5. EL ESCONDITE

5. El escondite.

 

El día siguiente al mediodía en punto Juan Solojuán llegaba a la casa de Matilde. Cuando ella se asomó a la puerta le dió un abrazo diciéndole al oído:

—No digas nada, Matilde. En la esquina hay un vigilante apostado, seguramente con lo necesario para escuchar todo lo que digamos. Imagino que tendrá instrucciones de seguirnos. No creo que sea prudente conversar en tu casa, porque la señora Morgado puede haber colocado, sin que te dieras cuenta, algún dispositivo de escucha. Ven conmigo.

La tomó del brazo y apoyándose con la otra mano en el bastón la llevó hasta su automóvil, abriéndole galantemente la puerta. Una vez adentro le susurró al oído:

—No me costará nada despistar a ese vigilante y llegar a un lugar seguro donde nadie podrá escuchar lo que hablemos.

Fue Matilde la que acercó ahora sus labios al oído de Juan y le dijo muy suavemente:

—¿Acaso piensas que también en tu auto no podemos hablar sin que nos escuchen?

Ahora él al oído de ella:

—Es que no estoy seguro de hasta donde pueden llegar. Sabiendo que vendría a buscarte en el automóvil, pueden haber instalado un dispositivo de escucha cuando lo dejé estacionado cerca de tu casa.

Ella al oído de él:

—Entiendo. Pero ¿cómo podrás despistarlos, si sabemos bien que hay cámaras de vigilancia en todas las calles? No veo modo de que no puedan saber el recorrido que estamos haciendo, si es que han decidido seguirnos.

Él al oído de ella:

—No te preocupes que nos sigan. Vamos directo a la sede de CONFIAR. Ya verás lo que haremos.

Avanzaron rápidamente porque desde hacía años el sistema de semáforos se encendía solamente en ocasiones especiales de gran movimiento, y en todo el trayecto en que recorrieron casi cinco kilómetros se encontraron solamente con cuatro automóviles, dos camiones y un bus colectivo, todos impulsados por energía solar. Se había desatado de improviso un viento de más de setenta kilómetros por hora, por lo cual numerosos ciclistas se habían cobijado en los portales de las casas y en los ingresos de los negocios, y eran muy pocos los peatones que se atrevían a caminar por las veredas.

La Gran Devastación Ambiental había sido causada por el empleo sobreabundante de energías fósiles altamente contaminantes, y la Dictadura Constitucional Ecologista había prohibido todos los medios de transporte movidos por gasolina y diesel. Hacía años que no se producían automóviles nuevos, pues abundaban los que todavía no habían sido reconvertidos a las energías permitidas. La compra de un auto antiguo y su reconversión no era demasiado costosa, pero el valor de la energía eléctrica, generada en su mayor parte por paneles fotovoltaicos, era altísimo debido a que con ella se mantenían en actividad las fábricas, se calefaccionaban e iluminaban las viviendas, se operaban los sistemas informáticos y de comunicación, se realizaba el transporte y se aseguraba la conservación de los alimentos. Por otro lado, los ingresos de la inmensa mayoría de las personas eran muy bajos, porque la productividad del trabajo, en ausencia de sistemas de maquinaria, era reducida.

Cuando llegaron a la Sede del CCC se abrió el ingreso automáticamente. Entraron, dejaron el auto en el estacionamiento subterráneo y caminaron hasta la oficina de Juan.

—¿Es seguro conversar aquí?— le preguntó Matilde siempre al oído y en un susurro de voz.

—No lo es del todo. Iremos a un lugar donde no tendremos ningún problema; por eso ahora apaguemos nuestros IAI pero dejemos activados los localizadores. Los dejaremos en mi oficina de modo que los de la CIICI crean que no nos movimos, mientras que en realidad haremos un largo y entretenido paseo. ¡Vamos!

Desconectaron los IAI, los dejaron sobre la mesa y bajaron nuevamente al subterráneo, donde se subieron a un pequeño camión que era habitualmente ocupado en el transporte de mercaderías. Saludaron a Enrique, el conductor, un joven de toda confianza de Juan, al que le pidió que apagara cualquier equipo electrónico de comunicación y de localización tanto personal como del vehículo. En seguida salieron del recinto por un portón lateral. El viento había cesado y el aire había adquirido unas temperatura y humedad que eran propias de un clima tropical. Cosas del cambio climático.

Mientras siguieron en silencio por las calles de Santiago la escritora iba pensando que nunca hubiera imaginado encontrarse en una situación como aquella, en que parecían dos viejos conspiradores. De hecho, en cierto modo lo eran.

Juan fue dando las instrucciones sobre el recorrido, hasta que después de varias vueltas pidió al conductor que los llevara directamente al Museo institucional, en la antigua Comuna de La Cisterna.

—Enrique, no es necesario que entres al recinto. Déjanos a la entrada del pasaje, vuelve a la sede central y regresa a buscarnos a las cuatro de la tarde, pero no aquí sino en el Sitio 23, frente al Restaurante Don Rubén. Por favor, al venir a buscarnos ten cuidado de desconectar todos los aparatos electrónicos de comunicación y localización, tanto los tuyos personales como los del vehículo en que vengas.

Juan Solojuán y Matide Moreno caminaron lentamente los cien metros del pasaje al final del cual se alzaba un gran muro que escondía una construcción de tres pisos. Una placa de bronce identificaba el lugar como el Museo Institucional del Consorcio Cooperativo CONFIAR. Un letrero indicaba que el Museo estaba cerrado al público y solamente se permitían visitas de grupos previamente convenidas.

Juan sacó un manojo de llaves, de las antiguas que operaban cerraduras manuales, y entraron al edificio. En todo el local encontraron solamente a dos personas, un hombre y una mujer, viejos amigos de Juan, a las que explicó brevemente que el motivo de la visita era mostrar las instalaciones del Museo a la señora que lo acompañaba, que no se preocuparan de nada, y que se retirarían más tarde hacia el Sitio 23.

—Te mostraré uno de los secretos mejor guardados de nuestra organización— dijo Juan a Matilde con un guiño de ojos. —Aquí todo es y todo funciona a la antigua usanza, solamente se emplean viejos computadores y no operan sistemas de comunicación, con la excepción de un sistema electrónico que bloquea todos los aparatos de comunicación, incluídos los GPS y los localizadores. Lo decidimos así no solamente porque se trata de la ambientación de un Museo, que es la explicación oficial que damos a quienes nos preguntan porqué se detienen aquí sus instrumentos electrónicos. La verdadera razón es que decidimos reservar este lugar como un recinto de protección, tal como lo construimos en tiempos del Levantamiento de los Bárbaros y como lo utilizamos durante la Gran Devastación Ambiental. Te contaré brevemente la historia.

—No brevemente, por favor. Me interesa que me cuentes todo con mucho detalle.

—Empecemos, entonces con un recorrido. Ese señor sonriente y orondo que ves ahí en la gran fotografía, y que es el mismo de la estatua que podrás apreciar cuando subamos al segundo piso, es don Rubén Donoso, un chileno que residía en Australia y que era dueño del terreno en que ahora estamos, cuando era éste un sitio baldío. Todo comenzó en este lugar hace medio siglo, cuando yo era un barbudo pordiosero, historia que te he contado antes, creo que en más de una ocasión. Aquí fue que comenzamos nuestra cooperativa, con un pequeño grupo de seis pordioseros que éramos considerados verdaderos desechos de la sociedad, al que se sumaron el profesor Farías, una asistente social que falleció hace poco, un joven rebelde que fue asesinado cuando se instauró la dictadura, el abogado Tomás Ignacio Larrañiche y don Rubén Donoso, que era el dueño de este sitio en que instalamos un huerto orgánico de autoconsumo y un pequeño centro de reciclaje de tarros y botellas.

—Sí, recuerdo que una vez me relataste esa historia, y sobre los cuadernos que escribiste y cómo se fueron juntando los primeros socios de la cooperativa.

—Mira, Matilde, esta vitrina. Han querido conservar aquí los siete cuadernos originales.

—Los leí en la edición digital. Es realmente sorprendente como pudiste anticipar los desastres que sobrevendrían como consecuencia de las demenciales políticas económicas y educacionales de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Fuiste un verdadero profeta.

—No un profeta. Fui solamente alguien que como andaba vagando por las calles pudo observar con atención y cuidado lo que estaba ocurriendo en la ciudad. Y fue haber previsto lo que sucedería después, lo que nos salvó del Levantamiento de los Bárbaros primero, y de la Gran Devastación Ambiental después.

—De eso no conozco los detalles. Cuéntame por favor cómo ocurrió.

—Ahora te lo explico todo, y te mostraré lo que nos servirá hoy día para evitar el acoso de la CIICI.

—Soy toda oídos.

—Primero tengo que reconocer que tuvimos la suerte de que este terreno donde instalamos el huerto y la crianza de aves estuviera ubicado al fondo del pasaje sin salida, en un barrio popular de gente humilde, de modo que pasamos bastante inadvertidos durante el Levantamiento de los Bárbaros. Pero además, previendo lo que vendría, nos preparamos para ser autosuficientes en lo esencial, y para garantizar nuestra seguridad.

—¿Cómo hicieron para tener agua potable y de riego durante la Gran Devastación Ambiental?

Juan Solojuán la condujo hasta un pequeño patio exterior al fondo del sitio.

—Esta noria, que tiene cuarenta y ocho metros de profundidad, la hicimos trabajando durante cuatro meses, entre cinco personas. Tuvimos que inventar un sistema de conducción de aire, primero para llegar hasta al agua, y luego para proveernos de oxígeno y continuar profundizando el pozo bajo el agua. Todavía funciona perfectamente, con la energía de esos viejos paneles fotovoltaicos.

El viejo accionó un interruptor y casi en seguida recogió agua en un pequeño cuenco de greda, que virtió en un purificador de piedra del que pronto comenzó a caer un débil chorro de agua cristalina.

—Esta agua se puede beber tal como sale del pozo, pero como es demasiado calcárea instalamos estos antiguos purificadores.

Llenó un vaso, tomó un sorbo y se lo pasó a Matilde diciendo:

—Agua potable fría de la mejor calidad.

—¡Exquisita! Entonces, tenían alimentos, agua y energía, todo producido en este pequeño sitio de dos mil metros cuadrados. Pero ¿cómo hicieron para sobrevivir durante la Gran Devastación Ambiental, donde prácticamente no quedó lugar de la ciudad que no fuera asaltado por las hordas hambrientas y desesperadas?

—Como sabíamos lo que vendría nos preparamos para resistir cualquier asalto. Lo primero fue levantar ese gran muro que da al pasaje y elevar hasta cinco metros las murallas laterales. Tal vez te fijaste que en la parte superior del muro que da al pasaje dejamos unas pequeñas aberturas que cumplían la función de las almenas y cañoneras que tenían los antiguos castillos medievales para su protección pasiva y activa. Instalamos allí unos tubos de fierro similares a cañones que, acompañados del operar de poderosas sirenas resultaron suficientemente amenazantes para impedir los asaltos de quienes, al encontrarse con todo aquello, preferían ir en busca de lugares menos protegidos. Pero eso no fue todo. Sígueme que te mostraré nuestra defensa principal, el lugar donde prepararemos la estrategia a seguir para poder realizar sin problemas tu conferencia, si todavía quieres realizarla.

—No tengas duda ninguna de que la realizaré. Ya la estoy preparando; y quiero que tenga la más alta difusión que podamos lograr.

—Me alegra que me lo digas, aunque en realidad yo tampoco tenía dudas de que así lo decidirías, querida Matilde. Ahora te mostraré nuestro mayor secreto. Sígueme.

La condujo por un pasillo interior hasta una gran puerta de acero camuflada por unas pinturas, que abrió empleando tres de las llaves que portaba consigo. La puerta daba a una escala de aproximadamente un metro de ancho incluídos los dos pasamanos. Accionó varios interruptores de luz y Matilde vió que la escala descendía por al menos seis metros y llegaba al piso de un gran recinto subterráneo que ocupaba prácticamente los dos mil metros del terreno.

—Bajemos. Apóyate bien en los pasamanos.

El techo del subterráneo era soportado por enormes pilares de cemento armado. A un costado Matilde pudo observar un muro de piedra de forma circular que Juan le explicó que correspondía a la noria que le había mostrado en el patio exterior.

—¡Estoy tan sorprendida que no sé qué pensar ni qué decir!— Exclamó Matilde. —Imagino que ya aquí podemos conversar sin peligro de ser escuchados.

—Desde que entramos al Museo la seguridad es completa. He querido mostrarte este lugar, y todavía algo más, solamente para que veas lo que tenemos a disposición en caso de necesidad. Ahora iremos a un lugar ameno donde conversaremos tranquilamente, compartiendo un rico almuerzo y un buen vino.

Juan la guió hasta una puerta lateral del subterráneo, tomó una linterna que pendía de un colgador de ropa, y tomando a Matilde del brazo la guió por un largo túnel. Mientras caminaron a paso lento le explicó:

—Comprenderás que durante la Gran Devastación necesitábamos salir de nuestro escondite, conectarnos con otros centros de abastecimiento de víveres, y tener acceso a las calles de la ciudad sin que nuestro recinto fuera descubierto. Por eso construimos este túnel, que nos lleva al que llamamos Sitio 23, que es adonde iremos ahora.

—Estoy cada vez más sorprendida, querido Juan. Nunca hubiera imaginado que algo como esto, que en una de mis novelas llegué a imaginar, pueda existir realmente en nuestra época.

—Ahora debo advertirte, para que no vayas a alarmarte innecesariamente, que iremos subiendo lentamente hasta llegar a la superficie, pero ya en la parte final nos encontraremos con bandadas de murciélagos colgados de sus patas, y que si se asustan podrán volar sobre nuestras cabezas.

—¿Por qué no los han echado?

—¿Echarlos? ¡Con todo lo que nos costó atraerlos hasta acá! Tal vez no sabes que los murciélagos son una de las especies más beneficiosas para el hombre en nuestra época post devastación.

—¿Cómo así?

—El hecho es que con el cambio climático desaparecieron muchas especies de pájaros, y las que no desaparecieron, quedaron reducidas a un pequeño porcentaje de ejemplares. Y esto significó que los insectos aumentaron exponencialmente, y con el cambio climático llegaron hasta acá numerosos tipos de mosquitos, arañas, dengue, chicungunya, zancudos y otros insectos causantes de enfermedades que significaron la muerte de cientos de miles de personas solamente en esta ciudad. Los insectos se multiplicaron sin control debido a la reducción de las aves. Quedaron los murciélagos como los principales controladores de las plagas de insectos, pues son su alimento preferido. Cuando lo supimos, inventamos un sistema interesantísimo para atraerlos hasta acá, y ello nos mantuvo y nos mantiene hasta ahora bastante protegidos de enfermedades infecciosas trasmitidas por los insectos.

—¿No será que los murciélagos sean, por otro lado, causantes de la casi desaparición de las abejas?

—No lo son. Los murciélagos salen a cazar insectos solamente de noche, en las horas en que las abejas se mantienen en sus panales.

—¡Ay! Y yo que en una de mis novelas desprestigio a los murciélagos como animales peligrosos y amenazantes. ¡Me siento culpable!

—Pues, sí, pero no eres la única, porque son muchísimos los libros y los films que ponen a estos benéficos animalitos, que son los únicos mamíferos voladores que existen, como si fueran criaturas infernales. Pero hay algo bueno también en esa creencia. Los murciélagos protegen nuestro subterráneo de los intrusos. Hemos contado a todos que aquí sólo hay una cueva grande que construimos para criar a los murciélagos. Aunque mucha gente sabe que son animales benéficos, les tienen horror y no se atreven a meterse a la cueva.

El Sitio 23 al que finalmente llegaron después de pasar entre los murciélagos era una especie de enorme convento rectangular de más de casi dos hectáreas, con al centro un hermoso huerto donde estaban en cultivo variadas especies de hortalizas. El huerto estaba rodeado por largos corredores techados, que daban a numerosos locales comerciales y de producción artesanal abiertos hacia las cuatro calles circundantes. Quienes pasaban por ellas y entraban a esos locales no podían imaginar que todos ellos estaban conectados entre sí por los pasillos que daban al huerto comunitario interior.

—Vayamos a almorzar al Restaurante Don Rubén, que fue creado por don Rubén Donoso el año 2021, cuando regresó de Australia y se vino a integrar a la Cooperativa a la que había contribuido inicialmente aportando el sitio donde está ahora el Museo. El Restaurante fue asaltado después por un grupo de desalmados. Don Rubén resultó gravemente herido y falleció dos años después. El restaurante permaneció cerrado durante la Gran Devastación Ambiental, y fue reabierto por dos de sus nietas que, junto a sus esposos, lo administran desde que se instaló la Dictadura Constitucional Ecologista que restableció el orden en la ciudad.

Apenas entró Juan Solojuán con Matilde al restaurante se levantó de la caja Florencia, una de las nietas de don Rubén, que se acercó a saludarlos afectuosamente.

—Querida Florencia, venimos a almorzar y a conversar. ¿Puedes hacer que nos preparen una mesa en el lugar que sabes que a mí más me gusta?

—Por supuesto, junto a la fuente al medio del huerto. Ya pasó el viento y salió el sol, de modo que es un lugar muy agradable. En dos minutos estará la mesa instalada y un mozo irá a mostrarles el menú del día.

Cuando estuvieron sentados y mientras almorzaban y se servían una buena copa de vino tinto, mirando Juan con afecto a Matilde comenzó a explicarle cómo veía la situación que enfrentaban.

—Querida amiga Matilde, no quiero que te asustes, pero es mi deber explicarte con claridad lo que pienso de la situación en que nos estamos metiendo, y ponerte al tanto de los peligros que corres. Yo sé muy bien como funciona la CIICI, porque en todos estos años me ha tocado escuchar los testimonios de muchos compañeros de nuestra organización que han sido objeto de investigación y de control.

—No tengo miedo, amigo Juan. Como no lo tuve cuando tenía sólo catorce años y fui acusada injustamente en el colegio por unos delitos que no cometí. Además, ya soy vieja y creo que sabré hacer respetar mis canas.

—Estoy seguro de ello, Matilde; por eso es importante que estés preparada para lo que viene. Esa citación que recibiste es la primera acción que toma la CIICI contra cualquier persona sobre la que recaiga la sospecha de que pudiera representar un problema para el gobierno. Ese día sucederá lo siguiente. Llegarás puntualmente a la hora de la citación. Tomarán tus datos y te harán esperar en una sala, donde probablemente haya algunas otras personas esperando también ser llamadas. Puede pasar una hora, o dos o tres, antes de que te llamen, y harán pasar a otras personas aunque hayan llegado después que tú. Cuantas más personas pasen antes de que te llamen, te indicará cuánto más importante es tu caso para ellos. Lo que intentan al hacerte esperar, es humillarte, y que te impacientes, que te canses, que veas a las personas que salen cabizbajas del interrogatorio que te espera. Las personas que están habituadas a ser humilladas no lo resienten tanto como las que están acostumbradas a ser respetadas, como es tu caso, de modo que tendrás que tener mucha paciencia para evitar irritarte, que sería el peor estado de ánimo para enfrentar el interrogatorio.

—Entiendo bien lo que me dices, Juan, y te agradezco que me adviertas y aconsejes. Pero no te preocupes. Yo sé lo que es ser humillado. Fuí duramente humillada cuando tenía catorce años, en el colegio, donde pasé semanas sin que mis compañeras me hablaran, y cuando se acercaban a mí sin que me miraran, les oía proferir insultos y estupideces sobre mi modo de hablar, de vestir, de caminar. Yo resistí todo eso hasta que se probó mi inocencia, y mis compañeras vinieron avergonzadas a pedirme perdón por el maltrato que me habían dado. Y por otro lado, amigo Juan, yo no me aburro nunca, pues mi mente está siempre activa, imaginando escenas y personajes, inventando situaciones, desarrollando ideas. Sabré esperar las horas que quieran sin que me inmute. Además, si hay allí otras personas esperando, observaré como se comportan, lo que me será de mucha utilidad para describir personajes y situaciones en mis próximas novelas. ¡Es increíble cuánto lo marcan a uno las experiencias de la infancia y la adolescencia!

—¡Eres fuerte!, amiga, y no sabes lo que me alegra escucharte, porque de verdad estoy preocupado por lo que te puedan hacer. Por eso te recomiendo también que no lleves ningún aparato electrónico contigo, ni imagines que podrás grabar el interrogatorio, porque te harán pasar por un escaner, y si tienes cualquier aparato electrónico te lo retendrán y devolverán al salir, después de que habrán registrado y copiado todas las llamadas y movimientos que hayas hecho en las últimas semanas, de lo cual queda registro en cada aparato. Y además, te lo devolverán con algún sistema adicional que le habrán instalado para seguirte los pasos y cada cosa que digas en adelante. Mejor aún sería si compras y llevas un IAI nuevo con GPS, donde no haya ninguna información que pueda servirles; y cuando te lo devuelvan después del interrogatorio, lo desconectas y lo dejas abandonado en algún basurero de un supermercado y haces la denuncia de que te fue hurtado.

Matilde escuchaba a Juan con atención, sorprendida por todo lo que él le decía, y también entretenida, pues consideraba que todo era como estar viviendo una aventura de ciencia ficción de la cual fuera ella misma la protagonista principal.

—Cuando te hagan pasar, te harán sentar en un incómodo asiento frente a seis o siete interrogadores, que estarán sentados en grandes sillones ante una mesa, sobre una alta tarima, lo que te obligará a hablar mirándolos hacia arriba y encandilada por unos focos que desde detrás de ellos estarán iluminando tu cara, mientras que tú misma casi no podrás verlos a ellos. Y te interrogarán acuciosamente, haciéndote preguntas sobre todo lo que se les pueda ocurrir. Te preguntarán por tus creencias religiosas y filosóficas, por tu vida sexual y familiar, por tus viajes, por tus amistades y tus conocidos. Te sorprenderá cuánto saben de tu vida, desde tu infancia hasta hoy. Y puesto que están muy bien informados, debes cuidarte de no mentirles para que te crean cuando de verdad tengas que ocultarles algunas informaciones, especialmente en lo referente a la conferencia que darás. Porque querrán saber todo lo que dirás en ella. En mi opinión, el objetivo que debieras lograr en este interrogatorio es que se convenzan de que no constituyes un peligro para el régimen, y de que la conferencia no representará ningún problema para el orden público ni para el sistema ideológico imperante.

Cuando Juan y Matilde consideraron que ya habían agotado el tema del próximo interrogatorio al que someterían a la escritora, se pusieron a planificar la difusión y publicidad de la conferencia. Matilde y Juan coincidieron en que, si tanto preocupaba al régimen que los ciudadanos empezaran a repensar la política y el orden social, era el caso de que el evento tuviera la mayor difusión e impacto posible.

Cuando se acercaba la hora que Solojuán había indicado a Enrique para que los fuera a buscar a la salida del Restaurante, se levantaron de la mesa y entraron al comedor para pagar lo que habían consumido. Se despidieron de las dos nietas de don Rubén y del mozo que los había atendido. Salieron a la calle a las cuatro en punto, el momento exacto en que vieron llegar a Enrique manejando un furgón del CCC.

Ya de regreso en la Sede Central de CONFIAR recuperaron sus IAI. Antes de activarlos se pusieron de acuerdo en la hora en que volverían a encontrarse en el Restaurante Don Rubén el día después de la citación de la CIICI. Juan llevó a Matilde a su casa en su automóvil, comprobando que fueron nuevamente seguidos por el mismo vehículo que los había escoltado en la mañana. Así estuvieron seguros de que durante el tiempo que pasaron fuera los habían despistado, sin despertar la menor sospecha sobre el lugar donde habían estado.

Al despedirse Juan le dijo sonriendo mientras palpaba con sus dedos el viejo arete que colgaba de su oreja:

—Me está encantando tu novela, querida Matilde. Cuando termine de leerla tendremos mucho de qué conversar. Por el momento te adelando que encuentro muy chistoso y fascinante al mismo tiempo, ese modo sistémico, comprensivo y complejo con que razonan los jóvenes provistos de aretes cósmicos. ¿Será que éste que llevo desde que era joven sea uno de ellos?

—No te preocupes, amigo Juan— le respondió Matilde sonriendo. —Los diseños de los aretes pedagógicos eran infinitamente más hermosos y sofisticados que ese anillo ordinario que cuelga de tu oreja. Pero te confieso— agregó con una chispa de picardía en los ojos —que la idea de que un simple arete pudiera ser portador de una inteligencia superior la tuve una noche soñando contigo. Pero eso fue hace ya mucho tiempo, querido.

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***

 

A esa misma hora pero al otro lado del mundo, ante una audiencia compuesta por los más connotados filósofos e historiadores europeos, en el gran Salón de Honor de la Academia Francesa de la Historia, Ambrosio Moreno, el hermano de Matilde, daba término a su alocución.

La penumbra en que se encontraba el auditorio por causa del racionamiento eléctrico que también afectaba a París y a las grandes capitales del mundo, impedía a Ambrosio apreciar en los rostros del público el efecto que producían los conceptos que estaba expresando. Lo escuchaban en silencio, sólo alterado por la respiración jadeante de algunos ancianos sentados en la primera fila. Estaba llegando al final de su alocución, y al revés de lo que hacen muchos oradores que dan a sus discursos un final emotivo para estimular encendidos y largos aplausos, Ambrosio terminó tranquilamente:

—A lo largo de la historia los humanos nos hemos preguntado cuáles sean las fuerzas que marcan el curso sinuoso de nuestras vidas y que definen el futuro que nos espera. Se ha creído que pudiera ser el destino y la fortuna, guiados por caprichosas deidades; o la providencia de un Dios que todo lo conoce y decide conforme a su oculta e incomprensible sabiduría; o una causa final que todo lo atrae hacia un fin pre-establecido, pero siguiendo recorridos azarosos; o las leyes inexorables de una historia que sigue un curso previsible científicamente, guiado por clases sociales y naciones de vanguardia; o la acción de los grandes poderes económicos, políticos y militares; o el resultado de la composición de todas las acciones, interacciones y relaciones de fuerzas entre los individuos, los grupos y las multitudes, siendo infinitesimal y despreciable el efecto de cada uno, pero incidente en el resultado final con un peso que siempre es mayor que cero.

Ambrosio tomó aliento. Recorrió con la mirada el auditorio sabiendo que los ojos de todos estaban clavados en los suyos, y concluyó diciendo:

—Tal vez hay algo de verdad en cada una de esas maneras de pensar la vida humana y la historia; pero no sabemos bien cómo se relacionan y combinan. Lo que sabemos es que en última instancia las personas somos los protagonistas de nuestras vidas y los agentes de la historia social de la humanidad. Pero ello, no tanto por nuestras acciones, por las cosas que hacemos habitualmente, por nuestros comportamientos cotidianos; ni tampoco por nuestras creencias y opiniones, sino por las obras y creaciones en las que objetivamos nuestras ideas, nuestros sueños, nuestros anhelos de llegar a ser más que lo que somos. Las obras que los grandes ingenios creadores instalan en el mundo, nos condicionan a todos, nos abren nuevas posibilidades, nos indican los caminos que, iniciados por algunos exploradores, continuamos después recorriendo todos. Si la construcción de una catedral marcaba la vida de una ciudad en el medioevo durante siglos, la máquina de vapor enrieló a la humanidad en el industrialismo moderno, y la televisión y la internet dan forma y contenidos a la cultura de sociedades enteras. Pensemos en el impacto que han tenido en la conciencia de millones de personas grandes obras literarias como El Quijote, La Divina Comedia, El Capital; o creaciones espirituales como el I Ching, la Apología de Sócrates o el Sermón de la Montaña.

Ambrosio hizo una nueva pausa y concluyó:

—Las grandes transformaciones históricas han sido causadas por la introducción en la realidad social, de alguna obra nueva grande, fruto del espíritu creativo humano, cuya sola presencia actuante y operante, cambia y reorganiza lo existente. Y como eso continuará ocurriendo, los intelectuales, y especialmente los historiadores, debemos estar atentos a lo que esté siendo creado en cualquier lugar del mundo, por lejano y marginal que nos parezca. Porque la historia enseña que el centro del mundo se desplaza y encuentra allí donde vive el hombre o la mujer o el grupo humano que esté creando aquella obra que nuevamente cambiará la historia.

Con una leve inclinación de la cabeza Ambrosio dió a entender a los auditores que había terminado. La ovación tardó unos segundos en desencadenarse. Los aplausos del público le impidieron percatarse de que en el bolsillo de su chaqueta vibraba también su IAI.