ÉTICA Y ECONOMÍA

Luis Razeto Migliaro

 

RESUMEN

 

La relación entre economía y ética ha sido siempre difícil, porque en la economía se manifiestan habitualmente comportamientos guiados por los intereses de los individuos, las pasiones de los grupos, las ambiciones y el afán de enriquecimiento y de poderío de muchos, que contradicen los más antiguos y elementales principios éticos. Las formulaciones éticas se han empeñado en corregir tales comportamientos, promoviendo las virtudes y valores individuales y sociales en tan díscolo espacio. Pero han tenido en ello escaso éxito.

La separación y distancia que observamos entre los dominios cognitivos de las ciencias económicas y los dominios normativos de la ética parecen insalvables mientras se mantenga la ciencia económica como una disciplina enmarcada en la concepción positivista de la realidad, y la ética como un saber que establece normas de comportamiento y criterios de organización sustentados en la afirmación abstracta de valores, virtudes o normas.

Si no lo ha logrado hasta ahora ¿podrá de algún modo la ética obtener que la economía proceda hacia el bien social y que cumpla el objetivo de favorecer el más completo desarrollo humano, contribuyendo a crear las condiciones para que se instalen los valores en la vida social y las virtudes en las conductas de los individuos?

La respuesta que se propone a éste y otros interrogantes que surgen al pensar en la relación entre ética y economía, no va en la dirección antigua y medieval de subordinar la economía a la ética, ni en la dirección moderna de mantenerlas separadas de modo que la razón ética no interfiera en la razón económica. Se trataría de algo completamente distinto y nuevo, consistente en introducir la razón ética en la teoría económica, esto es, desplegar una nueva estructura del conocimiento de la economía, que lo haga capaz de reconocer con rigurosidad científica las exigencias de la ética en el razonamiento y el análisis propiamente económico, y ello asumiendo que la propia eficiencia económica constituye un importante valor ético que debe ser garantizado.

 

 

1. Una relación conflictiva.

 

La relación entre economía y ética ha sido siempre difícil, porque en la economía se manifiestan habitualmente comportamientos guiados por los intereses de los individuos, las pasiones de los grupos, las ambiciones y el afán de enriquecimiento y de poderío de muchos, que a menudo contradicen los más antiguos y elementales principios éticos. Por ello las elaboraciones éticas se han orientado a corregir tales comportamientos, promoviendo las virtudes y los valores individuales y sociales en tan díscolo espacio. Pero han tenido en ello escaso éxito.

Para entender el comportamiento escasamente ético de muchos agentes económicos suele hacerse referencia al condicionamiento del ‘sistema capitalista’, cuyas estructuras exigen de los individuos participar en la competencia del mercado y asumir la racionalidad maximizadora de ganancias propia de las empresas. Estructuras y racionalidad que exigen un comportamiento egoísta, ávido, acumulador de riquezas y de poderes de control que puedan hacerse pesar en las negociaciones con terceros y en las relaciones laborales y comerciales. Buscando explicar y justificar dicho comportamiento, la teoría económica convencional formula el supuesto de que ellos corresponden a la naturaleza y a la biología de los seres humanos, y a la racionalidad inherente a la economía en general. El individuo humano sería un ‘homo oeconomicus’, y la eficiencia le exigiría que se comporte como tal.

No abundaremos especialmente sobre esta argumentación, bastándonos al respecto afirmar que la historia ha demostrado y documenta ampliamente que no hay sólo una racionalidad económica eficiente; que en distintas épocas y lugares del mundo se han organizado y permanecen vigentes modos de producción, distribución y consumo que no corresponden a una lógica de maximización de utilidades individuales, existiendo una amplia pluralidad de formas económicas; y que lo que suele llamarse ‘sistema capitalista’ es una abstracción que generaliza lo que en realidad es sólo una parte de la economía real.

Por otro lado, si bien es cierto que las estructuras condicionan a los individuos insertos en ellas, no lo es menos que las estructuras son creadas por los individuos y los grupos humanos, conforme a sus propias motivaciones, ideas, valores y proyectos. El determinismo económico es un error teórico que desconoce que la realidad social, incluida la realidad económica y la organización del mercado y de las empresas, es el resultado de procesos en gran medida conscientes y voluntarios que planifican, organizan y ejecutan las personas y los agrupamientos sociales. En tal sentido, los comportamientos y los procesos económicos se encuentran condicionados pero no determinados por las circunstancias, las tradiciones y el pasado.

Pero hay que reconocer que el comportamiento de los individuos y de las sociedades están fuertemente marcados por las ideas y valores culturales predominantes en cada sociedad humana en particular, y que en este sentido es muy decisivo el marco teórico –hoy se dice ‘paradigma conceptual’– que guía las decisiones de los agentes económicos, de los gobernantes y de los ciudadanos.

Y con estas premisas podemos entrar en lo central del tema que nos interesa abordar en esta ocasión.

 

 

2. Los esfuerzos de la ética por guiar la economía y domar los intereses y las pasiones.

 

Podemos partir constatando que la ética se ha siempre empeñado en domar los intereses, las pasiones, las ambiciones, el afán de lucro, el deseo de acumular riquezas a costa de otros, etc., para lo cual ha utilizado las herramientas que le proporcionan la teología y las creencias religiosas, la filosofía y el discurso moral, e incluso ha intentado recurrir a argumentos que proporcionan las ciencias; pero ha tenido en ello poco éxito.

Más aún, ha ocurrido que a nivel del pensamiento, esto es, en cuanto al modo en que se piensa y concibe la economía, el proceso histórico muestra un progresivo y muy lento pero inexorable camino de autonomización de la economía respecto a la ética, pretendiendo liberarse completamente de sus exigencias.

Tal proceso marca la que podemos considerar como una derrota histórica de la ética, o bien como el triunfo de las lógicas puramente económicas sobre las razones y exigencias de la ética. En última síntesis, el triunfo de los intereses sobre las virtudes.

Es interesante hacer una breve reseña histórica de este proceso, para comprender en qué momento y situación nos encontramos.

Podemos comenzar con La República de Platón, en que aparece la que es tal vez la primera formulación conceptual sobre la economía. El modelo político-económico propuesto por Platón se funda exclusivamente en motivaciones éticas, en cuanto toda la propuesta busca forjar un nuevo hombre en el cual la virtud y la buena disposición del alma guiarán sus acciones y lo alejarán del vicio y la violencia. Con tal ideario Platón rechaza la propiedad privada y postula la propiedad común, y en Las Leyes, aplica una rigurosa concepción ética de la que desprende los principios que la traducen en la organización del Estado y de la economía.

Platón es consciente de que hay una gran distancia entre la economía real y su formulación ética de la economía, pero es clara su intención de que ésta llegue a aplicarse. Así se comprende claramente del siguiente diálogo, en La República, 592b:

 

“Glaucón: Ya entiendo; quieres decir: en aquella ciudad que ahora hemos fundado y discutido, que tiene su sede en nuestros razonamientos y discursos, pues no creo que exista en ningún lugar de la tierra.

Sócrates: Pero en el cielo quizás exista un modelo de ella para el que quiera verla, y viéndola se proponga fundarla en sí mismo”.

 

También Aristóteles examina la economía desde la ética, distinguiendo la economía doméstica (el gobierno de la casa) y la crematística (los negocios), ensalzando la primera y criticando la segunda, por razones morales. Aristóteles enseña que la organización de la economía y del Estado debe orientarse por la búsqueda del bienestar y la felicidad de los ciudadanos, y con este criterio el conocimiento económico consiste en distinguir y juzgar en ella lo que sirve y lo que obstaculiza el logro de dicho fin. Pero Aristóteles es más realista que Platón respecto a la naturaleza humana, lo cual lo lleva a la importante afirmación económica (no propiamente ética pero de base antropológica) de que “lo que es común a muchos obtiene un mínimo de cuidado, pues todos se preocupan de sus cosas propias, y menos de lo común, o tan sólo en lo que les atañe”.

En la Edad Media, con la filosofía cristiana y la escolástica, la ética continúa siendo entendida como la guía práctica de la actividad económica, lo que se intenta lograr a través de la enunciación de “preceptos” y normas, como los relativos a la propiedad, a la usura, al trabajo, al salario, al desprendimiento de la riqueza, al sentido social de ésta, etc. Si bien se entiende que la economía es algo que como realidad es un quehacer independiente, todo el saber económico apunta a subordinarlo a la ética. De este modo el conocimiento económico se manifiesta en forma de enunciados sobre el “deber ser” de las decisiones económicas. La economía es sierva de la ética, de igual modo que la filosofía es sierva de la teología, en una estructura del saber jerarquizado, en cuya cima se encuentra la teología.

Esta fase de la relación entre economía y ética culmina en la Utopía de Tomás Moro, que consta de dos libros. El primero describe críticamente la situación económico-socio-cultural de Inglaterra en ese tiempo, describiendo la ruina de los artesanos, el despojo de los campesinos, el encarecimiento de la vida, el auge del vicio y de la indigencia y la vagancia, todo lo cual se concibe como consecuencia de malos hábitos y comportamientos. Es una crítica y un análisis ético de la economía. Que continúa en el segundo libro, en que Tomás Moro formula cual debiera ser el orden económico justo, proponiendo la Utopía económica que correspondería al modelo de una economía sana, guiada por la ética. En Tomás Moro, tanto el análisis de la economía existente como el proyecto de la economía ideal están basados en la ética, subordinados a ésta.

 

 

3. La autonomización teórica de la economía en la época moderna.

 

La separación del análisis científico de los hechos sociales y económicos respecto al juicio y guía moral sobre ellos, tiene lugar en los albores de la época moderna, y sus inicios pueden atribuirse a Nicolás Maquiavelo, considerado el fundador de la ciencia política, y a quien erróneamente se ha atribuido la afirmación de que “el fin justifica los medios”. Maquiavelo en su obra El Príncipe nunca afirmó esto, sino que le fue atribuido por quienes no comprendieron la revolución intelectual que cumplía al afirmar que “Si un príncipe (o gobernante) se quiere mantener en el poder, debe aprender a ser no bueno, y a usarlo o no usarlo según la necesidad del momento”. La afirmación “el fin justifica los medios” es un enunciado ético para justificar o proponer cierto comportamiento. En cambio la afirmación que hace Maquiavelo es un riguroso enunciado fáctico, científico, que indica cómo funcionan la política y el poder, donde los objetivos se logran con independencia respecto a la ética.

Entre la segunda mitad del siglo XV y mediados del XVII aparece la teoría económica conocida como “mercantilismo”, que por primera vez examina la economía como realidad objetiva independiente de las doctrinas morales. Las formulaciones de J.B. Colbert, William Petty, John Locke, John Law, etc., constituyen el comienzo del proceso de autonomización de la ciencia económica respecto a la ética; pero es una separación precaria, pues todavía se busca apoyo moral para las formulaciones y propuestas económicas.

En efecto, en un contexto cultural dominado por las concepciones religiosas, el mercantilismo busca todavía una fundamentación ética, o más exactamente, encuentra una justificación ética en el pensamiento de Calvino y en la Reforma Protestante, que dan una valoración positiva de la actividad económica, de los negocios y del enriquecimiento personal y de las naciones.

Es importante tener en cuenta la función cumplida por la reforma protestante en este cambio de perspectiva. Max Weber examina en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de qué modo la Reforma estableció los fundamentos doctrinarios y éticos necesarios para justificar el ‘espíritu del capitalismo’, que identifica en la búsqueda racional de las ganancias económicas y que supone la dedicación a los negocios como una actividad que no es ‘mundana’ sino necesaria y éticamente justificada.

La justificación protestante del espíritu capitalista se desenvuelve en varios momentos teóricos, estando su origen en la separación efectuada a nivel teológico entre la salvación del alma de las personas respecto de su comportamiento. Si la salvación está predeterminada por la Providencia y no depende del ejercicio de las virtudes, la predilección divina de los individuos puede encontrar manifestaciones ya en este mundo a través del éxito y el logro de una situación de bienestar económico.

Este momento conceptual era indispensable, habida cuenta de la concepción cristiana que ponía a los pobres como privilegiados divinos y a los ricos arriesgando su salvación. Por cierto, la ética protestante valora el bienestar y la riqueza solamente cuando son obtenidos mediante el esfuerzo personal y el trabajo, la vida modesta y el ahorro, la creatividad y el espíritu emprendedor.

Después de Maquiavelo y siguiendo al filósofo empirista David Hume, que fue también economista e historiador, todas las ciencias sociales, incluida la economía, separan rigurosamente los juicios sobre los hechos de los juicios de valor, el análisis de la realidad considerada objetiva (el conocimiento de lo que existe) del análisis del deber ser (considerada como una cuestión subjetiva). Así, por ejemplo, la sociología comienza con Durkheim que identifica el principio metodológico de “tratar los hechos sociales como cosas”.

Es la gran revolución epistemológica realizada por el positivismo, que marca la ruptura de la conciencia moderna respecto a las filosofías anteriores y la conciencia antigua y medieval. De la conciencia como sujeto ético se pasa a la conciencia como sujeto cognitivo.

La independencia definitiva del pensamiento económico respecto de la ética se cumple con la Fisiocracia (Francisco Quesnay) y más marcadamente con el liberalismo, que grafica esta independencia en la famosa frase “laissez faire, laissez passer” de Vicente de Goumay.

El proceso teórico culmina en Adam Smith, considerado por muchos como el fundador de la ciencia económica moderna. Smith era un filósofo y su primera obra Teoría de los Sentimientos Morales tenía un marcado carácter ético en cuanto se centraba en el estudio de la conducta humana. Pero la obra por la cual se lo reconoce como economista —La Riqueza de las Naciones— establece que los objetivos de la economía son: a) permitir que la gente se proporcione ingresos, y b) proporcionar al Estado los ingresos crecientes que le permitan la prestación de los servicios públicos.

La ética ha desaparecido así de los objetivos de la economía, y también del análisis económico. En efecto, Adam Smith plantea que la economía se caracteriza por hechos constantes y uniformes que se repiten y constituyen leyes. Es así que formula como principios y leyes principales de la economía tras el logro de sus objetivos de generar riqueza: a) el interés propio como motor de la actividad; b) la competencia como impulsor de la eficiencia; c) la ley de la oferta y demanda como mecanismo regulador, y d) la ley del valor del trabajo como fundamento de la acumulación económica.

La ciencia económica continuará desde entonces y hasta nuestros días como una disciplina que analiza los hechos y que propone modelos teóricos exclusivamente en base a la información empírica, interpretada por conceptos supuestamente referidos a los hechos, relaciones y procesos prácticos, y ajena a toda consideración ética.

Ello es así incluso en la teoría crítica marxista, toda vez que Marx y sus seguidores no abandonaron el concepto de que la economía se encuentra regida por leyes, tanto en su continuidad y operación cotidiana como en la transformación de un modo de producción a otro, y sin poner la menor expectativa de que los cambios económicos puedan provenir de decisiones y formulaciones éticas que adopten los individuos y los grupos. De hecho el marxismo critica duramente a los que llama socialistas ‘utópicos’ porque piensan que es posible crear una economía comunista o socialmente igualitaria en base al compromiso ético de sus organizadores y participantes.

El proceso de independización de la economía respecto de la ética llega a su máxima expresión con Keynes, que por primera vez reconoce y formula algo que estaba implícito en autores anteriores, a saber, que la economía funcionaría de la manera más adecuada cuando se organiza contrariando directamente los principios éticos tradicionales. Escribe Keynes textualmente:

“Cuando más virtuosos seamos, cuando más resueltamente frugales, y más obstinadamente ortodoxos en nuestras finanzas personales y nacionales, tanto más tendrán que descender nuestros ingresos cuando el interés suba relativamente a la eficiencia marginal del capital. La obstinación sólo puede acarrear un castigo y no una recompensa, porque el resultado es inevitable. Por tanto, después de todo, las tasas reales de ahorro y gasto totales no dependen de la precaución, la previsión, el cálculo, el mejoramiento, la independencia, la empresa, el orgullo o la avaricia. La virtud y el vicio no tienen nada que ver con ellos”. (Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, pág. 105).

Keynes es abundantemente reiterativo, y para ilustrar sus conceptos propone la fábula “El panal rumoroso o la redención de los bribones” cuyos versos principales rezan así: “¡Ay, pero en este concierto / del comercio y la honradez / el panal de antigua prez / se va quedando desierto! / Pues si el vicio a chorro abierto / despilfarraba millones / alimentaba a montones / que hoy se quedan sin oficio / y echando de menos el vicio / emigran a otras regiones. / Porque si bien se repara / la insobornable virtud / no es prenda de la salud ...”.

De este modo la racionalidad ética parece haber perdido la partida histórica en que se ha enfrentado con la racionalidad científica.

 

 

 

4. Tres caminos o intentos de la ética para recuperar posiciones en la economía.

 

La ética, no obstante el proceso descrito en el apartado anterior, no se ha dado por vencida, y en la economía moderna ha mantenido la presencia de su discurso, buscando eficacia práctica por tres caminos diferentes.

Un primer camino consiste en plantear formas económicas éticas como propuestas alternativas a las predominantes. Así se han formulado y practicado el cooperativismo, el comunitarismo, y más recientemente, las finanzas éticas, el consumo ético, el comercio justo, etc. En todos estos proyectos, se proponen modelos de unidades económicas (de producción, distribución y consumo) derivados de principios éticos. Pero estas propuestas  tienen un problema que no logran resolver, y es que no han demostrado ser verdaderamente eficientes, exigen sacrificios a sus participantes (contrariando la lógica de la economía que es la de maximizar los beneficios y el bienestar reduciendo los sacrificios y costos), y no han logrado consolidarse ni expandirse ampliamente en el mercado, permaneciendo vigentes pero como islas testimoniales, más o menos marginales respecto a la economía en su conjunto.

El segundo camino ha sido buscar la subordinación de la economía a la ética a través de la acción del poder social y político. Las razones éticas proporcionan argumentos a las luchas sociales de los sectores que experimentan la marginación o la subordinación económica, y a las corrientes políticas que postulan principios de equidad, para que las convierten en políticas del Estado y que impongan —por la vía de la presión social, de la autoridad gubernamental y de las regulaciones legales—, las exigencias éticas sobre la economía. Los resultados parciales que se han logrado por esta vía suelen ser fuertemente resistidos por los economistas en cuanto implican sacrificios de la eficiencia macroeconómica, y en realidad no constituyen una genuina validación de la ética, sino más bien de la razón política por sobre la razón económica.

El tercer modo en que se mantiene vigente el pensamiento ético sobre la economía es a través de propuestas intermedias que buscan algún equilibrio entre la búsqueda de la eficiencia económica y las exigencias de la ética. Se sacrifica en parte la racionalidad económica y se moderan las exigencias de la racionalidad ética, en una suerte de compromiso cultural. Conceptos como los de responsabilidad social empresarial, salario ético, políticas redistributivas, van en esta dirección. El problema es que tales equilibrios intermedios dejan insatisfechas tanto a las razones de la economía como a las de la ética, debiendo ambas renunciar a sus reales aspiraciones de coherencia y consecuencia.

El problema de fondo que ponen en evidencia estas tres maneras de enfrentar el problema, así como toda la evolución histórica del conocimiento económico, es que la ciencia económica convencional ha tenido bastante razón, hasta ahora, cuando sostiene que los intentos de subordinar la lógica económica a las formulaciones éticas, o más exactamente, las interferencias de éstas en el funcionamiento del mercado determinado, implican sacrificar parte de la eficiencia económica del modo actualmente predominante de organización económica.

La separación y la distancia que observamos entre los dominios cognitivos de las ciencias económicas y los dominios normativos de la ética parecen insalvables, mientras se mantenga la ciencia económica como una disciplina enmarcada en la concepción positivista de la realidad, y la ética como un saber que establece normas de comportamiento y criterios de organización sustentados en la afirmación abstracta de valores, virtudes o normas. ¿Significa esto que la ética debe renunciar a su intento de obtener que la economía proceda hacia el bien social y que cumpla el objetivo de favorecer el más completo desarrollo humano? Si no lo ha logrado hasta ahora ¿podrá de algún modo la ética obtener que la economía contribuya a crear las condiciones para que se instalen los valores en la vida social y las virtudes en las conductas de los individuos?

 

 

5. Una respuesta nueva y diferente a un problema viejo que parece insoluble.

 

La renuncia y subordinación de la ética a las razones económicas no es la conclusión necesaria de este análisis. Hay una respuesta diferente, que no va en la dirección antigua y medieval de subordinar la economía a la ética, ni en la dirección moderna de mantenerlas separadas y buscar articularlas en alguna práctica intermedia.

Se trata de algo completamente distinto y nuevo, consistente en introducir la razón ética en la teoría económica, esto es, desplegar una nueva estructura del conocimiento científico, que lo haga capaz de reconocer con rigurosidad analítica las exigencias de la ética en el razonamiento y el análisis propiamente económico.

Es lo que creemos haber de algún modo realizado particularmente en la teoría económica de la economía de solidaridad, y más ampliamente en la Teoría Económica Comprensiva. Algunos ejemplos de ello, que por razones de espacio y de tiempo nos limitamos a enunciar solamente para dar una idea del significado de esta propuesta teórica:

– La elaboración de un nuevo concepto de eficiencia, que no limita la utilidad económica a la rentabilidad del capital, ni los costos al pago de los factores implicados en la actividad, sino que considera en el análisis todos los beneficios y todos los sacrificios humanos, sociales y ambientales involucrados en la actividad económica. Sobre este tema volveré más adelante.

– El concepto del “Factor C” como expresión económica de las virtudes y relaciones de solidaridad, cooperación, compañerismo, etc., en cuanto constituyentes de una fuerza o factor productivo real, al que debe reconocerse su particular productividad y su contribución en la generación de la riqueza.

– El reconocimiento de las relaciones y flujos de reciprocidad, donación, compensación, comensalidad, cooperación y otros tipos de relación que incorporan un importante contenido ético, como componentes internos del proceso de distribución de la riqueza y del mercado, y que es preciso integrar al análisis teórico y práctico del mercado y de la creación y circulación del valor económico.

– Un nuevo concepto de empresa, como organización económico-social que integra la subjetividad de todos los individuos y grupos que la conforman, aportando cada uno sus propios valores, energías y potencialidades en la generación del producto, y consecuentemente, en la distribución de los beneficios.

 

 

6. El delicado, central y mal abordado problema de la eficiencia económica.

 

Dejamos planteado un problema crucial, el de la relación entre la eficiencia económica y la ética, problema sin duda crucial. La eficiencia es una exigencia económica esencial. Nuestra tesis es que la eficiencia es también un valor y una virtud práctica de la mayor importancia moral, aunque la ética no lo haya sabido reconocer adecuadamente.

El principal argumento de quienes postulan y justifican una economía sin referencias valóricas y éticas es la necesidad inherente a la economía de proceder con eficiencia. Así se ha difundido la idea de que habría un conflicto o contradicción insalvable entre ética y eficiencia económica. De hecho, las formas capitalistas de hacer economía, consideradas generalmente como poco éticas, afirman su superioridad y conveniencia porque serían más eficientes que las otras formas, alternativas a ella, que se han hasta ahora propuesto y experimentado.

Se afirma: “La razón de ser, que justifica el esfuerzo de organizar y desarrollar cualquier actividad económica, es que sea eficiente. Si no es eficiente, se trata de una actividad económica que inevitablemente será desplazada”. A dicha afirmación me atrevo a agregar que tal vez sea justo y ético que sean desplazadas y sustituidas por otras más eficientes.

Esta afirmación requiere sin duda mayor fundamentación, especialmente en aquellos ambientes de economías cooperativas y solidarias que destacan la ética como necesaria en la economía, generalmente aceptando cierta menor eficiencia al postular que la superioridad ética sería más importante que la eficiencia económica, y que en consecuencia es natural sacrificar algo de eficiencia en aras de la justicia y la solidaridad. Me propongo mostrar que esta aceptación (relativa) de la ineficiencia como necesaria o al menos aceptable, constituye un error teórico y práctico.

Partamos reconociendo que la ciencia económica convencional, y el funcionamiento del mercado capitalista, e incluso el sentido común de nuestra época moderna, no son contemplativas con la ineficiencia, afirmando que lo que es ineficiente debe ser reemplazado o transformado internamente para que alcance verdadera eficiencia. Lo ineficiente no vale, no sirve, y el mercado —que algunos afirman que es naturalmente cruel— se encarga de desplazar o marginar a las entidades económicas que no sean las más eficientes. Esto es corrientemente aceptado como un hecho, y es lo que sostiene la ‘racionalidad económica’ postulada por la disciplina convencional. Sin embargo, la actual realidad económica dista mucho de una verdadera eficiencia, como veremos en seguida.

Pero quiero decir algo más, y es lo siguiente: las personas, las empresas, las organizaciones económicas, tienen el ‘deber moral’ de ser eficientes. Incluso me atrevo a afirmar que la eficiencia es un valor central, una virtud importante, un criterio ético determinante, que debe presidir, orientar y guiar a las actividades económicas y a las decisiones económicas. Y ello, sobre todo y especialmente, en nuestra época, en nuestro tiempo. Las razones son varias y no difíciles de comprender:

a) La ineficiencia económica reproduce la pobreza, la expande, y crea nueva pobreza. La ineficiencia económica hace que muchas necesidades humanas, y necesidades básicas, esenciales, de muchísimos seres humanos, permanezcan insatisfechas. Porque al ser ineficientes, se producen menos bienes y servicios que los que hubieran podido producirse con los mismos recursos, trabajos y esfuerzos.

b) La ineficiencia económica deteriora el medio ambiente, destruye recursos escasos, mal emplea factores productivos que debiéramos ocupar con parsimonia y cuidado. En efecto, ser ineficientes implica –por definición– emplear más recursos para producir menos bienes y servicios. O sea, se malgastan recursos necesarios y escasos, y se satisfacen menos necesidades humanas. Decía que esto es especialmente grave en nuestra época, en que se ha expandido y multiplicado grandemente la población humana, y por tanto, las necesidades humanas, y ello al mismo tiempo que tenemos un gravísimo problema de escasez de ciertos recursos fundamentales, que debemos cuidar, proteger, reproducir y salvaguardar para las futuras generaciones humanas.

c) La ineficiencia da paso a una vida humana más precaria, menos satisfactoria, y a situaciones sociales más conflictivas, contradictorias, individualistas, llevando a oponer a los seres humanos y a las sociedades, unos contra otros. Nos empobrece espiritualmente y moralmente, porque en situaciones de pobreza y escasez, la exigencia vital esencial será inevitablemente el procurarse lo básico para la subsistencia, descuidando o postergando las búsquedas superiores, el arte, la cultura, las actividades humanas superiores.

Por todo ello, afirmo que no podemos permitirnos ser ineficientes en una economía ética. Y que alcanzar genuina eficiencia es también, o debe ser, junto a los otros valores fundamentales de la justicia y la solidaridad, una razón esencial de la economía solidaria y de cualquier forma de organización económica que pretenda sustituir o complementar a la economía vigente.

En este sentido propongo también otra importante afirmación: una de las principales razones por las cuales debemos buscar una economía alternativa a la predominante, es porque ésta predominante, capitalista y estatista a la vez, es altamente ineficiente: crea muchísima pobreza, desincentiva el trabajo, deja ingentes necesidades humanas y sociales insatisfechas, despilfarra y destruye recursos, deteriora el medio ambiente, da lugar a una deficiente calidad de vida, induce a las personas a centrarse en la subsistencia y a descuidar las actividades humanas superiores, etc.

Son estas ineficiencias gravísimas del capitalismo y del estatismo, junto a sus deficiencias éticas y valóricas, las que nos motivan y mueven a buscar otra economía, superior tanto en lo ético como en la eficiencia, y que creemos haber encontrado en cierta forma y modo de ser de una economía en la que se desarrolla ampliamente una nueva economía de solidaridad y trabajo, en el marco de un mercado democrático y pluralista que permita adecuados espacios a la iniciativa privada, a la economía regulada y pública, y a las experiencias económicas asociativas y comunitarias.

Naturalmente, implícito en estas afirmaciones hay un concepto de eficiencia que difiere del concepto capitalista o convencional de eficiencia. En efecto, no estamos hablando de la eficiencia como rendimiento máximo del capital invertido, sino como la máxima productividad posible de alcanzar con los recursos y factores disponibles. Esto incluye la eficiencia del capital; pero no solamente del capital, sino también de todos los demás factores: naturales, humanos y sociales.

Además la ineficiencia en la economía no es sólo relativa a la producción. La ineficiencia se manifiesta también en los procesos de distribución de la riqueza, cuando excede en la satisfacción de las demandas de algunos y no atiende las demandas de muchos. Y  también en el plano del consumo individual y social, donde se observa por ejemplo que muchos bienes y recursos se deterioran y destruyen sin utilizarse, o que se emplean de maneras inapropiadas. En todos estos campos la ineficiencia económica es generadora de pobreza e insatisfacción de necesidades.

Por lo demás, si la economía ética no es realmente superior también en el campo de la eficiencia económica, entendida en este sentido amplio, ella no se afirmará socialmente, no podrá constituir realmente una alternativa viable por la cual opten las personas en nuestra sociedad.

En efecto, quienes poseen recursos, o sea, los que poseen capitales, los que tienen fuerza y capacidad de trabajo, los que tienen conocimientos y dominan ciertas tecnologías, los que saben gestionar y administrar, los que están dispuestos a otorgar créditos, los que sienten disposición a colaborar solidariamente con otros, los que tienen espíritu emprendedor e innovador, en síntesis, todos los que poseen factores y capacidades productivas, buscarán natural y espontáneamente ‘colocar’ y emplear sus capacidades, recursos y factores, en entidades económicas que sean eficientes, alejándose de aquellas que les ofrezcan menor rendimiento, más bajo y deficiente aprovechamiento de sus aportes y capacidades, y menores recompensas y beneficios —sea para sí como para la sociedad— de esos recursos que están dispuestos a poner en actividad económica. De igual modo, los consumidores toman distancia y dejan de comprar aquellos productos que no les satisfacen por defectos de calidad y de precio.

Como consecuencia de esta natural y racional disposición de las personas, las entidades y las formas económicas poco eficientes quedarán desprovistas de buenos recursos, y no podrán aspirar a tener y contar con los mejores trabajadores, los buenos créditos y capitales, los mejores emprendedores e innovadores, los técnicos, ingenieros, gestores y administradores mejor calificados.

Estas dificultades en la eficiencia, que empírica y realmente han mostrado tener muchas formas económicas alternativas a las capitalistas, ha sido en parte subsanada mediante el recurso a otros valores éticos, o sea, con el llamado y la convocatoria a las personas en base a la motivación de los principios, de las virtudes, de los valores de generosidad y sacrificio personal. Como consecuencia de ello, llegan a las experiencias sociales, cooperativas y solidarias, solamente las personas altamente motivadas por los valores, las virtudes y las relaciones humanas solidarias. Los generosos, los que están dispuestos a sacrificarse en aras de proyectos que consideran superiores éticamente.  Pero otras muchas personas generosas, solidarias, motivadas éticamente, no llegan a la economía solidaria porque ésta no les ofrece posibilidades de emplear sus capacidades y recursos de maneras eficientes.

Como consecuencia de ello, estas economías solidarias terminan constituidas por personas muy generosas pero en gran medida ineficientes. Y para suplir las ineficiencias de estas formas económicas ineficientes, se hacen constantemente llamados al sacrificio, en aras de la organización. Es muy habitual que en las asambleas y reuniones cooperativas se hagan fervientes llamados al compromiso con la organización, a la necesidad de sacrificarse, de aportar sin esperar las mejores recompensas. Pero esto es contradictorio con la ‘razón económica’, que justamente y éticamente, se propone crear y proporcionar beneficios a los seres humanos, beneficios, no sacrificios; utilidades, no pérdidas. Oportunidades de desarrollo, no ocasiones de desgaste y esfuerzos desmedidos.

Les puedo decir que todo mi esfuerzo y trabajo, teórico y práctico, en el campo particular de la economía solidaria, lo he dedicado a este problema crucial: hacer que la economía sea efectivamente solidaria y al mismo tiempo que sea eficiente. Y no se trata simplemente de compatibilizar o de equilibrar solidaridad con eficiencia, o sea, de encontrar un supuesto ‘justo equilibrio’ entre las razones de la economía y las razones de la ética, de modo de sacrificar algo de eficiencia para no dejar de ser solidaria, o de sacrificar algo de solidaridad para no dejar de ser eficiente. Se trata, más bien, de hacer que la solidaridad sea una fuerza generadora de eficiencia, y se trata de que la búsqueda de una siempre mayor eficiencia nos lleve a formas económicas siempre más solidarias. Porque, es mi conclusión esencial de estos trabajos teóricos y prácticos, no hay razón alguna para que la solidaridad no sea eficiente, o para que la eficiencia no sea solidaria. Al contrario, todo sacrificio de solidaridad y cooperación humana es portador de ineficiencia, y todo sacrificio de eficiencia conduce a pérdidas de solidaridad y cooperación.

Los temas y problemas examinados permanecen abiertos, requiriendo ser ampliados y profundizados con enfoques epistemológicos, teóricos y metodológicos transdisciplinarios y complejos. Pero siendo nuestra tesis central que ello supone y requiere  una nueva estructura del conocimiento, no podemos concluir este artículo sin dejar establecidas o al menos sugeridas, algunas claves de la misma.

 

 

7.  Aspectos claves de la nueva estructura del conocimiento necesaria.

 

Hemos planteado que la ética no podrá participar en la creación de nuevas realidades económicas y sociales sino mediante su inserción en la estructura y desarrollo de la ciencia económica misma, y de las ciencias humanas y sociales en general, superándose definitivamente la concepción epistemológica positivista que ha guiado hasta ahora a la sociología, la ciencia política y administrativa, la ciencia del derecho, la ciencia económica, etc. Si bien tales disciplinas se encuentran en grave crisis al no saber dar cuenta de la complejidad de los procesos en curso ni tener capacidad de elaborar respuestas convincentes frente a los problemas que hoy aquejan a la humanidad, ellas  gozan todavía de mucho prestigio, por lo que es necesario ahondar aún la crítica de sus estructuras cognitivas básicas.

Uno de los elementos constitutivos de ésas que conocemos como ‘ciencias sociales’, es el hecho que habiéndose constituido conforme al modelo de las ciencias naturales (sin ser en realidad ciencias como ellas), proponen las explicaciones de los fenómenos y procesos sociales en base a la formulación de leyes, supuestamente objetivas, que presidirían el dinamismo de la realidad histórica, de algún modo similar a como las leyes de la naturaleza permiten comprender y explicar los fenómenos físicos y químicos. Se habla en las ciencias sociales de la leyes de la historia, de las leyes de la economía, de las leyes sociológicas, de las leyes de la política.

Durkheim en los albores de la sociología afirmaba que los hechos sociales deben ser analizados como cosas, separando del análisis científico toda referencia a los valores y a la ética, dada la subjetividad de éstos. Luhmann en el ocaso de la misma disciplina, no niega la subjetividad de los hechos sociales pero continúa sosteniendo que la ética y el ‘deber ser’ deben quedar fuera de los análisis sociales, agregando que los individuos humanos en realidad no forman parte del ‘sistema’ social en sí, permaneciendo más bien ‘en su entorno’.

Pero afirmamos nosotros que la sociedad y la historia humana no son un proceso natural que se desenvuelve conforme a leyes objetivas, ni un ‘sistema’ que excluye a las personas y a sus valores éticos, sino que es el resultado de la actividad de los seres humanos y de los agrupamientos que ellos forman; actividad impregnada de subjetividad, de valores, de éticas y de ideas, todo lo cual queda presente y es constitutivo de la realidad social así construida. La historia humana es la praxis de los hombres, no está dada naturalmente sino que es construida subjetivamente, entendiendo por subjetividad la intervención activa más o menos consciente y voluntaria. En consecuencia, el conocimiento de esa realidad social no puede hacerse excluyendo de su análisis eso esencial —subjetivo, valórico, ético, ideal— que la constituye. ¿Cómo, entonces, pudieron formularse ‘leyes’ de la historia, de la economía y de la política, que han mostrado tener alguna efectiva capacidad predictiva? ¿Y cómo se ha llegado a pensar que la sociedad es un ‘sistema’ en que los individuos humanos carecen de incidencia directa en sus dinámicas y evolución?

Si la historia es experiencia y práctica económica, política y cultural, serán los modos en que se desenvuelven las experiencias y prácticas de los individuos y grupos, la clave para explicarnos cómo  la economía, la política y la cultura son  concebidas y elaboradas en las ciencias que formulan sus estructuras y procesos.  Pues bien, la praxis humana en la civilización moderna es muy diferente a la praxis que se va configurando en el proceso de creación de una civilización nueva y superior.

En la civilización moderna, los individuos y las masas de la población permanecen esencialmente pasivos, porque están subordinados y actúan conforme a las orientaciones que les imponen los pocos que determinan las estructuras y el curso de los acontecimientos. La historia la hacen los grupos dominantes, que se guían por sus intereses particulares,  y que van configurando las estructuras y los procesos económicos, políticos y culturales.

Pues bien, ¿cómo surgió el concepto de regularidades y de leyes en el desarrollo histórico? ¿O la idea de un ‘sistema’ social no afectado por las decisiones y acciones de los individuos y de los grupos de individuos? Las ‘leyes de la historia’, como la idea de un ‘sistema’ social, surgen como generalizaciones abstractas del modo en que se realizan la economía, la política y la cultura en la civilización moderna. En ésta la inmensa mayoría de los individuos interactúa en el terreno de los intereses privados, de modo que allí no tiene lugar alguna actividad política e histórica coherente. Las actividades de los individuos y de las masas no producen verdadera actividad creadora de sociedad y de historia. Sus acciones se repiten según pautas aceptadas pasivamente. La generalización abstracta de esa experiencia práctica es lo que lleva a la proposición de leyes estadísticas y tendenciales, que describen y que presuntamente explicarían el desarrollo histórico; y a la idea de un ‘sistema’ en el cual los individuos permanecen sólo en el ‘entorno’.

En ese marco, desde el momento que los hechos históricos no son aquellos conscientemente queridos y perseguidos en la práctica de los individuos ni de la masa, la historia aparece ante esos mismos individuos y masas, no como el resultado de la praxis humana concreta, sino como algo exterior a ellos, de manera que puede ser interpretada como el producto de fuerzas naturales que actuarían conforme a una lógica predeterminada, o como componentes de un sistema de relaciones predeterminadas; cuyas partes estarían o ‘legalmente’ o ‘sistémicamente’ conectadas. Pero en realidad no se trata de fuerzas ‘naturales’ ni ‘sistémicas’, sino de la imposición de las fuerzas de los grupos dominantes (en la economía, la política y la cultura).

Es por ello que, en las situaciones en que las grandes masas de la población permanecen esencialmente pasivas, la formulación de leyes  de tendencia (de la economía, de la política, de la cultura), y la idea de un ‘sistema’ independiente de los individuos, proporcionan cierta imagen del resultado que producirá el cruce de las actividades de los hombres y grupos basados en sus intereses y planes privados. En cambio, cuando la acción creativa, autónoma y solidaria consciente saca a los individuos y a las multitudes de la pasividad, aquella utilidad de las leyes y de la concepción ‘sistémica’ desaparecen, en cuanto la acción individual y colectiva se orienta de modos muy distintos que las tendencias en curso. La historia comienza a ser creada por muchos, libre y conscientemente, y sus dinámicas ya no pueden ser interpretadas ‘naturalistamente’ ni ‘sistémicamente’.

Es lo que sucede en el proceso de creación de una civilización nueva, de una nueva economía, de una nueva política y de una nueva cultura, por acción de individuos y grupos creativos, autónomos y solidarios, guiados por proyectos, valores, ideas y éticas integradas. Cuando la economía, política y cultura modernas entran en crisis, y las personas empiezan a abandonar los comportamientos esperados por los grupos dirigentes, aquellas ciencias económicas, políticas y sociales positivistas dejan de explicar y predecir el curso de los acontecimientos. Y entonces, lo que hace posible la creación de nuevas ciencias —elaboradas desde abajo, a partir de la experiencia inmediata de los individuos y de los grupos activos que conforman una verdadera ‘filología viviente’, no formuladas como un proceso natural o sistémico que se pueda comprender sin referencia a los valores y las éticas, sino capaces de reconocer la subjetividad humana y social en los procesos económicos, políticos y culturales—, es el surgimiento de individuos activos y participativos, autónomos, creativos y solidarios, de grupos auto-organizados y auto-direccionados, que cambian la historia, que alteran las tendencias dominantes, que ya no se guían por los poderes establecidos ni se adaptan a un ‘sistema’ establecido, que inician la creación de una nueva civilización.

Son esas experiencias y esas ‘situaciones históricas de nuevo tipo’, las únicas que permiten el surgimiento de nuevas ciencias. Son las experiencias creadoras de la nueva economía, de la nueva política y de la nueva cultura, las que se teorizan y proyectan en esas ciencias nuevas, en las que los hechos sociales no son tratados como ‘cosas’ ni reducidos a ‘sistemas’. Cuando tomamos conciencia de que la historia, y la economía, la política y la cultura, las hacemos y las guiamos nosotros mismos —y de ello tomamos conciencia real sólo cuando iniciamos prácticamente la creación de una civilización nueva y superior—, cuando nos sabemos protagonistas y actores autónomos de la historia, entonces nos es posible comprender que la ciencia de esa historia, y las ciencias de la economía, de la política y de la cultura, no pueden ser disciplinas que conciban la realidad como procesos naturales y objetivos, ni como sistemas independientes de la conciencia, de la voluntad, de las emociones, de las éticas y de los valores propios de quienes son los creadores, protagonistas y guías de esa historia, economía, política y cultura; las que en realidad no son otra cosa que ellos mismos en sus relaciones e interacciones recíprocas.

La supuesta objetividad de las ciencias económica, política y social que se fundaban en un concepción positivista y naturalista de la realidad humana, se desvanece, o mejor dicho, se abandona pues se toma conciencia de que tal supuesta objetividad era, por un lado un error teórico y epistemológico, y por otro, podemos decirlo así, un ardid de las clases dominantes y de los sectores dirigentes, que dominaban y dirigían conscientemente la historia, la economía y la política, pero que las presentaban como ‘necesidades’ históricas, como procesos objetivos, como ‘racionalidades’ dadas, como ‘sistemas’, como si fueran independientes de sus propios intereses y objetivos. Para los dominados y subordinados, en cuanto experimentaban pasivamente las condiciones históricas, económicas y políticas, y no eran ni podían sentirse actores de los procesos, tal objetividad les parecía real, pues ellos mismos no conducían los procesos con su conciencia y su voluntad.

El propio marxismo, crítico de la dominación y postulador de transformaciones revolucionarias, también cae en el error de suponer una historia naturalizada, sujeta a leyes objetivas e independientes de la voluntad de los hombres, y una sociedad estructurada como ‘sistema’. Cae en el error porque teóricamente no logra superar el horizonte teórico del positivismo y del naturalismo materialista. Y cae en el error porque no llega a concebir a los individuos humanos como hacedores de la historia, proponiendo en cambio que ellos deben simplemente sumarse a fuerzas supuestas todavía como objetivas, parteras de la historia, que actuarían conforme a dichas leyes objetivas, a aquella necesidad histórica. Esto incluso es teorizado en la idea de que la libertad no es sino la conciencia de la necesidad, esto es, actuar conforme a un supuesto dinamismo objetivo inherente a la historia, e independiente de la conciencia y de la voluntad, de las decisiones y de las opciones que puedan realizar los individuos y los grupos.

Pero los iniciadores de una nueva civilización superior, liberados de la subordinación a los poderes e instituciones de la civilización en crisis, conquistada la propia autonomía en base a la cual cada uno es guía de sí mismo y creador de cultura, de economía y de política, estamos en condiciones de superar el naturalismo y el positivismo en el conocimiento. Para los creadores de cultura,  que la construyen consciente y libremente, las ciencias y las artes y la cultura toda, ya no son mera superestructura determinada por estructuras supuestamente objetivas, necesarias y que proceden conforme a leyes ineluctables y determinadas por un sistema.

Entonces, abandonada la idea positivista de las ciencia sociales, descubrimos que toda la realidad histórica y social es realidad subjetiva, esto es, elaborada, construida, guiada y coordinada por personas y grupos humanos que son parte de ella, que en realidad, son la sociedad y la historia misma. Personas y grupos que las crean, y que al crearlas ponen en ella, en la realidad que construyen, su propia subjetividad, sus valores, sus éticas, sus objetivos, sus ideales, y también sus engaños, sus maldades, sus contravalores. Todo eso es parte de la realidad, y por tanto, todo eso debe ser comprendido por la ciencia, integrado en su estructura teórica y metodológica, y llegar a ser parte de la explicación de los procesos históricos. En este contexto, la ética puede recuperar su perdida relevancia y centralidad, pero sólo reconstruyéndose conforme a nuevas estructuras epistemológicas, teóricas y metodológicas que la inserten en las ciencias y, con éstas, en la ‘sociedad del conocimiento’.