ESTACIÓN SESENTA - UNA EXPLANADA VACÍA, PERO LLENA DE POSIBILIDADES

ESTACIÓN SESENTA

UNA EXPLANADA VACÍA, PERO LLENA DE POSIBILIDADES


Después de dar toda la vuelta a la explanada de las escuelas, salir de ésta no presentó dificultad ninguna, porque contrariamente a lo estrecho del ingreso, la salida era ancha, alta y enteramente abierta y sin resguardo.

Ahora debo contarles lo que sucedió en la décima explanada, a la que llegamos al alba del día siguiente. Lo que allí ocurrió fue tan inesperado y extraño que no sé si sabré relatarlo; pero lo haré lo mejor que pueda.

Al comienzo, como recién clareaba el día, me pareció que entrábamos a un inmenso campo de arena, enteramente plano y sin nada que sobresaliera en él, como si estuviera vacío.

A medida que el Sol comenzó a iluminarlo, me di cuenta de que el suelo no era de arena, pues se trataba de un prado verde, cortado bajito como el de un campo deportivo.

Y enseguida, aguzando la vista, pude distinguir que todo el césped estaba cubierto de pequeñas flores azules, amarillas, rojas, blancas, haciendo que el lugar se asemejara al desierto florido que en mi país, cada ciertos años, atrae las visitas de innumerables personas que buscan gozar de un espectáculo tan singular y maravilloso.

 

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(Desierto florido en Atacama, Chile)

Caminamos de un lado a otro, recorriendo la explanada en todas las direcciones, pero no encontramos ningún humano vivo o muerto.

En cierto momento dije a mi Maestro que tal vez era el caso de ir en busca de la explanada siguiente. A lo cual el espíritu de Dante me dio a conocer lo que estaba pensando.

Acaso este lugar vacío de gente haya sido preparado con el propósito de acoger en el futuro a las almas de alguna experiencia nueva que aún no existe en el mundo, porque nadie la ha imaginado, ni pensado, ni iniciado, ni descubierto.

Sería asombroso que así fuera, pero no se me ocurre alguna otra explicación que dar a la existencia de una explanada vacía, en estas alturas de la montaña”.

La idea del Maestro me pareció muy plausible, y se lo dije. Aun así, continuamos durante algunas horas recorriendo el lugar, por si encontrábamos algún indicio que nos permitiera adivinar en qué podía aquello nuevo consistir.

El único signo que encontramos de que por allí había pasado una vez algún viviente, no sé si en cuerpo o en espíritu, fueron unas grandes rocas que vimos a un costado, en las que alguien había tallado unas palabras que decían: TRAE LLENO BUEN C.

 

Dolmen de Dolmen de Sorginetxe

(Dolmen de Sorginetxe)

¿Se te ocurre qué puede significar? Pregunté a mi Maestro.

La clave – me dijo – está en esa letra C. Si supiéramos a qué se refiere, el todo tendría sentido.

Me recordé del Factor C, el concepto clave de la economía solidaria.

Llamé Factor C – expliqué a mi Maestro – al hecho de que la unión de conciencias, voluntades y emociones tras un objetivo compartido en un grupo humano, genera una energía social que potencia la capacidad de realización del objetivo.

Factor, porque multiplica. La letra C es la de tantas palabras que expresan lo que es la Solidaridad. Cooperación, Comunidad, Colaboración, Compañerismo, Comunión, Comunicación, Comensalidad, Compartir, Concordia, Colegial y muchas otras palabras que comienzan con el prefijo “co” que significa “juntos”, hacer algo juntos.

Yo descubrí que las organizaciones que tienen un fuerte factor C, son las más exitosas, y también las más alegres y felices.

¿Sabes – comentó Dante – que en mi libro La Monarquía escribí algo parecido a lo que dices? Dije que la concordia es el movimiento uniforme de muchas voluntades, de lo cual resulta que la unidad de la voluntad es la raíz de la concordia, o la concordia misma.

Pues así como diríamos que varios terrenos son ‘concordes’ por descender todos hacia el mismo valle, decimos también que hay concordia cuando voluntariamente un grupo de hombres se mueven simultáneamente, según su voluntad, hacia un mismo fin que está formalmente en sus voluntades.

Supuestas estas premisas, hay que argumentar del siguiente modo: toda concordia depende de la unidad de propósitos que haya en las voluntades; pues bien, el género humano estará perfectamente, en concordia, igual como un solo hombre. y lo mismo una casa y una ciudad y un reino, cuando se encuentran en perfectas disposiciones de alma y de cuerpo, en concordia.

El mejor estado del individuo, de la comunidad y de todo el género humano, depende de la unidad que se da en las voluntades”.

Después de un momento agregó el poeta: “Mira cuánta sabiduría nos ha llevado a compartir este escrito tallado en piedra, que parece el anagrama de alguien que anduvo alguna vez por aquí.”

Estábamos ya decididos a salir y retomar el rumbo ascendente, cuando ocurrió otra cosa sumamente extraña.

El espíritu de Dante iba a mi lado. Y sin embargo, apareció frente a nosotros una sombra, que no era otra que la del propio Dante, que aunque más tenue, no tuve duda en reconocerlo.

Me detuve estupefacto sin comprender la extraña situación. El Maestro, al ver que no avanzaba me preguntó:

¿Por qué te detienes? ¿Te sientes fatigado? Porque, si es así, podemos detenernos a descansar. Entiendo que es distinto caminar en cuerpo presente como estás tú, que desencarnado como lo hago yo.”

Fue así que me di cuenta de que mi Maestro no podía ver al hombre que estaba frente a nosotros. La explicación era clara: él no podía verse a sí mismo. Porque uno no puede aparecerse frente a sí mismo. No es posible ver el propio espíritu.

Pero yo sí lo veía, y como me pareció que sería una imprudencia continuar de largo como si el aparecido no estuviera allí, le dije a mi Maestro que con gusto descansaría un rato en ese lugar.

Nos sentamos, Dante y yo uno al lado del otro, y la sombra del mismo Dante delante mío, sin que él advirtiera su presencia, ni lo viera, ni lo oyera hablar tan poética y sabiamente como lo hizo.

Lo que dijo la sombra de Dante lo fui recordando mientras recitaba. Era aquella parte del Canto Décimoséptimo del Purgatorio de la Divina Comedia que habla del amor, la cual intentaré traducir a buena prosa castellana.

 

San Juan Bautista- Leeonardo da Vinci

(San Juan Bautista- Leonardo da Vinci)

 

Ahora escúchame, y aprovecharás con buen fruto nuestro retraso.

Ni el Creador, ni criatura alguna, carecen de amor, sea éste natural o voluntario.

El amor natural es siempre sin error, pero el voluntario puede equivocarse, sea porque fuese malo el objeto que se ama, sea por ser demasiado intenso, o porque muy débil.

Cuando este amor se dirige al Bien primero, y cuando ama los bienes secundarios con mesura, el placer que nos procura es bueno.

Pero cuando se vuelve hacia lo malo, o cuando se dirige hacia algo con mayor o con menor celo del que merece el objeto, entonces no es amor conforme a la naturaleza.

Así se comprende que el amor puede ser semilla de todas las virtudes, pero también de operaciones que merecen ser castigadas.

Como el amor reside en el amante, que busca por medio de él la felicidad, no es posible odiarse a sí mismo. Tampoco desentenderse del amor del que por amor nos ha creado.

Queda, si hago bien las distinciones, que se ame el mal de prójimo. Y ese amor malo puede nacer de tres maneras.

Está el que ama el mal del vecino porque espera algún bien para sí mismo de la caída de aquél cuya grandeza es mayor a la propia.

Hay quien teme perder poder, gracia, honor y fama debido a que otro lo sobrepase, por lo cual desea que aquél no prospere y reciba daño.

Está también el que habiendo recibido de otro alguna injuria, siente el deseo de vengarse, y por tanto ama el mal que pueda sucederle.

Esas tres formas de amor son corruptas, y ya vimos cómo son castigadas en el infierno. Ahora veamos el amor al bien, pero desordenado.

Si uno comprende, más o menos confusamente, que algo es muy bueno para su felicidad, pero es lento, flojo, y no lucha por obtenerlo, su amor es flaco y no merece el premio.

Hay cosas buenas en sí, pero que no hacen felices a los hombres. El amor a aquello no es de buena naturaleza, no tiene raíces ni produce fruto.

El amor que se entrega en demasía a ciertas cosas, o que se siente en exceso impidiendo que se dé libremente, termina castigando al que ama de ese modo”.

Apenas esa aparecida sombra de Dante terminó de recitar, su imagen se elevó y se esfumó en el aire. Entonces comprendí que a mi lado estaba el espíritu del Dante que existió en el mundo, mientras que la sombra que se me apareció delante fue la del personaje Dante de la Divina Comedia escrita por Dante Alighieri.

No supe cómo contarle a mi Maestro lo que había sucedido, por lo que me limité a decirle que ya estaba descansado y listo para continuar.

Todavía no salíamos de aquella explanada vacía, cuando ocurrió otro extraño fenómeno, que les narro en la confianza de que los lectores no pensarán que miento, pues ocurrió realmente, estando mi guía de testigo.

 

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El hecho fue que vimos sobre el césped florido una gran cantidad de libros, revistas y hojas escritas, formando en su conjunto un montón de casi un metro de diámetro, y alto como el tamaño de un adolescente.

Al acercarnos a ver de qué se trataba, pude distinguir que eran las obras de mi autoría: los libros teóricos de la economía comprensiva, los que tratan del cooperativismo y la economía solidaria, las obras de ciencia de historia y de la política, las novelas, los artículos de revistas y varios borradores de conferencias.

Pensé en recogerlos, pues me pareció que no era conveniente que quedaran allí botados a la intemperie, pero cuando iba a coger el primero sobrevino un fuerte viento arremolinado, precisamente sobre mis obras, y unas tras otras las hojas y papeles fueron siendo levantados en espiral y elevados como en torbellino.

 

Vladimir Kush La química de la literatura

 (Vladimir Kush)

Pude observar que ya en las alturas los iluminaba el Sol, haciéndolos ver transparentes. Quedaron finalmente fuera de mi vista cuando alcanzaron la cima de la montaña.

 

Luis Razeto

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