XXI. Onorio Bustamente, Juan Carlos Osorio y Rigoberto Sandoval

XXI.


Onorio Bustamente, Juan Carlos Osorio y Rigoberto Sandoval fueron informados por el Notario de El Romero, que Ramiro Gajardo les dejó mediante escritura pública, un poder general de administración sobre la Sociedad Anónima Inmobiliaria, Financiera, Industrial y Comercial Hidalguía y Proyectos, dueña de la Colonia Hidalguía y de todas sus propiedades y bienes inmuebles y muebles. A su vez, el fiscal Morgado les informó que Gustavo Cano, ex-administrador de campo de la Colonia, estaba detenido e inculpado como autor material del secuestro de un menor, y que Ramiro Gajardo estaba igualmente detenido e inculpado como autor intelectual y mandante del mismo crimen.

Bustamante, Osorio y Sandoval, sorprendidos, se reunieron a pensar y decidir cómo enfrentar la situación. Ahí tomaron conciencia de que, si bien cada uno de ellos tenía conocimiento y control de su respectiva área de actividad, escasamente sabían sobre los objetivos y los planes de Gajardo, y casi nula información sobre la situación financiera y los aspectos jurídicos de la Colonia. Menos aún conocían lo que era y lo que se realizaba en el misterioso Recinto-9.

La decisión que adoptaron, después de reflexionarlo bastante, fue asumir la responsabilidad que les había impuesto Gajardo. Junto con eso, decidieron encargar informes completos: a Susana Rosende sobre el estado financiero de la Sociedad; a Benito Rosasco sobre la situación jurídica y todos los aspectos legales involucrados en el funcionamiento de la Colonia Hidalguía, y a Rudolf Kurnov sobre los objetivos, los proyectos y las actividades que se realizaban en el Recinto-9. Finalmente decidieron abocarse de inmediato a controlar y organizar las tareas cotidianas de la Colonia, que en su ausencia habían quedado a cargo de suplentes.


 

* * *


 

El temporal de viento y lluvia se desencadenó con violencia después de la alegre celebración que Vanessa y Eliney tuvieron con Antonella, Alejandro y el Toñito en la granja. La nueva pareja se instaló en el departamento de ella en El Romero. Solamente cuatro días después, cuando comenzó a amainar y fue posible desplazarse por las calles, el fiscal Morgado informó a Antonella y a Vanessa todo lo que había sucedido, asegurándoles que Gustavo Cano y Ramiro Gajardo estaban detenidos, que serían juzgados muy pronto, y que con las pruebas que habían acumulado nadie los libraría de unos cuantos años de encierro y de otros años más de restricción de movimientos.

Terminado el temporal las actividades se desarrollaron de modo febril. Antonella se puso a trabajar con la intención de reabrir las clases en la Escuela. Alejandro se reunió con la directiva de la Cooperativa y prepararon con urgencia un conjunto de provisiones para llevar a los amigos de la Reserva de Biósfera que estarían con muchas dificultades sobreviviendo en la montaña.

Antonella y Alejandro se dieron también un tiempo para conversar con Vanessa y Linconao sobre varios asuntos que requerían atención urgente. Ahí decidieron, primero, informar a la Junta de Administración del Consorcio Cooperativo CONFIAR, que el abogado Wilfredo Iturriaga no era digno de la confianza que se había puesto en él. Segundo, que Vanessa tomaría posesión de sus derechos legales sobre la Colonia en base a su participación accionaria, comenzando por pedir formalmente una Auditoria externa sobre las finanzas y la contabilidad de la Sociedad Anónima. El motivo para exigir la Auditoría era la duda razonable de que Ramiro Gajardo se hubiese apropiado de seis millones de Globaldollards que podrían no ser suyos sino de la Sociedad; dinero que se encontraba actualmente en manos de la justicia. Tercero, Linconao y Vanessa se instalarían a vivir un tiempo, mientras lo consideraran conveniente, en el palacete que le habían asignado a Vanessa al interior de la Colonia, a fin de que Linconao pudiese allí ejercer su influencia sobre Bustamante, Osorio y Sandoval que ahora estaban a cargo de administrar la Colonia.


 

* * *


 

Llevo ya un mes aquí encerrado y no ha logrado nada útil para mí, ni siquiera la libertad condicional. Nada de nada, y usted me aseguró que no debía preocuparme – se quejó Ramiro Gajardo ante Romano Cardelino, el abogado que contrató para su defensa.

Olvida, don Ramiro, que usted me aseguró que no había prueba alguna que pudiera incriminarlo – replicó el abogado. – Por supuesto, yo sigo sosteniendo su total inocencia en el secuestro del niño, pero aquí entre nosotros, usted sabe que no es tan así.

Pero, señor, hasta rechazaron dejarme en arresto domiciliario.

Esta vez no ha sido posible. El juez consideró que hay el riesgo de que usted intente salir del país, teniendo en cuenta que fue detenido en el aeropuerto con un maletín con mucho dinero en efectivo.

Tengo entendido que usted sabe convencer a fiscales y jueces. Usted y yo sabemos que todos hombre tiene su precio.

En este caso, don Ramiro, nos topamos con un fiscal inconmovible. Lamentablemente el fiscal Morgado no se deja influir, y además, el padre adoptivo del niño contrató un abogado de Santiago que no es nada incompetente. El asunto no lo veo fácil. A menos que …

¿A menos que?

El juez Rogelio Miranda. Él será quien finalmente decida. Podemos ablandarlo.

Excelente. Adelante, pues.

Hay un problema, señor. El dinero. Se necesitará bastante ...

Éso no es un problema. ¿Habló con Susana Rosende, la Directora de Finanzas de la Colonia?

Tengo pésimas noticias que darle, señor. Susana Rosende fue despedida y ya no trabaja en la Colonia.

¡¿Quéee?!

No es sólo eso, señor. Se le acusa a usted de fraude y apropiación indebida de dineros de la Sociedad Anónima Hidalguía, por un monto total de once millones de Globaldollards hasta el cierre de la contabilidad del año pasado. Ese monto no incluye los seis millones que le requisaron en el aeropuerto. Debido a eso, le han cerrado a usted todas sus cuentas bancarias y tomado recaudo sobre los dineros que hubiese en ellas.

Rosasco, después de asimilar la situación, explicó a Cardelino.

Debo comunicarme lo antes posible con Benito Rosasco, el abogado de la Colonia.

Benito Rosasco fue también despedido, señor. Tanto él como Susana Rosende están acusados de complicidad en el fraude.

¡Maldición! Yo dejé a cargo a tres de mis hombres más fieles …

Señor Gajardo, créame que no he estado inactivo. Hablé con cada uno de ellos, los señores Bustamante, Sandoval y Osorio. Los tres le mandan sus saludos y respetos. Lo que pude saber es que una joven llamada Vanessa Arboleda, que posee el diez por ciento de las Acciones, solicitó una Auditoría externa y ahí se descubrió el dinero que dicen que fue sustraído por usted. Susana Rosende y Benito Rosasco se asustaron y confesaron, declarándose cómplices pasivos para reducir sus penas con el atenuante de colaborar con la justicia. Bustamante, Saldoval y Osorio están preocupados, diría que incluso asustados, y afirman que se limitan a actuar conforme a la ley.

¡Malditos traidores! – rugió Gajardo. –¡Malditos!

Gajardo estaba rojo de rabia. Romano Cardelino lo dejó desahogarse, y cuando le pareció que se serenaba un poco continuó con las malas noticias.

Mire, don Ramiro. Yo y mi bufete de abogados estamos dispuestos a continuar defendiéndolo. Pero comprenderá que esto no lo hacemos por caridad. Ya me debe usted, por los servicios hasta aquí prestados, cuatrocientos mil Globaldollards. Su defensa tanto en lo criminal como en lo civil le costará al menos tres millones. Pero si quiere obtener resultados satisfactorios, para facilitar las cosas con los actuarios y el juez, calculo que serán necesarios unos cuatro millones adicionales. Mi pregunta es simple, don Ramiro. ¿Tiene usted cómo obtener, en el corto plazo, digamos de aquí a dos meses, siete millones y medio de Globaldollards?

Si Gajardo hubiese estado libre y operando en condiciones normales, la cifra la manejaría con facilidad, entre lo que podía extraer de los ingresos de la Colonia, créditos bancarios y aportes provenientes de sus relaciones internacionales. Pero en las condiciones en que se encontraba, las tres fuentes de recursos le estaban cerradas. Siendo inmensamente rico, se encontraba en condiciones de no contar siquiera con dinero para mejorar su alimentación durante el encierro.

Romano Cardelino lo vio abatido. Comprendía perfectamente la situación, y se daba cuenta de que el hombre no tendría siquiera cómo pagarle sus servicios de abogado. Pero había pensado en una solución y se la propuso.

La solución que yo veo, señor, es que ponga en venta una parte de sus Acciones en la Sociedad Anónima Hidalguía, que entiendo que usted controla en gran mayoría.

Gajardo lo pensó un momento y explicó al abogado la situación.

Efectivamente poseo el ochenta y cinco por ciento de las acciones de la sociedad. El problema es que los estatutos establecen restricciones a su venta. Las acciones se pueden heredar, y se pueden vender exclusivamente a quienes sean socios. Es un resguardo que tomé, pensando en un proyecto que debía perdurar no sólo durante mi vida y que sería mi legado a la humanidad.

Lo entiendo, señor. Pero, usted, como socio que posee el ochenta y cinco por ciento de participación, puede modificar los estatutos y abrir la sociedad. Pienso que, en las condiciones en que se encuentra, parece que es su mejor opción.

Gajardo, después de pensarlo un momento asintió.

Sí, tiene usted razón. No me queda otra. Vendiendo sólo un diez o quince por ciento tendría para pagar todo lo que dicen que saqué de la sociedad y los siete millones que se necesitan para mi defensa.

Me parece razonable, en verdad. Es una muy buena opción para usted, que podrá así continuar tranquilamente con su obra.

¿Cómo puede hacerse, estando yo aquí detenido? Entiendo que un cambio de estatutos puede hacerse solamente en una Asamblea general de socios.

No veo problemas. Usted puede mandatar a mi bufete o a mí como su abogado, que en su nombre convoque la Asamblea con el único fin de hacer el cambio de estatutos, en los términos que usted mismo establezca en el contrato con mi bufete. No le cobraremos demasiado por este servicio, porque también nos interesa que usted nos pueda pagar.

Bien, es lo que haremos.

Necesito una copia de los Estatutos de la Sociedad. ¿Dónde puedo obtenerla?

En la Notaría está la Escritura Pública de Constitución de la Sociedad y los Estatutos.

Bien, la estudiaré y le traeré noticias a la brevedad.

Por favor, hágalo luego, porque ya no soporto este encierro. ¡Y quiero hacer las cuentas con todos los que me han traicionado!

Lo haré enseguida, señor. Pero cálmese usted, que la rabia no es buena consejera.


 

* * *


 

Vanessa estaba terminando de vestirse, retocar su maquillaje y perfumarse, cuando recibió un llamado desde un IAI desconocido. Una voz de mujer preguntó:

¿Hablo con la señorita Vanessa Arboleda?

Sí, soy yo. ¿Quien eres tu?

Le hablo desde el Bufete de Abogados Cardelino y Asociados. Soy la secretaria del señor Romano Cardelino.

Abogados, humm, no me gustan los abogados ¿sabes? ¿Qué quieres?

El señor Cardelino quiere pedirle que le conceda una entrevista.

¿A propósito de qué? Ya te dije no quiero saber nada con los abogados.

El señor Cardelino quiere hablar con usted. ¿Puedo ponerla con él para que le explique?

Vanessa asintió. Escuchó la voz grave pero entonada del abogado.

Me presento, señorita Arboleda. Me llamo Romano Cardelino …

¿Eres italiano?

Mis padres, señorita. Soy chileno y también italiano.

Hace años, en Santiago, conocí a un italiano. Era simpático, pero medio mafioso ¿sabes? Pero dime de qué se trata.

Es un asunto que se relaciona con la Sociedad Hidalguía. ¿Sería usted tan amable de venir a mi oficina? Es algo que estoy seguro que a usted le va a interesar.

Mira, si es sobre mis Acciones, te digo altiro que no las vendo. Ya una vez me quisieron engañar...

No, señorita, no se trata de eso. ¿Podría usted venir a nuestra oficina?

Mira, si quieres hablar conmigo tienes que venir tu. Vivo en la Colonia Hidalguía.

Está bien, señorita Arboleda.

No me llames así. Llámame Vanessa.

Gracias, señorita Vanessa. ¿Puede ser hoy mismo? Es urgente …

Está bien. Si vienes esta tarde, como a las cuatro, te recibo.

Al encontrarse con Eliney para almorzar Vanessa le dio la noticia.

Esta tarde viene a verme un italiano, que tiene una voz muy seductora ¿sabes?

¡Qué bien! ¿Por qué me lo dices?

¿No te pones celoso?

No, jefecita. Y me encanta que lo recibas así, tan bonita como estás hoy día.

Lástima que sea un abogado ¡puaghh! Me dijo que quiere hablar conmigo algo que me interesa, sobre la Colonia.

¡Ahá!

Quería que yo vaya a su bufete; pero le dije que viniera acá, porque quiero que estés tu también. ¡Me cargan los abogados! Aunque sean italianos ¿sabes?

Por supuesto, jefa. ¿A qué hora viene?

A las cuatro. Cuando yo trabajaba en Santiago, tu sabes, conocí a un italiano. Era de la mafia, estoy segura.

Pero, jefa, no todos los italianos son mafiosos, ni todos los abogados son tramposos.

Sí, lo sé. Lo digo así por decir. Y por entretenerme un poco contigo. ¿Sabes que eres el hombre menos celoso que he conocido?

Entiendo que pongas celosos a los hombres.

¿A tí no?

No.

Pero ¿me quieres?

Te amo, con el amor más grande que puedas imaginar.

Yo también te amo. Y me encanta que no te pongas celoso.

¿Dónde vas a recibir al abogado?

En nuestra casa ¿te parece?

Como tu digas, jefa. Ahí estaré a las cuatro.

¿Te dijo cómo se llama ese abogado?

La secretaria me dio su nombre. Algo como Tortelini, pero no estoy segura.


 

A las cuatro en punto Eliney entró a la casa. Vanessa estaba preparando café. Cinco minutos después el abogado llamó a la puerta.

Buenas tardes ¿señorita Arboleda?

Hola, si, soy Vanessa. Y él es Eliney.

Me presento. Mi nombre es Romano Cardelino. Soy abogado y vengo a hablar algo muy importante con usted. Señorita Vanessa, me disculpo con usted. Lo que tengo que conversar es privado …

No te preocupes. Eliney es mi amor. Y es mi jefe también, así que se queda. ¿Quieres un café?

Gracias, señorita, con mucho gusto.

Yo lo sirvo – dijo Linconao levantándose.

Vengo en representación de don Ramiro Gajardo, señorita Vanessa.

Supe que lo tienen preso. Bien merecido se lo tiene ¿sabes?

Discúlpeme usted señorita Vanessa – replicó Cardelino. – Todas las personas tienen derecho a ser defendidas y representadas por un abogado. Hasta los más malvados. Y además, mientras no lo declare un juez en base a pruebas seguras, rige la presunción de inocencia. Por lo que, me disculpará usted, para mí el señor Gajardo, que represento, es inocente hasta que se demuestre lo contrario.

Lo que pasa – insistió Vanessa – es que a Gajardo lo conozco bien y no creo que sea inocente. Igual que ese maldito de Gustavo Cano. Pero dime lo que quieres, porque – dudó sobre lo que iba a decir –, ¡porque no quiero saber nada de ese hombre!

La entiendo, señorita Vanessa, la entiendo. Pero sucede que usted y él son socios en esta compañía llamada Colonia Hidalguía.

Vanessa se puso de pié, caminó hacia la puerta, la abrió y con un gesto que invitaba a Cardelino a retirarse, le dijo:

Mis Acciones son mías y no las vendo. Menos que a nadie a ése, así que puedes ir a decírselo.

Eliney se levantó también, se acercó a Vanessa y le dijo al oído:

Tranquila, mi amor. Déjalo que te explique lo que quiere.

¡Es que Gajardo me pone furiosa!

Tómalo con calma, mi amor. Escuchemos qué quiere decirte.

Vanessa y Eliney volvieron a sentarse.

Bueno, ya. Dime lo que quiere ese al que tu representas.

El señor Ramiro Gajardo – comenzó a explicar el abogado – está preso, como usted sabe.

¡Se lo merece!

Está preso, sí, y no quiere comprar Acciones sino, al contrario, decidió poner en venta algunas de las Acciones que él posee en la Sociedad Anónima Hidalguía y Proyectos. Mi Bufete de abogados está encargado de buscar un comprador y de negociar el precio.

Y a mí ¿por qué tendría que interesarme?

No sé. Pensé en venir a hablar con usted, señorita Arboleda, porque los estatutos de la Sociedad establecen que las acciones solamente pueden venderse a otros socios.

Vanessa miró a Eliney. Ella pensaba que en esos asuntos complicados era mejor que él asumiera su papel de jefe. Linconao entendió el mensaje en los ojos de Vanessa. Dijo al abogado:

Es interesante lo que dice, señor. ¿Cuántas son las Acciones que Gajardo quisiera vender?

Mire, señor. Le voy a explicar la situación. El señor Gajardo quisiera poner en venta un paquete grande de acciones. Pero en este momento es posible ofrecerlas solamente a los socios, porque antes de ofrecerlas a otros interesados es necesario realizar un cambio en los Estatutos, y me dio instrucciones de proceder, para lo cual está dispuesto a darme los poderes. El problema es que un cambio en los Estatutos debe hacerse en Asamblea Ordinaria de Socios, y según los mismos Estatutos las Asambleas Ordinarias pueden realizarse solamente durante el mes de Abril de cada año. Por eso, como tiene necesidad ahora de dinero, quiere contactar a los socios por si quisieran comprarle.

¿Cuántas Acciones quisiera vender ahora?

Bueno, todas las que los socios quisieran comprarle.

Dígame si ya les puso un precio – inquiripo Eliney.

Sí – respondió Cardelino. – Debido al apuro en que se encuentra, está dispuesto a pedir solamente dos millones de Globaldollards por cada uno por ciento de las Acciones.

¡Un momentito! – intervino Vanessa, que comenzó a hacer cálculos con los dedos de sus manos. Cuando terminó, poniéndose nuevamente de pié, explotó:

Mira Tortelini o como quiera que te llames. ¡Ya decía yo que Gajardo es un tramposo! A mí quería comprarme el diez por ciento en seis millones. ¡Es un tramposo, que no aprende!

Luego, sentándose al lado de Eliney le dijo al oído, pero de modo que el abogado la escuchara:

Nunca, ¡nunca! le pagaría más de seiscientos mil por el uno por ciento. ¡Es el precio que él le puso a mis acciones! Las mías valen igual que las de él ¿sabes? – En seguida, dirigiéndose al abogado: – Y te lo digo altiro para que se lo digas a él. Ni un peso más, es mi última palabra.

Linconao la miró sorprendido. Cardelino la miró aliviado pensando que era un buen comienzo. No se había hecho muchas ilusiones de que pudiera obtener una respuesta ya en la primera conversación. Sí, era un buen comienzo. Lo demás, era cuestión de negociar, y él era un buen negociador.

Entiendo – les dijo Cardelino al tenderle la mano para despedirse – que puedo decirle a mi representado que usted estaría dispuesta a comprarle acciones de la Sociedad. Su oferta, por el momento, es de seiscientos mil por el uno por ciento. ¿Entendí bien, señorita Vanessa?

No sé si entendiste bien. No es “por el momento”. Yo no voy a negociar con ningún abogado ni con nadie. Si voy a comprar, es al precio que le puso Gajardo a mis acciones, ni un Globaldollard más, ni uno solo. Y no te prometo nada, porque tengo que ver mis cuentas y conversarlo con mi jefe ¿sabes?

Cuando el abogado se fue Eliney le dijo a Vanessa:

No sabía que podías ponerte tan furiosa.

¡Es que no lo soporto al Tortelini ese! “Señorita” p’arriba, “señorita” p’abajo. “señorita” pa’al lado. ¡Me carga! Con esa voz melosa y la manera en que me miraba me di cuenta de que es un tramposo que me quería engañar. ¡Es más tramposo que Iturriaga y que Rosasco, que son harto tramposos.

¿No que era un italiano con una voz muy seductora? – le dijo Eliney riendo.

¡Te odio! Pero ven acá y dame un beso, porque todavía estoy furiosa.


 

* * *


 

Vanessa y Eliney bajaron de la Colonia el día siguiente del encuentro con Cardelino para reunirse con Alejandro y Antonella. Era importante conversar sobre la propuesta de Gajardo y lo que de ella podría derivarse. Linconao, habiendo estado casi un mes viviendo y trabajando en la Colonia había comprendido la importancia de ésta y las potencialidades que una gestión apropiada ofrecía para el desarrollo armónico de todo el territorio de El Romero y para el bienestar de sus habitantes.

Bustamente, Osorio y Sandoval se habían mostrado receptivos a sus ideas y respetaban su liderazgo, pero eran conscientes de que el dueño, del cual ellos dependían en sus cargos, seguía siendo Ramiro Gajardo, que tarde o temprano volvería a tomar la conducción de la Colonia e impondría sus convicciones y maneras de actuar. A pesar de la insistencia de Linconao, ni siquiera se habían atrevido a modificar el sistema de pagos y compra-ventas mediante Fichas, que había establecido el jefe como una forma de generar importantes ganancias y que implicaba una muy injusta explotación y aprovechamiento de los trabajadores.

Por otro lado, que Vanessa mantuviera el diez por ciento de las Acciones de la Sociedad Hidalguía y Proyectos no representaba gran cosa, porque no alcanzaba para tener un asiento en el Directorio de la Sociedad. Si haciendo valer su calidad de socia lograron que se hiciera una Auditoría externa, que fue tan importante, la verdad es que solamente lo consiguieron por el temor que produjo en los tres responsables de administrar la Colonia, el hecho de que Gajardo estuviera detenido y complicado por la acusación de haber participado en un crimen gravísimo. Pero, en realidad, la posesión del diez por ciento de las Acciones, por sí misma, no daba para lograr ni siquiera aquello, si se hubiera estado en condiciones normales. Un puesto en el Directorio haría en cambio una gran diferencia, porque la Ley General de Sociedades Anónimas pone resguardos importantes en defensa de los intereses minoritarios, que podrían hacerse valer internamente.

Eliney Linconao explicó todo esto a Vanessa, Antonella y Alejandro, concluyendo:

Solamente si se alcanzara a tener un veinte por ciento valdría la pena comprar acciones. Menos de eso no significa casi nada. Estudié a fondo los estatutos y, el único beneficio que tienen los socios minoritarios, es una participación porcentual en la distribución de las utilidades que se generen; pero los estatutos establecen que la distribución de utilidades es atribución exclusiva del Directorio, que por la unanimidad de sus miembros puede decidir no hacerlo y reinvertir todos los excedentes que se generen. Esta sería otra ventaja de tener un asiento en el Directorio, pues se puede obligar a que las utilidades sean distribuidas, al menos en un 50 %, en proporción a las acciones que posean los socios.

Antonella preguntó:

¿Cuánto tiene Gajardo?

Ochenta y cinco por ciento.

¿Sabes quiénes tienen el otro cinco por ciento?

Bustamente tiene tres y Onorio dos por ciento. No hay mas socios. Hablé con ellos y no tienen dinero ni ganas de comprar acciones.

Fue Alejandro el que resumió la situación:

La conclusión es, lamentablemente, que no hay nada que hacer. Porque ¿de dónde podemos sacar seis millones de Globaldollards?

Vanessa entonces se levantó, diciendo:

Yo he estado pensando ¿saben? Y pienso que debo comprarle a ese maldito. No sé muy bien cómo, pero no me doy por vencida.

Eliney la miró sin saber qué pensar ni qué decir. Alejandro la miró sorprendido pero pensando que Vanessa era una ilusa. Antonella la miró, esperando que hablara. Ella creía firmemente que, cuando algo debía hacerse, y cuando se tenía realmente la voluntad de lograrse, aparecían los medios necesarios. Vanessa explicó:

Tengo un millón en mi cuenta, que me gané trabajando de modelo, y que no he tocado. Tengo tres parcelas que me dejó Kessler, y que sé que valen seiscientos mil cada una, que es lo que me ofreció Gajardo, aunque después se echó para atrás. Pero valen, y las puedo vender, creo yo. Y tengo un palacio en Santiago, el que me dejó Kessler. Yo creo que ese vale mucha plata, y no sé que hacer con él. Pero no quiero ni ir allá, aunque tiene una gran piscina temperada que da gusto. Me trae malos recuerdos, de una época que quisiera olvidar. ¿Cómo saben si la vendo en lo que falta para juntar esos seis millones?

A Eliney la idea le gustaba mucho; pero su deber era advertir a Vanessa de los riesgos que corría.

Si vendes esas propiedades y después Gajardo se echa para atrás, habrás perdido mucho.

Ese maldito está jodido y necesita la plata. Está obligado a vender, incluso si le ofrezco menos. Pero yo no quiero abusar ni siquiera con él.

Por otro lado – insistió Linconao –, el proyecto de la Colonia es muy bonito y prometedor; pero puede venirse todo abajo. Un peligro es que el mismo Gajardo lo destruya todo. Es bastante loco y cretino como para hacerlo. Por otro lado, bastaría un aluvión en la cuenca, que no podemos descartar, para que esos campos terminen valiendo muy poquito.

¡También me puede caer un meteorito encima! – respondió Vanessa. – No sabía, mi amor, que eras tan pesimista. Yo estoy segura de que las cosas irán para bien. Le creo al padre Anselmo que en un sermón dijo algo que no sé decirles ahora, pero que me convenció de que al final las cosas son para bien, porque Dios lo combina así y lo atrae todo, o algo así. ¿No es eso lo que dijo, Anto? Además, me queda todavía el departamento en Santiago, que también me dejó Kessler. Ese no me gustaría venderlo, para tener donde alojar cuando voy. Y, también, aunque lo perdiera todo, todavía los tengo a ustedes tres ¿verdad?

Eliney no tenía nada más que decir, y Alejandro prefirió esperar la opinión de Antonella. Ella no dudó.

Vanessa tiene razón. Si está decidida, tendríamos que apoyarla, por el bien de toda la gente que trabaja en la Colonia y de toda la comunidad de El Romero.

Vanessa se levantó y fue a abrazar a su amiga.

Gracias Anto. Sabía que tú me comprendes.

Se produjo un silencio que duró varios minutos. Vanessa fue a la cocina. Sabía donde sus amigos guardaban el vino. Tomó una botella y la abrió.

Alejandro fue el primero en hablar.

Entonces, si Vanessa está decidida, tenemos mucho que hacer para que sea posible juntar esa plata.

¿Ves factible que la Cooperativa compre esas tres parcelas?

A la Cooperativa le servirían mucho. Pero tendría que obtener otro crédito de la Financiera de CONFIAR. Para vender el palacio en Santiago el asunto me parece más difícil. Puedo hablar también en CONFIAR, que puede empezar haciendo una tasación para saber cuánto vale.

Agregó después de pensar un poco:

Habría que hacerlo todo muy rápidamente. Yo podría ir mañana mismo a Santiago a plantear las cosas en el CCC.

Vamos los tres, con el Toñito – dijo Antonella, que agregó dirigiéndose a Vanessa:

¿Nos prestarías tu departamento de Santiago?

Antonella buscó en su cartera y le pasó un manojo de llaves diciendo:

Creo que hay de todo en el refrigerador. Y podrías aprovechar de ponerte algunas de mis cremas, y al menos pintarte los labios y los ojos. Tengo allá en el baño para todos los gustos, amiga.

Mientras tanto ustedes negocien con el abogado de Gajardo – dijo Alejandro a Elinay y Vanessa.

¡No hay nada que negociar! – replicó Vanessa. – Les prometo que va a llegar mansito a buscarnos ¿saben?

Antonella y Alejandro se rieron. Linconao levantó las cejas y se le abrieron los ojos admirando el espíritu luchador, decidido, entusiasta e inteligente de su amada mujer.


 

* * *

 

Antonella Gutiérrez y Alejandro Donoso fueron recibidos en reunión especial del Consejo de Administración del Consorcio Cooperativo CONFIAR. El hecho ocurrió en el contexto de la celebración del 60° Aniversario de la Fundación de la pequeña Cooperativa que fue creciendo hasta convertirse, en el presente año 2062, en el gran CCC, reconocido como el grupo económico más importante del país, famoso en el mundo entero por sus éxitos económicos notables y también por haber cumplido un papel fundamental en la caída de la Dictadura Constitucional Ecologista y en la restauración de la Democracia. Roberto Gutiérrez y Rubén Donoso, abuelos de Antonella y de Alejandro, habían sido junto a Juan Solojuán y a otros seis personas, socios fundadores de la Cooperativa, y ello les facilitó ser recibidos por el Consejo de Administración del Consorcio.

Cinco días después Antonella, Alejandro y el Toñito regresaron a El Romero, donde informaron a Vanessa y Eliney, y a la Directiva de la Cooperativa RENACER, que la Cooperativa Financiera del CCC había pre-aprobado un crédito por mil ochocientos Globaldollards para que la Cooperativa comprara las tres propiedades de Vanessa, y que además, en base a una tasación realizada sobre el palacio que le había legado Kessler, estimando que su valor comercial actual ascendía a cinco millones, le otorgaban un crédito hipotecario por un monto de cuatro millones de Globaldollards, que se pagaría con la venta de la propiedad, lo que el mismo Consorcio se haría cargo de gestionar.


 

Romano Cardelino informó a Ramiro Gajardo la oferta de compra del diez por ciento de sus Acciones de la Sociedad Anónima Hidalguía que le hacía la señorita Vanessa Arboleda. Gajardo, teniendo que tragarse la rabia inmensa que le producía el hecho de que “la putita” lo había vencido otra vez, no tuvo más alternativa que aceptar l precio fijado por ella.

La operación de compra-venta se realizó pocos días después en la Notaría de El Romero, estando presentes el abogado Romano Cardelino en representación de Ramiro Gajardo como la parte vendedora, Vanessa Arboleda como la parte compradora, y Eliney Linconao y Onorio Bustamante en calidad de testigos.


 

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