ACTITUD METODOLÓGICA VIII Sobre el conocer

Buscar el conocimiento, ampliarlo y profundizarlo permanentemente, sabiendo que es inagotable y que siempre podemos avanzar en el camino del saber. La meta es la sabiduría; el punto de partida es la observación.  Mirar la realidad, escuchar a los demás, aprender lo que otros han conocido y expuesto, es el primer paso para acceder al conocimiento.  Pero no es suficiente para la comprensión de la realidad y de nuestro ser en ella. Del aprendizaje entendido como recepción o apropiación de datos y hechos, de informaciones, ideas y elaboraciones dadas, es preciso pasar a la reflexión personal, en un esfuerzo orientado a comprender lo asimilado en su relativa validez, coherencia y racionalidad. Y es necesario todavía dar un tercer paso - la meditación -, en que la conciencia vuelve a mirar la realidad tratando de ir más allá de las representaciones empíricas y racionales, para acceder al mundo de los valores, de la belleza, de la verdad y del bien presentes en ella, y que podemos desarrollar creativamente.
 

El conocimiento de la realidad y de nosotros mismos es lo que nos orienta en la vida, nos guía en la acción, nos proporciona el sentido de la existencia, nos hace crecer interiormente y nos permite alcanzar los fines que buscamos. Por ello es necesario adquirir y perfeccionar una actitud metodológica adecuada respecto al aprendizaje y la elaboración del conocimiento.

La primera aproximación al conocimiento - mirar, escuchar, aprender –, ha de ser algo más profundo y rico de lo que suele hacerse en las organizaciones sociales, o de lo que se pide normalmente en los estudios universitarios, e incluso de lo que hacen muchos intelectuales de profesión. La observación de la realidad que se requiere es un conocer activo, que no ocurre sin una actitud intelectual atenta y despierta, con la conciencia abierta al descubrimiento de lo desconocido, de lo viejo que decae y de lo nuevo que quiere aparecer. Es necesario desarrollar la capacidad de asombrarse de que las cosas sean como son y de que los hechos ocurran en la forma en que lo hacen.

De este modo la observación y el aprendizaje se constituyen como una verdadera ‘filología viviente’, que indaga activamente, extendiéndose para abarcar la mayor parte de realidad, y penetrando más allá de lo aparente para descubrir aquello que a primera vista permanece oculto.

Ahora bien, nada de lo que sucede es así no más, todo tiene una explicación, un sentido, unas relaciones que lo vinculan al mundo circundante e incluso al universo entero. Toda realidad que observamos, todo mensaje que oímos, todo significado que apreciamos, constituye un llamado que nos llega desde otras personas y desde un mundo en permanente cambio, y contiene una invitación a hacer algo que sirva a los demás y a nosotros mismos. Todo eso debemos tratar de verlo cuando miramos, escucharlo cuando oímos, sentirlo con la conciencia y seguirlo con la voluntad; pero no se logra sin reflexión y meditación.

Si nos acercamos a las cosas y a las personas, a los cambios y a los procesos, con prejuicios, con ideas preconcebidas, con concepciones ajenas, nuestra visión del mundo y de nosotros mismos se distorsiona. Los prejuicios están arraigados en nuestra mente, por lo que desprenderse de ellos no es tan simple como puede creerse. Se requiere un proceso de reflexión personal sobre todo lo aprendido y asimilado, e incluso un proceso de purificación de la conciencia, de desarrollo espiritual, que implica la mitigación de los intereses individuales y la superación del egoísmo y la mezquindad. Ello se cumple progresivamente en las dos fases siguientes del conocimiento, la reflexión y la meditación.

La segunda fase o actividad necesaria para alcanzar el conocimiento es la reflexión personal sobre lo aprendido. Pues por muy amplia, profunda y rica que sea la observación de la realidad y el aprendizaje de las ideas y conocimientos que recibamos de otras personas, no tendremos todavía entendimiento y comprensión de la realidad sin el trabajo interior de nuestra mente que analiza, relaciona, sintetiza, elabora y formula conceptualmente los datos e informaciones recibidas desde el exterior. En tal reflexión vamos discerniendo lo importante de lo secundario, lo profundo de lo superficial, y continuamos prestando especial atención al reconocimiento de lo nuevo y diverso que está siempre surgiendo en la realidad. Porque nos interesa especialmente el futuro, que es donde habremos de ocupar nuestro conocimiento.

Mediante la observación y el aprendizaje introducimos en nuestra conciencia la realidad externa en su multiplicidad y diversidad. Mientras más amplio y más profundo el aprendizaje, más realidad tendremos a disposición en nuestra conciencia, para trabajar con ella y elaborar el conocimiento: las ideas y conceptos, las hipótesis y teorías, las ciencias y la filosofía. La elaboración racional y la comprensión de todo lo observado y aprendido, es lo que se realiza y cumple en la fase reflexiva, que ordena, articula, integra, armoniza los elementos dispersos asimilados mediante la observación y el aprendizaje. Sólo mediante la reflexión que elabora y construye ideas y significados nos acercamos a comprender la realidad.

Si mediante la observación y el aprendizaje introducimos partes crecientes del universo exterior en nuestra conciencia, mediante la reflexión que teoriza y comprende lo aprendido introducimos nuestro intelecto y nuestra conciencia en el universo. En la actividad de reflexión nos universalizamos interiormente, se expande y universaliza nuestra conciencia, ello en proporción a la amplitud y profundidad de la realidad asimilado en la fase anterior y conforme a la amplitud y profundidad de la reflexión que relaciona e integra lo aprendido. Cuando la reflexión relaciona, armoniza e integra en el interior de nuestra conciencia  los elementos dispersos que la observación y el aprendizaje pusieron desordenadamente en ella, nos vamos haciendo, cada vez más, conciencias y mentes universales.

Mediante la reflexión personal ya no son sólo datos, informaciones, elementos y objetos de la realidad multiforme los que están presentes en nuestra conciencia, sino que adquirimos el conocimiento de sus procesos, estructuras y dinámicas de transformación. Dicho sintéticamente, mediante la reflexión alcanzamos y nos apropiamos de las racionalidades inherentes de la realidad.

Y llega así el momento de la meditación, que nos hace trascender el conocimiento puramente empírico y racional de lo existente, y que nos proyecta hacia el campo de los valores, del sentido y de la creatividad. Porque la observación de la realidad externa y la reflexión que la racionaliza en nuestra mente, nos proporcionan sólo ‘representaciones’ de la realidad, que nos permiten orientarnos en ella en función de objetivos e intereses que queramos realizar. El conocimiento que ‘representa’ la realidad es un conocimiento instrumental. Pero no se encuentran allí los límites del conocimiento humano ni de lo que podemos llegar a ser. Pues la realidad verdadera está más allá de nuestras representaciones formales de ella. A esa realidad verdadera nos conduce la meditación.  

La meditación, tercera fase del proceso cognitivo, nos mantiene en el mundo previamente observado y reflexionado, pero haciéndonos acceder a una dimensión nueva del mismo, donde aparecen los valores, la verdad, la belleza, el bien, o sea todo un mundo nuevo, superior a nosotros mismos, que nos atrae, que nos envuelve y que nos transporta más allá de las realidades representadas empírica y racionalmente. Instalados por la meditación en ese mundo especial, nos constituimos como sujetos éticos, creadores de valores, de sentidos, de belleza, de verdades, que podemos objetivar en diferentes tipos de obras poéticas, artísticas, científicas, filosóficas, sociales, etc.

La meditación nos hace traspasar la frontera de lo empírico y de lo racional, y nos lleva a descubrir que en todas las cosas y en todas las acciones, procesos y estructuras, hay dimensiones profundas que suelen pasarnos desapercibidas, pero que son las más importantes. Son las dimensiones ética, axiológica, estética, filosófica. Son éstas las dimensiones más reales y verdaderamente humanas del mundo. Cuando habremos logrado instalarnos ahí, volvemos a mirar, escuchar, observar y sentir el mundo, y a reflexionarlo, pero ahora provistos de sentidos profundos que trascienden lo meramente instrumental.

Estas que hemos aquí distinguido como fases o como aproximaciones sucesivas al conocimiento, son en realidad actividades co-presentes, que podemos desplegar simultáneamente una vez que nos hayamos hecho capaces de operar en ellas. Dicho de otro modo, una vez que nos hemos hecho capaces de la reflexión personal, continuaremos observando y aprendiendo, haciéndolo incluso mejor que antes. Y una vez que hayamos accedido al plano de la meditación, la observación, el aprendizaje y la reflexión racional no se dejan atrás sino que se enriquecen y potencian.

El proceso del conocimiento, que nos conduce paulatinamente hacia el significado profundo de la realidad, y que nos conecta y une con el mundo, no se completa ni termina nunca, pues surgen a cada paso nuevas preguntas y nuevos desafíos que nos mueven hacia lo que aún no conocemos. El camino del conocimiento es verdaderamente fascinante.