EL TRABAJO INTELECTUAL CREATIVO

Autor
Luis Razeto Migliaro
ISBN
9798409039745
El trabajo intelectual creativo

 

 

 

 

 

 

EL TRABAJO INTELECTUAL

 

CREATIVO


 


 

Luis Razeto Migliaro


 


 


 

Autor: Luis Razeto Migliaro

Título: El Trabajo Intelectual Creativo

Ediciones Univérsitas Nueva Civilización, Santiago de Chile, 2020

Propiedad Intelectual, Copyright N.º 2020-A-5438

Todos los derechos reservados por el autor conforme a la Ley. Prohibida su reproducción total o parcial, por cualquier medio.

 


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ÍNDICE


 

PRIMERA PARTE

EXPERIENCIAS


 

TRABAJAR EN PÚBLICO COMO LOS MAESTROS DEL RENACIMIENTO.

ESCRIBIR “FÜR EWIG”, PUBLICAR ENSEGUIDA Y PERFECCIONAR EN EL TIEMPO.

REALIZAR UN TRABAJO INTELECTUAL CREATIVO ENTRE DOS (Primera parte).

REALIZAR UN TRABAJO INTELECTUAL CREATIVO ENTRE DOS (Segunda parte).

EL TRABAJO INTELECTUAL “EN EQUIPO” Y LA ELABORACIÓN DE UN TEXTO DE CONSENSO. (Primera parte).

EL TRABAJO INTELECTUAL "EN EQUIPO" Y LA ELABORACIÓN DE UN TEXTO DE CONSENSO (Segunda parte).

MAESTROS, APRENDIZAJE DE MUCHAS COSAS Y ABUNDANTE MEDITACIÓN.

INTERNET, LAS REDES SOCIALES Y LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN.

ALEGRÍA EN LA VEJEZ: DEJAR LOS TESOROS A SALVO.


 


 

SEGUNDA PARTE

REFLEXIONES


 

INFORMACIÓN, INTELECCIÓN Y COMPRENSIÓN.

LOS CREADORES, SUS OBRAS Y EL ESPÍRITU.

GRANDEZA, MEDIOCRIDAD Y VILEZA.

LA CUESTIÓN MÁS DIFÍCIL.

LOS NIVELES DE LA ELABORACIÓN INTELECTUAL NECESARIA.

SOBRE EL ACCESO A LA UNIVERSALIDAD DEL CONOCIMIENTO.

TEORÍA Y PRÁCTICA, REALIDAD SUBJETIVA Y REALIDAD OBJETIVA, CONOCIMIENTO Y ACCIÓN.

MÁS ALLÁ DEL CIENTISMO POSITIVISTA Y DEL SUBJETIVISMO IDEOLOGISTA.

DESPLEGAR TODAS LAS FORMAS DEL CONOCIMIENTO PARA ACCEDER AL SER Y A LA VERDAD.

NECESIDAD DE RE-ELABORAR NUESTRAS CREENCIAS ÉTICAS Y RELIGIOSAS.

CONOCIMIENTO RACIONAL, CREENCIAS RELIGIOSAS Y CONOCIMIENTO SILENCIOSO.

GENIOS, TALENTOS Y EXPERTOS.

LO DIFÍCIL Y LO SENCILLO.

EL CONOCIMIENTO COMO ‘VALOR CREADOR DE VALOR’ Y EL TRÁNSITO A LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO.


 

TERCERA PARTE

PREGUNTAS QUE HAY QUE HACERSE


 

¿QUÉ NOS MUEVE, EN EL FONDO, A CONOCER Y A AMAR?

INTERROGANTES SOBRE LO UNO Y LO MÚLTIPLE.

¿QUÉ DIOS PODRÍA EXISTIR? ¿EN QUÉ DIOS PODRÍAMOS CREER?

¿ POR QUÉ ES DIFÍCIL QUE LAS IDEAS NUEVAS SEAN ACEPTADAS Y SE PROPAGUEN?

¿POR QUÉ CUESTA RECONOCER QUE LA CRISIS DE LA ECONOMÍA, DEL ESTADO Y DE LA CULTURA FORMAN PARTE DE UNA CRISIS DE CIVILIZACIÓN?


 

 

 

 

PRIMERA PARTE


 

EXPERIENCIAS


 

 

TRABAJAR EN PÚBLICO COMO LOS MAESTROS DEL RENACIMIENTO


 

Pasquale Misuraca es un notable intelectual italiano, cineasta, poeta, escritor. Somos grandes amigos. Nos conocimos en Italia donde viví entre los años 1975 y 1980. En esos años trabajamos juntos con gran dedicación de nuestros tiempos libres, escribiendo dos importantes libros de ciencia de la historia y de la política (La Travesía, Libro primero y Libro segundo) y varios artículos publicados en revistas científicas.

Desde entonces hemos vuelto a encontrarnos muchas veces, tanto en Italia como en Chile, durante semanas y meses en que, totalmente dedicados y concentrados en el trabajo creativo, produjimos un libro de ficción y reflexión (Evangelio Laico según Feliciano), una obra multimedia (La Vida Nueva), un guión para un film largometraje (Getsemaní) que lamentablemente no se ha podido realizar, y varios entretenidos videos. Continuamos comunicados a distancia y los dos queremos y pensamos volver a encontrarnos, no sabemos cuando, para trabajar en alguna nueva obra.

Pasquale tiene la idea, que me la ha planteado muchas veces, de que debiéramos "trabajar en público", porque lo más interesante del trabajo creativo, sea intelectual o artístico, es el hecho de trabajar creando.

Sostiene que ver a los creadores trabajando constituye una experiencia de aprendizaje extraordinaria, especialmente para los jóvenes. Así trabajaban los maestros en el Renacimiento, en talleres donde jóvenes aprendices y otras personas interesadas en aprender las artes y los oficios, podían acompañarlos e interactuar con ellos, constituyendo - el observar a los maestros - la mejor escuela que es posible tener.

Internet ofrece actualmente diversos modos en que un autor puede trabajar en público. Pasquale lo ha practicado bastante, y muy interesantes y entretenidos registros de ello se encuentran en su página web personal (www.pasqualemisuraca.com), en el portal que dirige (www.fulminiesaette.it), y en su canal de Youtube.

Yo en cambio he preferido siempre trabajar oculto, no por algún válido motivo intelectual sino por preferencia de mi carácter más bien reservado. Pero ahora, cuando he completado tres cuartos de siglo de vida, pienso que debiera hacerle caso a mi amigo, y mostrar con mayor generosidad algo de mi propio "trabajar creativo", y de ese modo, tal vez, hacer algo que pueda servir, especialmente a los jóvenes que se inician en el trabajo intelectual.

Esta intención es la que me ha llevado a publicar este libro, en el que expongo y comento algo sobre mi propio modo de estudiar, pensar y escribir, además de mostrar algunas de mis reflexiones sobre el conocimiento y su relación con la vida.


 

 

ESCRIBIR “FÜR EWIG”, PUBLICAR ENSEGUIDA Y PERFECCIONAR EN EL TIEMPO.


 

1.- Cumplidos 50 años desde que escribí y publiqué mis primeros trabajos, y mientras continúo investigando, conociendo, pensando y escribiendo, me planteo difundir más ampliamente y dejar a disposición de quienes puedan servirse de ella, mi producción intelectual de tantos años.

Lo hago convencido de que mis trabajos, incluso los más antiguos, por su propio carácter principalmente teórico, y porque aprendí de Antonio Gramscia a  escribir "für ewig" (para siempre), mantienen casi todos plena actualidad y vigencia. Al volver ahora a publicarlos los reviso, y si me parece conveniente los actualizo y perfecciono.

Gramsci en una de las Notas de sus abundantes Cuadernos de la Cárcel dijo que escribía “für ewig”, para siempre. La interpretación que se ha dado a ese dicho es que, como estaba encarcelado y condenado por el fascismo, consciente de que probablemente sería por el resto de su vida, sabía que sus escritos (manuscritos sacados clandestinamente de la cárcel) no serían publicados. La advertencia “für ewig” tenía tal vez el sentido de que quién los recibiera, los escondiera y conservara cuidadosamente porque tenían un alto valor. (Por qué escribió “für ewig” en alemán y no “per sempre” en italiano, es un misterio. Me parece que quería enfatizarlo, que el mensaje no pasara desapercibido).

No hay que olvidar que Gramsci, antes de ser encarcelado, escribía y publicaba semanalmente artículos periodísticos, primero en la Revista Il Grido del popolo, en la Hoja Avanti, y en la Revista Ordine Nuovo fundada por él mismo.

Yo pienso que todo intelectual, filósofo o científico de cualquier disciplina, que busque honestamente el conocimiento verdadero de la realidad, debe proponerse que sus escritos sean “für ewig”, que mantengan actualidad y vigencia por muchos años, décadas e incluso siglos.

En particular un escrito de carácter teórico que pierda vigencia en poco tiempo, demuestra por el mismo hecho de su obsolescencia, que es erróneo y de poco valor.

Esta es la razón por la cual una buena formación académica en filosofía, sociología, antropología, economía y ciencia política, implica el estudio a fondo de los autores mal llamados “clásicos”. Contrariamente a lo que está sucediendo actualmente en muchas universidades latinoamericanas que, para enseñar al gusto de los estudiantes, privilegian a los autores contemporáneos que están de moda.

Pienso, también, que incluso un buen periodista debiera escribir sus columnas, reportajes y crónicas de actualidad, pensando “für ewig”. Ello en razón de que muchos estudios históricos encuentran en la prensa y en el trabajo periodístico una fuente importante para sus investigaciones. Los historiadores del futuro, para el conocimiento y comprensión de nuestro presente, tendrán entre sus fuentes lo que escriben hoy los periodistas. Y aunque sin duda los periodistas no están pensando en los futuros historiadores al cumplir hoy su trabajo, los que son realmente buenos periodistas se esfuerzan en exponer con la mayor rigurosidad y atención de que son capaces, los hechos, situaciones y contextos que describen y analizan. Y es eso lo que les da a sus escritos, efectivo valor presente, trascendencia en el tiempo y valor histórico. Hoy todavía, cien años después, todavía podemos leer con interés los artículos periodísticos de Gramsci.

Escribir “para siempre” requiere amplitud de mirada y profundidad de pensamiento; pero sobre ello me referiré en algún escrito posterior. Por el momento baste recordar la hermosa y certera afirmación de Antoine de Saint Exupéry: “La verdad se cava como un pozo”.

2.- Ahora bien, como nunca antes, es posible actualmente publicar y difundir enseguida y fácilmente lo que se escribe. El valor “pedagógico” que esto puede tener lo expliqué en un texto anterior de este libro titulado “Trabajar en público como los maestros del Renacimiento”. Por cierto, “trabajar en público” tiene un valor pedagógico que es proporcional a la calidad del trabajo que realiza el autor; y “publicar enseguida” vale solamente después de que el autor ha trabajado intensamente un texto, lo ha pulido y perfeccionado, y considera que ya no es capaz de mejorarlo.

Por último, para que el resultado del propio trabajo permanezca y sirva “für ewig”, no obstante haber sido “publicado enseguida”, será siempre necesario estar disponible para corregirlo, perfeccionarlo, e incluso abandonarlo, si después el mismo autor descubre que contiene errores, que es insuficiente, o que nuevos desarrollos del conocimiento propio y ajeno le permiten perfeccionarlo.

Una de las cosas maravillosas que tienen los medios digitales de comunicación, es que ofrecen la posibilidad de “actualizar”, revisar, corregir y perfeccionar lo que uno ha puesto en ellos.

He puesto todos mis libros en Amazon, donde están a disposición de todo el mundo. Por cierto, los he revisado, corregido y actualizado en la medida que me ha parecido conveniente hacerlo. Y lo sigo haciendo.

En mi página web personal mantengo y voy publicando artículos, conferencias, videos, notas y otros trabajos, a medida que voy considerándolos listos para su difusión.

En Facebook sigo con varios espacios donde acostumbro subir algún contenido. Pero Facebook es inapropiado para las obras importantes, porque allí todo pasa al vuelo, nadie se detiene en algo, y los protocolos de facebook privilegian las fotografías, los videos de pocos segundos, y los escritos de escasas líneas, mientras "castigan" los links y las páginas no patrocinadas (o sea, no pagadas). Al comienzo facebook no era así; pero ahora es cada vez más comercial y lleno de publicidad.

Un aspecto muy interesante de los Blogs es que con ellos uno trabaja en público, se publica enseguida y se puede actualizar y perfeccionar los escritos cuando se quiera, de modo que puedan permanecer y servir “für ewig”.


 

 

REALIZAR UN TRABAJO INTELECTUAL CREATIVO ENTRE DOS (Primera parte)


 

En los últimos años de la escuela media y especialmente en la educación universitaria, se ha hecho muy habitual realizar trabajos escritos entre dos estudiantes, y actualmente muchas Tesis de grado e incluso de posgrado son presentadas como el trabajo conjunto de dos autores.

Por cierto, también se ha difundido la costumbre de los "trabajos en grupo", según la idea de que en el mundo actual casi todos los empleos requieren haber aprendido a trabajar en colectividad, y esto supone un aprendizaje que la escuela y la universidad debieran fomentar entre los estudiantes.

Tanto en el trabajo "a dúo" como "en grupo" sucede a menudo que uno de los participantes es activo y lleva la mayor parte del trabajo, mientras el otro o los otros participantes cumplen un papel secundario, realizan pequeños aportes, si no son incluso "colaboradores pasivos".

Trabajar real y efectivamente entre dos autores o en grupo es difícil, pero es posible generar obras intelectuales realmente valiosas trabajando de este modo, y puede resultar muy satisfactorio para los participantes. Para ello, según mi experiencia, es preciso que se cumplan varias condiciones.

No es mi intención teorizar aquí sobre estas prácticas, ni analizar sus ventajas y desventajas pedagógicas. En conformidad con los propósitos de estos escritos que expuse en uno anterior ("Trabajar en público como los maestros del Renacimiento"), me referiré ahora a mi propia experiencia de trabajo "a dúo", dejando para más adelante referirme a mis experiencias de "trabajo en grupo".

Mi primera experiencia de trabajo "a dúo" fue con Wálter Sánchez. Fuimos co-autores de nuestra Tesis de grado para obtener la Licenciatura en Filosofía y Educación. Con Walter nos conocimos y convivimos durante tres años en el Seminario Pontificio de Santiago; y después continuamos estudios de Filosofía y Pedagogía en la Universidad Católica de Valparaíso, mientras trabajábamos para financiar nuestros estudios. Lo hicimos como "asesores laicos" de una organización estudiantil cristiana, y como participantes remunerados (no recuerdo la forma legal de los contratos) en una Corporación de Estudios Políticos sobre Comunitarismo, y en una Corporación de Promoción y Educación Popular basada en los principios de Paulo Freire. También participamos juntos en el movimiento por la Reforma Universitaria los años 1967 y 1968, y en la creación y gestión de una Escuela de Capacitación Obrera.

Durante esos años (siete en total) de estudios y trabajo intelectual y social comunes, llegamos a conocernos y a ser buenos amigos, y como resultado de todo ello compartíamos en general una visión del mundo, una manera de entender la sociedad y sus problemas, y una misma concepción sobre la educación popular comunitaria.

Con todo esos antecedentes, escribir juntos una Tesis de grado no solamente resultaba obvio hacerlo, sino que también no ofrecía mayores dificultades. Sabíamos lo que teníamos que decir y lo que teníamos que describir y contar.

Aún así, la escritura de la Licenciatura no fue una redacción compartida. Simplemente nos pusimos de acuerdo en las ideas principales y en la estructura de la Tesis, y nos dividimos la redacción: yo me encargué de la parte más teórica y él de la parte más práctica y metodológica. El resultado - creo poder afirmarlo aunque mis recuerdos no son muy detallados porque eso fue hace 55 años -, fue una obra conceptual y metodológicamente coherente, unificada, que por cierto obtuvo la calificación más alta.

Lo cuento y lo explico porque alcanzar coherencia conceptual y metodológica, unificando pensamientos y experiencias de dos personas diferentes, es algo extraordinariamente difícil de conseguir. Hay que haber vivido, dialogado, trabajado, discutido, estudiado, reflexionado, compartido experiencias, etc. durante mucho tiempo.

A menos que, naturalmente, se trate de escribir obviedades e ideas generales de sentido común o "políticamente correctas": pero, es claro, las obviedades, lo que todos ya piensan por ser "de sentido común", y lo "políticamente correcto", no constituye verdadero trabajo intelectual, y el ponerlo por escrito en un texto no merece el calificativo de trabajo creativo.

Estoy hablando, claro está, de un trabajo intelectual en que los autores comprometen sus personas, sus conciencias, sus vida interior y exterior, sus búsquedas auténticas y autónomas de la verdad, del bien, de la belleza. No de esos trabajos que se piden hoy día a los "tesistas", en los que deben ante todo adoptar un "marco teórico" predeterminado por algún autor famoso, que aplican una metodología de investigación estándar, y en que "citan" las ideas del mayor número de autores que hayan escrito sobre el mismo tema.

Un caso completamente distinto al de mi trabajo con Walter Sánchez, y una experiencia que considero sorprendente, ha sido el trabajar "a dúo" con Pasquale Misuraca. Les contaba en la nota anterior que con Pasquale Misuraca escribimos juntos dos libros científicos, un libro de ficción y reflexión, varios libros de carácter teórico, e incluso un guion para un largometraje. Todo esto, a lo largo de 45 años en que nos hemos encontrado, sea en Italia o en Chile, primero durante casi seis años, y después en períodos de semanas y meses. Para ambos ese trabajar "entre dos" ha constituido una experiencia extraordinaria, como nos lo decimos siempre.

Cuando nos pusimos a trabajar y a escribir juntos, recién nos conocíamos. Él vivía en Italia y yo estaba llegando desde Chile, el año 1975. Nuestros estudios habían sido muy diferentes, las experiencias de vida no tenían nada en común. Él era agnóstico y yo cristiano. Compartíamos sólo que éramos jóvenes, él tenía 3 años menos que yo; que habíamos estudiado sociología (pero con muy diferentes enfoques); una cierta afinidad de orientación política; y que vivíamos con nuestras respectivas esposas e hijos, en el mismo grupo de edificios de departamentos construidos por una organización cooperativa.

Por todo ello, nuestro trabajo "entre dos", tan amplia y variada en cuanto a las obras generadas; y tan prologada en el tiempo, es una experiencia muy notable. Y muy singular, como se verá. Me referiré a ella en la Segunda Parte de esta nota, porque hacerlo en esta resultaría muy extenso para muchos lectores.


 


 

REALIZAR UN TRABAJO INTELECTUAL CREATIVO ENTRE DOS (Segunda parte).


 

Quienes leyeron “Trabajar en público como los maestros del Renacimiento” y la primera parte de esta nota, ya conocen quién es Pasquale Misuraca, cómo nos conocimos y qué libros escribimos juntos. Les contaré ahora cómo es que llegamos a realizar un trabajo intelectual creativo “a dúo”.

Lo primero que debo decir es que, más allá de las diferencias de experiencias y formación a las que me referí en la primera parte, compartíamos dos cosas esenciales: el deseo de participar y contribuir a una transformación profunda de la sociedad en base a los valores de la justicia, la libertad y la solidaridad; y la percepción de que los movimientos (partidos políticos, comunidades religiosas y otros grupos, como el cooperativismo) que se proponían protagonizar esos cambios, no sabían cómo hacerlo con realismo y eficacia.

O sea, fácilmente estuvimos de acuerdo en que era necesario y urgente re-pensar tanto la visión de la realidad (el diagnóstico, como se acostumbra decir empleando un lenguaje metafórico que me parece inapropiado), como las formas de acción y de organización necesarias para lograrlo (las vías, estrategias y procesos requeridos).

Esas convicciones compartidas nos generaban, a cada uno con base en las propias experiencias, una actitud intelectual de búsqueda, abierta, desprejuiciada, consciente de que era necesario cuestionar las ideas existentes al respecto.

¿Por dónde empezar? Obviamente, no era el caso de partir de cero, como si nada de lo anteriormente conocido y escrito sirviera. Se nos ocurrió “partir de Antonio Gramsci”, del que ambos conocíamos algo de su pensamiento. Se daba la circunstancia singular de que recién habían aparecido los Cuadernos de la Cárcel por primera vez en su versión original y completa, en cuatro grandes volúmenes. Decidimos estudiarlos y conversar sobre nuestras respectivas lecturas y descubrimientos.

Nos dimos cuenta a poco andar (o sea, de leer y conversar), de que Gramsci en la cárcel, con una actitud de apertura y libertad intelectual como la nuestra, había cuestionado profundamente el marxismo - tanto el materialismo dialéctico como el materislismo histórico -, que había profesado y aplicado en su condición de secretario general del Partido Comunista Italiano. Él mismo había experimentado la derrota del movimiento político que encabezaba en Italia, y se mostraba consciente de que las expectativas de una sociedad justa y libre no se estaban cumpliendo en Rusia bajo el régimen comunista y la dictadura del proletariado preconizada por Marx, Lenin y Stalin. Y no nos fue difícil descubrir que Gramsci percibía que tanto el fracaso en Europa como la distorsión del proyecto en Rusia, no se debían a alguna errónea interpretación del marxismo-leninismo, sino a errores fundamentales de esa concepción del mundo y de esa metodología de análisis de la realidad. ¡Gramsci había abandonado el marxismo! Y junto con el marxismo, había criticado las sociologías y el pensamiento político de su tiempo. ¡Se había puesto a re-pensarlo todo! y lo había dicho textualente.

Así descubrimos que aquél Gramsci que conocíamos, y que conocían los intelectuales contemporáneos nuestros, no era el verdadero Gramsci. Los textos conocidos de Gramsci publicados por el Partido Comunista Italiano, habían distorsionado el verdadero pensamiento de Gramsci, su búsqueda teórica y política. Se los había mutilado, censurado, y desordenado de modo tal que sus críticas al marxismo quedaban ocultadas. Dicho de otro modo, se conocían sólo los escritos “inofensivos” de Gramsci.

Iniciamos, en consecuencia, un estudio filológico, prolijo y muy atento, de los Cuadernos de Gramsci recién publicados. Partir de un texto constituía una base de trabajo “entre dos” para el cual era suficiente la actitud intelectual que compartíamos. Pues un texto es algo objetivo, que está ahí, fijo, esperando ser entendido y analizado. Facilitaba la tarea el hecho de que los escritos de Gramsci son muy claros en lo que quieren expresar y rigurosos en el lenguaje empleado.

Encontrar el sentido exacto de los escritos era el método que seguimos en nuestro estudio, lo que implicaba analizar con cuidado las palabras, comprender su contexto, y estudiar también a los autores a los que hacía referencia.

Así, fuimos poniendo por escrito, conversando también cada párrafo, cada frase, cada palabra de nuestro propio escrito, al que aplicábamos la misma actitud filológica con que leíamos a Gramsci. 

Respecto al texto que fuimos componiendo, reproduzco y traduzco el testimonio que hace Pasquale Misuraca en su comentario a la Primera Parte de este escrito en mi Blog: “Es verdad, ha sido y es, trabajar entre dos creativamente, una experiencia no ordinaria. Lo testimonio con una anécdota relativa al primer libro que escribimos juntos, publicado en su primera edición el año 1978. Cada vez que discutíamos con otros intelectuales nuestro trabajo inicial, el primer libro de ciencia de la historia y de la política, nos planteaban la pregunta: ¿qué capítulos escribió uno y cuáles el otro? No podían imaginar, comprender, que escribimos todo el libro juntos, palabra tras palabra, capítulo tras capítulo, siendo el libro – ese primero igual que los libros y ensayos que le siguieron – la transcripción cotidiana de una investigación, realizada durante el curso de su elaboración. No nos dividíamos los capítulos y no realizábamos ninguna concesión en la construcción del texto. Partíamos, discutíamos, y en la discusión, nuestros singulares puntos de vista iniciales eran absorbidos y superados por nuevas ideas superiores a las ideas de partida. En fin, se podría decir con las palabras de Montaigne, que no éramos tanto nosotros que escribíamos el libro, sino que era el libro el que nos escribía a nosotros.”

Con base en esta experiencia me permito aconsejar a quienes quieran o deban (solicitados por alguna exigencia académica) trabajar “entre dos”, partir de un texto (de alto nivel) y trabajar filológicamente sobre él hasta llegar a compartir el sentido y significado de cada párrafo, afirmación y palabra.

Con Pasquale hemos realizado, después, varias obras que no son fruto del mismo procedimiento filológico. Pero siempre hemos dialogado sobre cada párrafo, frase y palabra hasta alcanzar un texto que nos satisfaga a ambos. Una actitud, un método, que aprendimos (inventamos) en aquéllos trabajos “a partir de Gramsci”.

Reflexionando sobre esto, mi conclusión es que cada persona, cada individuo, cada mente y conciencia, es una unidad en sí, subjetiva, toda interior, y en consecuencia separada de toda otra conciencia, mente e individuo. Ello hace imposible conocer exactamente lo que ocurra en la mente y conciencia de una persona distinta a uno. Pero es posible alcanzar, a nivel intelectual y racional, un muy elevado nivel de unidad de pensamiento. Porque, como he explicado analíticamente en mi libro En búsqueda del ser y de la verdad perdidos, la conciencia es individual, pero la razón, inscrita en cada conciencia, es universal.



 

EL TRABAJO INTELECTUAL “EN EQUIPO” Y LA ELABORACIÓN DE UN TEXTO DE CONSENSO. (Primera parte).


 

Elaborar un texto entre varias personas supone realizar un trabajo intelectual grupal, que sin duda puede ser creativo. Los motivos para querer o deber hacerlo son, principalmente los siguientes: a) ser una exigencia académica solicitada como parte de un proceso formativo o evaluativo; b) que se necesite exponer las conclusiones de una reunión, seminario o evento de análisis y propuesta respecto a cierto tema o asunto debatido; y c) que se desee disponer de una guía, manifiesto, formulación de principios o declaración pública por parte de una organización, movimiento o comunidad.

Concuerdo en que investigar y estudiar en grupo tiene mucho valor de aprendizaje, pues unos con otros los participantes del grupo se enriquecen mediante los aportes que cada uno realiza. Hay que reconocer, también, que el trabajo intelectual “en equipo” presenta problemas, especialmente cuando uno o algunos integrantes del grupo aportan creativamente mientras otros participan poco o nada. Deben considerarse, además, las diferencias de ideas y criterios, que dificultan muchas veces avanzar, por darse reiteradas discusiones y vueltas atrás.

Lo más delicado se presenta a la hora de elaborar el texto que resulta del trabajo intelectual del conjunto.

Una práctica muy común consiste en encargar a una persona que proponga un texto, el cual es leído en el grupo para ser aceptado, modificado y/o integrado con aportaciones de otros participantes. El resultado suele ser deficiente e insatisfactorio. Ello porque acontece que, o el texto resultante es muy genérico y pobre por haberse buscado el consenso eliminando las afirmaciones que cualquier miembro del grupo no comparta; o al revés, el texto queda desunido e internamente incoherente porque se agregan todas las afirmaciones que los asistentes individualmente propongan.

Otra costumbre es que una persona elabore un borrador que se somete a votación, por entero o por párrafos, dando como resultado un texto que es solamente representativo de lo que “siente” una mayoría que adhiere con mayor o menor convicción a la autoridad del que lo propone.

Un testimonio de esta práctica la encuentro hoy (10/05/2019) en el diario La Segunda: El neurocientífico canadiense Philip Low (39) hablando de la Declaración de Cambridge Sobre la Conciencia, responde la pregunta: “Periodista: Tú firmaste la declaración y ... Respuesta: “No, no, yo la escribí. La gente no se da cuenta de eso. Yo la escribí y organicé la Conferencia en la cual se firmó. Le dije a mis colegas: escuchen, si no firman este documento, está bien; pero deberán explicarle al mundo por qué no lo hicieron. Como científicos tenemos un deber cívico ...”. Ese no es verdadero trabajo en grupo, y así se componen muchas declaraciones grandilocuentes. Tales prácticas (nada científicas aunque las realicen los científicos) no me interesan y nunca pongo mi nombre en documentos así elaborados.

Me ha correspondido participar en diferentes “trabajos en grupo”; pero hay dos especiales, en los que aprendí mucho, y que considero importante referir.

Uno fue en los años 1985 y 1986. De dicho trabajo surgió un libro que ha tenido importante difusión e impacto: Desarrollo a Escala Humana, que fue publicado como “versión de Manfred Max-Neef, Antonio Elizalde y Martín Hopenhayn”.

En el Prefacio del libro se explica exactamente de qué modo fue elaborado, por lo que me ahorro describir el trabajo en grupo en que participé. Cito: “Este documento cristaliza un trabajo esencialmente transdisciplinario realizado por un equipo de investigadores de distintos países de América Latina. El trabajo fue preparado a 1o largo de un año y medio con la colaboración de profesionales provenientes de Chile, Uruguay, Bolivia, Colombia, Mexico, Brasil, Canada y Suecia, dedicados a disciplinas tales como economía, sociología, psiquiatría, filosofía, ciencia política, geografía, antropología, periodismo, ingeniería y derecho. Los participantes constituyeron un grupo estable de reflexión e investigación colectiva que se reunió, en el curso de los dieciocho meses de trabajo, en tres seminarios-talleres, manteniendo un contacto intelectual estrecho y permanente desde el comienzo hasta el término del proyecto. Además del grupo estable, cuya continuidad permitió profundizar la reflexión colectiva en torno de problemáticas específicas del desarrollo, hubo invitados especiales en cada una de las reuniones. Los principales insumos para este trabajo lo constituyen 1os relatorios de cada uno de 1os Seminarios-Talleres, y distintos documentos producidos por 1os participantes. La redacción final estuvo a cargo del equipo del CEPAUR, y apunta más a integrar de manera coherente la diversidad de los aportes, que a reflejar la opinión particular de cada uno de los participantes.

Al final del libro, en Anexos, se consignan los nombres de los que formamos el Equipo del Proyecto. Cito el párrafo que nombra a los “Participantes permanentes en 1os seminarios-talleres: Jorge Dandler, Bolivia; Rocio Grediaga, Mexico; Sven Hamrell, Suecia; Claudio Herrera, Chile; Jesus Martinez, Colombia; Luis Razeto, Chile.”

Fue para mí una gran experiencia de trabajo intelectual creativo en grupo, en el que aprendí mucho y en el que aporté todo lo que pude. Pero quiero explicar algo, a propósito de lo que planteé antes sobre la autoría de un texto surgido en este tipo de investigación intelectual en equipo.

La razón de que el libro fuera finalmente publicado como “versión de” Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, acompañado de las explicaciones del Prefacio y con la complementación del Anexo, fue que, cuando Max-Neef y los organizadores de los Seminarios-Talleres plantearon (generosamente) que el libro lo firmáramos todos los participantes, manifesté mi desacuerdo, precisamente porque el texto era una “versión” particular de los autores y no incluía otros enfoques que discutimos. En particular, yo no estaba enteramente de acuerdo con la concepción de las necesidades humanas (una parte sustantiva del libro) que era un aporte central de Max-Neef.

Expuse, después, en mi libro Teoría Económica Comprensiva, págs. 419 a 421, mis desacuerdos con dicha concepción de las necesidades. Y aunque el libro El Desarrollo a Escala Humana recoge muy bien mis aportes sobre las organizaciones económicas populares y la economía popular y solidaria, no lamento no ser considerado autor del mismo, y pienso que la solución que se encontró para indicar la autoría y la participación de los otros participantes, fue la forma correcta porque corresponde a la verdad.

El segundo trabajo en equipo al que me quiero referir y del que extraigo otros aprendizajes importantes, fue la investigación que realizamos en el Programa de Economía del Trabajo, un equipo de investigación que dirigí durante varios años, y que dio lugar a las tres ediciones “actualizadas” del libro Las Organizaciones Económicas Populares. Lo relataré en la Segunda Parte.


 


 

EL TRABAJO INTELECTUAL "EN EQUIPO" Y LA ELABORACIÓN DE UN TEXTO DE CONSENSO (Segunda parte).


 

El segundo trabajo en grupo que me interesa comentar lo realicé entre los años 1980 a 1989. Versó sobre las Organizaciones Económicas Populares, y en cuanto "investigación de campo" que sistematiza experiencias que forman parte de un proceso social dinámico y multifacético, desarrolla elementos metodológicos interesantes en varios sentidos.

La investigación la realizamos en el Programa de Economía del Trabajo, un centro de investigación y de servicios de promoción social, patrocinado por el Arzobispado de Santiago, que elaboraba estudios sobre la coyuntura económica y se esforzaba en apoyar a las organizaciones sociales. Arreciaba la crisis económica y social provocada por la implantación autoritaria del modelo neoliberal, y la desocupación alcanzaba niveles dramáticos.

El origen de la investigación fue una pregunta que nos fue planteada por una persona que tenía real interés en encontrarle respuesta. Fue en una reunión que tuvimos los economistas y sociólogos de nuestra institución con el Cardenal Silva Henríquez, quien nos planteó la siguiente inquietud, más o menos textualmente: “Tengo una pregunta que quisiera pedirles que me ayuden a responder. En el marco de esta crisis económica en que estamos, y de la reorganización neo-liberal de la economía, la información que tenemos es que en las poblaciones populares de Santiago existe desde hace ya varios meses una enorme desocupación, que alcanza en alguna zonas hasta el 60 y 70 % de los trabajadores. Sabemos, además, que el Estado ha dejado de prestar servicios que antes beneficiaban a los más pobres. La pregunta que me hago es ¿cómo se explica que en esas poblaciones no exista una hambruna generalizada, un gravísimo problema humanitario? Yo creo saber, creo tener alguna respuesta, en base a lo que me cuentan los sacerdotes y otras personas de la pastoral; pero quisiera que ustedes realicen una investigación seria, yendo a esas poblaciones, y buscando de manera científica y rigurosa la respuesta a mi pregunta”.

Ese fue el origen, pero pronto nos dimos cuenta de que debíamos satisfacer también la demanda de conocimientos que tenían los propios protagonistas del proceso estudiado, o sea las organizaciones sociales de base que requerían entender mejor lo que eran y lo que hacían, precisar su identidad y sus proyecciones, individualizar sus potencialidades y limitaciones.

El primer elemento metodológico que me importa destacar es que la amplitud, la profundidad, la relevancia de una investigación, depende básicamente de la pregunta que la motiva, y de las necesidades de conocimiento que se quiere satisfacer.

Me fue asignada la responsabilidad de organizar y dirigir el equipo de investigación. Formaron parte de éste, la economista Apolonia Ramirez, el administrador de empresas Arno Klenner, y el sociólogo Roberto Urmeneta. Juntos diseñamos un plan de trabajo que nos llevó a recorrer las principales poblaciones marginales de Santiago y sus alrededores, tomando contacto con parroquias y capillas, iglesia evangélicas, ONGs, juntas de vecinos y centros de madres, clubes deportivos y todo tipo de instancias en que hubiera personas que se reunieran por alguna actividad o motivo que los agrupara.

Cabe destacar que el carácter colectivo de la investigación no se reducía al pequeño grupo de especialistas en distintas disciplinas científicas, porque además participaron en las distintas fases de la investigación numerosas personas y organizaciones sociales, que aportaron no solamente información empírica sino también muchas ideas, hipótesis, reflexiones y conocimientos de distintos niveles, que contribuyeron decisivamente a la comprensión del fenómeno estudiado.

Otro elemento del aprendizaje metodológico de esta investigación, fue la creación de un nexo activo, de una interacción permanente, entre la investigación y la prestación de servicios; o más exactamente, entre los investigadores y los sujetos investigados. Esta relación constituye una forma de aplicar el procedimiento metodológico que Antonio Gramsci denominó “filología viviente”, sobre lo cual trataré en otra ocasión.

En este sentido, experimentamos una singular combinación entre las dimensiones empírica y teórica de la investigación, no siendo esta última un marco teórico asumido previamente sino elaborado creativamente en el proceso de reflexión sobre la información empírica recogida.

La investigación quedó consignada en el libro Las Organizaciones Económicas Populares, del que se publicaron tres ediciones, en las que fuimos actualizando y complementando los análisis conforme al despliegue de los hechos y del proceso estudiado. La investigación se prolongó durante diez años, en un proceso de ampliación progresiva de la realidad estudiada, y de profundización de nuestra elaboración teórica sobre ella. El proceso estudiado y el estudio del mismo procedieron en sincronía.

He ahí otro elemento metodológico a destacar, a saber, la peculiar circunstancia de que la investigación cumplida y publicada en una primera fase, se prolonga luego y se actualiza, tanto empírica como teóricamente, en tres sucesivos momentos a lo largo de diez años, constituyendo un proceso de acompañamiento reflexivo del proceso social estudiado, y dando lugar a sus tres ediciones "actualizadas". De ese modo, el proceso de la realidad estudiada se manifiesta y refleja en el proceso de su estudio.

Al respecto, destaco la dimensión teórica de ese proceso. Fue Hegel quien formuló que cuando los conceptos teóricos se cristalizan, dejan de representar fielmente la realidad. Considero que este dinamismo de la elaboración teórica constituye una de las mayores dificultades de la investigación en las ciencias sociales, económicas y políticas.

Casi desde el comienzo de estos trabajos surgió el concepto que, a mi entender, expresaba la identidad, el modo de ser y la racionalidad económica con que operaban esas organizaciones. Me refiero al concepto de economía de solidaridad, o economía solidaria, que adopté y propuse decididamente en 1981.

Se me ha atribuido ser el fundador de la concepción de la economía solidaria, y haber ‘acuñado’ el término. Si por ‘acuñar’ se entiende ser el primero en poner por escrito la expresión, puede ser cierto, al menos hasta donde yo conozco. Pero la expresión “economía solidaria” la escuché de una mujer integrante de una organización económica popular. Fue en un “Encuentro de Talleres Laborales”, en que participaron también organizaciones de Comprando Juntos, Centros de Abastecimiento y Servicios a la Comunidad, Comedores Populares, Cocinando Juntos, Grupos de Salud y otros.

Se reflexionaba sobre la identidad común que tuvieran organizaciones tan diversas, que adoptaban nombres diferentes, pero que por algo nos encontrábamos reunidos en ese evento para reflexionar y encontrar juntos soluciones a los problemas que todas enfrentaban. Se generó un debate en que se plantearon dos enfoques.

Unos decían que lo que unía a todos era el ser “organizaciones solidarias”, creadas para solidarizar frente a los problemas y las agresiones de que eran objeto los ‘pobladores’ en el contexto de la dictadura militar. Otros enfatizaban el carácter de “organizaciones económicas” creadas por grupos populares para enfrentar los problemas de la subsistencia y la satisfacción de necesidades básicas, en un contexto en que había gran desocupación y el estado no ofrecía soluciones.

Fue allí que una mujer de una organización popular dijo que las dos posiciones tenían razón, que ellas eran organizaciones económicas y organizaciones solidarias, y que lo que las identificaba a todas era, entonces, es ser organizaciones de economía solidaria. Eso clarificó la cuestión de la identidad compartida por tantas organizaciones que buscaban resolver los problemas económicos actuando con solidaridad.

Y me pareció que era el nombre apropiado para un movimiento y un proceso en gestación, por lo que comencé a hablar y escribir sobre la “Economía Solidaria” y la “Economía Popular de Solidaridad”. Naturalmente, en mis ya cuarenta años de dar seguimiento a estos procesos, los conceptos de la economía solidaria los hemos ampliado y profundizado progresivamente.

Del mencionado origen del concepto de la economía solidaria derivo otros dos elementos de aprendizaje metodológico. Uno, que los conceptos teóricos no surgen sólo de la mente de pensadores y científicos, ni deben buscarse solamente en los libros, pues son creados también por personas humildes que, participando y conociendo directamente la realidad, la comprenden íntimamente.

El otro elemento es que, cuando se da un debate genuino entre posturas diversas, la comprensión de la realidad no se cumple plenamente en una de las posiciones que se debaten, sino en la integración de los puntos de vista parciales en una concepción comprehensiva que las integre.

En relación con esto, debo consignar que en el equipo de investigación se expresaban constantemente diferencias de opinión sobre el significado de la realidad estudiada y sobre el sentido del proceso que se desenvolvía. Tales diferencias quedaron consignadas en el texto aludiendo a posibles explicaciones alternativas de los fenómenos, y en particular, a propósito del sentido y significado histórico del proceso estudiado, cuando enunciamos tres “hipótesis interpretativas” que denominamos hipótesis máxima, hipótesis intermedia e hipótesis mínima.

Como director de la investigación me reservé la escritura de la Primera Parte del libro, con sus diversos capítulos teóricos y analíticos, y supervisé la parte que recogía la información cuantitativa, que fue escrita por el sociólogo Roberto Urmeneta.

En las tres ediciones del libro mencionamos a los cuatro autores, sin establecer las diferencias que acabo de manifestar en cuanto a la responsabilidad de cada uno en la redacción de los textos. Lo propuse así al equipo y mis tres colegas estuvieron de acuerdo.


 

 

MAESTROS, APRENDIZAJE DE MUCHAS COSAS Y ABUNDANTE MEDITACIÓN.


 

Tuve en mi adolescencia y juventud la suerte de conocer y recibir enseñanzas de verdaderos Maestros. Exponiendo algo de mi experiencia con ellos quiero destacar la importancia de los Maestros en la formación de una persona.

En el Instituto Chacabuco de los Hermanos Maristas, en 4°, 5° y 6° de Humanidades como se llamaba entonces la educación Media, el hermano Jaime fue mi profesor de Filosofía y de Literatura cuando tenía 14, 15 y 16 años. En filosofía nos ponía problemas y nos daba por tarea pensar una respuesta. Recuerdo que nos planteó, entre otros, “el problema de la individuación de las cosas”, o “¿que hace que cada cosa sea individual y distinta de todas las otras?”. Mi respuesta, que tuve que defender ante los compañeros, fue que lo que individuaba las cosas era su estar determinadas por el espacio y el tiempo. En Literatura nos hacía leer autores clásicos españoles y trabajar sobre un libro durante todo el año, resumiendo el argumento, analizando los personajes, ubicando el contexto social e histórico, etc. Recuerdo en 4° año haber escrito dos cuadernos completos de 60 hojas sobre El Cantar de Mío Cid; en 5° me dediqué a Don Quijote de la Mancha; y en 6° me concentré en Niebla y en Amor y Pedagogía, de Miguel de Unamuno.

Del colegio pasé al Seminario Pontificio, donde tuve la suerte de tener dos maestros que fueron muy importantes para mí. Monseñor Jorge Hourton, doctor en filosofía y en teología, fue nuestro profesor de Epistemología. Mi relación con él fue muy estrecha porque era el Director de Estudios de Filosofía y me nombró como secretario para llevar los libros de calificaciones, una actividad que me ocupaba apenas un par de horas a la semana, y que me dejaba tres o cuatro horas diarias para leer y estudiar en su oficina, donde estaba su biblioteca personal a mi disposición, y donde pude conversar a menudo con él y recibir su orientación, especialmente bibliográfica.

El otro maestro que tuve en el Seminario fue Joseph Comblin, un teólogo belga cuyos libros versaban sobre los grandes temas de la modernidad (la paz, la política, la revolución, etc.), en los que mostraba una extraordinaria apertura y libertad de pensamiento.

Del Seminario pasé a la Universidad Católica de Valparaíso para completar estudios de filosofía y educación. Allí me enseñaron varios buenos profesores que tenían la gracia de realizar las clases en base a la lectura y análisis de los grandes filósofos. Destaco al filósofo Juan de Dios Vial Larraín con quien leímos el Discurso del Método de Descartes; al esteta y pensador boliviano Roberto Prudencio, que dictaba el curso de Estética; a Rafael Gandolfo, sacerdote y filósofo con quien trabajamos Husserl y Heidegger; al Dr. Fernando Zavala del que seguí un curso sobre Hegel y otro sobre Nietszche; y al Dr. Luis López, cuyo curso de Lógica consistió en un análisis de Alicia en el País de las Maravillas.

En la Universidad combinaba los estudios con el trabajo. Primero trabajé en un Instituto de Estudios Políticos de orientación social cristiana dedicado a pensar el “comunitarismo", donde tuve ocasión de colaborar con el filósofo político Jaime Castillo, un original pensador social-cristiano que me orientó a estudiar a Jacques Maritain y a Joseph Lebret. Después trabajé en un Instituto de Educación Popular comprometido en procesos de concientización y organización popular. En éste pude conocer e interactuar con el historiador y profesor Gustavo Canihuante, y con el educador brasileño Paulo Freire, que estaba entonces exiliado en Chile.

Aunque no fueron propiamente mis maestros docentes, no puedo dejar de mencionar a tres hombres que considero almas grandes, y con quienes en esos años juveniles tuve ocasión de estar y conversar en diversas circunstancias: el sacerdote Esteban Gumucio, el obispo Enrique Alvear, y Dom Hélder Camara.

Terminada la Licenciatura en Filosofía y Educación realicé una Maestría en Sociología en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), donde tuve la oportunidad de seguir cursos con docentes que después han sido importantes políticos latinoamericanos: el Presidente de Chile don Ricardo Lagos que dictaba el curso de Historia Social de América Latina, y el Senador y Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil don José Serra que daba el curso de Economía. Seguí ahí también los cursos de varios connotados sociólogos que trabajaban en la Teoría de la Dependencia y del Subdesarrollo de América Latina.

El último de los Maestros que quiero destacar fue don Alejandro Lipschutz, un científico, médico, antropólogo y filósofo de origen judío-letón; un hombre reconocido como sabio, que fue el primero en recibir el Premio Nacional de Ciencias de Chile. No tuve la suerte de seguir cursos formales con él, sino algo mejor. Formó un pequeño grupo de seis o siete jóvenes que nos reuníamos con él en su casa, una tarde cada semana durante un año. En esas charlas don Alejandro, ya anciano de 90 años pero absolutamente lúcido, nos compartía sus conocimientos, sus actitudes intelectuales, su sabiduría. Recuerdo la biblioteca desbordante de libros en los estantes, vitrinas y anaqueles; libros también sobre una mesa y en el piso. Sobre el escritorio un gran globo terráqueo, y a un lado, un antiguo samovar ruso desde el cual él mismo nos servía té.

Algunas de las ideas que Alejandro Lipschutz nos trasmitía con cierta insistencia eran:

Que la salvación y el progreso de la humanidad requieren el encuentro y mutuo entendimiento entre Oriente y Occidente.

Que la ciencia con sus métodos empíricos, y la filosofía con su vuelo especulativo, son ambos constitutivos del saber necesario para comprender el mundo y darle sentido a la vida.

Y que la formación necesaria para ser un buen científico o filósofo, implica “el aprendizaje de muchas cosas, y la abundante meditación”. Aprendizaje de muchas cosas, esto es, la más amplia y variada asimilación de informaciones y de conocimientos: vivenciales, empíricos y teóricos. Abundante meditación, en el sentido de reflexionar y profundizar en torno a esos conocimientos, para comprender el sentido de las informaciones y conocimientos diversos, captar sus relaciones y nexos, y buscar su integración en un saber unificado.

Sólo me cabe expresar mi hondo agradecimiento a cada uno de estos Maestros que contribuyeron a mi formación intelectual y moral, y me facilitaron el conocimiento de aún más grandes filósofos, sabios y Maestros de la humanidad. Agradezco a la suerte o azar que me relacionó con ellos, y que siempre digo que es uno de los modos en que el Creador actúa en el mundo, por lo que también agradezco a Él esos encuentros con personas sobresalientes.

Concluyo recomendando a los jóvenes deseosos de contribuir al conocimiento y la ciencia, y/o a la comprensión y transformación del mundo, que si tienen la ocasión de encontrar verdaderos Maestros, personas sabias, docentes e investigadores de verdadera excelencia - en cualquier nivel académico que cursen o en estudios que realicen independientemente -, que no dejen pasar esas oportunidades especiales, y que se acerquen a esos hombres y mujeres extraordinarios y generosos para aprender de ellos “muchas cosas”, y luego, en la propia intimidad, realizar sobre todo aquello recibido, una “abundante meditación” personal.


 


 

INTERNET, LAS REDES SOCIALES Y LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN.


 

Escribo esta nota motivado por un hecho que me afectó directamente y me llevó a estudiar el asunto. El hecho fue que Facebook bloqueó, hace unos seis meses, varios de mis Blogs, y desde entonces no me ha permitido postear los contenidos que he instalado en él. Les cuento más abajo lo que sucedió. Antes tengo que explicar y recordarles algunas cosas muy importantes, que probablemente ya saben pero que no se les presta suficiente atención.

Internet constituye un adelanto civilizatorio extraordinario, que pone al alcance de multitudes las más variadas manifestaciones de la cultura y el conocimiento, en todo el mundo. Del mismo modo, ha significado una inmensa expansión de las posibilidades de información, y de la libertad de expresión y comunicación. Tal sorprendente empoderamiento de las personas permite que en la red se expresen también las ignorancias, los errores, las mentiras, las malas intenciones, las vilezas humanas.

El empoderamiento multitudinario de las personas, grupos sociales y organizaciones que hasta hoy permanecen subordinadas, constituye un indudable peligro para las élites políticas, económicas, mediáticas que han controlado sin contrapeso el poder. De hecho, las redes sociales han hecho caer gobiernos, políticos, dirigentes de grandes corporaciones y empresas, dignatarios religiosos, comunicadores prestigiosos, y no sólo por delitos que se les han descubierto, sino incluso por haber emitido algún mensaje considerado sexista, racista o contrario a cualquier movimiento social suficientemente extendido.

Entendidas las redes sociales como amenazas reales y latentes, los poderes institucionales y los poderes fácticos han reaccionado de dos modos convergentes. Por un lado, actuando directamente para controlarlas y difundiendo masivamente por las mismas redes sus propios mensajes, debidamente “patrocinados”. Por otro lado, intentando desprestigiar a las redes sociales, poniendo en evidencia los malos usos que se hacen en ellas por la difusión de noticias falsas, pornografía, tendencias anti-sistémicas, evasión de impuestos, etc.

Al enfatizar esos “daños colaterales” que produce la libertad de expresión y comunicación adquirida tanto por grupos nocivos como por organizaciones beneficiosas y personas comunes, se intenta crear una opinión pública favorable al control de las redes sociales, y se presiona a los gobiernos para que les pongan restricciones y regulaciones. Una demanda ésta, que con mucho gusto los propios gobiernos hacen suyas; pero que no les resulta fácil implementar dado el carácter global de las redes y el contra-poder y resistencia de éstas.

Pero ya ahora, finalmente, parece haberse encontrado el modo para reducir e incluso anular el poder y la libertad de expresión que las grandes redes sociales habían otorgado a la gente. Y les está resultando muy sencillo. Para entenderlo es necesario recordar cuál es el modo de funcionamiento y el “modelo de negocios” de esas grandes redes sociales.

Las grandes redes sociales son, básicamente empresas tecnológicas que poseen una poderosa plataforma en que las personas, empresas y organizaciones se inscriben, adquiriendo con ello el derecho de crear una red de “amigos”, una página “propia”, y grupos de interés, a través de los cuales se puede difundir y recibir mensajes. La empresa pone la plataforma, que es lo que ha creado y que ofrece. Y los usuarios de la red, o sea nosotros, trabajamos para esa empresa-red, proprocionándole nuestros contactos y elaborando y subiendo contenidos (mensajes, textos, fotos, videos, etc.). Cientos de millones de personas trabajando todos los días en y para la red, hacen de la empresa una potencia económica gigantesca, cuyo negocio crece exponencialmente en proporción a nuestro trabajo en y para ella. De hecho, esas empresas-red se han convertido en las mayores corporaciones mundiales.

Entonces, una red como facebook no es gratis, pues debemos trabajar para ella. Si tienes una página y pasan días sin que postees, te apura y recuerda lo que debes hacer, con un mensaje como éste: “Hace días que los usuarios de tu página esperan tus mensajes”.

Lo que no es verdad. Porque Facebook nos engaña. Nos dijo que enviaría nuestros mensajes a todos nuestros amigos, o a todos los que se suscribieron a nuestra página; pero sólo se los envía a unos pocos. Porque el negocio de la empresa-red es tener todos nuestros contactos para hacerles llegar … los post “patrocinados”, o sea los que le son pagados por personas o empresas que desean publicitarlos.

Pero hay más. La plataforma tecnológica de la empresa-red está provista de sofisticados algoritmos mediante los cuales selecciona los mensajes que recibe para orientarlos a determinados usuarios, privilegiando aquellos a quienes les podrían “gustar” y “compartir”. Pero los algoritmos son más complejos, porque seleccionan con un conjunto de criterios que, en lo esencial, apuntan a multiplicar las ganancias de la empresa: los que “trabajan” más, y sobre todo, los que tienen más contactos entre quienes “patrocinan” páginas, etc. y los que más “gustan” de los mensajes patrocinados.

Esto porque los ingresos de la empresa-red corresponden exactamente a la cantidad de personas a las que envían mensajes “patrocinados”. Antes se pagaba por “me gusta”, ahora se paga por “personas alcanzadas”. En efecto, lo que vende Facebook a los miembros de la red, son los envíos de post a los usuarios. El valor de los “alcances” depende del país de los usuarios. Por ejemplo, en Chile, verifico en este momento que pagando 1 dólar me ofrecen que “aproximadamente” 200 personas serán “alcanzadas” por el mensaje que puse en mi página. (Tengo en mi perfil de facebook 5.000 personas que han solicitado ser mis “amigos” y recibir mis posteos; pero como no los “patrocino”, los debe recibir, en el mejor de los casos, el 2 % de ellos).

Hasta aquí, bueno, si uno acepta las normas de la empresa-red, todo parece normal. Pero … bloquearon en facebook, no uno sino todos los mensajes de mis Blogs de Google. Incluso los mensajes que había posteado antes sin problemas, fueron anulados: bloqueo con efecto retroactivo. Pueden verlos en el Blog. Son breves textos teóricos, sobre diferentes temas. Jamás menciono a una persona; jamás empleo una palabra soez; jamás un contenido de dudoso gusto. Sólo filosofía, ciencia, pensamiento.

¿Qué pasó? La explicación de facebook es que “Algunos usuarios consideran que el contenido es ofensivo”. Me daba la opción de pedir revisión. Lo hice. La respuesta: “El contenido trasgrede las normas comunitarias”. Después de mucho insistir pidiendo revisión, uno de mis Blog fue nuevamente aceptado; pero al poco tiempo volvieron a bloquearlo y no recibo respuesta a mis solicitudes de explicación.

¿Qué hay detrás de esto? Me he informado, analizado y pensado. Mi conclusión es que la empresa-red, presionada por los poderes institucionales y los poderes fácticos, descubrió el modo de atender las demandas de ejercer control sobre los contenidos. Y lo hace, simplemente, convirtiendo a los propios usuarios de la red en controladores y censores. Los usuarios, ahora, no solamente trabajan para la empresa-red entregándoles sus contactos y sus posteos, sino también sirviendo como censores de contenidos.

No parece que esté en curso un ataque directo a la libertad de expresión. Pero el permitir que cualquier grupo de personas convertidas en censores bloqueen los contenidos que no les gusta, la amenaza a la libertad de expresión nos alcanza a todos. Porque muy probablemente ocurrirá que los fanáticos de derecha bloquearán a los de izquierda, y los de izquierda a los de derecha; los ateos bloquearán a los creyentes, y los creyentes a los ateos; los que creen en los ovnis a los escépticos, y éstos a los que creen en los ovnis; y así por delante.

¿El resultado? Lo probable será encontrarnos de aquí a poco tiempo más, con una red social en que los contenidos serán anodinos, centrados en fotos insípidas y en tiernos vídeos de gatos y perros, con abundantes “cuchicheos” de personas ociosas que cuentan hasta sus más pequeñas emociones cotidianas. Y, por cierto, mensajes “patrocinados” de empresas, políticos, comunicadores famosos y negociantes diversos.

En este contexto, quienes estamos interesados en contenidos de calidad; en información veraz; en ideas, saberes y conocimientos que nos ayuden a comprender la realidad; y en comunicación y desarrollo personal auténticos, debiéramos emigrar de esas redes-empresa y buscar Blogs, Websites y Redes Sociales que correspondan a nuestros intereses y satisfagan nuestras aspiraciones superiores.


 

 

ALEGRÍA EN LA VEJEZ: DEJAR LOS TESOROS A SALVO.


 

He dedicado gran parte de mi vida a desarrollar conocimientos y compartirlos en cursos y libros: de filosofía, de economía, de ciencia de la historia y de la política. También a través de novelas y pequeñas obras en otros medios de expresión escrita y audiovisual.

Muy poco me he preocupado de que mis obras fuesen publicadas y difundidas. Me asistía la convicción muy personal, de que mi tarea era expresar en obras teóricas y aplicar en iniciativas prácticas, el pensamiento y el conocimiento que iba aprendiendo, descubriendo y elaborando en mi camino de búsqueda y en mis experiencias sociales e interiores. Y me satisfacía pensar que iba creando una obra valiosa, que por su valor intrínseco podría sobrevivir al tiempo y a la muerte.

Pero habrán notado mis amigos y conocidos, especialmente en las redes sociales, que desde hace algún tiempo me estoy empeñando en dar a conocer, difundir y promover la lectura de mis libros y escritos. Es algo que no me gusta hacer, que no sé realizar bien, y que no responde a ningún interés económico. Tiene que ver, eso sí, con el valor que atribuyo a mi obra, y a mi convicción de que estos libros y escritos sirven bastante a quienes se animan a leerlos y estudiarlos.

Nietzsche lo explica mejor de cuanto yo pueda hacerlo, en su libro Humano, Demasiado Humano, N° 208 y 209, por lo que le dejo la palabra.

EL LIBRO SE CONVIERTE CASI EN UN HOMBRE

Para todo escritor es una sorpresa siempre nueva que su libro, en cuanto se separa de él, continúe viviendo con vida propia. (…) Tal vez lo olvide casi por completo, tal vez se eleve por encima de las concepciones que depositó en él, tal vez incluso no vuelva a oír nunca más de él y pierda el impulso con que volaba cuando concebía ese libro; sin embargo el libro se busca lectores, inflama existencias, proporciona felicidad, espanto, engendra nuevas obras; se convierte en alma de principios y de acciones. En una palabra, Vive como un ser dotado de espíritu y de alma; y, sin embargo, no es un hombre. El destino más afortunado que le ha tocado en suerte al autor cuando, siendo ya viejo, pueda decir que todo lo que en él había de ideas y de sentimientos creadores de vida, fortalecedores, edificantes, esclarecedores, vive aún en sus obras, y que él mismo ya no es más que la ceniza gris, mientras que el fuego se ha conservado y se ha propagado por todas partes.

ALEGRÍA EN LA VEJEZ

El pensador, y también el artista, que ha puesto y resguardado lo mejor de sí mismo en sus obras, siente una alegría algo maligna cuando ve que su cuerpo y su espíritu son quebrantados y destruidos lentamente por la acción del tiempo. Es como si, escondido en un rincón, viese a un ladrón afanarse tratando de abrir su cofre de caudales, sabiendo, él, que el cofre está vacío, y que todos sus tesoros están ya a salvo”.

Debo sin embargo agregar y precisar que "dejar el tesoro a salvo" no se cumple por el hecho de poner los libros y obras en Internet. Ahí permanecen, es cierto, más o menos resguardados; pero sólo como posibilidad de que sean efectivamente "salvados".

Las obras de pensamiento quedan de verdad a salvo sólo en la medida que estén disponibles en muchas casas, bibliotecas, librerías y entidades académicas; y sobre todo, en cuanto sean leídas, conocidas en su contenido, trabajadas y consideradas como material en nuevas obras de otros autores, integradas de algún modo a la vida de personas y organizaciones, y en que lleguen a formar parte de la cultura social. Como dice Nietzsche, que los libros "engendren nuevas obras y se conviertan en alma de principios y de acciones".

Y que el autor "siendo ya viejo, pueda decir que lo que había puesto en ellos de ideas y de sentimientos creadores de vida, fortalecedores, edificantes, esclarecedores, vive, y que el fuego se ha conservado y propagado por muchas partes".

Pienso y siento que esto está apenas comenzando, por lo que mi tesoro no se encuentra todavía enteramente a salvo. Pero eso ya no depende de mí.


 


 


 

SEGUNDA PARTE


 

REFLEXIONES


 


 

INFORMACIÓN, INTELECCIÓN Y COMPRENSIÓN.


 

Conviene establecer con claridad la diferencia entre informarse, entender y comprender, que corresponden a niveles muy distintos en cuanto a la amplitud y la profundidad del conocimiento de la realidad.

La información es la captación, acumulación y procesamiento de datos sobre aspectos particulares de la realidad. Informaciones son, por ejemplo, el registro de las pulsaciones por minuto del corazón; las opiniones registradas en encuestas de opinión pública; los datos sobre las variaciones de precios en los mercados. Caminando por las calles recabamos cotidianamente abundante información sobre objetos, personas, actividades y relaciones que ocurren ante nosotros.

Las informaciones son consideradas objetivas y objetivables, en el sentido de que son captadas por los sentidos de la vista, el oído, etc., en procesos básicamente biológicos y orgánicos, antes de que intervenga la subjetividad de la conciencia. En épocas recientes se han inventado numerosos y sofisticados instrumentos de captación y registro de datos que funcionan independientemente del sujeto cognoscente, en procesos puramente físicos y tecnológicos. Así, las informaciones sobre el clima (temperatura, humedad del aire, presión atmosférica, velocidad del viento, etc.) que antiguamente eran captadas solamente por nuestros sentidos de la vista, el oído y el tacto, son actualmente captadas con mayor precisión por instrumentos de medición instalados en lugares distantes o que se desplazan en la atmósfera. Lo que ocurre en nuestro cuerpo (desde la presión de la sangre y la presencia de microorganismos hasta el adn y los genes) es registrado por instrumentos de alta precisión.

Es impresionante el incremento acelerado de las informaciones registradas, acumuladas y procesadas tecnológicamente. Prácticamente todo lo que las personas hacen, dicen, fotografían, es registrado y se acumula en enormes sistemas tecnológicos. La multiplicación de los instrumentos que captan datos de todo tipo sobre todo lo que ocurre en la tierra y el universo, a nivel de las micropartículas y de los macrofenómenos cósmicos, de la meteorología, la genómica, las finanzas y en todo campo que despierte el interés de las personas, queda registrado, acumulado y procesado informáticamente.

El principal tratamiento que se hace de esta gigantesca multitud de datos, y que es parte de lo que entendemos como información, es cuantitativo. La información suele organizarse en parámetros y variables, que se relacionan unos con otros estableciendo las proporciones y variaciones concomitantes y recíprocas.

Estos procesos de procesamiento de la información que hasta hace no demasiado tiempo eran realizados por la mente humana, son actualmente ejecutados también por instrumentos tecnológicos. Así los datos captados por los instrumentos que miden las variables atmosféricas son transmitidos directamente a otros instrumentos, que los procesan también tecnológicamente y emiten informes sobre las condiciones del tiempo y sus cambios previsibles.

Vemos, así, que la información puede obtenerse y organizarse sin intervención activa de la mente humana, lo cual está alcanzando en la actualidad un altísimo grado de perfeccionamiento mediante el empleo de las computadoras y a través de la llamada ‘inteligencia artificial’.

La intelección comienza en la información, pero no se limita a su captación y procesamiento cuantitativo. La intelección implica la elaboración de conceptos e ideas, que son generados por el sujeto cognoscente en base a procedimientos de abstracción, de inducción y deducción, de análisis y síntesis, a partir de los datos obtenidos en los procesos de información.

En la intelección, las ideas y conceptos son relacionados unos con otros, constituyendo hipótesis, teorías y ciencias que nos permiten conocer las estructuras de la realidad, sus procesos y sus racionalidades, que identifican y explican las relaciones que se dan entre los datos e informaciones que nos han sido proporcionados por los órgamos sensoriales y los instrumentos técnicos.

La intelección es resultado de la actividad del intelecto humano racional, y no existe fuera de la mente de las personas. El conocimiento intelectivo puede ser expresado en palabras, figuras, símbolos, ecuaciones, etc., y por medio de estos puede ser comunicado de unas personas a otras, en procesos de enseñanza y de aprendizaje.

A nivel colectivo, esto es, como humanidad, no cabe duda de que el conocimiento intelectivo está experimentando una enorme expansión, que se aprecia especialmente en el avance de las ciencias físicas, biológicas y humanas. Se observa cómo el conocimiento intelectivo se ha ido especializando y diversificando crecientemente, en disciplinas y sub-disciplicas cada vez más particulares.

Este conocimiento intelectivo se comunica y acumula en libros y revistas científicas de todo tipo, que quedan a disposición de los interesados en formatos digitales a través de la internet. Pero conocimientos intelectivos propiamente tales ocurren exclusivamente en la mente de las personas individuales, mientras que aquél conocimiento que se procesa y transmite en las revistas o en los medios digitales, estando en ellos, podemos considerarlo para nosotros, todavía como acumulación de información. El conocimiento intelectivo sólo tiene sede en la mente individual de los sujetos cognoscentes.

Cuando los estudiantes, profesionales o personas en general, estudian una materia correspondiente a una disciplina o ciencia, y entienden los conceptos, hipótesis y teorías que aprenden, han accediendo a este nivel del conocimiento que llamamos ‘intelección’. Eso que han inteligido es lo que pueden después aplicar, comunicar y enseñar.

La comprensión es un grado superior del conocimiento, que se alcanza a través de intensos y profundos procesos de reflexión y meditación que realizan las personas sobre las informaciones y los conocimientos previamente adquiridos y elaborados. La comprensión se obtiene cuando se capta el lugar de cada información y conocimiento, y la relación que tienen ellos, en la totalidad compleja y plural de la realidad de la que forman parte. Identificar lo que tienen en común y comparten con otras realidades, y lo que las diferencia, distingue y hace únicas, es entrar ya al nivel de la comprensión de la realidad.

Pero no es solamente eso. La comprensión de una cosa, de una persona, de una situación o de un hecho, implica valorarlos en lo que significan en función de los fines inherentes a esa cosa, persona, situación o hecho; y apreciar la dirección en que se mueve y avanza o retrocede, y su distancia y su aproximación a sus fines. La comprensión incluye un juicio ético y estético, la apreciación de los principios y los valores comprometidos en aquello que se ha conocido.

La comprensión implica un proceso de expansión, transformación y perfeccionamiento del intelecto y de la conciencia, y se torna habitual y en cierto sentido espontáneo, en aquellas personas que han alcanzado aquél nivel de desarrollo mental que ha sido llamado ‘sabiduría’.


 


 

LOS CREADORES, SUS OBRAS Y EL ESPÍRITU


 

Estoy convencido de que el arte y la poesía, la filosofía y las ciencias, las sabidurías y las grandes religiones, son obra del espíritu. Dicho de otro modo, en toda gran obra de arte, de pensamiento y de sabiduría se manifiesta el espíritu.

Soy asiduo lector de biografías. Siempre he querido conocer las vidas de los grandes poetas, músicos, novelistas, científicos, pintores, sabios y maestros espirituales. Porque me interesa el hombre o la mujer que hay detrás de una gran obra. Y porque creo que las ‘almas grandes’ nos permiten conocer la verdadera naturaleza humana y lo que podemos llegar a ser.

Pues bien. Siempre me sorprende, y considero un enigma que no logro resolver, la notoria y notable distancia que descubro entre la grandeza de las obras por un lado, y ciertas notorias pequeñeces que han marcado las vidas de los individuos que las han creado. Obras sublimes, de valor universal, altísimas y profundas, han sido producidas por personas cuyas vidas han estado en muchos casos afectadas por la mezquindad, el capricho, la vanidad, la avidez, y a menudo por comportamientos bastante egoístas. No digo, al mencionar estos defectos, que los autores no hayan sido individuos generosamente entregados a la realización de sus obras, que es lejos el mejor modo de servir a la humanidad. Tampoco afirmo que hayan tenido esos defectos en grados acentuados; pero se hacen notorios al compararlos con las cualidades éticas, estéticas, intelectuales y espirituales que se aprecian en las obras que han creado.

Esta desproporción entre el autor y la obra se me ha actualizado con la lectura reciente de las biografías de dos grandes entre los grandes creadores de todos los tiempos: Dante Alighieri y Antoine de Saint-Exupéry.

La pregunta que me hago a partir de lo anterior es la siguiente: ¿quién es el verdadero autor de obras tan sublimes como La Divina Comedia, El Principito o Ciudadela? ¿Solamente el Dante y el Antoine? ¿O hay algo o alguien más, en el origen de sus obras?

Los poetas suelen decir que son inspirados por ‘las musas’. Los grandes autores místicos hacen referencia a que han sido objeto de ‘iluminaciones’, de ‘raptos’ que los han sacado de sus circunstancias y de las condiciones de sus vidas cotidianas. Es como si los propios autores no reconocieran la plena autoría de las grandes obras que han creado, atribuyéndolas a alguna inspiración, aliento, impulso, motivo o ánimo que les haya llegado desde fuera.

¿Es acaso que el espíritu - verdadero creador de las obras sublimes del arte, la poesía, el pensamiento y la sabiduría -, sea algo que está más allá de cada persona, y que se une al individuo escogido por quizás qué razón o azar para que sea el autor material de la obra que el espíritu desea realizar? ¿Una suerte de ‘posesión’ interior, voluntariamente aceptada, o deseada, de la persona del autor por el espíritu creador, que lo hace ser instrumento y medio para manifestarse en obras sublimes? ¿O pudiera ser, quizá, que en el momento creativo el autor de la obra se encuentra 'en estado de gracia', o especialmente inspirado, un estado que no se extiende igualmente a los otros momentos de su vida? ¿O es el espíritu que emerge en el individuo y que se manifiesta cuando éste acalla sus propios ruidos y en silencio escucha sus voces interiores? 

Me ha ocurrido - como espectador de obras de arte, como lector de poesías, como auditor de música y como estudioso del pensamiento -, llegar a sentirme tan admirado y conmovido por la grandeza de algunas obras, que es como estar en presencia del espiritu que les ha dado origen. La obra no me pone en presencia de su autor reconocido, sino de aquello que lo hubiera animado, que lo trasciende y que me trasciende también. El “Bufón Don Sebastián de Morra” no me hace pensar en Diego Velázquez sino en la dignidad del hombre no afectada por sus defectos físicos, y en la sublime compasión del espíritu ante un cuerpo deforme. Sin duda alguna la obra trasciende a su autor.

Personalmente, no soy capaz de emitir un juicio objetivo sobre la calidad de mis creaciones intelectuales, y menos aún sobre las cualidades y defectos de mi persona. Pero, igual, tengo la sensación de que mis obras son superiores a lo que puedo hacer yo como individuo. Y me ocurre también muchas veces al releer algo que he escrito antes, que me sorprendo de haberlo pensado y dicho, descubriendo en los textos cosas que no recuerdo haber siquiera sospechado. De modo tal que, siendo honesto, lo más que puedo decir es que soy un co-autor de las obras que firmo con mi nombre.


 


 

GRANDEZA, MEDIOCRIDAD Y VILEZA


 

Leo“Me ha ocurrido, y suele pasarme, que una obra grande me desagrade a primera vista, por no estar yo a su altura; pero si intuyo que hay mérito en ella, intento aproximarme, y no me faltan entonces los descubrimientos más alentadores: percibo en las cosas nuevas cualidades, y en mí, nuevas capacidades.” (Goethe)

Reflexiono: El encontrarnos con una obra de pensamiento o de arte que nos supera, que no llegamos a comprender cabalmente, hace que tomemos conciencia de nuestra pequeñez en relación con aquello superior. Ese encuentro puede producir desagrado y malestar, porque implica reconocer las propias limitaciones. Ahora bien, encontrarse con algo mayor es lo único que nos permite crecer, superarnos, expandir nuestro propio ser. Sólo si tomo conciencia de que desconozco algo puedo motivarme a expandir mi conocimiento; sólo si alguien sabe más que yo puedo aprender de él lo que no sé.

Es en tales circunstancias que se verifica y comprueba la grandeza, la mediocridad o la vileza de una persona. ¿Cómo reaccionamos, qué hacemos, al encontrarnos con una obra, o con una persona, cuya grandeza es tal que nos obliga a reconocer nuestra propia limitación?

Goethe era un grande. Un hombre capaz de reconocer que hay obras que lo superan, y que ello le produce desagrado. Hay ya en eso una inusual y destacable honestidad. Pero su verdadera grandeza se manifiesta en que en base al reconocimiento de sus limitaciones, se supera a sí mismo mediante la aproximación a esa obra que le desagrada porque lo supera, de modo que él mismo crece, se aproxima a sus alturas, se hace más grande de lo que ya es.

El mediocre, al tener conocimiento de algo mejor, más grande, más profundo, más bello de lo que es él, siente el desagrado porque aquello superior testimonia su propia limitación y mediocridad. Pero su mediocridad lo lleva a no dar crédito y reconocimiento a la obra o a la persona que lo supera. La deja pasar, no se aproxima a ella, no aprovecha la ocasión de aprender, de crecer. Así, se mantiene en su mediocridad.

El que es mezquino y vil, carente de nobleza de espíritu, reconociendo la superioridad de la obra ajena y de la persona que la creó, tratará de que no se la conozca ni difunda, y hablará mal de ella, la tergiversará, le atribuirá defectos y limitaciones, o la calificará de ilusa, dirá que no es realista, o que es complicada, o demasiado abstracta, o muy larga, aburrida, poco interesante, etc. En presencia de la obra o de la persona que lo supera, al denigrar lo que es valioso y grande, se hace él mismo más vil de lo que ya es.

Concluyo: Toda obra grande es, para cada uno, una oportunidad, un desafío. Y un espejo. “Espejito, espejito...”.


 

 

 

LA CUESTIÓN MÁS DIFÍCIL

I.

En la época que estamos viviendo, de transición hacia una nueva civilización cuyos contenidos y características están todavía por definirse, la cuestión intelectual más difícil, pero de enorme importancia, consiste en discernir, entre los tantos cambios, procesos, acontecimientos y tendencias que están ocurriendo, cuáles de ellos forman parte del deterioro, la crisis y la agonía de la civilización moderna, y cuáles constituyen embriones e inicios de la nueva civilización que se está gestando.

La razón de esta dificultad es que tanto la decadencia de la ya vieja civilización moderna como el surgimiento de la civilización emergente, proceden simultáneamente y están dando lugar a hechos, tendencias, comportamientos y cambios inéditos, nuevos, desconocidos hasta que se presentan.

Por ejemplo, ¿cómo saber si un determinado movimiento social que se manifiesta en las redes informáticas y lucha exigiendo al Estado mayores beneficios para un sector de la población, es un episodio que se inserta en la agonía de la civilización moderna, o es una genuina expresión de la civilización naciente?

Les dejo la pregunta, y me limito a dejar anotado que los criterios del discernimiento sobre ésta y muchas otras cuestiones, no los proporcionan la sociología, la economía, la psicología ni la ciencia política que se enseñan en las universidades, porque ellas son disciplinas que están experimentando, también ellas, la crisis de la civilización moderna en que surgieron. Si tienen dudas al respecto y todavía esperan respuestas de dichas disciplinas, tomen nota de que ni siquiera se plantean la pregunta.

Lo que se requiere es una nueva ciencia de la historia, de la política, de la economía y del conocimiento, elaborada en términos de pensamiento complejo y de conocimiento comprensivo.

II.

Otro motivo por el cual es particularmente difícil discernir qué hechos, comportamientos, relaciones y tendencias, forman parte de la crisis y agonía de la ya vieja civilización moderna, y cuáles otros son portadores de una nueva, mejor y superior civilización, reside en la circunstancia de que ambos procesos están presentes, más o menos concientemente y con mayor o menor grado de desarrollo, en cada uno de nosotros: en nuestro propio modo de ser y de vivir, en nuestro propio e íntimo interior.

En efecto, estamos condicionados, influenciados, formados y conformados por y en la civilización que decae. Al mismo tiempo, deseamos y estamos potencialmente orientados hacia la búsqueda y el encuentro de lo nuevo que emerge. Vivimos los problemas de la crisis, que nos afectan, nos incomodan y nos inquietan, y buscamos soluciones en formas de pensar, de sentir, de actuar, de relacionarnos, que con mayor o menor claridad y precisión nos pongan en camino hacia formas mejores y superiores de vivir.

Cada uno de nosotros está más o menos condicionado por la vieja y decadente civilización, y está más o menos dispuesto a emprender iniciativas creativas, autónomas y solidarias propias de la nueva civilización. Estamos en transición, y somos parte de la transición.

La vieja civilización nos atrapa, nos limita, nos ofrece la poca seguridad que todavía puede darnos. La nueva civilización nos invita, nos seduce, nos motiva, nos alienta, nos ofrece esperanzas. El temor nos lleva a quedarnos inmóviles, a permanecer en lo conocido, a no emprender la travesía. La confianza nos ilumina, nos incentiva, nos proporciona la audacia necesaria para cambiar y dar el salto.

Cabe preguntarnos: ¿cuánto estamos dispuestos a arriesgar? Si poco, es señal de que estamos muy fuertemente condicionados y atrapados en las redes del pasado. Si mucho, es expresión de que nos estamos liberando, y de que podremos contarnos entre los constructores y habitantes de una civilización superior, que abre nuevos horizontes a la experiencia humana, tanto en lo personal como a nivel de la humanidad.


 


 

LOS NIVELES DE LA ELABORACIÓN INTELECTUAL NECESARIA.


 

El estudio de la historia de las civilizaciones enseña que los fundamentos intelectuales de una nueva civilización deben ser elaborados y expuestos en  tres niveles:

1.- Por un lado, es preciso alcanzar en la formulación de sus principios, valores y fundamentos conceptuales, un ‘vértice inaccesible’, un punto de vista superior, desde el cual sea posible asimilar y superar los más altos niveles de complejidad y universalidad propios del pensamiento y las ciencias que han sustentado a la civilización que se comienza a dejar atrás.

Dicho de otro modo, la creación de una nueva civilización necesita una superior filosofía y concepción del ser humano; una más profunda teoría del conocimiento y de sus fuentes; un paradigma científico más comprensivo y complejo; unas ciencias de la materia, de la vida y de la conciencia más rigurosas; una superior comprensión de la economía, de la historia y de la política, del derecho y de la educación; en síntesis, se necesitan conocimientos que superen en amplitud y profundidad, en complejidad y comprensividad, a las filosofías y ciencias naturales y sociales que guiaron y sustentaron a la civilización moderna.

2.- Por otro lado, es necesario elaborar y difundir esos principios, valores y fundamentos conceptuales superiores, los principales de ellos, en formas muy simples y sintéticas, para que estén al alcance de la comprensión de las personas que en la civilización moderna han sido dejadas en niveles culturales y cognitivos inferiores.

La elaboración sintética y sencilla de los principios, los valores y las ideas de la nueva civilización es tarea intelectual delicada y difícil, pues deben ser formulados de manera que no se pierda en ellos lo esencial de la elaboración superior, y se mantenga la coherencia con sus racionalidades plenamente desplegadas. Es porque han comprendido la necesidad de dicha coherencia que a menudo son los mismos grandes intelectuales quienes formulan en formas sencillas los contenidos esenciales de sus elaboraciones complejas.

La elaboración compleja, comprensiva y universal, desarrollada por grandes intelectuales, hace posible que esas ideas y conocimientos trasciendan el tiempo, que se proyecten en los periodos largos de la historia de la civilización, y que sus contenidos se desplieguen en todos los ámbitos y especializaciones del saber.

En esas elaboraciones superiores podrán nutrirse y encontrar siempre nuevos elementos, varias generaciones de intelectuales, científicos, pensadores y personas de alta cultura, que son las que irán marcando en cada fase las direcciones de los procesos históricos en el largo plazo. Pocas pero grandes obras de alto contenido teórico pueden ser suficientes para que se cumpla este objetivo.

La exposición simple y sintética de lo esencial permite que las ideas centrales lleguen y sean comprendidas y acogidas por las personas sencillas, y que el contenido del proyecto civilizatorio, sus principios, valores y conceptos, convertidos en ‘ideas fuerza’, en sentencias de sabiduría, en versos y dibujos, en cartillas y manuales, en videos y presentaciones multimedia, se difundan fácil y ampliamente entre las multitudes. El objetivo a lograr es que los fundamentos intelectuales de la nueva civilización lleguen a convertirse en ‘sentido común’, en sabiduría popular asimilada, lo cual es resultado de procesos persistentes y multifacéticos de comunicación, difusión y formación.

3.- Y como tercer componente, es indispensable que entre los intelectuales, pensadores y científicos de alta cultura que elaboran el pensamiento en sus máximos niveles de complejidad y universalidad, y las multitudes que son movidas por las ‘ideas fuerza’, se establezca un nexo que los mantenga enlazados, para que no se pierda la dirección general del proceso, y para que el conocimiento avanzado se difunda progresivamente hacia toda la sociedad.

Ese nexo lo establecen los organizadores, los educadores y los dirigentes intermedios. Son los profesores, periodistas, comentaristas, opinólogos y otras personas que, formados en el conocimiento de las complejas elaboraciones de los grandes intelectuales, han de estar también en contacto con las multitudes a quienes les trasmiten las ‘ideas fuerza’ y les traducen a lenguajes más sencillos los contenidos de las elaboraciones cultas. Y en sentido inverso, ellos recogen las aspiraciones, los problemas y los sentires de las multitudes, y las transmiten a los grandes intelectuales para que éstos los procesen con rigor intelectual y los universalicen.


 


SOBRE EL ACCESO A LA UNIVERSALIDAD DEL CONOCIMIENTO.


 

El sujeto del pensamiento es el individuo, la mente singular, el yo. Pero el proyecto del pensamiento –el proyecto final, definitivo, que podemos asumir con el nombre de filosofía, o de ciencia filosófica – es acceder a un punto DE vista universal. Universal, en el sentido que exprese la verdad general, pero no en el sentido de una concepción genérica y abstracta, sino de una teoría (conjunto de verdades generales) común a todos los individuos, universalmente válida, aceptable por todos y para todos.

La tarea del pensamiento, consiste entonces en pasar desde la posición individual a la posición universal. Ello supone un proceso de progresiva ampliación de la perspectiva, que por etapas, va superando límites personales, grupales, circuitos que cada vez serán más amplios, hasta abarcar la totalidad o universalidad.

El camino que lleva desde lo particular hacia lo universal es realizado por cada individuo, por cada pensador, por cada filósofo. Y como el punto de partida es siempre e inevitablemente diferente, pues corresponde a la experiencia y a las ideas y búsquedas de cada individuo, habrá tantos caminos hacia lo universal como individuos realicen la búsqueda, el tránsito hacia lo universal.

Sin embargo, acceder al punto de vista universal supondrá, por definición, asumir como propios los recorridos intelectuales de los demás buscadores de la verdad universal. Pero tal asunción no puede realizarse de modo ecléctico, como simple sumatoria o agregación de informaciones e ideas, sino que requiere ‘hacer propios’ los puntos de vista de los otros, integrarlos al propio recorrido conceptual.

Esto no puede lograrse sino a través de un proceso de crítica, en el sentido de someter al propio análisis lo que inicialmente es ajeno, rescatando de aquello sólo, pero todo, lo que pueda integrarse coherentemente con la propia elaboración. Pero, si partimos de la necesidad de la universalidad, la crítica no puede quedarse en la negación de lo ajeno, sino en su aceptación crítica. Esto implica siempre e inevitablemente una superación del propio punto de vista, un acceder a un punto de vista superior, superior tanto al propio como al ajeno.

Así, se accede a la autonomía del propio pensamiento, que será más autónomo en la medida exacta en que sea más universal. Pues si no se amplía y universaliza, será absorbido por el otro, quien será el que guíe el proceso general del pensamiento humano. El filósofo guía será siempre el que más alto haya llegado, por hacer demostrado ser capaz de asimilar e integrar una mayor proporción de los puntos de vista, de las experiencias, de las ideas particulares representadas en el pensamiento de los diferentes buscadores de la verdad universal.


 


 

TEORÍA Y PRÁCTICA, REALIDAD SUBJETIVA Y REALIDAD OBJETIVA, CONOCIMIENTO Y ACCIÓN.


 

En la civilización moderna nos hemos habituado a concebir la distinción entre la teoría y la práctica, el conocimiento y la acción, como si fueran recíprocamente exteriores, procesos independientes. El conocimiento ocurre al interior del sujeto, la acción está fuera de él. Es la distinción entre la subjetividad y la objetividad, siendo lo objetivo lo verdaderamente real y existente, y lo subjetivo un mero reflejo, una apariencia, una realidad puramente ideal, incapaz de incidir en la realidad exterior verdadera, sino en la medida y en cuanto se realicen actividades prácticas que, si bien han de estar motivadas subjetivamente y orientadas por el conocimiento, son ejecutadas externamente, en la realidad objetiva exterior.

Esta distinción entre ideal y real, siendo lo ideal interior e inefectivo y lo real lo objetivo y actuante, ha sido resultado de transformaciones en la estructura del conocimiento que ocurrieron en los orígenes de la civilización moderna, y cuyo 'paradigma' teórico fue formulado por Descartes, que distinguió netamente la res extensa y la res cogitans. Descartes todavía hablaba de res, cosa, de realidad, para referirse incluso a lo pensante, pero con ello identificaba solamente al sujeto individual donde residían el conocimiento y las ideas, no al conocimiento mismo, a las ideas, entendidas como ajenas a la realidad, incluso ajenas al sujeto mismo que las concebía y pensaba, en ningún caso constitutivas de éste.

En la filosofía medieval las 'formas' o 'esencias' intelectivas eran entendidas como inherentes a las cosas mismas, y lo que hacía el cognoscente era apropiarse de las cosas al captar e inteligir sus esencias, sus formas. Se establecía así un nexo intrínseco entre lo objetivo y lo subjetivo. Cuando la filosofía moderna eliminó de la comprensión de las cosas sus esencias y sus 'formas', reduciendo la realidad a lo material-empírico, lo que concebían los sujetos cognoscentes no era nada que estuviera en la cosa, sino puras ideas, construcciones mentales, que en sí mismas no contenían ni eran parte de la realidad. Se consuma así la separación neta y radical entre el sujeto y el objeto, la teoría y la práctica, el conocimiento y la realidad empírica.

La acción será, desde entonces, algo completamente distinto y separado del conocimiento, la teoría y la práctica no tienen ya conexión intrínseca, debiendo el nexo entre ellas ser construido técnicamente, como aplicación del conocimiento a la realidad, y adquiriendo cierta connotación ética, en cuanto se valora cuando la acción del sujeto es consecuente y coherente con sus ideas. La conexión entre teoría y práctica es entendida, a nivel individual como un resultado ético, y a nivel de la acción colectiva como un resultado técnico y político.

Para crear una nueva civilización es necesario superar esa dicotomía, e integrar el conocimiento, la proyectación y la acción transformadora, de modos completamente nuevos y originales.

Ante todo, es preciso comprender que el sujeto es una realidad eminente: no solamente real sino más real que lo entendido como objeto empírico. La conciencia, el espíritu, es más que la materia inerte, y actúa en forma más poderosa de cuanto puede actuar esta última. El conocimiento es acción creadora de realidades nuevas, de realidades verdaderas; es iniciador, gestor e impulsor de realizaciones prácticas, de procesos históricos, de transformaciones tanto materiales como espirituales (si queremos aún mantener la distinción).

De esta primera consideración se abre una manera completamente nueva de concebir el nexo entre el conocimiento y la acción, entre la teoría y la práctica, entre lo ideal y lo real. Por de pronto, se hace posible comprender que el conocimiento está en la acción, y viceversa, la acción está ya en el conocimiento. Que la teoría es parte de la práctica, y que la práctica es un componente interno a la teoría. Que lo ideal, las ideas, son constituyentes de la realidad, y que la realidad no es externa sino interna a las ideas. Que no existe lo objetivo y lo subjetivo separados, sino que todo lo objetivo es también subjetivo, y todo lo subjetivo es verdaderamente objetivo.

Que es la inteligencia la que da forma a la realidad al concebirla, y es la realidad la que da forma a la inteligencia cuando ésta la conoce. Y que ambas cosas son dos aspectos de una sola realidad en permanente evolución.


 


 

MÁS ALLÁ DEL CIENTISMO POSITIVISTA Y DEL SUBJETIVISMO IDEOLOGISTA.


 

En la época moderna, a partir de la distinción cartesiana entre la "realidad extendida" y la "realidad pensante", el conocimiento ha asumido dos formas distintas y separadas entre sí.

Por un lado se encuentra una forma del conocimiento de la realidad que podemos llamar 'cientismo positivista', el cual procede básicamente por inducción a partir de los datos de la experiencia empírica, que se considera objetivo en cuanto sería verificable y cuantificable, y que se funda en concepciones filosóficas empiristas, positivistas, naturalistas y materialistas.

Por otro lado está otra forma del conocimiento que podemos llamar 'subjetivista', que procede básicamente por deducción a partir de las intuiciones y contenidos interiores de la conciencia, que accedería a las dimensiones cualitativas y subjetivas de la realidad, y que se funda en concepciones filosóficas relativistas, idealistas y espiritualistas.

Ambas formas y concepciones del conocimiento se critican y niegan recíprocamente su capacidad de acceder a la verdad respecto al ser de las cosas y al sentido del mundo, de la vida y del propio ser humano. Ambas conducen a una creciente fragmentación del conocimiento. El cientismo positivista, por la constante subdivisión y diferenciación de las disciplinas y de las especializaciones a que lleva la infinita variedad y multiplicación de los datos empíricos. El subjetivismo, como consecuencia de la natural diversidad de las conciencias individuales, cada una de las cuales generadora de creencias, convicciones, intuiciones, emociones e ideas diferentes.

Así, provistos de una infinidad de conocimientos parciales, dispersos y cambiantes, pero carentes de verdades integradoras aceptadas y reconocidas socialmente, el hombre y la sociedad contemporánea se encuentran sin respuestas ciertas a las grandes preguntas filosóficas, y desorientados respecto de las cuestiones éticas y prácticas, tanto a nivel individual como social y político.

La mencionada dualidad de formas que asumió el conocimiento en la civilización moderna, se manifiesta también en el ámbito del pensamiento social, económico y político. Se desarrollaron, en efecto, por un lado las llamas 'ciencias sociales' (economía, sociología, ciencia política, psicología social, etc.), y por otro las grandes ideologías (liberalismo, socialismo, social-cristianismo, etc.).

Las primeras, construidas siguiendo el modelo de las ciencias naturales, pretendiendo proporcionar conocimientos objetivos y científicos sobre los procesos históricos y sociales, primero diferenciaron y separaron en la realidad social los niveles económico, social, político y cultural, cada uno analizado por una disciplina diferente, y luego han continuado la subdivisión del conocimiento social a través de especializaciones temáticas y áreas particulares de la realidad, cuyo conocimiento da lugar a disciplinas particulares (por ejemplo, sociología rural, sociología urbana, sociología de la educación, del trabajo, etc.).

Las segundas, construidas conforme a las subjetivaciones económicas y políticas de grandes agrupamientos sociales y culturales, intentando recuperar la subjetividad social, los valores y el 'deber ser' de la sociedad, han pretendido proporcionar respuestas universales, totalizantes y sistémicas a las cuestiones sociales; pero siendo ellas indemostrables en sus principios y en sus propuestas ideales, se han ido también diversificando a través de la multiplicación de posturas ideológicas que representan intereses o proyectos de grupos, clases, partidos y organizaciones particulares.

La fragmentación del conocimiento científico-social y la diversificación y antagonismo de las elaboraciones ideológico-políticas, impiden la articulación de saberes y formas de conciencia compartidos socialmente, que pudieran crear y mantener la indispensable 'unidad en la diversidad' cultural, social y política, sin la cual no son posibles la cohesión social, el orden institucional y la integración cultural en las sociedades.

A su vez, la fragmentación disciplinaria y crecientemente especializada del conocimiento científico social impide la comprensión y realización de diagnósticos certeros de la compleja problemática económica, social, política y cultural, de un mundo crecientemente internacionalizado y globalizado. Tampoco es posible elaborar respuestas eficaces a problemas que requieren diagnósticos y propuestas que integren las razones y las exigencias económicas, políticas y culturales, que ponen, cada una por separado, sus propias y contrastantes exigencias.

En este contexto, se hace necesario buscar y encontrar vías nuevas de acceso a la verdad y al conocimiento del ser. La tarea filosófica del presente, requerida para dar fundamentos consistentes a un proceso de creación de una nueva civilización, requiere elaborar nuevas estructuras del conocimiento y de la proyectación, que integren saberes y dimensiones actualmente separadas por el conocimiento moderno, y que articulen de modo nuevo el análisis de lo que es y la proyectación de lo que se quiere construir, el ser y el deber ser, la objetividad y la subjetividad, la realidad empírica de los hechos con las dimensiones éticas y valóricas inherentes a la realidad y la acción humana, individual y social.


 

 

DESPLEGAR TODAS LAS FORMAS DEL CONOCIMIENTO PARA ACCEDER AL SER Y A LA VERDAD


 

En la época moderna, a partir de la distinción cartesiana entre la "realidad extendida" y la "realidad pensante", el conocimiento ha asumido dos formas distintas y separadas entre sí.

Por un lado se encuentra una forma del conocimiento de la realidad que podemos llamar 'cientismo positivista', el cual procede básicamente por inducción a partir de los datos de la experiencia empírica, que se considera objetivo en cuanto sería verificable y cuantificable, y que se funda en concepciones filosóficas empiristas, positivistas, naturalistas y materialistas.

Por otro lado está otra forma del conocimiento que podemos llamar 'subjetivista', que procede básicamente por deducción a partir de las intuiciones y contenidos interiores de la conciencia, que accedería a las dimensiones cualitativas y subjetivas de la realidad, y que se funda en concepciones filosóficas relativistas, idealistas y espiritualistas.

Ambas formas y concepciones del conocimiento se critican y niegan recíprocamente su capacidad de acceder a la verdad respecto al ser de las cosas y al sentido del mundo, de la vida y del propio ser humano. Ambas conducen a una creciente fragmentación del conocimiento.

El cientismo positivista, por la constante subdivisión y diferenciación de las disciplinas y de las especializaciones a que lleva la infinita variedad y multiplicación de los datos empíricos.

El subjetivismo, como consecuencia de la natural diversidad de las conciencias individuales, cada una de las cuales generadora de creencias, convicciones, intuiciones, emociones e ideas diferentes.

Así, provistos de una infinidad de conocimientos parciales, dispersos y cambiantes, pero carentes de verdades integradoras aceptadas y reconocidas socialmente, el hombre y la sociedad contemporánea se encuentran sin respuestas ciertas a las grandes preguntas filosóficas, y desorientados respecto de las cuestiones éticas y prácticas, tanto a nivel individual como social y político.

La mencionada dualidad de formas que asumió el conocimiento en la civilización moderna, se manifiesta también en el ámbito del pensamiento social, económico y político. Se desarrollaron, en efecto, por un lado las llamas 'ciencias sociales' (economía, sociología, ciencia política, psicología social, etc.), y por otro las grandes ideologías (liberalismo, socialismo, social-cristianismo, etc.).

Las primeras, construidas siguiendo el modelo de las ciencias naturales, pretendiendo proporcionar conocimientos objetivos y científicos sobre los procesos históricos y sociales, primero diferenciaron y separaron en la realidad social los niveles económico, social, político y cultural, cada uno analizado por una disciplina diferente, y luego han continuado la subdivisión del conocimiento social a través de especializaciones temáticas y áreas particulares de la realidad, cuyo conocimiento da lugar a disciplinas particulares (por ejemplo, sociología rural, sociología urbana, sociología de la educación, del trabajo, etc.).

Las segundas, construidas conforme a las subjetivaciones económicas y políticas de grandes agrupamientos sociales y culturales, intentando recuperar la subjetividad social, los valores y el 'deber ser' de la sociedad, han pretendido proporcionar respuestas universales, totalizantes y sistémicas a las cuestiones sociales; pero siendo ellas indemostrables en sus principios y en sus propuestas ideales, se han ido también diversificando a través de la multiplicación de posturas ideológicas que representan intereses o proyectos de grupos, clases, partidos y organizaciones particulares.

La fragmentación del conocimiento científico-social y la diversificación y antagonismo de las elaboraciones ideológico-políticas, impiden la articulación de saberes y formas de conciencia compartidos socialmente, que pudieran crear y mantener la indispensable 'unidad en la diversidad' cultural, social y política, sin la cual no son posibles la cohesión social, el orden institucional y la integración cultural en las sociedades.

A su vez, la fragmentación disciplinaria y crecientemente especializada del conocimiento científico social impide la comprensión y realización de diagnósticos certeros de la compleja problemática económica, social, política y cultural, de un mundo crecientemente internacionalizado y globalizado. Tampoco es posible elaborar respuestas eficaces a problemas que requieren diagnósticos y propuestas que integren las razones y las exigencias económicas, políticas y culturales, que ponen, cada una por separado, sus propias y contrastantes exigencias.

En este contexto, se hace necesario buscar y encontrar vías nuevas de acceso a la verdad y al conocimiento del ser.

La tarea filosófica del presente, requerida para dar fundamentos consistentes a un proceso de creación de una nueva civilización, requiere elaborar nuevas estructuras del conocimiento y de la proyectación, que integren saberes y dimensiones actualmente separadas por el conocimiento moderno, y que articulen de modo nuevo el análisis de lo que es y la proyectación de lo que se quiere construir, el ser y el deber ser, la objetividad y la subjetividad, la realidad empírica de los hechos con las dimensiones éticas y valóricas inherentes a la realidad y la acción humana, individual y social.


 


 

NECESIDAD DE RE-ELABORAR NUESTRAS CREENCIAS ÉTICAS Y RELIGIOSAS


 

Es bastante evidente que estamos ante una profunda y extendida crisis de las creencias religiosas, morales y filosóficas que han animado y guiado a la humanidad en el pasado y hasta ahora. Siendo así, enfrentamos (como personas y como sociedades) la necesidad urgente de re-elaborar ideas y convicciones éticas y espirituales, que de nuevo nos motiven y orienten.

Ello parece ser una condición para que se mantenga en nuestras sociedades una vida civilizada, pues en ausencia de convicciones que sean personal y socialmente asumidas, y de motivaciones espirituales en alguna medida compartidas, predominarán inevitablemente la ley del más fuerte o en el mejor de los casos las leyes de un mercado salvaje, injustas, excluyentes y causantes de gravísimos conflictos sociales y de aún más peligrosos daños ambientales.

Quienes actualmente denunciamos injusticias y opresiones y proponemos cambios profundos, debemos tomar conciencia de que esas denuncias y propuestas encuentran escasa acogida en unas sociedades que, por carecer de creencias y convicciones consistentes, han perdido la fe en el hombre y en sus capacidades de conocimiento de la verdad y de consecuente transformación de la realidad. Y si no hay creencias y valores compartidos, validados en culturas diversas, todo (incluido el Estado, supuesto representante del 'bien común') tiende a reducirse a las relaciones de fuerza entre intereses y voluntades particulares. La re-elaboración de las ideas, de los valores y de las energías espirituales es algo esencial para el tránsito hacia una nueva y superior civilización. ¿Qué hacer entonces? ¿De dónde partir? 

Como no hay ya autoridad que sea aceptable en estas materias morales, filosóficas y espirituales, parece que tendríamos que partir, cada uno, de aquellas creencias a que hayamos adscrito desde niños porque nos formaron en ellas, o porque las recibimos por otro medio en cualquier momento y circunstancia posterior. Esto vale especialmente para las creencias religiosas, pero también para el materialismo, el agnosticismo, el humanismo y el ateísmo.

Pero ése sería sólo un punto de partida, para superarlo. Pues si bien es natural partir de las creencias aprendidas, debemos reconocer que muchas de las afirmaciones que recibimos como 'verdades' de nuestros padres, de nuestros educadores, de nuestras tradiciones institucionales, de nuestras lecturas, tal como las hemos asimilado, en los lenguajes y en las formas en que han sido expresadas y comunicadas, no resisten ante el actual estado de conciencia de la humanidad, moldeada por la crítica racional y por la ciencia. Hemos perdido la ingenuidad, en el sentido de que hoy necesitamos validar cualquier afirmación o creencia mediante la experiencia y el análisis racional.

Por eso afirmo que, aún partiendo de las creencias y convicciones recogidas y aprendidas en el pasado, la re-elaboración de las convicciones éticas, valóricas y espirituales no puede hacerse sino desde nuestra propia experiencia, desde nuestra propia humanidad, desde nuestro ser interior, desde nuestras vivencias espirituales, y con absoluta honestidad intelectual.

Esto significa que no podemos dar por supuesta, en forma dogmática, ninguna creencia, ni siquiera la afirmación que fundamenta toda fe religiosa, cual es la que sostiene la existencia de Dios. Menos aún podemos asumir sin someter a crítica y análisis experiencial y racional, la creencia en alguna revelación divina, en la existencia de profetas, encarnaciones o manifestaciones de Dios, ni en textos entendidos como 'sagrada palabra de Dios'.

No estoy afirmando que tengamos que negar todo aquello. Pienso más bien al contrario, que sería importante poder recuperar algunas creencias esenciales; pero se hace imperioso revisarlas, reexaminarlas, someterlas a crítica, y sobre la base de todo ello, recuperando aquello verdadero y de valor universal que re-encontremos, reconstruir las propias convicciones intelectuales y morales, y expresarlas en nuevos lenguajes, con renovado espíritu.

Es necesario ponernos en búsqueda de la verdad perdida, del Ser perdido, empezando por recuperar la fe en el ser humano y en sus capacidades cognitivas, que son condición de la esperanza y de la posibilidad real de la fraternidad humana.

En efecto, no tenemos hoy - después de la crítica epistemológica moderna - otra alternativa que partir desde nosotros mismos, de nuestra propia experiencia interior, pero también reexaminando y recorriendo la historia, entendida como la experiencia colectiva de la humanidad. En tal sentido parece necesario prestar especial atención a aquellos hombres más sabios, profundamente humanistas y espirituales, cuyas experiencias, ideas y obras son las que han abierto los caminos de las grandes filosofías, religiones y espiritualidades. Y al mismo tiempo y con igual atención, es indispensable asumir, en el más amplio y pleno significado, los avances de las ciencias.

Algunos creen que hay un atajo, un camino directo y corto cual sería la intuición emocional de cada individuo. Pero las emociones, los sentimientos y las pasiones, por íntimas e intensas que sean, no son suficientes. Cambian demasiado a lo largo de la vida de cada uno, y son demasiado diversas y dispersas de unas personas a otras; sobre ellas no puede sostenerse el edificio moral, intelectual y espiritual que la sociedad requiere. Cuando observamos la emoción y conmoción interior que produce en muchos un cantante de rock, ver y tocar un crack deportivo o escuchar  a un predicador de mentiras, tenemos motivos serios para desconfiar de las subjetividades. Y en todo caso sería igualmente necesario someterlas al análisis y al juicio de nuestro intelecto racional, pues sólo éste puede hacernos trascender el subjetivismo que todo lo relativiza y torna precario, efímero e inconsistente.


 

 

CONOCIMIENTO RACIONAL, CREENCIAS RELIGIOSAS Y CONOCIMIENTO SILENCIOSO.


 

 Advertencia.

 Este escrito expresa los resultados provisorios de una búsqueda inconclusa sobre cuestiones que considero fundamentales, y que Arnold Toynbee sostenía que están al centro y en la base de las civilizaciones. Pienso que las respuestas que se han dado a ellas en las civilizaciones pasadas no son ya posibles de aceptar en una nueva civilización, cuando el hombre moderno ha pasado por la experiencia de las ciencias y la crítica de la razón, y se pone en la perspectiva de una 'sociedad del conocimiento'. De ahí la necesidad y la urgencia de repensarlas y encontrarles respuestas nuevas, convincentes o al menos justificables entre personas y sociedades con creencias, religiones, culturas, ideologías diferentes; y que a su vez incluyan e integren las diferentes dimensiones del ser humano y sus diversas fuentes de conocimiento.

La civilización occidental moderna fue fundada en la afirmación del poder de la razón y en las capacidades propias de las ciencias positivas, que aplican el análisis racional a los distintos campos de la experiencia humana. Para surgir y asentar esta civilización, sus creadores efectuaron una crítica implacable de las religiones, que habían sido el soporte intelectual y moral de la civilización medieval que se encontraba entonces en crisis y decadencia. Sucede ahora, en la actual fase declinante y de crisis orgánica de la civilización moderna, que es la razón la que se encuentra sometida a fuerte crítica y desprestigio, al atribuírsele la responsabilidad de muchos males que se hacen evidentes en el marco de la civilización moderna. En efecto, se responsabiliza a la razón de las injusticias económicas de un capitalismo que fue postulado como la economía racionalmente fundada, y también de las opresiones, fanatismos ideológicos y guerras derivadas de los estatismos que postulan que el Estado es la expresión racional del orden social.

Puede observarse que esta crítica y desprestigio que se hace hoy de la razón es, en cierto modo, análoga a la que en su tiempo se hizo de las religiones en cuanto fundamento del orden moral y social. En efecto, se criticaba el supuesto fundamento intelectual y moral del medioevo poniendo en evidencia los males que se observaban en aquellas sociedades que sostenían instituciones injustas y bárbaras diciendo fundarse en verdades religiosas. En aquél contexto se veía al Poder asociado a la religión y por eso se criticaba a ésta, y en el contexto actual se observa al Poder asociado a la razón y se critica a ésta.

Pero el hecho que en un caso los poderosos se apropiaran de la razón y la subordinaran a sus intereses, y en el otro fuese la religión la que subordinaron e instrumentalizaron, no nos permite sacar conclusiones válidas sobre los verdaderos alcances, el sentido y las potencialidades de la razón y de la religión consideradas en sí mismas. Pues tanto la razón como las religiones han acompañado la historia humana desde sus comienzos, y muestran méritos propios, potencialidades y limitaciones que son independientes de las formas y de las aplicaciones a que han dado lugar en el medioevo y en la modernidad.

Hoy, cuando la civilización moderna, y los resabios de civilizaciones medievales que aún permanecen, se encuentran en una crisis y decadencia tales que amenazan incluso el avance civilizatorio general de la humanidad, se hace indispensable volver a considerar tanto a la razón como a las religiones, para descubrir lo que puedan significar y aportar en el tránsito hacia una nueva y superior civilización y en la construcción de ella. Pues toda civilización requiere construir sus propios soportes intelectuales y morales; y esto, obviamente, en ningún caso puede partir de cero, sino implicar un avance sobre lo ya realizado, experimentado y creado por la humanidad en su larga historia y en su arduo y complejo proceso civilizatorio.

En este trabajo nos preguntamos si hay algo importante que rescatar tanto de la razón como de las religiones, y nos esforzamos por identificarlo con el mayor rigor y precisión de que seamos capaces.


 

I. Las potencialidades y los límites del conocimiento racional.

La razón (el intelecto racional humano) tiene pretensiones de universalidad, en un triple sentido: 1. Que sus conocimientos trascienden la individualidad del sujeto y pueden proponerse y ser aceptados como verdaderos por todas las inteligencias o las mentes racionales; 2. Que puede examinar criticamente y juzgar la verdad de toda experiencia cognitiva; 3. Que puede acceder, en su propio nivel de abstracción, al conocimiento de todas las realidades de las que tengamos alguna experiencia o noción, en la más amplia diversidad de sus elementos y de sus formas, y en la más íntima unidad de lo que existe.

Esto hace que la razón se proponga como el criterio último de discernimiento y de juicio respecto a la verdad de cualquier experiencia y conocimiento que podamos tener, en los más variados campos de la realidad y del saber. Al mismo tiempo, la pretensión de universalidad que es propia del conocimiento racional, hace que a la razón le resulten inaceptables las ideas y concepciones contradictorias, o de las que se afirme que sean verdaderas solamente para algunas personas y no para otras. (Veremos más adelante que esto se convertirá en un criterio esencial de discernimiento a la hora de someter las religiones a la crítica y el análisis racional).

Pero la razón humana encuentra sus límites propios: a) en las experiencias cognitivas sobre las cuales elabora sus juicios; b) en las 'formas' de conocer que le son propias y que puede emplear; y c) en los medios de que dispone para contener y expresar los conocimientos que alcanza.

En efecto, la razón elabora y genera conocimientos a partir de las informaciones que le son proporcionadas por otras experiencias cognitivas, que básicamente son:

a) las que le llegan desde los sentidos y la percepción, o sea la experiencia empírica de la realidad material, y

b) las que recibe por la intuición interior de los fenómenos de la conciencia, o sea la experiencia fenomenológica de la conciencia auto-consciente.

De ambas fuentes, y de cualquier otro tipo de experiencia cognitiva que pueda tener el sujeto, la razón recoge los 'materiales' que le sirven de base y fundamento en sus propias elaboraciones cognoscitivas. Con ellas, mediante sus propios procesos de abstracción, de análisis y de síntesis, despliega un tercer tipo de experiencia cognitiva: el conocimiento racional, que es distinto del conocimiento empírico y del conocimiento fenomenológico, sobre los que la razón trabaja y a los cuales se mantiene de algún modo siempre conectada.

El hecho de operar inevitablemente sobre la base de informaciones y experiencias que no tienen su origen en la razón misma, sino que le llegan desde la percepción empírica de los sentidos, o bien desde la fenomenología interior y subjetiva de la conciencia individual, implica que la razón no puede alcanzar conocimientos que puedan considerarse absolutos (no sujetos a ninguna forma de duda o de condicionamiento de su verdad), ni que versen sobre realidades absolutas (que se refieran a realidades que pudieran ser totalmente independientes y no relacionadas al mundo empírico y fenomenológico).

Además, los alcances del conocimiento racional - del conocimiento elaborado por la razón - están delimitados no solamente por las experiencias cognitivas de las que se nutre, sino también por los medios o elementos cognitivos mediante los cuales el conocimieno racional puede expresarse. Estos son, básicamente, de cuatro tipos que distinguimos analíticamente, pero que en el proceder concreto de la razón cognoscente se combinan y articulan en elaboraciones complejas:

a) Conceptos, en base a los cuales se formulan ideas, afirmaciones y razonamientos, y con ellos discursos, análisis y síntesis, hipótesis y teorías, disciplinas científicas y sistemas filosóficos.

b) Números, en base a los cuales se formulan operaciones aritméticas y cálculos algebraicos, ecuaciones, algoritmos y sistemas matemáticos.

c) Figuras geométricas, en base a las cuales se construyen gráficos, teoremas, topografías y sistemas geométricos.

d) Símbolos, en base a los cuales se elaboran metáforas, alegorías, representaciones simbólicas, poesías y obras de arte.

Operando conjunta y simultáneamente con los conceptos, números, figuras y símbolos, y mediante sus complejas construcciones conceptuales, geométricas, matemáticas y artísticas, los seres humanos comprendemos la realidad, la cuantificamos, la representamos, la significamos y le encontramos sentido. Todo ello en procesos que se despliegan individual y socialmente, dando lugar a un mundo cultural, específicamente humano, distinto al mundo material pero relacionado con éste. Así mismo, guiados por el conocimiento que aplicamos a la solución de problemas y que guía nuestro accionar, construimos economía, política, educación, sociedad, historia, civilizaciones.

En ese mundo cultural en el que vivimos, actuamos, atendemos nuestras necesidades, nos relacionamos y nos damos normas de convivencia, siendo resultado de la aplicación del conocimiento en todas sus formas y expresiones, no disponemos de mejores medios para orientarnos que el mismo complejo de conocimientos empíricos, fenomenológicos y racionales, que vamos aprendiendo, elaborando, renovando y expandiendo.

Estamos empleando el término 'conocimientos' para referirnos a todas esas experiencias cognitivas, incluidas las elaboraciones que resultan del operar de la razón sobre la base de las experiencias empíricas y fenomenológicas; pero ello no significa que se trate necesariamente de conocimientos verdaderos y ciertos. Se trata más bien de 'creencias' que aceptamos con mayor o menor convicción, más o menos justificadas racionalmente, y más o menos aproximadas a las realidades sobre las que versan.

Debemos asumir y reconocer, en tal sentido, que el complejo mundo de conocimientos que experimentamos y en el cual vivimos, con todas las elaboraciones culturales y las construcciones económicas, políticas y sociales que llegamos a formar, es un mundo humano incierto, impreciso, a menudo ambiguo, siempre abierto a nuevos descubrimientos y aproximaciones a un conocimiento más amplio, profundo y certero.

Pero la razón humana trata de superar la incertidumbre y la ambiguedad, y ha desarrollado sus propias exigencias de coherencia y consistencia, y métodos y normas bastante rigurosas de justificación y validación del conocimiento. Aplicadas éstas diferenciadamente a las informaciones provenientes de la experiencia empírica y de la experiencia fenomenológica, se da lugar a dos formas perfeccionadas de conocimiento racional: el conocimiento científico (elaboración racional del conocimiento empírico), y el conocimiento filosófico (elaboración racional del conocimiento fenomenológico). 1

De este modo el intelecto racional despliega capacidades cognitivas de valor incalculable. No obstante, atendiendo a los 'instrumentos' que tiene el conocimiento racional para expresarse y comunicarse, debemos concluir que no tiene las capacidades que serían necesarias para referirse con precisión y rigor a supuestas realidades trascendentes al mundo empírico y fenomenológico, que no puedan ser contenidas en conceptos, números, figuras geométricas y símbolos.

De este modo, la incertidumbre es un estado mental que parece inevitable, al tiempo que constituye una condición que torna particularmente difícil la existencia humana. La incertidumbre resulta especialmente problemática, y se torna incluso insoportable en ocasiones, cuando se trata de las cuestiones más profundas y existenciales del ser, del sentido de la vida, del por qué del sufrimiento, de la muerte, etc.

Sobre tales cuestiones existenciales la razón encuentra en la experiencia fenomenológica de la conciencia autoconsciente elementos que le sirven para elaborar respuestas razonables, argumentadas, filosóficas; pero las bases cognitivas sobre las que trabaja la razón no son suficientes para asegurarle que sus conclusiones sean verdaderas y de validez universal, por la simple razón de que la conciencia autoconsciente es inevitablemente subjetiva, y los contenidos cognitivos de la experiencia fenomenológica no son contrastables de la manera en que lo son las experiencias empíricas. De este modo, los interrogantes existenciales parecieran exigir de la razón ir más allá de su alcance natural, o requerir otras fuentes de información, más allá de las que proporcionan las experiencias empíricas y fenomenológicas con las que trabaja normalmente. 2

II. Las creencias religiosas ante el juicio de la razón.

Es aquí, frente a tales cuestiones 'radicales', que se hacen presente las religiones, proporcionando respuestas que la razón no se muestra capaz de encontrar por sí sola. En efecto, las religiones proveen a los individuos y a las sociedades, creencias que dan lugar a aquellas certezas que nuestra psicología parece necesitar, respecto a las preguntas fundamentales sobre la existencia de Dios, sobre la vida después de la muerte, sobre el sentido y el valor del sufrimiento, etc.

Pero ante tales creencias y supuestas certezas la razón que todo lo interroga y juzga no permanece impasible, sino que se inquieta y se pregunta: ¿Son las religiones y sus creencias un recurso desesperado de los hombres, que individual y/o socialmente inventamos respuestas a problemas cuya carencia de conocimientos ciertos nos resultan insoportables,? ¿O podemos aceptar que sean las respuestas verdaderas que nos provee un Dios que todo lo sabe?

Para responder a ello el intelecto racional no tiene otro modo de proceder que someter a examen la experiencia religiosa. Así, observa y analiza cómo en la historia de la humanidad se han presentado y se han sucedido diversas religiones, surgiendo en distintas épocas y en diferentes lugares del mundo. Muchas de ellas mantienen plena vigencia cultural y social, en cuanto tienen muchos fieles que participan vitalmente en sus creencias, en sus normas, en sus estructuras y en sus rituales. La razón se interroga: ¿podemos creer en las religiones? ¿En todas ellas, o en alguna de ellas en particular? La razón se inquieta especialmente ante el hecho que adherir a una u otra religión no parece tener sino motivos culturales, ideológicos, social e históricamente determinados. Esto no puede dejar de inquietarla, pues está en la naturaleza de la razón no aceptar como verdadero nada que no responda con éxito a la exigencia de universalidad que exige a todo conocimiento que somete a juicio. Por ello, es fundamental preguntarse sobre aquello que las religiones tengan en común, que sea reconocible como universal, y también sobre lo que explique sus diferencias.

Sometidas a análisis histórico las religiones muestran tener varios elementos en común, siendo los principales los siguientes:

- El ser fundadas por un hombre de muy elevada condición moral, que vivió de modo ejemplar y con plena coherencia con lo que enseña, que sostiene tener enseñanzas fundamentales que dar a la humanidad, sea por haber recibido una revelación divina, sea por haber alcanzado una iluminación que le ha permitido acceder a una sabiduría especial.

- La afirmación de que esa sabiduría o mensaje divino se encuentra expresado o recogido en libros, considerados sagrados, escritos por el propio fundador o por discípulos igualmente inspirados.

- El dar continuidad al mensaje recibido por el fundador, a través de algunos discípulos directos, que tienden a precisar las enseñanzas del fundador y se encargan de su difusión.

- El generar un amplio cuerpo de creencias y de normas o consejos morales que suscitan la fe y la adhesión incondicional de sus fieles.

- El generar en su desarrollo histórico, testimonios de vida espiritual, intelectual y moral notables por su consistencia y santidad.

- El dar lugar, al difundirse socialmente, a procesos civilizatorios que marcan las grandes direcciones seguidas por la humanidad en su evolución.

Como consecuencia del estudio y análisis histórico de las religiones la razón puede asumir una actitud de respeto profundo por ellas y por los efectos que la experiencia religiosa genera en los individuos y en las sociedades; pero no puede extraer ninguna conclusión sobre la verdad de sus contenidos cognitivos. Se le hace necesario a la razón, entrar al análisis de las creencias y normas o consejos de vida que proponen las religiones, examinándolas en su propio y específico mérito.

Entrando al estudio y análisis de los contenidos cognitivos de las religiones, lo primero que aparece es la necesidad de distinguir entre dos tipos de religiones, que proponemos distinguir como 'religiones de creencias' y 'religiones de saberes'. Las primeras son aquellas que sostienen originarse en una revelación divina que enseña un conjunto de verdades que deben ser aceptadas por fe. Entre ellas destacan el zoroastrismo, el hinduísmo, el judaísmo, el cristianismo, el islamismo y el bahaísmo. Las que llamamos 'religiones de saberes' - entre las cuales podemos considerar el budismo, el confucianismo y (si se quiere) el esoterismo -, se presentan como filosofías o concepciones morales que afirman 'caminos de sabiduría' conducentes a la vida virtuosa personal y a un orden social justo, mediante la aplicación de ciertas doctrinas metafísicas, principios morales universales, y prácticas o ejercicios rituales y espirituales.

Entre las muchas y variadas afirmaciones que proponen las religiones 'de creencias' (que son las que al intelecto racional interesa considerar por sus contenidos cognitivos propuestos como 'verdades de fe), hay una primera que está en la base de todas las otras, y que está presente en el origen de todas las demás creencias religiosas, las que sólo por aquella afirmación primera pueden ser justificadas. Es la idea de que Dios existe y quiere dar a conocer a los hombres un conjunto de 'verdades esenciales', que la pura inteligencia humana no sería capaz de fundamentar de modo racional o científico, pero que serían fundamentales para la vida humana buena y virtuosa.

¿Cuáles serían esas creencias o 'verdades esenciales' que estas religiones comparten y enseñan? Básicamente éstas:

  1. La afirmación de que Dios existe, y que es un Ser personal que está cercano a nosotros, que nos ama entrañablemente, y que está dispuesto a escuchar nuestras oraciones.

  1. La afirmación de que el ser humano no es puramente material sino un ser de naturaleza esencialmente espiritual.

  1. La afirmación de que la vida humana no termina con la muerte del cuerpo, sino que se proyecta más allá, hacia alguna forma de existencia eterna, distinta y superior.

  1. La afirmación de que el destino de los hombres en esta tierra y en el más allá, está ligado a su vida práctica, en correspondencia con cierta ética especial en que sobresalen el amor a Dios y a los semejantes, la fraternidad universal, el vivir virtuoso y conforme a valores superiores.

  1. La afirmación de que podemos ser mejores de lo que somos, o que nuestra naturaleza puede tener un desarrollo y evolución personal que implica un camino de creciente perfección.

  1. La afirmación de que ese camino es el de las virtudes, la oración, el desprendimiento y el amor al prójimo.

Todas estas creencias son, sin duda alguna, mensajes esperanzadores, que tal vez todos quisiéramos creer, porque son todas 'buenas noticias'. Pero el hecho de que trascienden nuestra experiencia cotidiana y el alcance de nuestra percepción y de nuestra razón, hace que no podamos alcanzar por nosotros mismos la certeza de que sean verdaderas, que no las podamos probar de modo rotundo y tal de llevarnos a creer en esas afirmaciones con la fuerza de convicción que sería necesaria para guiarnos por ellas en nuestra vida, en nuestras acciones, en nuestros pensamientos, en nuestras emociones y en nuestros comportamientos personales y colectivos.

Por eso, frente a estas afirmaciones, o sea frente a las religiones o respecto a alguna de ellas, podemos creer o no creer que sean verdaderas. La gran mayoría de los creyentes religiosos han creído y creen en esas afirmaciones de manera ciega, haciendo respecto a ellas los que suelen llamarse 'actos de fe'. Pero la razón no se conforma tan fácilmente, asumiendo que los seres humanos estamos dotados de una propia y natural capacidad de intelección y conocimiento de la realidad. Y también de una conciencia que nos permite guiarnos éticamente en nuestro actuar y vivir. Estamos provistos de una capacidad cognitiva poderosa, de la posibilidad de tener experiencias y conocimientos válidos, y de una razón capaz de juzgar la veracidad de lo que experimentamos y pensamos y creemos, incluidas las experiencias y creencias religiosas. Construimos filosofías y elaboramos ciencias, nos damos normas de comportamiento y leyes de conducta individual y social, empleando nuestras propias capacidades intelectuales y morales. Los humanos tenemos facultades cognitivas y creativas, capaces de llevarnos a la verdad, a la belleza, a la bondad y a la unidad.

Con tales facultades somos capaces de preguntarnos, y de indagar en torno a las preguntas cuyas respuestas nos ofrecen las religiones: si existe Dios, si el hombre tiene una dimensión espiritual y un destino que trasciende a la muerte, por cuáles normas y formas de conducta debemos guiarnos para avanzar en nuestra perfección personal y social, etc. Sin embargo, siendo el objeto propio del intelecto y de la razón humana la realidad empírica y fenomenológica, y procediendo a conocer mediante el empleo de conceptos, números, figuras y símbolos, la razón ha de asumir y declarar que no está capacitada para dar respuestas ciertas a preguntas esenciales referidas a supuestas realidades que trasciendan las experiencias empíricas y fenomenológicas, y que no puedan ser cabalmente representadas mediante las formas conceptuales, numéricas, geométricas y simbólicas. Así queda fuera de su alcance darnos certezas sobre cuestiones fundamentales como las de Dios, del espíritu, de la vida después de la muerte, etc. No las puede afirmar pero tampoco las puede negar.

III. 'Conocimiento silencioso', creencias religiosas y juicio racional.

Pero no termina aquí la indagación racional, pues el análisis que el intelecto hace de las religiones no se limita a los contenidos de las creencias que ellas proponen. En efecto, el estudio de las religiones nos hace conocer la existencia de un tipo de experiencia cognitiva muy especial, diferente a la experiencia empírica y a la experiencia fenomenológica sobre las que la razón trabaja habitualmente. En efecto, en el contexto del estudio de las religiones, sea de creencias como de sabiduría, sabemos y verificamos racionalmente que ha habido y hay personas que sostienen haber tenido experiencias cognitivas llamadas místicas o espirituales, y que serían de naturaleza diferente a las experiencias empíricas, fenomenológicas y racionales. Tales experiencias místicas y espirituales, si bien suelen presentarse en contextos religiosos, se muestran como independientes de las creencias religiosas que pueden o no profesar quienes las experimentan. Los místicos sostienen, en particular, que a tales experiencias se puede acceder mediante la ejercitación de las propias facultades espirituales del individuo, tales como la meditación, la purificación mental, el desprendimiento de todo apego a lo material, la superación consciente del yo mental individual, etc. Otros místicos afrman que tales experiencias, si bien preparadas por estos procesos de purificación y por ejercicios ascéticos, finalmente ocurren al modo de una iluminación interior que se recibe como un don del que no se es merecedor.

Es interesante e importante el hecho que los místicos afirmen que esas experiencias espirituales conducen a un conocimiento que trasciende nuestras capacidades cognitivas habituales, incluida la razón. J. Amando Robles, connotado investigador de las experencias místicas se refiere a ellas como 'conocimiento silencioso', en razón de que lo que se conoce en ellas no puede ser adecuadamente expresado con palabras, números, figuras ni símbolos, de modo que sus contenidos cognitivos no podrían ser comunicados racionalmente sino de manera muy imperfecta.

Afirman también numerosos místicos que tales experiencias espirituales instalan al sujeto en un campo de sabiduría tal que para él se convierten en certezas las mismas supuestas 'verdades esenciales' que enuncian las religiones de creencias, o sea, que hay un Dios que nos ama, que somos seres esencialmente espirituales que trascendemos la materia y la muerte, que podemos alcanzar perfecciones crecientes, que el amor es el camino a seguir y la meta a alcanzar, que nos corresponde vivir conforme a elevadas virtudes y valores, etc. La diferencia respecto a las creencias religiosas, es que los místicos accederían a esas convicciones no como simples creencias recibidas desde otros, sino como consecuencia del conocimiento experiencial directo que les proporciona certeza, y con ella -aseguran los mismos místicos- felicidad suprema.

El considerar las experiencias espirituales y el 'conocimiento silencioso' como un tipo de experiencia cognitiva al alcance natural de los seres humanos lleva al intelecto racional a un nuevo y paradójico cuestionamiento de las religiones. En efecto, la razón puede legítimamente preguntarse: si tenemos capacidades y experiencias cognitivas que pueden llevarnos a las afirmaciones que las religiones 'revelan', y si existe ese camino abierto y disponible de la mística y la espiritualidad, al que los seres humanos podemos acceder y que nos permite alcanzar las mismas verdades que trasmiten las religiones, ¿por qué éstas? ¿Por qué habría Dios generado religiones, interviniendo en la historia humana para enseñarnos verdades que, sin embargo, podemos alcanzar mediante nuestro intelecto y conciencia, que serían capaces de acceder a las experiencias espirituales del conocimiento silencioso? Pues el acceso posible mediante experiencias cognitivas directas pondría en cuestión la creencia base que dijimos que está en el origen de las religiones, a saber, la idea de que Dios quiere dar a conocer a los hombres un conjunto de verdades esenciales que el conocimiento humano no sería capaz de alcanzar por sí mismo, pero que serían esenciales para la vida humana buena y virtuosa.

Ante tal observación se podría responder racionalmente en favor de las religiones argumentando en tres direcciones:

Un primer argumento sería que Dios revela lo que podemos alcanzar por nosotros mismos, porque no todas las personas pueden seguir el camino de la búsqueda espiritual. Entonces, como quiere que todos podamos acceder a esas verdades, las pone al alcance de todos mediante las religiones. Dios las facilita y regala a todos, por distintos medios, sin necesidad de que seamos sabios, ascetas y místicos.

Este primer argumento lo enfatizan las religiones que tienden a negarse a someter sus creencias al juicio racional, y resulta poco convincente en cuanto implicaría una suerte de discriminación por parte de un Dios que procede de modo arbitrario, especialmente si va acompañado de la afirmación que la fe es un don que Dios otorga al que quiere y no a todos sin distinción. Además, al facilitar las respuestas a las cuestiones existenciales, ¿no estaría Dios inhibiendo la búsqueda del conocimiento espiritual y místico? Pues encontrando respuestas en fáciles creencias religiosas, las acuciantes cuestiones existenciales se amortiguan y se apagan. (Y con ello, se estaría también reemplazando la felicidad suprema que proporcionarían las experiencias místicas, por la simple consolación que proveen las creencias religiosas).

Una segunda razón podría ser que, a diferencia de las experiencias místicas y espirituales, el proceso moral y de conocimiento que proponen las religiones no es sólo individual sino comunitario, colectivo o social. En efecto, las religiones crean en torno a esas afirmaciones, vínculos comunitarios, comunidades de fieles que se unen fraternalmente, y que se constituyen como difusores de esas verdades y de esas normas de conducta.

Este argumento es aún más débil que el anterior, en cuanto la comunidad humana se constituye naturalmente y es perfeccionada a través de los procesos culturales y morales resultantes de la creatividad, el conocimiento y la solidaridad de las personas, y por la acción de las instituciones económicas, políticas y educacionales creadas por ellas. No resulta suficientemente justificada por este argumento, la creación y existencia de comunidades específicamente religiosas, distintas y separadas de la comunidad humana común, y supuestamente provistas de conocimientos y poderes especiales.

Una tercera razón sería que las religiones tendrían, debido a la presencia continua en ellas del espíritu de Dios que las revela y por la presencia misteriosa de quien las funda, una fuerza especial, adicional a la simplemente humana y natural capacidad de conocimiento y de perfeccionamiento moral, que facilita el perfeccionamiento individual y la fraternidad universal.

Esta afirmación también forma parte de las creencias religiosas, pero podría considerarse desmentida por la práctica de innumerables creyentes y por la historia misma de las religiones, que han sido protagonistas de dominaciones, guerras, injusticias y pequeñeces que no hablan a favor de sus supuestas potencias perfeccionadoras de los individuos ni de sus energías unificadoras de la especie humana. Además, no sería coherente si cada religión la entendiese como aquella única que indica el camino a la salvación y al perfeccionamiento, constituyéndose de este modo en una forma de dominación de las conciencias y en fuente de sectarismos y conflictos con las otras religiones.

Además de todo lo anterior, hay un aspecto de las religiones que la razón humana no está dispuesta a aceptar, y es el hecho que ellas afirman numerosas creencias que entran en contradicción unas con otras. Esto plantea la necesidad de discernir entre las religiones, y en ellas entre sus diversas creencias. Si las distintas religiones se contradicen en varias creencias que sostienen, habría que concluir que sólo una de ellas pudiera ser verdadera. Y si las creencias que sostienen no son coherentes entre sí y presentan contradicciones, sería imprescindible examinar cada creencia en su propio mérito, para ver cuáles puedan ser sus fundamentos y justificación racional. El problema es que, como ya observamos, las creencias religiosas no son demostrables científica ni racionalmente, por lo que tampoco puede la razón indicarnos cuál de ellas ofrezca las creencias verdaderas.

Enfrentados al hecho que las religiones presentan creencias contradictorias, y careciendo de criterios racionales para discernir entre ellas, lo razonable es no aceptar o suspender la creencia respecto a todas aquellas afirmaciones en que las religiones difieren o proporcionan respuestas diferentes. De este modo, las únicas creencias religiosas que la razón permitiría aceptar serían aquellas en que todas concuerdan y afirman con igual convicción y certeza. Son las 'creencias esenciales' que ya mencionamos, y que son también las mismas que sostienen quienes dicen haber tenido experiencias místicas y espirituales, de modo independiente y aún desde fuera de las religiones.

Pero surge inevitablemente una pregunta: ¿por qué tales creencias supuestamente reveladas, se encuentran en las religiones combinadas con creencias contradictorias? ¿No es este hecho algo que debiera llevarnos a negarlas todas, incluso aquellas en que concuerdan y sostienen al unísino?

Para no llegar a tal conclusión habría que tener alguna explicación razonable de la diversidad de las creencias religiosas, que sea posible de sostener sin que resulten impactadas las 'creencias esenciales' que todas comparten, y fundamentalmente la primera: que Dios las ha revelado. Podemos proponer alguna posible y plausible respuesta.

Los antiguos filósofos decían que 'lo que se recibe se recibe al modo del receptor'. Esto significa, si lo aplicamos a las supuestas revelaciones de Dios, que todo aquello en que las religiones difieren y va más allá de las 'creencias esenciales', es producto de la mente de los receptores de esas revelaciones, sean ellos profetas fundadores de religiones, sean sus discípulos y seguidores, sean las tradiciones culturales gestadas al interior de las organizaciones e instituciones generadas en el tiempo.

Pienso que para los creyentes religiosos es muy importante estar conscientes de las limitaciones que tienen inevitablemente las religiones, todas ellas. Ellas han sido causa de grandes desarrollos humanos, de procesos civilizatorios gigantescos y de desarrollos personales notabilísimos. Pero también han sido causa de grandes conflictos y calamidades. Lo mejor que podemos decir de ellas, es que tendrían de divino y de humano, incluso al nivel de las creencias que proponen. Pues las revelaciones se realizan a través de individuos particulares, y la comprensión y el desarrollo de sus creencias y de sus prácticas queda en manos de los discipulos y de los fieles.

El creyente tendría que aceptar que, si es verdad que Dios se revela, lo haría necesariamente en un lenguaje que tiene todas las limitaciones del lenguaje humano, y lo haría en la historia y en los contextos culturales que limitan y condicionan sus mensajes o enseñanzas. El mensaje quedaría siempre expresado en un lenguaje que es el propio de la cultura en que aparece y se presenta. Podríamos decir, en este sentido, que todo texto sagrado, si bien puede atribuirse a Dios por quienes creen en él, deberá necesariamente reconocerse la co-autoría del escribiente y de la cultura en que se expresa. (En realidad, todo libro es siempre obra de co-autores, aunque una sola persona haya sido el que empleó la pluma y aparezca solamente un nombre como autor del escrito.) Toda discrepancia, toda contradicción o falsa creencia, deberá ser atribuida a los individuos, y lo mismo será respecto a todo efecto negativo que pueda generarse en base a las creencias religiosas y espirituales.

Los libros sagrados serían obras de co-autores. En ellos se aprecia la cultura del hombre que los escribe y difunde, y que interpreta con su intelecto y sus emociones los mensajes que recibe, y los expresa en la lengua que ha aprendido y que sabe utilizar en cierto grado inevitablemente limitado. Y los mezcla con sus propios mitos, creencias, aspiraciones y deseos. Las limitaciones se refieren y valen también respecto al mensaje mismo supuestamente revelado por medio del fundador religioso. Porque toda comunicación y todo texto es inevitablemente recibido al modo del receptor, e interpretado por quienes lo leen y comprenden. De este modo, el mensaje queda siempre en manos humanas, y adquiere sentido y contenido y nuevos significados, por las lecturas e interpretaciones que de ellas hacemos. En razón de ello, ningúna persona puede atribuirse poder religioso alguno, y menos disponer de la capacidad de ofrecer la interpretación verdadera de la 'palabra de Dios'.

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¿Qué nos queda, o qué conclusión podemos extraer de todo esto? Pues, en breve síntesis, que respecto a las 'preguntas existenciales' y a las 'verdades esenciales' sobre la existencia o no existencia de Dios, sobre la naturaleza espiritual o puramente material del ser humano, sobre si tendremos o no vida después de la muerte, sobre el sentido y el valor del sufrimiento, sólo caben tres actitudes (no excluyentes entre sí) que la razón humana podría recomendar:

  1. Asumir que las ciencias y filosofías que se construyen sobre la base de las experiencias empíricas y fenomenológicas no han proporcionado respuestas justificadas y convincentes a las 'cuestiones existenciales', porque el objeto de ellas permanece fuera de su alcance cognitivo. Es la respuesta legítima del pensador y del científico agnóstico, que prescinde de las 'verdades esenciales' que proponen las religiones. Ello no implica que renuncie a interrogarse racionalmente sobre las 'cuestiones existenciales' y a buscarles respuestas en el 'conocimiento silencioso'.

  2. Asumiendo que la razón y las ciencias no dan respuestas a las 'cuestiones existenciales', aceptar las que llamamos 'verdades esenciales' como creencias religiosas, que si bien no son justificadas racionalmente tampoco son contradichas por la razón. Se adhiere por actos de fe, teniendo como fundamento el significado histórico y humano de las religiones; pero por lo mismo se prescinde de afirmar aquellas creencias religiosas particulares en que las religiones difieren entre sí, respecto de las cuales se mantiene la mente abierta a la más amplia diversidad. Es la respuesta legítima del creyente religioso crítico, que no se limita a creer ciega e ingenuamente en una religión particular, sino que se queda con aquello que todas las religiones pueden sostener aún después de someterse al juicio crítico de la razón. Esta aceptación crítica de las creencias religiosas no debiera inhibirlos, sino más bien incentivarlos, a buscar respuestas mejores en tal vez posibles experiencias espirituales.

  3. Buscar respuestas a las 'preguntas existenciales' explorando la vía del conocimiento silencioso, espiritual o místico, que podría proporcionar certezas sobre las supuestas 'verdades esenciales'. Es la respuesta legítima del buscador independiente de la verdad, que no se conforma ni con la prescindencia agnóstica ni con la fe del creyente religioso, sino que mantiene la aspiración a la verdad y a la certeza que pudieran alcanzarse mediante una experiencia espiritual directa.

Nos parece que éstas son - digámoslo también - las actitudes intelectuales que en este terreno pueden inspirar una nueva y superior civilización. Si fuera así, tendríamos que asumir que ante las 'cuestiones existenciales', más que respuestas nuevas que puedan ofrecerse como las 'verdades esenciales', la nueva civilización se construirá recorriendo caminos de búsqueda, Caminos convincentes y justificables entre personas y sociedades con creencias, culturas, religiones e ideologías  diferentes. Búsquedas 'comprensivas', orientadas a incluir e integrar las múltiples dimensiones de la experiencia humana y sus diversas fuentes de conocimiento. Caminos de búsqueda distintos, paralelos al comienzo pero tal vez convergentes en el tiempo, y que al final pudieran ofrecer las respuestas verdaderas a las cuestiones existenciales que han inquietado siempre al espíritu humano.


 

NOTAS:


 

1 La distinción entre ciencia y filosofía puede ser formalizada de maneras diferentes a ésta que proponemos, que no pretende ser única ni decisiva. Más que la determinación y distinción rigurosa de lo que puede aceptarse como conocimiento científico y conocimiento filosófico, lo que nos interesa es delimitar dos tipos de conocimientos construidos racionalmente: el que encuentra su objeto y sus criterios de validación en la información que puede ser empíricamente verificada, y el que aborda interrogantes que surgen de la autoconciencia que busca verdades relativas a lo que sea el ser, al significado de la existencia, al valor del conocimiento, a la libertad del sujeto, al orden moral, y otras cuestiones de similar profundidad y trascendencia.

2 Hay quienes sostienen que otro límite de la razón radica en el hecho que cada ser humano pensante entremezcla inevitablemente las operaciones de su razón con la subjetividad propia de todo individuo, de modo tal que los resultados del conocimiento racional resultan condicionados por los intereses, las emociones, los deseos del sujeto. Si bien tal entremezclamiento y mixtura de formas cognitivas es claramente observable en el proceder empírico de los razonamientos y discusiones 'racionales' habituales, el argumento no resulta convincente si se pretende extenderlo como límite inherente a todo conocimiento racional. En efecto, los individuos racionales podemos desarrollar procesos de 'purificación' del intelecto racional y llegar a proceder con criterios cognitivos racionales puros. De igual modo, la confrontación intersubjetiva de las operaciones racionales de muchos individuos, permite superar las intromisiones de la subjetividad individual y llegar a formular conocimientos no contaminados de subjetividad individual. Por otro lado, la dificultad para el entendimiento 'racional' entre individuos diferentes no radica en que el intelecto racional de ellos opere con diferentes lógicas, sino que debe explicarse por las diferencias entre las experiencias empíricas y fenomenológicas de cada uno, y a menudo también en que se discute sin precisar el contenido racional de los términos que se emplean.


 


 

GENIOS, TALENTOS Y EXPERTOS


 

En un ambiente político marcado por la idea de la igualdad como condición, requisito o anhelo de la democracia; y en un contexto cultural y educacional en que como nunca antes en la historia humana la formación y el trabajo intelectual y profesional se han multiplicado y masificado abarcando a un elevado y creciente porcentaje de la población, conviene preguntarse sobre los orígenes, causas y consecuencias de las desigualdades y de la diversidad de los talentos, capacidades y desarrollos intelectuales, estéticos y morales de las personas. Sin duda es relevante saber reconocer, y saber qué hacer, en relación a las personas que poseen esas cualidades especiales.

Pues no cabe dudar de que han existido y existen genios filosóficos, científicos, matemáticos, artísticos, musicales, poéticos, tecnológicos. Se sabe que la genialidad es una condición natural de la mente que muy pocas personas poseen, y que las lleva a un grado de creatividad y originalidad eminentes. Alphonse de Lamartine caracterizó la genialidad en base a tres cualidades: “la grandeza de propósitos, la pequeñez de los medios y la inmensidad de los resultados”.

A los genios hay que dejarlos hacer, y ellos mismos tienden a aislarse, experimentan a menudo dificultades de comunicación e incluso trastornos mentales. Nos cabe, solamente, aprender de los genios y gozar de sus obras.

Más cercanos a nosotros se encuentran los talentos, personas que poseen cualidades y aptitudes sobresalientes, que llevan a quienes las poseen a destacar en el campo de actividad en que se desempeñan. Se piensa que los talentos son innatos, que se nace con ellos, y que a menudo son heredados; pero no siempre las personas talentosas aplican y desarrollan sus cualidades y aptitudes, siendo necesario para ello, por un lado que tengan la suerte de contar con las condiciones y circunstancias que les permitan desarrollarlos, y por otro lado, que hayan realizado los esfuerzos, aprendizajes, dedicación y concentración requeridos para que sus aptitudes naturales desplieguen su potencial.

Las personas talentosas necesitan ser reconocidas, valoradas, estimuladas, apoyadas y promovidas, pues siempre corren el riesgo de conformarse con los logros que pueden alcanzar fácilmente y que son suficientes para cumplir satisfactoriamente y destacar en los roles y funciones que cumplen. A las personas talentosas habría que exigirles, por el bien de la sociedad, que realicen su potencial y que demuestren en las obras y tareas que emprenden, sus reales capacidades y aptitudes.

La experticia es distinta de la genialidad y del talento. Se considera expertos a quienes han alcanzado pericias y competencias especiales para el desempeño en alguna profesión, función o actividad. La experticia no es innata, no se nace destinado a ser experto. Pericias, competencias y desempeño destacados son el resultado del trabajo, el esfuerzo, el aprendizaje y la experiencia que desarrollan las personas. Dadas las condiciones materiales, sociales y de educación mínimas indispensables, la experticia depende enteramente del sujeto, movido por una consistente voluntad de realización y logro. Los expertos se forman a sí mismos mediante el aprendizaje consciente y sostenido en el tiempo.

Por eso, a las personas que han alcanzado experticia en su respectiva profesión, función o actividad, es conveniente premiarlas y valorarlas, porque tienen méritos para ello y porque en justicia les corresponde ser recompensadas por su esfuerzo y porque realizan importantes y especiales aportes a la comunidad.

Saber reconocer y apreciar la genialidad, el talento y la experticia de los demás es muy importante por varias razones.

Lo debiéramos tener muy en cuenta cuando nos corresponda seleccionar y elegir a los individuos que se desempeñarán como gobernantes, legisladores, dirigentes en las actividades económicas, académicas, políticas y burocráticas.

También es importante cuando escojamos a nuestros referentes, a quienes estudiamos y con quienes nos comunicamos para el desarrollo de nuestras propias capacidades y competencias, en los diferentes ámbitos de nuestro interés y vocación.

Y, por cierto, también es conveniente reconocer nuestras propias capacidades y potencialidades, para no equivocarnos, por exceso o por defecto, cuando nos planteamos proyectos de vida y de actividad, definimos nuestra vocación, establecemos nuestros objetivos y metas, formulamos nuestras expectativas, e identificamos las condiciones y los medios necesarios para realizar todo aquello.


 


 

LO DIFÍCIL Y LO SENCILLO


 

LO DIFÍCIL:

A quienes tengan alguna disposición y voluntad de re-pensar y de cuestionar lo políticamente correcto (si no las tienen es inútil que sigan leyendo), les propongo reflexionar sobre lo siguiente:

Es difícil percibir la existencia de una crisis de civilización, por parte de quienes están inmersos en ella. Las razones son varias:

1. Se trata de fenómenos que abarcan gran parte del mundo, mientras que habitualmente el horizonte de nuestra observación de la realidad se limita a hechos y procesos regionales, nacionales y locales.

2. Se trata de procesos históricos de larga duración, mientras que habitualmente observamos los acontecimientos presentes, con un margen de recuerdo reducido a pocos años hacia atrás, y con aún menor capacidad de previsión hacia adelante.

3. Se trata de fenómenos que abarcan los niveles económicos, políticos, sociales y culturales y sus interacciones mutuas, mientras que los análisis económicos, sociales y políticos suelen centrarse en uno u otro ámbito o campo particular.

4. Las crisis de civilización no son homogéneas en todos los países, presentándose con mayor intensidad y desarrollo en unos, mientras que en otros son menos intensos y tienen ritmos de desarrollo más lentos.

5. La crisis de civilización penetra y está presente en la propia conciencia de las personas de esa civilización, de modo que su percepción se encuentra nublada por la crisis misma, por lo que no se está en condiciones de ver, identificar y juzgar la crisis, si no les es mostrada y explicada por quienes la han comprendido.

6. El temor que genera pensar en las consecuencias de una crisis de civilización, y la conciencia de la dificultad para superarla y para crear una civilización nueva, constituyen obstáculos psicológicos que inhiben centrar la atención en los fenómenos que ponen de manifiesto la crisis.

7. Cuando se perciben solamente problemas y aspectos parciales o locales de la crisis, es fácil engañarse con la expectativa de que esos problemas pueden encontrar solución dentro de los marcos de la propia civilización en que se presentan.

8. La identificación de los fenómenos reales complejos requiere disponer de una amplia cultura y de los conceptos necesarios que abren la mente a su percepción y comprensión, y actualmente muy pocas personas saben lo que es una civilización, y menos aún, en qué consiste una crisis de civilización.

Ahora bien, que sea tan difícil percibir, identificar y comprender la crisis de la actual civilización moderna, no significa que no exista, ni que no sea urgente enfrentarla y superarla mediante la construcción y el tránsito a una nueva civilización. Porque la crisis nos está y seguirá envolviendo, como la rana que se cuece lentamente al calentarse el agua sin que reaccione oportunamente ante el peligro.

Si me preguntan ¿qué hacer? respondo que lo primero es prestar atención a las manifestaciones más evidentes de la crisis de civilización en que estamos, que son muchas y cotidianas; al mismo tiempo, estudiar con la intención de comprender la civilización moderna y su crisis; a partir de ahí, pensar en cómo iniciar la creación de una nueva y mejor civilización. Y entonces, actuar en consecuencia.


 

LO SENCILLO:

Ahora, a quienes tengan alguna disposición y voluntad de mejorar su calidad de vida y contribuir a un cambio civilizatorio (si no las tienen es inútil que sigan leyendo), les invito a reflexionar por qué, una vez que hemos comprendido la crisis de la civilización moderna, iniciar la creación de una nueva y mejor civilización es más fácil, sencillo y placentero de lo que se cree o se supone. Las razones son varias:

1. Si bien una civilización completa es una realidad social gigantesca, multitudinaria y de larga duración, iniciar la creación de una civilización nueva es algo que se realiza en pequeña escala, por parte de personas y grupos pequeños, y mediante iniciativas particulares y cotidianas.

2. No hay que conquistar el poder político ni obtener grandes riquezas. Al contrario, eso constituye un desgaste inútil y un obstáculo, porque los poderosos y los ricos quedan fácilmente atrapados en la civilización moderna.

3. No hay que renunciar a nada de lo que se tenga, ni al desarrollo personal y social alcanzado, pues todo ello constituye un punto de partida, y nos proporciona las capacidades y recursos que podemos continuar aprovechando y emplear en crear lo nuevo.

4. Cuando uno empieza a crear nueva civilización en sí mismo, en la familia y en el entorno, ya se comienza a habitar y a vivir en esa nueva civilización; lo cual es mucho mejor que continuar batallando en la vieja.

5. Vivir en la nueva civilización participando en su creación, es mucho más económico y menos sacrificado y estresante que continuar sumergido en la civilización moderna, con sus deudas, exigencias e imposiciones.

6. Las actitudes metodológicas propias de la nueva civilización nos conducen a realizarnos más integral y plenamente, lo que proporciona alegría y felicidad.

Claro que, obviamente, no es así no más. Es necesario que esa disposición y voluntad de participar en la creación de la nueva civilización, se aplique inicialmente en el estudio y conocimiento de cómo es o puede ser la nueva civilización; de qué modo se va creando en la vida personal; qué iniciativas económicas, sociales, políticas y culturales la fundan; y cuáles son las actitudes metodológicas que implican vivir desde ya en la nueva civilización.


 


 

EL CONOCIMIENTO COMO ‘VALOR CREADOR DE VALOR’ Y EL TRÁNSITO A LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO


 

¿Qué podemos entender por ‘sociedad del conocimiento’?


 

Cuando se habla de ‘la sociedad del conocimiento’, lo que se quiere habitualmente destacar es básicamente que el ‘valor’ y la productividad de las empresas, de los trabajadores, de los técnicos, de los administradores, de las comunidades, etc. está dado principalmente, y cada vez más, por la capacidad que tengan de aprender, generar y desarrollar conocimientos, de difundirlos y distribuirlos, y de aplicar esos conocimientos a la solución de problemas reales y actuales, innovando, perfeccionando y transformando las actividades, procesos, estructuras y sistemas. Pero el cambio que está implicando actualmente el desarrollo del conocimiento, sus nuevas estructuras y sus inéditas formas de difusión, es más profundo y más importante que esto.

Es efectivo que el aprendizaje, el desarrollo y la difusión de conocimientos dan lugar, en cualquier persona y en toda empresa, a un incremento de su ‘valor’ y de su productividad, eficiencia y creatividad. En realidad, lo que hace el conocimiento es potenciar el valor y la creatividad de todos los factores económicos: fuerzas de trabajo, medios materiales de producción, tecnologías, aptitudes de gestión, capacidades de obtener crédito, energías unificadoras de conciencias, voluntades y emociones tras objetivos compartidos (el Factor C). Cada una de estos seis factores incrementa su productividad y su ‘valor’ en cuanto contenga en sí una mayor y mejor provisión de informaciones y conocimientos útiles.

Un trabajador con más conocimientos ‘vale’ y produce más que uno que sepa menos; un medio material en cuya estructura estén integrados más conocimientos, tiene una productividad superior. Un tecnólogo más informado y conocedor de los conocimientos pertinentes a su tecnología, encuentra mejores soluciones y tiene mayor capacidad innovadora que si tuviera menos información y conocimiento. Lo mismo vale para un gerente, administrador o ejecutivo. Sin duda, también el mayor y mejor conocimiento que se adquiere, crea y reparte en un grupo social, permite desplegar más ampliamente todas las energías sociales del grupo.

Todo esto lo hemos explicado y desarrollado detalladamente en nuestra teoría de los ‘recursos, factores y categorías económicas’. (Ver Fundamentos de una Teoría Económica Comprensiva, Primera sección, Capítulos II y III).


 

El conocimiento como ‘valor’ creador de ‘valor’. 

Ahora bien, es importante darse cuenta de que el ‘valor’ que crea y potencia el conocimiento, no se manifiesta sólo en las empresas y en las actividades productivas directas. El conocimiento que se expande en un individuo, lo hace crecer, lo perfecciona, lo hace ‘ser’ y ‘valer’ más, en las distintas áreas de la actividad humana. El conocimiento que se desarrolla y difunde en una sociedad, aumenta el ‘valor’ (en el más amplio sentido) de esa sociedad. El conocimiento que crece y se despliega en una comunidad, en una organización política, en una entidad deportiva, en un movimiento social, o en cualquier tipo de organización, potencia a dicha organización, la hace más capaz, más fuerte, más creadora.

Por todo eso, en la disputa y el conflicto cultural, social y económico que se da entre los distintos tipos de economía y entre los diferentes ‘sectores’ que compiten en el mercado, y también entre las diferentes racionalidades y opciones políticas y entre los diversos proyectos de sociedad, un factor decisivo del resultado será la capacidad y la aplicación que manifiesten sus respectivos participantes, en las actividades y procesos de aprender, desarrollar, difundir y distribuir el conocimiento. Así, por ejemplo, la expansión y el perfeccionamiento de la economía solidaria dependerá, en gran medida y principalmente, del conocimiento pertinente que aprendan, difundan y apliquen las personas interesadas y comprometidas en su desarrollo. La viabilidad de un proyecto político de transformación histórica será proporcional al nivel y a la calidad de los conocimientos que en su realización desplieguen sus impulsores.

Pensar en este sentido el conocimiento como ‘valor’ creador de ‘valor’, nos lleva a postular que la economía del futuro, la política del futuro, y la sociedad del futuro, serán construidas en gran medida y fundamentalmente, desde el conocimiento. Por consiguiente, la economía, la política y la sociedad del futuro asumirán –podrán asumir- formas y contenidos diferentes y diversos, según cuáles sean las formas y contenidos del conocimiento que será desplegado, y de los modos que asuma su producción y difusión.

En realidad, esto que afirmamos es algo que viene ocurriendo desde hace tiempo en la historia. El paso de la civilización medieval a la civilización moderna, fue presidido por el surgimiento de aquellas nuevas formas del conocimiento –el empirismo, el positivismo, las ciencias sociales, las ciencias exactas de la naturaleza-, que vinieron a reemplazar al conocimiento religioso, ético y filosófico que predominaban hasta entonces. En particular el conocimiento de las ciencias positivas, interesado en desentrañar el cómo de los fenómenos empíricos en vistas de instrumentalizarlo en provecho de la producción, dio lugar al impresionante desarrollo tecnológico, que hoy caracteriza toda la economía y la vida social.

Pero el impacto del conocimiento y de sus formas sobre los modos de organizarse y realizarse de la economía, la política y la sociedad está aumentando de manera impresionante, pues ya no hay actividad humana que no se encuentre sujeta a una enorme cantidad y variedad de conocimientos que la condicionan, y sin los cuales pueda realizarse con éxito. Podemos afirmar que, como nunca antes en la historia de la humanidad, el desarrollo del conocimiento es una necesidad, del cual depende no solamente el progreso sino la sobrevivencia misma de la sociedad. Es este hecho, que hemos comenzado a reconocer, lo que ha llevado a afirmar que estamos pasando desde la sociedad industrial y estatal, a la que conoceremos como la ‘sociedad del conocimiento’. Pero ¿en qué consiste exactamente el cambio, y cuál es en este sentido la real novedad de la situación presente?

Al respecto, me parece que podemos sostener que la novedad y el cambio son tan profundos que implican un cambio de época, la apertura de una nueva época histórica que comporta nada menos que el surgimiento de una nueva civilización. Lo que nos lleva a afirmarlo es que estamos ante un cambio radical en la función que cumple el conocimiento en la sociedad y para los individuos. Para comprenderlo es preciso hacer, aunque sea brevemente, unas importantes referencias históricas.


 

Las formas del conocimiento en la civilización medieval.

En la civilización medieval el conocimiento proporcionaba las certezas que los individuos requerían para orientarse en la vida, y que las sociedades necesitaban para establecer y garantizar el orden social. Dicho conocimiento estaba constituido por creencias religiosas, normas éticas, y destrezas propias de cada oficio o actividad laboral. Dichas creencias religiosas, normativas éticas y saberes prácticos se presentaban ante todos como ‘dados’, incluso como ‘revelados’ y en todo caso como indiscutibles, aunque en realidad hubiesen sido elaborados por muy pocos individuos en posiciones de poder y autoridad. Esos conocimientos necesarios, eran trasmitidos de sacerdotes a fieles, de padres a hijos y de maestros a aprendices, constituyendo un saber aceptado por fe y tradición. Aceptados por las multitudes y también por los dirigentes, eran suficientes para proporcionar aquellas certezas necesarias para que cada uno desempeñara las funciones, ejecutara las actividades y se comportara socialmente, conforme a lo que se esperaba de cada sujeto.

Las fuentes del conocimiento estaban encriptadas, escritas y difundidas en una lengua conocida como ‘culta’ (el caso del latín en Europa occidental), de modo que solamente unos pocos iniciados tenían acceso a ellas y podían generar y difundir algún tipo de conocimientos nuevos. Incluso los saberes prácticos propios de los oficios se reservaban para pequeños grupos ‘agremiados’ y organizados, que defendían el monopolio de sus competencias. La relación entre los ‘cultos’ y los ‘simples’, entre los dirigentes y los dirigidos, entre los maestros y los aprendices, se establecía en base a vínculos de autoridad y obediencia.

Estas formas del conocimiento entraron en crisis cuando los conocimientos empezaron a difundirse mediante su publicación en lenguas vernáculas o ‘vulgares’ Así ocurrió con la Biblia, con algunos escritos filosóficos, y con los estudios sobre la mecánica, la astronomía, la botánica y la zoología, que en seguida dieron lugar a la física y la biología como nuevas disciplinas científicas. Primero fue el movimiento de Reforma religiosa que puso la Biblia al alcance de muchos y que desacralizó diferentes aspectos de la vida religiosa. Luego Descartes fijó el inicio de una nueva forma de conocimiento cuando formuló su famosa ‘duda metódica’, según la cual no podía darse por seguro ningún conocimiento adquirido por tradición. Los empiristas y el positivismo establecieron las bases del conocimiento emergente cuando afirmaron que la única autoridad que podía aceptarse en el conocimiento eran los datos empíricos sobre las realidades ‘objetivas’ que cada individuo pudiera verificar con los sentidos y la experiencia. De ahí el cuestionamiento del saber tradicional y la emergencia de las nuevas formas del conocimiento, que alcanzaron el dominio de la ética, de la política y de las instituciones, con el positivismo jurídico y la teoría del ‘pacto social’(Rousseau) como fundamento del orden político.


 

Las formas del conocimiento en la civilización moderna.

Surgió y se estableció, así, la moderna civilización de las ciencias positivas, de la industria y del Estado. La Industria y el Estado en sus formas modernas, eran resultado de la aplicación de las nuevas formas del conocimiento, a la economía y a la política, a la producción y al orden social. El conocimiento adquirió nuevas formas, que reemplazaron la autoridad por la verificación empírica, al mismo tiempo que se multiplicaron los sujetos productores de conocimientos. Los científicos, los intelectuales y los ideólogos fueron puestos al servicio de la industria y del Estado, y el conocimiento y las informaciones se desarrollaron como saberes instrumentales, como herramientas útiles para establecer y hacer crecer la economía y la vida política.

En esa civilización moderna de la industria y del Estado, el conocimiento se institucionalizó y se profesionalizó, adquiriendo las características disciplinarias y burocráticas que caracterizan toda aquella civilización. Como escribió Max Weber, la ciencia se organizó como profesión, del mismo modo y al mismo tiempo que la política se constituía como profesión. Era el conocimiento organizado en disciplinas (la mecánica, la óptica, la biología, la sociología, la economía, etc.), fraccionado en función de campos y temas específicos dependientes de los diferentes rubros de producción y de las distintas problemáticas de la vida social. Un conocimiento fraccionado disciplariamente, que se difundía y reproducía a través de las ‘profesiones’ que se formaban en las universidades modernas. La Universidad se convirtió en un instrumento esencial del fraccionamiento disciplinario de las ciencias y de la formación de profesionales especializados, tal como eran requeridos por la civilización industrialista y estatista. Ellas fueron las promotoras y ejecutoras de aquellas estructuras que asumieron –en los albores de la época moderna- la racionalidad instrumental, el conocimiento disciplinario y la multiplicación de las profesiones, todo orientado preferentemente a encontrar aplicaciones tecnológicas y políticas del saber. Es el conocimiento puesto al servicio de la industria en todas sus ramas, y del Estado en sus variadas problemáticas. En ese contexto, las relaciones entre dirigentes y dirigidos se basan en una combinación de criterios de competencia técnica y de control burocrático, según los cuales se distinguen los competentes que deciden y controlan los procesos, y los subordinados que ejecutan las decisiones y cumplen las instrucciones que reciben.


 

Nuevas condiciones para la generación y la difusión de nuevas formas del conocimiento.

Lo que está comenzando a surgir es algo completamente distinto y nuevo. Los medios de comunicación, la Internet y las redes sociales, han cambiado completamente la relación de los individuos con las informaciones y el conocimiento. Tres son las novedades y transformaciones más significativas.

La primera es que prácticamente todos los individuos tienen ahora la posibilidad de acceder a todo tipo de informaciones, ideas y conocimientos, provenientes de cualquier parte del mundo. Este es un cambio de enorme trascendencia. En efecto, hasta hace poco las personas adquirían su acervo de conocimientos en base a lo que les trasmitían la propia familia, la escuela, el Estado, los partidos políticos, las iglesias y los medios de prensa masivos. Las informaciones y conocimientos que recibían estaban organizadas, estructuradas y programadas por los emisores. Ahora, en cambio, cada uno es receptor y público de todos los discursos, de todos los emisores, teniendo la posibilidad e incluso la necesidad de seleccionar por sí mismo lo que recibe y asimila, escogiendo entre la multitud inmensa de informaciones y conocimientos, aquellos que les interesan y que desean asumir. De este modo se han expandido enormemente los espacios de libertad e independencia de cada uno, y al mismo tiempo se ha debilitado el poder que anteriormente ejercían sobre las conciencias, sobre las ideas y los modos de pensar y de sentir de las multitudes, los pocos sujetos que decidían lo que debía ser conocido y aprendido. Esta expansión de la libertad respecto al conocimiento conlleva al mismo tiempo un aumento de la responsabilidad de cada uno, pues al decidir cada uno lo que conoce y escoger sus fuentes de información, cada individuo es responsable de los efectos que dichos conocimientos tendrán sobre sí mismo y sobre la sociedad.

La segunda novedad importante es que cada individuo se convierte en emisor potencial de informaciones y conocimientos. Las personas que hasta ahora eran solamente público, receptores pasivos de las informaciones y conocimientos organizados por otros, tienen ahora la posibilidad de ser productores y emisores de informaciones, creadores de nuevos conocimientos, que pueden fácilmente poner en circulación y por tanto hacerlos accesibles a todos quienes se interesen en ellos. Esta es la adquisición de una libertad nueva, o mejor dicho, la generalización a todos los individuos, de aquella libertad de pensamiento que en la sociedad moderna ha sido prerrogativa efectiva de pocos. Esta libertad expandida conlleva también una nueva responsabilidad que han de asumir los individuos; pero sobre todo, implica el establecimiento de relaciones horizontales entre sujetos que son todos ellos, al menos potencialmente, emisores y receptores de informaciones y conocimientos.

La tercera novedad aportada por las nuevas tecnologías informáticas es el establecimiento de redes de comunicación, libremente formadas por las personas, y con prácticamente plena libertad tanto de entrada como de salida respecto a las redes que se constituyen. Lo que está implicado en la conformación de las redes sociales, es un hecho de la máxima trascendencia, que viene a modificar y reestructurar completamente la organización social y las relaciones entre los individuos y entre los grupos. Es el hecho que cada uno está en condiciones de seleccionar y escoger con quienes se relaciona y a qué grupos y comunidades pertenece. Se transita desde una situación en que el ámbito de las relaciones sociales se encontraba determinado por la familia y el lugar en que se nace y crece, por las relaciones dadas por el barrio, la escuela, la Iglesia y el trabajo, a una situación inédita en que cada uno puede escoger libremente con quiénes se conecta y comunica, a qué grupos, organizaciones y comunidades pertenece, en qué iniciativas culturales, sociales, políticas y económicas participa. Se trata, nuevamente, de una expansión inmensa de los espacios de libertad de las personas, que conlleva a su vez la correspondiente expansión de las responsabilidades de cada uno.

Podemos afirmar, en síntesis, que el tránsito a la sociedad del conocimiento nos da la oportunidad de ser más libres, de autodeterminarnos en cuanto a nuestra conciencia y a nuestras relaciones sociales, así como a desplegar nuestras propias iniciativas sociales, económicas, políticas y culturales, no debiendo ya limitarnos a escoger participar o no participar en aquellas existentes. La sociedad y la historia podrán en el futuro ser construidas desde los individuos y desde las redes y comunidades que ellos libremente vayan conformando, con los contenidos intelectuales y morales que pongamos en tales iniciativas. Como hemos dicho, junto con expandir enormemente los espacios de libertad, se incrementan correspondientemente las responsabilidades de cada uno, que ya no podremos justificar nuestras limitaciones y comportamientos atribuyéndolas a las condiciones, estructuras y contextos sociales y culturales en que nos ha tocado vivir.


 

¿Cómo orientarnos en este nuevo contexto del conocimiento, o cómo medir el valor de los conocimientos?

Ahora bien, en este nuevo contexto de libertades y responsabilidades expandidas, se nos presenta un problema nuevo, cual es el de orientarnos en el maremagnum de informaciones y conocimientos que están a nuestro alcance, y en la prácticamente infinita cantidad y variedad de sujetos individuales y colectivos con los cuales podemos establecer relaciones e interactuar. ¿Cómo, con qué criterios, con cuáles informaciones podemos orientarnos para tomar las decisiones, en el marco de las nuevas libertades y responsabilidades adquiridas?

Un concepto importante del que podemos servirnos en este sentido es el de ‘valor’, con el que comenzamos este análisis. Dijimos que el conocimiento es ‘valor’ creador de ‘valor’, En la moderna economía capitalista y en la sociedad de la industria y del Estado, las principales opciones que tomamos las personas pasan por el mercado, donde los bienes y servicios, los satisfactores de la mayor parte de nuestras necesidades adquieren un ‘valor de cambio’, un precio. El valor de las mercancías se expresa principalmente en los precios, y son éstos los que orientan a los individuos y a las organizaciones en gran parte de sus decisiones. Pero en la sociedad del conocimiento y de las redes, si bien muchas informaciones y conocimientos se procesan aún en el mercado donde adquieren un valor monetario, existe una cantidad enorme de informaciones y conocimientos que están disponibles gratuitamente, y/o que circulan fuera del mercado, no adoptando por tanto un valor de cambio, un precio. En la sociedad del conocimiento y de las redes, sirven otros criterios de medición del valor, no monetarios, o al menos, no directamente expresables en unidades monetarias.

El valor de las informaciones y conocimientos, y el valor de las relaciones y de las redes de comunicación e interacción, debe encontrar nuevos modos de evaluación y medición. Porque, obviamente, no podemos tener una experiencia directa de todos los conocimientos disponibles ni de todas las relaciones y redes a las que podemos acceder. Estamos enfrentados a la necesidad de decidir y de optar entre una enorme cantidad y variedad de posibilidades, contando con una información limitada e insuficiente. ¿Qué sistemas de información, equivalentes a los del sistema de precios en la sociedad del mercado, pueden estar disponibles, o pueden implementarse y desarrollarse, para orientarnos en la sociedad del conocimiento? ¿Existen formas de medir y de informarnos sobre el valor que los conocimientos y las relaciones sociales pueden tener para nosotros?

Cuando hablamos en este sentido del ‘valor’ del conocimiento y del ‘valor’ de las relaciones estamos indicando la utilidad que puedan aportarnos esos conocimientos y esas relaciones en orden a la satisfacción de nuestras necesidades, aspiraciones y deseos, y más ampliamente, en función de la realización de nuestros propósitos, objetivos y fines. Podemos expresarlo de otro modo a partir de la fórmula “ valor creador de valor”. ¿Cuál es el ‘valor’ (realización y potenciamiento de nuestras capacidades, creatividad, eficiencia, productividad, etc.) que puede crear en nosotros –como individuos, como grupo, como comunidad, como empresa o como organización- un determinado conocimiento o proceso cognitivo, o en el caso, una determinada relación o pertenencia y participación en una comunidad o red social?

En la actualidad, careciendo de otros criterios mejores y realmente calificantes del valor de las opciones disponibles, se da la tendencia a operar con el criterio simple de seguir las opciones de los demás, de las mayorías, de los grandes números. Es el llamado ‘efecto manada’, según el cual tendemos a optar conforme vemos que optan los demás. Detrás de esta forma de decidir y evaluar las opciones está implícita la idea que, puesto que no conocemos las distintas opciones estamos inciertos sin poder decidir, y puesto que vemos que otros han decidido, suponemos que lo hayan hecho en base a algún conocimiento que ellos disponen y del cual nosotros carecemos.

Pero el criterio de los grandes números es engañoso y decididamente poco confiable, especialmente cuando se trata de ejercer realmente la libertad y responsabilidad recientemente adquiridas, y de generar iniciativas nuevas orientadas hacia nuestra propia realización y el logro de nuestros objetivos. En efecto, actualmente las mayorías, o más exactamente los ‘grandes números’, están decidiendo conforme a los criterios de la sociedad que decae y perece, todavía como público subordinado y sumiso, que adopta los criterios que les fijan externamente el Estado, la industria, las modas, las convenciones sociales. Las mayorías aún no ejercitan efectivamente los espacios de libertad que corresponden a las nuevas condiciones creadas por las transformaciones y novedades que aporta la transición a la sociedad del conocimiento. En tal sentido, incluso podríamos sostener, o al menos argumentar con seriedad, que los ‘grandes números’, en la actual sociedad de masas y de consumismo exacerbado, deciden y se comportan conforme a la sociedad del mercado, evidenciando con ello que no se ha accedido a las libertades propias de la sociedad del conocimiento. Habría entonces que, en vez de seguir a los ‘grandes números’, más bien desconfiar de sus decisiones y distanciarse de ellas.


 

La medición del ‘valor’ del conocimiento en la investigación académico-científica.

En el ámbito del conocimiento académico y científico hay interesantes experiencias que es oportuno considerar. Desde hace algún tiempo se vienen implementando algunos modos de evaluación del ‘valor’ de los conocimientos e informaciones que producen y comunican los investigadores y los centros de investigación, con criterios selectivos generados desde los ‘pares’, esto es, desde otros productores de  conocimientos cuya calidad se estima garantizada. Por ejemplo, el ‘valor’ cognitivo de un paper que comunica los resultados de una investigación científica, queda determinado por la revista en que se publica y por la cantidad de veces que dicho escrito es citado por otros investigadores en sus respectivas investigaciones. Las revistas que recogen y difunden estudios e investigaciones sobre determinados temas, son evaluadas en base a las opciones de publicar en ellas, que hacen los investigadores cuyo ‘valor’ es reconocido por las revistas donde se publican papers sobre temas similares. Los centros de investigación son evaluados y ‘rankeados’ por la cantidad de citaciones que obtienen sus investigadores, reconocidos de este modo por sus ‘pares’ y divulgados por las revistas de mayor nivel.

En todos estos casos, se trata de sistemas de indexación y acreditación de la calidad científica, generados desde los mismos productores de ciencia, de modo que resultan decididamente más confiables que el simple criterio de los ‘grandes números’. Sin embargo, también estos sistemas tienen evidentes limitaciones, toda vez que al ‘medir’ la calidad por la acumulación previa de citaciones y referencias, resultan sub-evaluados los innovadores, los creadores de nuevos enfoques, los aportadores de ‘rupturas’ epistemológicas, y en general todos aquellos que contribuyen precisamente a generar los conocimientos nuevos que se necesitan para hacer frente a los grandes y complejos problemas que enfrenta la humanidad. Esto ocurre no solamente por efecto de la simple acumulación cuantitativa que resulta de estar más años escribiendo y publicando y siendo citado, sino también por efectos del propio sistema de indexación y acreditación. En efecto, el sistema tiende a reproducir y retroalimentar la cantidad de publicaciones y de citaciones que obtienen los autores previamente prestigiados, pues las revistas tienen en cuenta al seleccionar los papers que publican, la cantidad de papers que haya publicado anteriormente el investigador, en qué revistas ha sido publicado, y en qué centros de investigación trabaja. Y quienes quieran publicar en una revista, deberán estar atentos a citar abundantemente a los escritos y autores que hayan aparecido en la revista en cuestión.

El sistema de indexación y certificación al que nos referimos presenta otros dos problemas muy serios, cuando se trata en particular de aquello que aquí más nos interesa, esto es, de la generación y difusión de conocimientos nuevos, del acceso a nuevas ideas y enfoques teóricos, de la innovación y transformación cultural, intelectual y moral, orientados hacia una nueva civilización. Lo que se requiere es conocimientos que transgredan, por decirlo de algún modo, o dicho más exactamente, que superen las ideas y conocimientos dados, aquellos provistos por las disciplinas y las instituciones académicas enmarcadas en la civilización que perece, esto es, fragmentados disciplinariamente, funcionalizados a los requerimientos de la industria y del Estado, subordinados a razones y lógicas económicas y a políticas convencionales.

El primer problema es que los mecanismos de indexación y certificación prevalecientes tienden a reproducir las orientaciones teóricas y científicas consolidadas. Quienes seleccionan lo que ha de publicarse en las revistas indexadas son generalmente investigadores de trayectoria reconocida, que han alcanzado prestigio en las disciplinas que practican, por sus aportes a las disciplinas académicas formalizadas, y es normal que ellos privilegien aquellas contribuciones que aporten al desarrollo de sus propias líneas de investigación y sus ideas en ellas. Pocos se atreven a seleccionar una contribución que se presente como ‘alternativa’ o que parezca ‘revolucionaria’ en un campo del conocimiento consolidado. Es así que el problema que antes indicamos que afecta a los ‘grandes números’, se reproduce al nivel de los ‘números’ que se generan en las escalas propias de las disciplinas científicas.

El otro problema es que la lógica de la indexación tiende inevitablemente a favorecer la fragmentación del conocimiento y la creciente especialización en temas y asuntos cada vez más reducidos. Ello por dos razones diferentes. Por un lado, la necesidad de publicar papers por parte de los investigadores académicos, da lugar a una verdadera proliferación de revistas, las que para abrirse espacios y validarse académicamente requieren diferenciarse, lo que hacen adoptando temáticas cada vez más especializadas y particulares. Y obviamente, la existencia de las revistas fomenta la elaboración de papers correspondientes a dichas temáticas particularísimas. Por otro lado, los propios investigadores, presionados por la necesidad de publicar cantidades de papers, tienden a dividir los resultados de sus estudios en un mayor número de artículos, en vez de unificar sus aportes en una sola obra que integre todas las ideas y resultados obtenidos por la investigación, permitiendo tener sobre ella una visión de conjunto.

Así, los actuales modos de cuantificar el ‘valor’ de los conocimientos científicos, dificulta en vez de favorecer la generación y el acceso a los tipos de conocimientos necesarios para avanzar hacia la sociedad del conocimiento. En efecto, lo que se requiere son enfoques teóricos nuevos, y teorías comprensivas, y aún más, nuevas estructuras del conocimiento, capaces de asumir la complejidad de los problemas y realidades presentes y de orientar las soluciones y respuestas en la dirección de una nueva y superior civilización. Pero este es un asunto que hemos examinado en otras ocasiones, y no es el caso de abordarlo aquí.


 

La valoración del conocimiento como ‘valor creador de valor.

La cuestión de la evaluación del ‘valor’ de los conocimientos y de las comunidades y redes que en base a ellos se establecen, a los efectos de orientarnos en el contexto de las nuevas y cambiadas condiciones en que se despliega la vida humana, permanece abierta. Por ahora nos limitaremos a formular algunas ideas preliminares, partiendo de nuestro concepto del conocimiento como ‘valor creador de valor’.

Lo que hacen los sistemas de indexación y certificación en el ámbito de las investigaciones científicas, es un intento serio de evaluar el valor de cada investigación, de cada investigador, de cada revista y de cada centro de investigación. Se intenta medir el ‘valor’, entendido como algo intrínseco a la investigación misma, o al investigador, la revista o el centro de investigación. Dicho ‘valor’ es lo que se intenta objetivar y medir. Cuando en cambio nosotros hablamos de ‘valor creador de valor’, estamos indicando que el ‘valor’ de un determinado conocimiento, revista, investigador, no es algo inherente al mismo, sino que incluye y se refiere principalmente a la ‘creación de valor’ que potencialmente adquieren quienes leen y asimilan el conocimiento en cuestión. Lo que importa es la productividad del conocimiento en cuanto inserto en el trabajo cognitivo del cognoscente. Pero si es así, será solamente éste el que estará en condiciones de valorar cuánto le sirve el conocimiento recibido desde otro, para realizar sus propios fines y objetivos cognitivos.

La pregunta que cada sujeto ha de hacerse, entonces, no es cuanto ‘valor’ tiene en sí la investigación que me llega, sino cuánto ‘valor puedo crear’ a partir de ese conocimiento e investigación. De este modo, cada uno tendrá que aprender a valorar (a evaluar el valor) de los conocimientos.

En la metodología de indexación, el que mide el valor del conocimiento es siempre otro, que no puede considerarlo como valor creador de valor, sino solamente como el valor supuestamente objetivo del conocimiento dado. Los conocimientos son valorados antes de ser comunicados a todos quienes podrían extraer y crear valor con ellos. Así, quedan fuera numerosos emisores de conocimientos, y muchos conocimientos generados no llegan a difundirse. La valoración es externa y extraña al proceso en que los conocimientos crean valor.

Cuando pensamos en el conocimiento como ‘valor creador de valor’, el creador de valor es el único que puede valorar el valor del conocimiento dado, en cuanto es solamente él mismo el que puede crear valor con el conocimiento que recibe.

Al decir esto, no se nos escapa el hecho que en este modo de valoración no se resuelve el problema de cómo orientarnos en la multitud de conocimientos disponibles que circulan sobreabundantemente en los medios de comunicación y en todas las fuentes que los emiten actualmente. Frente a este problema, tenemos solamente una respuesta provisoria, que por cierto no es completa ni suficiente, pero es la que tenemos. Se trata de las redes, esto es, de la conformación de redes y de la participación en ellas; de redes que tienen la capacidad de comunicar a otros, y de recibir de ellos, las valoraciones que cada uno y todos van haciendo sobre las informaciones y conocimientos que circulan. De este modo, si bien cada sujeto ha de valorar cada conocimiento que recibe por el valor que puede crear a partir de aquél, las redes de sujetos cognoscentes que se orientan al logro de fines y objetivos similares, pueden multiplicar la información disponible para todos los participantes en la red, sobre el valor de numerosos conocimientos, autores, revistas y centros de investigación, en la medida que todos comuniquen a los demás integrantes de la red sus propias valoraciones de lo que estudian y leen. Hay en este sentido la posibilidad de un gran potenciamiento del proceso de valoración subjetiva, al convertirla en ‘intersubjetiva’.

Las redes informáticas tienen otra ventaja importante respecto a los sistemas de indexación y valoración basados en la opinión de los ‘pares’ autorizados, y es la consistente disminución del tiempo que transcurre entre la elaboración y la difusión del conocimiento, y entre la difusión y la valoración del mismo. Incluso la Internet hace posible que la difusión se realice en el acto mismo de la elaboración, no siendo indispensable el largo proceso que media entre la elaboración y su publicación, mediado por la evaluación de terceros. Y a través de las redes, el investigador puede obtener rápidamente una retroalimentación sobre el valor de lo que ha creado, del conocimiento que ha producido, en cuanto otros le dirán si han creado nuevo valor con el conocimiento en cuestión.

Como hemos dicho, el tema queda abierto a nuevas elaboraciones. Y lo que hemos expuesto aquí, queda sujeto a la valoración que cualquiera que lo lea pueda hacerle, y ojalá comunicarnos.


 


 

TERCERA PARTE



 

PREGUNTAS QUE HAY QUE HACERSE



 

¿QUÉ NOS MUEVE, EN EL FONDO, A CONOCER Y A AMAR?


 

"El alma es, por el conocimiento, todas las cosas"

Aristóteles.

I.

El hombre – el individuo humano – es un ser intencionado a ser más que lo que es. No sólo a ser más, sino que parece querer ser todo lo que existe, es decir, aspira y busca llegar a ser, a identificarse de algún modo, con el universo entero, con la totalidad de lo existente. En cierto sentido quiere ser como Dios, quiere ser Dios.

Desde que nace se orienta a experimentarlo todo, a conocerlo todo, a sentirlo todo, a quererlo todo. Apenas aprende a moverse, a caminar, y estira sus brazos, toca las cosas, las atrae a sí, se las pone en la boca, se las adueña: dice 'mío' ante todo lo nuevo que toca y llega a conocer. Después quiere viajar queriendo conocer el mundo entero, quiere relacionarse con otras personas. Las interroga, intercambia experiencias y conocimientos con los demás, tratando de algún modo de asimilar y apropiarse de las experiencias y conocimientos de los otros.

El hombre, con la intencionalidad de llegar a ser todas las cosas, va integrando el universo en su propio ser, en su mente. Para hacerlo dispone de varias facultades o potencias: la percepción, la memoria y la imaginación, la inteligencia, la voluntad.

Experimenta el mundo con los sentidos, que le permiten 'percibir' el mundo circundante. Y todo lo que llega a conocer lo registra en la memoria. Y con lo que memoriza, imagina lo que aún no conoce, e incluso inventa realidades desconocidas, crea mundos originales.

Mediante la inteligencia y el pensamiento, se apropia de la realidad que conoce y concibe. Se la apropia no materialmente, sino intectivamente, abstractamente, idealmente, incorporando a su acervo de conocimientos las formas, las cualidades, las esencias, las estructuras formales y racionales (matemáticas, geométricas, lógicas) de las realidades que conoce. El conocimiento es una forma de apropiarse del universo, de poner el mundo externo en la propia mente, mediante las ideas, los números, las ecuaciones, los símbolos.

Pero no le basta esa posesión intelectiva. Quiere ser lo que conoce, aspira a ser, a identificarse con aquello que ha integrado a su conciencia. Ese querer ser lo que se conoce es lo que se llama 'amor', que no es sino la voluntad de identificarse con lo que se conoce y se quiere. Se dice que el amor crea semejanza e identidad entre el amante y lo amado: el sujeto ama, o sea, quiere ser lo que ama. El deseo de poseer lo que se ama, expresa la intencionalidad de ser aquello que se conoce y ama, de identificar su propio ser con lo conocido y amado.

Podemos decir que mediante el conocimiento el hombre incorpora el universo a su yo mental, y mediante el amor sale de su yo mental y es él quien se hace universal.

El conocimiento es la identificación formal y abstracta, ideal y esencial, del cognoscente con la realidad que conoce. El amor busca la identificación real y concreta, objetiva y particular, del amante con aquello que ama.

Conocer y amar. Conocer y amar la realidad de las cosas, al ser de las personas, al universo entero, al mismo Dios que sintetiza la perfección de la totalidad de lo que es y de lo que el hombre quiere llegar a ser.

Este 'ser intencionado a ser más, a ser todo, a ser universal, a ser Dios', trasciende lo puramente corpóreo y material. De ahí que se afirma que el ser humano es de naturaleza espiritual.

Porque lo que llega a poseer mental e interiormente con el intelecto que conoce y con la voluntad que ama, son las cosas, las personas, el mundo no en su materialidad, sino de un modo inmaterial, en su íntima esencia. No hay un átomo de materia en la idea o concepto de animal, de paisaje, de universo, como no lo hay en un teorema geométrico o en una ecuación matemática. Tampoco es material la identificación con la cosa o persona que se ama, que en lo material y corpóreo siguen siendo distintas y estando separadas del sujeto amante.

El deseo e intención de ser más que lo que es, de serlo todo, es expresión de un querer trascender la propia materialidad corporal. Realizarlo progresivamente es evolucionar hacia un modo o estado de ser superior, universalizado: a eso lo llamamos espíritu, que los antiguos filósofos llamaban 'alma' y que concebían como la energía vital potencialmente universal, capaz de hacerse todas las cosas mediante el conocimiento y el amor de ellas, y que está en potencia y en proceso, en cada individuo humano capaz de conocer intelectivamente y de amar libremente.

El afán de poseer la mayor cantidad de bienes materiales (avidez), y de adquirir y consumir todo lo posible (consumismo), y de dominar a las otras personas sometiéndolas a la propia voluntad (afán de poder), son la expresión distorsionada y corrompida de esa intencionalidad que no deja de ser espiritual, pero que se queda apegada a la materialidad, sin llegar a ser capaz de trascenderla.


 

II.

Para comprender en plenitud lo que nos mueve a conocer y a amar la realidad, habría que añadir a lo anterior, que es la realidad misma la que nos atrae con su verdad (que busca ser conocida y que motiva nuestra cognición), con su bondad (que aspira a ser amada y que despierta nuestro amor), y con su belleza, que nos seduce de modo que no nos recluyamos en nosotros mismos ni dejemos en consecuencia de conocerla y de amarla, siempre en mayor amplitud y con creciente intensidad.

 

Porque si lo pensamos bien, nos damos cuenta que nosotros mismos que conocemos y que amamos, somos parte de la realidad, el fruto de una evolución del universo que ha generado al sujeto capaz de conocerlo y amarlo. Somos, en última síntesis, aquella parte de la realidad universal que ha emergido desde ella misma al final de un larguísimo proceso evolutivo, y por la cual la realidad universal viene y llega a conocerse y a amarse a sí misma. Y si esto somos, es natural que queramos y busquemos ser siempre más de lo que somos.


 


 

INTERROGANTES SOBRE LO UNO Y LO MÚLTIPLE


 

1. ¿Qué es más importante, el individuo o el colectivo?

¿Son necesarios individuos excelentes para hacer que la sociedad avance hacia lo mejor, o la sociedad debe avanzar y ser mejor para que surjan individuos excelentes?

¿Es que se requieren cantidades inmensas de seres racionales para que surjan unas pocas mentes geniales?

¿Es importante la cantidad de personas que alcanzan el conocimiento, o lo realmente importante es que el conocimiento sea alcanzado por algunos individuos, o incluso por uno solo, que lo difunda a quienes se interesen?


 

2. En la perspectiva del Cosmos Noético, estas preguntan mueven a considerar las cantidades inmensas de estrellas que fueron necesarias para que surgiera un planeta capaz de albergar la vida.

Y las cantidades inmensas de seres vivos que precedieron el surgimiento de una especie capaz de tener intelecto y conciencia.

Y las cantidades inmensas de seres inteligentes y conscientes para que surgieran personas iluminadas por la razón y la espiritualidad.

Cabe observar que la vida animal está determinada por las especies, y su interacción es ecológica. La vida consciente está marcada por la subjetividad de los individuos, y su interacción es social. La vida intelectual es propia de la razón, que tiene un carácter universal y abstracto: su interacción se da en el marco de la cultura, la filosofía y las ciencias.


 

3. La vida espiritual no parece ser propia de la especie biológica. Tampoco de los individuos, en cuanto el yo-mental quedaría superado en alguna realidad supra-consciente y supra-racional a la que el individuo accedería en la experiencia espiritual.

¿A qué realidad acceden esos individuos? ¿Se trata, quizá, de una realidad interior que está latente en cada individuo? ¿O de alguna realidad autónoma, que se despliega y manifiesta a través de las obras (verdaderas, bellas, buenas) del espíritu emergente en los seres humanos? ¿O de un Espíritu universal, que se expresa y expande mediante las experiencias supra-conscientes y supra-racionales de los individuos que las viven? ¿O se trata del Uno, o la Unidad de Todo, como afirmaba Plotino? ¿O es Dios, el Espíritu de Dios, aquello a lo que se une el individuo que vive la experiencia espiritual?

Y cabe también preguntarse ¿cómo se da la interacción entre los que acceden a la experiencia espiritual y/o que viven la espiritualidad? ¿Comunión (común-unión) espiritual? ¿Comunidad (común-unidad) espiritual?

Entonces ¿lo múltiple es generado por lo uno? Y lo múltiple ¿se reintegra en algo uno superior, o lo genera?


 


 

¿QUÉ DIOS PODRÍA EXISTIR? ¿EN QUÉ DIOS PODRÍAMOS CREER?


 

Muchas personas se preguntan, dudando: ¿existe Dios? Muchos más son los que afirman creer que Dios existe. Otros niegan su existencia. Pero pocos entre los que creen, entre los que niegan, y entre los que dudan, tienen una idea clara y distinta sobre qué, o cuál, es el Dios que afirman, o niegan, o dudan. Pues en la historia, en la filosofía, entre los creyentes de las diferentes religiones, y entre los pensadores de las distintas filosofías, se proponen muy diferentes "ideas de Dios".

Antes de afirmar o negar la existencia de Dios, hay que preguntarse a qué, o a quién, se refiere la pregunta.

¿Qué Dios podría existir, y qué Dios no es posible que exista?

¿Un Dios que no se distingue del universo, de la materia, la vida, la conciencia y el espíritu; o un Dios que trasciende todo lo existente, como un ser absoluto y perfecto?

¿Un Dios que es un “primer motor inmóvil”; o un Dios que es energía primordial que genera lo que existe en un proceso creador permanente?

¿Un Dios que está al comienzo de todo, crea el universo y que después de ponerlo en marcha se desentiende de lo que ocurra; o un Dios que crea y sostiene en la existencia cada cosa, providente y vigilante de lo que suceda en el mundo?

¿Un Dios que planifica, diseña y programa; o un Dios que libera energías creadoras y autónomas?

¿Un Dios que es alfa y omega, que está al comienzo y al fin, y que deja las letras para que en la evolución y en la historia se escriban todas las aventuras y desventuras posibles, mediante causas, leyes, y azares intrínsecos de la materia, la vida y la conciencia?; ¿o un Dios que cubre el alfabeto entero, determinando todo lo que sucede?

¿Un Dios impersonal, que es pura energía vital y espiritual; o un Dios personal, individual, que conoce y ama con solicitud a cada cosa y a cada persona, y con el cual es posible establecer una comunicación y relación personal?

¿Un Dios que diseñó el mundo con un plan inteligente que se cumple inexorablemente, determinando los acontecimientos y la historia humana en sus detalles; o un Dios que pone en marcha dinámicas creadoras, libres, azarosas y abiertas a múltiples desarrollos e historias posibles, dejando que el mundo y la historia dependan de nosotros?

¿Un Dios celoso, que domina, vigila, castiga y premia; o un Dios justo y amoroso, que comprende, perdona y salva, llegando incluso a “habitar entre nosotros” encarnado en un ser humano?

¿Un Dios indiferente a lo que nos sucede, y que por lo tanto no es importante para nosotros; o un Dios que escucha y ayuda a quienes lo conocen, lo adoran, lo aman?

¿Todas las anteriores? ¿Ninguna de las anteriores? ¿O qué?

Todas estas preguntas y las correspondientes alternativas de respuestas pueden ser examinadas a la luz de la experiencia y de la razón, y llegarse a conclusiones convincentes. Pero el trabajo intelectual de plantearse las preguntas y de buscar las respuestas, no se puede obviar.

Además, la interrogante sobre Dios es importante para responder la pregunta sobre lo que somos los hombres. En efecto, lo que pensemos sobre el hombre y sus potencialidades y limitaciones depende esencialmente de lo que creamos sobre Dios.

Quien no cree que Dios existe, difícilmente pensará que el hombre tiene un alma espiritual; y si no tiene un alma, su conciencia y su libertad quedan en entredicho. Pues el ateísmo se asocia directamente a la creencia en que todo lo que existe está constituido de materia y energía material, sujeto a dinámicas de causalidad (leyes físicas) y de casualidad (azar) . Si se es consecuente con esta creencia, se restringe también el significado y el alcance que pueden atribuirse a la conciencia, al conocimiento y a la libertad.

Pero la concepción sobre el hombre no depende solamente de creer o no creer en Dios, sino también esencialmente de cuál sea la idea de Dios que se tenga.

Para comprender lo que somos, lo que podemos y lo que debemos hacer, es muy distinto pensar en un Dios que planifica, diseña y programa con pleno conocimiento y detalle el Universo y todo lo que existe, que pensar en un Dios que libera energías creativas y autónomas, dejando la Creación abierta a múltiples desarrollos posibles, imprevisibles e inciertos, con amplias posibilidades para el hombre, la sociedad y la historia

Tiene consecuencias muy diferentes para los seres humanos si se trata de un Dios justiciero, legislador, vigilante y severo, que quiere que los hombres y mujeres sea sumisos y obedientes y los premia y castiga conforme al cumplimiento de sus mandatos; o de un Dios que es Padre misericordioso que valora por sobre todo la libertad de sus hijos y el amor entre los hermanos.

Por eso, me permito exponer brevemente la que considero es la ‘mejor’ idea de Dios que se haya concebido. Y explicar brevemente sobre cuáles bases podemos sostener que sea también la más próxima a la realidad de Dios, si es que Dios existe.

Leemos en la Biblia que “Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza; hombre y mujer los creó”. Esa afirmación no apunta directamente a revelar cómo es Dios, sino a poner de manifieto cuán grande son, y cuánto pueden llegar a ser, el hombre y la mujer.

Según esa idea bíblica, la grandeza del ser humano imagen y semejante a Dios, se manifiesta y descubre observando a los mejores hombres y mujeres: los más creativos, inteligentes, amorosos, bellos, libres, virtuosos, sabios, perfectibles.

A partir de aquella afirmación bíblica podemos colegir también algo sobre cómo es Dios, a quien no podemos conocer directamente. Y, en efecto, por aquello de la semejanza podemos crearnos una imagen e idea de Dios, aunque con el riesgo del antropomorfismo, que habrá de superarse.

Con todo, de la afirmación bíblica se desprende un criterio: la imagen e idea más próxima a la verdad de Dios sólo puede ser la mejor, la más bella, la más racional, la más atrayente, la más sublime que seamos capaces de imaginar y de concebir, a partir de lo mejor que podamos encontrar en los seres humanos, hombres y mujeres, a lo largo de la historia y en todo el mundo.

Será aquella imagen e idea de Dios que nos lleve a amarlo sobre todas las cosas y sobre todas las personas; pues si es inferior a uno mismo, y a la mejor persona, y a lo que más amamos en el mundo, no puede ser una buena, verdadera y hermosa imagen e idea de Dios. Sería un Dios inferior a nosotros mismos y a la Creación. Una imagen e idea de Dios que no nos mueva a adorarlo, es una pobre y necesariamente falsa imagen e idea de Dios.

Ahora bien, ¿cuál, entre las ideas de Dios, es la más bella, la más sublime, la más adorable que haya sido concebida?

Me parece que cumple todos los requisitos aquella que dice “Dios es Amor”. Pues nada existe más amable, más deseable, más adorable, que el Amor, que es anhelo y voluntad de unión entre amante y amado.

Diría que el hombre puede amar por sobre todo otro ser, solamente a un Dios que acepta y desea que se una a él; y que Él mismo desea y ama tan plena e infinitamente unirse al hombre, que se encarna y hace hombre, abriendo de ese modo la posibilidad de que los hombres lo conozcan y lo amen, superando la infinita distancia que inevitablemente existe entre el Creador y su creación.

Sublime idea de Dios y grandiosa idea del hombre, las que ofrece el Cristianismo, que en la persona de Dios hecho hombre, recupera y reconduce a la unidad con Dios, no solamente al ser humano sino a la Creación entera.

Será, pues, sobre esa determinada idea de Dios que habría que formular, o reformular, la interrogante sobre la existencia o inexistencia de Dios. Porque no parece racional creer que Dios, el Perfecto, pueda ser inferior a la mejor idea de Dios que podamos concebir.


 


 

¿POR QUÉ ES DIFÍCIL QUE LAS IDEAS NUEVAS SEAN ACEPTADAS Y SE PROPAGUEN?


 

Los cambios culturales son lentos porque las ideas nuevas se propagan con gran dificultad, aunque ante un análisis y reflexión racional esas ideas nuevas demuestren ser claramente verdaderas y superiores a las ideas socialmente consolidadas. Esto tiene una explicación psicológica muy sencilla.

Toda persona tiende a creer que lo que piensa es verdadero y correcto. Uno piensa de una manera porque cree que las cosas son de esa manera. Uno no puede pensar, o se resiste a creer, que lo que piensa y cree sea falso o erróneo. Por ese motivo, cada uno juzga las ideas de los otros en base a las creencias propias. Si lo que le dicen, lo que escucha, lo que lee, corresponde a lo que ya piensa, o es asimilable a eso, lo acepta, y se siente confirmado en sus ideas. Es normal que cuando uno escucha algo esté pensando “estoy de acuerdo”, o “no estoy de acuerdo”. ¿En base a qué emite esos juicios? Pues, en base a sus ideas previas. Escuchando un discurso o conferencia, le parecerá bien y aplaudirá aquello que él mismo ya piensa, o que lo confirma en sus creencias. Si por el contrario, lo que le dicen es muy diferente a lo que piensa y cree, tenderá espontáneamente a rechazarlo. Un cristiano, un marxista, un liberal, convencidos de la verdad y corrección de sus creencias, aceptarán las ideas que les expongan personas de las mismas convicciones, y tenderán a rechazar las de los otros.

Y como toda idea o concepción nueva es, precisamente porque es nueva, diferente a lo que todas las personas piensan y creen, su aceptación se hace muy difícil, y muy lenta su propagación.

A lo anterior se agregan otros hechos que hacen difícil a las personas cambiar de ideas y creencias. Cuando las ideas y concepciones nuevas conllevan, exigen, o invitan a un cambio de conducta o de vida, se agrega una dificultad adicional y mayor para aceptarla, porque todo cambio de conducta o de modo de vivir implica superar inercias y costumbres generalmente aceptadas, y plantea desafíos y riesgos que las personas deben enfrentar por sí mismas, diferenciándose o incluso separándose de los demás.

Si uno acepta ideas nuevas, debe dar cuenta de ellas ante los demás, corriendo el riesgo de no ser comprendido, o incluso de ser rechazado. Si, por ejemplo, un marxista, un cristiano o un liberal, deja de ser marxista, cristiano o liberal por haber asumido una nueva y distinta concepción de la vida, inevitablemente tenderá a verse excluido, o él mismo tenderá a distanciarse, de los grupos que mantienen esas creencias y convicciones y en los cuales él participaba.

Finalmente, los intelectuales de profesión (me refiero a los sociólogos, economistas, politólogos, periodistas, comunicadores sociales, sacerdotes, etc.), suelen ser los más resistentes a cambiar de ideas, pues en ello se juegan demasiados intereses y ventajas. Esos “profesionales de las ideas”, obtienen sus ingresos, su prestigio, su aceptación social, y su lugar dentro de las instituciones y organizaciones en que participan, en base a las ideas y creencias que aprendieron con no pocos esfuerzos de estudio y dedicación, y que consiguientemente sostienen, apoyan y contribuyen a difundir. Para ellos, cambiar de ideas puede resultarles muy caro. Y como los intelectuales de profesión son particularmente importantes en la difusión social de las ideas y creencias, son ellos los principales reproductores de las creencias y concepciones dadas, en que se formaron.

Y además, las instituciones que controlan los medios de comunicación y de difusión de las ideas, propagan y reproducen las creencias consolidadas, y son reacias a difundir concepciones nuevas. Las instituciones de carácter ideológico, político o religioso, se centran en promover lo que constituye su objetivo propio, cual es difundir esas creencias ideológicas, políticas y religiosas. Aquellas empresas de carácter comercial, se centran en lo que será más fácilmente aceptado por el público, guiándose por el rating, que obviamente no favorece ideas todavía no aceptadas socialmente.

Por todas estas dificultades psicológicas, sociales, profesionales, políticas y económicas que tienen las ideas nuevas para ser aceptadas y propagadas, la humanidad avanza muy lentamente, en lo que a las ideas y creencias sociales, económicas, políticas y religiosas se refiere.

Quienes elaboran ideas y concepciones nuevas, además de asegurarse muy atenta y rigurosamente de que sean verdaderas y de beneficio humano y social, superiores a las ideas y concepciones dadas, deben ser muy persistentes, creativos, autónomos y solidarios en el trabajo de su exposición, difusión y propagación, el que debe realizarse en diferentes niveles de dificultad y complejidad, y para ser comprendidas por públicos diversos.


 


 

¿POR QUÉ CUESTA RECONOCER QUE LA CRISIS DE LA ECONOMÍA, DEL ESTADO Y DE LA CULTURA FORMAN PARTE DE UNA CRISIS DE CIVILIZACIÓN?


 

Los economistas clásicos, neoclásicos y keynesianos asocian la idea de ‘crisis’ económica a la de recesión, que implica una disminución de la producción, del empleo, del consumo y de la inversión. Los economistas marxistas asocian la idea de crisis a la baja tendencial de la tasa de ganancia del capital. Pero el hecho es que, más allá de ciclos previsibles y de fenómenos circunstanciales, la producción, el empleo, el consumo, la inversión y la tasa de ganancia del capital, vienen creciendo desde hace décadas y siglos, y todo indica que continuarán creciendo en los próximos años.

Algo parecido ocurre respecto a la crisis del Estado, que podría suponerse que ocurriría si el Estado estuviera disminuyendo sus funciones, su poder, la fuerza de sus instituciones, su tamaño en proporción a la sociedad, mientras que en realidad lo que sucede es que, desde hace décadas y aún actualmente, el Estado ha venido creciendo, incrementando sus funciones, su tamaño, su capacidad de cobrar impuestos y su poder de imponerse a los ciudadanos.

Y en cuanto a la cultura, ¿cómo asumir que está en crisis, cuando aumenta la escolaridad en todos los niveles, incluso universitario y de posgrados; cuando cada vez hay más información disponible para todos; cuando se multiplican los libros, los espectáculos y las actividades culturales y recreativas y sus correspondientes públicos?

La dificultad deriva de aquél concepto que asocia lo positivo al crecimiento, sin atender a lo principal, que es el cumplimiento de los fines y la funcionalidad de los sistemas. La verdad es que hay crecimientos negativos, crecimientos perniciosos, crecimientos que matan. Para entenderlo basta recordar que en el cuerpo humano, muchísimas enfermedades son el resultado del crecimiento de órganos, de células, de niveles de diversos parámetros vitales, que dificultan o impiden el buen funcionamiento del organismo. Eso es lo que ocurre con la economía, el Estado y la cultura. Veámoslo, comenzando por el Estado.

El crecimiento constante del Estado, a partir de cierto punto, no hace más que obstaculizar los fines y las funciones principales que debe cumplir, que son: garantizar el orden social, dar a la sociedad una orientación coherente en función del bien común, realizar los cambios progresivos que la sociedad necesita. Ocurre, sin embargo, que un Estado cada vez más grande, con más funcionarios civiles y policiales, con mayor burocracia, con más controles y regulaciones, con un presupuesto que crece cada año, con leyes que constantemente le van expandiendo sus funciones y atribuciones, no hacen que nuestras sociedades sean más ordenadas y seguras, que disminuya la delincuencia, que las actividades individuales y grupales se orienten al bien común, que los cambios sean más fáciles de realizar. La verdad es que un Estado abocado a crecer, dificulta el adecuado cumplimiento de cada cada uno de esos fines y funciones.

En la cultura sucede algo similar. El crecimiento de la escolaridad y de los estudios profesionales; la multiplicación de los conocimientos, de las informaciones y de las comunicaciones que se difunden y que reciben las personas; la creciente cantidad de espectáculos, de publicaciones, de videos y mensajes a que se puede acceder, no están logrando que se cumplan bien los fines principales que tiene la cultura, que son: dar sentido a la vida, orientarnos en la complejidad de los procesos, tomar buenas decisiones, acercarnos a la verdad, a la belleza y al bien. En efecto, la cultura contemporánea no nos ayuda a encontrar el sentido de la vida y de las cosas, nos genera desorientación y confusión, nos hace inseguros en las decisiones que tomamos, y nos lleva incluso a dudar de la existencia de la verdad, del bien y de la belleza.

Y finalmente en la economía: más automóviles que congestionan las calles no favorecen el desplazamiento en las ciudades, donde cada vez más edificios, viviendas e infraestructuras no resuelven las dificultades del vivir urbano. Más consumo no nos hace más satisfechos. Más industrias y producción de bienes y de servicios no nos están llevando hacia un mayor bienestar social. Más alarmas y sistemas de seguridad no disminuyen los robos. Contar con más dinero no nos torna más ahorrativos y previsores. En síntesis, se está dando un tipo de crecimiento de la economía que no está generando más fácil satisfacción de las necesidades, mejor realización de nuestras aspiraciones, y vivir más felices.

La conclusión es que, el crecimiento de la economía, del Estado y de la cultura, que durante varios siglos sirvió al desarrollo humano y social, está dejando de hacerlo. La gran civilización moderna, que llevó a la humanidad hasta los actuales niveles de vida, ya no da para más, y está en crisis. Su crecimiento, el tipo de crecimiento de la economía, del Estado y de la cultura que postula y realiza, están llegando a su término, generando una crisis orgánica – crisis de la vida – en que se manifiesta la progresiva desorganización y pérdida de funcionalidad de la economía, la política y la cultura.

En síntesis, la crisis de nuestra civilización moderna significa que continuar haciendo más de lo mismo que estamos haciendo (en la economía, en la política y en la cultura), en vez de servirnos para vivir mejor y ampliar nuestras posibilidades de desarrollo humano, nos lo obstaculiza y vuelve cada vez más difícil.


 


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