CIENCIA, RELIGIÓN Y EL AVANCE DE LA CIVILIZACIÓN - Dr. Farzam Arbab

(Texto de la Conferencia ofrecida por el Dr. Farzam Arbab en ocasión del Premio Nueva Civilización 2016, que le fue conferido por Univérsitas Nueva Civilización el 12 de octubre de 2016 en Santiago de Chile)

 

Es un honor y un placer para mí encontrarme frente a ustedes con ocasión de la entrega del premio Nueva Civilización, y compartir con ustedes algunas ideas acerca de ciertos temas que nos conciernen a todos. Ha pasado mucho tiempo desde que solía visitar a Chile, y me siento muy afortunado de estar aquí otra vez con ocasión de la dedicación de la Casa de Adoración bahá’í, esperando renovar viajas amistades y participar una vez más en conversaciones con personas a quienes aprendí a apreciar y respetar, asi como con la generación más joven a cuya educación estas personas se han dedicado.

 

Cuando pensaba en cómo aprovechar el escaso tiempo que tenemos juntos, llegué a la conclusión de que debería entrelazar historias personales con la discusión de ideas. Eso quizá me ayude a expresar ciertas ideas con mas claridad.

 

Nací en una familia bahá’í en Irán y, como saben, la comunidad bahá’í ha sido cruelmente perseguida desde sus inicios a mediados del Siglo XIX. Pero la singularidad de esa comunidad es que la extraordinaria opresión a la que ha sido sujeta no produjo los efectos que normalmente se asocian con las poblaciones oprimidas. Desde el principio, los seguidores de Bahá'u'lláh en esa tierra fueron capaces de trascender la opresión y dedicarse a lo que consideraban servicio a la humanidad y a su país, tratando de ser educadores de su pueblo y la voz contra los prejuicios de todo tipo que abundan en su país. Una razón principal para el comportamiento poco común de esta comunidad oprimida es el marco que ha adoptado para su plan de acción a largo plazo. Yo fui criado para estar completamente comprometido con ese marco.

 

Bahá'u'lláh enseñó que, al igual que una persona pasa por las etapas de la infancia, la niñez, la adolescencia y la juventud para llegar a la madurez, la raza humana como un todo también manifiesta los poderes colectivos del espíritu humano tras una serie de etapas sucesivas y distintas. Por medio de esta analogía, Él aseguró que la niñez de la humanidad estaba llegando a su fin, y que ahora nos encontramos en el umbral de la madurez. Esta es la edad de transición, durante la cual el mundo pasará por una de las transformaciones más fundamentales que la humanidad haya visto hasta el momento, en la que las viejas estructuras que eran adecuadas para la niñez serán destruidas, y las estructuras de una nueva civilización tomarán su lugar. A este respecto el consejo a Sus seguidores, fue no preocuparse por la destrucción de lo viejo, evitar cualquier forma de sedición, rechazar cualquier forma de violencia, y, de hecho, obedecer las leyes de su gobierno, centrando su atención solo en las palabras y las acciones que contribuyan a la elevación espiritual de sus conciudadanos. El que, a pesar de estos hechos el gobierno y el clero en Irán se hubieran opuesto a El con tanto ahínco, parece indicar que habían comprendido las implicaciones de esta manera de pensar para la supervivencia de un sistema injusto y opresivo por medio del cual gobernaban, y siguen gobernando, la nación.

 

Pero a Bahá'u'lláh no le preocupaba solamente Irán. “Que vuestra visión abarque el mundo”, fue Su consejo a Sus seguidores. El sello distintivo de la edad de la madurez, dijo, era el establecimiento firme del principio de la unicidad de la humanidad, su unidad orgánica. La humanidad es una, los prejuicios de color, género, raza, etnia y nacionalidad son producto de las vanas imaginaciones de la niñez. El futuro de la civilización, nos enseñó, será una verdadera civilización mundial que habrá de encarnar este principio totalmente.

 

Por supuesto, todos estamos cansados de las meta-narrativas que causaron estragos en el siglo XX, y tampoco nos gusta mucho la narrativa subsiguiente de la globalización, la cual da rienda suelta a una conglomeración de entidades que buscan lucro a cualquier costo para hacer lo que quieran con la humanidad. Pero la visión de Bahá'u'lláh tiene poco que ver con esas narrativas. Decirle a un niño o niña de 12 años “has terminado la niñez y ahora estás entrando en la difícil etapa de la adolescencia, pero debes saber que la madurez no está demasiado lejos” es un enunciado de las cosas tal y como son; no implica la imposición de un esquema artificial sobre la vida de esa persona. Al contrario, la conciencia de cómo puede ser una etapa deseada de madurez y de que uno puede darle forma a su propio futuro, ayuda a la persona a pasar por las turbulencias de una edad de transición.

 

Ahora, si el camino tortuoso frente al que se encuentra la humanidad va a llevar a su unificación, entonces hay miles de preguntas, grandes y pequeñas, que cada uno de nosotros, como individuos, como grupos y comunidades, y como organizaciones e instituciones de la sociedad debemos abordar. Cuando yo era un estudiante de postgrado, tales preguntas se imponían sobre mi conciencia, y ocupaban mi mente más y más a medida que me acercaba a completar mis estudios. Cuando empecé mi investigación postdoctoral en física teórica, la pregunta de “cómo puedo contribuir al surgimiento de la civilización vislumbrada por Bahá'u'lláh” me consumió tanto, que pedí un año libre, busqué algún puesto en Latinoamérica, con la cual estaba familiarizado por medio de algunos amigos, y terminé en la Universidad del Valle en Cali, responsable de consolidar el departamento de física —como parte de un programa mayor cuyo propósito era desarrollar una universidad moderna que fuera el motor del desarrollo de toda una región. Ese año, durante el cual, según algunos de mis amigos, satisfaría mi idealismo y regresaría a la seriedad de la física, se prolongó; de hecho, pasé cerca de 19 años en Cali. Poco después de llegar, empecé a cuestionar la utilidad de la manera en que el conocimiento se compartimentaba en diferentes disciplinas, y me preguntaba cómo el conocimiento científico podría empoderar a las gentes de Colombia y no solo a una élite entre ellas, quienes, consciente o inconscientemente, perpetuaban estructuras injustas. El análisis de esta cuestión con un grupo de amigos, finalmente llevó a que abandonara la física y creáramos la Fundación para la Aplicación y Enseñanza de las Ciencias (FUNDAEC). Por supuesto, esta no es la ocasión adecuada para hacer una presentación sistemática del trabajo de esa institución o de otras organizaciones que han surgido en diferentes partes del mundo y siguen sus pasos, pero sí quisiera presentar algunas ideas que son relevantes para nuestra discusión esta noche. Me gustaría empezar por volver a la idea de que el camino frente a nosotros es, en última instancia,  la unificación de toda la raza humana, y decir algunas palabras acerca de la visión de la unidad a la que me adhiero.

 

Por supuesto, lo que buscamos no es la unidad bajo alguna clase de tiranía. Tampoco queremos que la unificación sea sinónimo de la creación de uniformidad, como por ejemplo la clase de uniformidad que está engendrando el proceso de globalización: la uniformidad de una sociedad consumista bajo un mercado manipulado por la avaricia y que se resiste a ser regulado por cualquier estructura política que represente a las gentes del mundo. Lo que buscamos es la unidad en diversidad, y esto no lo digo como un eslogan. La unidad en diversidad hace referencia a algo que es inherente a la realidad de la existencia humana: la humanidad es una en su esencia y los principios de justicia que emergen de este hecho deben gobernar los procesos que pueden traer prosperidad a toda la raza humana. Pero esa prosperidad solo es posible si se entiende que la diversidad es un requisito de la unidad. Si no, el concepto de la unidad se vuelve vacío y falto de significado. Es natural que las diferentes gentes del mundo manifiesten los poderes del espíritu humano en una diversidad de culturas y formas de vida, diversidad que debe amarse, respetarse y protegerse.

 

A este respecto, es interesante notar que el discurso acerca del futuro de las gentes de Latinoamérica así como de otras partes del mundo, ha avanzado a lo largo de los años hasta incluir algunas de las consideraciones que acabo de mencionar. En los años 70 y 80, estábamos centrados en encontrar alternativas al paradigma predominante del desarrollo. El discurso actual es más amplio. Los fracasos de ese paradigma, incluyendo los componentes más humanos e ilustrados, son aparentes hoy en día. Políticas fiscales mundiales han llevado a la concentración de riquezas en manos de unos pocos. Y tal como se cree que lo dijo 'Abdu'l-Bahá, el hijo de Bahá'u'lláh: cuando veas extremos de riqueza, mira a tu alrededor y encontrarás pobreza extrema en otro lugar. Por lo tanto, es importante que personas conscientes exploren futuros en los que será posible que la gente coja las riendas de su propio destino y tome las decisiones apropiadas, libres de la dominación de otros grupos y de naciones más poderosas. Pero dudo que sea posible construir o mantener tal futuro sin un orden mundial justo y sofisticado que encarne la unidad orgánica de la humanidad. Una sociedad fragmentada finalmente sucumbirá a la violencia, una violencia mundial facilitada por un progreso tecnológico de tal magnitud que solo ahora está empezando a hacerse aparente.

 

Reflexiones como estas acerca de la unidad y la diversidad influenciaron en gran medida el curso de acción que FUNDAEC tomó desde el principio. La educación para el desarrollo no podía simplemente significar el ofrecer educación a las personas para mejorar sus propias vidas. Tal proceso de asimilación de las gentes del planeta en un mundo defectuoso nunca funcionaría. Concluimos, pues, que los procesos educativos que queríamos ver deberían buscar una clase muy especial de empoderamiento, que denominamos empoderamiento moral. La población dentro de la cual se pondría en marcha este proceso educativo tendría que ser empoderada no solo para tomar el propio futuro en sus manos, sino al mismo tiempo para desarrollar la capacidad de contribuir a la construcción de una nueva civilización mundial. Esa civilización no sería la continuación de la civilización industrial occidental que se ha esparcido por todos los rincones de la tierra. Debería recibir contribuciones de los esfuerzos de todas las gentes del mundo, del norte y del sur, de oriente y occidente. 

 

A nivel individual, aprendimos a organizar nuestros programas educativos en términos de un doble propósito moral que nuestros estudiantes deberían adoptar: el de atender a su propio crecimiento intelectual y espiritual, y el de contribuir a la transformación de la sociedad. Estos son dos aspectos de un mismo propósito y no pueden ir separados. La interacción constante entre ambos es esencial si se quiere alcanzar y mantener un equilibrio sano entre el individuo y la sociedad, evitando los vicios del individualismo desenfrenado y las consecuencias del poder asfixiante de unos pocos a nombre del bienestar colectivo.

 

Una pregunta que surge a medida que intentamos comprender las implicaciones de la unidad orgánica de la humanidad para la acción y la investigación en las bases es ¿cuánto tiempo demorará este proceso de unificación? Y otras dos preguntas relacionadas son: ¿cómo es el camino hacia la unificación? ¿cuál es su dinámica? Hay mucho por decir acerca de estas preguntas, pero aquí me gustaría mencionar que cualquier expectativa de conseguir resultados rápidos está destinada a decepcionar. Con base en nuestra comprensión de las enseñanzas bahá’ís, los que creamos a FUNDAEC aceptamos que el lapso de tiempo que estábamos adoptando no se podría medir en años ni siquiera en décadas. La edad de transición, creíamos, necesariamente tomaría varios siglos y estaría caracterizada por dos procesos paralelos: uno de desintegración y otro de integración. La clase de transformación que estamos considerando aquí necesariamente involucrará fuerzas destructivas poderosas. Estas fuerzas alteran el equilibrio de la vida en todos los rincones del mundo. Hemos visto la operación de estas fuerzas, sobre las cuales habló Bahá'u'lláh cuando estaba siendo exiliado de lugar a lugar, de prisión en prisión. La edad de transición es una edad de dolor y sufrimiento incalculables. Pero, a fin de cuentas, el resultado del proceso de desintegración es el más necesario enrollamiento de un orden injusto que no puede responder a las necesidades de una raza humana que está madurando. Piensen acerca del sufrimiento que se le ha infligido a la humanidad a causa de las fuerzas liberadas por los prejuicios de raza, clase, género y etnia a lo largo del último siglo y medio, y en los grandes sacrificios que se han hecho en el intento por superarlos. Sin embargo, que estas barreras deben ser derribadas es un aspecto de un imperativo histórico del que no habrá escapatoria.

 

Desde luego que el proceso de desintegración solo hace referencia a la mitad de lo que la humanidad está experimentando hoy en día. Hay un proceso de integración mucho más importante que está siendo impulsado por esas fuerzas constructivas que se generan constantemente a medida que la humanidad empieza a emerger de su niñez. Pero, por mucho tiempo, el problema será que las fuerzas destructivas serán mucho más visibles. Piensen en la imagen de un edificio grande y viejo que está siendo destruido, y el espectáculo que eso crea, comparado con el levantamiento de las bases de un edificio nuevo en el que pueden estar involucradas muchas personas. Los bahá’ís no afirman ser los únicos que están construyendo el nuevo edificio. Se están generando fuerzas constructivas por medio de un número creciente de personas y organizaciones, muchas de las cuales están trabajando con la sociedad a nivel de las bases, y otras que están trabajando en el plano nacional o internacional. Pero no todas las acciones en las bases de la sociedad dan lugar al surgimiento de fuerzas duraderas y efectivas. Un elemento importante del marco en evolución por medio del cual FUNDAEC y otras organizaciones afines han estado trabajando, es que las fuerzas más fuertes de integración se generan por medio de aquellos movimientos que buscan la coherencia entre lo espiritual y lo material. A quienes solamente les preocupa una clase de espiritualidad que no puede lidiar con las exigencias de una civilización material y espiritual en continuo progreso, así como los que insisten en ignorar la dimensión espiritual de la existencia humana, no pueden ayudar mucho a los procesos de integración, pues la experiencia de muchas décadas demuestra que fácilmente se vuelven presa de las fuerzas de destrucción.

 

El siguiente conjunto de preguntas que surgen naturalmente en cualquier grupo de personas que esperan contribuir de algún modo a la construcción de una nueva civilización, tiene que ver con la elección de un enfoque y, en última instancia, de un método. Para el grupo de FUNDAEC, ciertas cosas estaban claras. Debíamos evitar involucrarnos en el proceso de desintegración. No queríamos participar en la destrucción de las cosas; las estructuras obsoletas caerían por su propio peso, y había mucha gente ayudando a que cayeran cuando fuera necesario. Así que debíamos alinear nuestros esfuerzos con las fuerzas de integración. ¿Pero qué significaba esto exactamente? ¿Cómo identificaríamos y canalizaríamos esas fuerzas? ¿Y luego cómo generaríamos las fuerzas constructivas necesarias en la población de la que ahora nos sentíamos parte integral? La respuesta a todo esto era que de hecho no lo sabíamos y debíamos aprender. Había principios que guiarían nuestras acciones, como la necesidad vital de construir la unidad, la igualdad de hombres y mujeres, y la armonía entre la ciencia y la religión —acerca de la cual diré algunas palabras más adelante— y así sucesivamente. Pero, más allá de ello, la única opción verdadera ante nosotros era la de adoptar una postura de aprendizaje; nuestro enfoque tenía que ser uno de acción, reflexión, consulta, mucho estudio, y participación en los discursos de la sociedad con aquellos que también estaban comprometidos con la construcción de un futuro mejor para la sociedad latinoamericana.

 

Ahora, adoptar un modo de aprendizaje es una de esas frases que fácilmente pueden degenerar en eslogan. Para ser verdadero, el aprendizaje debe ser sistemático y avanzar dentro de un marco conceptual riguroso que tendrá que evolucionar a medida que se genera más conocimiento. Aquí no es posible tener una discusión detallada de tal marco y de los métodos de un aprendizaje estructurado, pero me gustaría compartir algunas palabras acerca del enfoque que tomamos en FUNDAEC.

 

Empezamos por identificar los que podríamos denominar procesos de vida de la gente de la región norte del Cauca, cerca a la ciudad de Cali. Algunos ejemplos de tales procesos son la producción en pequeñas parcelas, la compra y venta de bienes, el mantenimiento de la salud, el cuidado del medioambiente, la socialización, la educación a diferentes niveles, el enriquecimiento cultural. La región con la que estábamos trabajando estaba siendo absorbida por las plantaciones de caña de azúcar y su procesamiento industrial. La economía de los mismos habitantes, por lo tanto, se estaba desintegrando. Por ende, cada proceso de vida en la región estaba siendo atacado brutalmente por las fuerzas destructivas de la desintegración. Lo que hicimos fue poner en marcha un proceso de aprendizaje al lado de cada proceso de vida, que consistía en acción participativa e investigación. Estos procesos de aprendizaje debían generar conocimiento y crear fuerzas integradoras que esperábamos que gradualmente se fueran volviendo más fuertes que las fuerzas de desintegración. Una vez más, hay mucho por decir acerca de estos procesos de aprendizaje, pero lo que es importante señalar aquí es que, al definir el aprendizaje de este modo, estábamos aceptando un cambio fundamental en el pensamiento acerca del desarrollo: estabamos situando la generación, aplicación y difusión del conocimiento en el centro del proceso de construcción de civilización, y no la actividad económica y política, cuya importancia, por supuesto, no estábamos negando. Por lo tanto, la construcción de capacidad para participar en la generación, la aplicación y la difusión de conocimiento en una población llegó a ser para nosotros un factor definitivo en el empoderamiento de esa población para que pudiese tomar las riendas de su propio destino y contribuir a la construcción de una nueva civilización. La institución que debería coordinar este proceso fue denominada universidad para el desarrollo integral.

 

 

El tiempo que me queda es corto, así que debo pasar a otro elemento vital de nuestro marco conceptual. El conocimiento del que estamos hablando, aunque incluye mucho conocimiento práctico, no es acerca de cómo utilizar uno u otro paquete tecnológico. Tampoco es la expresión de un sentimiento romántico, que la gente lo sabe todo. El proceso de aprendizaje de una población dada debe utilizar, en los procesos de vida comunitaria de una población, el conocimiento científico del mundo, que avanza rápidamente y pertenece a toda la humanidad y no solo a unos cuantos privilegiados, asi como el conocimiento que la población ha adquirido por medio de su experiencia, a veces la experiencia de muchas generaciones. Un  nuevo conocimiento se genera por medio de la creación de experiencias bien estructuradas y sistemáticas, a medida que la gente aprende a dar pasos pequeños y sucesivos en el sendero de su propio desarrollo. Esto se puede hacer de acuerdo con cierta estructura materialista teórica que de algún modo explique las aspiraciones espirituales y las creencias religiosas de la población en función de su vida material, o trabajando bajo un paradigma que reconozca la coherencia entre lo espiritual y lo material. La estrategia que estoy intentando describir se basa en el supuesto de que las ideologías materialistas, no importa cuánto se apoyen en los avances científicos y tecnológicos, no pueden traer paz y prosperidad a la humanidad. La opresión es inherente al materialismo. Un elemento esencial del marco conceptual que he intentado describir es el siguiente: Los procesos de aprendizaje que empoderarán a una población para tomar las riendas de su propio sendero de desarrollo y que a la vez les permite contribuir a la creación de una nueva civilización, deben poder recurrir tanto a la ciencia como a la religión como dos fuentes complementarias de conocimiento. Por lo tanto, me gustaría terminar esta presentación compartiendo algunas palabras acerca de este último concepto.

 

En Occidente, el discurso acerca de la relación entre ciencia y religión se ha visto influenciado por una concepción de la racionalidad que presupone la existencia de una dicotomía entre la fe y la razón. Pero justamente esa es la racionalidad que ha probado ser tan inadecuada cuando hablamos de resolver los crecientes problemas a los que se enfrenta la humanidad. Lo que se necesita es una visión adecuadamente sofisticada de la fe y la razón que no las sitúe en oposición y que dé lugar a un discurso robusto acerca de la relación entre la ciencia y la religión.

 

Las cuestiones relacionadas con la ciencia, la religión y sus interacciones se pueden abordar en distintos sentidos. El enfoque que ha probado ser más fructífero en el discurso en el que ha participado FUNDAEC concibe la ciencia y la religión como dos sistemas complementarios de conocimiento y práctica. El enunciado de que la ciencia es, entre otras cosas, un sistema de conocimiento es evidente. Que la religión pueda ser vista también como un sistema de conocimiento no se acepta tan fácilmente. Una razón es que el concepto de religión como una sola entidad es difícil de comprender, dada la existencia de un rango de credos en conflicto, cada uno asegurando ser la única religión verdadera. Una solución que se sugiere a menudo es hablar de espiritualidad en lugar de religión. El que tengamos que explorar la espiritualidad y su significado mucho más de lo que lo hacemos en los círculos intelectuales del mundo actual es un hecho innegable. Pero la espiritualidad es una cualidad de las personas y las comunidades, y no se puede considerar un sistema de conocimiento y práctica complementario de la ciencia. Después de todo, la espiritualidad adorna cada esfuerzo humano, incluyendo las ciencias y las artes. Y lo que se debe recordar es que la religión como sistema de conocimiento y práctica, a pesar de todas las dificultades que se le asocian, ha sido una fuerza vital para el avance de la civilización—del mismo modo que lo ha sido la ciencia a pesar del mal uso que se haya hecho del conocimiento científico. Por lo tanto, tiene sentido ver la ciencia y la religión como fuentes de conocimiento en el proceso de construcción de la civilización, pero solo si aceptamos la existencia de una racionalidad amplia que permite la percepción espiritual, y si la religión se libera del fanatismo y la superstición.

 

Ahora, resulta que, para un bahá’í, hablar de religión y no de religiones es algo que surge de forma natural. Nuestras enseñanzas nos dicen que la verdad religiosa que nos trajeron los Fundadores de las religiones enfrenta las necesidades de la época y se expresa de acuerdo con la capacidad de las gentes que están destinadas a recibirla. Se nos pide que demos el paso crucial de aceptar la verdad religiosa como algo relativo en el tiempo. Esto no significa negar la existencia de lo absoluto y reducir la fuerza de la fe, sino reconocer que la relatividad del tiempo forma parte de la religión. Una vez se de este paso, se pueden ver por lo menos las principales religiones del mundo —como el hinduismo, el judaísmo, el zoroastrismo, el budismo, el cristianismo, el Islam y la Fe bahá’í— como capítulos de un solo libro al cual, de tiempo en tiempo, se le añaden nuevos capítulos. De este modo, el enfoque pasa de los desacuerdos a la consideración de temas comunes a través de los diferentes capítulos, expresados de diferentes maneras, cada una con una miríada de significados. También, si se quiere, es posible ver una evolución general de ideas a lo largo de la historia, proporcional a la evolución social de la humanidad y al avance de la civilización.

 

Si aceptamos una concepción de la religión que sobrepasa el conflicto sectario y permite que se le explore como un sistema de conocimiento y práctica —aunque inspirado por la Revelación y no por medio de la simple dependencia en los sentidos y la razón humana— podemos preguntarnos cuál es esta relación con la ciencia y cómo las dos participan en el proceso de construcción de civilización. ¿Podría haber armonía entre ellas? Inmediatamente surgen algunas posibilidades.

 

Podríamos seguir alguna escuela de pensamiento —secular, pero que otorgue cierto espacio a la noción de espiritualidad— en el que la religión sea considerada un aspecto de la existencia humana, pero un producto de fuerzas psicológicas y sociológicas. Aceptaríamos que, en un momento dado, la religión puede ofrecer respuestas parciales a los misterios que podrán  ser comprendidos a medida que avanza la ciencia. Si permitimos abandonar las convicciones religiosas que ya fueron refutadas por teorías científicas exitosas, podemos aferrarnos a las que quedan y, armonizarlas vagamente con el conocimiento científico actual. Esta es una versión de la armonía que minimiza el papel de Dios y de la Revelación en la religión.

 

Por otro lado, podríamos proponer que, si la religión es el resultado de la Revelación de Dios, y siendo que Dios es el omnisciente, la religión ya contiene toda la verdad científica, aunque de formas difíciles de descubrir. Esta visión parece confundir el conocimiento de Dios con la comprensión adquirida por una comunidad religiosa acerca del conocimiento expresado en una Revelación específica. Que el progreso científico recibe su porción del impulso dado a la civilización por la Revelación a medida que ilumina el ambiente espiritual e intelectual de la humanidad es algo que la evidencia histórica ha apoyado, pero asegurar que la ciencia es un subsistema de la religión, en el sentido de que los seres humanos pueden descubrir el funcionamiento del universo físico por medio de la lectura de las escrituras religiosas, es negar la indispensabilidad de los métodos de la ciencia.

 

Otra posibilidad más es que las verdades de la ciencia y de la religión cubren dos áreas separadas y mutuamente excluyentes. La ciencia estudia el universo material, incluyendo ciertos fenómenos asociados con las comunidades humanas, las instituciones y las interacciones. El conocimiento que se genera provee la base para el progreso tecnológico, y la tecnología se utiliza para el bien de la humanidad o en detrimento de ella. No importa cuánto avancen las ciencias sociales, en sí misma la ciencia tiene una capacidad limitada para determinar el uso que se les dé a sus productos. La religión, por otro lado, se preocupa por la dimensión espiritual de la existencia humana. Su propósito es arrojar luz sobre la vida interior del individuo, llegar a las raíces de la motivación y engendrar un código moral para guiar el comportamiento humano. El proceso de civilización depende de ambos sistemas de conocimiento. Mientras cada uno se mantenga en su propia esfera, no hay razón para que entren en conflicto.

 

Este último enfoque de la armonía entre la ciencia y la religión es válido, pero más que nada a nivel de su aplicación, puesto que, en última instancia, se permite que la ciencia y la religión tomen caminos separados. Lo que adquiere importancia es la interacción entre la tecnología y la moralidad. En esta visión, tanto el componente metafísico de los paradigmas bajo los cuales ocurre la actividad científica, como el vasto número de preguntas acerca de la existencia física, social y psicológica que la religión espera abordar, reciben una atención fragmentada. De hecho, es difícil negar que hay un traslape en el rango de los fenómenos que exploran la ciencia y la religión; después de todo, es imposible hacer una división marcada entre la materia y el espíritu. Aunque a menudo es necesario y legítimo considerar los dos sistemas por separado, los intentos por negar su interconexión, tanto en la mente del ser humano como en la sociedad, les priva de los poderes extraordinarios que ambos poseen.

 

La afirmación que yo defendería es que un examen amplio de los elementos de estos dos sistemas superpuestos, insinuaría una clase de complementariedad entre ellos, que nos hace recordar la noción tal y como se emplea en la mecánica cuántica. En la física, de acuerdo con ciertas interpretaciones, las manifestaciones de la dualidad de la partícula-onda, como por ejemplo el electrón, son inherentes al proceso de la observación científica y la medición. No es que el electrón a veces sea una onda y a veces una partícula, ni que sea ambas o ninguna de las dos. Se debe ir más allá de la cuestión de “uno u otro” y abordar directamente el hecho de que, bajo ciertos escenarios experimentales, el electrón siempre se comportará como una partícula, y bajo otros, siempre actuará como una onda. Estas dos clases de escenarios agotan todas las posibilidades de medición. O sea que no es posible establecer un experimento que pueda darle respuesta a la pregunta: “¿Es realmente el electrón una onda, o es una partícula?”.

 

Lo que se sugiere aquí no es una aplicación directa del principio físico de la complementariedad a la relación entre la ciencia y la religión, ya que cualquier intento por transferir estructuras teóricas originadas en la física al reino de los complejos fenómenos humanos y sociales debe ser tomada con cautela. Sin embargo, sea cual sea la interpretación de la dualidad partícula-onda, es cierto que, a ciertos niveles, la naturaleza se presta a descripciones complementarias. Dado lo intrincado que es el proceso de medición, la afirmación abarca más que los objetos que se están midiendo. Los modelos teóricos elaborados por la mente humana son subyacentes en la organización de instrumentos en el escenario experimental y, por lo tanto, la complementariedad parece decir algo acerca de dos realidades que coexisten y de sus interacciones: la conciencia humana y la realidad física. En cierto nivel, la mente humana debe afrontar aspectos del universo físico que son demasiado complejos como para admitir una sola descripción. De ser este el caso, no es ilógico presumir que, cuando el objeto bajo exploración es la suma de la realidad tanto física como espiritual —un objeto mucho más complejo que el universo material— una sola descripción también probaría ser inadecuada. ¿No es posible, entonces, y con esta pregunta quisiera terminar esta presentación, que para comprender y explicar su realidad más amplia, la humanidad necesite dos maneras de ver las cosas, la de la ciencia y la de la religión? Y que en esta compementaridad hay que buscar la armonia entre los dos sistemas,  y emplearlos como fuentes de conocimiento para lograr la unificación de la raza humana?