ESTACIÓN SETENTA Y TRES - ENCUENTRO CON ETTY HILLESUM

ESTACIÓN SETENTA Y TRES

ENCUENTRO CON ETTY HILLESUM

Era una joven morena, cabello negro ligeramente ondulado, de rostro sencillo, delgada, cuerpo armonioso, de estatura media. Estaba fumando un cigarrillo.

Me acerqué a ella. – Hola. ¿Qué haces? – le pregunté.

Salí a fumar. ¿Fumas? – me ofreció un cigarrillo.

Ya no. Fumé mucho cuando era de tu edad. Ahora me haría mal, aunque lo echo de menos.

Apagó el cigarrillo y me miró con amable curiosidad.

Y tú ¿qué haces aquí? ¿De dónde vienes?

Le conté el motivo de mi periplo de aprendizaje. Después le pregunté:

¿Cómo te llamas?

Esther Hillesum, y tú ¿quién eres?

 

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¿Etty? ¿Eres Etty Hillesum? ¿Tú serviste como enfermera en el campo de concentración de Auschwitz? ¿Eres la joven judía que los nazis mataron cuando tenías 29 años, junto a tus padres y a tu hermano?

Sí. Etty me decían todos. ¿Cómo sabes de mí? Por mi Diario, supongo. ¿Lo publicaron?

Sí, lo publicaron, pero solo cuarenta años después de que lo dejaste a tu amiga María Tuinzing para que se lo hiciera llegar al escritor Klaas Smelik con el encargo de encontrar un editor.

Él recorrió muchas editoriales pero sin resultado. Tu Diario es hermoso, fascinante, pero ¿sabes? Aunque se publicaron muchos libros de personas que testimoniaron el Holocausto del pueblo judío, el tuyo fue de los últimos en darse a conocer.

¿Y por qué fue así? Yo quise que mi testimonio se conociera ...”

Creo saber lo que sucedió, Etty; pero es sólo una conjetura mía.

Como dudaba en contarle lo que pensaba al respecto, me dijo con mirada curiosa y alegre:

¿Eres tímido? Dime lo que piensas, que no me vas a molestar por eso, ni por nada que digas. ¿Acaso no sabes dónde estamos?”.

Creo que no quisieron publicar tu Diario porque no era políticamente correcto, ni religiosamente correcto, ni moralmente correcto – le dije sin pensarlo mucho.

¡Uy! ¡Suena terrible! – comentó Etty sonriendo. “¡Explícame qué significa eso, por favor! Empieza por lo de la moral ¿quieres? ¿Te refieres al sexo?

Lo que cuentas en tu diario supongo que no lo consideraron muy edificante. Eso que escribiste, que “desde el punto de vista erótico soy bastante refinada”, y que incluso te atrevieras a decir que “soy lo suficientemente experta como para que se me considere una buena amante”; y aún, que “en las relaciones sexuales el último grito de liberación se me queda siempre encerrado en el pecho por timidez”, o que “conmigo el amor puede parecer perfecto y, sin embargo, no es más que un pasatiempo para eludir lo esencial”, pues, todo eso, a los oídos piadosos les debe haber parecido más bien escandaloso. Sobre todo si das a entender que lamentas cierta timidez que te impedía entregar el último grito de placer.

Etty, sin dejar de sonreír y mirándome a los ojos dijo:

 

Etty Hillesum 2

 

¿Acaso es malo que una mujer se entregue entera, y que goce con libertad de lo que su cuerpo le ofrece? ¿Acaso debía mentir? ¿Y mentirme en mi propio Diario?

Y al darlo a conocer, ¿acaso debía ocultar algo de mí, cuando la intención fue la entrega completa de todo lo que fui y de lo que viví?”.

No te juzgo, al contrario, mi admiración es total. Y si algo juzgo duramente es la mezquindad y la hipocresía que reinan en el mundo. Aun así, te confieso que me deja algo perplejo que tuvieras sexo con tu patrón en el primer trabajo.

Y después, tus relaciones con Julius Spier, el psicólogo que fue tu terapeuta, a quien describes como un hombre “de ojos límpidos y puros, boca carnosa y sensual, de silueta maciza casi taurina, cuyos movimientos están dotados de una ligereza aérea, liberados. El espíritu y la materia están aún en plena lucha en este hombre”.

Te doblaba en edad, lo que tampoco es bien visto. Y confesaste: “Yo misma he quedado casi aplastada por el peso de esta lucha. He quedado como sepultada bajo aquella personalidad tan grande y no sé cómo liberarme”. Y en realidad no parecen apropiadas las relaciones sexuales entre un terapeuta y su paciente.

Etty respondió sin dudar un segundo:

Si mi terapeuta actuó bien o no, es cosa de él, y no soy yo quien pueda juzgarlo. En cuanto a mí, claro que no fui perfecta. Reconozco haber sido bastante desordenada.

Pero de mi psicólogo me enamoré, y me entregué a él con amor, y le estuve siempre agradecida de que me ayudara a encontrarme conmigo misma y a alcanzar la paz interior.

Y en todo caso, creo que el sexo me enseñó a salir de mí, a liberarme y a ser generosa, porque cuando chica estaba muy ensimismada y sólo pensaba en mí”.

Después de un momento agregó: “Ahora explícame eso de que no fui ‘políticamente correcta’, que me interesa más”.

Cuando terminó la guerra y el nazismo fue derrotado, los judíos pudieron volver a Israel. Entonces se valoraron tres actitudes. La de las víctimas que testimoniaban las atrocidades que sufrieron; la de los valientes que lucharon heroicamente contra los enemigos; y las que expresaban el odio que sentían contra los opresores. Y tú no calificabas en ninguna de ellas.

 

Etty Hillesum

 

En efecto – me dijo Etty –, odio no sentí nunca, y por haberme librado de eso, sólo puedo agradecer al cielo. Lo dije claramente en mi Diario: “Cuando las amenazas y el terror crecen día a día, yo me alzo en oración y construyo un muro que me ofrezca reparo, como en la celda de un convento, y luego salgo afuera más tranquila y más fuerte.

En la concentración interior encuentro el camino, me recojo a mí misma en una unidad, lejos de todas las distracciones. Me escucho, y a los otros, y al mundo. Escucho muy intensamente, con todo mi ser, y trato de imaginar el significado de las cosas.

Sólo una vez que aprendí a sumergirme interiormente, podía sumergirme en mi trabajo de enfermera y en el cuidado de mis hermanos judíos enfermos y moribundos.

Así podía responder al odio que nos tenían, con un sentimiento que no alimentara la espiral del mal que nos abrazaba y oprimía. Lo único que podía hacer era ofrecer, como en un pequeño campo de batalla, un espacio de hospitalidad.

Y nosotros, pobres pequeños mortales, abrir a los sufrientes nuestro espacio interior, sin huir. Te digo que, si tú vives interiormente, casi no hay diferencia entre estar afuera o dentro de un campo de concentración. ¿Alguien puede reprocharme de que yo repartiera alegría y deseos de vivir intensamente?”.

Yo la escuchaba emocionado. Me atreví a comentarle que yo también estuve prisionero y fui golpeado y expulsado de mi trabajo durante un golpe militar en Chile. Le dije:

Tampoco sentí odio ni amargura, y nunca lo he sentido después, lo que fue liberador, porque pude continuar la vida mirando hacia adelante y sin rumiar el pasado desagradable.

Etty después de escuchar mi relato comentó:

Sí, el odio oprime. Fue de improviso que despertó en mí este pensamiento liberador, parecido a un brote débil que nace en un desierto de malezas: aunque no hubiese más que un solo alemán decente, ese único alemán merecería ser defendido contra toda barbarie, y gracias a él no tendríamos derecho a desatar el odio contra todo un pueblo”.

Después de un momento agregó: “Traté de comprender hasta los delitos más graves, de encontrar el nudo, el alma del pequeño ser que se hacía irreconocible en medio de las ruinas y de sus acciones insensatas.

Quise mirar el mundo a la cara, no huir de la realidad para refugiarme en sueños; quiero decir que, aún al lado de las realidades más atroces, hay un lugar para volverse hacia Dios y alabar su creación. ¡A pesar de todo!”.

Todavía hay quienes te critican por esa actitud ante la vida, que califican como quietista – le comenté. – ¿Qué respondes a eso?

Lo mismo que escribí en mi Diario. Mi aceptación de la realidad no era resignación ni falta de voluntad. Rechacé moralmente sin duda alguna, un régimen que trataba de aquél modo a los seres humanos.

Pero las cosas que nos sucedían eran demasiado grandes, demasiado diabólicas como para enfrentarlas reaccionando con el rencor y la amargura personal. Arrojarse contra la realidad sirve muy poco.

Hay que partir de uno mismo, y resistir a la tendencia a responder el mal con el mal, sino promover el bien que está dentro de uno.

Decía a mis hermanos hebreos que cada uno debe recogerse interiormente y destruir en sí mismo lo que se quisiera destruir en los otros. Convenzámonos de que cada átomo de odio que agregamos al mundo, lo hace más inhóspito.

En medio de la barbarie debemos custodiar aquello que nos hace parecidos a Dios. Tratando con amor a nuestros semejantes, caminamos hacia una humanidad renovada”.

 

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Yo la escuchaba emocionado. Aún así, le pregunté algo que para mí era especialmente importante:

Dicen de ti, y te acusan, de que no quisiste reconocerte como víctima, cuando sin duda lo fuiste, y de modo terrible. Mi conjetura es que fue uno de los motivos por los que no quisieron publicar tu Diario.

Así lo sentí cuando escribí lo siguiente: “Para humillar a alguno se deben ser dos, el que humilla y el humillado, que se deja humillar. Si falta el segundo, o sea, si la parte pasiva es inmune a toda humillación, ésta se evapora en el aire.

Quedan sólo las fastidiosas disposiciones que interfieren en la vida diaria, pero ninguna humillación nos debe angustiar. Esto quisiera enseñarlo a los hebreos.

Pueden hacernos la vida desagradable, pueden privarnos de los bienes materiales y de la libertad de movimiento; pero somos nosotros mismos los que nos privamos de nuestras mejores fuerzas, por unas actitudes equivocadas; por el sentirnos perseguidos, oprimidos, humillados, y por el odio que enmascara nuestros miedos.

Encuentro que la vida es bella, y me siento libre. Los cielos se abren dentro de mí y sobre mí. Creo en Dios y en los hombres y me atrevo a decirlo sin falso pudor.

Trabajar sobre uno mismo no es individualismo enfermizo. Una paz futura podrá ser verdaderamente tal, sólo si antes la encontramos cada uno en sí mismo, si nos liberamos del odio, si lo transformamos en otra cosa, incluso en amor, si no es pedir demasiado”.

Casi me pongo a llorar al escuchar a la joven Etty. Pensé que yo mismo nunca quise declararme víctima de la dictadura militar que me tuvo preso, hambreado y golpeado.

Declararse víctima era una condición necesaria para recibir una compensación monetaria vitalicia, que mucho me hubiera servido. Amigos y amigas muy cercanos me decían que lo hiciera y me reprocharon no hacerlo, tal vez viendo en mi actitud una implícita crítica a ellos, que nunca tuve intención de hacerles.

Etty respetó mi distracción; pero cuando volví a prestarle atención me preguntó:

¿Y aquello de lo ‘religiosamente correcto’?”

¡Pero si eso ya lo sabes! – le dije con picardía.

 

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Tienes razón” – me confirmó. “No adherí a la religión judía, ni tampoco a la cristiana a la que me orientó el terapeuta. Recuerdo que lo expliqué así: “Cuando rezo, nunca lo hago por mí, y dialogo a lo loca, como niña, o en forma muy seria con la parte más profunda de mí, que por comodidad llamo Dios.

Rezo de una forma muy simple. Presento a Dios todo aquello que me viene a la mente, todo lo que debo hacer, lo que me preocupa, también las cosas agradables y sobre todo las personas en las que pienso. Le hablo en forma normal, para nada devota.

En la oración siento que alguien me sostiene y me apoya. Cuando rezo, veo la luz. Mi esperanza aumenta, y así también la fuerza de hacer algo. La confianza crece”.

Después de un momento agregó, sonriendo una vez más: “Por suerte el que juzga aquí arriba tiene criterios diferentes a los de allá abajo”.

Me quedé pensando un momento, y recordé lo que escribió en la última página de su Diario, en el campo de Auschwitz: “Hice pedazos mi cuerpo como si fuera pan. Y lo distribuí entre los hombres. Estaban tan hambrientos. Y por tanto tiempo”.

Al despedirse apegó su joven cuerpo espiritual al viejo mío corporal, en un largo y dulce abrazo.

 

Luis Razeto

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