XIX. ​​​​​​​Vanessa fue dejada en libertad

XIX.


Vanessa fue dejada en libertad y el fiscal Morgado intensificó la búsqueda de Gustavo Cano movilizando las policías en todo el país.

Antonella quería volver a la montaña para estar con Alejandro y continuar con los trabajos; pero no podía dejar al Toñito. No es que desconfiara de Vanessa sino que temía que Cano o el mismo Gajardo pudieran intentar cualquier cosa contra ellos. Además, su amiga era tan loquilla que pudiera nuevamente descuidar al niño, por más que le prometió que nunca, nunca más lo dejaría solo.

Tampoco tenía en qué trasladarse. Pero el Toñito encontró la solución. Había amarrado fuertemente con dos cinturones de cuero una tabla al asiento trasero de la moto, de manera que allí podían viajar dos personas. Explicó:

Antonella sentada en el sillín afirma todavía más la tabla con el peso de su cuerpo, y yo detrás de ella, bien aferrado a su cintura, no corro peligro de caerme.

Probaron el invento del niño, asegurándose de que todo quedara muy bien amarrado. Antonella fue a hablar con don Manuel, su vecino de enfrente, quien le aseguró que con sus hijos se encargarían de mantener la granja funcionando. Y los tres, Antonella aferrada a Vanessa y el Toñito aferrado a Antonella y llevando al hombro una mochila con algo de ropa ligera de Vanessa y de él mismo, partieron en la mañana del día siguiente rumbo a la montaña. Llegaron tres horas después sin novedad y se integraron a los trabajos.

La llegada de Vanessa produjo impacto en la montaña, especialmente entre los hombres que desde hacía ya un mes solamente habían podido bromear sobre sexo y mujeres. Los más sorprendidos fueron Bustamante, Osorio y Sandoval, y no solamente porque la hubieran mirado bañarse desnuda en la piscina de la Colonia más de una vez cuando trabajó como modelo para el Recinto-9, sino porque se rumoreaba que había heredado las Acciones de Kessler y que era ahora la amante de Gustavo Cano.

Pero quien resultó más intensamente impactado por el desplante y la belleza de Vanessa fue Eliney Linconao. Había quedado literalmente con la boca abierta cuando Antonella fue a presentarla para que, en su condición de Coordinador General de los trabajos, la conociera y estuviera al tanto de que se integraba al grupo de la Cooperativa Renacer.

Linconao tenía 52 años y había dedicado su vida al estudio desde que dejó la comunidad mapuche de sus padres para ir a la Universidad. La decisión de irse a Santiago la tomó después de que enviudó, teniendo sólo veintitrés años, apenas seis meses después de casarse con Mailén. una prima en segundo grado que falleció sorpresivamente a causa de un derrame cerebral. A lo 29 años se graduó de Licenciado en Física, y cuatro años después obtuvo su doctorado en biología con mención en ecosistemas complejos. Desde entonces se dedicó a la investigación científica con especial dedicación a los procesos de recuperación de los equilibrios ecológicos en bosques y cuencas cordilleranas. Compartió casa y cama durante seis años con Carola, una joven estudiante que finalmente lo dejó cuando obtuvo una beca de postgrado y se fue a París. Desde entonces, hacía dos años, Linconao se concentró tan decididamente en sus investigaciones que no volvió a pensar en mujeres. Hasta ahora en que, al ver a Vanessa cuya juventud le recordó los tiempos felices en que compartió su vida con Carola, tan jovial y esbelta como Vanessa, aunque la joven que ahora tenía enfrente era incomparablemente más bella, y eso que Carola era hermosa y tenía numerosos pretendientes. Hay que decir que Vanessa, al ver la cara de asombro y admiración que puso Linconay, no solamente le dedicó una preciosa sonrisa sino que espontáneamente, diríase incluso que en forma inconsciente, exhibió esos sutiles y seductores movimientos de cadera que resaltaban sus curvas y que enloquecían a los hombres. Linconao era un hombre fuerte, tenía los labios gruesos, la nariz algo ancha y unos sorprendentes ojos negros, grandes y bellos. Era bastante mayor que ella, que calculó que tendría cinco años menos que Kessler. Pero a ella le gustaban los hombres maduros. Gustavo es pasado. La vida continúa, se dijo.


 

* * *


 

Si bien Ramiro Gajardo creyó que había salido bien librado del interrogatorio al que lo sometió la teniente Videla, quedó seriamente preocupado. Comprendió que la detective que llevaba el caso no se detendría en la investigación hasta dar con los culpables, y habían demasiados hilos sueltos que la podrían llevar nuevamente hasta él. Por ejemplo, el abogado Wilfredo Iturriaga, que resultaba evidente que sería interrogado, era alguien al que pudo manejar con la expectativa de que ganaría mucho dinero al cerrarse la compra de las Acciones de Vanessa; pero aquello había fracasado y ahora no tenía como fidelizarlo. Decidió llamarlo y ofrecerle todo lo que el abogado quisiera pedirle, pensando que aún no habría prestado declaración.

El abogado respondió su llamado aunque hubiera preferido no hacerlo. Su comportamiento como abogado de Vanessa podía costarle nada menos que su derecho a ejercer la profesión, por lo que era importante no enemistarse con Gajardo; pero debía ser cuidadoso en lo que le diría creyendo que la conversación podría pasar a manos de la policía igual que las anteriores que mantuvo con él.

Señor Gajardo, voy en camino a Santiago porque ya terminaron los servicios a mi clienta que me mantuvieron ya demasiado tiempo en El Romero.

Wilfredo, es importante que conversemos. Tengo una oferta de trabajo muy importante para usted en la Colonia, que quiero hacerle.

Lo lamento, señor, pero no me interesa. Además – se atrevió a decirle – creo que usted y su administrador de campo tendrán que enfrentar problemas muy serios en los que yo, como abogado especialista en asuntos comerciales y civiles y no de carácter penal, no podré serle de utilidad.

Lo que quiero proponerle, señor Iturriaga, es de su especialidad. No sé por qué me dice …

Iturriaga se limitó a decir: – Creo, señor, que haría bien en tomarse unas vacaciones por tiempo indefinido en algún lugar del Caribe.

El abogado cortó la comunicación. Gajardo se puso lívido. Comprendió que no podría contar con Iturriaga; y si, además, Gustavo Cano no lograba escapar y era detenido, estaba perdido. Si llegaban a condenarlo, esta vez no tendría atenuantes ni podría contar con las contemplaciones que tuvo con él la justicia, cuando lo condenaron a solamente dos años por su participación en el secuestro de Antonella Gutiérrez. Aquí no podía esgrimir motivaciones políticas, y aquél delito constituía un pésimo precedente. Como reincidente, no se libraría de pagar, en el mejor de los casos, diez años de cárcel como mínimo.

Decidió seguir el consejo que le dio el abogado; pero antes debía resolver en qué manos confiables dejar la responsabilidad de la Colonia, su gran proyecto, que en su desquiciada ideología ecologista radical estaba convencido de que era necesario continuar a toda costa para salvar el planeta y a la humanidad del desastre total.

Compró con su tarjeta de crédito un pasaje a Panamá, donde tenía muy buenos amigos, ricos y poderosos, en el primer avión que partiría a medianoche. Enseguida preparó su maleta de viaje, puso en su chaqueta el pasaporte y cogió de la caja fuerte una carpeta que contenía todos los documentos que consideraba esenciales, y el maletín con los seis millones de Globaldollards en billetes. Se subió a su automóvil y partió directo a la Notaría de El Romero.

El Notario, que había presenciado la escena en que Vanessa destruyó el contrato y lanzó al aire el maletín repleto de dinero, al ver que Gajardo entraba apresuradamente le dio preferencia frente a una extensa fila de personas que esperaban su turno de ser atendidos. Se oyó un rumor de contenida protesta, pero lo hizo pasar a su despacho. Allí prepararon una escritura pública conforme a la cual don Ramiro Gajardo otorgaba un poder amplio a los señores Juan Carlos Osorio, Rigoberto Sandoval y Onorio Bustamante, para que en conjunto administraran en su nombre la Sociedad Anónima Inmobiliaria, Financiera, Industrial y Comercial Hidalguía y Proyectos, dueña de la Colonia Hidalguía y de varias otras propiedades y bienes inmuebles y muebles, durante su ausencia. Las decisiones debían ser tomadas por los tres de común acuerdo, o por dos de ellos en común si la unanimidad no resultara posible.

Cuando la escritura quedó debidamente firmada y sellada el Notario acompañó a Gajardo hasta la puerta, lo vio subir a su auto y partir no en dirección a la Colonia sino hacia la carretera que lo llevaría a Santiago. Lo siguió mirando hasta perderlo de vista y regresó a su despacho, donde abrió su IAI y marcó el número de su amigo Héctor Morgado, el fiscal general de El Romero. En una pequeña ciudad de provincia todas las personas que ejercen alguna autoridad o responsabilidad pública se conocen.

Estimado Héctor. Disculpa que te llame. Imagino que estás muy atareado, especialmente por ese horroroso caso del secuestro del niño. ¿Lo encontraron? ¿Apareció el muchacho?

Sí, amigo, está sano y salvo con su familia. Gracias por preocuparte.

Me alegra mucho saberlo. Créeme que el caso me tiene inquieto porque me tocó presenciar un hecho bochornoso el otro día, que pienso que se relaciona con ese crimen. Te llamo para informarte algo que me parece sumamente sospechoso y que pudiera tener que ver con todo eso.

Dímelo todo, por favor.

Bueno, no es nada directo, nada que constituya un delito, y puede ser solamente una falsa sospecha de mi parte.

Adelante, amigo. Sé que no me habrías llamado si no creyeras que es importante lo que tienes que decirme.

Es, sólo, que Ramiro Gajardo, el dueño de la Colonia Hidalguía, acaba de pasar por la Notaría y escriturar un poder amplio a nombre de tres de sus secuaces para que administren su Sociedad durante su ausencia. El poder es “por tiempo indefinido”, lo que me lleva a pensar que se propone ausentarse por largo tiempo. Estaba muy nervioso y lo hizo todo apresuradamente, partiendo en dirección a la carretera que lleva a Santiago.

Es muy importante lo que me dices. Te lo agradezco mucho.

De nada. Considero que es un deber de mi parte informar a la justicia lo que considero sospechoso.

El fiscal Morgado llamó a la teniente Videla. Ella se comunicó con las líneas aéreas obteniendo la información del pasaje registrado a nombre de Ramiro Gajardo. El fiscal emitió una orden de detención en su contra, complementaria de la anterior. La detective, acompañada por un policía, partió decidida a encontrarse con el supuesto fugitivo en el aeropuerto, interrogarlo otra vez, y eventualmente traerlo esposado de regreso a El Romero.


 

* * *


 

En la montaña los trabajos continuaban, dirigidos siempre por Eliney Linconao que parecía haber rejuvenecido y acrecentado su optimismo y su entusiasmo. Entre él y Vanessa no había pasado nada que fuera objetivamente significativo; pero se miraban a la distancia en un juego de seducción y complicidad como si fueran tímidos adolescentes enamorados. Ella se insinuaba y le dejaba ver que feliz se encontraría a solas con él; pero Linconao era el jefe de las obras y no se podía permitir entablar relaciones íntimas con una jovencita recién llegada, sobre la cual tenía la responsabilidad de que pusiera sus mejores energías al servicio de los trabajos comunes, cuidando de que no fuera a sufrir algún accidente. Debía, además, ser extremadamente cuidadoso porque cualquier error de su parte podría hacerle perder autoridad moral ante muchas personas, dañando el respeto y la confianza que era indispensable que todos mantuvieran con él.

Por recomendación de Antonella, Vanessa fue destinada a trabajar en la improvisada enfermería, donde se atendían las heridas que los trabajos y especialmente los descuidos provocaban frecuentemente en las actividades más riesgosas. Linconao, que hasta entonces pasaba cada tarde para enterarse de las situaciones más graves, había comenzado ahora a hacerlo también una vez en las mañanas. Le daba gusto comprobar el esmero y el cariño con que Vanessa atendía a cada uno, siempre alegre y servicial. Llegó a soñar que se torcía una pierna y que ella lo curaba con eróticos masajes.

Una noche después de los trabajos Vanessa se acercó a Antonella y le confesó sus ansias de encontrarse a solas con Eliney.

No entiendo por qué me elude, si me mira y estoy segura que también me desea.

Desde el momento mismo que los presentó, Antonella había percibido la corriente de recíproca atracción que fluía entre su amiga y el profesor. Le explicó:

Es que es el jefe aquí, y sería muy mal visto si anduviera paseándose y quedándose contigo. Piensa que la mayoría de los hombres que están trabajando están aquí sin sus mujeres. Además, un jefe tiene que dar el ejemplo en todo, y si lo ven contigo muchos creerán que tienen “chipe libre” para ir detrás de las pocas mujeres que estamos aquí.

Mmm! Entiendo, ahora que lo dices ¿sabes? No lo había pensado; pero ¿sabes? creo que siempre me han gustado los jefes.

A ver …

Sí. Kessler era un gran jefe cuando me recogió. No se de qué era jefe, pero era un tipo importante. Cuando estaba estudiando en el Instituto me gustaba el director y también estuve un tiempo con él ¿sabes? Me casé con Carlos, que era el jefe de la Comunidad de la Aldea Ecológica de Batuco. Después el maldito de Gustavo, que era sub-jefe de la Colonia. Ahora estoy volviéndome loca por Eliney, que es el jefe máximo aquí.

Lo que pasa contigo, Vanessa, es que tú eres la que necesita un jefe y que, sin darte cuenta, lo buscas en uno que ya lo sea.

Vanessa asintió sin pensar en lo que su amiga le decía, y riéndose replicó:

Y ¿sabes, Anto? También me gusta el jefe de una Cooperativa que se llama Renacer …

Antonella, poniendo cara de indignada le tiró una toalla que había dejado secándose colgada de una rama y se fue a buscar a Alejandro. Al alejarse se dio media vuelta y le dijo apuntándola con el dedo índice:

¡Ese jefe es mío! y tu eres mala, muy mala. Eres pésima y te detesto.

Pero si es en broma ¿sabes?

Sí, lo sé; pero esa broma no me gusta. ¡¿Sabes?!

Vanessa la siguió y poniéndose frente a Antonella le preguntó:

¿Crees que Eliney es un hombre bueno? Porque ¿sabes? No quiero equivocarme otra vez.

¿Que si es una buena persona? Creo, de verdad te lo digo, que es una de las mejores personas que he conocido. Es un hombre bueno, inteligente y generoso. Así que, si te metes con él, no me gustaría que lo hicieras sufrir.

Vanessa se quedó pensando. Yo nunca quise hacer sufrir a los hombres. Les doy lo mejor para que sean felices. Ellos son los que sufren por su cuenta cuando se ponen tontos.

Continuó pensando mientras se alejaba. Pero regresó corriendo para preguntar nuevamente a su amiga:

¿Sabes si es casado?

¿Quién? Contra-preguntó Antonella haciéndose la que no entendía a quién se refería su amiga.

Eliney, puh!

Ah! ¿El jefe? Es viudo.

¡Igual que yo!

Vanessa se alejó saltando y cantando una antigua canción infantil.

 

* * *


 

En la segunda ronda de días de descanso establecidos para los diferentes grupos que trabajaban en la montaña, al colectivo de la Reserva de la Biósfera le correspondió el último turno. En ese grupo estaba participando Vanessa, asignada al cuidado y atención de los enfermos y heridos. En esa tarea los cuidaba a todos con especial dedicación y cariño, igual como lo hizo cuando en El Romero atendió a los enfermos de la peste. Ese trabajo le significó relacionarse y ser conocida por muchas personas, hombres y mujeres, lo que junto al reconocimiento universal de su extraordinario atractivo y belleza, hizo que su nombre circulara por todos los grupos y campamentos. No había conversación en que no se pusieran de manifiesto distintos niveles de aprecio, de envidia y de deseos no muy santos respecto de ella, según el desarrollo emocional y mental de los contertulios.

Era un día de sol radiante que entibiaba el ambiente e invitaba a gozar de la vida y la naturaleza. Vanessa invitó a Cecilia, la esposa de Rodrigo, y ésta a otras cinco jóvenes mujeres que formaban parte del grupo, a caminar juntas por la orilla del río hacia arriba. Subieron durante más de una hora cantando y saltando y jugando alegremente, hasta que llegaron a un lugar donde el río hacía un remanso. Allí se sentaron a descansar sobre la arena.

Vanessa se sacó los zapatos, se arremangó los pantalones y se metió al agua, caminando cerca de la orilla. Se veía tan contenta que una a una sus compañeras la imitaron. Poco a poco fueron entrando más hacia al centro del río donde era más hondo. Vanessa se sacó la blusa ya completamente mojada, la tiró hacia la orilla y siguió caminando a torso desnudo. Las más jóvenes del grupo la imitaron. Pero el agua venía fría de la cordillera y pocos minutos después salieron del agua tiritando.

El sol seguía espléndido y sintieron su tibieza. Habían subido más arriba de donde se realizaban los trabajos, estaban sólo ellas y los árboles las protegían de la vista. Imitando a Vanessa todas colgaron las ropas mojadas en las ramas de un árbol, se sacudieron el agua corriendo y saltando, y se tendieron desnudas sobre la arena. Como era ya pasado el mediodía el sol les caía de frente haciéndoles mantener los ojos cerrados.

No se dieron cuenta de que unos diez o doce hombres las miraban desde una formación rocosa cortada verticalmente, como a cien metros de altura de donde estaban ellas, y desde la cual empezaban a descender por un sendero entrecortado en escalones. Las habían visto cuando las jóvenes caminaban cantando a orillas del río y las habían seguido sin hacerse notar.

Cuando llegaron a orillas del río ocho de los hombres se acercaron corriendo y emitiendo aullidos para envalentonarse unos a otros. Las rodearon antes de que ellas alcanzaran a cubrirse. Una de las muchachas intentó escapar del cerco pero entre dos la agarraron de los brazos y la tiraron al suelo con fuerza. Uno de los hombres se sacó la camisa. Otro desabrochó su cinturón.

Cecilia entonces se levantó, con un brazo cubriéndose el pecho y con el otro el bajo vientre. Les hizo frente:

¿Qué pretenden? ¿Violarnos? ¿Qué se creen ustedes?

Vanessa ayudó a levantarse del suelo a la chica caída, se puso al lado de Cecilia, sin cubrirse, desafiante, y les dijo con desprecio:

¡Cobardes! ¡Eso son ustedes, unos cobardes! Son harto poco hombres ¿saben?

Los hombres se paralizaron, pero sólo un momento. Uno de ellos, que parecía el más excitado del grupo, respondió:

Queremos sexo, igual que ustedes que nos provocan.

Sí – agregó otro. – Hace dos meses que no tenemos mujeres. Somos hombres y ustedes nos provocan paseándose, bañándose y tendiéndose desnudas. Parecen putas, o peor que putas.

Te puedo entender – replicó Vanessa –, pero éstas no son maneras de acercarse y seducir a una mujer. ¿Acaso son animales ustedes? Yo estoy desnuda ¿y qué? ¡Eso no te da ningún derecho sobre mi cuerpo! Mi cuerpo es mío y sólo yo decido si quiero sexo y con quién quiero y con quién no. Y no lo quiero con ninguno de ustedes, porque son cobardes ¿saben? Nos siguieron a escondidas. Se nos acercaron chillando como monos, aullando como lobos. Nosotras somos personas ¿saben?

La muchacha que había tratado de escapar recogió del suelo una piedra y mostrándola en su puño apretado exclamó:

¡Nos vamos a defender!

Los hombres no parecían convencidos. El instinto los empujaba. Eran más que ellas. Si se resistían, eran más fuertes. Si trataban de escapar, corrían más rápido. Tenían las de ganar.

En ese momento dos de los hombres que fueron parte del grupo que las habían seguido y mirado a la distancia, pero que se quedaron rezagados cuando los otros corrieron hacia ellas y las rodearon amenazantes, se adelantaron, y poniéndose del lado de las mujeres se enfrentaron a sus compañeros:

Ellas tienen razón – dijo uno.

Si intentan hacerles algo se enfrentarán también con nosotros – agregó el otro. – Ellas podrían ser nuestras hermanas, nuestras hijas. Tengo vergüenza por haberlas seguido. Es mejor que volvamos al trabajo ahora mismo. Ellas están en su día de descanso, y nosotros no tenemos nada que hacer aquí.

Algunos bajaron la cabeza, tomando recién conciencia de lo que habían hecho. Otros aceptaron también retirarse, pero por temor y de malagana.

Gracias – les dijo Vanessa volviéndose hacia los dos hombres que las ayudaron.

¡Ya váyanse todos de aquí! – agregó con fuerza Cecilia, que se dirigió hacia el árbol donde estaban secándose las ropas y comenzó a vestirse.

Cuando regresaron al campamento algunas de las mujeres contaron a sus compañeros lo que les había sucedido. Varios de ellos, indignados, hicieron bastante más escándalo del que sus mujeres hubieran deseado, exigiendo que los acosadores fueran castigados. A su vez, algunos de los acosadores no resistieron la tentación de contar que habían visto a las mujeres desnudas, y esparcieron rumores en que alguno incluso agregó que habían tenido sexo del bueno. De ese modo circularon entre todos los grupos diferentes cuentos, cada vez con más detalles divertidos o escabrosos, que no tuvieron más efecto que entretener un poco a los varones e indignar mucho a las mujeres.

El caso fue tratado en el Equipo de Coordinación Operativo, que encargó al monje Tathagata y al padre Anselmo que investigaran los hechos y que emitieran un informe con alguna recomendación sobre qué hacer frente a lo sucedido.

El la reunión siguiente los dos religiosos hicieron al ECO un relato bastante exacto de lo que había acontecido, pero no emitieron opinión sobre lo que debía decidirse. El equipo coordinador tuvo en cuenta que no contaba con atribuciones legales para emitir sentencias de castigo efectivo, ni tampoco podía realizar un juicio que garantizara el debido proceso. Pero, además, estaba compuesto enteramente por hombres, que estimaron mayoritariamente que el hecho de que las mujeres se bañaran y tendieran desnudas en la arena constituía un atenuante importante de la culpabilidad de los acosadores, y consideraron también que la agresión sexual no se había consumado como violación. Después de larga discusión decidieron limitar el castigo de los culpables a una amonestación severa.

Cuando se conoció la resolución del ECO un grupo importante de mujeres estimó que no se había hecho justicia y que la liviandad del castigo favorecería la impunidad del acoso machista. Se organizaron rápidamente y realizaron, a la hora de la comida, una manifestación de protesta con fuerte contenido feminista, que hicieron que los más viejos recordaran las grandes manifestaciones de mujeres que se realizaron en todo el mundo durante la segunda y tercera décadas del siglo, que significaron avances notables en el reconocimiento de la igualdad de derechos de la mujer y que pusieron fin a discriminaciones seculares. En la protesta participaron unos cuantos varones.

El domingo el padre Anselmo abordó el tema en su sermón.

Queridas amigas y amigos, queridos hermanos:

Esta semana hemos sabido que ocurrieron hechos deplorables de acoso sexual, realizados por un pequeño grupo de hombres. Demás está que les diga que todas las conductas, gestos o palabras que impliquen hostigar, perseguir, dar un trato vejatorio, denigrar y amenazar, insinuar compulsivamente o solicitar sin previo consentimiento, servicios o favores sexuales ante cualquier persona, y especialmente contra niños y mujeres, constituye un delito de acoso que es penado por la ley, y un pecado grave contra el prójimo y contra Dios. Esto ya lo saben ustedes. Por eso quiero ir, y es necesario que vayamos, más a fondo en la comprensión del problema.

Las mujeres agredidas organizaron una manifestación de protesta, a la que se sumaron muchísimas mujeres y también bastantes hombres. Yo participé en la protesta. Algunas personas, muy pocas es cierto, me lo han reprochado diciendo que la iglesia debe dedicarse sólo a las cuestiones religiosas y espirituales.

Podría defenderme argumentando que actué como un hombre cualquiera que soy, y sería verdad. Pero también es verdad que participé en la manifestación como religioso, como sacerdote, y sintiendo y pensando que esa manifestación feminista tenía un sentido y un significado profundamente espiritual.

Como siempre hago frente a ustedes, les expondré también hoy mis reflexiones e ideas, sin pretender que sean verdades seguras. Son invitaciones a la reflexión y a la crítica de ustedes, para que avancemos hacia una comprensión más completa de lo que somos los seres humanos y de hacia donde vamos.

Cuando las mujeres vienen luchando desde hace muchos años por la igualdad de géneros y por la superación de toda forma de dominación machista, creo que se están rebelando no solamente contra las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales que históricamente asignaron un lugar desmedrado a la mujer, sino aún más profunda y radicalmente, contra la reducción de las personas, hombres y mujeres, a una vida puramente biológica y animal.

Porque ¿qué es lo que establece la biología respecto de la relación entre varones y mujeres, entre machos y hembras? La hembra, en la mayoría de las especies de mamíferos, es en general más pequeña, tiene menor fuerza física, corre más lentamente, tiene una piel más delicada que el macho. En la sexualidad, el macho es el dominante, el que monta, el que se impone, el que penetra el cuerpo de la hembra. Esa es la realidad y el lenguaje bastante brutal de la biología, que en ese nivel puramente biológico e instintivo, compartimos también los humanos.

Entonces hay que preguntarse ¿de donde proviene, dónde se origina, esa intención y pretensión de superar la condición puramente animal que la biología establece en la relación entre los sexos?

Sucede que los humanos no somos puramente biológicos, animales evolucionados, sino seres que tenemos conciencia, libertad y razón, y que aspiramos a lo espiritual, que es la superación radical de nuestra condición animal. Anhelamos desde lo más profundo de nuestro ser, trascender el orden material y biológico. Y eso es, precisamente, lo que en el fondo promueve el feminismo. Es lo que exigen y construyen las mujeres cuando piden respeto, amor, dignidad.

Lo digo siempre y lo repito. Los humanos no somos seres puramente biológicos y naturales. Todo lo que somos y lo que hacemos nos lleva a pensar que somos espirituales, o que poseemos espíritu. Lo menos que podemos afirmar es que tenemos una dimensión espiritual que nos define.

El ‘estado de naturaleza’ es el mundo de la necesidad, de lo determinado por las leyes físicas y los instintos biológicos. El ser humano, por esa dimensión espiritual que hay en él, se rebela frente a ese estado de necesidad que lo limita y restringe. Por eso lucha, inventa, crea y construye, aspirando a superar el ‘estado de necesidad’ en que lo pone la biología, para acceder a una ‘condición de libertad’.

Es en este sentido que el feminismo, en cuanto rebelión contra la desigualdad en que la biología ha puesto a la mujer, y contra la posición dominante del macho que, a partir de la sexualidad se proyecta hacia las relaciones económicas, sociales y políticas, constituye un proceso de naturaleza moral y espiritual. Es una rebelión de la dimensión espiritual del ser humano, en este caso de la mujer, contra lo que demarca la biología respecto a las relaciones entre los sexos.

El feminismo es, en este sentido antropológico y existencial, un aspecto sustantivo y un momento esencial del proceso por el cual la conciencia, la razón y el espíritu, como dimensiones superiores propias de la naturaleza humana, se esfuerzan por imponer ética, conciencia, razón, espíritu, en las dimensiones material y biológica de nuestra existencia.

En este sentido el feminismo se conecta con otros movimientos que tienen el mismo sentido, como son la lucha y el esfuerzo por superar la ‘ley de la selva’ y el predominio del más fuerte en la economía y en la política; y el movimiento por la ecología y el medio ambiente para restaurar los equilibrios rotos causados por un modo dominante e irrespetuoso de explotar los recursos y energías que nos proporciona la naturaleza; y se une también con las búsquedas espirituales orientadas a trascender el materialismo y a alcanzar la plenitud humana en la creación del bien, la belleza y la verdad.

Ahora bien, eso que hemos llamamos ‘rebelión’ o lucha por superar el estado de necesidad para acceder a la condición de libertad, no debe de entenderse como un estado permanente de conflicto. La lucha, el conflicto, la rebeldía, implican desasosiego, inquietud, rabia, y generan un estado psicológico y mental de exaltación, entusiasmo y pasión. Pero es un enardecimiento, una efervescencia o frenesí, transitorios, que no pueden ser permanentes y que no constituyen verdadera felicidad. Como toda ‘rebelión’, se trata de un momento, de una fase de liberación, de una etapa en un camino de avance y conquista de la autonomía. Se aspira y se busca establecer nuevos equilibrios, se avanza al encuentro de un nuevo y superior modo de relacionamiento humano entre los sexos y con la naturaleza.

Hubo un tiempo, una fase, en que el feminismo se orientó hacia la liberación del cuerpo y de la sexualidad. Se ensalzó el cuerpo de la mujer, la libertad sexual y el derecho al placer, lo que sin duda está muy bien; pero se exageró cuando se llegó a reivindicar el aborto libre con el argumento del control de la mujer sobre su cuerpo y todo lo que ocurre en él. Al lucharse por la igualdad en la economía y en la política, ciertamente reivindicaciones sagradas, se puso énfasis en la ocupación de cargos directivos en las empresas capitalistas y en las instituciones del Estado. No se comprendía todavía que si no se cambiaban las estructuras de la economía y de la política, se estaban manteniendo e incluso reforzando las mismas formas de dominación económica capitalista y política estatista, creadas históricamente por el machismo.

Mientras la mujer ha buscado ocupar el puesto de los hombres en la estructura jerárquica y de dominación creada por los hombres, no ha habido cambio estructural sino continuidad y reproducción de las mismas estructuras de dominación. Poco a poco se ha comprendido que es necesario disolver el poder, distribuirlo socialmente, recuperar el control de nuestras condiciones de vida, y es en esa dirección que el feminismo viene cumpliendo un papel trascendente en la transformación social y en la creación de una nueva civilización.

La mujer puede llevar a la humanidad hacia un desarrollo moral y espiritual superior, en la medida que permanezca siendo mujer, que libere su femineidad y que despliegue sus modos propios de pensar, de sentir, de relacionarse, de actuar, de vivir el amor, la libertad y la espiritualidad.

Se llega al feminismo maduro cuando se construye la igualdad y la libertad de las mujeres y los hombres sin negar sino valorizando y liberando lo propiamente femenino, lo que conlleva instaurar en la vida personal, familiar, comunitaria y social, nuevas formas de sentir, de pensar, de relacionarse, de comportarse, de actuar. Este es un verdadero cambio civilizatorio, la creación de una civilización nueva, mejor, superior a cuantas han existido anteriormente. Y ello por obra del surgimiento de nuevas formas de conciencia y de una espiritualidad liberada, que las mujeres han liderado históricamente.

Termino aquí mis reflexiones, invitándolos a que cada uno piense por sí mismo y saque sus propias conclusiones. Pero ahora es preciso que continuemos la misa, los que queramos hacerlo.


 

* * *


 

Ramiro Gajardo fue detenido por la teniente Videla en el aeropuerto apenas diez minutos antes de subir al avión. De nada le sirvieron sus protestas y alegatos de inocencia. El maletín con el dinero y las carpetas con documentos con los que huía del país fueron requisados como eventuales elementos de prueba de su participación en el secuestro. Esposado y bien vigilado por el policía que acompañó a la detective, fue llevado a El Romero en el auto que conducía Helena.

El fiscal Morgado aprobó la decisión de Videla; pero Gajardo contrató a Romano Cardelino, uno de los mejores y más famosos abogados criminalistas del país para su defensa, quien argumentó ante el fiscal que las acusaciones que se le hacían se basaban solamente en indicios circunstanciales inconcluyentes y que no existía prueba alguna que inculpara a su defendido. La explicación que dio Gajardo sobre la posesión del dinero en efectivo y los poderes que otorgó a sus altos colaboradores en la Colonia era perfectamente razonable: estaba sumamente estresado por lo que tuvo que pasar durante la peste y luego por los peligros de aluviones en la cuenca, razón por la cual necesitaba tomarse unas largas vacaciones.

La noticia de la detención de Ramiro Gajardo trascendió a los medios nacionales e internacionales debido a la relevancia política y económica del personaje, muy reconocido en los ambientes ecologistas, generándose una fuerte controversia en las redes sociales entre sus partidarios y sus detractores. El fiscal decidió entonces dar a Helena Videla un plazo de 48 horas para que presentara pruebas contundentes que permitieran inculpar a Gajardo e iniciar un juicio, o bien dejarlo enteramente en libertad.

La detective se dedicó entonces a buscar cualquier tipo de huellas que pudieran relacionar a Gajardo con el delito. En base a la información que le habían proporcionado Vanessa y Antonella, fue con cinco policías y dos perros rastreadores a encontrar el lugar donde Toñito fue secuestrado. No les fue difícil dar con la bodega y el lugar, que coincidía con todos los datos que tenían, incluido el boquete que el niño había hecho en el muro de adobes para escapar.

Recogieron los restos de comidas y los envases que quedaron en la bodega, y la pala y la picota abandonadas al lado del hoyo en que Cano iba a enterrar al niño. En todos esos objetos la policía encontró huellas dactilares que correspondían a las que habían recogido en el palacete en que vivía Cano, y a muchas otras que descubrieron también en la granja de Alejandro y Antonella. Gustavo Cano, ex-teniente de la Marina y Administrador de Campo de la Colonia, era claramente culpable, ejecutor material del secuestro de Toñito.

Pero la teniente Videla estaba convencida de que Ramiro Gajardo era cómplice, si no incluso autor intelectual del delito. Su esperanza era que la policía encontrara y detuviera a Cano y que éste confesara toda la trama. No podía hacer nada más, y le quedaban pocas horas antes de que Gajardo quedara en libertad y pudiera huir.

La detective se concentró en escuchar una y otra vez la grabación de la conversación que sostuvo con Gajrado en su despacho de la Colonia. Recordó que algo le había hecho ruido, tal vez alguna incongruencia, e intentaba descubrirlo escuchando una y otra vez la grabación. La voz algo gangosa de Gajardo empezaba a molestarle, pero volvió a escuchar desde el principio. Detuvo la grabación cuando dijo: “…Cano, en realidad, no era el segundo en la jerarquía de la Colonia como usted afirmó recién. El era solamente el Administrador de Campo, un empleado que no posee participación accionaria. Ahí en mi computador, que usted copió, están los registros de todos los nombramientos, y verá que Cano no tenía la jerarquía que usted dice.” Estaba ahí; pero ¿qué era lo que le molestaba? Escuchó esa respuesta una y otra vez, hasta que finalmente lo descubrió.

Ramiro Gajardo se refería al cargo que tenía Cano no en presente sino en pasado, como si ya no fuera el Administrador de Campo, siendo que en el momento de esas declaraciones de Gajardo todavía lo era.

Los guardias entrevistados por los policías aseguraron que el día del secuestro, al anochecer, Cano había ingresado a la Colonia y se había retirado sólo pocos minutos después de entrar al despacho de Gajardo. ¿Fue Cano a informar a Gajardo lo que había sucedido con el niño? ¿Será que el jefe lo despidió, y lo envió a ocultarse, al saber que el niño secuestrado se le había escapado?

Fue lo único nuevo que la detective Videla pudo mostrar al fiscal Morgado como un indicio de que Gajardo estaba involucrado en el secuestro. Era muy poco, demasiado poco; pero la detective lo argumentó con tanta convicción que el fiscal Morgado, considerando también la coincidencia en el tiempo con el viaje de Gajardo, que lo hacía parecer realmente una huida y no un merecido descanso, decidió no dejarlo en libertad completa sino en arresto domiciliario y con prohibición de salir del país.

La decisión no dejó muy conforme a Helena Videla, debido a que el domicilio legal de Ramiro Gajardo era la Colonia Hidalguía, un extenso territorio con numerosas viviendas e instalaciones, incluido un bunker subterráneo, fuertemente resguardado, y que tenía numerosas salidas por donde el sospechoso podría huir. Pero tuvo que conformarse.

 

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