Capítulo 3. EL BUEN CONSUMO

La Teoría Económica Comprensiva enseña que el consumo es la satisfacción y realización de nuestras necesidades, deseos, aspiraciones y proyectos, mediante la utilización de los bienes, servicios y medios económicos. El sentido último del consumo es nuestra más plena realización como personas, o dicho de otro modo, cumplir la tendencia natural que tenemos los seres humanos a ‘ser más’; más y mejor que lo que hemos llegado a ser en un momento de nuestras vidas. Ser más, que no se reduce a ‘tener más’, sino que implica también desarrollar nuestras capacidades de hacer y trabajar, de saber y crear, de decidir y organizar, de creer y ser confiables, de amar y servir a los demás; como vimos en las aplicaciones sobre ser trabajadores-empresarios y ser consumidores-inversores.

Así entendido el consumo, es una actividad noble, o mejor dicho, un conjunto de actividades integradas en un proceso de alto valor y significado humano. A condición, por supuesto, de que lo realicemos conscientemente, comprendiendo su verdadero y profundo sentido, y orientándolo de modo coherente y consecuente, como un medio que sirve a un fin tan elevado como es nuestra realización más plena como seres humanos. Eso es lo que podemos llamar ‘el buen consumo’.

Lamentablemente la mayor parte de las personas no se guían actualmente en su consumo por la aspiración a realizarse como personas, sino que son guiados por la publicidad y el mercado, que les indican cada día y a toda hora lo que deben comprar y consumir, ofreciéndoles una falsa felicidad.

La Teoría Económica Comprensiva nos ofrece unas pautas, unos criterios orientadores que nos ayudan a salir de las trampas de la publicidad y el comercio, y que nos ilustran cómo avanzar hacia ese ‘buen consumo’ que nos puede hacer más grandes y mejores personas.

El punto de partida del conocimiento necesario para ello no lo establece la economía, porque la economía es solamente un medio, sino la comprensión de lo que somos y de cómo nos desarrollamos los seres humanos, que es lo que enseñan – o debieran enseñar - la filosofía, la antropología y la psicología.

Pero aquí podemos sólo sintetizarlo, indicando que los seres humanos tenemos cuatro principales dimensiones en las que podemos, necesitamos, deseamos y aspiramos desarrollarnos.

Una dimensión individual, como personas únicas y singulares que somos cada uno, con nuestras propias cualidades y defectos, potencialidades y limitaciones, tendencias y vocación.

Una dimensión social, como seres que no podemos vivir en soledad y que nos necesitamos unos a otros, que compartimos y convivimos, que formamos familias, grupos, comunidades y sociedad.

Una dimensión corporal, que requiere atención y cuidado en múltiples aspectos: alimentación, salud, sexualidad, movimiento, destrezas, energías musculares y nerviosas, embellecimiento, placer, etc.

Y una dimensión espiritual, donde aparecen las necesidades, deseos y aspiraciones de conocimiento, de cultura, de apreciación de la belleza, de moralidad, de valores y virtudes, de religiosidad, de trascendencia y de mística, etc.

Estas cuatro dimensiones de la vida humana, requieren ser atendidas mediante el consumo, pues en todas ellas es necesario emplear bienes, servicios y medios económicos.

Ahora bien, se presentan, respecto al consumo, dos cuestiones principales que resolver y sobre las cuáles tenemos que decidir. La primera es: ¿qué bienes, servicios y medios podemos emplear en función de esas cuatro dimensiones? La segunda es: ¿cómo los debemos utilizar para que nuestro consumo sea más eficaz, más realizador? Son dos cuestiones que se integran en una sóla manera de realizar aquello que hemos llamado ‘el buen consumo’.

En la Teoría Económica Comprensiva identificamos un conjunto de ‘cualidades’ del que llamamos ‘consumo perfecto’, que sería una suerte de ideal que nos guía en nuestro consumo práctico, y que en la medida en que nos aproximamos a él, vamos aprendiendo a consumir bien, a hacer del ‘buen consumo’ un mejoramiento constante, hasta que se nos convierte en costumbre y en virtud adquirida.

Una primera cualidad del buen consumo es la moderación. Moderación no significa privarse de bienes y servicios. Moderación significa que se emplean los bienes y servicios en las cantidades justas para satisfacer la necesidad o cumplir el fin que se quiere. Un exceso de bienes y servicios, un empleo inmoderado de bienes y servicios, puede generar una insatisfacción de la necesidad tan fuerte como una escasez o una carencia de bienes y servicios. Si nosotros comemos inmoderadamente, nuestras necesidades de nutrición van a estar peor satisfechas que si comemos en forma moderada; pero si nos alimentamos menos de lo necesario tampoco nos vamos a nutrir adecuadamente.

Una segunda cualidad del buen consumo es la correspondencia. Entendemos por correspondencia que se empleen aquellos bienes y servicios con los cuales las necesidades puedan satisfacerse del mejor modo. Esto, porque una misma necesidad puede ser satisfecha a través de distintos bienes y servicios. Por ejemplo, la necesidad de entretenerse puede ser satisfecha a través de un juego grupal, de una fiesta, de una lectura o de escuchar música, de ver una película o de pegarse a una pantalla de televisión durante horas. Así una misma necesidad tiene múltiples posibilidades en cuanto a los bienes y servicios que se utilicen. El buen consumo busca que la persona, guiada por el fin que desea alcanzar, seleccione aquel bien o servicio que mejor corresponda para la satisfacción de esa necesidad y para cumplir ese propósito. Esta cualidad implica no dejarse guiar por la publicidad o el mercado que te dicen cómo debes satisfacer tus necesidades y deseos mediante los bienes que ellos te proveen, sino que uno mismo debe determinar qué es lo que mejor corresponde a la realización de sí mismo. Porque uno puede tener, por ejemplo, una necesidad de lectura de cierto grado, que no se va a satisfacer mediante el empleo de productos de un nivel de calidad inferior, y tampoco de un nivel de calidad tan alto que no sea comprensible para el sujeto que lee. Hay que buscar la correspondencia, y eso es algo que sólo puede hacer la persona misma.

Otra cualidad importante del buen consumo es la persistencia. Se trata de que las necesidades, aspiraciones y deseos, a medida que las vamos satisfaciendo y realizando, esos logros y esos resultados perduren. Así la necesidad no vuelve a plantearse como insatisfecha y necesitante de nuevos bienes y servicios con excesiva frecuencia. Si uno satisface una necesidad con la calidad suficiente, la satisfacción persiste y dura, antes de que la necesidad vuelva a presentarse, y cuando vuelva a presentarse la necesidad, idealmente no lo hace en el mismo estado en que se presentó la primera vez, sino también con alguna novedad, en algún grado superior, con algún avance en el sentido del potenciamiento de esa misma necesidad. Esa es la cualidad de la persistencia. Persistencia que depende mucho de qué bienes y servicios se emplean para satisfacerla, y cómo se emplean esos bienes y servicios. Si uno se alimenta con buena comida, la mastica bien, se nutre adecuadamente, no necesita comer cada hora, sino que le basta alimentarse tres veces al día. Si uno lee un buen libro, ve una buena película y la ve de una cierta forma, no necesita al día siguiente leer otro libro o ver otra película, puesto que todavía está procesando lo que leyó y vio el día anterior, y ese procesamiento y ese enriquecimiento perdura, se prolonga en el tiempo, porque el sujeto sigue actuando con ella, sigue interactuando con ese libro, sigue recibiendo satisfacción de ese producto.

Una cuarta cualidad del buen consumo es el equilibrio, que alude al hecho que somos sujetos que tenemos múltiples necesidades en cada una de las cuatro dimensiones del desarrollo humano. El equilibrio está dado por una cierta armonía, en el sentido de no poner toda la acción, toda la actividad y toda la expectativa en una sola necesidad, sino en atenderlas armónicamente. El equilibrio implica predisponer la actividad de consumo, o sea el tiempo y los recursos que se destinan a las distintas actividades con que se satisfacen o se desarrollan las necesidades, sin abandonar ninguna de las cuatros dimensiones importantes de la experiencia humana, que nos proporcionan calidad de vida.

Otra importante cualidad del buen consumo, muy cercana a la anterior pero que agrega un cierto componente adicional, es la integralidad. No solamente equilibrio entre las distintas necesidades, sino búsqueda de un desarrollo humano integral, búsqueda de una experiencia compleja, rica, diversificada. Lo cual implica también, no satisfacer las necesidades siempre de manera individual, porque individualmente tendremos siempre tendencia a retroalimentar ciertas direcciones y descuidar otras, y a dejar abandonados ciertos ámbitos de la experiencia humana. La integralidad se asocia a la participación, al satisfacer las necesidades grupalmente, al convivir y al compartir, a ser parte de comunidades, de familias, de grupos, etc., sin las cuales la integralidad no se verifica.

La sexta cualidad importante del buen consumo la podemos identificar como jerarquización. La jerarquización tiene que ver con opciones que hacen los individuos, con opciones que hacen los grupos, con opciones que hacen las sociedades que, en función del estado en que se encuentran y de los proyectos que tienen, optan por privilegiar las satisfacción de algunas necesidades y dejar otras necesidades en espera del momento más adecuado, o de otra disponibilidad de recursos, etc. Jerarquización significa poner el proceso de satisfacción de necesidades bajo control del sujeto. Ser gestor del propio desarrollo. Eso significa jerarquización: hacer opciones, planificar el propio proceso de consumo. Hay necesidades básicas que al no ser satisfechas dejamos de existir, por lo tanto hay que prestarles atención prioritaria. Y hay otras necesidades que son fundamentales, que son importantes no por su grado de exigencia al individuo, sino por el valor que ellas tienen, como son las necesidades culturales y espirituales. Entonces también, desde ese punto de vista, las podemos jerarquizar, y podemos darles mayor proporción de nuestro tiempo y actividad, a desplegar las acciones y utilizar los bienes que nos ayuden a cumplir esas aspiraciones de carácter superior.

Una séptima cualidad del buen consumo la llamamos potenciación. La potenciación significa que el proceso de satisfacción de necesidades, deseos, aspiraciones y proyectos las eleve, las energice. Si las necesidades, aspiraciones y proyectos son energías, fuerzas activas; si las necesidades son motivaciones que nos impulsan a la realización de obras, al cumplimiento de procesos, a actividades creativas, entonces hay procesos de consumo que van sinérgicamente potenciando esas necesidades, aspiraciones y proyectos. Si nosotros satisfacemos nuestras necesidades de cultura siempre en un nivel básico, si leemos siempre el mismo tipo de libros, si escuchamos siempre el mismo tipo de música, no vamos perfeccionando nuestra capacidad de apreciar las obras de arte, la literatura. Entonces nuestra necesidad, aspiración o proyecto se estanca. La potenciación significa buscar que el proceso de consumo convierta las necesidades, las haga cada vez más humanas, cada vez más espirituales, cada vez más impulsoras de iniciativas creativas.

En síntesis, lo esencial del consumo es lo que le ocurre a la persona al consumir. Lo importante es cómo se va desarrollando la experiencia humana, cómo se va generando una mejor calidad de vida. La calidad de vida no va a depender tanto de la provisión de bienes y servicios por la economía, sino que va a depender principalmente de las decisiones y acciones de nosotros mismos, que empleamos de una u otra forma los bienes y servicios y medios a los cuales podemos recurrir para satisfacer esas necesidades o realizar esas aspiraciones y proyectos.

La superación del consumismo no significa restringir las necesidades. Las necesidades, aspiraciones, deseos y proyectos humanos pueden y deben continuar multiplicándose, expandiéndose, perfeccionándose y satisfaciéndose mejor a través de los bienes, servicios y medios económicos que producimos. Pero la producción y el consumo puestos al servicio del desarrollo humano sustentable, no las personas al servicio del consumo y de la producción.

En la economía solidaria, y en la nueva civilización, recuperamos la nobleza del consumo. Consumimos con la dignidad que corresponde a una actividad densa de significado humano: corporal y espiritual, personal y comunitario. Dejamos ese consumismo acelerado y ávido de la modernidad, en que el consumo consiste en llenar los vacíos del cuerpo, de la sensibilidad y del espíritu con cosas que hay que ingerir en grandes cantidades y rápidamente. En la antigua civilización china, el consumo de una taza de té se acompañaba de un ritual que le proporcionada una plenitud especial. Actualmente se consume sin siquiera agradecer los dones de la naturaleza y el trabajo de quienes producen los bienes y servicios.

Antoine de Saint-Exúpéry, el autor de El Principito, en Ciudadela, que es una de sus obras cumbres, hace 70 años dejó escrito: “Prohíbo a los mercaderes alabar demasiado sus mercaderías. Porque se convierten pronto en pedagogos y te enseñan como fin lo que por esencia es un medio, y al engañarte así acerca del camino que seguir te degradan; porque si su música es vulgar te fabrican, para vendértela, un alma vulgar. Así pues, está bien que los objetos sean fundados para servir a los hombres; sería monstruoso que los hombres fueran fundados para servir de caja de residuos a los objetos.”

Luis Razeto

 

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