ESTACIÓN VEINTICUATRO - EN EL LIMBO, CON LOS ACELERADOS

ESTACIÓN VEINTICUATRO

EN EL LIMBO, CON LOS ACELERADOS

 

Habíamos avanzado un largo trecho, cuando noté que el Maestro ponía mucha atención tratando de captar algo que se avecinaba, por lo cual sospeché que sucedería alguna cosa extraordinaria.

Había yo aprendido a estar atento a lo que hicieran y dijeran las personas que realizan grandes obras y que son capaces de ver el interior del pensamiento y del corazón de los demás, o sea, los pocos sabios que en el mundo han sido.

Tenía la fortuna de caminar junto a uno de ellos, por lo que prestaba atención a todos sus actos, gestos y palabras.

Pronto sucederá lo que estoy esperando – me dijo –, y también lo que espera tu corazón, aunque aun no sabes de qué se trata”.

Advertido de ese modo, seguí la dirección de su mirada y vi venir desde lo alto, a lo lejos, un animal alado, grande y oscuro, maravilloso en todo sentido. Era semejante a un dragón, de esos que había conocido en el cine y que cuando niño poblaron mis sueños.

 

Avión roder

 El animal parecía tener una parte humana, un rostro bondadoso; pero el resto del cuerpo era fuerte y duro, enteramente pintado en el pecho, en los costados y en la espalda, tal que ni siquiera las telas más famosas poseían tan variados colores y formas.

El animal alado llegó a posarse sobre una peña, y el Maestro me advirtió que debíamos dirigirnos directamente hacia allá.

Cuando llegué hasta el monstruo Dante ya se había montado en su grupa, y desde ahí me gritó:

Ahora debes ser fuerte y valeroso. Sube por la escala que forman sus escamas y monta en la parte delantera, que yo iré detrás para que la cola del animal no vaya a dañarte”.

Yo estaba sumamente temeroso de lo que podría suceder; pero como el Maestro me habló con tanta autoridad, me sentí como un alumno que es alentado por su profesor al que ve seguro de sí mismo.

Monté en el monstruo alado y me acomodé sobre su ancha espalda. Suponiendo que iríamos a volar, quise solicitar al Maestro que me afirmara, pero no me salían las palabras. No obstante, él me asió fuertemente con sus brazos, y dio al animal la orden de partir.

Fuimos navegando por los aires con un impulso lento. El animal ascendía dando giros en redondo cada vez más extendidos, hasta que finalmente se posó en una extensa losa iluminada, entera de piedra y de color del hierro, que en uno de sus lados daba a grandes construcciones.

El suelo estaba pintado con círculos amarillos, y se hallaba dividido en espacios demarcados con números negros que conducían a elevadas puertas, algunas cerradas con láminas transparentes y otras abiertas, dando al conjunto el aspecto de un enorme aeropuerto.

Una vez descargado de nuestros cuerpos, el animal que nos trajo se alejó velozmente hasta que lo perdimos de vista.

Me asusté como nunca lo había estado, pues a un lado y a otro se posaban y se elevaban en rapidísima sucesión, con ensordecedores rugidos, águilas gigantescas que elevaban al cielo o dejaban en tierra a millares de sombras de hombres, mujeres, jóvenes, ancianos y niños.

Nunca tuve tanto miedo como en ese momento porque mi guía, el bueno de Dante, había desaparecido.

 

Aeropuerto

 

Los que llegaban y los que partían se notaban cansados, ojerosos, pero igual todos corrían de un lado a otro, arrastrando pesadas maletas.

No sabía qué rumbo tomar, y me resistía a dejarme llevar por la corriente de los que avanzaban con sus cargas, por temor a perderme y no encontrar nunca más al Maestro.

Felizmente él regresó y tomándome del brazo seguimos la fila de un grupo de recién llegados, aunque pronto quedamos rezagados porque todos avanzaban a gran velocidad.

Al fin entramos por una de las puertas que daba comienzo a una especie de puente cerrado por los costados y por arriba, como un túnel, que cruzamos siguiendo a los demás.

Temí haberme perdido, pues desapareciste – dije al Maestro con tono de reproche.

Me vi obligado a alejarme para hacer algunas averiguaciones porque no conozco este laberinto” – me explicó Dante. “Pero en ningún momento dejé de observarte, y debes saber que por nada del mundo te dejaré abandonado y que cumpliré entera la misión que me fue encomendada por Sabiduría”.

¿Y ya sabes a qué lugar nos trajo el animal volador?

Dante me miró con una expresión extraña y respondió mi pregunta de un modo que me desconcertó:

Hay un lugar en ultratumba que llaman el Limbo. Lo conocí en mi recorrido anterior. En él las almas pasan el tiempo tal como lo hicieron en sus vidas, pero sin experimentar dolor ni felicidad.

En el Limbo las sombras están todavía en espera del Juicio de la Historia, que no ha sido emitido aun porque es muy poco el tiempo transcurrido desde que fallecieron.

Sucede incluso que algunos que habitan en este lugar, aún no se han desprendido enteramente de sus cuerpos. Si te fijas, sus huellas quedan marcadas en el suelo, casi como las tuyas.

Y lo más extraño es que estos últimos no perciben mi presencia ni escuchan cuando yo les hablo. Te sugiero que te aproximes a uno de ellos y le preguntes a dónde se dirigen. Mientras lo haces, yo esperaré aquí observando lo que sucede”.

Con la seguridad de que Dante no me abandonaría, apuré mis pasos pues todos corrían sin detenerse. Me acerqué a una mujer que avanzaba sola, me allegué a su lado y continué caminando a su ritmo acelerado. Ella me miró con desconfianza, pero no por eso dejé de preguntarle:

 

Ansiedad

 

Discúlpeme usted, señorita, mi intención no es molestarla. Sólo quiero saber por qué todos corren como si alguien los persiguiera.

Porque vamos atrasados” – respondió sin mirarme.

¿Por qué van atrasados? – le pregunté.

Porque no corrimos tan rápido como debíamos.”

Y ¿puede decirme hacia dónde se dirigen?

Esta vez la mujer me miró, desconcertada por mi pregunta, y dijo:

Pues, cada uno por su lado, cada uno sabe adónde va”.

No quedé satisfecho con su respuesta, por lo que insistí:

¿Qué harán cuando lleguen a su destino?

Seguir corriendo, seguro.”

¿Hasta cuándo?

Hasta regresar, obviamente”.

Y ¿regresarán siempre corriendo?

No cabe duda de que así será. Pero ya déjeme, que debo apurarme porque voy atrasada”.

 

Munch Vampira

(Edvard Munch)

Pasó después frente a mí una troupe de reporteros, camarógrafos y entrevistadores, que a todos los que encontraban les preguntaban por lo que sentían ante lo que estaban viviendo.

No pasaba un minuto que ya los registros visuales y acústicos se trasmitían en los noticieros que los transeúntes miraban al pasar de una pantalla a la siguiente, sin detenerse.

Esperé al Maestro que se había quedado algunos pasos atrás. Allegado, me preguntó lo que había sabido por boca de esa mujer.

Maestro, todos estos, corren porque están siempre atrasados, siempre urgidos por llegar a algún lugar desde el cual tendrán que regresar siempre corriendo, siempre atrasados.

Es un tormento; pero no un castigo, porque son ellos mismos los que se imponen el ritmo de sus pasos.” – me dijo, agregando con dulzura: “Pero tú no tienes por qué seguir sus avances locos. Descansemos un momento y esperemos que el cielo me inspire el rumbo que nos conviene seguir”.

¿Has sabido algo más sobre este lugar donde nos encontramos? – Inquirí.

Es como una gran sala de espera, donde se debe andar con mucho cuidado porque acechan aquí tentaciones que sortear. Me advirtieron, además, que en este lugar suceden cosas impredecibles, por lo que tendremos que estar atentos a cualquier novedad que acontezca.”

Me gustaría saber – comenté – cuáles son los rasgos de las personas que aquí llegan y esperan aun ser juzgadas.

Por lo que pude observar, se encuentran aquí almas de grandes méritos, pero cuyos defectos les impidieron hacer todo el bien que hubieran podido.

 

Bebedores

(Edvard Munch)

Están aquí también personas buenas y sencillas, que pasaron sus vidas sin hacer mal a nadie; pero que no desplegaron sus talentos.

Conviviendo en estos espacios de ultratumba, los de altos méritos cuyas obras los hicieron ser soberbios, aprenden de los humildes la indispensable sencillez.

Y los sencillos, en contacto con los grandes, aprenden a reconocer que desperdiciaron talentos y potencialidades.

Han sido también congregados en este lugar, abuelos, padres, hijos, nietos. Me dicen que en el mundo moderno las generaciones tienden a agruparse por separado y que poco dialogan unas con las otras, como en cambio hicimos las familias durante milenios, asegurando de ese modo la continuidad moral y el progreso cultural de la humanidad.

Nos sentamos apoyando la espalda contra el borde del túnel vidriado por donde veníamos, en un rincón donde no seríamos arrollados por las sombras que corrían frenéticamente.

Estaba tan cansado que no tardé en dormirme, sabiendo que el Maestro velaría mi sueño.


Luis Razeto