INTRODUCCIÓN

La Escuela ya no es lo que fue, ni las maestras y los maestros tampoco, aunque sigan manteniendo ciertos rasgos de identidad y función procedentes del pasado. Aquel viejo relato de que la Escuela era la gran igualadora y la institución redentora de las clases populares, se ha hecho añicos, bien porque la misma sigue funcionando como un aparato reproductor de desigualdades sociales e ideologías dominantes, o bien porque se ha enfrascado en una gran maraña burocrática en la que el Estado sigue uniformando, estandarizando, seleccionando y clasificando a la población, confundiendo educación con escolarización, competencia con competitividad, responsabilidad social con subsidiariedad, calidad con cantidad y crecimiento con desarrollo.

Es en este marco de fluidez y de pérdida de identidad que hay que situar a los profesores de nuestro tiempo. Unos profesionales siempre discriminados y perplejos al comprobar que la sociedad entera y sus instituciones los presiona y culpabiliza, exigiéndoles de una parte responsabilidades y obligaciones imposibles de satisfacer y, de otra, negándoles las condiciones de existencia material y profesional para ejercer una de las tareas más nobles, hermosas y dignas: enseñar a leer y escribir el mundo a todas las niñas y los niños sin excepción, al mismo tiempo que se leen y se escriben a sí mismos.

Así pues, determinar el perfil profesional de las maestras y los maestros del siglo XXI, no puede constituirse en un trabajo abstracto alejado de la realidad en la que viven los docentes, ya sea recurriendo a elucubraciones teóricas o al seguidismo irreflexivo y exclusivo procedente de  las indicaciones de los informes internacionales de evaluación. Abordar esta tarea, es por tanto de una dificultad enorme, porque tiene que partir de la extraordinaria diversidad y complejidad de un colectivo y una función. Un colectivo que en la actualidad sufre uno de los periodos de mayor agresión, confusión y desorientación que se hayan conocido, cuyo impacto va más allá de la tradicional, naturalizada e ilegítima discriminación de los profesores de escuela, para desgraciadamente adoptar características de sufrimiento físico y mental que están terminando por convertir la docencia básica en una de las profesiones de alto riesgo laboral.

Por otro lado, los poderes públicos, además de la marginación y la discriminación secular a que han sometido al magisterio primario, primando de una u otra forma la huida de los mejores profesionales de básica a otros niveles del sistema educativo mejor remunerados, con mayor prestigio y de menos horas de trabajo, ha naturalizado y legitimado la falsa idea de que la enseñanza básica es la menos importante de todas. Ser maestra o maestro de escuela se convierte así en algo académicamente inferior, profesionalmente irrelevante y socialmente devaluado, porque se cree que para enseñar a leer y a escribir, ayudando al mismo tiempo a descubrir el mundo exterior e interior y proporcionando herramientas para operar transformaciones en ambos, no hace falta estar formado con los máximos niveles de calidad y excelencia. De aquí que resulte muchísimo más fácil y muchísimo menos costoso emitir decretos, normas y reglamentos para que las maestras y los maestros los apliquen sin rechistar, lo que evidentemente resulta extraordinariamente útil en aquellos sectores sociales y comunidades tradicionalmente pobres y desasistidas.

Aventurarse pues a atisbar el horizonte profesional y competencial del profesorado de educación obligatoria del siglo XXI, es una tarea de muy difícil y compleja factura, para la que se necesita, no solamente el necesario concurso de los especialistas, sino sobre todo del activo protagonismo y participación de los afectados. Y aun así no sería suficiente, porque dicha tarea tampoco puede restringirse al debate del profesorado y sus organizaciones sindicales, sino que correspondería hacerla también a la sociedad entera, porque como es sabido, la Educación es un asunto de responsabilidad social en la que toda la ciudadanía debe participar, porque es toda la ciudadanía la afectada.

Al mismo tiempo, el debate, participación y establecimiento de unos consensos básicos en torno a esta cuestión, tampoco podría reducirse a lo que debe o no debe corresponderle hacer al profesorado, porque tal tarea implica, en paralelo, el debate sobre el tipo y el carácter de Escuela más adecuada para una Educación capaz de satisfacer las necesidades de los seres humanos del siglo XXI.

Así pues, este libro no es más que un esbozo, producto de la reflexión sobre nuestra propia y limitada experiencia personal como maestro de escuela, a la luz de los requerimientos de la sociedad en que vivimos y de los contextos en los que hemos desarrollado nuestra labor profesional. Pero también, de algunas de las ilustraciones e investigaciones que nos ofrecen las más recientes aportaciones de las Ciencias de la Educación acerca de por dónde deberían caminar las alternativas o los senderos para abordar, tanto el problema del acceso y el desarrollo profesional docente, como el de la construcción de un nuevo tipo de educación para una nueva civilización.