ACTITUD METODOLÓGICA I - Sobre el criticar.

Prestar especial atención a los aspectos positivos de las personas, comunidades y organizaciones; a las iniciativas que crean lo nuevo; a las obras y realizaciones portadoras de valores positivos; a las ideas que indican formas y contenidos emergentes. Desconfiar de las opiniones desesperanzadoras e hipercríticas, que desmovilizan y paralizan.

 

El análisis crítico de las realidades, estructuras, sistemas y procesos que se encuentran en crisis y que se quiere transformar o superar, es un momento necesario del proceso de transformación y creación de las nuevas realidades, estructuras y sistemas que se busca construir. Sin la conciencia de las crisis, y de las injusticias, contradicciones y deficiencias de lo existente, no hay motivaciones ni razones para emprender los cambios.

Pero una vez que se ha efectuado la crítica y tomado conciencia de la necesidad de transitar hacia nuevas realidades, es necesario pasar a la actividad constructora de lo nuevo, emprender la obra transformadora y creativa.

Es aquí, en esta fase de creación y construcción, que se requiere una nueva actitud metodológica: es preciso ahora enfocarse en el descubrimiento y elaboración de las ideas nuevas, de las iniciativas, organizaciones y obras que puedan ser portadoras, aunque sea de modo incipiente o como en embrión, de las nuevas realidades, estructuras y procesos que vengan a suplantar a las viejas que han de dejarse en el pasado.

Y sobre esas ideas, iniciativas y organizaciones emergentes, es inútil y contraproducente que se continúe desplegando el mismo espíritu crítico que ha sido necesario para desprenderse de lo injusto, nocivo y contradictorio que se quiere transformar y dejar atrás. Es ahora el momento de prestar atención especial a los aspectos positivos de las personas, comunidades y organizaciones; a las iniciativas que crean lo nuevo, a las obras y realizaciones que parezcan portadoras de valores positivos, por pequeñas que sean; a las ideas que indican y prefiguran las formas y contenidos emergentes. Y en este contexto, convendrá desconfiar de las opiniones desesperanzadoras e hipercríticas, que desmovilizan y paralizan.

Tengo vivo el recuerdo de la visita a una Cooperativa de trabajadores, que realicé con los alumnos de un curso universitario sobre Economía Solidaria, hace ya más de 20 años. Les mostraba y mostraban los organizadores de la cooperativa, las formas de participación, de organización del trabajo, de distribución de las utilidades. Un grupo de alumnos, con una visión ideológica de izquierda muy radical, se dedicó durante toda la visita, y también en la clase posterior en que la analizamos, a cuestionarlo todo, enfocando los aspectos negativos que pudieron observar, y otros que imaginaban o sospechaban. Pensaban que el capitalismo estaba escondido en cada aspecto, que detrás del sistema de gestión había una conducción burocrática, que como tenían éxito y obtenían utilidades seguro que había allí explotación del hombre por el hombre, que no era posible dentro del ‘sistema’ la existencia de una empresa genuinamente solidaria, que las cooperativas son siempre funcionales al capitalismo, que el hecho que hubiera dirigentes era de por sí cuestionable, etc. etc.

Pues bien, con el paso del tiempo he tenido ocasión de comprobar que esos muchachos que entonces parecían tan idealistas y que exigían que las organizaciones fueran perfectas para creer en ellas, se han insertado pasivamente en el sistema, no mantienen sus ideales de juventud, viven hoy acomodados y entregados a hacer dinero y al consumismo.

Me he preguntado muchas veces al escuchar afirmaciones que señalan que las cosas no pueden cambiar porque siempre en la historia humana ‘ha sido igual’, o que está en la naturaleza o el ADN del ser humano el individualismo y el egoísmo, si detrás de esas afirmaciones no está sino la justificación de una manera de vivir acomodada, y una disposición personal a no cambiar y a no comprometerse existencialmente con la creación de algo nuevo y mejor. Porque, claro, si ‘siempre ha sido igual’, si ‘el ser humano es así’, pues, ¿para qué voy a luchar, cómo puedo esperar que el mundo cambie, si no está en nuestras manos alterar la naturaleza misma del hombre y de la sociedad y la historia?

He comprobado también que demasiado a menudo, fundamentando esas posturas negativas y desmovilizadoras, se formulan dos tipos de discursos híper-contrarios al sistema y que dan la impresión de ser enfáticamente comprometidos. Uno es aquél que afirma que ‘el cambio debe ser total, completo, ‘sistémico’, y que abarque a toda la sociedad y a todos los individuos’, para que tenga valor y sentido, porque todo cambio menor termina siendo absorbido y carece de importancia social e histórica. Obviamente, con esta idea se pueden criticar y descartar todas las iniciativas, todos los procesos, todas las organizaciones, puesto que ninguna de ellas puede lograr un cambio global y definitivo.

El otro discurso aparentemente comprometido pero que esconde también la desesperanza y el autoengaño, es el que afirma que el cambio sólo es posible como resultado de una transformación espiritual profunda a nivel personal, que dé lugar a un ‘hombre nuevo’. Pues bien, muchos que afirman esto se apresuran a decir que ellos mismos no lo han realizado tal cambio profundo (para no contradecir lo que afirman en seguida), pues suelen agregar a lo anterior todo tipo de críticas a las personas, comunidades y grupos que se plantean la búsqueda del desarrollo espiritual, mostrando que las religiones sólo esconden corrupción, y que los ‘gurús’ espirituales no son más que individuos individualistas, falsos líderes o falsos profetas que buscan seguidores, etc. En fin, posturas hipercríticas y desesperanzadoras que desmovilizan y paralizan, o que pueden conducir a un ensimismamiento personal inconducente.

Nada de lo anterior implica negar la importancia del pensamiento crítico, y de la crítica justa y acertada que debe hacerse a todo lo que merezca ser perfeccionado, o cambiado, o removido de la realidad social y de las propias iniciativas y obras. La crítica es necesaria, y sin ella se permanece en el conformismo y en la pasividad. Tampoco se trata de morigerar la crítica ni de buscar un equilibrio entre la crítica y la aceptación de lo existente. La crítica ha de ser profunda, verdadera, penetrante. Pero es indispensable, una vez realizada la crítica, trascenderla mediante la propuesta de aquello que perfeccione, o transforme o reemplace la realidad negativa criticada, y que lo nuevo que se propone sea clara y decididamente mejor o superior a la idea o realidad criticada.

Y en esto de encontrar las soluciones y caminos nuevos, es de la mayor importancia prestar cuidadosa, atenta y amorosa valoración de las iniciativas emergentes, de lo que nace desde los márgenes y que es todavía pequeño y frágil, pero en lo cual pueden vislumbrarse en pequeña escala, las respuestas portadoras del futuro deseado que se comienza a construir o que empieza a brotar.

Nada se obtiene si, luego de haber criticado -por ejemplo- un sistema educacional que genera dependencia, pasividad e individualismo, no elaboramos y construimos un sistema educativo nuevo que desarrolle la autonomía, la creatividad y la solidaridad. Y en los esfuerzos que se estén haciendo en orden a crear esa nueva educación, que no es en absoluto algo fácil y descontado, y que en sus inicios es todavía experimental y en proceso de aprendizaje, no sirve mantener y aplicar el mismo espíritu crítico previamente aplicado al ‘sistema’ dominante, porque aplicada la crítica a lo nuevo que nace, se torna destructiva e inhibidora de las búsquedas e iniciativas que, aún con sus propios defectos y limitaciones, se encaminan en la dirección necesaria, y requieren ser cuidadas, protegidas, fomentadas, amadas y sentidas como propias. Ya no es momento de enfatizar la crítica sino de esforzarse en el aprendizaje, que pudiendo incluir también la auto-crítica, es otra cosa: requiere un espíritu nuevo, estimulante, esperanzador, constructivo.