, y los elementos intangibles tales como educación y salud, por el otro; pero la distinción es sumamente imprecisa, pues los bienes son tales por el servicio que prestan (el automóvil presta un servicio de transporte), y los servicios no pueden efectuarse sin emplear en ello ciertos bienes materiales (en la educación se emplean edificios, libros, computadoras, etc.). Consecuencia de ello es que también los servicios generan desechos materiales y consumen energías físicas que impactan el medio ambiente. En realidad, así como hay bienes que generan más desechos que otros, existen también servicios que son menos contaminantes que otros, y es éste el criterio, y no la genérica distinción entre bienes y servicios, que debe tenerse en cuenta en el consumo que protege el medio ambiente.

Otro aspecto importante del consumo ecológico corresponde al destino de los desechos, desperdicios y descartes de los productos. En realidad, lo que se hace con los bienes después de ser utilizados en la satisfacción de las necesidades debe considerarse parte del proceso de consumo y del uso de los productos. Los desechos pueden ser abandonados y dispersos sobre la tierra, acumulados en grandes basurales, enterrados bajo tierra, depositados en el fondo del mar. Cualquiera sea su destino, siempre tendrán un impacto medioambiental de corto, mediano y largo plazo, pero este impacto puede ser mayor o menor, e incluso puede ser positivo si se los utiliza en la recuperación del propio medio ambiente. Los bienes una vez utilizados por el consumidor primario pueden ser empleados para otros propósitos mediante su reciclaje, que les devuelve o adiciona cierta utilidad, que puede ser más o menos positiva o negativa.

En este sentido el concepto del reciclaje adquiere una gran amplitud, y puede incluso decirse que en realidad todo bien utilizado es de algún modo reciclado, porque todo objeto queda inevitablemente inserto en una dinámica de beneficio y daño para el medio ambiente y la calidad de vida, aunque no siempre pueda ello evidenciarse en el corto o mediano plazo. Incluso la quema de desechos, útil o inútil que sea, es una actividad económica que tiene costos y que genera beneficios y perjuicios a alguien.

Aunque el concepto de reciclaje pueda ser reservado para referirse a aquél uso productivo o de consumo beneficioso, lo que nos importa conceptualmente destacar es el hecho que todo producto es empleado para un fin ulterior a aquél para el cual estaba destinado, y que tal empleo posterior, cualquiera sean sus efectos, es parte del proceso de su consumo. Siendo así, el consumo de todo bien o servicio debe considerar lo que se hará sucesivamente con los residuos, desechos y basuras que se generen en su utilización primaria, pues todo ello impactará sobre el medio ambiente y consiguientemente sobre la calidad de vida de las personas y la sociedad en su conjunto.

Desde un punto de vista más general que en cierto modo sintetiza los diversos aspectos señalados, lo que importa sobre todo considerar deriva del concepto del consumo que expusimos anteriormente, en el sentido que en cualquier acto de consumo se verifica una doble transformación: la de los productos mismos y la de los sujetos que los utilizan.

Por el lado de los productos, que es el que aquí nos interesa, señalamos que tal transformación puede implicar una expansión y crecimiento de los productos al ser consumidos, o su deterioro y agotamiento. Con este criterio diferenciamos cuatro tipos de productos, a saber: a) bienes y servicios perecibles, que son consumidos de una vez y luego dejan de ser útiles para el propósito que fueron creados; b) bienes y servicios durables, que prestan su utilidad de modo sostenido en el tiempo o que pueden ser utilizados reiteradamente, desgastándose o perdiendo su utilidad muy lentamente a lo largo del tiempo; c) bienes y servicios potenciables, que mediante su utilización van perfeccionando e incrementando la capacidad de satisfacer necesidades, porque su uso se efectúa mediante alguna actividad creativa que lo desarrolla; y d) bienes y servicios variables, que pueden crecer y potenciarse o bien deteriorarse y perecer dependiendo de que se mantengan o no en uso, de que se les efectúa mantención y reparación, de que se le adicionen o extraigan componentes, etc.

Relacionado con estas características propias de los bienes y servicios, es relevante destacar también el modo de consumirlos por parte de los sujetos, que puede ser destructivo, conservador, valorizador, creativo, etc.; modos de consumo que impactan la duración de los bienes y la cantidad de residuos, desechos y desperdicios que finalmente vertirán en la naturaleza.

Si estos criterios del consumo ecológico fueran tenidos en cuenta por cada consumidor, el consumo podría ser tal que se minimicen sus impactos negativos y se potencien sus efectos positivos sobre el medio ambiente, y ello sería siempre conveniente para cada sujeto consumidor en términos de su propia satisfacción y calidad de vida.

El problema es que los efectos ambientales del consumo ecológico, si no es efectuado por todos o por la mayoría sino solamente por algunos sujetos más conscientes, serán bastante pequeños; además, el beneficio se reparte entre muchos o recae sobre toda la sociedad, o en otros casos se manifiesta solamente en el largo plazo, de modo que el consumidor ecológico mismo considerado singularmente difícilmente podrá percibirlo. Esto explica que los consumidores se resisten y no suelen internalizar los efectos medioambientales de sus decisiones de consumo.

Aún más, si el modo de consumir ecológico no es compartido por una proporción significativa de los consumidores, es probable que en los hechos el consumidor que en sus propias decisiones de consumo incorpora los criterios medioambientales, que para él tienen un costo o implican cierto sacrificio, vea disminuida su utilidad inmediata. La situación es similar a la que analizamos en relación al hacerse cargo sólo por parte de algunos consumidores más ricos de las necesidades de los más pobres, lo que redundando positivamente sobre la calidad de vida de todos puede tener ciertos efectos negativos sobre los pocos sujetos que adoptan tal comportamiento altruista.


La sociedad ecológica.


Más allá del cambio individual lo que se requiere es, pues, una transformación general en el modo de consumo, un cambio a nivel estructural. Son, en efecto, las estructuras del consumo las que son cuestionadas por el actual deterioro del medio ambiente, y son esas mismas estructuras las que es necesario que incorporen los criterios ecológicos. En este sentido el problema plantea, nuevamente y del modo más enfático en razón de que afecta a todas las personas y a la sociedad en su conjunto, la necesaria coordinación de las decisiones de los consumidores individuales y colectivos, a nivel de la sociedad global.

Valen a este respecto los análisis que ya expusimos sobre el papel de la ética, la educación, el cambio cultural y las meta-preferencias, en la transformación y perfeccionamiento del consumo. Tales análisis, que efectuamos en la perspectiva de conformar el consumo a las exigencias de la realización del hombre y de la sociedad conforme a su naturaleza esencial, se aplican y extienden aquí en referencia al que designamos como un homo ecologicus.

Pero además de la ética, la educación y la cultura como medios para orientar el comportamiento de los consumidores sin interferir en su autonomía decisional, un papel destacado corresponde ser cumplido por la ley, a quien le incumbe coordinar las decisiones de todos los consumidores en vistas del bien común en base a criterios de equidad y justicia. Esto significa, concretamente, la conveniencia y necesidad de que la ley que regule el consumo considere precisos criterios medioambientales y ecológicos que favorezcan, induzcan y obliguen a los consumidores a incorporar en sus decisiones de consumo los efectos que hacen recaer sobre el medio ambiente. Podemos precisar algunas de las formas en que puede hacerlo eficazmente.

Una primera forma en que la ley regula el consumo con fines medioambientales consiste en establecer los modos, formas, tiempos, lugares y procedimientos en que se efectúa la acumulación, procesamiento y reciclaje de los residuos y desechos de los productos consumidos. Al respecto, compete a la legislación fijar normas para la acción de los individuos y grupos respecto a sus propios desperdicios, de las empresas especializadas en la recolección, acumulación y procesamiento de residuos colectivos, y de los entes públicos especialmente encargados de contribuir en la tarea.

Esta es una de las más complejas funciones reguladoras y coordinadoras del poder público en el ámbito del consumo, y abarca aspectos tan importantes como la conducción y el tratamiento de las aguas servidas, la recolección y acumulación de la basura doméstica e industrial, el aseo e higienización de las vías y lugares públicos, el control de las emisiones tóxicas, la distribución, reutilización y reciclaje de todo tipo de materiales, etc.

Una segunda forma en que la ley puede contribuir al consumo ecológico consiste en obligar a que los consumidores primarios de los productos asuman el costo del deterioro medioambiental que deriva de su consumo, y/o a que se responsabilicen de reparar los deterioros que hayan causado. Ello puede efectuarse estableciendo precios por los servicios de recolección y procesamiento, cobrando multas por la trasgresión de las normas, gravando con impuestos especiales los productos que después de su empleo contaminarán el medio ambiente, etc. Independientemente de las formas que sean más apropiadas para cada situación, producto y tipo de residuos, lo importante es el principio implícito en estas modalidades de intervención, cual es la internacionalización de los costos ambientales y ecológicos del consumo por parte de los propios consumidores.

Una tercera modalidad en que la ley puede garantizar el interés general afectado por el consumo de los sujetos particulares consiste simplemente en prohibir, condicionar y racionar el consumo de aquellos bienes y servicios que sean ambientalmente nocivos. La prohibición corresponde en aquellos casos en que los beneficios del consumo de esos bienes se consideran individual o socialmente reducidos en proporción a los elevados efectos ambientales negativos que genera su consumo, y en que éstos sean imposibles de internalizar o reparar por los consumidores del producto en cuestión.

El condicionamiento corresponde cuando el efecto negativo del consumo deriva, más que del producto mismo, del modo en que es consumido, y cuando dichos efectos pueden ser minimizados mediante ciertas exigencias especiales relativas a los lugares, horarios, circunstancias y modalidades en que sean consumidos.

El racionamiento corresponde cuando los efectos medioambientales negativos son reducidos si el producto se consume hasta cierta escala pero se agudizan si supera ciertos límites, o cuando se intensifican y agravan a medida que aumenta la cantidad de productos consumidos o se verifica un consumo concentrado.

Una cuarta forma en que la ley puede favorecer el consumo ecológico consiste en incentivar ciertas formas y tipos de consumo, de modo que los sujetos prefieran satisfacer sus necesidades, aspiraciones y deseos utilizando bienes y servicios de bajo efecto ambiental negativo, o de efecto directamente positivo, en vez de hacerlo mediante productos contaminantes y nocivos. Ya hemos visto, en efecto, que la satisfacción de unas mismas necesidades puede efectuarse de modos distintos y utilizando bienes y servicios alternativos. En tal sentido, la sociedad puede incentivar el uso de bienes y servicios de bajo impacto ambiental de muchos modos, por ejemplo reduciendo los impuestos a algunos bienes y servicios, creando condiciones objetivas que favorezcan su utilización, premiando los comportamientos que considera apropiados, etc.

En síntesis, la modificación del consumo de los sujetos individuales y colectivos en el sentido de incorporar las exigencias del medio ambiente y la ecología, la transformación de las estructuras del consumo mediante la educación y el desarrollo de la conciencia ecológica a nivel de la cultura común, y la regulación y coordinación del consumo de todos mediante la ley que prohibe, condiciona, raciona e incentiva la utilización de ciertos bienes y servicios, constituyen aspectos complementarios de un indispensable proceso de perfeccionamiento del consumo que asuma sus efectos medioambientales y conduzca a una mejor calidad de vida para todos.


 

XII. EL CONSUMO ORIENTADO AL DESARROLLO HUMANO INTEGRAL.

 

Consumo unilateral y consumo multidimensional.

 

Junto a la realidad de la pobreza y al deterioro del medio ambiente, tal vez menos visible pero no por eso de menor importancia entre los grandes desafíos que debe enfrentar la sociedad contemporánea se encuentra la parcialidad o incluso unilateralidad del desarrollo humano y social, que muchos pensadores han analizado y expuesto con profundidad y lucidez.

Como los anteriores, este problema encuentra causas en el conjunto de la economía y más allá de ella, pero tiene en el proceso de consumo manifestaciones muy claras que han sido destacadas por quienes proclaman insistentemente la urgencia de un cambio en las "pautas" de consumo como exigencia de un desarrollo humano integral.

Al examinar las necesidades desde el punto de vista de la realización del hombre conforme a su naturaleza, o sea como un proceso tendiente a la plena actualización de su esencia, indicamos las cuatro grandes dimensiones hacia las que se encuentra tendencialmente abierto el ser humano: corporeidad y espiritualidad, individualidad y sociabilidad. En estas cuatro dimensiones se despliega la multifacética experiencia humana, que las va progresivamente desarrollando, cumpliendo, actualizando, potenciando, perfeccionando.

El sentido y objetivo último de la economía es permitir este desarrollo multidimensional y crear las condiciones que lo hagan posible, organizando eficientemente la producción, la distribución y el consumo de los bienes y servicios indispensables para cumplirlo. Si bien en la producción y la distribución se cumplen aspectos importantes de este proceso, es en el consumo donde se verifica y cumple en última instancia. En efecto, los productos de la economía distribuidos socialmente y puestos a disposición de las personas y colectividades, son los principales elementos que se utilizan en el desarrollo multidimensional de las personas y de los grupos sociales.

Para el adecuado cumplimiento de este proceso de realización del hombre y de la sociedad es decisiva la integralidad del desarrollo, que podemos concebir como el desenvolvimiento armónico de aquellas cuatro grandes dimensiones de la experiencia humana. Prácticamente todas las que individuamos como cualidades del consumo perfecto apuntan precisamente a resaltar esta integralidad; ella se cumple, en efecto, solamente cuando el consumo adopta los rasgos de moderación, correspondencia, persistencia, globalidad, equilibrio, jerarquía, integración y potenciación.

Pero por razones que hemos explicado en distintos lugares de este estudio, la economía y el consumo actuales se distancian grandemente de estas cualidades, poniendo de manifiesto aquella unilateralidad o parcialidad que numerosos autores critican al desarrollo económico tal como se viene dando en nuestra época. El énfasis se ha puesto excesivamente en la dimensión de la corporalidad y la protección del individuo, descuidándose las dimensiones del espíritu y de la convivialidad: la economía provee en abundancia cosas materiales y servicios personales, y es carente en la provisión de bienes y servicios culturales y relacionales.

Ello es causa de insatisfacciones profundas, de infelicidad, de vacíos en la realización humana, pues quedan sin cumplirse o lograrse importantes necesidades, aspiraciones y deseos personales y sociales. Este es uno de los problemas más graves del desarrollo económico actual, que acentúa la pobreza en todas sus formas, la deficiente calidad de vida, los problemas medioambientales, y en general la gran crisis de la civilización moderna.

Casi nadie discute hoy la necesidad de un desarrollo integral, pero la integralidad del desarrollo no se puede entender convenientemente desde una ciencia de la economía que no sea suficientemente comprensiva de la complejidad y la pluralidad, pues esta misma disciplina se ha formulado en términos unidimensionales o unilaterales. Ha sido precisamente el desafío de esta integralidad la que nos ha llevado a reformular los principales conceptos de la economía: a expandir la concepción de los recursos, factores y categorías económicas para reconocer los distintos tipos de empresas, a relevar los diferentes tipos de flujos y relaciones económicas a través de cuyos circuitos se verifica la distribución, a examinar el proceso de consumo en todas sus manifestaciones y formas, a identificar las diferentes racionalidades económicas, integrando todo ello en la que concebimos como teoría económica comprensiva. Más en particular, ha sido en función de esta integralidad que hemos enfatizado y destacado especialmente aquella parte de la economía menos desarrollada actualmente y más requerida de comprensión e impulso, que denominamos economía de solidaridad.9

Para una adecuada comprensión del problema, la integralidad debe ser entendida en sus dos complementarias acepciones. Integralidad como multidimensionalidad, pluralismo y diversidad de componentes; e integralidad como unidad interna, coherencia e integración de las partes. La una va con la otra, de modo que la pluralidad no se disuelva en la pura diferenciación y la unidad no se cristalice en una pobre homogeneidad.

Ahora bien, centrando la atención en el proceso de consumo y teniendo en mente las referidas cualidades o criterios del consumo perfecto, es necesario indagar particularmente los modos en que es posible avanzar en su desarrollo, transformación y perfeccionamiento en la perspectiva de acceder a su integralidad superando la parcialidad que lo distingue actualmente.

Es importante tener en cuenta que las cuatro dimensiones del desarrollo humano tienen diferentes modos de desplegarse y requieren muy distintos tipos de bienes y servicios.


El desarrollo de la corporalidad.


El desarrollo de la corporeidad, esto es, la actualización de las potencialidades del cuerpo, requiere fundamentalmente bienes materiales y servicios referidos al cuerpo humano que implican usar numerosos objetos físicos: alimentos, ropa, viviendas, medios de locomoción, medicinas, hospitales, campos deportivos y gimnásticos con su correspondiente equipamiento, etc.

A esta dimensión corporal del hombre la economía le presta especial atención y le dedica gran parte de sus actividades y recursos, y las personas tienden a priorizarla espontáneamente en sus decisiones de consumo, por varios motivos: es la primera que aparece cuando el individuo nace a la existencia, manteniéndose luego por toda su vida; es la que expresa sus exigencias del modo más directo, fuerte e insistente, pues de su satisfacción depende la sobrevivencia misma; y es condición para la realización de todas las demás dimensiones, en el sentido que un cierto grado al menos de satisfacción de las exigencias del cuerpo es un requisito indispensable para el desarrollo de la individualidad, la sociabilidad y la espiritualidad.

Siendo así, parece no ser esta dimensión corporal la que importe destacar en la perspectiva de la integralidad del consumo para el desarrollo humano integral. Sin embargo deberá considerarse atentamente el hecho que la propia dimensión de la corporalidad tiene múltiples facetas y aspectos, y también ella suele ser desplegada con insuficiente globalidad y equilibrio. Aunque parezca extraño, en efecto, los seres humanos no tenemos adecuada o plena conciencia de nuestro propio cuerpo y de sus necesidades, y menos aún de sus grandes potencialidades de desarrollo.

El cuerpo humano está constituido por numerosos órganos, cada uno de los cuáles presenta sus propias exigencias, y va cambiando con la edad, presentando requerimientos múltiples (nutrición balanceada, adaptación a las condiciones climáticas, etc.); se daña y debe ser cuidado, mantenido y reparado (higiene, medicinas, quirurgias, ejercicios, etc.), sus órganos y funciones defectuosas pueden ser compensadas mediante el uso de implementos y artefactos de los más variados tipos (anteojos, bastones, prótesis, etc.), sus capacidades pueden ser ampliadas y reforzadas con sofisticados instrumentos (telescopios, audífonos, sensores, etc.) y mediante prácticas diversas (gimnasias, bailes, deportes, etc.), sus cualidades pueden ser resaltadas, embellecidas y refinadas en múltiples formas (descanso, ejercicios, vestuario, cosméticos, etc.), su propia vida debe ser protegida de las inclemencias de la naturaleza, amenazas y agresiones de otros seres humanos, accidentes y catástrofes, epidemias y contagios, etc.

Son tantas en realidad las demandas que la corporeidad hace a la economía, que ya la integralidad a nivel de esta sola dimensión es ardua, y aún lograda a cierto nivel siempre será posible perfeccionar el consumo en esta dirección. Pero como las necesidades, aspiraciones y deseos del cuerpo son particularmente evidentes, fuertes, insistentes y exigentes, el principal riesgo será más bien acentuar tanto el consumo tendiente a realizar esta dimensión de la corporalidad que las otras dimensiones de la experiencia humana permanezcan atrofiadas, descuidadas y subdesarrolladas. Tal es, en efecto, la más grave de las imperfecciones del consumo desde el punto de vista de la integralidad. Es obvio que para pasar de un desarrollo unilateral o desequilibrado a otro integral, será necesario poner particulares énfasis en aquellas dimensiones rezagadas, menos provistas, más carentes, subdesarrolladas.

 

El desarrollo de la individualidad.


El desarrollo de la individualidad, esto es, la actualización de las potencialidades del yo individual o de la persona como individuo que tiene sus propios derechos, intereses, necesidades, gustos, motivaciones y exigencias, requiere bienes y servicios materiales o de naturaleza corporal como también otros de naturaleza psicológica, social y cultural.

En las sociedades modernas de corte capitalista y liberal esta dimensión del ser humano ha sido ampliamente destacada y privilegiada en la economía y el consumo, en estrecha asociación a las necesidades de la corporalidad. Cabe decir que ello no siempre ha sido así en la historia humana, pudiendo afirmarse que el reconocimiento y relevamiento de la importancia de la individualidad es una de las grandes conquistas de la modernidad.

En la época actual el desarrollo de la individualidad suele ser considerado incluso excesivo, lo que se destaca especialmente cuando se hace referencia al individualismo que caracteriza al hombre contemporáneo. De hecho las personas despliegan un extendido y abundante consumo de bienes y servicios en función de realizarse como individuos. Pareciera, pues, que en función de la integralidad del consumo no se trataría tanto de enfatizar y privilegiar esta dimensión de la experiencia humana. Pero también hay problemas y desequilibrios que implican una grave falta de integralidad en el desarrollo de esta específica dimensión.

Por un lado, no todos los seres humanos ni en todas las sociedades actuales la individualidad es adecuadamente reconocida o tiene la posibilidad de afirmar socialmente sus derechos, necesidades, intereses, gustos, etc., legítimos. Hay extensas categorías sociales que no han experimentado un adecuado desarrollo de la individualidad; hay sociedades donde a la mujer, o a ciertos grupos étnicos marginalizados, no se les reconocen derechos e intereses legítimos. Por otro lado, cabe advertir señales de grave riesgo para la realización de la dimensión individual del hombre en las actuales tendencias a la masificación, de la cuales el consumo es en gran medida responsable. Además, en muchos aspectos y situaciones no siempre se respeta al individuo y sus derechos, y a menudo se lo oprime y subyuga o encierra dentro de límites estrechos.

Cuando hablamos de la integralidad a nivel de la dimensión individual debemos considerar las múltiples necesidades, derechos, exigencias y potencialidades del hombre en cuanto individuo. Pues así como no tenemos cabal conciencia de nuestra corporalidad, tampoco conocemos perfectamente lo que somos en cuanto individuos, nuestro yo con todas las singularidades y cualidades personales, las potencialidades de nuestra mente, la fuerza de nuestra voluntad, el significado de la libertad, la intensidad de nuestras capacidades de sentir, pensar y actuar, la plenitud de nuestros derechos, nuestros más profundos gustos, aspiraciones y vocación personal.

"Conócete a ti mismo" es una antigua máxima que pone en dicho conocimiento nada menos que el principio de la sabiduría. Se dice también que "cada persona es un mundo" y que en cada individuo está presente el universo entero. Todo esto nos da una idea de la multiplicidad de aspectos que implica la actualización de la individualidad, y las infinitas potencialidades que están siempre abiertas delante de cada persona. Realizar esta dimensión del hombre requiere emplear innunerables y diversificados medios que los individuos demandan y la economía proporciona.


El desarrollo de la sociabilidad.


El desarrollo de la sociabilidad, esto es, la actualización de las potencialidades del ser humano en cuanto ser social, que realiza estableciendo vínculos interpersonales, formando comunidades, creando organizaciones, fundando instituciones, articulando redes de comunicación e intercambio de informaciones y experiencias, etc., requiere bienes y servicios económicos de los más variados tipos y características.

En las sociedades modernas la sociabilidad se expresa de múltiples formas, pero prevalece la sensación de cierta unilateralidad, que es énfasis en algunos modos de desenvolver la vida social en términos formales, funcionales e incluso burocráticos que permiten la coordinación de intereses y actividades manteniendo la exterioridad entre sujetos que no se identifican o comprometen profundamente con las entidades sociales en que participan. Esto atrofia otros niveles de convivencia que suponen contenidos más profundos, vínculos más estrechos, unión de conciencias y voluntades tras objetivos compartidos, actividades realizadas comunitariamente, confianzas más íntegras.

Podemos expresar esta situación diciendo que hoy vivimos la sociabilidad en organizaciones más que en comunidades. Los compromisos entre los participantes, sus deberes y derechos, tienden a fijarse en términos contractuales que fundan organización social, y no en base a confianzas, afinidades electivas, valores e ideas compartidas, tradiciones culturales, relaciones intersubjetivas, que fundan comunidad.

La sociabilidad se vive exteriormente y no íntimamente, de modo que no se satisfacen en profundidad las necesidades y deseos de convivialidad, experimentando las personas a menudo la soledad e inseguridad. La dimensión humana de la sociabilidad se realiza parcialmente, insuficientemente, de manera unilateral, y tiende a atrofiarse en varias de sus potencialidades que no llegan a actualizarse.

Cuando hablamos de la integralidad a nivel de la dimensión relacional debemos considerar las múltiples necesidades, deseos, exigencias y potencialidades del hombre en cuanto ser social. La necesidad de amar y de ser amado, de comprender y ser comprendido, de escuchar y ser escuchado, a nivel interpersonal; el sentir la íntima proximidad de los que se quiere; el ser parte de una familia, de una comunidad local, de grupos constituidos voluntariamente; la participación activa en organizaciones de variados tipos que constituimos para cumplir objetivos compartidos, defender intereses comunes, realizar obras que nos motivan; el vivenciar la pertenencia a entidades sociales con identidad y sentido, de distintos tamaños y niveles de agregación: el barrio o el entorno local, la comarca o la ciudad, la etnia o la nación, la sociedad global o humanidad; etc.

Todo ello forma parte de la sociabilidad inscrita en la naturaleza del ser humano, cuya insatisfacción nos enferma psicológicamente, nos deprime, genera ansias y angustias, y puede incluso llevarnos a la muerte porque el hombre no resiste el aislamiento, la marginación y la soledad más allá de cierto nivel.

Todas estas necesidades, aspiraciones y deseos relativos a la sociabilidad se satisfacen y cumplen en gran parte mediante la utilización de bienes y servicios relacionales, y en los mismos actos de consumo que se cumplen colectivamente: alimentarse, habitar una vivienda y una ciudad, jugar, bailar, hacer deporte, estudiar, informarse, viajar, vacacionar, etc. La correspondencia de los bienes y servicios con estas especiales necesidades, el modo más o menos integrador de utilizarlos o consumirlos, y las características e intensidades del consumo efectuados por los sujetos colectivos, son aspectos decisivos de la calidad de los vínculos intersubjetivos que se establecen en el proceso de consumo.


El desarrollo de la espiritualidad.

 

El desarrollo de la espiritualidad, esto es, la actualización de las potencialidades del ser humano en cuanto ser espiritual, que se verifica a través de actividades y obras artísticas, intelectuales, culturales, religiosas, etc., realizadas tanto individualmente como en grupos y asociaciones, también requiere bienes y servicios económicos de muy variados tipos y características: libros, materiales audiovisuales, galerías de arte, obras arquitectónicas, centros de investigación, congresos científicos, conciertos, museos, escuelas, universidades, templos, salas de teatro y cine, etc.

En las sociedades modernas la dimensión espiritual de la realización humana se expresa de múltiples formas, pero el consumo de estos bienes y servicios suele ser considerado insuficiente e insatisfactorio, sea porque muchas personas y grupos sociales apenas si participan y gozan de muchos de estos bienes y servicios, sea porque a menudo carecen de correspondencia (o sea de la cualidades y características que las hacen apropiados para actualizar las grandes potencialidades que el ser humano tiene en esta dirección de su desarrollo personal y social), sea en fin porque los sujetos individuales y colectivos no los utilizan del modo conveniente.

Si entendemos la espiritualidad como el desarrollo del espíritu humano que se eleva hacia niveles siempre superiores, en la búsqueda, el descubrimiento, la creación y la difusión de los valores trascendentales de la verdad, la belleza, el bien y la unidad, el desarrollo integral de esta dimensión de la realización del hombre exigirá considerar las múltiples necesidades, aspiraciones, exigencias y potencialidades relacionadas con sus capacidades y facultades superiores.

El desarrollo de la espiritualidad implica, pues, el despliegue de sus potencias intelectivas, afectivas, volitivas y estéticas (inteligencia, intuición, memoria, imaginación, voluntad, sensibilidad, amor, ternura, compasionalidad, lenguaje, expresividad, comunicación, etc.), y ello tanto en su aspecto creativo que lo hace elaborar y proponer obras intelectuales, artísticas, utilitarias, etc., como en el pasivo o receptivo que le permite apreciar la armonía, verdad, bondad, utilidad y belleza en la naturaleza y en las obras humanas, en sí mismo, en las otras personas y en la sociedad. Además, el desarrollo espiritual hace referencia especial a la religión, que ha sido históricamente y es por naturaleza una expresión eminente de la búsqueda espiritual de trascendencia, comunión y unidad.

Solamente para los efectos de tener una aproximación a lo que implica la realización espiritual en términos económicos y del proceso de consumo, podemos señalar algunos aspectos relevantes que se requieren para que en esta dimensión del desarrollo se verifique la condición de integralidad.

El desarrollo intelectivo se cumple en el estudio y aprendizaje, capacitación y docencia, exploración e investigación, de múltiples tipos y en distintos niveles que van desde la simple observación hasta la ciencia más especializada.

El desarrollo afectivo, emocional y volitivo requiere el perfeccionamiento del lenguaje en sus varias formas, de las comunicaciones a todo nivel, de espacios de encuentro e interacción, de servicios sociales y psicológicos, etc.

El desarrollo estético incluye la música, la literatura y todas las artes.

El desarrollo religioso implica el conjunto de medios y actividades de oración, culto, celebración, etc.

En todos estos aspectos se desenvuelve un proceso individual y un proceso social, y en función de ambos se crean también comunidades, organizaciones e instituciones que proveen a los sujetos los bienes y servicios pertinentes.


 

Impulso propio y efecto de atracción.


Tenemos, pues, que la integralidad del consumo implica la actualización multifacética de las cuatro grandes dimensiones de la corporeidad, individualidad, sociabilidad y espiritualidad del hombre, con todo lo que implica cada una de ellas a nivel individual y colectivo. Podemos concebir estas cuatro dimensiones como "vectores" que parten como de un punto en el momento en que un ser humano inicia su existencia. Al comienzo, esas dimensiones son sólo potencialidades, que requieren ser realizadas, actualizadas.

La actualización de estas potencialidades no se efectúa de la nada, sino que procede —por necesidad ontológica, diría el filósofo—, por la acción de algo que esté ya "en acto" en aquello específico que confiere o genera en el sujeto. Así, el desarrollo corporal requiere materias y energías corporales externas (agua, calorías, proteínas, vitaminas, etc.) que el sujeto asimila y convierte en su propio cuerpo que crece y satisface sus necesidades. El desarrollo de la individualidad precisa de individuos ya constituidos que formen, eduquen, proporcionen identidad, etc., y en presencia de los cuales el sujeto pueda reconocerse también él como individuo igual a ellos. El desarrollo de la sociabilidad requiere que existan familias, grupos, comunidades, naciones, etc., en acto, que acojan e integren al sujeto permitiéndole desplegar en ellas su propias relaciones interpersonales y sociales. El desarrollo de la espiritualidad no puede verificarse sin que el sujeto entre en contacto con obras culturales que le aporten conocimientos, le den fe y amor, le provoquen emociones, le sean ocasión de goce estético, etc.

En este sentido, el desarrollo del sujeto es obra de otros sujetos con los que entra en contacto, que se comunican con él, lo proveen y enseñan lo que ya tienen, lo ponen en relación con lo que han creado o aprendido, etc.

El sujeto, que de este modo va adquiriendo un cierto grado de actualización de sus potencialidades en cada dimensión, está en condiciones de ser cada vez más activo en su desarrollo ulterior, de ponerse metas más altas, de auto-conducir su desarrollo; pero siempre le serán necesarios elementos externos en acto, y especialmente el contacto y el aporte de otros sujetos más desarrollados, que le proporcionen aquello de que carece y las condiciones que le permitan realizar sus propias aspiraciones e impulsos.

La relación con personas inteligentes le despiertan la inteligencia; la interacción con personas afectuosas le despiertan la afectividad; el contacto con deportistas el gusto por los deportes; la convivencia con artistas el placer de la apreciación y creación estética, etc. Podemos decir, en general, que lo que está ya en acto, realizado, "atrae" a similar actualización lo que está todavía en potencia.


 

Desarrollo ‘en espiral’.


 

Ahora bien, si las diversas dimensiones del ser humano comienzan a desarrollarse todas desde que el sujeto nace, su ritmo de expansión no es homogéneo pues en las diferentes edades el énfasis es puesto primero en unas que en otras. Podría en este sentido decirse que hay una cierta secuencia en el proceso de actualización de las cuatro grandes dimensiones del hombre, tanto a nivel de su desarrollo personal como en alguna medida también en su evolución como especie.

La actualización de potencialidades, o sea el desarrollo humano, parte en la corporeidad, continúa en la individualidad, se despliega luego en la sociabilidad y se proyecte finalmente en la espiritualidad. En la etapa de la infancia el principal crecimiento se manifiesta a nivel corporal; en la adolescencia suele desplegarse intensa y aceleradamente la individualidad; en la etapa de la juventud el énfasis parece estar puesto en la sociabilidad; y en la madurez en la espiritualidad.

Pero todas las dimensiones están siempre presentes y son interactivas, de modo que habría que entender el proceso como un cierto desarrollo simultáneo en las cuatro dimensiones pero con una secuencialidad en cuanto al énfasis que se pone en una u otra. Esto lo podríamos representar por vectores que parten de un punto con diversa velocidad; la secuencialidad puede representarse como una línea en espiral que se extiende abriéndose desde la primera a la cuarta dimensión. Desde cada vector, al encontrarse con la línea espiral, se despliega una nueva pluralidad de dimensiones, subdividiéndose en distinto momento de su desarrollo.

Cabe insistir en que las dimensiones no son plenamente independientes unas de otras sino que se despliegan en recíproca interacción, estableciendo nexos privilegiados entre ellas que pueden ir cambiando en el tiempo. La individualidad asociada en una primera fase a la corporalidad, luego puede vincularse a la espiritualidad; la sociabilidad asociada en una primera etapa a la corporalidad se despliega luego en asociación con la espiritualidad. Esto es lo que representa la forma curva de los vectores, que se inclinan en una u otra dirección según la asociación privilegiada.

 

Imagen de las necesidades en evolución


 


Un proceso auto-conducido.


Ahora bien, el perfeccionamiento del consumo en el sentido de la integralidad es probablemente el aspecto más complejo y difícil de lograr, pues implica la armonización del conjunto de las decisiones y actos de consumo que efectúa cada persona, así como la coordinación de las más variadas y múltiples decisiones y procesos de consumo a nivel societal.

A diferencia de la pobreza y del deterioro del medio ambiente, que son problemas específicos que identificamos fácilmente por un conjunto reducido y definido de necesidades que deben ser abordadas, el problema de la integralidad es sistémico por definición, multifacético en esencia, y no se resuelve satisfaciendo tales o cuales necesidades cuya carente satisfacción sea evidente, sino en un proceso que las armonice a todas ellas.

Como aquellos problemas, éste requiere un cambio estructural del consumo, pero se les diferencia en que debe ser enteramente efectuado por decisión autónoma de los sujetos. En efecto, el desarrollo humano integral ha de encontrar sus motivaciones y fuerzas impulsoras en el propio sujeto, en razón de que la libertad es inherente a las dimensiones de la individualidad y de la espiritualidad. La individualización sin libertad individual es un contrasentido; la espiritualidad que no se despliegue como una búsqueda libre del pensamiento y la voluntad no es genuina; la sociabilidad que se imponga sin atender a la libre elección de los participantes en la unidad social es de muy baja calidad. Se trata de dimensiones posibles de desarrollar solamente en un contexto de libertad, siendo más bien contraproducentes los intentos de establecer su cumplimiento como una obligación legal.

La marcha hacia la integralidad ha de ser autoconducida por el sujeto que desea y persigue su plena realización. Lo que señalamos antes respecto a la autonomía del sujeto como requisito y condición del perfeccionamiento del consumo, vale con especial razón y fuerza en la perspectiva de la integralidad. Esto implica que, a nivel del cambio y perfeccionamiento estructural, son la ética, la educación y la cultura los grandes y principales impulsores del proceso.


 

Reconocimiento de los derechos humanos en sentido integral.


 

Esto no significa que nada corresponda hacer a la ley, o que ella sea completamente ineficaz en función de la integralidad del consumo. Desde el momento que las cuatro dimensiones constitutivas de la integralidad son propias de la naturaleza humana, que sea posible para toda persona su despliegue y logro constituye un derecho natural.

Cuando se habla de los derechos humanos, en efecto, se identifican precisamente aquellas condiciones sociales que hacen posible que los hombres desplieguen esas cuatro dimensiones. El derecho a la vida y a la alimentación, la vivienda y el abrigo, a la salud y a un medio ambiente adecuado, corresponden al desarrollo de la corporeidad; el derecho a la integridad y seguridad personal, a la libertad de elegir un modo de vida, el propio trabajo y oficio, y otros derechos individuales inalienables, son requisitos del desarrollo de la individualidad; el derecho de asociación y de participación en comunidades, organizaciones y partidos, a pertenecer y a formar una familia y otras sociedades, al respeto de la propia identidad étnica, a la ciudadanía y a ser parte de una nación, a elegir las autoridades políticas, son inherentes a la sociabilidad; el derecho a la libertad de pensamiento y opinión, de religión y culto, de educación y cultura, son exigencias de la espiritualidad.

Si la ley no puede obligar a que los hombres alcancen la integralidad, ella debe crear las condiciones que lo hagan posible. A nivel de obligación legal pueden establecerse, con todo, ciertos mínimos de consumo de bienes y servicios que permitan al menos un pequeño grado de realización en cada una de las dimensiones; por ejemplo la obligación de alimentarse, cobijarse y abrigarse, de tener un nombre y documentación de identidad personal, de cumplir ciertos deberes de convivencia y participación, de educarse hasta un cierto nivel básico, etc.


 

La integralidad del consumo requiere el pluralismo de los sectores económicos.


 

Para avanzar en la integralidad del consumo incumben a la economía importantes responsabilidades. Decisivos se muestran sus tres grandes sectores, que ya analizamos a nivel teórico, y sobre lo cual volvemos ahora en relación al tema de la integralidad del desarrollo humano.

En efecto, los sectores de intercambios, regulado y solidario presentan al nivel del consumo sus propios modos de ser, sus racionalidades especiales y sus respectivas ventajas y contribución al perfeccionamiento del consumo. Participando en los tres sectores los consumidores pueden alcanzar aquella integralidad en la satisfacción de sus necesidades, aspiraciones y deseos de la que depende la calidad de vida. Examinemos las razones y los modos en que ello puede lograrse de manera creciente.

Observamos que en cada sector se manifiestan especificidades en varios planos: a) en el tipo de sujetos que prefieren satisfacer sus necesidades en uno u otro; b) en el tipo de necesidades que son mejor satisfechas en cada sector; c) en los tipos de bienes y servicios que son mejor utilizados en ellos; y d) en los modos de consumir o utilizar los productos. Considerando estos cuatro aspectos, cada sector manifiesta una racionalidad especial del consumo que puede apreciarse por un conjunto de rasgos distintivos. Sintéticamente y en términos comparativos:

Una primera diferencia se aprecia en relación a los sujetos que participan en los tres sectores de manera preferente. Mientras en el sector de intercambios se manifiesta una preferencia por el consumo individual, en el sector regulado predomina el consumo público y masivo, y en el sector solidario el consumo comunitario y de pequeños grupos. Hablamos de preferencia y no de exclusividad, porque cualquier sujeto individual o social de hecho participa en los tres sectores; pero en razón de sus modos de ser y de sus lógicas de comportamiento encuentran en uno u otro sector mejores oportunidades y formas de satisfacer sus respectivas necesidades. Naturalmente, el perfeccionamiento del consumo en este plano se cumple cuando los diferentes tipos de sujetos efectúan sus opciones de consumo y lo estructuran globalmente privilegiando el sector que les ofrece ventajas y mejores oportunidades. Se verifica de este modo una conveniente complementariedad entre los sectores, que permite que los individuos, las familias, las asociaciones y comunidades, las etnias, las naciones y la sociedad global, encaucen su consumo en las formas que les resultan más convenientes y alcanzando el consumo de cada tipo de sujetos una mayor integralidad.

Una segunda diferencia se observa en relación a la proximidad o distancia respecto al lugar de origen de los productos. Mientras en el sector de intercambios se accede convenientemente a bienes y servicios provenientes de cualquier lugar del mundo en razón de la globalización del mercado, en el sector solidario tiende a privilegiarse el consumo de bienes y servicios originados en lugares cercanos o en la misma localidad, en razón de la existencia de circuitos solidarios integrados localmente. En el sector regulado los procesos de producción y consumo tienden a ligarse mediante la planificación o programación de los flujos a nivel nacional, de modo que se verifica una preferencia por la producción originada en cada país. De este modo, mediante el desarrollo equilibrado del consumo en los tres sectores se alcanza una mejor integralidad en cuanto al aprovechamiento de los tipos y cualidades de los bienes y servicios de origen local, nacional y mundial.

Una tercera diferencia se refiere al grado de especialización o universalidad de los bienes y servicios que se consumen en relación a distintos niveles de necesidades. Mientras en el sector de intercambios se manifiesta una tendencia a la subdivisión y especialización de las necesidades y de los productos, cada vez más diversificados y adaptados a los requerimientos individuales, en el sector regulado la tendencia es más bien a concentrar el consumo en un conjunto esencial de necesidades básicas, comunes o universales, en función de las cuales se utilizan bienes y servicios homogéneos disponibles para todos por igual. En el sector solidario la tendencia es en cambio a integrar diversas necesidades compartidas por los miembros de un grupo o asociación, y a satisfacerlas en conjunto y combinadamente mediante una serie de bienes y servicios que se utilizan simultáneamente. Entre los tres sectores se obtiene, así, un mejor equilibrio entre las necesidades básicas o comunes a todos, las que se comparten a nivel grupal, y las que son distintivas de cada persona.

Una cuarta diferencia corresponde a las dimensiones del desarrollo humano que atienden privilegiadamente los sectores mediante los bienes y servicios apropiados. El sector de intercambios provee adecuadamente los bienes materiales y los servicios que atienden la dimensión de la corporeidad y las necesidades fisiológicas y de autoconservación, así como la dimensión de la individualidad en cuanto asociada a la corporeidad; el sector regulado muestra especiales aptitudes para atender la dimensión de la sociabilidad, especialmente de aquellas necesidades sociales que se asocian a la corporeidad, proporcionando bienes y servicios públicos, de protección social, administrativos, educacionales y de salud para garantizar un cierto mínimo común a todos, etc.; el sector solidario es particularmente favorable para satisfacer las necesidades relacionales y de convivencia, así como las necesidades culturales y espirituales, especialmente aquellas relacionadas con la dimensión de la sociabilidad. Así, la participación de los consumidores en los tres sectores permite alcanzar la integralidad en la actualización de las cuatro grandes dimensiones del desarrollo humano.

Una quinta diferencia se relaciona con las preferencias y metapreferencias culturales que orientan el consumo de las personas y grupos sociales. Mientras en el sector de intercambios se da una tendencia a la sofisticación, exuberancia y artificialidad del consumo, con fuerte incidencia del consumo ostentoso e imitativo a través del cual los individuos buscan diferenciarse y obtener prestigio social y status, en el sector regulado la tendencia es más bien a la homogenización y masificación del consumo, con énfasis en lo que es común a todos y promueve la igualdad social; por su parte en el sector solidario se tiende a la naturalidad y simplicidad del consumo, que rehuye tanto la sofisticación como la masificación y que en cambio atiende aquellas necesidades y aspiraciones que pueden ser consensuadas y que dan lugar a opciones compartidas por los miembros de una comunidad, asociación o grupo de referencia. Entre los tres sectores el consumo puede alcanzar aquella diversidad y pluralidad de bienes y servicios que es condición de la integralidad en la realización personal y social.

Relacionado con lo anterior, una sexta diferencia entre los sectores es la siguiente: en el sector regulado se manifiesta una tendencia a la igualdad en los niveles de consumo enfatizando la cantidad más que la calidad de los bienes y servicios utilizados; en el sector de intercambios tienden a evidenciarse niveles de consumo muy diferenciados según la magnitud de los ingresos de cada sujeto, de modo que el consumo de bienes y servicios es cuantitativamente desigual y cualitativamente diversificado, según los diferentes sectores sociales; puede decirse, en fin, que en el sector solidario el énfasis está puesto en la calidad más que en la magnitud del consumo, pues se da una cierta tendencia a la frugalidad en lo que se comparte y usa en común, al tiempo que se busca mejorar la satisfacción de las necesidades y el logro de las aspiraciones mediante un consumo más convivial y que demanda la participación de cada uno. La integralidad que en este sentido se alcanza combinando los tres sectores, deriva del más completo aprovechamiento de los bienes y servicios en las cantidades y calidades en que están disponibles.

Una séptima diferencia tiene que ver con la distinción que hicimos entre consumidores primarios y secundarios de los bienes y servicios. En el sector de intercambios se observa una clara preferencia por los consumidores primarios individuales y un descuido de las externalidades y de los efectos que puedan recaer sobre los consumidores secundarios colectivos. En el sector regulado es observable la situación inversa: preferencia por los consumidores primarios colectivos y descuido de los efectos negativos sobre eventuales consumidores secundarios individuales. En el sector solidario se diluyen ambas preferencias como consecuencia de la participación personal en las decisiones y actos de consumo grupal, pues los integrantes del colectivo se preocuparán de que el consumo primario grupal no tenga efectos negativos sobre consumidores individuales secundarios, y el grupo en cuanto tal estará atento a que el consumo primario individual no dañe al colectivo en cuanto eventual consumidor secundario. Mediante una adecuada combinación de los tres sectores se hace posible maximizar el beneficio de los consumidores primarios individuales y colectivos, y minimizar los efectos negativos del consumo secundario que es también colectivo e individual.

La comparación de los rasgos del consumo en los tres sectores permite concluir en general que entre ellos se complementan para proporcionar a los sujetos la más plena satisfacción de sus necesidades, aspiraciones y deseos, al tiempo que compensan sus respectivas debilidades, insuficiencias y defectos.

Solamente si los sujetos participan en los tres sectores combinando en su comportamiento las respectivas racionalidades sectoriales del consumo, ellos pueden acceder a la integralidad en su desarrollo y realización. En efecto, como la calidad de vida requiere la satisfacción proporcionada y equilibrada de las diversas necesidades —corporales y espirituales, individuales y societales—, es necesario que cada sujeto individual y colectivo componga su estructura del consumo encontrando en cada sector los modos de obtener la mayor y mejor satisfacción de aquellas necesidades para las que ofrecen ventajas y condiciones apropiadas.


 

La combinación óptima de los sectores.


 

Pero no basta este simple pluralismo sectorial. Si cada sector presenta aptitudes especiales para el consumo de determinados tipos de sujetos, para la satisfacción de unas u otras necesidades, y para la utilización de ciertos tipos de bienes y servicios, es claro que a nivel agregado cada uno de los sectores deberá alcanzar un cierto tamaño óptimo, de modo que el perfeccionamiento del proceso de consumo implicará alguna proporcionalidad entre los tres sectores y sus racionalidades. En otros términos, la integralidad exige no sólo el pluralismo de los sectores sino también su equilibrada composición.

Ya observamos que no hay una combinación única que sea válida para toda persona, sociedad y circunstancias, pues las estructuras de necesidades de cada sujeto y del conjunto de ellos no son siempre las mismas y están condicionadas por circunstancias históricas, económicas, políticas y culturales de cada sociedad, y por sus distintos grados y etapas de desarrollo. Podemos sin embargo hacer algunas precisiones de validez general.

Una primera observación bastante obvia es que la participación de un sector en el consumo global podrá ser tanto más amplia cuanto más perfecto sea el consumo que se realiza en él. Si el consumo a nivel del sector de intercambios fuera deficiente —escasamente moderado, poco correspondiente, parcial, desequilibrado, falto de jerarquización, etc.—, no será conveniente que un alto porcentaje del consumo global proceda por dicho sector, pues estará proporcionando una baja satisfacción y calidad de vida. Las limitaciones e imperfecciones de dicho sector deberán ser compensadas o suplidas por una mayor presencia de los otros dos sectores. Lo mismo vale para los sectores regulado y solidario. A la inversa, si el consumo en un sector proporciona elevada calidad de vida y proporciona un buen desarrollo de las cuatro dimensiones en que surgen necesidades y aspiraciones, mayor podrá ser su participación en el consumo global. En el proceso de perfeccionamiento del consumo, y específicamente para acceder a la integralidad del desarrollo personal y social, decisivo será, pues, que la estructura del consumo en cada sector se aproxime a las condiciones de moderación, correspondencia, equilibrio, globalidad, persistencia, jerarquía, integración y potenciación.

Una segunda observación que podemos hacer respecto al tamaño y proporcionalidad óptima de los sectores en el consumo se relaciona con aquello de que las dimensiones de la realización personal y social se despliegan con distinto ritmo y en una cierta secuencia en el tiempo.

Decíamos que la actualización de potencialidades conforme a la naturaleza del hombre parte en la infancia con énfasis en la corporeidad, continúa en la adolescencia acentuando la individualidad, se despliega en la juventud reforzando la sociabilidad, y finalmente en la madurez se acentúa la espiritualidad. Las cuatro dimensiones se despliegan simultáneamente pero exhibiendo cierta secuencialidad en cuanto al énfasis que se pone en una u otra.

Veíamos también que no estando separadas, las dimensiones se realizan en recíproca interacción, estableciendo en distintos momentos del tiempo nexos privilegiados entre algunas de ellas: el desarrollo de la individualidad se asocia en una primera fase al desarrollo de la corporalidad y luego se vincula a la espiritualidad; la sociabilidad asociada en una primera etapa a la corporalidad se despliega luego en asociación con la espiritualidad.

Pues bien, de acuerdo con esta secuencialidad, cabría encontrar en cada edad del desarrollo una mayor participación del sujeto en los sucesivos sectores en que esas dimensiones tienen ventajas y mejores oportunidades de desarrollo. Y si, como parece posible hipotetizar, las fases del desarrollo individual tienen alguna correspondencia con las grandes etapas del desarrollo de la humanidad como especie, también a nivel social las combinaciones óptimas de los sectores irían variando a lo largo de la historia y evolución de cada sociedad.

Por cierto, esta secuencialidad no ha de entenderse en sentido mecánico, aunque más no fuera por la obvia razón de que en cada época social conviven las diversas generaciones y grupos etáreos. Pero si la hipótesis tuviera algún grado de validez podría sostenerse que en el desarrollo histórico los tres sectores se irían combinando en distintas proporciones para ir desarrollando convenientemente a la sociedad y a los sujetos que la forman.


 

Hipótesis sobre el desarrollo humano en la historia.


 

En una fase de infancia de la humanidad (o de una sociedad determinada), el énfasis estaría puesto en la satisfacción de las necesidades de la corporeidad, de modo que se enfatizaría la producción y el consumo de alimentos, abrigo, cobijo, vivienda, etc. Habría también en ella un despliegue de la individualidad, la sociabilidad y la espiritualidad, pero estas dimensiones serían todavía simples y rudimentarias, con formas y contenidos que podríamos considerar infantiles o primitivas. La fase de adolescencia en que se desplegaría con especial énfasis la individualidad, tendría una primera etapa en que el proceso de individuación estaría más asociado a la corporeidad y sus motivaciones y deseos, para en un segundo momento acentuar la dimensión espiritual del individuo. En la juventud se desplegarían con especial intensidad las necesidades relacionales y de convivencia propias de la dimensión de sociabilidad, primero en más estrecho vínculo a la corporeidad y luego a las dinámicas culturales y espirituales. En la fase de madurez de la sociedad, el énfasis estaría puesto en la espiritualidad, entendiendo que las necesidades de la corporeidad, la individualidad y la sociabilidad hayan alcanzado ya un amplio desarrollo.

Relacionando estas cuatro fases con nuestros tres sectores, podríamos hipotetizar que en una sociedad "infantil" o primitiva predominaría el sector solidario con énfasis en la satisfacción de las necesidades de subsistencia y protección social, en razón de que en dicha fase la individualidad no se encuentra aún suficientemente desarrollada como para dar amplia cabida al sector de intercambios. Este último empezaría a desplegarse con fuerza en una sociedad "adolescente", porque la racionalidad de este sector canaliza eficazmente la dimensión de la individualidad; ésta se desplegaría primero muy vinculada a las necesidades del cuerpo, y sólo progresivamente se iría destacando la dimensión más espiritual y cultural de la misma individualidad. La edad "juvenil" de la sociedad, que enfatiza la sociabilidad, daría lugar a un más extenso sector regulado o público, que se desplegaría primero en relación a las necesidades de la corporeidad y la individualidad, determinando una más estrecha conexión con el sector de intercambios (sería el caso de la sociedad mixta que combina la economía de mercado y la economía pública), para luego dar paso al despliegue del sector solidario, que al comienzo desplegaría con intensidad la dimensión de la sociabilidad, y luego la espiritualidad. Sería este sector solidario el más extendido en la edad de la madurez social.

Conforme a esta hipótesis, podríamos pensar que el gran desafío actual del perfeccionamiento del consumo para que conduzca a una nueva fase de realización humana y social, a una superior calidad de vida, no sería otro que el paso a la edad de la madurez, y que en consecuencia probablemente veremos en el futuro próximo un nuevo énfasis en el desarrollo del sector solidario, en el cual la dimensión emergente de la espiritualidad se asocie al desarrollo de una sociabilidad más adulta.


 

XIII. EL APORTE DEL SECTOR SOLIDARIO EN EL DESARROLLO Y PERFECCIONAMIENTO DEL CONSUMO.


La participación privilegiada de la solidaridad en el proceso de consumo.


A lo largo de la historia y hasta los comienzos de la época moderna el consumo solidario predominó ampliamente en todo el mundo. Fue con el establecimiento de las formas de producción capitalistas y la extraordinaria expansión del mercado de intercambios, que la racionalidad individualista se fue extendiendo también al proceso de consumo; el posterior advenimiento del socialismo y de sus formas de distribución planificada, junto al surgimiento de la sociedad de masas, dieron lugar, también, a una significativa expansión del consumo social característico del sector regulado. En la mayor parte de las sociedades modernas, entre ambos sectores ha llegado a darse una complementariedad tal que un elevado porcentaje de los bienes y servicios son consumidos conforme a sus respectivas racionalidades, diversamente entremezcladas. Pero el consumo solidario continúa actualmente siendo importante y bastante extendido, incluso en las sociedades más "mercantiles" y "modernas".

Ello porque si bien la expansión de los sectores de intercambios y regulado ha sido muy grande, sus racionalidades se han hecho presente de manera más clara en los procesos de producción y en las estructuras de la distribución que en el consumo, donde su impacto es también relevante pero menos intenso y más lento. A nivel del proceso de consumo se conservan grandes espacios en que la racionalidad solidaria continúa vigente, en razón de las ventajas evidentes que ella proporciona a las personas y grupos sociales en muchos ámbitos, y debido a que los comportamientos tradicionales a nivel de la vida familiar y social, profundamente enraizados en la cultura y los modos de vivir cotidianos, han mostrado una sana resistencia a los cambios inducidos por la modernidad. En otras palabras, el capitalismo y el estatismo transformaron rápida y fuertemente la organización de la producción en las empresas, y generalizaron los intercambios y la regulación estatal en la distribución; pero el consumo, que carece de una estructuración macroeconómica consolidada institucionalmente, y que depende directamente de las personas, las familias y los grupos sociales que efectúan sus opciones con bastante autonomía, se mantiene consistentemente enraizado en la cultura, las costumbres, las tradiciones y los modos de vivir cotidianos que continúan ofreciendo espacios de convivencia y comunicación grupal.



 

La familia como unidad de consumo solidario.


La familia como unidad social básica es el sujeto primario de la economía solidaria, y el lugar donde esta racionalidad se manifiesta del modo más evidente. Pues bien, no obstante la reducción de su tamaño y la fragmentación que experimenta en algunas sociedades, la familia sigue siendo el sujeto colectivo del consumo de numerosos tipos de bienes y servicios que satisfacen necesidades fundamentales. La alimentación y subsistencia, la vivienda y la protección, la educación y la salud, la comunicación y convivencia, la recreación y el desarrollo espiritual, encuentran en la vida familiar un lugar privilegiado de satisfacción y realización. Desde el nacimiento y durante toda la vida infantil y juvenil que se desenvuelve en la familia de origen, y luego cuando la persona constituye una nueva familia, y finalmente en la ancianidad y hasta la muerte, es en el seno de una familia que las personas satisfacen gran parte de sus necesidades y deseos, mediante numerosos bienes y servicios de uso compartido.

Hay que considerar, además, que a menudo la interacción entre varias familias nucleares constitutivas de una familia ampliada da lugar a nuevos actos y procesos de consumo compartido, que extienden el ámbito de la racionalidad solidaria. Lo mismo ocurre con las relaciones de vecindad entre familias que viven en un mismo barrio o localidad, y a nivel de grupos basados en relaciones de amistad y confianza. Igualmente las organizaciones funcionales, las instituciones sociales, las comunidades y las asociaciones de diversos tipos y características, son sujetos que efectúan cotidianamente algún tipo de consumo solidario, y que crean espacios de convivencia donde se despliegan actividades que satisfacen importantes necesidades, aspiraciones y deseos comunes, expresivos de una genuina racionalidad solidaria más o menos amplia e intensa según los casos.

Las personas que pertenecen a estos grupos que efectúan consumo solidario suelen manifestar un alto grado de satisfacción cuando participan en él, especialmente si en la dinámica grupal se logra cierta integralidad en cuanto a las cuatro grandes dimensiones de la realización humana. Esta experiencia tan generalizada de gratificación y alegría que proporciona el consumo en amistad, en comunidad y en familia, explica que prácticamente no exista un agrupamiento humano de cualquier tipo donde no surjan constante o periódicamente iniciativas volcadas a organizar alguna forma de consumo solidario. Es que la racionalidad del consumo solidario es esencial para una vida humana que merezca el calificativo de tal, y su significativa presencia en el proceso de satisfacción de las necesidades individuales y colectivas es relevante para el logro de una buena calidad de vida.

Conviene, pues, examinar con atención las formas en que el consumo solidario puede contribuir a mejorar la calidad de vida en las actuales deficientes condiciones que ya observamos, y que en parte pueden atribuirse a la disminución que este sector ha experimentado en la época moderna.


 

El consumo solidario y la superación de la pobreza.


 

Una contribución importantísima del consumo solidario se relaciona con la superación de la pobreza. Al respecto cabe constatar que es en los sectores populares pobres donde el consumo solidario se encuentra más extendido. Obviamente, ello no es la causa de la situación de pobreza sino una reacción natural y racional ante ella, o sea un modo espontáneo a través del cual los pobres logran paliar en parte las precarias condiciones de su existencia derivadas de su insuficiente inserción en los procesos de producción y distribución.

Es sabido, en efecto, que en general los pobres suelen ser más solidarios que los ricos, pues están dispuestos a compartir lo poco que tienen mucho más que los grupos sociales de mejor situación económico-social. Este compartir bienes y prestarse recíprocamente servicios, que no es otra cosa que un modo solidario de utilizarlos en la satisfacción de las necesidades, les permite obtener de dichos bienes y servicios escasos una mayor utilidad que la que proporcionarían si fueran empleados por cada uno individualmente.

Esto ocurre, por un lado en cuanto los mismos bienes llegan a servir a más personas, y por el otro debido a que el consumo solidario, que se caracteriza por satisfacer simultáneamente diversas necesidades mediante actos de consumo integrados, pone a disposición del grupo o comunidad los diversos bienes y servicios que cada uno tiene y puede aportar, permitiendo que todos sus integrantes satisfagan una gama de necesidades, aspiraciones y deseos más amplia, correspondientes a las varias dimensiones de la corporeidad y la espiritualidad, la individualidad y la sociabilidad.

Naturalmente, este incremento de utilidad y beneficio del consumo solidario no se verifica solamente en el caso de los consumidores más pobres, pues los mismos resultados se manifiestan cuando los consumidores tienen un mayor poder adquisitivo o un más alto nivel socioeconómico.

Esto permite comprender que el consumo solidario es apto para superar también aquella pobreza en sentido amplio de que hablamos, no ya derivada de la carencia de bienes materiales sino de la insuficiente o inadecuada satisfacción de las necesidades espirituales y relacionales o conviviales.


 

El consumo solidario y la convivialidad.


 

Cuando las personas sienten carencias en su desarrollo espiritual y cultural, o cuando experimentan soledad y aislamiento, tienden naturalmente a llenar el vacío integrándose a grupos que comparten similares inquietudes, participando en experiencias colectivas abocadas a la satisfacción de dichas necesidades y aspiraciones, organizando actividades en que se comparten bienes y servicios apropiados para superar las carencias que individualmente se considera más difíciles de lograr. Fiestas, encuentros y convivencias, grupos de estudio y de reflexión, celebraciones y actividades rituales o culturales, colectivos de "desarrollo personal", terapias grupales, equipos y clubes deportivos, asociaciones que cumplen las más variadas actividades, comunidades religiosas, iglesias y sectas, gremios y sociedades de socorros mutuos, grupos que comparten aficiones y hobbies, redes y circuitos que intercambian informaciones y coordinan iniciativas, y muchas otras formas de convivencia, dan cuenta de esta búsqueda de consumo solidario del que se espera la satisfacción, el logro y cumplimiento de las más diversas necesidades, aspiraciones y deseos, y especialmente de aquellas que ni el sector de intercambios ni el sector regulado satisface convenientemente.

Incluso en muchos ámbitos en que la economía provee abundantes y variadas soluciones de consumo individual, como en el alimentarse, entretenerse, estudiar, ir al cine, vacacionar, protegerse, hacer gimnasia y muchos otros, el consumo solidario es preferido por muchos debido a la calidad de la satisfacción que proporciona, y en razón de que al hacerlo en grupo o comunidad se adiciona a la utilidad primaria un complemento de satisfacción de aquella específica necesidad humana de relacionarse, convivir y compartir.

Es interesante observar lo que hacen y pueden hacer las personas en su (imprecisamente llamado) "tiempo libre". Se entiende habitualmente con esta expresión aquellos momentos u horas del día, o aquellos días de la semana, o esos períodos del año, en que la persona no se encuentra ocupada en actividades productivas o de mercado o de consumo según contrato u obligación formalmente asumida, y en que por consiguiente puede elegir con mayor libertad o independencia qué hacer.

En dichos "tiempos libres" las personas pueden sin duda trabajar por cuenta propia, efectuar compras, o participar en varios modos en los procesos de producción y distribución; pero en los hechos, actualmente y para la mayoría de las personas el "tiempo libre" es dedicado fundamentalmente al consumo, entendido en el sentido amplio en que lo hemos concebido y examinado aquí, esto es, como la satisfacción de necesidades, aspiraciones y deseos mediante la utilización de bienes y servicios económicos.

Pues bien, lo interesante es observar que en una alta proporción de las ocasiones en que las personas pueden decidir con mayor autonomía el tipo y modo de consumo que efectúan, y aún en el caso que sus preferencias individuales los orienten a la satisfacción de necesidades corporales e individuales para las que las racionalidades de los sectores de intercambios y regulado ofrecen ventajas, existe una tendencia a efectuar consumo solidario, o al menos a integrar algún elemento específico de la racionalidad del consumo solidario.

Es que las necesidades relacionales y conviviales son muy fuertes, y se encuentran inapropiadamente satisfechas en la vida moderna, de modo que las personas suelen buscar —a veces desesperadamente— formas de atender esta dimensión de la sociabilidad.

Tal vez intervenga también lo que hipotetizamos respecto a las "edades" de la humanidad, hipótesis según la cual estaríamos en una edad "juvenil" en que la sociabilidad predomina sobre las otras dimensiones de la experiencia humana. Si tal hipótesis fuese verdadera, cabría esperar que en el futuro los hombres busquen satisfacer la dimensión espiritual, propia de la edad adulta y actualmente muy escasa y deficientemente satisfecha, con similar intensidad a la que actualmente manifiesta la persecución de la sociabilidad.


 

El consumo solidario y las adicciones.


 

Podemos observar, además, que una expansión del consumo solidario contribuiría de manera eficaz también a la superación de aquellos otros problemas cuyo análisis nos puso en evidencia la deteriorada calidad de vida que tenemos actualmente en especial los habitantes de los grandes centros urbanos. Uno de dichos problemas lo identificamos en el relevante consumo de "bienes" y"servicios" que dañan a las personas porque les proporcionan mayor desutilidad que beneficio, tales como los estupefacientes, el alcohol, el tabaco, las armas y muchos otros.

Hay que reconocer que estos productos no están ausentes del consumo solidario, e incluso que algunos de ellos tienden a consumirse preferentemente en grupos y en ocasiones de convivencia. Sin embargo opera al interior de la comunidad un principio corrector, una cierta contención que limita el exceso y los daños más acentuados, porque en un grupo humano es habitual que una parte de los integrantes no tengan preferencia o adicción por dichos productos negativos, e incluso que los rechacen abiertamente, y que en consecuencia establezcan restricciones a su consumo, lo desincentiven, aconsejen o exijan moderación o abstención mientras se efectúa la actividad colectiva, e incluso en ocasiones se rechaza la pertenencia al grupo o se excluye de las actividades comunitarias a aquellas personas que los consumen en exceso.

De manera similar, en el consumo solidario existe una natural propensión a evitar las externalidades negativas del consumo, y especialmente aquellos efectos dañinos que el consumidor individual primario hace recaer sobre el propio grupo que se convierte en involuntario consumidor secundario de tales bienes y servicios. Tanto en este caso como en el de los productos negativos, se ejerce un cierto control social que no es sino el esfuerzo por proteger al grupo o comunidad de las acciones y comportamientos negativos de los individuos.

Otro aporte del sector solidario a la calidad de vida está dado por la menor presencia del consumo posicional en este sector. En los sectores de intercambios y regulado el consumo posicional es fuerte, porque tales sectores se encuentran estructurados de manera vertical, sea por la diferenciación de niveles de ingreso o por la jerarquización de las posiciones de poder. En las organizaciones solidarias en cambio, si bien existe diferenciación de niveles sociales y de poder, se manifiesta habitualmente una tendencia inversa, hacia la igualación o nivelación de los integrantes, mientras que las posiciones de prestigio y status están menos asociadas a la ostentación del consumo, que de hecho tiende más bien a ser penalizada o rechazada por el grupo, y derivan más bien de ciertas cualidades morales o psicológicas de los individuos: liderazgo, carisma, confiabilidad, inteligencia, habilidades, emocionalidad, etc.

Por lo demás, el sector solidario no es fuente de consumo posicional precisamente porque el uso de los bienes y servicios, al ser efectuado asociativamente, suele ser similar para todos los integrantes, no dando lugar a diferencias significativas en el acceso a los bienes y servicios compartidos o disponibles para todos. Las diferencias en las cantidades y tipos de bienes y servicios consumidos responden más bien a las distintas opciones que hacen los individuos entre las alternativas que el colectivo dispone para todos por igual.


 

El consumo solidario y la saturación de ciertos bienes y servicios.


 

Otro efecto relevante del comportamiento y la racionalidad solidaria es que en muchos casos impide y en otros retarda la saturación del consumo de los bienes y servicios; tal efecto lo podemos observar en los mismos casos paradigmáticos del automóvil, la información y la vivienda en los grandes centros urbanos, que nos sirvieron para ilustrar el fenómeno.

Es obvio que si los automóviles y en general los medios de transporte fuesen utilizados colectiva y solidariamente, serían necesarios en mucho menor cantidad que cuando cada individuo emplea el suyo independientemente. Bastaría que cada conductor estuviese dispuesto a ofrecer los asientos disponibles a quienes lo soliciten y a llevarlos en el tramo que les sirva sin alterar el recorrido original, para que se verifique una notable descongestión del tránsito vehicular y aumente la velocidad media de circulación con el consiguiente beneficio para todos.

En el caso de la vivienda, sin alterar el hecho que cada una sea habitada por una familia o pequeño grupo de personas, la racionalidad solidaria podría manifestarse en una diversa disposición urbanística que favorezca la convivencia e interacción y reduzca los desplazamientos, y en la existencia de espacios de uso compartido (patios, salas de juego, lavaderos, etc.) que optimicen el beneficio reduciendo el volumen global de la edificación.

En cuanto a la saturación de la información, cuyo problema veíamos que consiste en la relativa imposibilidad de los sujetos para procesarlas y jerarquizarlas de modo de lograr el objetivo de tomar decisiones oportunas y acertadas, la racionalidad solidaria podría expresarse en un mejor aprovechamiento del conocimiento y de las informaciones disponibles. El antiguo refrán que asegura que "el saber no ocupa lugar" ha dejado de ser cierto en la llamada "era de la informática", pues no son los espacios físicos sino los psicológicos y mentales los que tienden a mostrarse saturados. En tales circunstancias, la intercomunicación entre quienes acceden a informaciones diversas permite que cada uno pueda prescindir del esfuerzo por poseer individualmente aquella parte de la información que los otros integrantes del grupo ya poseen y comparten con él cuando se la necesita. La complementariedad del conocimiento, o el intercambio recíproco de saberes e informaciones, permite una toma de decisiones colegiada y participativa que incrementa los aciertos y disminuye los errores decisionales.

Podemos concluir, en síntesis, que la expansión del consumo solidario y de su racionalidad especial se presenta como un modo importante de superar los problemas del "consumismo" imperante, el que al desviar el proceso de consumo de su objetivo esencial está generando un deterioro tendencial de la calidad de vida. Pero los aportes del sector solidario al perfeccionamiento del consumo pueden ser más amplia y completamente reconocidos al confrontar su especial racionalidad con las que identificamos como cualidades del consumo perfecto. Procedamos a dicha confrontación.


 

El consumo solidario y las cualidades del buen consumo.


 

Con respecto a la moderación, que implica reducir los excesos del consumo e incrementarlo cuando es insuficiente, el sector solidario la promueve en ambos sentidos. Su contribución a superar las carencias de ciertos bienes la mencionamos ya en relación al problema de la pobreza, tanto si se trata de aquella material derivada de la escasez de bienes y servicios disponibles como de aquella que se manifiesta por la atrofia de las dimensiones espiritual y convivial. En cuanto al consumo excesivo de ciertos bienes y servicios, la racionalidad solidaria actúa en sentido inhibidor de los excesos por varias razones. Ante todo el colectivo solidario se desasosiega, se conmueve e incluso se escandaliza cuando algunos consumen en abundancia ciertos bienes y servicios que otros no tienen, y promueve que se compartan o que se regale una parte, de lo que a menudo deriva una especial satisfacción grupal. Por cierto esto le ocurre también a los individuos, pero cuando estos consumen con la racionalidad de los intercambios la disposición a compartir se inhibe o encuentra mayores dificultades para manifestarse, porque el sujeto tiene mucho más presente su propio interés e individualidad. La injusticia implícita en la inequidad se aprecia en cambio mejor cuando la convivencia grupal pone en evidencia que todos los seres humanos somos sustancialmente iguales, hermanos, integrantes de una especie cuyos ejemplares tienen las mismas necesidades y exigencias. Es obviamente más difícil justificar ante los demás que ante sí mismo el hecho de consumir en exceso ciertos bienes cuando otros a nuestro lado carecen de lo esencial. Además, el exceso de consumo de ciertos bienes y servicios no siempre es percibido por quien incurre en él, mientras que es fácilmente apreciado por los demás. Es así que el consumir en grupo y solidariamente suele implicar que el consumidor compulsivo o excesivo sea oportunamente advertido por sus compañeros de la inconveniencia de su acción. La mayor atención y conciencia de lo que se consume es una característica del grupo consumidor, que a menudo conversa o comenta sobre lo que está haciendo, mientras que el consumidor individual tiende a distraerse con otras preocupaciones o intereses.

Esta última característica del consumo solidario favorece también la cualidad de la correspondencia, entendida como la mejor adecuación de los bienes y servicios a las necesidades y deseos que se quiere satisfacer. Al consumir solidariamente es normal que se proceda a decidir en conjunto cuáles bienes y servicios se han de utilizar, y qué necesidades y deseos conviene atender. Este proceso deliberativo se resuelve normalmente en alguna forma de consenso, que se alcanza luego que los diversos integrantes exponen sus opiniones y preferencias, con lo cual las decisiones adquieren mayor adecuación. Diríamos que en el consumo asociativo se busca con un mayor grado de conciencia y dedicación la correspondencia entre las necesidades, aspiraciones y deseos, y los bienes y servicios que se utilizan para satisfacerlas, lograrlas y cumplirlos.

Con respecto a la globalidad, que implica propender a que todas las necesidades y dimensiones de la experiencia humana sean satisfechas y realizadas, el consumo solidario la consigue con elevada eficacia. Las distintas personas tienen diferentes preferencias y sienten con diversa intensidad las variadas necesidades y deseos; sus motivaciones por unos u otros bienes y servicios son también heterogéneos; pero como los actos y procesos de consumo grupal son compartidos, las opiniones divergentes deben unificarse y las decisiones coordinarse, lo que da lugar a alguna combinación o estructura del consumo en que todos alcanzan algún grado de conformidad. De este modo el consumo solidario resulta mucho más completo que el consumo individual en que cada uno atiende exclusivamente a sus preferencias, y también que el consumo social o de masas donde las decisiones de la autoridad suelen darle preferencia a unas pocas necesidades universales que todos experimentan con similar intensidad.

En el mismo sentido y por las mismas razones el equilibrio es una cualidad a la cual contribuye eficazmente el consumo solidario. No se trata de que se logre en este solo sector, como tampoco ocurre con la globalidad, pues el pleno cumplimiento de ambas cualidades requiere el concurso de los tres sectores. Lo que importa aquí destacar es que la racionalidad solidaria propende al equilibrio, por un lado complementando aquellas dimensiones en que el consumo de los otros sectores manifiesta vacíos e insuficiencias, que este sector tiende a suplir, y por otro generando una dinámica tal que el propio consumo solidario llega a ser equilibrado en aquello que procede por su intermedio o que realiza por sí mismo.

La cualidad del equilibrio se complementa con aquella de la jerarquía, que implica articular las diversas actividades de consumo conforme a un doble orden de prioridades; por un lado en la atención preferente de aquellas necesidades "básicas" o fundamentales que sustentan la vida humana y su desarrollo, y por otro en el privilegiamiento de aquellas que merecen el calificativo de "superiores" o más elevadas desde un punto de vista valórico y conceptual en referencia a la especial dignidad de la persona humana. En ambos sentidos el consumo solidario es particularmente aportante. Las necesidades corporales e individuales básicas y universales suelen ser atendidas ampliamente por los sectores de intercambios y regulado conforme a sus particulares racionalidades de consumo; pero es interesante observar que el consumo solidario interviene consistente e inmediatamente en su satisfacción, prestándoles primera prioridad, en todas aquellas circunstancias en que por cualquier motivo permanecen sin satisfacer. Sabemos, en efecto, que grandes sectores sociales no acceden a los bienes y servicios indispensables para cubrir estas necesidades básicas. En tales circunstancias el consumo solidario no se equivoca en esta prioridad, pues está atento a las exigencias básicas de la vida, que pone por sobre los intereses individuales o las razones del poder. Por otro lado, la racionalidad solidaria manifiesta especiales cualidades para la satisfacción de las que en el orden esencial constituyen los niveles superiores de la experiencia humana y que corresponden a las dimensiones de la espiritualidad y la sociabilidad.

Respecto a la cualidad de integración, entendida como la satisfacción de diversas necesidades de manera simultánea, no separada o aisladamente unas de otras, la racionalidad del consumo solidario la cumple de manera eminente, constituyendo uno de los rasgos que destacamos al describirla. En la actividad grupal y comunitaria se verifica la confluencia de diversas personas que interactúan en sus variadas motivaciones, problemas, inquietudes, vacíos y plenitudes. Las distintas personas esperan del grupo de pertenencia cosas diferentes: que les llene vacíos distintos, que se cumplan anhelos u objetivos diversos; a su vez, cada uno entrega a los demás y contribuye a la actividad grupal con aquello que le resulta más idóneo o congruente a sus rasgos de personalidad, a su oficio, con aquello en que se destaca, con sus propias capacidades y puntos fuertes. Surge así una gran pluralidad y complejidad; pero todo ha de integrarse de algún modo. La dispersión que podría derivar de la gran diversidad ha de superarse en la actividad común, lo que tiene el efecto de integrar la multiplicidad en la unidad. De hecho, casi no hay actividades grupales en que las personas no compartan alimentos, se entretengan, intercambien conocimientos, se protejan recíprocamente, se relacionen y convivan, se eduquen y compartan cultura, etc., todo ello simultáneamente. Tal es uno de los aportes distintivos del consumo solidario.

Finalmente la cualidad de potenciación, consistente en la sinergia que desarrolla las necesidades y aspiraciones al tiempo que las satisface o realiza, y que acentúa la utilidad de los bienes y servicios en su misma utilización. Esta dinámica de retroalimentación y potenciación es característica de las dimensiones de la espiritualidad y sociabilidad: a medida que el sujeto avanza en su realización se motiva a expandirlas y perfeccionarlas, y en cuanto utiliza bienes y servicios culturales y conviviales aspira a encontrarlos de mejor calidad y superiores. La lectura de buenos libros lleva a la búsqueda de otros aún mejores y capacita al lector para comprenderlos más profundamente y gozar de ellos con mayor intensidad. Lo mismo ocurre con la apreciación de la música, con la participación social y la convivencia, y con muchos otros actos y actividades relacionales y culturales. Esta cualidad de potenciación se acentúa en muchos casos con el consumo solidario, en cuanto ofrece las mejores perspectivas al desarrollo de la sociabilidad y la espiritualidad. En efecto, el consumir en grupo y el compartir bienes y servicios pone en contacto personas de distintos niveles de desarrollo cultural y espiritual, así como a sujetos que presentan grados diversos de liderazgo, capacidad de comunicación, etc. Tal contacto y comunicación hace que quienes han avanzado más en estos aspectos aporten espontáneamente a los otros su mayor desarrollo relativo, los motiven, les enseñen, les sirvan de ejemplo, y quienes van a la zaga ven que es posible desplegar esas capacidades, ir más allá de lo que son o han logrado en ellas, y aprenden que la cultura y la convivencia reservan elevadas satisfacciones y goces a quienes se adentran por sus múltiples caminos.


 

Cambiar las estructuras del consumo para la transformación social.


 

El consumo solidario, en síntesis, tiene algo específico que aportar a la realización de cada una de las cualidades del consumo perfecto. Ello explica que actualmente muchas organizaciones y movimientos que buscan enfrentar los problemas que ha producido el modo de desarrollo imperante, estén incluyendo entre sus propuestas de acción reemplazar consumo individual y de masas por consumo comunitario, e incorporar más solidaridad en los procesos de consumo en general.

En efecto, durante mucho tiempo los proyectos de transformación social desestimaron la cuestión del consumo, centrando sus esfuerzos en el cambio en las relaciones de producción y distribución; pero la nueva y más amplia comprensión de los problemas que genera el actual modo de crecimiento, la conciencia ecológica, la preocupación por la calidad de vida, la inquietud por la expansión demográfica, así como la toma de conciencia de que muchos de los problemas generados en la producción son gatillados por las opciones a menudo ingenuas e inconscientes que hacen los consumidores, han llevado a replantear la problemática del consumo como relevante e incluso central en cualquier proyecto de transformación social y económica.

Se llega así a descubrir que no sólo los trabajadores y los empresarios, o los grupos sociales pobres y el Estado, son actores importantes de un proceso de cambio, sino que también han de serlo los consumidores en general.

Como sostiene Enric Tello, "los movimientos que aspiran a transformar el orden existente se enfrentan en realidad a una compleja red de interacciones en perenne movimiento, en medio del cual las pautas de consumo y los tipos de demanda constituyen un eslabón muy importante de la reproducción del sistema en su conjunto. Unas pautas de consumo y unas demandas sin duda inducidas por la propia oferta capitalista de productos, pero que transcurren a través de un sufragio censitario silencioso, con el mercado como sede, en el que todos participamos en la medida de nuestros ingresos".

Este autor, y con él muchos otros, sostiene que "propugnar la igualdad social tanto en el presente como en la asignación intergeneracional significa por tanto proponer otros tipos de consumo, no la equiparación de todo el mundo a las pautas marcadas por las minorías más privilegiadas". Y a quienes le replican que ello condenaría a los situados en los niveles más bajos de ingreso a no acceder jamás al disfrute de los bienes de que ya gozan los mejor situados, responde que la reorientación del consumo "es inseparable de la redistribución igualitaria de los ingresos mismos", y que "la renuncia al consumo de determinados bienes o servicios particularmente insolidarios es propugnada para todos por igual". (E. Tello, "Demandas Ecosocialistas", en AA.VV., Necesitar, desear, vivir. Los Libros de la Catarata, Madrid, 1998, págs. 251-2.)

Esta cita es un ejemplo de los muchos y cada vez más frecuentes llamados a cambiar las pautas de consumo por otras más solidarias, y que enfatizan la necesidad de que los movimientos sociales demanden más parques públicos y espacios de convivencia, mejores transportes colectivos, nuevos centros sociales y culturales, acceso comunitario a bienes de consumo actualmente individuales o familiares, servicios barriales de información, comunicación, salud, recreación, etc. Lo que se propugna es, en otras palabras, un nuevo desarrollo del sector solidario en el proceso de consumo, del que se espera equidad social, sustentabilidad ecológica, y una mejor calidad de vida para todos.

Esta tendencia hacia el consumo solidario suele presentarse con un cariz ideológico, al estar asociada a "movimientos sociales" y a "proyectos de cambio". Ello, que para algunos constituye un motivo de acentuada convicción y que los lleva a intensificar la acción tendiente a lograrlo, es para otros un motivo de sospecha y desconfianza, en cuanto sumarse a dicha tendencia suponga la adscripción o pertenencia al movimiento o proyecto que lo promueve, y esto involucra cierta disposición a "sacrificarse por la causa", como ha ocurrido tantas veces en la historia de los proyectos y movimientos de transformación social.

De hecho, cuando la búsqueda de un cambio en las pautas de consumo se convierte en proyecto consciente y voluntariamente asumido, los sujetos participantes suelen comprometerse a abstenerse del consumo de ciertos bienes y servicios considerados incongruentes con el proyecto en cuestión, y a optar por otras formas de satisfacer sus necesidades y realizar sus aspiraciones. Pero si esto implica sacrificio, pérdida de utilidad o peor calidad de vida para el consumidor, será natural que muchas personas no se incorporen al cambio por no estar dispuestas a asumir sus exigencias. Es importante, entonces, evidenciar que si la participación explícita en el movimiento o proyecto puede implicar esfuerzo y sacrificio, el hecho mismo de consumir solidariamente ciertos bienes y servicios sólo proporciona beneficios y una mejor satisfacción y calidad de vida, que es el objetivo del perfeccionamiento del consumo.

Conviene, pues, observar algunos de los modos concretos en que la recuperación de la racionalidad y de las formas solidarias del consumo proporciona especiales satisfacciones y alegrías a las personas.

Comer juntos en familia, en comunidad o en el lugar de trabajo no solamente significa alimentarse mejor sino también más placenteramente que hacerlo individualmente.

Habitar en una casa que forma parte de un conjunto de viviendas provistas de espacios comunes y de lugares de encuentro y recreación puede ser altamente gratificante.

Compartir entre varios un medio de transporte reducirá los costos de movilización y será ocasión de conversación y convivencia.

Realizar grupalmente actividades de prevención de enfermedades y servicios de salud física y mental puede tornar agradable lo que efectuado aisladamente provoca molestias y malestar.

Las actividades culturales, educativas y religiosas efectuadas en común tienen atractivos que no están presentes cuando se desenvuelven en soledad.

Mediante la recíproca protección frente a eventuales agresiones a las personas, propiedades y bienes se alcanzan resultados mejores que los que proporcionan innumerables alarmas, enrejados, cerraduras, etc. que suelen ser altamente molestos.

El contacto comunitario con la naturaleza, en paseos y vacaciones organizadas en común, permite goces y entretenciones que de otro modo no son posibles.

La capacidad de disfrutar de la vida se expande con la convivialidad, poniendo en evidencia la frustración que a menudo acompaña las ofertas del mercado que prometen goces que no pueden dar. La integración comunitaria de las personas y familias en sus lugares de trabajo y de habitación, favorecida por la densificación del consumo solidario de distintos bienes y servicios, genera vínculos de amistad, afecto y confianza mutua entre los participantes, y permite mejorar la autoestima y valoración de sí mismos, canalizando la demanda de prestigio y status de modos más genuinos y efectivos que en los sectores de intercambios y regulado que orientan hacia aquél consumo posicional que produce frustración e inconformidad constante con lo que se posee.

En síntesis, la expansión del consumo solidario contribuye de múltiples maneras al enriquecimiento y calidad de la vida, constituyendo un elemento esencial del nuevo tipo de desarrollo cuya necesidad y urgencia hemos abundantemente fundamentado en esta obra.



 

XIV. EL CONSUMO, LA SUSTENTABILIDAD ECONÓMICA Y EL FUTURO DE LA HUMANIDAD.


La acumulación como consumo orientado a asegurar el futuro.


 

Vimos en la parte teórica que lo que convencionalmente se entiende como “acumulación económica” podemos considerarla también desde la óptica del consumo, no en cuanto se acumula lo que no se consume, sino aquello que se consume a lo largo del tiempo, lo que perdura y no se desgasta al ser consumido, lo que supone una organización intertemporal del consumo, todo lo cual significa un modo de utilizar cierta parte de lo que se produce, o sea un modo de consumir, que incrementa la provisión de recursos, bienes y servicios que tendremos disponibles en el futuro.

Corresponde ahora analizar en qué sentido y de qué modos, la acumulación puede realizarse de modo que se expanda y perfeccione el logro de los fines del consumo, que resumimos en términos del bienestar, la calidad de vida y el desarrollo humano integral.

En cuanto comprendemos el consumo como un proceso temporal, que recorre la vida entera de las personas y la evolución de las sociedades, y que supone una específica organización racional del empleo de los bienes y servicios en el tiempo, nos damos cuenta que optimizar el consumo requiere del sujeto consumidor un comportamiento presidido por una virtud especial: la prudencia entendida en el sentido aristotélico (recta ratio agibilium), esto es, el recto juicio sobre lo que se ha de hacer.

Ello sin olvidar que esta organización del consumo en el tiempo no se refiere solamente a la opción que efectúa cada sujeto entre su consumo actual y su consumo futuro o a lo largo de su vida, sino que ha de proyectarse incluso al consumo de las futuras generaciones a nivel de la sociedad en su conjunto, quedando en consecuencia implicada la preservación del medio ambiente y el cuidado de los recursos productivos no renovables.

Para comprender más cabalmente el significado de la acumulación como parte del perfeccionamiento del consumo, consideramos la distinción entre los modos del consumo en relación a lo que se realiza con, o le sucede a, los productos al ser consumidos, que puede consistir en: a) hacerlos salir de la economía porque se destruyen o deterioran al utilizarse; b) conservarlos para hacer uso de ellos más adelante; c) reinsertarlos en una empresa como unidades adicionales de alguno de sus factores; y d) renovar y potenciar mediante su consumo alguno de los factores existentes.

Los tres últimos usos del producto, que podemos asociar (aunque restrictivamente) a los conceptos de ahorro, inversión y reposición, implican algún proceso de acumulación, algún incremento de riqueza respecto a la que había antes del proceso. De acuerdo con esto podemos identificar esta forma especial del consumo que llamamos acumulación, en base a tres elementos.

Un primer elemento lo constituye un cierto sacrificio o postergación del consumo actual, para poder efectuarlo en un momento o período posterior. Tal acción debe entenderse como una particular organización racional de la satisfacción de las necesidades y de la realización del sujeto a lo largo de la vida. Si observamos este elemento con mayor profundidad, comprenderemos que en realidad no consiste en una pura postergación de la satisfacción de las necesidades presentes en vista de otras futuras, pues implica ya en el presente la satisfacción de algunas necesidades actuales, como las de tener y sentir mayor seguridad, crear las bases para el cumplimiento de algunas aspiraciones que se logran en un proceso prolongado, cumplir el deseo de poseer riqueza y prestigio, etc. La distribución del consumo en el tiempo no expresa otra cosa que una particular estructura de las necesidades, deseos y aspiraciones del sujeto consumidor.

Un segundo elemento consiste en la utilización de una parte de la producción en expandir las unidades y actividades económicas. Puede hablarse en este sentido de consumo inversor, o consumo productivo, implicando la satisfacción de la necesidad de disponer factores que tienen aquellos sujetos económicos particulares que son las empresas. Esta forma de consumo-acumulación se relaciona también con la necesidad de asegurar el futuro, pero no consiste en separar o reservar ciertos productos para utilizarlos después, sino en darles desde ya un uso y utilidad en las empresas. En este sentido no debemos pensar solamente en los productos que se incorporan físicamente a las empresas, como maquinarias y equipamiento, pues ya vimos que los factores productivos son de varios tipos y que incluyen la fuerza de trabajo, el saber y la información, la capacidad de tomar decisiones, la credibilidad que se tiene ante los demás, la integración comunitaria y la unión de conciencias y voluntades.

Pues bien, casi todo el consumo de bienes y servicios potencia algunos o varios de estos factores en las personas que los poseen. Una buena alimentación y salud son indispensables para el potenciamiento de la fuerza de trabajo; la lectura y la educación son fundamentales para el desarrollo del saber tecnológico y de las capacidades de gestión; la satisfacción de las necesidades relacionales y espirituales, incluida la de recreación, es una clave de la expansión del Factor C. En este sentido podemos decir que toda la acumulación productiva se realiza en el proceso de consumo, y que gran parte de éste puede contribuir a la acumulación de factores.

Un tercer elemento consiste en un modo de consumir que cuida, hace durar, valoriza y potencia los productos. Esto se opone al consumo descuidado que los agota y destruye antes de que presten toda su utilidad potencial. Relacionado con esto pero mirado desde el sujeto, está aquel modo de consumir que logra que la satisfacción de las necesidades perdure en el tiempo sin que se vuelvan a presentar prematuramente, y que desarrolla las necesidades, aspiraciones y deseos de los sujetos junto a las capacidades y potencialidades de ellos mismos para satisfacerlas, lograrlas y cumplirlas en el futuro.

Como vemos, los tres elementos del consumo que implican acumulación convergen en preparar al individuo, las asociaciones y comunidades, las empresas y la sociedad como un todo, para un futuro que genera inquietud en el presente porque es siempre incierto y desconocido.

El esfuerzo que se hace por garantizar o alcanzar cierta seguridad frente al futuro responde, pues, a una necesidad, una aspiración y un deseo sentidos en el presente con mayor o menor intensidad según el sujeto y sus circunstancias. En cuanto satisface tal necesidad la acumulación constituye un componente indispensable en la organización racional del consumo que cada sujeto individual y colectivo efectúa cotidianamente. Pero como el futuro puede ser garantizado de distintas maneras, y en los tres elementos de la acumulación que destacamos existen alternativas y opciones, es preciso integrar al análisis del desarrollo, transformación y perfeccionamiento del consumo esta dimensión temporal de las necesidades y de los bienes y servicios correspondientes. De ello depende mucho la calidad de vida, que ha de ser sostenida en el tiempo.


 

El modo de acumulación capitalista es altamente defectuoso.


 

La cuestión adquiere especial relevancia en la actualidad, en que uno de los problemas más sentidos es la inseguridad a que la economía y la vida moderna someten a las personas, y en que el desarrollo en sus formas actuales genera a nivel social una gran incertidumbre respecto al futuro de la humanidad.

¿Por qué ocurre esto, si una de las características más sobresalientes de la economía contemporánea es su inmensa y nunca antes vista capacidad de acumulación, tanto a nivel de la producción y del mercado como del consumo? La interrogante nos pone frente a una de las deficiencias más graves del tipo de desarrollo vigente, al tiempo que plantea la exigencia de una profunda transformación de la economía en una dirección que resuelva el problema.

Una nueva economía, una propuesta de desarrollo distinto, alternativo al actual, no puede prescindir de dar adecuada respuesta a este interrogante. La cuestión merece, pues, nuestra más atenta meditación y análisis. Podemos partir de algunas constataciones simples, de la observación de algunos hechos evidentes.

Primera constatación: una inmensa cantidad de personas "vive al día", agota sus capacidades de consumo en el presente inmediato, gasta en ello todos sus ingresos que apenas le alcanzan para subsistir, y no tiene siquiera la posibilidad de pensar en el futuro (pensar con realismo, pues la capacidad de soñar no parece aún totalmente perdida).

Segunda constatación: otra inmensa cantidad de personas "vive endeudada", ha adelantado consumo en relación a su capacidad de pago, habiendo ya gastado una parte significativa de los ingresos que espera obtener en el futuro (los de varios meses e incluso años).

Tercera constatación: los bienes de consumo están siendo fabricados y programados para tener una vida útil cada vez más breve, debiendo ser desechados y reemplazados por otros nuevos con mayor frecuencia que antes.

Cuarta constatación: los factores productivos, a los que se les exige una productividad creciente, presentan un ritmo de obsolescencia cada vez más acelerado, lo que pone a sus poseedores en creciente riesgo de ser desplazados de la producción.

Quinta constatación: la innovación y el cambio se han convertido en los valores más apreciados por la economía y sus agentes; como consecuencia de ello el horizonte de tiempo para el cual se toman decisiones (incluidas las de consumo) tiende a estar cada vez más acotado, pues tomamos conciencia que nuevas situaciones, elementos e informaciones imposibles de predecir alterarán las condiciones en que se desenvolverán las actividades en el futuro próximo.

Estos cinco hechos pueden ponerse en relación con la lógica capitalista de producción y mercado, que busca maximizar las ganancias del capital pagando bajos salarios a los trabajadores, incentivando el crédito del que obtiene una muy conveniente tasa de interés, acortando la duración de los productos para incrementar la demanda, sustituyendo constantemente los factores de menor productividad, e innovando permanentemente para predominar en un mercado altamente competitivo.

Todo ello es bien conocido y no requiere mayor abundamiento analítico. Pero sería simplista quedarnos en esta afirmación y en señalar que el problema se resuelve mediante la superación o sustitución de este modo de organización de la economía. Es preciso examinar más específicamente qué es lo que genera la inseguridad, para encontrar los modos en que un proceso de acumulación de nuevo tipo (o más exactamente un proceso de desarrollo, transformación y perfeccionamiento del consumo, y nuevas formas de articulación entre producción, distribución y consumo), pueda satisfacer racionalmente las necesidades que se presentan en el transcurso de la vida de las personas y familias, y a nivel social a lo largo de la historia, de modo sostenible en el tiempo.


 

Vivir al día y endeudado”: la responsabilidad personal.


 

Una primera reflexión surge de las dos primeras constataciones. El hecho de "vivir al día" y "endeudado" evidencia un estado de extrema dependencia de las personas respecto a quienes les proporcionan ingresos en retribución de su trabajo u otros aportes, que en la mayor parte de los casos son las empresas. Si por cualquier motivo se interrumpe el flujo de ingresos, quienes viven al día dejan inmediatamente de acceder en el mercado a los bienes y servicios que requieren para subsistir; y quienes están endeudados pierden los bienes que hayan puesto en garantía u otros que hayan acumulado, y arriesgan ser excluidos del mercado al quedar socialmente sindicados como sujetos que no merecen credibilidad.

Son conocidas y siempre reiteradas las causas "estructurales" de esta realidad; a ellas, desde la óptica del consumo que aquí nos interesa destacar, es importante observar que en muchos casos se llega a vivir al día o endeudado como consecuencia de opciones equivocadas del sujeto consumidor, que manifiesta en este nivel un comportamiento desaprensivo, frívolo, imprevisor o imprudente.

Ya hemos visto que el consumo es una actividad económica en que el sujeto conserva un grado significativo de autonomía decisional, obviamente en el marco de las restricciones que le imponen sus ingresos limitados y sus también limitadas capacidades de acceder a la satisfacción de sus necesidades en los sectores regulado y de intercambios. En los casos mencionados la superación del problema incumbe en gran medida a cada sujeto, que puede aproximar su comportamiento consumidor a las que llamamos "cualidades del consumo perfecto". Ello requiere activar un proceso de "expansión del sujeto" —un desarrollo personal o colectivo según el tipo de sujeto—, que junto con extender sus espacios de autonomía lo torne capaz de comprender la realización de sí mismo como un proceso del que es en gran medida responsable, y que se extiende en el tiempo a lo largo de la vida.


 

Obsolescencia programada y persecución de las novedades.

 

La tercera constatación merece también ser reflexionada. La reducción temporal de la utilidad de los productos (que se manifiesta tanto en la menor longevidad de los bienes duraderos y en el más corto período que dura la satisfacción de las necesidades y deseos mediante los bienes y servicios disponibles), responde al interés de las empresas que se benefician de menores costos de producción y de la mayor cantidad de productos (y de sus piezas de recambio) demandados por los consumidores. También los gobiernos, políticamente interesados en mostrar elevados índices de crecimiento del PNB, se benefician de la menor duración física de los productos y de una alta tasa de sustitución.

Pero sería un error desconocer que a menudo es el propio comportamiento de los consumidores lo que contribuye al hecho, no obstante resulten perjudicados. La tendencia a sustituir productos en uso por otros nuevos que ofrecen pequeñas innovaciones y ventajas expresa en muchos casos el consumo ostentoso e imitativo que analizamos, así como la exacerbación del fenómeno de las modas y la pasiva aceptación de los mensajes publicitarios por parte de muchos consumidores. Constituye en todo caso un evidente distanciamiento de las cualidades del consumo perfecto (moderación, correspondencia, jerarquía, potenciación, etc.), y en particular de aquella que llamamos persistencia.

Ahora bien, la reducida longevidad y/o la prematura caducidad de los productos generan inseguridad frente al futuro, porque es obvio que cada consumidor está consciente de que mantener su actual nivel y calidad de vida le supondrá sustituir los bienes y servicios que actualmente utiliza en un período de tiempo que puede prever relativamente corto. Cuando los consumidores podían contar con que la adquisición de un comedor, de una cocina o de un artefacto cualquiera significaba que esas necesidades quedaban satisfechas para toda la vida no debiendo volver a preocuparse del problema (incluso esos bienes podían ser dejados en herencia a los hijos, proporcionándoles un surplus de seguridad), el futuro se iba garantizando creciente y progresivamente, sin retrocesos previsibles, excepto por la amenaza de circunstancias y fenómenos externos que vinieran a destruir lo acumulado, por ejemplo un incendio.

Esto ha dejado de ocurrir desde que los bienes tienen un tiempo previsiblemente corto de duración útil, que hace que todos sepamos que tendremos que reponer en ciertos plazos todo lo que tenemos; el efecto es el mismo que si debiéramos enfrentar periódicamente un incendio que destruyera todos nuestros bienes durables cada cierto tiempo.

Uno de los escasísimos productos que aún puede esperarse que duren toda la vida es la vivienda, lo cual explica la excesiva importancia que a su posesión en propiedad le atribuyen actualmente las familias (que para adquirirlo se endeudan durante un larguísimo período de la vida, situación que a su vez las mantiene en la inseguridad); se trata, en efecto, del único bien que proporciona alguna seguridad "para toda la vida", aunque cada vez lo haga en forma más precaria pues también las edificaciones están afectas a la tendencia general a la reducción de su vida útil.

El aceleramiento de los procesos de innovación y cambio que se aprecian en todo nivel y ámbito en la vida moderna, se manifiesta de manera especialmente acentuada a nivel del consumo, que para muchos llega incluso a convertirse en una actividad ansiosa, frenética y estresante.

Es obvio que vivir en un mundo donde todo cambia aceleradamente da lugar a una exacerbación de la inseguridad, especialmente en las personas y grupos sociales que tienen una menor capacidad y disposición para adaptarse a lo nuevo. Ahora bien, el aceleramiento del ritmo de las innovaciones y cambios tiene mucho que ver con el subdesarrollo del consumo, y específicamente con sus deficiencias en términos de conducir eficazmente a la realización del hombre y de proporcionar calidad de vida a nivel social.

En efecto, un deseo exacerbado de cambiar (alimentación, vestuario, vivienda, entretenciones, lecturas, estudios, alarmas y candados, pareja sexual, amigos y grupos de pertenencia, etc.), pone en evidencia la insatisfacción e incluso el malestar en que se encuentra un sujeto en su situación presente. En el ámbito del consumo, es demostrativo de que los bienes y servicios que se utilizan no dejan conformes, y de que la satisfacción y cumplimiento de las necesidades, aspiraciones y deseos se percibe insuficiente e inadecuadamente lograda.

Extender la longevidad de los bienes y la persistencia de la satisfacción que proporcionan los servicios significa mejorar la calidad de vida e incrementar la eficiencia del consumo medida desde sus objetivos racionales, sin ampliar sino incluso reduciendo el volumen de la producción y la utilización de recursos y factores. Los problemas del crecimiento examinados en la primera sección, incluidos el agotamiento de ciertos recursos naturales, el deterioro del medio ambiente, el empeoramiento de la calidad de vida derivado de la saturación de ciertos bienes, e incluso el problema demográfico, encontrarían en tal forma una vía de solución racional, abriendo espacios y nuevas perspectivas para el desarrollo.

He aquí un nexo importante entre el desarrollo de la producción y el perfeccionamiento del consumo, que a su vez se conectan positivamente con la eficiencia y democratización del mercado. En efecto, un mejor consumo obtenido con menos productos que duran más tiempo implica una reducción de gastos y la consiguiente liberación de ingresos para que las personas y grupos sociales más pobres accedan a otros bienes y servicios satisfaciendo más integralmente sus necesidades.


 

La obsolescencia de los factores productivos y especialmente del trabajo.


 

Con esto se relaciona directamente nuestra cuarta constatación, referida a la creciente velocidad de obsolescencia de los factores. Ello genera obvia inseguridad, pues ya no basta la posesión y propiedad de factores productivos para tener garantizado el propio futuro económico. Los trabajadores ya no están seguros de que su fuerza de trabajo calificada en cierto nivel les permitirá encontrar un empleo. Quien tiene una profesión ya no puede contar con que podrá ejercerla durante toda su vida, pues las competencias que le proporciona tienen una vida útil más corta por lo que se ve obligado a ejercicios de "actualización" periódicamente reiterados. Lo mismo le ocurre a quien domina una tecnología, a quien es dueño de una empresa, o al que tiene actualmente una determinada capacidad financiera.

La obsolescencia de los factores se explica en gran medida por el modo en que se encuentra organizada la producción y la distribución; pero aquí nos interesa también descubrir su relación con las imperfecciones del proceso de consumo, que lo genera en parte y refuerza, y que a su vez resulta afectado negativamente por el hecho.

En efecto, si la reproducción y desarrollo de los factores es en parte efecto del consumo de bienes y servicios (que llamamos "consumo productivo"), la obsolescencia de los factores evidencia un consumo productivo obsolescente, de baja calidad. Por ejemplo, si el estudio y aprendizaje de un oficio o profesión ha sido efectuado con insuficiente amplitud y profundidad, y la persona descuida desarrollar sus conocimientos y habilidades de modo constante, se verá enfrentado a una rápida disminución de su productividad.

En general la obsolescencia de los factores, además de ser demostrativo de un consumo alejado de las cualidades de moderación, correspondencia, persistencia, globalidad, jerarquía, equilibrio, integralidad y potenciación, obliga además a incrementar desproporcionadamente aquellos tipos de consumo por medio de los cuales se reponen y desarrollan los factores.

Los cinco hechos que constatamos nos llevan a concluir, en concisos términos, que la acentuada inseguridad que experimentan las personas es en gran medida resultado de que el consumo, en lo que específicamente implica acumulación, es gravemente defectuoso. Por todo ello debemos interrogarnos sobre los modos en que sea posible perfeccionar este aspecto del consumo en vistas de que cumpla mejor su objetivo de proporcionar seguridad ante el futuro.


 

El horizonte temporal de las necesidades humanas.


 

La acumulación económica en cuanto parte del consumo no tiene un objetivo distinto que el consumo en general, esto es, satisfacer las necesidades, aspiraciones y deseos en la perspectiva de la realización del hombre y de la sociedad conforme a su naturaleza, en las cuatro grandes dimensiones de la corporeidad, la individualidad, la sociabilidad y la espiritualidad. Lo que especifica la acumulación es que tal objetivo se considera proyectado en el tiempo para garantizarlo en el futuro. Ahora bien, esas cuatro dimensiones tienen distintos horizontes temporales y hacen presente diferentes necesidades y aspiraciones en las sucesivas etapas de la vida.

La corporeidad se proyecta hasta el momento de la muerte física de la persona, caracterizándose por el hecho que da lugar a necesidades, aspiraciones y deseos que van cambiando según la edad de las personas; en este sentido, por ejemplo, las personas pueden prever que en el futuro disminuirán sus necesidades relacionadas con actividades deportivas, mientras experimentarán un incremento las atenciones médicas y otras relacionadas con el envejecimiento.

La individualidad presenta normalmente el mismo horizonte temporal que la corporeidad, aunque para algunas personas (o quizá para todas con distinto grado de intensidad) las necesidades, aspiraciones y deseos que atender continúen más allá de la muerte del individuo, si éste tiene el deseo de perdurar en el recuerdo de los otros, en la memoria de la sociedad, en una obra propia que deje una impronta que trascienda en el tiempo. Además, las necesidades de la individualidad son mucho más variables y diversificadas que las de la corporeidad, y si bien no siguen un curso similar para todas las personas en la sucesión de las edades, en términos generales puede afirmarse que son más bien decrecientes a partir de un momento de máxima intensidad que se presenta en la adolescencia y juventud.

La socialidad es una dimensión en que el horizonte temporal de algunas necesidades se extiende más allá de la vida de las personas, pues la realización de las familias, asociaciones, comunidades e instituciones colectivas supone en muchos casos un proceso que se cumple a través de sucesivas generaciones. Así, tiene sentido, por ejemplo, consumir acumulativamente para asegurar procesos que se extienden bastante más allá de la vida de un individuo. Ello implica integrar en el consumo familiar, comunitario y social, bienes y servicios que se utilizan en una perspectiva de muy largo plazo.

En fin, las necesidades correspondientes a la dimensión de la espiritualidad presentan la muy peculiar característica de que su satisfacción en el presente se prolonga naturalmente en el tiempo, dependiendo su duración de la profundidad, amplitud y calidad en que dicha satisfacción se haya logrado. Por ejemplo, al participar en una actividad cultural, estudiar un libro en función de una carrera profesional, gustar de una obra de arte, etc., satisfaciendo la correspondiente necesidad en el momento en que el acto se verifica, se espera que su efecto satisfactorio permanezca lo más posible, lo que ocurrirá por un tiempo más o menos largo según la intensidad del goce, la calidad del estudio, la fuerza de la obra de arte y de su apreciación por el sujeto. Por otro lado, muchas de las necesidades espirituales presentan una dinámica constantemente expansiva, pues la propia satisfacción de las necesidades las va incrementando y lleva al surgimiento de otras nuevas y más refinadas o exigentes.


 

Los tres modos de asegurar el futuro y las cuatro dimensiones del desarrollo humano.


 

Ahora bien, estos diferentes horizontes temporales de las cuatro grandes dimensiones en que las necesidades del sujeto requieren ser atendidas en vistas de garantizar el futuro, se relacionan con la distinción que hicimos en la parte teórica, de las tres formas de asegurar el futuro, o lógicas de la acumulación: 1. La acumulación de riquezas materiales, sea acopiando stocks de productos, atesorando activos líquidos que puedan ser convertidos en el futuro en bienes y servicios, o concentrando medios materiales de producción con los cuales se podrá producirlos después o de manera continuada. 2. La acumulación de poder, o de potencia militar (medios de defensa y agresión), o de capacidad de imponer a otros la propia voluntad e interés. 3. El desarrollo de relaciones comunitarias, de conocimientos y de capacidades y energías creadoras por parte de los sujetos, que estarán así en condiciones de enfrentar sus futuras necesidades en base a las propias fuerzas, incrementadas y potenciadas por la participación en instancias de apoyo y cooperación recíproca.

Pues bien, estos tres modos de garantizar el futuro son aptos para enfrentar en alguna medida las necesidades que surjan en las cuatro dimensiones de la experiencia humana; pero es fácil comprender que cada vía proporciona un distinto grado de satisfacción y seguridad para ellas.

El camino del desarrollo de las capacidades propias y de los vínculos comunitarios es más apto para satisfacer las necesidades relacionales y espirituales que las corporales e individuales. A la inversa, la acumulación de riqueza material proporciona mayor seguridad frente a las futuras necesidades corporales e individuales que respecto a las sociales y culturales. A su vez, la acumulación de poder puede ofrecer cierta seguridad ante algunas necesidades corporales y relacionales pero no a otras de ellas, y a las necesidades individuales mucho más que a las espirituales.

Tenemos, pues, que la más amplia y perfecta seguridad frente al futuro se obtiene mediante la combinación de las tres formas de acumulación; pero cada individuo, conforme a su propia estructura de necesidades, aspiraciones y deseos, pondrá énfasis en una u otra de las formas de hacerlo. La vía que cada uno siga dependerá también, y en gran medida, de las facilidades que tenga para acumular en uno u otro sentido. Por ejemplo, el monto de los ingresos es más determinante de la capacidad de acumulación de riqueza material y de poder que de la posibilidad de establecer vínculos sociales, de modo que los más pobres tratarán con mayor intensidad de hacerlo de este último modo.


 

Nexo entre los tres modos de asegurar el futuro y el desarrollo de los seis factores productivos.


 

Si profundizamos la comprensión de lo que significan los tres modos de asegurar el futuro descubriremos que ellos no consisten en otra cosa que en el desarrollo de los diversos factores económicos. La riqueza material consiste básicamente en medios materiales y en dinero o financiamiento; el poder se expresa en capacidad de gestión y en dominio de la información; las relaciones sociales son constitutivas del Factor C, y el desarrollo de las capacidades personales se manifiesta en la fuerza de trabajo. Vemos así que el consumo en cuanto implica acumulación, reproduce y expande los seis factores permitiendo mantener en el tiempo y continuar en el futuro de manera creciente el proceso de producción.

Pues bien, así como la producción requiere los seis factores, el logro de la seguridad frente al futuro requiere hacerse por las tres vías; y así como la producción se efectúa eficientemente cuando los seis factores son combinados en proporciones tales que la productividad de cada uno y de su composición sea máxima, así también el logro de la seguridad se alcanza del modo más conveniente mediante un consumo acumulador equilibrado.

Siguiendo con esta comparación, podemos señalar que así como en las empresas productivas los factores pueden ser combinados en distintas proporciones, lo que pone de manifiesto la sustituibilidad recíproca de los factores en la producción, y da lugar a unidades económicas intensivas en uno u otro de ellos, igualmente ocurre en el proceso de consumo y acumulación: las vías para garantizar el futuro son recíprocamente sustituibles, de modo que los distintos sujetos (personas, grupos, y la sociedad como un todo) despliegan sus procesos de consumo que atienden las necesidades futuras, poniendo mayor o menor intensidad y énfasis en una u otra de las vías indicadas.

Siendo así, es evidente que en este consumo con sentido de acumulación los sujetos pueden dar lugar a distorsiones y desequilibrios, cuyo resultado no es otro que generar inseguridad e ineficiente satisfacción de las necesidades presentes y futuras.

Un caso evidente de desequilibrio es el de aquellos sujetos que sacrifican demasiado el consumo presente, o sea la satisfacción de las necesidades actuales, acumulando excesivamente para satisfacer las necesidades futuras. El comportamiento atesorador o excesivamente ahorrativo, o la sobredotación de bienes materiales durables, o la acumulación de poder más allá del suficiente para tener autonomía y no estar sujeto a agresiones, efectuados a expensas del consumo presente, puede implicar que otras importantes necesidades, aspiraciones y deseos permanezcan sin satisfacer. Un excesivo nivel de acumulación, que resulta de una estructura de necesidades en que predominan las necesidades relacionadas con el futuro, lleva a que el consumo se distancie de las condiciones de moderación, equilibrio, jerarquía e integración. Pueden incluso darse procesos de acumulación tan acentuados que no sean sino la manifestación de situaciones psicopáticas e irracionales, en las que en vez de una previsión prudente y normal del futuro se esté ante una situación ansiosa y anormal respecto al porvenir.

Pero no se trata solamente de estos casos extremos y del comportamiento individual. Ocurre también que se tiende a exacerbar la acumulación de riqueza material y de poder cuando en la sociedad se instaura un clima social de acentuada inseguridad, que como vimos es el caso de muchas sociedades contemporáneas. Esto genera a nivel de la economía global un grave desequilibrio, pues la orienta en una dirección de crecimiento irracional que va empeorando la calidad de vida.

También se experimentan distorsiones que amenazan la calidad de vida cuando se descuida la acumulación y las necesidades futuras maximizando el consumo presente. Sobre este comportamiento imprevisor, que distancia de las mismas cualidades del consumo perfecto que la exageración de la acumulación, ya efectuamos algunas consideraciones. Podemos agregar que, si la distorsión por exceso suele darse en términos de una exagerada acumulación de riqueza material y de poder, la distorsión por deficiencia de éstas suele manifestarse en un consumo que exagera la convivialidad y las relaciones sociales. Las personas que así despilfarran se ilusionan esperando que las mismas amistades y relaciones sociales serán suficientes para ayudarlos a enfrentar el futuro con seguridad, teniendo expectativas que la experiencia demuestra que cuando se exageran se desvanecen.

Las distorsiones en ambos sentidos ponen en evidencia una combinación inadecuada de las tres vías para asegurar el futuro, que junto con manifestarse en una falta de equilibrio y de jerarquización de las necesidades, aspiraciones y deseos del sujeto, se traduce finalmente en que desarrollan su dotación de factores de manera unilateral. El énfasis puesto en la acumulación de riqueza material exacerba la lucha o competencia por poseerla, dando lugar a que los medios materiales y financieros se concentren en pocas manos; igualmente, la búsqueda de seguridad enfatizando la acumulación del poder exacerba la lucha por alcanzarlo, lo que da por resultado que también este factor se concentra en manos de los más fuertes y hábiles. Ambos procesos de concentración se verifican en un marco de lucha y conflicto; la diferencia estriba en que ambas contiendas se dan de modos diferentes, como consecuencia de las características propias de los respectivos elementos sobre los que versa la competencia. Es interesante observar las razones de esto.

La riqueza material y el dinero son siempre divisibles, por lo que cada sujeto puede luchar por una parte, de la cual puede apropiarse mientras los otros conservan la suya; además, tal riqueza es creciente, lo que permite que un sujeto puede incrementar la suya sin que otro disminuya la propia, y teóricamente es posible que todos puedan simultáneamente aumentar la riqueza material que poseen. La competencia por la riqueza material y financiera no es "a suma cero", y el enriquecimiento de uno no implica necesariamente el empobrecimiento y la exclusión de otro. Ello permite a todos ciertos márgenes de acumulación, lo cual determina un tipo de competencia y de conflicto susceptibles de ser mantenidos dentro de marcos razonables.

El poder y la lucha por alcanzarlo, conservarlo e incrementarlo, se dan en cambio en el marco de una estructura jerarquizada y piramidal, donde cada vez que un sujeto asciende en la escala hay otro que desciende. Quien sube en la escala jerárquica desplaza y hace descender a otro. Además, a medida que se asciende por los peldaños del poder, los "puestos" disminuyen geométricamente, hasta llegar al "vértice" donde sólo hay lugar para uno. El poder no es tan divisible como la riqueza material: siempre que se posee en cierto grado se lo comparte con otros que están al mismo nivel, cada vez entre menos hacia arriba, hasta que en la cima sólo un sujeto puede tenerlo. La lucha por el poder es, pues, extremadamente aguda, cada vez más aguda a medida que se trata de un poder mayor o más elevado.

A ello se agrega el hecho que quien pierde o es desplazado de una posición, suele caer varios niveles, e incluso a veces pierde completamente el poder y llega "a la base" de la pirámide, por lo cual cada uno "se aferra" al poder alcanzado. Ello ocurre porque la presión por ascender la efectúan simultáneamente todos los del escalón inmediatamente inferior, que "pujan" en conjunto aunque saben que sólo algunos alcanzarán la posición superior. Pero el que es desplazado de un puesto superior será automáticamente empujado hacia aún más abajo por todos los que buscan subir, amenazados a su vez por quienes presionan desde el escalón inferior, y también por quienes arriesgan caer desde el superior. Además, dada la presión desde abajo y desde arriba, ningún sujeto puede declararse satisfecho con el poder alcanzado, y se encuentra "obligado" a luchar por incrementarlo, pues si sólo se preocupa por mantenerlo se pone en grave peligro de perderlo. El que lucha por el poder siempre "pende de un hilo". Para evitar que la lucha por el poder sea "a muerte", la sociedad lo institucionaliza, estableciendo normas, procedimientos y recorridos tendientes a morigerar el comportamiento de los contendientes y a evitar que el conflicto alcance grados destructivos. Esto quita presión a la lucha por el poder, que se torna (aparentemente) civilizada. Otro factor que ayuda a disminuir la presión, en realidad fundamental para evitar los extremos, es que normalmente muchos sujetos se sustraen de la contienda, dejando de aspirar al poder y permitiendo que por él combatan solamente los más interesados, ambiciosos y aptos para esa batalla.

En cuanto al camino de las relaciones sociales y de la convivialidad, contrariamente a lo que pueda superficialmente pensarse, también él es motivo de cierta competencia y conflicto. Y no es solamente porque en toda comunidad, asociación o grupo se verifiquen internamente algunas formas de lucha por el poder y la riqueza, sino en lo que es específico de este modo de asegurar el futuro. La competencia peculiar que se da en este terreno es, en último término, por la pertenencia a la colectividad, asociación o comunidad, que supone la aceptación de cada sujeto participante por todos los otros, o por una mayoría, o al menos por un subgrupo suficiente para garantizar su integración y mantención en él. Si el sujeto no se adapta, si no acepta ciertos valores y normas compartidos por el grupo, tenderá a ser separado, excluido, no aceptado o reconocido como miembro de la comunidad o asociación.

La solidaridad entre los miembros de un grupo implica exigencias para los participantes, tanto mayores cuanto más intensa es la unión de conciencias y voluntades tras objetivos compartidos, y cuanto más fuertes sean los vínculos de compañerismo y amistad que se hayan construido. En una sana convivencia grupal, las diferencias de opinión o pensamiento no destruyen la integración, que incluso puede resultar enriquecida y fortalecida con la diversidad; pero la unidad es menos resistente al surgimiento de intereses particulares contrapuestos, que a menudo desembocan en escisión o en la marginación de los disidentes.

Tales intereses distintos e incluso contrapuestos surgen con mayor frecuencia e intensidad cuando lo que persigue el grupo es garantizar el futuro respecto a aquellas necesidades respecto de las cuáles la vía de la convivialidad no es la más idónea, esto es, las que derivan de las dimensiones de la corporalidad y de la individualidad. La razón es que, siendo la acumulación de los sectores de intercambios y regulado los que presentan ventajas comparativas para realizarlas, resulta difícil evitar que ocurran en la dinámica grupal interferencias de las lógicas de la acumulación de riqueza y de poder.


 

La conexión orgánica entre la producción y el consumo.


 

Las precedentes consideraciones ponen de manifiesto que la calidad con que se logre asegurar el futuro, tanto a nivel de los sujetos individuales y grupales como de la sociedad en su conjunto, depende en gran medida de las relaciones entre la producción y el consumo. Dicho de otro modo, el tipo y la calidad del nexo entre producción y consumo que se construye en el proceso de acumulación, condiciona la forma y el grado en que ella satisface la necesidad de asegurar el futuro, tanto por parte de los sujetos individuales y colectivos como de la sociedad en su conjunto.

Desde este punto de vista encontramos una nueva razón que explica que en las modernas sociedades capitalistas exista tanta inseguridad personal y social no obstante sea tan grande la acumulación económica, al menos de riqueza material y de poder. Ocurre, en efecto, que en estas sociedades se ha llegado a una extrema separación entre la producción y el consumo, tanto en cuanto a los sujetos que realizan tales procesos, como a la distancia geográfica que los separa. En tales condiciones los consumidores dependen de procesos productivos y de productores desconocidos, lejanos y ausentes a los que atribuyen, con razón, intereses y motivaciones muy distintos a los propios.

La satisfacción de las necesidades se cumple en el consumo pero depende de la producción, que provee los bienes y servicios para satisfacerlas, y que proporciona a las personas los ingresos indispensables para adquirirlos en el mercado. Así, cuando los consumidores no tienen bajo su propio control la producción, y cuando la generación de sus ingresos no depende de sí mismos sino de un mercado de factores en que las personas tienen escasa incidencia y poder, estas personas experimentan la incertidumbre de si podrán o no en el futuro continuar satisfaciendo sus necesidades.

Ahora, si los que organizan la producción son totalmente desconocidos para los consumidores, y más aún si los flujos de financiamiento están afectados por operaciones especulativas a gran escala que mueven el dinero por distintos países del mundo buscando oportunidades de incrementar sus ganancias, los consumidores están sujetos a los vaivenes de una economía que sigue un curso cíclico y zigzagueante, y carecen de toda capacidad de controlar sus condiciones de vida.

Teóricamente la máxima seguridad frente al futuro se alcanza cuando no hay separación ni distancia entre la producción y el consumo, esto es, cuando los mismos consumidores son los productores de los bienes y servicios que necesitan. Obviamente esta situación es imposible de lograr plenamente, excepto en comunidades aisladas, altamente integradas y dispuestas a mantener un modo de vida muy simple cuyo consumo se limita al indispensable para satisfacer unas pocas necesidades básicas.

A la inversa, la máxima inseguridad se da cuando los consumidores no participan de ningún modo en la producción, no efectúan aportes de factores, y no mantienen ningún contacto o relación con los productores.

Entre ambas situaciones límites, el grado de seguridad que tengan los sujetos está dado por el nivel en que se asocie la satisfacción de sus necesidades con el desarrollo de sus capacidades para satisfacerlas. Al respecto, cabe señalar la importancia de que las comunidades locales y los países, en sus respectivos niveles, alcancen algún grado de autosuficiencia al menos respecto a ciertas necesidades fundamentales, por ejemplo en el ámbito de la seguridad alimentaria.

Ahora bien, el desarrollo de las capacidades para satisfacer las propias necesidades es la esencia de la acumulación, o sea de aquél consumo que reproduce y expande los factores productivos bajo control de los sujetos. El problema de la inseguridad se genera cuando la acumulación que efectúan las personas les permite disponer de una dotación de factores propios muy pequeña y claramente insuficiente para que el ejercicio de su productividad les genere retribuciones suficientes para adquirir u obtener por la vía de cualquiera de las relaciones económicas, los medios que requieren para vivir.

De acuerdo con esto, a nivel de la economía en general, su capacidad de proporcionar seguridad a las personas está en relación inversa con su grado de concentración o, dicho en términos más generales, es mayor o menor dependiendo de la estructuración más democrática u oligárquica del mercado determinado.

En efecto, la concentración de la riqueza y del poder en pocas manos es el resultado de procesos de acumulación desigual por parte de los sujetos y grupos sociales; unos pocos concentran mucha riqueza, poder y pertenencia social, y muchos efectúan a lo largo de su vida una escasa acumulación. Y lo que es efecto se convierte sucesivamente en causa, en el sentido que quienes han logrado una importante acumulación están en condiciones de continuar acumulando, pues pueden satisfacer ampliamente sus necesidades presentes y destinar abundantes excedentes a nueva acumulación. Al revés, quienes poseen una dotación escasa de factores deberán destinar los ingresos que obtengan por ellos al consumo presente, experimentando grandes restricciones para atender a su futuro.

Las estructuras del mercado son, pues, determinantes de la seguridad de los sujetos individuales y colectivos frente a su futuro. Así se confirma nuevamente, esta vez desde la óptica de la acumulación y de la seguridad frente al futuro, que el mercado democrático es un gran objetivo del desarrollo económico, que establece las condiciones óptimas tanto para la producción como para el consumo.

Debemos sin embargo observar que el problema no se resuelve exclusivamente a nivel estructural, o mejor, que la transformación, perfeccionamiento y desarrollo de la acumulación incumbe también a las personas, las familias y los grupos particulares. Ellos pueden mejorar su calidad de vida, incrementar su seguridad ante el futuro, y contribuir con ello también a la democratización del mercado, mediante sus propias decisiones y comportamiento económico.

En efecto, cada persona y cada sujeto económico puede avanzar significativamente en el logro de su seguridad y autonomía mediante la organización racional de su propio consumo en el tiempo. A nivel de cada sujeto se trata de lograr la mejor correspondencia entre la satisfacción creciente de sus necesidades, aspiraciones y deseos, y el desarrollo de las propias capacidades para satisfacerlas, o sea mediante la expansión, diversificación y cualificación de los propios recursos y factores económicos. Tal correspondencia se verifica en su grado más alto cuando el sujeto se constituye como consumidor y empresario, esto es, organizador de unidades económicas en primera persona, sea individualmente o en asociaciones.


 

Simplificar las necesidades y expandir las capacidades.


 

Naturalmente, el logro de la mencionada correspondencia es un proceso, en que es posible y conveniente actuar sobre los dos términos de la relación. Por un lado sobre las propias necesidades, aspiraciones y deseos, que al sujeto convendrá mantener bajo control, moderarlas de modo que se proporcionen a sus efectivas capacidades de satisfacerlas. Por otro lado sobre las propias capacidades, que al sujeto convendrá expandir, diversificar y cualificar.

Avanzar simultáneamente por ambos lados de la relación en un proceso de creciente satisfacción de necesidades concomitante con el creciente desarrollo de las capacidades, no es otra cosa que organizar de modo racional el propio consumo en el tiempo, combinando dinámicamente el consumo tendiente a la satisfacción de las necesidades presentes con el consumo que mira a la satisfacción de las necesidades futuras.

Toda persona y sujeto económico, cualquiera sea su situación actual en términos de participación en el mercado, en la producción y en el consumo, aún quien se encuentre en las condiciones más precarias y pobres, puede hacer algo en este sentido, en su propio beneficio y con el resultado de mejorar su calidad de vida.

Es importante señalar que este perfeccionamiento del consumo a nivel personal no es ajeno al proceso de transformación de las estructuras económicas. Alguien podría sospechar que la propuesta de racionalización del consumo individual en términos de moderar el consumo presente y preocuparse prudentemente por el desarrollo de los propios factores, aunque traiga beneficios ciertos al sujeto que lo hace podría esconder un intento de legitimar la desigualdad social y consolidar un estado de cosas abiertamente injusto. Pero identificar lo que puede hacer cada persona por incrementar su nivel de satisfacción y de acumulación no significa afirmar que los que consumen y acumulan más lo hayan logrado racionalizando su propio consumo.

Son ampliamente conocidas las raíces históricas y las causas estructurales de la desigualdad económica y social. Por otro lado, ver que es posible mejorar la calidad de vida mediante una racionalización del consumo que modere las necesidades, aspiraciones y deseos de cada uno, no legitima excluir a quienes tienen menos ingresos del acceso a los bienes y servicios que otros más ricos sí pueden tener. Por el contrario, a lo que apuntamos con la observación de que el proceso ha de desplegarse tanto a nivel individual como estructural es precisamente mostrar que ellos deben ir juntos, como elementos simultáneos y convergentes de un mismo proceso de perfeccionamiento, transformación y desarrollo de la economía.

Además, todo nuestro análisis demuestra que el perfeccionamiento del consumo ha de estar acompañado de un cambio democrático en la producción y la distribución, porque los tres componentes de la economía están profundamente imbricados y se condicionan recíprocamente. Nada más lejos de este análisis que legitimar que los que tienen menos ingresos, o los que opten por razones culturales o espirituales por un consumo simplificado y equilibrado, puedan experimentar marginación y definitiva exclusión respecto a aquellos bienes que están actualmente a disposición de los más ricos.


 

No se trata de autosuficiencia sino de autonomía.


 

Igualmente erróneo sería entender la afirmación de la conveniente articulación entre la producción y el consumo, como postulación de la autosuficiencia económica a nivel de las personas, las comunidades e incluso las naciones o países. No se trata, en efecto, de que los sujetos estén en condiciones o sean capaces de producir todo lo que necesitan. Como hemos dicho en otro lugar, el mercado existe porque nos necesitamos unos a otros y porque trabajamos unos para otros, y en tal sentido expresa un hecho social y solidario esencial.

El nexo entre la producción y el consumo es precisamente el mercado determinado con sus tres sectores y sus múltiples tipos de relaciones económicas, siendo en tal nexo que se juega la unión o la disociación entre la producción y el consumo. El mercado democrático establece un vínculo orgánico y armónico entre ambos procesos, generando la seguridad de que participando en él las personas ejercen sus capacidades y satisfacen sus necesidades en el presente y continuarán haciéndolo en el futuro, mientras que un mercado oligárquico y concentrado es la expresión patente de la separación entre producción y consumo, generadora de permanente y creciente inseguridad.

Si tal concentración se manifiesta en un contexto social en que la exacerbación del conflicto y la competencia da lugar al debilitamiendo y la pérdida de los vínculos de pertenencia y de solidaridad, cada sujeto percibe al otro como una amenaza, y la inseguridad de todos se vuelve extrema. Es lo que acontece actualmente en gran parte del mundo.

Resulta paradójico que en muchas economías la capacidad de producir numerosos tipos de productos supera ampliamente las capacidades de consumirlos que tiene la población. Obviamente tal hecho considerado escuetamente debiera proporcionar una elevada seguridad a todos; pero no ocurre así. En parte, obviamente, porque cierta demanda potencial no se torna efectiva por falta de medios de pago; pero no se trata sólo de esto, sino de una real incapacidad humana de consumir todo lo que el aparato productivo está en condiciones de ofrecer si la demanda correspondiente se solventara por las diferentes relaciones económicas. En realidad, actualmente los límites en las tasas de crecimiento de la producción se encuentran menos en la disponibilidad de factores, de financiamientos, tecnología o fuerzas de trabajo, que en las capacidades de consumo de la producción posible.

Ello explica, al menos en parte, hechos como la persistente reducción programada de la vida útil de muchos productos, la exacerbación de la publicidad y de las modas, la fijación de cuotas de producción por países, la orientación crecientemente exportadora de la mayor parte de las economías, la sobreabundancia de créditos y de facilidades ofrecidas a los consumidores, etc. Todo ello pone en evidencia, además, que los bienes que se producen en abundancia no siempre corresponden a lo que las personas necesitan y desean. Y si esto ocurre, no es sino porque las decisiones de producción se encuentran separadas de las decisiones de consumo, o en términos más simples, los productores predominan y tienen excesivo poder para determinar lo que consumen las personas.

El hecho, que ya examinamos al nivel de las estructuras del mercado como una de sus graves imperfecciones, visto desde la óptica del proceso de consumo nos vuelve a plantear la cuestión de los fines y del sentido de la actividad económica.

La lógica dice que los objetivos últimos de la economía se cumplen en el proceso de consumo, debiendo por tanto ser establecidos por los consumidores que han de satisfacer sus necesidades, aspiraciones y deseos con los bienes y servicios producidos. Siendo así, la racionalidad exige el predominio de los consumidores sobre los productores, al nivel de las decisiones fundamentales de qué y cuánto producir. Cuando predominan los productores los fines y los medios se trastocan, y los consumidores terminan decidiendo lo que quieren en base a lo que se pone a su disposición: porque existen tales y cuales productos se los necesita y se usan. Ello puede llegar a situaciones tan extremas como el surgimiento de guerras porque se tiene abundante provisión de armas. A nivel de la vida cotidiana ocurre constantemente que se desechan bienes útiles porque se producen otros nuevos incluso mejor diseñados para ser prematuramente desechados.

El perfeccionamiento del consumo, y con él de toda la economía, supone en consecuencia desplegar socialmente el poder de los consumidores. Esto ha sido planteado por algunos movimientos sociales en términos de hacer pesar la voz de los consumidores, promoviendo que rechacen o se nieguen a consumir ciertos productos específicos (por su contenido anti-ecológico, por ser producidos por grandes empresas que no respetan los derechos de los trabajadores, etc.). Pero no se trata sólo de que los consumidores tengan capacidad de no consumir ciertos productos, sino de que consuman aquellos con mayor servicialidad para el desarrollo humano y social, y de que consuman de un modo más libre, sustrayéndose al condicionamiento de los productores, de los poderes de mercado y de la publicidad.

En términos más generales y amplios, de lo que se trata es de restablecer los fines racionales de la economía mediante la acción de los propios sujetos que constituyen dichos fines, subordinando los medios de los cuales son proveedores las empresas. Volvemos, así, a la afirmación de que el desarrollo económico posible y conveniente es aquél que se funda en el relevamiento de los fines deseables personal y socialmente. Hacer que la economía, o más exactamente los sujetos que participan en ella, y en particular los consumidores, sean conscientes de sus fines y actúen consecuentemente con ellos, es el comienzo de toda auténtica transformación y perfeccionamiento de la economía.

 

Tercera Parte


EL CONSUMIDOR MODERNO, LA ÉTICA Y LA CUESTIÓN DE LA NATURALEZA HUMANA


 

XV. LA NATURALEZA HUMANA “ESENCIAL” Y LA “SEGUNDA NATURALEZA” CONSTRUIDA SOCIALMENTE.


 

La cuestión de la posibilidad de un cambio civilizatorio remite a la pregunta sobre la naturaleza del ser humano.


 

La cuestión de fondo que abordaremos en esta parte se refiere a la “naturaleza humana”, una cuestión filosófica de cuya respuesta depende la posibilidad de cambios existenciales, económicos, políticos y sociales, más o menos profundos y extendidos.

La importancia de la interrogante sobre la naturaleza humana resulta de observar y analizar los comportamientos del consumidor moderno, cuyas necesidades, aspiraciones y deseos y el modo de satisfacerlos actualmente, parecieran constituir un obstáculo insalvable para generar cambios profundos en los modos de vivir, de relacionarnos y de comportarnos los seres humanos. Si el modo de ser del consumidor moderno fuese expresión cabal y coherente de la naturaleza humana, sería utópico pretender un perfeccionamiento ético que viabilice una nueva y superior civilización.

Para responder la cuestión, recordaremos lo que ya expusimos sobre las necesidades humanas; pero iremos más allá, a un nivel de comprensión filosófica más profunda. En efecto, una nueva concepción de las necesidades humanas que nos orienta hacia formas superiores de consumo, debe fundarse en la comprensión de la naturaleza humana, una cuestión filosófica esencial, indispensable para concebir y actuar el desarrollo humano integral, tanto a nivel personal como social y civilizatorio.

A lo largo de la época moderna se han formulado e intentado numerosos proyectos de cambio social, económico y político tendientes a crear una sociedad más justa, o una civilización más humana. Tales intentos han alcanzado ciertos niveles de desarrollo interesantes, son preciosos en cuanto testimonio de la posibilidad de otra economía y de otra política, éticamente superiores a la capitalista y estatista. Pero no han podido hasta ahora convencer de que sean también más eficientes desde el punto de vista de la satisfacción de las necesidades humanas individuales y colectivas, o que sean suficientemente realistas en cuanto a su viabilidad y permanencia en el tiempo. De hecho tales proyectos no han logrado prevalecer ni consolidarse a nivel suficientemente general como para convencer de sus reales ventajas y conveniencia para todos.

Una de las principales críticas que se hacen a estos proyectos de cambio y creación de nuevas formas y estructuras sociales es que no tienen en cuenta a los seres humanos tales como son, con sus complejas necesidades, aspiraciones y deseos, por lo cual serían en definitiva proyectos utópicos, que están destinados a fracasar por no basarse en una comprensión realista de la “naturaleza humana”.

Y en efecto, es esencial la cuestión de la “naturaleza humana” cuando se trata de proponer la creación de una nueva economía, de una nueva organización política y de una superior civilización. Cualquier proyecto de sociedad que suponga la participación libre de las personas en su construcción, debe ser realista respecto a los comportamientos que se puedan esperar de los individuos y grupos en lo que se refiere a su disposición al trabajo, las opciones de consumo, el deseo de poseer y acumular, la voluntad de participación en organizaciones y comunidades, etc. En síntesis, se requiere una correcta comprensión de las necesidades, aspiraciones y deseos de las personas, en correspondencia con la que sería la “naturaleza humana”.

Es evidente que toda concepción económica y política suficientemente coherente debe fundarse en alguna filosofía o antropología, que incluya un particular modo de entender las necesidades humanas. Comencemos recuperando conceptos expresados en la primera parte, para presentar el problema en su justa dimensión.


 

La concepción liberal de las necesidades y de la naturaleza humana.


 

La economía y la política liberales se fundamentan en una manera positivista de comprender a los seres humanos y sus necesidades. Según dicha concepción, no existiría en realidad una esencia o naturaleza humana común a todos los hombres, sino solamente individuos que son como se comportan y muestran empíricamente, con toda su diversidad y diferenciación, cada uno provisto de aquellos intereses, necesidades, deseos y características que ponen de manifiesto en sus actuaciones y en sus mutuas relaciones. La sociedad como tal tampoco existiría como un todo orgánico, siendo no otra cosa que el conjunto de los individuos interrelacionados e interactuando concretamente en territorios determinados, efectuando unos con otros intercambios y contratos que configuran los mercados, y dando lugar a un orden político en base a relaciones de fuerza y a acuerdos, pactos y convenciones sociales y jurídicas.

Según esta concepción, las necesidades son individuales y se manifiestan directamente en aquello que los individuos demandan y compran en el mercado. Cada individuo tiene necesidades distintas, que responden a su edad, a sus características personales, a sus gustos, a su grado de desarrollo, a sus condiciones propias corporales, a su intelecto, a sus niveles de ingreso. Todos los individuos son distintos, y aunque compartan algunas necesidades (todos tenemos necesidad de comer), las necesidades se experimentan individualmente y será cada uno quien determina qué comer, cuándo comer, dónde comer, etc. Las necesidades deben ser expresadas por los individuos, partiendo de la base que somos todos distintos y que hacemos opciones libres. Por ello, no corresponde que nadie nos diga qué necesitamos satisfacer, pues cada uno lo sabe y lo puede expresar.

Además, las necesidades serían recurrentes, es decir, se satisfacen cada vez, pero vuelven al poco tiempo a presentarse insatisfechas, porque se las concibe como carencias o vacíos que están permanentemente llenándose, o sea, satisfaciéndose, y volviendo luego a vaciarse, y por lo tanto estarían constantemente demandando los bienes y servicios que las llenan o completan en el momento, pero que luego —cuando el bien o servicio termina de prestar su utilidad —, vuelven a presentarse insatisfechas.

Junto con ser recurrentes, se piensa que las necesidades son crecientes. Los seres humanos, una vez que satisfacemos ciertas necesidades, queremos siempre satisfacer otras, nuevas, más amplias y más sofisticadas necesidades. Y estamos siempre de alguna manera en un grado de insatisfacción. Los seres humanos satisfacen en determinado momento unas necesidades, y después quieren más. No somos como los animales que se mantienen en un estado estacionario de necesidades, sino que vamos ampliando, multiplicando, diversificando, sofisticando nuestras necesidades. Puede decirse en tal sentido, que los seres humanos seríamos insaciables.

Las necesidades –así entendidas— se satisfacen con productos y servicios. Las necesidades son esas carencias o vacíos que encuentran apagamiento o satisfacción a través de bienes y servicios que los llenan cuando son consumidos por cada individuo. Por lo tanto, hay una suerte de correspondencia biunívoca entre necesidades y productos y servicios. A cada necesidad corresponde un producto y servicio o una gama de productos y servicios entre los cuales cada individuo puede optar. Y a cada producto y servicio corresponde una necesidad, puesto que cada producto o servicio está hecho y predispuesto en función de satisfacer necesidades determinadas. Como las necesidades van expandiéndose, multiplicándose y diversificándose, también la economía va multiplicando y diversificando los productos y servicios que ofrece. Y están surgiendo constantemente en la economía más bienes y más servicios para satisfacer más necesidades y más deseos que aparecen en las personas. Los vacíos, las carencias que experimentan los individuos en este proceso, cada vez que se llenan vuelven a presentarse luego como vacíos más grandes, por lo que se requieren recurrentemente más bienes y servicios para llenarlos. Seríamos, pues, insaciables.


 

La concepción estatista de las necesidades y de la naturaleza humana.


 

Otra muy distinta concepción de las necesidades que es también parte de la civilización y economía modernas, y que también se formula en dependencia del cientificismo positivista — unque se presenta como opuesta o diametralmente distinta a la concepción liberal—, es la que corresponde al enfoque de la planificación centralizada y de la organización económica estatista. La concepción del hombre subyacente es aquella postulada inicialmente por Ludwig Feuerbach y desarrollada por Marx y Engels en el denominado materialismo histórico, según la cual la “naturaleza humana” no tiene nada que se parezca a una esencia constitutiva presente en cada persona, sino que se identifica directamente con la especie humana, o con la sociedad entendida como especie natural. La “naturaleza humana” sería nada más que el conjunto de las relaciones sociales, históricamente determinadas.

Esta concepción del hombre y de sus necesidades también las concibe como carencias, como vacíos recurrentes que se satisfacen con productos. Pero se diferencia de la anteriormente expuesta, en que hace una neta distinción entre las que serían las verdaderas necesidades humanas –aquellas propias de la especie—, y los que serían solamente deseos, aspiraciones y caprichos individuales. Las verdaderas necesidades serían claramente identificables y prácticamente iguales para todos. Son necesidades comunes a todos los hombres: todos tenemos más o menos las mismas necesidades de alimentarnos, vestirnos, habitar una vivienda, adquirir conocimientos indispensables, disponer de cuidados de salud, etc. Por lo tanto cada sociedad puede definir sus necesidades como colectivo; es la sociedad la que puede determinar las necesidades que en cada momento tiene y debe satisfacer. No le corresponde a cada individuo determinar sus necesidades, porque cada individuo es parte de una colectividad, y cuando se separa de la colectividad y actúa como individuo, expresa sus caprichos y deseos individualistas que lo ponen en contra del bien colectivo, separándolo de la especie humana o sociedad.

Según este enfoque, las necesidades son pocas, son determinables claramente, y son perfectamente jerarquizables, desde las necesidades más básicas a las más sofisticadas, de tal manera que se puede planificar su satisfacción a través de la acción del Estado.

Las necesidades desde esa óptica no son relevadas o puestas de manifiesto en el mercado por cada individuo, sino que son técnica y autoritariamente definidas, por acción de la autoridad, para cada momento histórico. Es la colectividad la que va determinando las necesidades que en la dinámica expansiva de la economía pueden o no ir siendo satisfechas. Pero como la sociedad se encuentra dividida en clases sociales, la especie humana es representada en cada época histórica por la clase progresista, y hasta que no se cumpla la plena integración de la especie, corresponderá al Estado (controlado por la clase progresiva) representar a la colectividad. Por lo tanto, hay que planificar la economía, regularla estrictamente, y hay que reducir los espacios de libertad en que los individuos expresen sus necesidades, porque si cada individuo persistiera en expresar libremente sus demandas, no hay planificación que se pueda realizar de manera coherente. Convendrá, pues, aplacar las necesidades individuales, regularlas estableciendo nítidamente aquellas que serían legítimas o aceptables, reprimirlas si es necesario e impedir que se manifiesten individualmente, puesto que los seres humanos deben expresarlas socialmente y de manera racional, en el marco de un plan o programa coherente de satisfacción de necesidades. En una versión menos radical y actualmente más aceptada, corresponde a la mayoría social expresada a través de los mecanismos de representación democrática controlar el Estado y determinar las necesidades comunes que el Estado debe garantizar.


 

La concepción ecléctica y pragmática de las necesidades.


 

Hay una relativamente estrecha correspondencia entre estas dos concepciones del hombre y de las necesidades, y lo que postulan los principales proyectos políticos que se confrontan en la sociedad moderna. Pero lo que ha tendido a predominar es cierta posición intermedia, o una mezcla de ambas.

Por un lado hay un reconocimiento creciente de que los individuos tienen necesidades legítimas, que pueden expresar con libertad y buscar su satisfacción con los medios que cada uno pueda lograr. Por lo tanto, existe una legitimación del mercado como instrumento de acceso a los bienes y servicios para satisfacer las necesidades y como lugar donde éstas pueden manifestarse. Hoy día nadie discutiría que las personas pueden comprar con su dinero lo que se les ofrezca en el mercado y demandar otros bienes —si no les son ofrecidos— a alguien que se los pueda elaborar.

Pero al mismo tiempo hay consenso, cierto acuerdo social, de que existe un nivel básico de necesidades que es común a todas las personas, que todos tenemos que satisfacer, y que no queda subordinado a la dinámica del mercado. Entonces se reconoce la legitimidad de que un orden de necesidades sea regulado, y sea ofrecida su satisfacción por el Estado mediante una acción planificada, con leyes que establecen mínimos de bienestar para todos, que establecen niveles de acceso a ciertos bienes y servicios que es indispensable satisfacer. La satisfacción de estas necesidades generales es concebida como derechos que los ciudadanos pueden exigir al Estado.


 

El actual consumidor moderno no es sostenible.


 

El reconocimiento de ambas lógicas como legítimas da lugar a una estructura de las necesidades, y a un tipo de consumidor —lo llamaremos el consumidor moderno— muy complicado, que genera un problema económico tendencialmente insoluble, y que como lo iremos comprendiendo cada vez mejor, es lo que origina la gran crisis orgánica que afecta a la actual civilización moderna.

En efecto, desde ambas racionalidades (la del mercado libre y la del Estado proveedor), las necesidades están creciendo, multiplicándose y diversificándose, y en consecuencia la economía está fuertemente presionada a crecer, a multiplicar su oferta de bienes y servicios para satisfacer tanto las necesidades colectivas como las individuales, o sea, tanto las necesidades expresadas ante el Estado como demanda común para todos, como aquellas que se expresan ante el mercado con libre acceso individual. Desde ambas perspectivas, desde ambas lógicas, se está viviendo un elevamiento del umbral de lo que se demanda, y del nivel al cual se aspira.

Por un lado está la lógica del mercado, que es fundamentalmente una lógica de individuación, una lógica de diferenciación, donde cada cual trata de diferenciarse, de prestigiarse, de competir con el otro, de tener por lo tanto más acceso a bienes y servicios. Entonces se produce una competencia entre los individuos que hace que quienes tienen poder de compra, quienes tienen capacidad de acceso a ciertos bienes en el mercado, demanden productos, bienes y servicios cada vez más sofisticados, cada vez más complejos, más amplios o en cantidades mayores. Pero al mismo tiempo se genera socialmente también un elevamiento consistente y persistente del nivel mínimo considerado socialmente aceptable. De tal manera, que cada vez el Estado es exigido a ofrecerle a sus integrantes niveles crecientes de satisfacción de sus necesidades; mejor alimentación, mejores condiciones de habitabilidad mínima, mejores medios de transporte común para todos, mejores sistemas educativos, mejores servicios de salud, niveles de acceso a la educación cada vez más elevados, etc.

El elevamiento del nivel individual genera un elevamiento del nivel colectivo, por efecto demostración, por efecto de imitación, por efecto de que “bueno, lo que otros tienen por qué no lo podemos tener todos”. A su vez, el elevamiento del nivel de lo que es común para todos, genera una presión hacia el mercado para diferenciarse, porque si, por ejemplo, ya todos tuvieran educación universitaria, el mercado generaría las instancias para todos aquellos que quieran ser más que el común, y que por lo tanto presionan por niveles de enseñanza más elevados para sus hijos. Y así en todos los ámbitos de necesidades.

El consumidor moderno actual, además de ser insaciable, es tremendamente demandante y exigente frente al Estado, pues considera que tiene derecho a que el Estado le provea de todo lo que se necesita para alcanzar el nivel social medio, y además, que tiene derecho a que el mercado le proporcione todo lo que desee y pueda pagar. Y si no lo puede pagar, considera que tiene derecho a que le den el crédito necesario para comprarlo.

Todo esto da lugar a un proceso de aceleración impresionante de las demandas, tanto individuales como sociales. Es lo que hemos estamos viviendo desde hace años. Y esa expansión y esa explosión de las necesidades y de las demandas hacia ambos sistemas a través de los cuales se busca satisfacción, genera una presión enorme sobre el sistema productivo. Una presión para crecer, es decir, para aumentar el proceso de producción de bienes y servicios junto con la expansión de las necesidades.

Tal como lo hemos descrito, el consumidor moderno —sujeto insaciable cuyas necesidades y deseos están en perpetuo crecimiento, que busca proveerse siempre y cada vez de más objetos y servicios que llenen sus propias carencias recurrentemente insatisfechas, y que en el mercado está en una constante búsqueda de novedades y de accesorios que lo diferencien de los demás con quienes se encuentra siempre en competencia— es un individuo que probablemente nos resulte poco simpático y nada atractivo. Nos resultaría en cambio decididamente desagradable si nos diésemos cuenta de que ese mismo comportamiento que tiene respecto de los bienes y servicios habitualmente lo extiende también respecto de las personas con las que se relaciona e interactúa, en el sentido de que también en ellas busca constantemente la utilidad para sí, esto es, que le sean útiles y contribuyan a la satisfacción de sus propias necesidades, aspiraciones y deseos. Pero de todo esto las personas raramente se dan cuenta, no son conscientes, si bien en los hechos los individuos tienden a desconfiar más que a fiarse de los otros. Y sin embargo, como casi todos deben reconocerse parecidos a dicho consumidor, y por tanto deben aceptar que tienen comportamientos similares, terminan por adaptarse y aceptarse civilmente unos a otros, y a menudo incluso se respetan y parecen quererse (especialmente cuando se encuentran unos al lado de los otros haciendo shopping o hablando de sus compras). Es un hecho, además, que las personas tienden a querer a aquellos que se les parecen, y a discriminar y rechazar (despreciar o envidiar según sea el caso) a los diferentes.

Pero está, además, el otro lado del comportamiento de los consumidores modernos, que los torna en cierto modo amables en cuanto establece entre ellos un terreno común, un compartir objetivos e intereses. Me refiero al hecho de que este mismo consumidor moderno pide y exige al Estado siempre mayores y mejores soluciones que impliquen niveles de creciente bienestar social iguales para todos. Esto lleva a los consumidores —en este caso, a los demandantes de bienes y servicios públicos— a organizarse en función de realizar actividades de presión y reivindicación de derechos frente al Estado. Sin embargo, no necesariamente esto establece un nivel ético superior. En algunos casos puede entenderse así (por ejemplo, cuando personas idealistas solicitan el cumplimiento de los derechos para categorías o grupos sociales desfavorecidos); pero habitualmente los grupos se organizan para exigir beneficios para ellos mismos, y los exigen aún a menudo sabiendo que los recursos limitados que tiene el Estado podrían emplearse de manera socialmente más útil, provechosa o justa, en vez de hacerlo del modo en que el grupo lo exige. Además, a menudo se exigen como derechos, ciertos bienes y servicios que en realidad constituyen privilegios. En fin, sucede también que algunas “luchas” por los derechos esconde un componente de envidia social.

Pues bien, cuando este “consumidor moderno” se generaliza y expande por toda la sociedad, difícilmente puede pensarse en un cambio profundo de la sociedad, ni menos en la construcción de una nueva civilización éticamente superior. Entonces, desde el punto de vista teórico en que estamos desarrollando este análisis, lo que interesa es saber si este consumidor moderno y este modo de entender y de vivir las necesidades, corresponda a la “naturaleza humana”, o si se trata más bien de una manera de ser que puede cambiarse y sustituirse por otra, que podamos considerar “más humana”. La cuestión es crucial, porque como hemos visto, no tiene sentido proponer un tipo de economía o un proyecto de nueva civilización que no se base y tenga en cuenta a los seres humanos tales como son.


 

El “consumidor moderno” como expresión de una “segunda naturaleza” construida socialmente encima de la naturaleza humana esencial.


 

Es probable que, puestos ante esta descripción del actual “consumidor moderno” y ante esta presentación de las necesidades humanas, muchos tienden a pensar que correspondan bien a la naturaleza humana. “Así son los seres humanos”, se piensa en primera instancia. Sin embargo, esas mismas personas difícilmente estén dispuestas a aceptar que ellas se comporten de esa manera, o que estén bien representados por esa descripción del consumidor moderno que lo muestra como ávido, individualista, posesivo, exigente, envidioso.

El hecho de que las personas estén más dispuestas a atribuir a los demás este modo de ser y de comportarse, y tengan dificultad para reconocerlo como el propio modo de ser, no habla solamente de una diferente medida para juzgar y juzgarse, más estricta para los otros y más complaciente para sí. Además de ello, puede hipotetizarse que cada uno de nosotros, incluso si aceptamos que nos comportemos a menudo del modo indicado, pensamos sin embargo en la intimidad que no somos así, o al menos que no lo hemos sido siempre, o que fuimos diferentes en algunas fases o momentos de la vida, y en todo caso que tenemos la posibilidad de comportarnos diversamente.

Pero si ello es así, o bien si estamos al menos dispuestos a aceptar que algunas personas actúen de modo diferente, o si ha habido comportamientos distintos en el pasado histórico, entonces no se puede absolutamente decir que el consumidor moderno sea la única y cabal expresión de la naturaleza humana.

Sin embargo, es necesario compatibilizar esto con el hecho de que las personas –de manera muy generalizada— son realmente tal como las hemos descrito, y que este comportamiento y modo de ser está de hecho profundamente enraizado en los individuos de nuestra sociedad y civilización.

Existe un modo preciso de comprenderlo. Es concebir la naturaleza humana como una cierta estructura de base, constituida por algunos elementos esenciales generales y comunes a todas las personas independientemente de la época, la organización social, las condiciones históricas, etc. Una naturaleza “esencial” que, sin embargo, está y permanece abierta a –o que tiene la posibilidad de— adquirir diversas formas más complejas que la puedan en cierto sentido convertir o hacer evolucionar a otra estructura; o mejor, una estructura básica, primaria, sobre la cual se pueden levantar otras estructuras; o bien, como una determinada naturaleza humana sobre la cual se pueda establecer una “segunda naturaleza”, que a su vez se presente con diferentes alternativas posibles.

En este sentido, el modo de ser y de comportarse del consumidor moderno, con su manera de vivir y de satisfacer sus necesidades, no sería la expresión directa de la naturaleza humana, sino la manifestación de una “segunda naturaleza”, que se levanta sobre la primera, y que ha sido creada en el curso de la constitución y desarrollo de una civilización y de una economía capitalista, estatista y consumista que la necesita como sistema.


 

La idea de una “segunda naturaleza humana”.


 

La idea de que sobre la naturaleza humana esencial puedan levantarse “segundas naturalezas”, no es nueva. Diferentes autores se han referido a una “segunda naturaleza” humana, pero entienden por ella cosas diferentes. Para algunos se trata de la naturaleza humana consciente, que debe distinguirse de la naturaleza humana biológica. Otros toman el término en sentido histórico, y conciben la “segunda naturaleza” para referirse a tipos humanos que se caracterizan por su pertenencia a una religión o a una ideología política. Algunos piensan en la idea de un “hombre nuevo” como portador de una “segunda naturaleza”. Y tal vez en la base de todas estas concepciones esté el antiguo proverbio que dice: “La costumbre es una segunda naturaleza de los hombres”.

Estas distintas ideas sobre la “segunda naturaleza” tienen alguna relación con el concepto que estamos presentando, pero referir el término al consumidor moderno (o más en general, al concepto de “homo oeconomicus” sobre el que se fundamenta la elaboración teórica de la economía capitalista) trae novedades y aporta una mayor profundidad teórica. En particular, la cuestión teóricamente importante para nosotros es comprender cómo pueda concebirse una “segunda naturaleza”, y qué relación tenga con la “naturaleza humana” propiamente tal.

Ante todo, es obvio que la existencia de “segundas naturalezas” supone que la “naturaleza humana” sea tal que permita que sobre ella se levanten esas “segundas naturalezas”. Como esto no parece que pueda atribuirse a las demás especies animales, identificaremos en la característica específicamente humana de la conciencia, y más precisamente, en la racionalidad y en la libertad, el fundamento que hace posible la creación de las “segundas naturalezas” humanas.

Esa conciencia libre, en efecto, hace posible que los humanos, o algunos de ellos, se disocien respecto a una naturaleza biológica común (propia de la especie), o mejor dicho, que tomen bajo su control la dirección del propio desarrollo y evolución. Es indispensable ser libres para tener la posibilidad de diferenciarse y cambiar, y ser racionales para tomar el control y definir una dirección al cambio, de modo que se pueda desarrollar un cierto modo de ser, o crear “otra estructura” como hemos definido también la “segunda naturaleza”.

No es suficiente, sin embargo, la conciencia y la libertad para fundamentar una supuesta “segunda naturaleza” humana de carácter social. En efecto, la conciencia y la libertad son individuales, esto es, atributos de los individuos que les permiten actuar como tales individuos. En este sentido, la disociación y la auto-dirección que se imprima al desarrollo propio, pudiera resultar infinitamente diferenciado (para cada individuo libre, un diferente modo de ser). En cambio, estamos hablando de una “segunda naturaleza” que si bien pudiera no entenderse como involucrando a todos los seres humanos, a la especie completa, incluiría y subsumiría a una gran población humana.

Por ello, la “segunda naturaleza” no puede sino ser “social”. Y la socialidad es, en efecto, propia de la “naturaleza humana”, igual como lo son la racionalidad y la libertad a que nos hemos referido. Esto significa que una “segunda naturaleza” no puede crearse sino combinando procesos individuales con procesos sociales, esto es, como un proceso de construcción social que incorpora a muchos individuos que comparten una cierta racionalidad y una voluntad de integrarse a un proceso de creación colectiva; o bien, que sean integrados a un modo de ser colectivo a través de la coerción y del consenso o conformismo.

En todo caso, cuando decimos proceso “social”, decimos más concretamente proceso “económico”, “político”, “cultural”, que son las dimensiones en las que se manifiesta la acción colectiva (social), y en las cuales se estructura la sociedad humana y los comportamientos individuales y colectivos.

Pero los seres humanos parecen ser hoy más “sociales” que “libres”. Quiero decir que habitualmente, y en la gran mayoría de las situaciones y de los casos, las personas actúan condicionadas socialmente, fuertemente determinadas por la colectividad de la que forman parte, conformándose según las exigencias y los requerimientos de la economía, del orden político (institucional, jurídico, etc.) y del contexto cultural en los cuales nacen, crecen y se educan.

La libertad individual se manifiesta siempre, pero habitualmente en los hechos pequeños, en las decisiones menores, mientras que en las grandes direcciones que implican procesos históricos, estructurales, civilizatorios, siguen normalmente las direcciones establecidas y actúan “socialmente” (como “hombres masa”). Pongo un ejemplo: como “consumidores” los modernos se comportan como “masa”, siguiendo criterios semejantes y comunes en cuanto a la racionalidad y a la lógica con que actúan. Como individuos “libres” toman decisiones diferenciadas escogiendo las marcas de los productos particulares en los estantes del supermercado. Por esto es tan difícil actualmente crear una nueva economía, una nueva civilización, una nueva “segunda naturaleza”, y un nuevo tipo de consumidor como integrante de ella.


 

La creación de una nueva “segunda naturaleza” humana.


 

En este punto se habrá ya comprendido que crear una nueva y superior civilización consiste, en última síntesis, en la creación de una nueva y superior “segunda naturaleza” en los seres humanos. La posibilidad de ésta (si bien sumamente difícil) sería inherente a la “naturaleza humana” esencial, en cuanto deriva de la racionalidad y libertad, y del hecho de que somos “sociales” y por tanto capaces de construir procesos, organizaciones y estructuras económicas, políticas y culturales.

Pero para iniciar la creación de esta “segunda naturaleza” nueva y superior, basada también ésta sobre la “naturaleza humana” esencial, es necesario separarse y tomar distancia respecto a la “segunda naturaleza” actualmente predominante, esa del homo oeconomicus y del consumista contemporáneo.

¿Es posible –y ¿cómo?— la creación de una nueva “segunda naturaleza”, o sea un cambio profundo en el modo de ser y comportarse de las personas?

Teóricamente es posible en cuanto en la “naturaleza humana” básica está la libertad, la posibilidad de decidir, y por ello siempre existe la posibilidad de la autonomía respecto de la “segunda naturaleza” dada. Una nueva “segunda naturaleza” es posible en cuanto los hombres pueden decidir, escoger, crear, y orientarse por sí mismos; y es posible también que tal nuevo modo de ser se generalice, por cuanto la libertad individual está limitada por condicionamientos, influencias, contextos, poderes, etc., que podrían ir cambiando.

Sin embargo, para iniciar la creación de una “segunda naturaleza” es ante todo necesario que algunos individuos alcancen la autonomía (mediante su propia racionalidad y libertad) respecto a la “segunda naturaleza” predominante. Estos individuos, organizados en redes y potenciándose recíprocamente, podrán luego expandir el nuevo modo de ser y de comportarse, a través de acciones y procesos sociales, económicos y políticos que impulsen coherentemente.

Pero el hecho que hay que asumir es, primero, que el inicio de la creación de una nueva civilización es hoy, tal como lo ha sido en el pasado, un proceso iniciado por pocos, porque son pocos los que aplican la libertad a las grandes direcciones del propio vivir y no limitadamente a decidir sobre cuestiones secundarias en un marco socialmente establecido y predeterminado.

Para que los individuos puedan iniciar la creación, en sí mismos, de una nueva “segunda naturaleza”, es necesario que se conecten con la primera naturaleza, haciéndose libres, racionales y sociales. Si no nos conectamos con nuestra “naturaleza humana” esencial, no podemos iniciar la creación de una nueva y superior “segunda naturaleza”. En particular, la creación de un nuevo tipo de consumidor supone desprenderse de aquella “segunda naturaleza” que se manifiesta en el consumidor moderno. Pues bien, para desprenderse y liberarse de tal “segunda naturaleza” es necesario que establezcamos contacto con nuestra íntima “naturaleza humana” esencial, y su correspondiente estructura esencial de necesidades.

Tomar contacto con nuestra íntima “naturaleza humana” esencial no es sencillo, porque ella se encuentra escondida y oprimida bajo la “segunda naturaleza” que la civilización capitalista y estatista ha construido en nosotros; por esto es preciso comenzar con la conquista de la autonomía respecto de esa “segunda naturaleza” y de los modos de pensar y de comportarse propios de la vieja civilización.

Un elemento primordial de esta conquista de la autonomía consiste en des-cubrir y re-conceptualizar las necesidades y su modo de ser y de manifestarse, tal como se dan al nivel de nuestra “naturaleza humana” esencial. En otras palabras, conectarse con nuestra “naturaleza humana” esencial implica ante todo tomar conciencia de la forma verdaderamente humana — racional, libre y social — en que se manifiestan nuestras necesidades, aspiraciones y deseos.

Ha sido en este sentido que, para fundamentar la propuesta de una Economía de Solidaridad y Trabajo fundamentada en una más amplia Teoría Económica Comprensiva, hemos elaborado una nueva concepción de las necesidades humanas. El fundamento filosófico de esta nueva concepción de las necesidades humanas es una concepción del hombre distinta y distante de las concepciones positivistas (subjetivistas, relativistas o materialistas) que han predominado en la civilización y en la economía modernas y que dieron lugar tanto a la idea liberal como a la concepción colectivista de las necesidades humanas.


 

La naturaleza humana como “esencia” potencial, abierta y en evolución.


 

En la Teoría Económica Comprensiva nos basamos en una concepción del hombre que reconoce al individuo como sujeto libre y racional, capaz de hacerse y modificarse a sí mismo en base a sus propias formas de conciencia, a sus decisiones libres y a su voluntad particular, y a la sociedad humana que como especie o colectividad evoluciona y se auto-organiza a través de procesos económicos, políticos y culturales complejos y cambiantes.

En tal sentido, reconocemos aquello que proponen como conocimiento verdadero las concepciones positivistas modernas (relativistas, deterministas e historicistas); pero todo ello lo integramos en una visión comprensiva, en la cual no negamos la existencia de una “naturaleza humana” esencial. En este último sentido, recuperamos aquello que aporta la tradición filosófica que viene desde Aristóteles y que fecundó a las grandes filosofías antiguas y medievales, que sostienen que el ser humano posee una esencia natural, o una “naturaleza humana” esencial, de carácter no puramente biológico sino también espiritual, que es común a todos y a cada uno de los individuos.

¿Cómo se integran y hacen coherentes la afirmación de que los seres humanos se hacen a sí mismos como individuos libres, que configuran sus propias estructuras de necesidades y que en dicho proceso se diferencian indefinidamente unos de otros, con la concepción de una esencia natural, o de una “naturaleza humana” esencial y común a todos los individuos?

La idea de una esencia del hombre o de una “naturaleza humana” esencial ha sido criticada en la filosofía moderna precisamente porque no podría reconocer adecuadamente la cambiante dinámica de la existencia humana en la historia, ni comprender el profundo significado de la subjetividad y libertad características de la experiencia del individuo moderno y de las organizaciones social e históricamente determinadas. Pero podemos superar esta crítica —que sería válida en cuanto se piense en una “naturaleza humana” inmutable y completamente definida— en la medida que desarrollemos teóricamente una idea presente pero no desplegada por la filosofía aristotélica y sus derivaciones medievales, a saber, que la naturaleza esencial del hombre, con ser tal y precisamente por serlo, se encuentra en los individuos y grupos reales y particulares, como la potencia de un acto siempre imperfectamente realizado.

De esta manera, la experiencia diferenciada de los individuos y la diversificada evolución histórica de la sociedad, se entienden como el proceso de realización o actualización progresiva de una esencia inconclusa.

Se supera así de manera radical la supuesta estaticidad de la concepción de la “naturaleza humana” esencial, toda vez que sin negar que los seres humanos posean una esencia o naturaleza común, se la concibe en permanente construcción, como un proceso y no como un dato.

Con esta forma de concebir la “naturaleza humana” esencial, no solamente quedan reconocidas la subjetividad individual y la historicidad social, sino que ellas aparecen y se hacen presentes en un nivel de profundidad y radicalidad mucho mayor, incluso insospechada por las propias concepciones subjetivistas e historicistas modernas. En efecto, la subjetividad de los individuos y la historicidad de la especie o sociedad, no se aprecian solamente como datos empíricos sino que se los reconoce esencialmente, o sea en lo más radical y profundo del propio ser humano, con la consecuencia que el mismo proceso de realización y actualización de la esencia humana es obra de su propia libertad, subjetividad e historicidad.

Según este modo de concebirla, la “naturaleza humana” esencial se manifiesta como esencial y constitutivamente abierta, y el proceso de su actualización como la realización de un proyecto que se encuentra sujeto a su propia y libre subjetividad, que se cumple progresivamente en la historia y la evolución de las formas sociales y de las civilizaciones humanas.

La apertura, sin embargo, no es absoluta, o sea no se trata de indeterminación pura, pues la esencia o naturaleza constitutiva del hombre, por abierta y potencial que sea, es también de alguna manera acto, realidad constituida en algún grado o medida (el acto de su potencia, diríamos en lenguaje aristotélico), lo que en otras palabras significa que la experiencia individual y social humana está volcada y llamada a realizar lo que potencialmente es el hombre, y no cualquier cosa.

Y es en este proceso de actualización y realización de la propia esencia o “naturaleza humana”, que se van constituyendo históricamente, como fruto de la libertad y racionalidad humana en su evolución social e histórica, las “segundas naturalezas” de que hemos hablado. Cada una de éstas, enraizada en, y expresión parcial de, la naturaleza humana esencial. Y cada una de ellas dejando su huella, sus sedimentos, sus avances, logros y progresos, en la esencia humana o “naturaleza humana” esencial. De este modo ésta va evolucionando, transformándose, perfeccionándose progresivamente.

Por ejemplo, la conformación del individuo moderno, como sujeto de legítimos intereses y derechos individuales, y la concepción de la sociedad humana como realidad que debe garantizar derechos y necesidades fundamentales comunes para todos, serían logros definitivos, realizaciones consolidadas, en cuanto expresiones de la actualización de lo que estaba anteriormente sólo en potencia.


 

¿Cómo impacta esta concepción de la naturaleza humana sobre la cuestión de las necesidades?


 

De acuerdo a nuestra concepción del hombre, lo primero es pensar que las necesidades son una expresión de la voluntad de realización inherente a la esencia de la persona humana, en niveles crecientes y cada vez más amplios. Concebimos las necesidades como manifestaciones de la esencia humana que busca desplegarse, completarse, potenciarse. En su más profundo significado, las necesidades expresan la voluntad de ser, o sea la intención de la naturaleza humana esencial presente en cada individuo, en cada colectivo y en la sociedad entera, orientada o volcada hacia su más plena realización. Podemos decir que las necesidades son los detonantes de las actividades y procesos tendientes a convertir en acto lo que está solamente en potencia, como virtualidad, en cada individuo y en cada grupo.

Debemos sacarnos de la mente el pensar las necesidades como las necesidades de los animales, porque esa idea con que se ha trabajado en la economía moderna, que las entiende como carencias que se resuelven con objetos, es lo que ocurre a los animales. Estos, en cuanto seres fundamentalmente corpóreos que viven solamente en el nivel fisiológico y en el ámbito de las sensaciones, experimentan de ese modo las necesidades. Y ¿cuál es la imagen que nos viene a la mente en forma inmediata cuando pensamos en las necesidades humanas de dicho modo? La necesidad de comer, que compartimos con los animales y que experimentamos de manera parecida (aunque con notables diferencias) a como la viven los animales.

Pero los hombres y las mujeres tenemos algo esencial que nos distingue de todas las otras especies: somos de otro orden, estamos dotados de racionalidad y de libertad. El comienzo de la posibilidad de pensar con un nuevo paradigma radica en el redescubrimiento del ser humano como una realidad esencialmente espiritual; pero entendiendo el espíritu no en sentido etéreo, angélico o de algo que es inaprensible e inobservable, sino en el sentido de una realidad que es objetiva y que se subjetiva en las personas concretas, corpóreas, que somos cada uno de nosotros.

De aquí derivan algunas precisiones sobre las necesidades en cuanto específicamente humanas:

a) Las necesidades se experimentan en el plano de la conciencia.

Aún aquellas necesidades que son corporales, como la de alimentarnos, se viven subjetivamente, concientemente, y se experimentan en el plano del espíritu. No es simplemente una necesidad biológica, como no es una necesidad puramente biológica la necesidad sexual; como no es puramente biológica la necesidad de curar una herida. En el ser humano todo ocurre y todo se vive concientemente, es decir, secuencial o concomitantemente en el plano interior y en el plano corporal, y en ambos planos se busca encontrar la satisfacción de la necesidad.

b) Las necesidades son energías, son potencias que buscan su actualización.

Asociado a lo anterior está el hecho que las necesidades no se presentan como vacíos que llenar, sino como energías que se despliegan. Son potencias, son fuerzas que buscan su satisfacción. Son vectores direccionados, en el sentido de que están buscando activamente algún logro, algún resultado para el individuo o para el grupo.

c) Las necesidades se satisfacen en el despliegue de la energía que contienen.

Son energías, pero son también energías capaces de autosatisfacerse. Es decir, la necesidad no necesariamente se satisface mediante algo externo, sino que el propio despliegue de su energía significa la satisfacción de la necesidad. Es así al menos en muchas de ellas, o tal vez en todas desde cierto punto de vista, o a partir de cierto nivel de satisfacción. Por ejemplo, la necesidad de conocimiento se satisface no a través del conocimiento formulado y ya construido que se le presenta a la persona para que lo memorice, llenando así su ignorancia pensada como el vacío que llenar. La necesidad de conocimiento la satisface la construcción activa de un conocimiento, que puede utilizar o emplear como insumo o como componente algún conocimiento que otros han elaborado anteriormente; pero no se produce ningún efecto en el sujeto si éste no lo reconstruye mediante su propia acción de aprendizaje. Sólo si el individuo la realiza activamente, esa necesidad es satisfecha. Lo mismo pasa con todas las necesidades.

d) Las necesidades se reproducen y potencian al satisfacerse.

Las necesidades, como energías que se autosatisfacen, son también energías que se auto-reproducen, o sea, no es que las necesidades sean simplemente recurrentes, como cuando algo que se llena después se vacía, por lo tanto hay que volver a llenarlas. No se trata de recurrencia, sino que hay una reproducción de las necesidades. Y para reproducir una necesidad es necesario que la necesidad haya sido desplegada y haya sido satisfecha. Por ejemplo, una persona tiene necesidad de lectura, de leer novelas, poesía, y de escuchar música, etc. Esas necesidades las desarrollamos y perfeccionamos en la medida que leemos, que escuchamos música, que estudiamos. Desarrollamos las necesidades estéticas en la medida que observamos (o mejor aún, que creamos) pinturas, esculturas, en que vamos a museos, en que nos cultivamos.

e) Las necesidades son fuerzas constructivas y no debilidades que habría que subyugar.

Existe un concepto de las necesidades —que podemos caracterizar por su conexión a las concepciones budistas— que apunta en una dirección distinta de lo que estamos diciendo pero que se conecta y puede ayudarnos a concebir bien las necesidades humanas. Señala ese concepto que el único estado de plena satisfacción en que puede encontrarse un ser humano es cuando ha logrado anular sus necesidades. O sea, el estado de satisfacción es un estado de no-necesidades.

Es interesante prestar atención a esa manera de concebir las necesidades humanas; pero prestarle atención no significa asumir esa concepción. Las necesidades humanas debemos pensarlas en términos de energías positivas, no de energías negativas, de modo que no imaginemos el estado de satisfacción como una situación de apagamiento de las necesidades, de no desear nada y por ello estar satisfecho. Creo que eso no es una buena antropología. Si bien el ser humano puede, con disciplina y esfuerzo interior, apagar sus necesidades, detener su acción y quedar en cierto modo “en paz” consigo mismo, eso no implica necesariamente aproximarse a la realización de la “naturaleza humana” esencial. Podría pensarse también como una suerte de retroceso a un estado de intimidad original, pero no de realización o de expansión. (Diferente es el caso en que la disciplina y la marcha atrás se refieran a necesidades artificiales construidas en el marco de una “segunda naturaleza” inferior que hay que superar. Pero en tal caso se trataría de reemplazar una necesidad inferior por otra superior y no del anulamiento de la necesidad).

f) Las necesidades contienen el proyecto de su cumplimiento.

Nuestra formulación de las necesidades está direccionada al potenciamiento del ser humano. Incluso (como una especie de afirmación que resume este concepto de necesidades) las necesidades son proyectos, o dicho aún más ampliamente, las necesidades contienen el proyecto de su cumplimiento, no de su apagamiento.

Las necesidades en este sentido son fuerzas constructivas, en cuanto son la expresión de lo que está en potencia —en cada momento y en cada situación y en cada contexto— en las personas, que queremos ser más que lo que somos. Y ese querer ser más de lo que somos, es lo que produce una insatisfacción. Pero una insatisfacción con respecto a lo que ya somos como resultado de algo anterior logrado, que en cierto modo nos permite estar contentos, estar satisfechos. Pero al mismo tiempo nos hace estar insatisfechos porque queremos ser más, queremos expandir nuestra conciencia, tenemos un espíritu que no se contenta nunca con lo que ha logrado.

Entonces la insatisfacción es, desde ese punto de vista, un estado que apreciamos como momento positivo, mientras que el estado de satisfacción como apagamiento de la necesidad nos detiene. En cambio, si la necesidad la pensamos como un proyecto —de hecho los seres humanos vivimos las necesidades como proyecto, incluso la necesidad de alimentarnos incluye el proyecto de la comida que tenemos que preparar y organizar para satisfacer esa necesidad— entonces la insatisfacción no es negativa, aunque es como el dolor. El dolor incentiva, mueve, si no tuviéramos dolor de ningún tipo, nos detendríamos. ¿Por qué los animales no hacen historia? ¿Por qué no hacen economía? ¿Por qué no tienen proyectos? ¿Por qué no construyen? Bueno, porque sus necesidades son experimentadas como esas demandas de satisfacción, como esos vacíos que se llenan con lo que ya se encuentra preparado en la naturaleza. En la satisfacción de las necesidades de los animales no hay proyectos, de modo que sus necesidades se mantienen siempre iguales, son recurrentes siempre al mismo nivel.


 

El proceso de consumo se conecta con lo más profundo de la experiencia humana, y los límites del crecimiento posible nos facilita comprenderlo.


 

Provistos de estos conceptos podemos pensar un camino nuevo para superar el problema de los límites del crecimiento que puede experimentar la economía para evitar el colapso ambiental, y así abrir ese horizonte cerrado en que pareciera que estamos actualmente.

Hay quienes dicen que la manera de resolver el problema de la sustentabilidad del crecimiento, del agotamiento de los recursos, del deterioro del medio ambiente, va en la dirección de que nos convirtamos en seres con cada vez menos necesidades. Obviamente si tenemos menos necesidades demandamos menos productos, y por lo tanto podemos producir menos, acumular menos y desgastar menos los recursos. Pero eso es caminar en una dirección que no constituye un horizonte abierto, no es una perspectiva de gran iluminación para la experiencia humana. Es un futuro bastante oscuro, de retroceso, no de verdaderos avances hacia experiencias superiores, porque se sigue pensando las necesidades como vacíos que hay que satisfacer llenándolos con algo, o mantener bajo control de modo que exija menos y se satisfaga con menos bienes y servicios.

Pensamos que hay una salida distinta al tema, que no niega el perfeccionamiento humano, que no niega la expansión, que no niega la creatividad, que no niega el futuro, que no niega que la experiencia humana pueda descubrir horizontes nuevos, desconocidos. Y eso pasa por pensar las necesidades de otra manera, lo cual a su vez revierte sobre el tipo de producción y también sobre el modo como se usarán los recursos.

La “naturaleza humana” esencial busca su realización por las cuatro dimensiones de la experiencia humana en que surgen las necesidades

Hemos visto que las necesidades son fuerzas —energías direccionadas— cuyo despliegue da lugar a experiencias individuales y colectivas en las que el hombre y la sociedad van desarrollando la “naturaleza humana” esencial, en sus diferentes dimensiones. Imaginamos estas energías originándose —como vectores de fuerzas— a partir de un punto cero en el cual no hay aún ningún despliegue, o sea que están en potencialidad pura. A nivel individual ese punto inicial sería el del nacimiento, y a nivel colectivo, la conformación del primer grupo humano que haya aparecido en la Tierra. En dicho punto inicial no hay aún realización lograda, pero en él comienzan las experiencias que dan lugar a los procesos de expansión, de crecimiento, de perfeccionamiento humano. Ese conjunto de vectores que se abren y extienden progresivamente en todas las direcciones, constituyen las experiencias que formalmente las podemos concebir como de satisfacción de las necesidades humanas.

Observamos que dichas dimensiones esenciales las podemos reunir en cuatro conjuntos principales, en los que se forman y despliegan las necesidades, aspiraciones y deseos humanos. Ellas son: las del cuerpo (dimensión corporal), las del espíritu (dimensión cultural), las del yo individual (dimensión personal) y las de las colectividades (dimensión social).

En estas cuatro dimensiones en las cuales el ser humano se va realizando y desplegando, se pueden instalar o identificar todas las necesidades que tenemos. Hay necesidades de personalización, de individuación, de conservación de sí mismo, de autoafirmación, de obtención de seguridad, como hay también necesidades de compartir, de convivir con otros, de vincularse, de amar, de ser amado, de integrarse a la sociedad, de participar en organizaciones y en colectivos. Hay necesidades que están integradas a nuestra dimensión corpórea, a nuestro cuerpo, y hay necesidades que están asociadas a nuestra búsqueda de cultura, de trascendencia, de valores superiores, de conocimiento, etc.

Estos cuatros vectores son dimensiones de la experiencia del sujeto como individuo. Pero sujetos de las necesidades que se expresan en la economía no son solamente los individuos. En efecto, también las familias, las comunidades, las naciones, la sociedad en general, son sujetos de esas cuatro clases de necesidades. Lo son independientemente del grado de asociación o del tamaño que tengan esas agrupaciones.

Así, como familia, como comunidad o como nación, tenemos necesidades de identidad, pero también de participación con otras familias o naciones; tenemos necesidad de afirmación de nuestra realidad física territorial, como también de nuestra identidad espiritual, de nuestros valores. Son los mismos ejes, que los podemos pensar en cualquier nivel en que imaginemos la construcción de un sujeto colectivo, y también para cada individuo.

Ahora bien, el proceso de la vida humana, el proceso de desarrollo histórico, es un proceso de expansión y de realización en cada una de estas direcciones. Pero también, en tales procesos las necesidades pueden distorsionarse, desviarse e implicar retrocesos. Se va avanzando o retrocediendo en estas cuatro direcciones, se va creciendo o reduciendo en ellas en el tiempo. En las cuatro dimensiones del cuerpo, del espíritu, de la individualidad y de la sociabilidad, la satisfacción de las necesidades –de cada necesidad— es un pasar de la virtualidad o potencia de realización, al acto como realización cumplida en un cierto nivel.

Pero este pasaje se cumple a través de una acción —la actividad de consumo—, que implica el operar de alguno o de alguna cosa que esté ya en acto (el mismo sujeto, otras personas, los bienes y servicios consumidos, etc.). En este sentido acogemos la concepción de Aristóteles, que explica como cada movimiento o pasaje de la potencia al acto, es decir, cada movimiento de realización de aquello que se encuentre antes en estado de virtualidad, requiere un agente, un motor, la acción de algo capaz de empujar, atraer o mover, lo cual debe necesariamente estar ya en acto, o sea, debe ser capaz de actuar.

El punto que es inicialmente el cuerpo se despliega por la acción del cuerpo de la madre que le proporciona la materia celular y el alimento, y luego se nutre de otros cuerpos que incorpora como alimentos, estímulos, etc. Sólo a partir de cierto grado de actualización de sus potencias el niño está en condiciones de desplegar sus propias energías para continuar desarrollándose y perfeccionándose. Análogamente ocurre con la dimensión espiritual, donde por ejemplo la capacidad intelectiva se encuentra en los comienzos vacía, como “tabula rasa”, sin imágenes, sin recuerdos, ideas ni conceptos. Es el estímulo externo que le llega por los sentidos lo que la abre a los primeros conocimientos elementales, y es la enseñanza que recibe del entorno y por la mediación de otras personas lo que la conduce a los primeros conocimientos abstractos. Sólo cuando ha alcanzado cierto grado de desarrollo de sus propias capacidades cognitivas está en condiciones de desplegar su intelecto activo y creativo, a pensar e investigar por su propia cuenta. Lo mismo puede decirse de la individualidad y de la sociabilidad. Inicialmente no puede decirse que el hombre sea en propiedad o en acto un individuo, que supone autoconsciencia de su distinción y separación respecto a otros y de su identidad y unidad en sí mismo: lo es potencialmente, y actualiza dicha potencialidad, o sea se individualiza y se reconoce como un yo distinto a las demás personas, por la presencia de éstas en las que va reconociendo a sus iguales al mismo tiempo que las percibe diferentes, experimentando así, en y por su relación con otros individuos, su propio proceso de individuación. Ya constituido como individuo en cierto grado, está en condiciones de continuar por sí mismo su proceso de personalización y autoconciencia individual. Tampoco puede decirse que el hombre sea ya en el momento de nacer un ser social en acto, participante en comunidad y sociedad; lo es potencialmente, y en ellas es progresivamente integrado por otras personas, a partir de la familia en que nace y crece, y sólo habiendo sido integrado a la sociedad en cierto nivel puede desplegar en ésta su propia potencialidad creadora de sociabilidad.

La satisfacción de las necesidades a través del consumo es, pues, un proceso extraordinariamente rico de contenidos, y de la mayor importancia para el desarrollo humano y la realización del hombre conforme a su “naturaleza humana” esencial. Desde esta perspectiva, organizar y realizar dicho proceso de consumo de manera racional e inteligente se convierte en asunto crucial.

Con esta concepción de la “naturaleza humana” esencial se resuelve la controversia entre las posiciones liberal y colectivista sobre las necesidades y el consumo

El modo en que hemos reformulado las necesidades, poniéndolas en la óptica de la realización de la naturaleza humana esencial, nos permite resolver de un modo nuevo la cuestión económica en que se han confrontado las visiones liberal y colectivista, a las que hicimos referencia, a saber, la cuestión de si las necesidades sean pocas y comunes a todos, o bien diferenciadas individualmente en términos que solamente cada sujeto puede determinarlas. En efecto, conectar las necesidades con la naturaleza humana en orden a su realización en las cuatro dimensiones esenciales de la experiencia humana, nos permite comprender que hay un plano en el cual podemos identificar lo que es común a todas las personas y a todos los sujetos, y otro nivel en que se presentan las necesidades, aspiraciones y deseos que nos distinguen y diferencian individualmente.

Ante todo, el hecho de tener necesidades en estas cuatro dimensiones es común a todos los seres humanos, pues todos tenemos necesidades corporales, necesidades culturales o espirituales, necesidades sociales y necesidades individuales. Pero no sólo esto, sino además, comprobamos que en cada una de esas dimensiones de la experiencia es posible identificar un umbral básico de satisfacción indispensable, donde se presentan necesidades comunes y compartidas por todas las personas.

Así, por ejemplo, en la dimensión corporal, todos tenemos necesidad de un nivel básico de alimentación y nutrición, de protección frente a las condiciones climáticas (a la vivienda básica y al abrigo, entre otros bienes), que garanticen el crecimiento sano del individuo y su subsistencia. En la dimensión espiritual, el nivel de necesidades básicas y comunes a todos puede estar dado por la alfabetización, o por un nivel de enseñanza general, por el acceso a la información socialmente disponible, por la libertad de pensamiento y de culto, etc. En la dimensión individual, necesidades básicas comunes serían la protección frente a las agresiones físicas, acceso a servicios de salud, etc. En la dimensión social, la necesidad de comunicarse libremente, de participar en organizaciones, de crear una familia, etc.

Estos ejemplos con los que ilustramos el nivel de necesidades comunes a todos en cada una de las dimensiones de la experiencia, nos hacen ver que dicho umbral de satisfacciones mínimas va experimentando cambios en el tiempo: se va elevando el nivel de satisfacción de las necesidades que se considera el mínimo aceptable que es necesario garantizar para todos los individuos. Las sociedades suelen institucionalizarlos y darles valor jurídico, considerándolos como “derechos” que tienen los individuos y que la sociedad debe garantizar.

Pues bien, ¿cómo se conecta y explica esto desde la óptica de la naturaleza humana esencial? Pues, claramente, se trata del proceso de actualización progresiva en el tiempo de esta naturaleza humana, de la cual hemos observado que se encuentra en proceso de realización progresiva, proceso guiado por los propios sujetos organizados en sociedad. A medida que se despliega la naturaleza humana esencial en sus cuatro dimensiones, dicha “naturaleza humana” se va completando, perfeccionando, y actualizando aquello que en fases anteriores se encontraba solamente en potencia. Así, por ejemplo, si en la dimensión espiritual o cultural en cierta etapa la necesidad común está dada por la alfabetización, en otra fase más avanzada puede tratarse del acceso a cierto grado de educación y conocimiento de las artes, las letras y las ciencias. Así, en cada una de las dimensiones, la “naturaleza humana” va realizando sus virtualidades, de modo que aparecen progresivamente nuevas necesidades que se convierten en patrimonio común para todos. En este sentido, podemos decir que la humanidad va “conquistando” nuevos espacios de necesidades en los que la “naturaleza humana” esencial se va enriqueciendo, ampliando, perfeccionando.

El plano de las necesidades, aspiraciones y deseos individuales, en que cada sujeto tiene legítimo derecho y oportunidad de buscar satisfacción de manera libre e independiente, resulta determinado también por la naturaleza humana en el proceso de despliegue de sus cuatro dimensiones esenciales. Cualquiera sea el nivel de realización alcanzado socialmente, o mejor dicho, dado un determinado nivel de realización común a todos, los individuos, las familias, las organizaciones, las colectividades de cualquier tamaño, continúan expandiendo siempre su naturaleza esencial, haciendo surgir sus propias y nuevas necesidades y demandas, que se manifiestan como sus proyectos, sus vocaciones, sus aspiraciones, sus deseos de realización y perfeccionamiento. Avanzando así en el despliegue individual de las necesidades en sus cuatro dimensiones, los individuos (especialmente los más dinámicos y creativos) van abriendo el camino a realizaciones que luego, con el tiempo, progresivamente, podrán estar disponibles para todos e implicar un avance general de la “naturaleza humana” esencial.

Se explican también las grandes diferencias que se observan entre los individuos, derivadas del modo en que enfrentan y satisfacen sus necesidades

Las grandes diferencias que se observan entre un individuo y otro en cuanto a su desarrollo en las dimensiones corporal, espiritual, individual y social, encuentran también su explicación a partir de la concepción de la naturaleza humana esencial, entendida como un proceso en curso de realización y cumplimiento en base al surgimiento y evolución de las necesidades humanas que manifiestan los individuos y los grupos.

Hay atletas de notable desarrollo y flexibilidad física, como también hay sabios de gran profundidad espiritual; hay sujetos sumamente individualistas que ponen su ego por encima del mundo, como hay otros generosos que entregan su vida por causas sociales. Todos ellos son personas que expresan la misma naturaleza humana esencial, y todos ellos han experimentado algún grado de desarrollo en las cuatro dimensiones de la experiencia humana. La diferencia notable entre ellos, está precisamente en que han desplegado de maneras muy distinta estas cuatro dimensiones, haciendo presente en sus vidas las diferentes necesidades con diversa intensidad y satisfaciéndolas de maneras sumamente diferentes.

Al nacer, todos ellos eran pura potencialidad en las cuatro dimensiones, como un punto no desplegado; si bien probablemente esas potencialidades estaban ya diferenciadas en cuanto a la fuerza con que pudieran desplegarlas. Me refiero a una cierta predisposición, en la cual pudieran influir condicionantes genéticos de los individuos que los hicieran más o menos aptos para desarrollar con mayor o menor facilidad esas diferentes experiencias y necesidades. Por otra parte, el entorno socio-cultural en que hayan nacido, también les facilitará o dificultará su desarrollo en unas y otras dimensiones. Este entorno o contexto socio-cultural, de algún modo constituyente de la que hemos denominado una “segunda naturaleza”, establece algo así como un “piso” o base al que aceleradamente llegarán los individuos mediante su inserción en la sociedad, partiendo de la familia, la escuela, el vecindario, la nación, etc.

De este modo se predisponen los individuos, dotados de una misma naturaleza humana esencial, para desplegarla de formas y en niveles muy diferenciados. Se predisponen, genética y socialmente; pero el proceso de desarrollo en las cuatro dimensiones comienza con la interacción y el relacionamiento concreto. En los inicios y hasta cierto nivel, el proceso de desarrollo estará fuertemente inducido desde fuera, o sea, desde las personas y contextos que irán proveyendo diferentes respuestas y satisfactores ante las necesidades que en cada una de esas dimensiones se irán inevitablemente presentando.

Pero llega un momento en que cada sujeto estará en condiciones de ir tomando el control de su proceso de desarrollo a través del consumo. Y entonces se acentuará la diferenciación, en cuanto los individuos y los grupos irán avanzando por estas diferentes dimensiones con distinto ritmo y diferentes énfasis, como resultado de las opciones que irán efectuando en cuanto a las necesidades que privilegiarán satisfacer con los recursos y en los tiempos disponibles por cada uno, y según los bienes, servicios y satisfactores que irán escogiendo.

De este modo, una persona puede ir enfatizando fuertemente la dimensión de su corporalidad, y convertirse en un gran deportista o en alguien que potencia su físico y sus diversas dimensiones corporales, mientras que otras personas pueden mantener cierta atrofia en esas dimensiones e ir desarrollando más fuertemente las dimensiones culturales, del conocimiento, de la espiritualidad. Una persona puede estar muy enfatizada en la perspectiva de lo individual, en la afirmación de sí misma, de su identidad, de su yo, de su seguridad y de sus propios intereses. Y otro puede estar muy orientado hacia los demás, volcado a compartir, a participar, a estar y actuar junto con otros.

Naturalmente que todos vamos, de alguna manera desde que nacemos, avanzando en estas distintas dimensiones. Pero nos vamos determinando con una cierta personalidad, con una cierta estructura personal de necesidades, en función de cuánto avanzamos en cada una de estas direcciones. Hay personas con fuertes necesidades de individuación y grandes exigencias corporales, y otras con marcadas necesidades de sociabilidad y acentuadas demandas culturales. Las combinaciones posibles son infinitas, configurando múltiples estructuras de personalidad y de necesidades, que van resultando de cuánto y de cómo cada uno haya ido desarrollando las experiencias.

Cuando un sujeto —individual o colectivo— enfatiza una cierta dirección en su desarrollo, puede sucederle que descuide otras dimensiones. Entonces, cabe preguntarse: ¿cuál es la mejor estructura de personalidad? Probablemente se responda que la mejor estructura es la de alguien que las haya desarrollado todas en forma equilibrada, esto es, cuya personalidad evidencie una perfecta armonía y equilibrio entre todas las dimensiones de la experiencia humana. Pero ésta pudiera ser una respuesta incompleta, o incluso engañosa.

En efecto, puede ocurrir que una persona que desarrolla en forma equilibrada todas las necesidades no destaque ni aporte especialmente en ninguna de las dimensiones de la experiencia humana. A la inversa, por ejemplo, la selección de fútbol de un país requiere personas que dediquen ocho horas al día al desarrollo de la musculatura y de sus habilidades físicas, y tantas horas más a pensar en esa actividad, mientras que un líder político o un maestro espiritual tendrá que haber puesto énfasis en otra dimensiones, aunque quizá haya tenido que experimentar cierta atrofia en su dimensión corporal.

Hay aquí un mundo de opciones libres, legítimas. No hay un modelo. Claro, hay un modelo de perfección ideal, que pudiera expresarse con la siguiente afirmación: “Perfecto es el que lo integra todo, llegando en todo a la excelencia”. Pero se sabe que algunos grandes hombres son medios tullidos, por ejemplo. Y se discutiría también que un maestro espiritual tenga una muy fuerte orientación hacia sus intereses particulares.

Habrá que diferenciar la perfecta realización de la naturaleza humana esencial que podemos construir como sociedad, de aquello que cada individuo y grupo humano particular pueda desarrollar. A nivel individual, podemos pensar que en cualquiera de las cuatro dimensiones que enfaticemos, o que desarrollemos con más energía, estaremos acercándonos, por lo menos en esa dimensión, a algún nivel de perfección.

Destacamos así legitimidad de las opciones individuales y la validez del desarrollo de personas y de sujetos que no sean necesariamente equilibrados, en el sentido de que desarrollen en forma simétrica las diferentes dimensiones. En todo caso, cada uno de nosotros, en cualquiera de ellas, todavía podemos avanzar mucho.

Completaremos este análisis de las dimensiones de la experiencia humana en las que se presentan las necesidades, agregando cuatro importantísimas observaciones.


 

a) Complementariedades, articulaciones, sinergias.


 

Un primer complemento del análisis, necesario para alcanzar una adecuada comprensión de la “naturaleza humana” y de sus necesidades esenciales, nos lleva a precisar que las cuatro dimensiones de la experiencia que hemos identificado y representado en dos ejes que se cruzan al centro, desde el cual se despliegan en direcciones polarmente dispuestas, están en realidad estrechamente articuladas, interactúan entre ellas, se pueden recíprocamente bloquear o, al contrario, potenciar sinérgicamente unas con otras. Hemos puesto el ejemplo de una bailarina que en la expresión de su oficio o de su arte, requiere poner en juego, simultáneamente, un alto nivel de perfección de su flexibilidad, de su capacidad de desplazamiento y dominio del cuerpo, de su sistema nervioso, respiratorio, muscular y de toda su corporalidad; y simultáneamente y en ese mismo dominio del cuerpo expresa la fuerza de su espíritu, la búsqueda de la belleza y trascendencia que están contenidas en su arte. Este ejemplo nos permite tener una visión más integrada, y comprender que estas dimensiones de la experiencia que representamos en la figura como “polares” no son opuestas sino complementarias, si bien en ocasiones un acentuado énfasis en una de ellas pudiera implicar el descuido o la inhibición del desarrollo de otras dimensiones.

En otro ejemplo iluminador, podemos observar que una entrega generosa a los demás (desarrollo de la sociabilidad) pero que descuide la propia identidad, la seguridad personal, la propia coherencia, el perfeccionamiento de sí como individuo, puede dificultar la misma realización de la sociabilidad; y a la inversa, la individualidad y la generosa sociabilidad se pueden potenciar recíprocamente, cuando un individuo fuertemente volcado a perfeccionarse a sí mismo, por ejemplo a estudiar, a calificarse, a desplegar las propias dimensiones intelectuales, artísticas, científicas, está motivado por el propósito de poder poner todo aquello a disposición de los demás.

O sea, por un lado hay sinergias entre las diferentes dimensiones y necesidades humanas, en cuanto cada una de ellas manda estímulos hacia las otras, las motiva e impulsa a desarrollarse. Uno no puede estar solamente trabajando en una dirección; por ejemplo, si uno se cansa, si está haciendo demasiado ejercicio físico, necesita descansar; alguien si está demasiado volcado a los demás, en determinado momento necesita una meditación o una lectura o escuchar música o necesita atender y pensar en sí mismo. Hay unas dinámicas que hacen que el proceso de crecimiento vaya conectando estas distintas dimensiones y el sujeto se va desarrollando en cierto modo como en espiral. Pero sin que esto signifique que adquiera una forma redonda, sino que va generando cada uno su personalidad.


 

b) En las etapas de la vida hay énfasis en distintas dimensiones.


 

Otro concepto importante de considerar es que a lo largo de la vida, desde que el individuo o un sujeto social nace y avanza en su crecimiento, tendrá momentos o etapas en las cuales hará énfasis en unas u otras dimensiones de la experiencia. Así en el individuo el primer despliegue es de su cuerpo: tiene que crecer, tiene que existir, tiene que desarrollar sus órganos. Luego tiene que formar su yo antes de volcarse hacia los demás; después desplegará su énfasis en lo social o en lo espiritual. Podríamos incluso decir que la edad infantil está muy centrada en el propio cuerpo, la adolescencia en el yo, la juventud en la sociabilidad, y en la adultez y tercera edad propenden muchas personas a instalarse más en el conocimiento, la creatividad, la trascendencia, el espíritu. Hay estos énfasis en el desenvolvimiento de la vida, que por cierto, no son absolutos; son solamente tendencias, predisposiciones que suelen verificarse en muchas personas.

Esto que es válido para el individuo, es válido también para las organizaciones y para las naciones. Por ejemplo, en una pequeña organización (pensemos en una cooperativa) el trabajo en una primera etapa probablemente esté centrado en adquirir una corporeidad, una infraestructura física, en darse una base de sustentación material indispensable para poder, a partir de allí, generar una identidad mayor, una participación en red y vinculación con otros y pensar en proyectos más trascendentes. Las naciones también siguen etapas, siguen procesos; una nación primero enfatiza el desarrollo de su infraestructura, el desarrollo de sus bases materiales, hacer menos precaria su existencia, y también va experimentando etapas: una vez que logra ciertos niveles pone énfasis en otras dimensiones que van complementando su realidad compleja.

Y si es así, podemos suponer que algo similar ocurre también en el sucederse de las civilizaciones, lo cual constituye un concepto interesante de reflexionar en el contexto de esta búsqueda relativa a la creación de una nueva superior civilización.

c) En el despliegue de nuestras dimensiones y necesidades somos atraídos por quienes han alcanzado excelencia, los cuales cumplen un papel fundamental en el desarrollo humano, como individuos y como especie.

Una tercera observación importante se refiere al hecho de que, si bien todos tenemos la potencialidad de alcanzar la excelencia en alguna dimensión como efecto de la propia aplicación y energía, hay que tener en cuenta la acción de los otros, de las circunstancias, de las oportunidades y el contexto, que predisponen en ciertas direcciones y que facilitan u obstaculizan el desarrollo. En este sentido, es habitualmente decisiva la relación que pueda establecerse con otras personas, no sólo en las fases infantiles sino también una vez alcanzado un desarrollo maduro.

Un niño que nace en un ambiente de deportistas, donde solo se hable del desarrollo físico, de meter goles, es probable que esté fuertemente atraído a poner énfasis en esa dimensión. Un hijo que nace en un ambiente de lectores de libros, cuyos padres hablan de poesía y novelas y reflexionan sobre lecturas, desarrolla esas necesidades culturales.

En particular, cabe destacar las relaciones con otras personas autónomas, que hayan alcanzado un nivel superior al propio en determinada dirección. Por ejemplo, un gran músico, un gran científico, etc., crecen en el contacto, convivencia e interacción con otro gran músico, científico, etc. Los individuos somos atraídos e impulsados por aquellos que han llegado más arriba o más adelante que nosotros mismos, y esto sucede en cualquier momento de la vida. De aquí la importancia de aprender siempre, y de aproximarse a los grandes hombres, a los maestros de verdad, escucharlos incluso con devoción, porque tienen preciosas perlas que nos regalan gustosos si estamos dispuestos a cogerlas.

Todo esto es muy importante, porque las necesidades las vivimos como energías individuales, pero también las compartimos. Las compartimos y nos retroalimentamos y nos alimentamos mutuamente en el proceso de desarrollarlas. Por eso es esencial la experiencia colectiva, la convivencia, la participación en grupos, redes y organizaciones. Las necesidades las satisfacemos cada uno desplegando sus propias energías y proyectos de realización; pero también las desplegamos en el compartir, en el convivir y en el asociarnos con otros para enfrentar necesidades que nos son comunes. Si uno quiere desarrollar las necesidades espirituales o las necesidades de conocimientos tiene que encontrar personas que quieran lo mismo, porque así van a poder alimentarse en esa búsqueda, en ese trabajo, en esa construcción de los satisfactores de esas necesidades; si uno quiere desplegar su espíritu musical o deportivo, tiene que vincularse a personas que compartan esas dimensiones. Y si nos articulamos en una organización, en una experiencia humana donde se encuentren personas de distintas cualidades, de distantes personalidades, nos enriquecemos también cada uno y a los demás mutuamente, con lo que cada uno haya desplegado más.

Este es otro concepto sumamente importante para superar, en este caso, tanto el individualismo como el colectivismo. Por un lado estamos afirmando las personalidades, la validez de las opciones personales, de los perfiles donde cada uno va desplegando o construyéndose en función de sus propias opciones, y estamos también afirmando y validando la completitud que se adquiere a través de la participación y la vinculación en colectivos. Es en este sentido y perspectiva que damos un valor especial a la economía de solidaridad.


 

d) En el desarrollo y satisfacción de las necesidades se transita desde la dependencia hasta la autonomía.

 

El cuarto elemento que queremos destacar para concluir este análisis, es el proceso que —en la satisfacción de las necesidades— conduce al sujeto desde la dependencia hacia la autonomía. Mientras una necesidad está menos desarrollada, más dependerá en su satisfacción de lo externo. Un niño necesita que lo alimenten, que le enseñen, por sí mismo no desarrolla su espiritualidad. Mientras más cerca del punto de origen, más depende de los demás. Podemos expresarlo de otra manera: mientras más la necesidad se expresa como carencia, como vacío (porque todavía es pura potencialidad, todavía no se ha actualizado), más su satisfacción depende de otros sujetos. Cuando va expandiéndose una dimensión, cualquiera de ellas, o sea mientras más amplia sea la satisfacción de la necesidad, más su satisfacción depende de sí mismo, del despliegue de la propia energía, y menos se requieren elementos exteriores que vengan a apagar la necesidad.

Esto nos permite comprender algo muy importante en relación con el desarrollo, porque solamente una vez alcanzado cierto nivel es cuando se hace posible la autonomía. Si uno no ha leído nunca un libro necesita que le enseñen a leer, todo le viene desde fuera, la motivación para leer, el aprendizaje mismo, el incentivo. Pero cuando uno lee y se convierte en un lector, ya nadie tiene que decirle que lea, pues por sí mismo busca libros, necesita leer. Y no solo necesita leer sino que empieza a escribir y se lee así mismo, y ya no espera de otro el cuento, la narración o la elaboración de pensamiento, sino que los crea, inventa las propias historias y las escribe para otros. Son la pobreza, la inseguridad, la carencia de capacidades, la pobreza de relaciones, la ausencia de convicciones, las que hacen necesaria la “riqueza” entendida como abundancia de cosas. De tal manera que en el desarrollo humano, cuando se alcanza cierto grado nos hacemos más autosuficientes, nos hacemos menos necesitados de bienes y servicios exteriores. Si alguien tiene un buen desarrollo personal, amplio, una riqueza de personalidad, es muy probable que necesite menos artículos, pocos productos: no necesita pasarse en el supermercado o en las tiendas o comprando cosas, porque se desarrolla por sí mismo. Le bastan menos bienes y servicios, no porque haya apagado sus necesidades (en un sentido budista), sino porque se desarrolla a sí mismo, despliega su personalidad y pone énfasis en aquellas dimensiones en las cuales es capaz de autogenerar esos proyectos y esos satisfactores de las necesidades. Igualmente, quien ha realizado un gran despliegue de la dimensión espiritual, o un científico que ha avanzado más que todos lo demás, ya no tiene tanto que seguir leyendo a los otros, porque son cosas que él ya sabe: solo le queda seguir él mismo produciendo conocimientos nuevos.

 

XVI. LA ÉTICA Y LA NATURALEZA HUMANA.


¿La ética como ‘corrección’ de la naturaleza humana?


La tesis principal que hemos sostenido a lo largo de este libro, es que el mejoramiento del consumo, con todas sus consecuencias en términos de realización personal, superación de las pobrezas, cuidado del ambiente, mejoramiento de la calidad de vida, integración social, etc., requiere de las personas y de las comunidades y grupos sociales, actuar con racionalidad ética y en conformidad con la estructura de necesidades que corresponde a la naturaleza humana esencial.

Esta tesis plantea un problema filosófico que no podemos soslayar. En la afirmación de que el actuar ético consiste en actuar conforme a la naturaleza o esencia del ser humano guiados por la razón, está implícito el reconocimiento de que existe una diferencia entre el actuar natural espontáneo y el actuar ético. Si fueran lo mismo, si coincidieran, no habría porqué formular el recurso a la ética como una exigencia o conveniencia a la que deba adecuarse el comportamiento, pues todo el actuar del sujeto sería natural y espontáneamente conforme a la ética.

Aquella formulación más bien supone que la ética "corrige" —mediante la aplicación consciente de la razón y la voluntad que aceptan ciertas normas y se guían por determinados valores— algunas tendencias, motivaciones y prácticas habituales a los que tenderíamos natural o espontáneamente, y que resultan más o menos alejadas de lo que la ética exige. En este sentido, cabría concluir que la ética opera como un control de la naturaleza, y por consiguiente en alguna medida como una fuerza o virtud contrapuesta a aquella.

Pero si es así, el origen del problema radicaría en la naturaleza del hombre, que en alguna medida habría que considerar como espontáneamente alejada del bien o al menos alejable de lo que es más conveniente para el sujeto, o incluso corrupta o al menos corruptible. Dicho de otra manera, la esencia del hombre sería tal que puede distanciarse de los fines que su naturaleza esencial le prescriben. Tal fin no se manifestaría espontánea y naturalmente en el comportamiento humano, sino en una acción de segundo grado que llamamos ética, correctora y orientadora de aquello espontáneo y natural.

Se hace presente, pues, una contradicción que es preciso resolver teóricamente, en cuanto la ética tal vez no sería algo tan natural, como lo natural no sería siempre tan ético. Sin embargo, la ética pretende fundarse sobre la naturaleza humana, en la cual estaría escondida. Aparentemente habría que concluir que, o la naturaleza no funda la ética porque aquella en alguna medida es mala o al menos corruptible, o bien que la ética no es tan plenamente conforme a la naturaleza (y por tanto quizás no sería tan buena).


 

Sobre el origen del mal moral.


 

Esta contradicción ha dado lugar a una de las más interesantes controversias filosóficas. Hay respuestas que podemos considerar poco elaboradas, que simplemente afirman un dualismo en la naturaleza humana, que sería en parte buena y en parte mala, o que contendría en sí misma un principio de maldad. En realidad, más que resolver el problema esta concepción se limita a reconocer la dualidad del comportamiento humano desde el punto de vista ético, atribuyéndola a un defecto de naturaleza. La dificultad teórica de este enfoque está en que al poner el principio de maldad en la naturaleza o esencia del hombre, no resulta claro en qué pueda fundarse la ética. En efecto, ¿en nombre de qué se legitimaría la ética si no es en la naturaleza humana que busca realizarse?

Además ¿es posible modificar la naturaleza? Y ¿será bueno modificarla, reprimirla en parte, corregirla? Otra pregunta aún: ¿no será la ética inevitablemente ineficaz, porque se propone modificar comportamientos naturales? Y todavía: ¿no esconderá la ética un ejercicio del poder arbitrario de algunos que reprimiendo el comportamiento de otros buscan garantizar su propio interés, o en el mejor de los casos, manejar las cosas para asegurar un mínimo de convivencia aceptable para todos?

Las respuestas más elaboradas, eludiendo entramparse en las contradicciones en que incurre la concepción dualista, sostienen que la naturaleza humana es buena en sí misma, pero que sufre distorsiones. Hay varias vertientes de pensamiento que van en esta dirección. En la tradición cristiana la contradicción se resolvería mediante el concepto de "naturaleza caída": la naturaleza humana es buena en sí, esencialmente, pero ha degenerado per accidens (accidentalmente, por el pecado original), de manera sin embargo generalizada y permanente. Otras tradiciones postulan que la naturaleza humana es buena en sí misma, en razón de su dimensión espiritual, siendo sin embargo potencialmente degradable en razón de su dimensión corporal o animal; la esencia del hombre residiría en su alma o espíritu, mientras que su potencial distorsión sería efecto del hecho que ella nace y se constituye en la realidad al adoptar un cuerpo de naturaleza animal, distinta e inferior a la naturaleza espiritual del hombre. Una tercera línea de respuesta sostiene que el hombre es bueno por naturaleza, al nacer a la existencia, pero que deviene malo o se corrompe por efecto de la sociedad, o por la influencia de las estructuras económicas y políticas que lo condicionan y limitan.

Aunque estas tres concepciones difieren respecto al origen del principio negativo que degrada o corrompe al hombre, ellas tienen en común el establecer una diferencia entre su comportamiento espontáneo, real, y el que sería un comportamiento ético y racional. Para todas ellas la ética sería una orientación que reprimiría o corregiría las tendencias negativas del comportamiento humano que lo distancian de su realización conforme a su esencia, y que favorecería y potenciaría aquellas tendencias y actuaciones positivas y conforme a la naturaleza esencial del hombre.

Ahora bien, puesto que existiría esa distancia entre el comportamiento espontáneo y el comportamiento ético, deberá necesariamente reconocerse que la naturaleza del hombre, aunque afirmada buena en esencia y en sus orígenes, tendría sin embargo la potencialidad de degradarse, corromperse o distorsionarse, sea por efecto de una influencia externa, o de un pecado que se trasmite de unos a otros, o del cuerpo animal en que se asienta, o de la sociedad y sus estructuras injustas que lo condicionan.

Ahora bien, si el hombre es degradable o corruptible, lógicamente habría que aceptar que su naturaleza no sería tan buena ni menos perfecta, pues ella sería potencialmente susceptible de "caer" en comportamientos distanciados de la razón y de la ética.


 

El conocimiento y la libertad como factores positivos con potencialidades negativas.


 

Esta potencialidad de lo negativo podría ser propia de la esencia humana en una de dos formas: o como un principio negativo que está presente en la naturaleza humana orientando su acción hacia lo que es malo o contrario a su realización y objetivo racional, en cuyo caso volveríamos a la concepción dualista que mencionamos; o como una potencialidad inherente a un principio positivo, que sólo accidentalmente puede implicar negatividad o tener consecuencias negativas. La potencialidad negativa sería propia de un principio que en sí mismo es positivo.

Pues bien, tal principio positivo con potencialidad negativa, inherente a la naturaleza o esencia de la persona humana, aparece claramente al considerar en qué consiste dicha naturaleza o esencia del hombre, entre cuyos componentes constitutivos están la conciencia cognoscente y la libertad de elección, esto es, las capacidades de conocer el mundo y de conocerse a sí mismo, y la de elegir entre opciones y auto-dirigir su acción.

En efecto, en la capacidad cognoscitiva del hombre está presente la posibilidad del error y del engaño, y en su libertad está presente la potencialidad de elegir mal y de actuar incorrecta o equivocadamente.

Esta última afirmación restaura la coherencia del razonamiento, en la medida que se conciba la esencia humana como algo que se despliega en un proceso de auto-realización. La conciencia y la libertad son potencias positivas, esenciales de la persona humana, que determinan su superioridad respecto a los demás seres de la naturaleza; pero el ser humano no es perfecto en su esencia en cuanto ésta, como vimos, no se haya en él plenamente cumplida o en acto. La esencia del hombre debe actualizarse, realizarse, a través de su propia acción, guiado por su propia conciencia y su libertad, y en dicha actualización consiste el proceso de perfeccionamiento de lo que es el hombre, a nivel esencial.

El perfeccionamiento de ésta su esencia, el proceso de realización de la persona y de la sociedad está, pues, sujeto a la incertidumbre: es un resultado que no está garantizado, que depende del propio sujeto, y específicamente de que su conocimiento y su libre voluntad no cometan errores sustanciales, o que si incurre en ellos los corrija oportuna y convenientemente, conforme a su razón y ética natural.

Nótese que, en las tres versiones sobre los supuestos orígenes de la distorsión del comportamiento humano respecto a su naturaleza, la actualización de la potencialidad negativa parece suponer la intervención de una fuerza o elemento externo: el tentador, los efectos del pecado original que serían recibidos por los hijos de sus padres, el cuerpo animal que en cierto modo no sería constitutivo de la naturaleza humana, las estructuras injustas de la sociedad, las influencias de otras personas en algún grado dañadas o no adecuadamente realizadas, etc.

Lo negativo que está sólo "en potencia" en la naturaleza humana, se actualizaría por alguna acción que llega desde fuera de la esencia humana, y se introduciría en ésta como un efecto de distorsión en el proceso de actualización de sus potencialidades, en el cual intervienen elementos en acto que la influyen, condicionan e impactan. Ello supondría que el mal —el principio negativo—, aunque puesto fuera de la naturaleza humana, exista como tal: estaría en la naturaleza de las cosas (de alguna o algunas cosas) el actuar negativamente respecto a otro ser natural, el hombre. Ello supondría, o que hay naturalezas esencialmente malas, o que ciertos seres no actúan conforme a sus esencias o naturalezas buenas, alternativas ambas que debemos excluir por las mismas razones que nos llevan a excluir el dualismo esencial de bien y mal en la naturaleza del hombre.

Pero si se examinan los modos en que esas influencias externas puedan desviar al sujeto de su actuar conveniente para su realización, se verá que ellas pueden ejercer tales influencias o tener tales efectos negativos no por sí mismas, sino en razón de la potencialidad negativa inherente a la esencia humana, o sea en razón de la conciencia y la libertad del hombre, de su propia capacidad de equivocarse. Exista o no un "tentador" (entendiéndose por tal cualquier elemento o fuerza externa que induce al error o al actuar inconveniente) en el origen del "pecado" (entendiéndose por tal cualquier acción que no conduce a la realización conveniente de la naturaleza humana), éste no ocurre sino por error del conocimiento o por elección equivocada del sujeto consciente y libre.

Ahora bien, si la esencia de la persona humana está volcada a su realización, si su conciencia busca activamente el conocimiento verdadero y su libertad persigue lo que considera bueno, sería de esperar que rara vez se equivoque y que habitualmente actúe bien, y que solamente yerre ocasionalmente y actué mal eventualmente, "por accidente". ¿Cómo se entiende, entonces, que pueda equivocarse tanto y actuar tan mal, hasta el punto que pareciera que lo que es raro y ocasional sean más bien el acierto y el actuar conveniente?

Ello sólo parece comprenderse volviendo al concepto de que la esencia humana, al comienzo, es en acto apenas como un punto, estando todo su desarrollo y realización en potencia. Su conciencia y su libertad en los inicios de su existencia están vacías, son pura potencialidad. Ellas se van formando lentamente, y en los comienzos de este desarrollo reciben su acto desde fuera de sí mismas; lo reciben en gran parte de seres que son menos que él mismo, inferiores por naturaleza (las cosas, los animales); lo reciben a través de un medio que es inferior a su naturaleza consciente y libre, porque todo les llega por el cuerpo, cuyos sentidos, instintos, sensibilidad, corresponden a su "corporeidad" o "animalidad"; y lo reciben de otras personas y en contextos sociales que son tributarios de errores y males, que están ya afectados por conocimientos errados y por decisiones inconvenientes.

Pero si es así, ¿cómo puede entonces el hombre llegar a corregir los errores, a realizarse conforme a su propia esencia? Pareciera, en efecto, estar condenado a errar y decidir malamente, tal como parece confirmarlo la experiencia. De los distintos elementos de nuestro análisis no puede sin embargo extraerse tal conclusión pesimista.

En efecto, es preciso ante todo reafirmar que la esencia humana está abocada a su realización, y que por naturaleza el hombre busca el conocimiento verdadero y el actuar bien. Así, el propio desarrollo de dicha esencia, a medida que procede y progresa su actualización, lo va poniendo en condiciones de corregir los errores del conocimiento y del comportamiento en que haya incurrido en etapas de menor actualización. El hombre aprende de los errores, y busca naturalmente lo que le parezca bueno y conducente a su felicidad y realización. A medida que es más sujeto en acto, es más autónomo de las influencias externas que pueden desviarlo, y tiene más fuerzas propias para avanzar consciente y libremente hacia su realización. Lo que lo limita es su falta de conciencia y las limitaciones e imperfecciones de su libertad. Lo que lo potencia es el propio desarrollo del conocimiento y de la libertad, que lo impulsan a ser más consciente y más libre.


 

Influencias externas positivas.


 

Pero no es sólo esto, pues el hombre y la sociedad cuentan con otras fuerzas que los ayudan en el proceso de realización de sí mismos conforme a su naturaleza. En efecto, si bien para explicar los errores y el mal mencionamos las influencias externas que lo afectan negativamente, es preciso reconocer que los elementos externos también lo afectan positivamente (porque aunque sean inferiores por naturaleza, le son en cierto aspecto superiores en cuanto son acto realizado). Además, existen otras fuerzas externas superiores, predispuestas para su bien. Estas son las de los demás seres humanos que hayan avanzado más que él en su realización —cuya esencia en acto está, por decirlo así, más completa—, y también las obras que esos hombres han ya creado o construido en su búsqueda de realización: proyectos cumplidos, conocimientos adquiridos, cultura creada, desarrollo corporal y espiritual alcanzado, comunidades que plasman su dimensión social, bienes y servicios que le permiten satisfacer necesidades, lograr aspiraciones, cumplir deseos, etc. El hombre de fe agregará la intervención divina que revela al hombre conocimientos esenciales y le proporciona orientación y guía seguras.

Todo ello participa en lo que suele denominarse y entenderse como educación, y que es el conjunto de personas, entes colectivos, acciones, elementos y fuerzas que se predisponen conscientemente en orden a favorecer el desarrollo de las personas y grupos humanos hacia la realización de sus potencialidades, en las cuatro dimensiones en que se despliega la esencia del hombre. En este sentido amplio, la educación es una poderosa fuerza que orienta al hombre hacia la actualización completa de su esencia.

Aplicando estos conceptos a nuestro asunto del consumo, podemos concluir que su desarrollo y perfeccionamiento procede mediante el logro de la autonomía decisional del sujeto consumidor, acompañado —sobre todo en las primeras fases de su desarrollo— de una acción educativa que lo oriente, estimule y mueva a consumir racional y éticamente, o sea conforme a los criterios de moderación, correspondencia, integración, equilibrio, etc.


 

De lo menos a lo más y la necesidad de la disciplina racional.


 

A este respecto, es interesante observar que en el proceso de búsqueda de realización, los seres humanos tienden preferentemente a satisfacer sus necesidades (desplegar sus dimensiones) corporales por sobre las espirituales, así como las individuales por sobre las conviviales y sociales. La explicación de este hecho la encontramos en las reflexiones filosóficas precedentes: la realización de la esencia procede de lo menos a lo más, recibe más influencias externas al comienzo de su desarrollo que cuando avanza en su proceso de realización, y está menos dotado de conciencia y libertad cuando sus potencialidades aún no cumplidas son mayores que las que ha ya actualizado.

Esta es una conclusión muy importante para entender el perfeccionamiento del consumo en el tiempo. En efecto, el consumo perfecto implica moderación y correspondencia, pero en fases de menor desarrollo humano se tiende a la inmoderación y a probarlo y experimentarlo todo sin precaver adecuadamente las consecuencias; el consumo perfecto exige globalidad, equilibrio y jerarquía entre todas las dimensiones que relevan necesidades y aspiraciones, pero en fases de menor desarrollo humano se priorizan y enfatizan las necesidades del cuerpo sobre las del espíritu, las del individuo por sobre las sociales; el consumo perfecto supone integración y potenciación, pero estas cualidades suponen un alto nivel de autoconciencia y sentido de comunidad.

Siendo así, el paso desde un consumo menos perfecto a uno más perfecto —en otras palabras, el acceso a niveles más elevados de moderación, correspondencia, equilibrio, etc.— implica normalmente cierto sacrificio, en el sentido que han de restringirse ciertos tipos de consumo y cierta satisfacción de algunas necesidades y deseos, para dejar espacio, tiempo y recursos para ampliar otros tipos de consumo y satisfacer otras necesidades y deseos superiores.

La palabra "sacrificio", en realidad no dice apropiadamente lo que queremos significar, pues expresa sólo el elemento de restricción y no el consiguiente efecto de expansión o liberación; pero el efecto restrictivo existe y casi siempre es difícil de asumir y aceptar. Podemos decirlo de otro modo: el perfeccionamiento del consumo conducente a una mejor calidad de vida, supone disciplina personal, o sea un sometimiento de las tendencias inferiores a las exigencias superiores de la razón y de la ética, disciplina que sólo puede resultar de la mayor autoconciencia del sujeto respecto a los requerimientos de su más plena realización, apoyada por la necesaria y conveniente educación de su inteligencia y su voluntad.


 

XVII. FUNCIONES DE LA EDUCACIÓN Y DE LA LEY.

 

La relación entre los comportamientos individuales y las estructuras sociales.


 

La reflexión filosófica sobre la naturaleza humana y sus potencialidades, sobre la ética y sus fuentes, sobre la autoconciencia y la educación, nos plantea la cuestión del perfeccionamiento y cambio de los comportamientos del consumo, no solamente a nivel individual sino también en un plano que podemos llamar estructural. La pregunta decisiva es: si los comportamientos del consumidor están insertos en determinadas estructuras del consumo a nivel social, cultural ¿cómo pueden modificarse tales estructuras del consumo de manera que el comportamiento de los consumidores se adecúe a los criterios del consumo perfecto?

Para abordar esta pregunta partimos de dos premisas básicas: a) las personas construyen las estructuras, al comportarse y relacionarse en ciertos modos; y b) las estructuras condicionan el comportamiento y el modo de relacionarse de las personas. En otras palabras, las racionalidades implícitas en el comportamiento económico de las personas dan lugar a, y son reproducidas por, las racionalidades presentes en las estructuras económicas; pero estas estructuras enmarcan y condicionan el comportamiento de las personas, de modo que éste se ve entrabado en su acceso a nuevos y más perfectos desarrollos, que suponen cambios.

Dicho aún de otro modo: las estructuras se forman por los comportamientos anteriores, y en tal sentido condensan el pasado y tienden a reproducirlo, dificultando la formación de nuevos comportamientos que estructuren un futuro distinto y superior.

¿Por dónde puede iniciarse el cambio? Aparentemente, no por las personas, cuyo comportamiento económico presente se encuentra condicionado por las estructuras consolidadas; ni por las estructuras, que dependen del comportamiento anterior de las personas. Estaríamos encerrados en el círculo vicioso de la continuidad y de la perenne reiteración de lo mismo. Pero la relación entre los comportamientos y las estructuras no es determinista ni cerrada; las mencionadas premisas nos muestran, en efecto, que el cambio es difícil, pero no imposible, y ello por tres motivos fundamentales.

El primero es que no existe en la realidad social un único modo de comportamiento y una sola estructura de relaciones, coherentes hasta el punto de constituir un sistema cerrado y homogéneo, que funcione conforme a una sola y definida racionalidad, y que en consecuencia no deje opciones. Al contrario, ya hemos visto que al nivel del proceso de consumo se manifiesten variadas estructuras del consumo que implican comportamientos diferenciados y que también expresen racionalidades diversas. Siendo así, las personas y los sujetos sociales están habilitados para desplegar racionalidades diversas, encontrándose también condicionados de manera múltiple y diferenciada por distintas estructuras que se han formado en el despliegue anterior de dichos distintos comportamientos racionales. Entre tales comportamientos y racionalidades diferentes, los hombres pueden optar, en cada actividad u operación económica que realizan. Al hacerlo, amplían y refuerzan alguna de las racionalidades existentes, y reducen y debilitan las otras.

Naturalmente, estas opciones y los procesos que originan implican la posibilidad de cambios, los cuales pueden ser organizados y conscientemente potenciados mediante la coordinación de las voluntades.


 

La autonomía individual como condición del cambio colectivo.


 

El segundo motivo por el que el cambio es posible, incluso al nivel de hacer presente en la economía alguna nueva racionalidad o modo de comportamiento y relacionamiento económico, es que las personas tienen siempre algún grado de autonomía respecto a los condicionamientos estructurales. El cambio de comportamiento es función del grado de autonomía del sujeto. Este va estableciendo nuevas relaciones, que al irse progresivamente ampliando se convierten en un nuevo condicionamiento para quienes van participando de las nuevas estructuras que de este modo se van conformando.

El tercer motivo que permite el cambio, es que es posible desarrollar algún grado de intervención sobre las estructuras mismas, que las modifique directamente, mediante actividades y procesos que se desplieguen desde fuera de ellas e incluso desde ámbitos distintos al de la economía, por ejemplo, desde los espacios de la política, de la cultura, de la ciencia y de la religión.

La consideración de estos tres motivos que posibilitan el cambio nos lleva a responder la pregunta de un modo inverso al que parecía derivar de las premisas con que partimos. En efecto, ellos nos señalan que el cambio y perfeccionamiento del consumo puede iniciarse simultánea y convergentemente tanto desde los individuos por modificación y perfeccionamiento de sus comportamientos, como desde las estructuras que pueden ser cambiadas y perfeccionarse, y además desde la articulación entre distintas sub-estructuras (sectoriales) que coexisten en la realidad social.

Operando desde las tres fuentes del cambio puede generarse un proceso sinérgico, que acelere notablemente la transformación de los comportamientos del consumidor y que adelante la conformación de nuevas estructuras sociales del consumo.

Cabe observar, en este sentido, que la relación entre los comportamientos y las estructuras, tal como la hemos formulado, indica que habría un ritmo peculiar de la transformación social, que procede por fases prolongadas de cambio paulatino y lento, o sea por acumulación de pequeños cambios personales y al interior de las estructuras dadas, seguidas por un cambio estructural global, que ocurre como por un salto cualitativo cuando una estructura es sustituida por otra (lo que supone que los nuevos comportamientos se hayan difundido hasta alcanzar un tamaño crítico).


 

Individuos autónomos y masas dependientes.


 

Cuando se piensa en la modificación de los comportamientos de los sujetos a los efectos de su adecuación al logro de un mejor consumo y de una mejor economía en general, suele hacerse referencia a la necesidad de la educación y de la asimilación de principios, valores y normas éticos por parte de esos sujetos. Vimos que el desarrollo de la conciencia y de la libertad apoyada por la educación, conduce a los sujetos a la autonomía: ellos se guían por sí mismos con criterios racionales y éticos, de modo que su comportamiento se sustrae a los cánones de consumo que establecen las estructuras consolidadas.

Podemos decir que el individuo autónomo se distancia de la masa, la cual continúa sujeta al condicionamiento estructural y actuando "mirando hacia el lado", siguiendo lo que hacen los demás.

Dijimos que tal cambio individual supone un sacrificio personal, una disciplina nueva. De la disciplina vieja que es un sometimiento a elementos externos, a menudo autoritarios, o a las estructuras que consolidan el pasado, se pasa a la autodisciplina, que es también —si se quiere— un sometimiento, pero no ya a algo externo sino a las exigencias de su propia naturaleza y conforme a las indicaciones que emanan de la razón y la ética.

Ahora bien, diferenciarse de la masa y del condicionamiento estructural
conlleva a menudo, además del mencionado sacrificio, un "castigo" del que es objeto el sujeto que cambia, de parte de la masa que sometida a los cánones convencionales no entiende y no acepta de buen grado la diversidad que nace; porque lo nuevo se presenta de algún modo, implícita o explícitamente, como crítico de lo establecido, o sea del comportamiento común del cual se distancia.

Además, la estructura opera como estructura, esto es, condiciona y limita porque aún cuando el sujeto no sigue ya sus pautas, debe vivir y actuar dentro de ella y en relación e interacción con todos los demás sujetos que con su comportamiento habitual continúan sosteniéndola y reforzándola. El mercado sigue ofreciendo combinaciones de bienes y servicios de modo coherente con las exigencias de las estructuras del consumo dominantes, y las personas continúan mayoritariamente satisfaciendo sus necesidades, aspiraciones y deseos en conformidad a las estructuras dadas, siendo evaluadas por sus semejantes con los criterios habituales. El prestigio social sigue asociado al consumo de determinados bienes, conforme a un orden de prioridad y jerarquía establecidos.

Así, por ejemplo, el que cambia privilegiando la satisfacción de necesidades conviviales, espirituales y culturales por sobre la ostentación de un nuevo modelo de automóvil cuya posesión lo hace sujeto de más amplios créditos bancarios, resulta castigado por aquél cambio en su comportamiento consumidor en cuanto es probable que disminuyan los créditos que se le otorguen.

La única gran fuerza a su favor con que cuenta el sujeto que cambia sus
prioridades de consumo, es la satisfacción superior que obtiene en correspondencia con sus nuevos comportamientos más acordes con los criterios del consumo perfecto. Si él está solo en el cambio, la mantención de éste en el tiempo le exige una gran fuerza interior; pero la mejor satisfacción personal que alcanza lo convierten en agente activo que favorece ser seguido y acompañado en su nuevo estilo y modo de consumo, por parte de otros que perciben el significado e impacto positivo del nuevo y superior modo de consumo.


 

La persuasión y la seducción como instrumentos del cambio.

 

El cambio cuenta para su difusión, además, con las herramientas de la persuasión (que opera a nivel de la razón) y de la seducción (que se mueve a nivel de los sentimientos y la emoción); cuenta con ellas para hacer frente a las fuerzas o tendencias que se resisten a cambiar, y cuyas armas principales son la costumbre (que induce a reiterar "lo que siempre se ha hecho") y la manipulación (que se basa en el engaño, la codicia y los intereses).

A medida que el cambio se difunde y se multiplica, en el sentido que los nuevos comportamientos van siendo asumidos y practicados por conjuntos cada vez más numerosos de personas y grupos, su difusión se torna también más fácil y más rápida, porque la experiencia y el testimonio de la mejor satisfacción opera en escala creciente, y porque las herramientas de la persuasión y la seducción son utilizadas por un contingente mayor de impulsores del cambio.

Si estas son las posibilidades y las dificultades del cambio del consumo
efectuado desde las personas al interior de las estructuras dadas, cabe advertir que a través de la misma experimentación y difusión de las nuevas formas de consumo ellas se convierten de algún modo y en algún nivel en nueva "estructura", que como vimos no es sino la consolidación social de comportamientos que se reiteran y multiplican.

Con el paso del tiempo lo nuevo llega a ser pasado, o mejor, va
construyendo su propio pasado, sedimentando su propia estructura; pero ésta, obviamente, no se consolida a nivel global o de la sociedad entera porque sólo una parte de ella actúa conforme a los criterios del comportamiento emergente. A lo que da lugar, en efecto, es a una estructura sectorial, esto es, a un sector del consumo que procede conforme a una racionalidad especial. Cuando el nuevo modo de consumo llega a ser sector, o a consolidarse a nivel estructural en cierto tamaño o amplitud, empieza a operar como sub-estructura que refuerza, reproduce y favorece la difusión del nuevo comportamiento que la instaura.

Este es un paso decisivo del cambio, pues comienza entonces a operar otra de las fuentes del cambio que señalamos. Ya no se está en presencia de un único modo de comportamiento, de una estructura de relaciones, de una sola racionalidad, pues hay al menos otra estructura del consumo que implica diferenciación de comportamientos a nivel social y no sólo individual. Así, las personas y sujetos colectivos en general, se encuentran ya condicionadas de manera múltiple y diferenciada. Entre tales comportamientos y racionalidades diferentes, cada sujeto podrá y deberá optar, en cada acto de consumo que efectúe.

La nueva estructura del consumo resultará entonces fortalecida, al tiempo que la antigua se verá debilitada, porque ya no contará con la fuerza gigantesca que le significaba el hecho de ser la única. Como dijimos, estos procesos podrán ser organizados y conscientemente potenciados mediante la coordinación de las voluntades de quienes han asumido la nueva racionalidad.


 

La regulación social, la ley y la justicia.


 

La tercera fuente y el tercer nivel del cambio corresponde al de las
estructuras en cuanto tales, cuya transformación es efectuada mediante una acción orientada directamente a lograrlo. En este plano aparecen múltiples modalidades de acción transformadora que es preciso examinar con algún detenimiento, partiendo por las posibilidades de remoción de los obstáculos que impiden o dificultan el perfeccionamiento del consumo a nivel global.

En este nivel de análisis corresponde examinar las cuestiones de la regulación social del consumo y las formas posibles y convenientes de coordinación de las decisiones de los consumidores individuales y colectivos.

Veamos en primer lugar si a este nivel pueda encontrar nueva claridad el problema que apareció en el diagnóstico del consumo, que nos mostró que la expansión e incluso el perfeccionamiento del consumo individual en ocasiones produce un deterioro de la calidad de vida a nivel social, en razón de las externalidades negativas que a menudo genera sobre los consumidores secundarios y sobre el medio ambiente; problemas que ejemplificamos con los casos del automóvil, de la vivienda y de la información.

Recordemos que el problema se origina en el hecho que los consumidores como sujetos independientes, persiguiendo la mejor satisfacción de sus necesidades, aspiraciones y deseos, incrementan el consumo de ciertos bienes y servicios; pero el logro de esta mejor satisfacción personal por parte de muchos sujetos, implica la multiplicación del uso de bienes y servicios tal que se genera a nivel agregado una desutilidad o impacto negativo en la calidad de vida del conjunto de la sociedad, incluidos los otros consumidores de los mismos bienes y servicios.

Siendo así, es bastante claro que el cambio de las estructuras del consumo a nivel social no se resuelve mediante las opciones independientes de cada consumidor, que supondría una ética altruista asumida por una mayoría de las personas, lo que en el actual grado de desarrollo humano parece poco realista.

Esto significa que en función del bien colectivo, de la calidad de vida en
general, la educación y la ética que operan a nivel personal, deben estar
acompañadas por una fuerza de carácter social que obligue a las personas a actuar de modo acorde a las exigencias del bien común.

Esta fuerza debiera necesariamente constituirse como ley, que se impone a todos por igual sobre la base de un principio ético que no puede ser otro que la justicia. En efecto, sólo la justicia parece ser el valor éticamente fundado y acorde con la naturaleza humana, capaz de imponer legítimamente sobre todos los individuos y grupos sociales ciertas leyes y normas de comportamiento y ciertas restricciones a la libertad individual.

La justicia y no la igualdad, como podría alguien pensar y como de hecho en algunas sociedades igualitaristas se ha intentado establecer para el consumo de ciertos productos. En efecto, la igualdad como norma que fije un nivel de consumo igual para todos no parece conforme a la naturaleza humana, porque la naturaleza humana es esencialmente dinámica o en desarrollo, y supone la libertad de elegir, condiciones ambas que por sí e inevitablemente generan desigualdad.

Además, las necesidades, aspiraciones y deseos se experimentan en grados y con intensidades diferentes atendiendo a condiciones de edad, salud, sexo, personalidad individual, contexto social, etc., de modo que el consumo igualitario sería altamente insatisfactorio para todos.

La norma o valor de la justicia, en cambio, supone e integra los aspectos válidos y fundados del principio de igualdad, cuales son: a) que todos las personas son iguales en dignidad; b) que en consecuencia la ley ha de ser la misma para todos; c) y que para todos ha de haber igualdad de oportunidades.

La ley que norma los comportamientos en vistas del bien común (calidad de vida para todos, en este caso) conforme al valor de la justicia, supone una acción legislativa que la establezca, una acción ejecutiva que la implante, y una acción judicial que la verifique (premie al que la cumpla y castigue al transgresor).

Son los tres clásicos poderes sociales, a los cuales si se quiere puede añadirse una acción educativa y comunicativa (o sea un poder educacional y un poder comunicacional) que favorezcan su difusión.

La ley es una primera fuerza externa que modifica o cambia las estructuras del consumo. Su eficacia es indiscutible, y no puede prescindirse de ella en la vida económica y social en general y en el proceso de consumo en particular. Mediante la ley pueden establecerse diversas restricciones al consumo individual, toda vez que éste genere daños a los consumidores secundarios, o implique externalidades negativas a nivel social y medioambiental, o induzca a un consumo clara y decididamente dañino (adictivo, inmoderado, no correspondiente, etc.).


 

Los límites de la ley.


 

Considerar la ley como fuerza que transforma y perfecciona el consumo exige ciertas precisiones. Ya vimos, en efecto, que el sujeto primero y esencial del consumo y del perfeccionamiento de éste son los consumidores mismos que buscan su más completa realización. Pero los sujetos no actúan siempre conforme a su naturaleza, a menudo se equivocan al elegir lo que consumen, u optan éticamente de modo incorrecto, y su educación es insuficiente para garantizar el resultado, especialmente en aquellos casos en que el consumidor logra su beneficio pero impidiendo o reduciendo el beneficio de los demás.

Como cada consumidor es el sujeto de sus decisiones de consumo, se hace indispensable evitar las consecuencias negativas que generan a menudo sus decisiones autónomas. El problema que se plantea es el de los límites de la ley, que tiene ámbitos de aplicación definidos cuya transgresión puede también implicar graves imperfecciones del consumo. En particular, poderes legislador, ejecutivo y judicial que interfieran excesivamente en el consumo individual o grupal pueden impedir que estos sujetos persigan y logren su propia realización conforme a su legítima e indispensable autonomía y libertad.

Una interrogante clave se refiere a la libertad del consumidor para elegir los bienes y servicios que desee aunque le generen daños y desutilidad a él mismo. ¿Puede restringirse o prohibirse por ley el consumo de ciertos productos, como el alcohol, el tabaco, los estupefacientes, la pornografía, la prostitución?

Responder afirmativamente sin mayores precisiones conlleva justificar un ámbito inmenso de restricciones que seguramente nadie estaría dispuesto a aceptar. Por ejemplo, podría prohibirse la lectura de ciertos libros considerados nocivos, o ciertas obras de arte, o incluso ciertos cultos religiosos, o la búsqueda independiente de la verdad, o incluso el acceso a ciertos lugares de vacaciones... cuyo uso probablemente se reservaría para cierta categoría social exclusiva (que podría coincidir con la de los propios legisladores). La historia está llena de casos como éstos. ¿Cuál es el límite y quién lo establece?

La respuesta no es simple, y sin embargo se requiere que sea clara y precisa. Debe, además, estar fundada en la naturaleza humana, pues todo el proceso de perfeccionamiento del consumo apunta a la realización del ser humano y de la sociedad conforme a su esencia. Pues, en la concepción de la naturaleza humana en que hemos fundado nuestro análisis, destacan dos principios básicos que nos orientan hacia la respuesta que buscamos.

El primero es que la persona humana como sujeto de decisiones autónomas es anterior a la sociedad, que se funda en la interacción y relacionamiento entre las personas.

El segundo es que la realización de la persona conforme a su naturaleza es un proceso guiado por el propio sujeto en cuanto consciente, libre y responsable.

Pues bien, la consideración conjunta de ambos principios permite concluir dos cosas fundamentales. Una es que la autodeterminación de cada sujeto supone que esté realmente en condiciones de autodeterminarse, esto es, que sea efectivamente un sujeto consciente y libre. Esto implica que la libertad para elegir el consumo podrá restringirse para quienes carezcan de un suficiente grado de conciencia y libertad, cual es el caso de los niños, de los incapacitados, de ciertos enfermos mentales, de quienes pueden ser objeto de plagio psicológico, de quienes no pueden acceder a ciertas informaciones claves para decidir convenientemente, etc. En tales casos, incumbe a la familia, a la sociedad, o a cualquier sujeto responsable de la persona en cuestión, adoptar decisiones de consumo por él y en su beneficio.

La ley, en este nivel, deberá precaver que las decisiones del sujeto responsable no dañen al que depende de sus decisiones, para lo cual podrá regular el ámbito de sus decisiones y castigarlo cuando le infiera daño al dependiente, al que debe proteger.

La segunda conclusión que deriva de los mencionados principios es que el ámbito de acción legítima de la ley de carácter social no es otro que la esfera de lo social, no debiendo interferir al nivel de lo que sea exclusivamente individual; y como lo social se constituye en la relación e interacción entre los individuos, la ley puede intervenir legítimamente cuando el comportamiento individual impacta la esfera social, pero no cuando se mantiene en la esfera privada, exclusiva y autónoma de cada persona (con excepción de los casos que señalamos anteriormente).

De acuerdo con esto, la ley no puede impedir el consumo individual aunque éste dañe al individuo consumidor que es consciente y libre, si su consumo no trasciende con efectos negativos hacia otras personas o sobre la esfera social. El individuo tiene derecho a equivocarse, a experimentar, a practicar un consumo inadecuado y a corregirlo por su cuenta aprendiendo de sus propios errores. Eso es propio de su naturaleza, y deriva de su dominio interior donde reside el santuario de su conciencia y su libertad.

Pero como se ha repetido tantas veces, la libertad de cada uno termina donde comienza la libertad del otro. Y esto es importante al examinar el consumo, porque numerosos bienes y servicios tienen efectos no solamente sobre el que los utiliza sino también sobre otras personas (consumidores secundarios, externalidades). El ruido de una bocina afecta las necesidades y deseos no solamente del que la hace sonar sino de todos quienes la escuchan. El uso de un arma puede proporcionar seguridad al que la posee e inseguridad entre los que están a su alcance. Siendo así, la libertad para elegir los bienes y servicios con que han de satisfacerse las necesidades no es sólo la de aquellos que deciden utilizar los productos que quieran, sino también la de quienes se verán afectados por esas decisiones. En consecuencia, estos últimos deben tener también la posibilidad y el derecho de incidir en las decisiones de quienes los afectan con las suyas, en proporción a los efectos que dichas decisiones hacen recaer sobre ellos.

Las "externalidades" a considerar son no solamente las que derivan
directamente del consumo de los bienes, sino otras indirectas derivadas del comportamiento de las personas que consumen ciertos productos que "hacen mal". Por ejemplo, una sociedad con muchos drogadictos afecta la seguridad y la salud de todos. El consumo inapropiado de antibióticos puede llevar al anulamiento de sus efectos cuando los virus se tornan resistentes a ellos como consecuencia de ese consumo incorrecto. ¿Hasta dónde se extiende la libertad de elegir, atendiendo que somos seres sociales que incidimos unos sobre otros, inevitablemente?

Hay un problema de límites. Un ejemplo: el uso de chimeneas contamina el aire de las ciudades, por lo que puede darse la tendencia a prohibirlas. Pero entonces, el uso deautomóviles también contamina, y produce además accidentes mortales. ¿Por qué prohibir las primeras y no los últimos, si éstos pueden tener efectos aún más graves? Y si se va a prohibir todo lo que produce efectos sociales negativos, habrá que prohibir tantas cosas, y existirá un margen inmenso a la subjetividad y arbitrariedad de quienes ejercen el poder. Por ejemplo ¿prohibir la TV porque daña la salud mental
de algunas personas? O ¿prohibir un cierto culto religioso porque produce alienación según cierta ideología? ¡El camino de las prohibiciones parece ser infinito!

Lo que se quiere saber es cómo puedan eliminarse o minimizarse las
"externalidades" negativas del consumo, y potenciarse las positivas, o sea cómo tratar socialmente los efectos positivos o negativos del consumo primario sobre los consumidores secundarios, incluyendo en ello la pregunta por la "detención" del consumo en el momento en que comience a generar un empeoramiento de la calidad de vida.

Pues bien, el derecho a incidir en la decisión de los otros puede ejercerlo directamente el sujeto afectado, por ejemplo, mediante un consejo, una advertencia, una petición de que no utilicen cierto bien o servicio. Así sucede en incontables ocasiones, y el resultado se obtiene sin mediación de la ley. Pero tal posibilidad no siempre está abierta para las personas involucradas, de manera directa; en otras palabras, no siempre es posible incidir en las decisiones que los demás toman independientemente.

Es aquí donde el poder público, en representación de los sujetos afectados por las externalidades de las decisiones individuales, puede legítimamente actuar señalando limitaciones a los derechos y a la libertad de cada uno. Lo que hace en este caso la autoridad no es restringir la libertad para elegir, sino garantizar la efectiva libertad de elección de todos los consumidores, primarios y secundarios, resguardando los derechos de estos últimos.

En tal sentido, la libertad para elegir no se ve restringida sino incluso
garantizada por decisiones legítimamente asumidas por el poder , que prohiban la oferta de ciertos productos cuya posesión o consumo genere daño social o personal a terceros, o que establezcan normas que fijen las condiciones bajo las cuales dichos productos pueden ser adquiridos y utilizados.


 

La coordinación de las decisiones de los individuos.


 

Lo que hace la ley en este sentido, su función más propia y específica, es coordinar las decisiones de los sujetos individuales y colectivos; y lo realiza a través de un ejercicio complejo de regulación, que no es simplemente un listado de prohibiciones, aunque las incluye, sino un verdadero arte y una verdadera ciencia, que implica armonizar comportamientos, necesidades, intereses, deseos, etc., en vistas de alcanzar la mejor calidad de vida para todos.

Un ejemplo paradigmático de la coordinación de las decisiones individuales mediante la ley es la reglamentación del tránsito automovilístico, que encauza las decisiones de cada conductor sin quitarle su autonomía decisional sino, al revés, garantizando que las decisiones libres de todos los conductores puedan proceder sin entrabar el funcionamiento del tránsito, que implicaría la anulación de la libertad de cada conductor.

Ahora bien, así como la acción autónoma del sujeto logra su objetivo racional de perfeccionar el consumo individual en cuanto se sujeta a la ética de la libertad implicada en la esencia del hombre, así la acción reguladora de la ley logra su objetivo de perfeccionar el consumo global en cuanto se sujeta a la ética de la justicia implicada en la naturaleza de la sociedad.

El principio de justicia que ha de presidir la determinación de las leyes, consiste en garantizar la libertad de cada uno en un marco de igualdad de oportunidades, impidiendo que las decisiones de algunos sujetos anulen el ejercicio de la libertad de otros. En este sentido, la ley justa subroga al sujeto en su autonomía decisional, en la misma dirección de llevar a los hombres a su realización conforme a su naturaleza; pero lo subroga exclusivamente cuando el sujeto está impedido de alcanzar su realización porque se lo impiden otros sujetos, o su misma falta de conciencia y libertad.

Tal vez esta respuesta al problema parezca insuficientemente determinada a quien desee un elenco de normas, fórmulas y soluciones específicas para cada situación, necesidad o producto; pero tal expectativa no es conforme a la naturaleza de la ciencia, cuya función no es la de producir leyes, reglamentaciones o fórmulas para cada caso particular; llegar a este nivel supondría que la ciencia se atribuya una pretensión ilegítima, cual sería sustituir lo que incumbe decidir a las personas y las sociedades reales en cada caso y situación particular. De la teoría y la ciencia se esperan orientaciones sobre el modo en que los problemas puedan resolverse.

Examinemos, pues, desde más cerca, cómo puedan los criterios teóricos expuestos resolver la cuestión del consumo de ciertos bienes cuya expansión por decisión individual de los consumidores en vistas de su propia utilidad, impacta negativamente la utilidad de los otros consumidores y la calidad de vida de la sociedad en general.

Los ejemplos y análisis anteriores nos señalaron que la optimización de la calidad de vida parece fijar un límite teórico para el crecimiento conveniente del consumo global de cada bien y servicio; pero un límite teórico que no es el que corresponde a la lógica económica de la saturación del mercado y del consumo individual, toda vez que se presenta antes e independientemente de éste. Y distinto también del que quedaría determinado por la plena satisfacción de las necesidades humanas, no obstante la satisfacción de éstas sea esencial para la calidad de vida.

Es un límite que para muchos bienes y servicios puede presentarse mucho antes de que se sature el consumo y el mercado de dicho bien, y aún estando muy lejos de que se produzca y consuma lo necesario para satisfacer las necesidades de todos. Los casos del automóvil, de la vivienda y de la información que analizamos, están ahí para demostrar que las desutilidades al nivel del consumo agregado se verifican antes de que todos hayan satisfecho adecuadamente sus necesidades, y sin que la desutilidad a nivel agregado dé lugar a la interrupción del crecimiento del consumo global.

Por esto decimos que se trata de un límite "teórico", en cuanto en la práctica no se manifiesta deteniendo el consumo de los bienes y servicios que alcanzan dicho límite; de hecho el consumo sigue aumentando y transgrede dicho límite aún al costo de deteriorar la calidad de vida y disminuir el cumplimiento del propio objetivo último de la economía. La pregunta es, entonces, ¿cómo hacer que el límite teórico del consumo de bienes y servicios en que se optimiza la satisfacción de las necesidades y en que se alcanza la máxima calidad de vida que dichos bienes y servicios pueden proporcionar, no sea transgredido en la práctica por la dinámica del crecimiento del consumo?


 

Internalizar los costos de las externalidades del consumo.


 

Un primer elemento se refiere a lo que corresponde a la regulación del funcionamiento del mercado. Al respecto excluimos la validez de restricciones e impuestos que establezcan por ley privilegios que impidan el derecho de todos a participar en igualdad de condiciones. Lo que el mercado perfecto permite e incluso exige, es que los usuarios se hagan cargo de pagar el valor real del conjunto de los bienes y servicios implicados en el consumo del producto que genera desutilidad agregada.

Hemos visto, en efecto, que el consumo tiene una estructura sistémica, y que a menudo los bienes y servicios deben utilizarse concomitantemente. El uso de un automóvil implica simultáneamente el consumo de calles, estacionamientos, semáforos, servicios policiales de resguardo del tránsito, etc., cuyos costos, en un mercado justo, debieran ser asumidos por los usuarios, y no por la sociedad global pues esto implica que quienes no poseen automóviles paguen por bienes y servicios que no utilizan, acentuándose consiguientemente la desigualdad social.

De hecho, es probable que muchos casos de consumo individual cuya acumulación genera desutilidades a nivel agregado se derive de esta injusticia social. En el caso del automóvil, el hecho que sus usuarios no asuman plenamente los costos de los bienes y servicios adjuntos que utilizan, exacerba su consumo y genera gran parte de los problemas derivados de su excesivo consumo. El pago de peajes, de derechos de circulación y estacionamiento, de multas por transgresión de las reglas del tránsito (que es un modo de hacerse cargo de los costos de los semáforos, servicios policiales, etc.), de seguros de accidentes, etc., son formas adecuadas de transferir a los usuarios los costos asociados al consumo de los vehículos que utilizan. Aunque por la forma en que algunos de ellos son cobrados pueden asemejarse a los impuestos, en realidad no lo son, constituyendo más bien modos indirectos de hacer funcionar los criterios del mercado de intercambios perfecto y justo, que exigen que cada bien o servicio sea pagado (asumido en su valor) proporcionalmente por quienes lo utilizan.


 

El castigo del consumidor dañino.


 

Un segundo elemento opera en el espacio que podemos considerar de interacción entre el mercado y el proceso de consumo, y se refiere a la justicia de que los sujetos que producen y consumen bienes que afectan negativamente a terceros, o que tienen externalidades que dañan el medio ambiente y la calidad de vida general, asuman los costos de los daños que generan y/o de su reparación. Este criterio tiene varias aplicaciones.

Una es simplemente el castigo del comportamiento del consumidor dañino: la multa al conductor que transgrede las normas del tránsito, la privación de libertad al que induce a los niños al consumo de estupefacientes, la penalización del que distorsiona la información sobre los efectos del consumo de ciertos bienes y servicios, etc.

Otra aplicación del criterio indicado es la reparación del daño causado, en beneficio directo del sujeto afectado: el automovilista que daña la propiedad ajena por su conducción defectuosa se hace responsable de los costos de su reparación, o de los gastos médicos en que incurra una persona accidentada por la misma causa; la empresa cuyos residuos tóxicos deterioran recursos de terceros es obligada a pagar el valor de dichos recursos, o su reposición; etc.

Cuando este criterio no se aplica estrictamente, los costos de producir y consumir ciertos bienes y servicios nocivos son menores a los que debieran en justicia ser, por lo que tiende a aumentar su producción y consumo transgrediendo el límite teórico en que comienzan a generar desutilidades y deterioros de la calidad de vida.

 

El racionamiento del consumo.


Pero aún haciéndose cargo del conjunto de los bienes y servicios utilizados en combinación, así como de los costos implicados en el daño a terceros, el consumo de automóviles y de otros bienes y servicios puede superar el punto de saturación o límite en que su incremento genera desutilidades y deterioro de la calidad de vida. En tales casos reconoceremos que el problema no se genera en una imperfección del mercado (a la base de la cual está también una transgresión a la justicia) sino en el proceso de consumo mismo, de modo que debe ser resuelto en éste, conforme a los principios que orientan su perfeccionamiento.

La forma de hacerlo sin transgredir la libertad individual ni la justicia (que implica igualdad de oportunidades), no ha de ser otra que una ley que regule dicho consumo, pues se trata de un problema social que corresponde a su ámbito de competencia y atribuciones. Una ley que establezca el racionamiento, esto es, cuotas proporcionales de consumo, de tal modo que todos puedan ejercer su libertad individual respetando la de los otros. Si el agua no alcanza para que todos la utilicen a discreción, debe racionarse su consumo. Si el exceso de automóviles en circulación es tal que las calles se saturan generando desutilidad en el uso de los automóviles, debe racionarse la utilización de ellas, estableciendo cuotas a la posesión de automóviles y/o al desplazamiento de éstos por las calles. Si la generación de energía eléctrica no permite satisfacer toda su demanda, podrá racionarse su consumo.

En éstos y en muchos otros casos similares el racionamiento por ley que afecte por igual a todos constituye la forma justa y racional de coordinar las decisiones libres de los consumidores. El racionamiento del consumo —tercer elemento de la respuesta al problema en examen— es, sin embargo, el último medio al que la sociedad debiera recurrir para regular y coordinar las decisiones de los consumidores.

El racionamiento puede ser necesario o conveniente solamente si se establece en el sentido y con los fines en que lo hemos expuesto, o sea como un modo de coordinar las decisiones de consumo en circunstancias especiales y extremas en que resulta indispensable para mejorar la calidad de vida para todos, y no como un modo habitual de influir o condicionar la satisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos de las personas y colectividades.


 

El racionamiento de la producción, de la distribución y del consumo.


Nos hemos referido sólo al racionamiento del consumo y no al racionamiento de la producción y de la distribución. Racionar la producción significa fijar cuotas a las empresas; racionar la distribución significa fijar precios a los productos; racionar el consumo significa fijar cuotas a la utilización de los bienes y servicios por parte de los consumidores.

Al respecto, es importante considerar que la producción, la distribución y el consumo están interrelacionados, de modo que el racionamiento del consumo influye sobre la producción y el mercado. Es interesante examinar esta interacción, y observar que el racionamiento del consumo puede favorecer la contribución de la producción y del mercado a la solución de los problemas que lo hacen necesario, siempre que y sólo si se permite que el mercado y la producción reaccionen libremente a su establecimiento. Para entenderlo conviene distinguir dos tipos de racionamiento del consumo.

Uno es el mencionado del automóvil, que busca coordinar las decisiones de los consumidores cuando un exceso de consumo genera desutilidad agregada. Otro es el del agua y la electricidad, que se establece cuando hay una declarada escasez de un bien o servicio imprescindible, tal que no todos pueden satisfacer la necesidad. En ambos casos el racionamiento del consumo altera los precios de los bienes y servicios en el mercado con los correspondientes efectos en la producción, pero lo hace en sentido inverso.

Cuando se raciona el consumo de productos sobreabundantes sus precios tenderán a bajar, porque disminuye su demanda mientras su oferta será transitoriamente excedentaria; cuando se raciona el consumo de bienes escasos, sus precios tenderán a subir, porque su demanda aumenta y los consumidores estarán dispuestos a pagar cualquier precio por ellos, cuya oferta es insuficiente.

A estos cambios en los precios y condiciones del mercado los productores reaccionarán espontáneamente disminuyendo la oferta de los bienes sobreabundantes y aumentando la producción de aquellos escasos, favoreciéndose así la solución del respectivo problema. Pero esto ocurrirá solamente si los productores y agentes del mercado pueden continuar decidiendo con libertad y sin que el racionamiento implique fijar límites a la producción ni a los precios. Porque en estos ámbitos el posible racionamiento a nivel del mercado y de la producción consistiría, por un lado, en fijar precios máximos a los productos escasos a fin de impedir que el elevamiento de sus precios los haga inaccesibles para las personas de menores ingresos; pero la consecuencia no sería otra que desincentivar su producción y con alta probabilidad el surgimiento de un mercado ilegal paralelo que agravaría aún más el problema. En el caso de los productos excedentarios, el racionamiento de la producción y del mercado consistiría en fijar cuotas de producción a las empresas y/o en fijarle precios elevados a los productos, intentando impedir que la disminución de precios de los productos cuyo consumo está racionado induzca un aumento de la demanda y consiguientemente del mismo consumo; pero la consecuencia sería una tendencia a incentivar aún más la producción, que se manifestaría en una fuerte presión de los productores para que se eleven sus cuotas de producción o en una espontánea tendencia a que nuevas empresas se agreguen a la producción de esos bienes de alta demanda insatisfecha y elevados precios.


Preferencias y meta-preferencias.


Cabe finalmente preguntarse si, además de la acción de los propios consumidores que buscan su realización orientados por la ética y apoyados por la educación, y de la ley que coordina las decisiones de los consumidores presidida por la justicia, existan otros modos de transformar y perfeccionar el comportamiento de los sujetos y las estructuras del consumo de modo que se aproximen a los criterios de moderación, correspondencia, persistencia, globalidad, equilibrio, jerarquía, integración y potenciación.

Sabemos que tales criterios serán efectivos en la medida que se manifiesten concretamente en las preferencias de los consumidores individuales y colectivos. Lo que corresponde es, pues, reflexionar si en el origen de dichas preferencias hay algo más que la conciencia y libertad de cada uno y las estructuras sociales del consumo que tienden a reproducirse.

Lo que hay es, obviamente, un contexto cultural, entendiéndose por tal el conjunto de los conocimientos e ideas, valores y normas, emociones y sentimientos, creencias religiosas y apreciaciones estéticas, identidades y proyectos, etc., que predominan a nivel de la sociedad en su conjunto y/o de grupos sociales determinados, condicionando las percepciones y opciones de los sujetos que participan en dicha cultura, estableciendo los límites y los horizontes de posibilidades en que se mueven los sujetos, orientando sus prioridades y preferencias.

Mirado desde los sujetos, diremos que sus preferencias y opciones se despliegan en un espacio acotado por un complejo de ideas, valores, emociones, etc., que les delimitan lo que les es posible pensar, sentir y hacer. Algunos autores hablan de meta-preferencias, correspondientes a este ámbito cultural que condiciona y preside las preferencias del consumidor. Cabe anotar que también los productores enmarcan sus decisiones (sobre qué, cómo, cuánto y para quiénes producir) en un contexto cultural, de ideas y valores que delimitan y orientan sus opciones.

El hecho es que las personas, organizaciones, instituciones y poderes sociales tienen siempre la posibilidad de influir sobre las decisiones autónomas de los consumidores, participando en los procesos de creación y construcción social de las ideas, valores, sentimientos, etc., que conforman la cultura y que influyen sobre la composición de las necesidades, aspiraciones y deseos de los sujetos.

Si las preferencias están enmarcadas y orientadas por meta-preferencias, las primeras pueden ser dejadas proceder libremente y sin embargo ser modificadas en el tiempo por una acción que transforma estas últimas.

Esta manera de influir en el consumo de los otros, parece ser la más respetuosa de la libertad de elección económica. En efecto, la creación cultural genuina es fruto de la libertad y se distingue por abrir espacios de mayor libertad.

Pero no deben confundirse las meta-preferencias culturales que definen los ámbitos de libertad en que se mueven las preferencias, con formas de inducción de las preferencias que se basan en la propaganda o seducción engañosa que prometen felicidades que no pueden otorgar, o en la amenaza que sutil o encubiertamente anuncia castigos y males que supuestamente recaerán sobre quienes no sigan sus dictados.

Esta observación es importante, pues son muchos los que piensan que es hoy urgente y necesario un cambio cultural como requisito de la solución de innumerables problemas, entre ellos los del consumo; pero dicho cambio cultural se lo entiende a menudo como resultado de algún tipo de "campaña" contra ciertos productos, o como acción ideológica o política manipuladora de las conciencias. El asunto es mucho más complejo, pues el cambio cultural sólo es posible realizarlo eficazmente mediante la proposición de obras culturales, de los más variados tipos, que se instalan en los espacios de la cultura misma, desde la cual y en la cual comienzan a operar. El tema del cambio cultural, obviamente, trasciende las posibilidades de este estudio, si bien mucho de lo que hemos examinado en este libro sirve para comprenderlo, proyectarlo y realizarlo.

 

PROYECCIÓN: DESDE EL BUEN CONSUMO HACIA UNA NUEVA CIVILIZACIÓN.


La civilización moderna se desmorona, lenta pero inexorablemente. Las instituciones que garantizan el orden y la convivencia social están perdiendo credibilidad y soporte ciudadano. Los Estados ven reducida su capacidad de conducir y de articular los intereses de los diferentes grupos sociales, y de resolver los problemas que afectan a la sociedad. La economía experimenta incapacidad para generar empleo, para mantener los niveles de bienestar social alcanzados anteriormente, y para impedir el incremento de la pobreza, el agotamiento de recursos fundamentales y el deterioro del medio ambiente. Las ideologías y las ciencias sociales no ofrecen respuestas y soluciones viables a estos problemas, y pierden su capacidad de proporcionar proyectos que encaucen las inquietudes y demandas que en el contexto de la crisis multiplican el malestar social. Las personas se desconciertan, están insatisfechas y esperan soluciones del mercado y del Estado, que no se las pueden dar.

Se difunde la conciencia de todos estos problemas, y eso constituye un hecho positivo; pero la indignación, las protestas y las movilizaciones sociales a que da lugar esa expansión de la conciencia de la crisis, son sólo expresiones y manifestaciones de la crisis misma, que no la resuelven sino que incluso la acrecientan y aceleran, en cuanto no sean portadoras de soluciones efectivas.

En cuanto esas movilizaciones persistan en exigir al Estado, al mercado y a las instituciones existentes las soluciones a la crisis, y se espere que los mismos agentes que causan la crisis reviertan las tendencias y la superen, los procesos se mantienen al interior de los paradigmas de la civilización que perece. Es curioso que se pida a las instituciones, en las que no se cree y a las que justamente se indica como responsables de la crisis, que la resuelvan. Se sigue pensando erróneamente que el Estado y el mercado son todopoderosos.

La crisis continuará deteriorando la vida económica, política y cultural, en un largo proceso de decadencia de la civilización moderna, que implicará muchos sufrimientos y que será muy doloroso. Por esto es muy importante comprender que la tarea que tenemos por delante es constructiva, y que debiéramos evitar las acciones tendientes solamente a destruir lo que va quedando del orden económico e institucional existente. Este se está desmoronando por su propia dinámica, y acelerar su caída no adelantará la nueva civilización.

Es completamente ilusorio creer que el colapso de la civilización moderna dará lugar por sí mismo a la nueva civilización: a la nueva política, a la nueva economía, a las nuevas ciencias, a la nueva educación, a las nuevas tecnologías. Ellas surgirán sólo en la medida que sean creadas por personas y grupos concretos que se pongan a trabajar consciente y decididamente en ello.

Además, es importante comprender que la ya vieja civilización moderna tiene variados elementos de valor permanente, que debiéramos conservar y hacer transitar hacia la nueva civilización. Sería una pérdida de graves consecuencias que esos elementos positivos se perdieran en la crisis de la civilización que decae; y sería también extremadamente grave que el mercado capitalista y las instituciones estatales dejasen de funcionar sin que se hayan establecido previamente las bases de una nueva economía y de un nuevo orden social.

La nueva economía, la nueva política y las nuevas ciencias están siendo creadas, están surgiendo, por iniciativa de personas creativas, autónomas y solidarias. Los intentos de crear formas económicas basadas en el conocimiento, en la creatividad, en la autonomía y en la solidaridad de sus participantes son múltiples y variados. Podemos enumerar el cooperativismo, el mutualismo, la autogestión, la economía comunitaria, la economía de comunión, la economía colaborativa, el comercio justo, la finanza ética, el consumo responsable, las organizaciones económicas populares y varias otras.

Esos movimientos han alcanzado ciertos niveles de desarrollo interesantes, son preciosos en cuanto testimonio de la posibilidad de una economía éticamente superior a la predominante. Pero debemos reconocer que no han sido suficientes para superar el capitalismo y el estatismo, y en gran medida permanecen subordinados a las lógicas de la civilización moderna. Una pregunta que hay entonces que hacerse es la siguiente: ¿qué ha impedido su mayor desarrollo, o qué límites les son inherentes, tales que no les ha sido posible configurar todavía una consistente economía superior?

No desconocemos que en muchas circunstancias las organizaciones económicas no-capitalistas y no-estatistas enfrentan obstáculos puestos por la elevada concentración del capital en el mercado, y por el estatismo que monopolica la gestión de la previsión social, la salud, la educación y otros sectores en los cuáles la economía solidaria tendría notables ventajas, capacidades y eficiencia. Pero, desde el momento que un objetivo es precisamente superar el capitalismo y el estatismo mediante su propia creatividad y con autonomía respecto de ellos, convendrá orientar la explicación de las limitaciones de las economías alternativas hacia aspectos de su propio modo de organizarse, de relacionarse y de actuar, que las limiten.

Tal vez el problema más serio que se observa en estas experiencias sea no convencer de que, además de ser éticamente superiores, puedan ser también más eficientes desde el punto de vista económico; es decir, que realicen un uso más productivo de los recursos escasos, que proporcionen una mejor retribución a las personas que participan en ellas, y que ofrezcan mejores bienes y servicios al alcance de los consumidores.

En tal sentido, a menudo se hace el razonamiento de que “es preciso sacrificar un poco la eficiencia económica en orden a lograr una economía socialmente justa y éticamente mejor”. Un discurso habitual de los promotores de estas economías “alternativas” incluye casi siempre un llamado al sacrificio: hay que sacrificarse por la cooperativa, para sostener el proyecto “social”, es preciso estar dispuestos a pagar más por productos “éticos”, etc. Pero la economía, por definición, está orientada a producir beneficios, en el sentido que los beneficios sean siempre superiores a los sacrificios, y cuanto más elevados sean los beneficios y más reducidos los sacrificios, la economía será más atractiva y eficiente. Por ello, no se podrá expandir socialmente una nueva superior economía hasta el punto en que pueda prevalecer, si no logra ser simultáneamente más ética (justa, solidaria, libre) y más eficiente.

Una característica de las iniciativas económicas solidarias que hasta ahora ha limitado y dificultado su mejor desempeño, ha sido el privilegiar y enfatizar las organizaciones y actividades de producción y distribución por sobre las de consumo. De hecho, los principales movimientos tendientes a crear una nueva economía comienzan habitualmente por crear iniciativas productivas, comerciales y financieras.

Pero en la creación de una nueva economía el punto de partida ha de ser la transformación del consumo. La razón de ello resulta clara una vez que hemos comprendido que el fin es el ser humano, su realización y felicidad. Una economía de conocimiento, creativa, autónoma y solidaria al servicio de los seres humanos, debe formar y desarrollar consumidores racionales, creativos, autónomos y solidarios.

Una nueva estructura de la producción se irá creando y desplegando a medida que más personas y grupos vayan adoptando los criterios de moderación, correspondencia, persistencia, integralidad, equilibrio, jerarquización, potenciación, integración y cooperación propios del 'buen consumo'.

En tal sentido y en líneas muy generales, podemos prever que en el proceso de construcción de una nueva economía y de creación de una nueva civilización, se expandirán la agricultura, la producción de bienes y servicios básicos, la educación y la cultura, las comunicaciones, la convivencia y los servicios de proximidad, las ciencias y las artes. Podrán disminuir en cambio la minería, la industria pesada, el transporte, la industria del petróleo y sus derivados, la industria química, los servicios financieros, y la extendida producción de baratijas.

Como resultado de todo ello mejorarán conjuntamente el medio ambiente y la calidad de vida, generándose un tipo de desarrollo muy diferente al insostenible crecimiento económico actual.

En correspondencia con las nuevas formas del consumo y de la producción, viviremos un proceso de potenciamiento de las capacidades de las personas, de las familias, de las comunidades y de los grupos locales. Vimos, en efecto, que el 'buen consumo' conduce a las personas y a las comunidades desde la dependencia hacia la autonomía. Esto es un proceso, y en realidad la autonomía se hace posible una vez alcanzado cierto nivel de desarrollo personal. Lo dijimos: si uno no lee, la motivación para hacerlo y el aprendizaje de la lectura deben llegarle desde fuera. Pero cuando uno se convierte en lector interesado en aprender y entretenerse, ya nadie tiene que motivarlo para que lea, y por sí mismo buscará libros, necesita leer, e incluso puede llegar a escribir sus propias narraciones y pensamientos, ofreciéndolas a otros. Lo mismo pasa con cualquier actividad o trabajo: podemos pasar progresivamente desde la dependencia a la autonomía y desde la autonomía a la solidaridad, en la medida que desarrollamos las necesidades y capacidades implicadas en las actividades que realizamos.

Son la pobreza, la inseguridad, la carencia de capacidades, la falta de relaciones, la ausencia de convicciones, lo que hacen tan apreciada la adquisición de cosas y el recurso a servicios externos. Pero cuando se alcanza cierto nivel de desarrollo personal nos hacemos más autosuficientes, menos necesitados de bienes y servicios exteriores. Si alguien tiene un buen desarrollo personal, una riqueza de personalidad, buenas y anables relaciones sociales, es muy probable que necesite comprar menos bienes y servicios, no porque haya apagado sus necesidades sino porque las satisface más autónomamente, y porque el sujeto pone mayor dedicación a aquellas dimensiones de la experiencia en las cuales es capaz de autogenerar proyectos y satisfactores por su cuenta.

En esta dirección podemos ver que en la nueva economía debieran experimentar un gran desarrollo el trabajo autónomo y asociativo, la autoproducción, los procesos de desarrollo local. Junto con ello se dará una más directa relación entre el consumo y la producción, incluyendo una mayor autonomía alimentaria y energética a nivel local y nacional. Todo esto es parte del crecimiento en conocimiento, en autonomía, en creatividad y en solidaridad de las personas, las familias, las organizaciones y las comunidades.

Construir una nueva civilización es el cambio más grande, más global, más completo y más radical que pudiéramos concebir. Este gran cambio será fruto de la actividad de muchísimas personas de conocimiento, creativas autónomas y solidarias; no el fruto de la conflictualidad y la combatividad de algunos grupos férreamente organizados. La gran transformación no se realizará por un único gran movimiento unificado por una ideología, sino a través de una infinidad de acciones, pequeñas y grandes, algunas infinitesimales y otras de dimensiones universales, abarcando los más amplios campos de la experiencia humana, comenzando por las opciones de consumo.

Es necesario saber que se requiere mucha fuerza espiritual y moral, y convicciones profundas, que son lo que permite crear lo nuevo superando las dificultades que implica tener que desplegar los procesos creativos en un contexto adverso, y que pudiera incluso tornarse peligroso.

Esto nos vuelve a la cuestión espiritual y moral. Todas las grandes civilizaciones que ha habido en la historia de la humanidad han tenido profundos y elevados fundamentos morales y espirituales, que en último análisis y última síntesis, son los que proporcionan a los seres humanos la posibilidad de elevarse por sobre sus impulsos biológicos y de evolucionar de modo libre y consciente hacia estadios de civilización superiores y trascendentes.

Lo que parece requerirse en este terreno es elaborar a nivel teórico, y formarnos las personas en el plano práctico, en una ética de la responsabilidad personal, social y ambiental, fundada en los valores de la libertad, la justicia y la solidaridad. Y en conexión con dicha ética, desplegar una espiritualidad del desarrollo humano, fuertemente comprometida con la transformación de sí mismos y del mundo, buscando evolucionar hacia formas superiores de conocimiento, de conciencia y de vida.



 

NOTAS
 

1 Manfred Max-Neef et al. en Desarrollo a escala humana, una opción para el futuro, "Development dialogue, número especial 1986, Cepaur-Fundación Dag Hammarskjold, Uppsala, Suecia, pág. 42.

2 Luis Razeto, Las Donaciones y la Economía de Solidaridad. (Tercera edición actualizada) Ediciones Univérsitas Nueva Civilización, 2018. Pág. 29.

3 Richard G. Lipsey, Introducción a la economía positiva, Vicens Universidad, Barcelona 1984, pág. 57.

4 M. Max-Neef et al., op. cit. pág. 41.

5 M. Max-Neef et al., op. cit. pág. 35 y 36

6 M. Max-Neef et al., op. cit., pág. 27.

7 M. Max-Neef et al., op. cit., pág. 36.

8 M. Max-Neef et al., op. cit., págs. 43 al 45.

9Ver: Luis Razeto, Teoría Económica Comprensiva. (Tercera edición ampliada y actualizada) Ediciones Univérsitas Nueva Civilización, 2017.

 

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