8. ASALTO FRUSTRADO

8. Asalto frustrado.

 

El día siguiente al llegar a su oficina Juan Solojuán fue advertido por el responsable del sistema informático del CCC que se detectaron interferencias graves en las comunicaciones del Área Cultural. No le cupo dudas de que se habían activado las alarmas de la CIICI después del interrogatorio a Matilde. Pensó en llamarla, pero desistió. Era mejor esperar. Si ella no se presentaba en el Restaurante Don Rubén a la hora convenida sería el caso de pensar cómo enfrentar la situación; pero no debía apresurarse pues cualquier error pudiera agravar la situación. Estaba seguro de que Matilde estaría siendo vigilada y seguida, de modo que era mejor actuar con naturalidad y a la vista de todos.

A las doce en punto tomó asiento en una mesa esperando la llegada de su amiga. Pasó una hora, y cuando ya se disponía a llamarla sintió la vibración de su IAI. Era Ambrosio.

—Juan, te llamo por encargo de Matilde. Estoy con ella en la locación 317 de la policía, donde está formulando una denuncia porque sufrió un intento de agresión por tres delincuentes cuando iba en su automóvil. A Matilde no le sucedió nada porque los maleantes escaparon cuando pasó por el lugar una patrulla policial. Sólo su automóvil sufrió unas abolladuras. Me llamó y vine en seguida a encontrarla. Ahora me pide que te pregunte si podemos encontrarnos, y que me indiques dónde y a qué hora puede ser.

Juan decidió que no era conveniente preguntar nada más porque se dió cuenta de que Matilde estaba cuidándose de no dejar saber a eventuales inspectores que pudieran escuchar la conversación, que ya tenían una cita fijada con anterioridad. Se limitó a decirle:

—Me encuentro en el restaurante Don Rubén, y si les parece bien puedo esperarlos y almorzamos juntos.

—Bien, gracias. Hacia allá iremos apenas Matilde complete la diligencia.

—Perfecto. Los espero. Y ¡cuídense!

Cuando los vió llegar Juan se levantó y fue a recibirlos. Al acercarse a abrazarlos les dejó ver una servilleta de papel donde había escrito con un lápiz de mina: “ESTAMOS SIENDO VIGILADOS Y ESCUCHADOS”. Cuando vió que ambos habían leído el mensaje guardó el papel en su bolsillo.

La conversación que tuvieron mientras almorzaban fue reposada y tranquila. Matilde relató brevemente lo que le había ocurrido en la mañana, lo cual dió lugar a un intercambio de opiniones generales sobre el problema de la delincuencia que parecía que se estaba agravando en el país. En seguida hizo un breve relato de la conversación que tuvo con el coronel Ascanio Ahumada en la CIICI, sin descuidar decir que fue una conversación atenta y respetuosa. Juan Solojuán les hizo saber que el proceso de publicidad de la conferencia se estaba realizando sin contratiempos y que esperaba una moderadamente buena asistencia de público. Después hizo unos comentarios generales sobre lo entretenido que estaba con la lectura de la novela de Matilde. Pero ya en los postres cogió una servilleta y escribió: “DEBEMOS CONVERSAR”. En seguida agregó, en voz normal:

—¿Les gustaría conocer mi jardín de rosas, claveles y tulipanes? Cultivarlo es mi entretención de los domingos.

Matilde miró a Ambrosio, que asintió con un gesto y se mostró entusiasmado con la idea:

—¡Con gusto! ¡Vamos! Tengo debilidad por las flores.

La casa de Juan Solojuán estaba a pocas cuadras del restaurante y del Museo del CCC, cuyos secretos Matilde había conocido. Cuando llegaron Juan desconectó su IAI y todos los aparatos electrónicos. Matilde y Ambrosio lo imitaron. Se sentaron a conversar en una hermosa glorieta instalada junto a una fuente de agua, al centro de un florido y aromático jardín.

—Aquí podemos hablar tranquilamente. El sistema de vigilancia electrónica que tengo instalado me hubiera indicado cualquier interferencia.

Pero no acababa de decirlo cuando un parpadeo intermitente de un pequeño detector daba la alarma sobre la presencia de algún adminículo extraño al lugar. Juan indicó a sus invitados que guardaran silencio, entró a la casa y volvió mostrando a sus invitados un papel en que había escrito: “Es posible que en el puesto de policía les hayan dejado en un bolsillo o pegado a sus ropas algún pequeño trasmisor. Por favor revisen”.

Después de que cada uno revisó sus ropas, Matilde pidió a Ambrosio que le pasara su chaqueta. No tardó en encontrar un pequeño objeto negro, del tamaño de una uña, adherido a un costado de la prenda. Se lo pasó a Juan, que lo golpeó con una piedra y lo tiró a la fuente. La alarma del detector dejó de parpadear.

—¡Esto es un atentado inaceptable a la privacidad! ¡Interpondré una denuncia!

—No está de más que lo hagas, amigo Ambrosio; estás en tu derecho, y tal vez conviene que quede un registro de esto. Sólo que, lamentablemente, me apresuré y tiré el detector al agua y no nos será fácil recuperarlo, y sin él no podrás mostrar la evidencia de la denuncia.

—Déjémoslo ahí. Más importante es que examinemos la situación que afecta a Matilde.

—Bien —replicó Juan. —Lo primero es asumir que la CIICI nos está siguiendo y quiere conocer todo lo que hablemos. Hoy los técnicos del CCC me informaron que están interfiriendo nuestros sistemas de comunicación y dificultando la invitación a la conferencia de Matilde. Pero eso no es un problema, pues ya la noticia está lanzada y son muchos los que la están reproduciendo y difundiendo en las redes. En eso nos adelantamos y no hay quien detenga la difusión del evento. Ahora, Matilde ¿me cuentas cómo se desarrolló el interrogatorio de ayer?

Matilde le relató con detalles lo que había ocurrido, su silencio ante los interrogadores, la interrupción del acto por el coronel Ascanio Ahumada y la conversación que mantuvo con éste.

—Uhmm! Con todo lo que le dijiste sobre la política y el orden social, entiendo por qué están tan alarmados. Habrán analizado palabra por palabra y seguramente concluyeron que eres una subversiva peligrosa. Pero es interesante saber que te respetan, o mejor, que temen lo que tú representas, y lo que nosotros de CONFIAR representamos también. Ambrosio fue muy sabio al decidir acompañarte, Matilde. Es muy importante que sepan que no estás desprotegida y que quienes te acompañamos tenemos capacidad suficiente para levantar una tremenda polvareda en el caso de que te quieran detener.

Se quedó pensativo. Algo le inquietaba, pero no lograba identificarlo con claridad. Matilde y Ambrosio lo miraban sin interrumpirlo. El detector de movimientos comenzó nuevamente a parpadear, pero esta vez era una luz verde, indicando que se trataba del ingreso de alguien de la casa.

Chabelita apareció en el umbral del jardín. Saludó a su padre y a los dos invitados. Luego dijo, mirando la mesa vacía:

—¿Pero cómo, padre, no atiendes a tus invitados? Voy de inmediato a repararlo.

Juan continuaba pensativo. Se levantó y comenzó a recorrer el jardín. Luego tomó una pequeña tijera y comenzó a armar un hermoso ramo de rosas, claveles y tulipanes. Cuando consideró que su obra estaba ya perfecta se acercó a Matilde y se lo ofreció haciendo una venia galante:

—Mi querida Matilde, estas flores son mi homenaje a una mujer valiente, y para que me perdones por todos estos inconvenientes causados por mi petición de que nos regales una conferencia.

—Mi querido Juan, agradezco las flores, y no tengo nada que perdonar, sino agradecerte la oportunidad que me estás dando de conocer realidades que no imaginaba que pudieran estar ocurriendo. En cuanto a la conferencia, soy yo la que quiero darla, sobre el tema que decidí, que mientras más lo pienso más oportuno lo encuentro.

—Lo que debemos ahora hacer— intervino Ambrosio —es pensar si tenemos algo que planificar para enfrentar la situación. Si nos están siguiendo y registrando lo que digamos parece prudente tomar algunas precauciones.

—Es lo que estoy pensando desde hace rato— dijo Juan. —Lo que quisiera saber es qué harán los de la CIICI para impedir que la conferencia se realice. Y en verdad me preocupa. Tal vez sea el caso de suspenderla.

—¡Por ningún motivo!— exclamó Matilde. —No me van a callar. Además, como ya lo conversamos, somos suficientemente fuertes como para que intenten impedirnos realizarla.

—Pero me pregunto qué estrategia emplearán; porque si están tan temerosos de lo que puedas decir, no les bastará con vigilarnos. Debemos estar atentos, y por favor, infórmenme cualquier cosa que suceda fuera de lo habitual.

En ese momento se presentó Chabelita trayendo una gran bandeja con todo lo que imaginó que su anciano padre y sus dos amigos pudieran desear.

Una hora después Matilde llevó a Ambrosio hasta su casa, donde lo esperaba Lucila muy preocupada por no haberse podido comunicar en toda la tarde ni con su esposo ni con Matilde. Lo había intentado repetidas veces desde que leyó el mensaje que le dejó Ambrosio en que le mencionaba que había salido para acompañar a Matilde que había sufrido un intento de asalto.

Matilde llegó a su casa sin contratiempos, pero encontró que las alarmas estaban activadas y que varios policías hacían investigaciones en la calle. Le mostraron que la reja de protección de la casa había sido dañada y le informaron que dos delincuentes habían intentado entrar, pero felizmente una ronda policial que casualmente pasaba por el lugar los descubrió, impidiendo que los bandidos pudieran cumplir su propósito. Los policías le aseguraron que durante la noche estarían vigilantes, de modo que ella podría dormir tranquila; pero le aconsejaron que a primera hora de la mañana contratara un servicio de cerrajería para que reparara los daños, puesto que la casa había quedado vulnerable y los bandidos podrían intentar otro asalto.

Dos veces en el mismo día es demasiado, pensó Matilde, que no quiso molestar a Ambrosio ni a Juan, que nada podrían hacer a esa hora. Pero como medida de precaución les mandó un mensaje de texto con la indicación de que les fuera trasmitido en la mañana. En el mensaje a Juan le preguntaba si conocía algún buen técnico soldador que fuera también cerrajero para reparar la protección de hierro en la ventana rota y cambiar las cerraduras de la puerta. Adjunto al mensaje envió fotos de los daños en su casa. Sabía que dicho mensaje sería leído por la CIICI, lo que hizo que se sintiera segura de que al menos esa noche no intentarían nada más contra ella.

Dos asaltos en el mismo día, ambos frustrados por la sorpresiva aparición de la policía, es demasiada coincidencia, pensó Juan Solojuán al enterarse en la mañana de la noticia. Y entonces supo la respuesta a la pregunta que se venía haciendo desde la conversación del día anterior. La estrategia de la CIICI le pareció ahora evidente: querían demostrar a Matilde que la delincuencia era cada vez más amenazante y que la policía era la única solución. Si la escritora se convencía de ello lo diría en su conferencia, y lo que había comenzado siendo una amenaza se convertiría en el mejor apoyo al orden establecido.

Juan Solojuán llamó a Ximena, su secretaria, y le encargó que pidiera a su viejo amigo Mauricio, maestro soldador y de múltiples oficios que trabajaba en una de las empresas del Consorcio, que viniera a su oficina apenas le fuera posible. En seguida comenzó a escribir en una hoja de papel con su viejo lápiz un mensaje a Matilde en que le daba su opinión sobre el origen de los dos asaltos frustrados del día anterior. Lo puso en un sobre cerrado para encargarle a su amigo soldador que se lo entregara a Matilde en sus manos, cuando fuera a reparar la ventana y a cambiar la cerradura de su puerta.

A la misma hora en que Solojuán le escribía, Matilde estaba llegando a la misma conclusión que su viejo amigo. Y también a la misma hora el coronel Ascanio Ahumada se reunía con el equipo encargado del “asunto conferencia”. La decisión que adoptaron fue que en los próximos días debían hacerse disparos al aire en el barrio de Matilde y algunos allanamientos buscando delincuentes que pudieran haberse escondido en las casas del vecindario. Matilde, que mantenía muy cordiales relaciones con sus vecinos sin duda se enteraría de todo. Tácticas similares aplicarían la semana siguiente en los barrios donde vivían Juan Solojuán y el historiador Ambrosio Moreno.

El coronel estaba contento. La psiquiatra Morgado le había asegurado que el mejor modo de condicionar a la escritora era inculcarle temor, llevándola con ello a pensar que la situación distaba mucho de requerir una reactivación de la política y, menos aún, poner en cuestión la Dictadura Constitucional Ecológista que había garantizado el orden social y público durante casi dos décadas.

Lo que el coronel no sabía era que Matilde, ya desde niña, en aquella ocasión en que fue injustamente acusada de hurto y amenazada por la inspectora con las penas del infierno, no se dejaba amedrentar por el miedo y las amenazas. Y en efecto, lo que hizo al tomar conciencia de que el principal obstáculo para la recuperación de la democracia y para avanzar hacia un mejor ordenamiento social era el aumento de la delincuencia y el temor que ello generaba en los ciudadanos, decidió concentrarse en el estudio del tema y en la preparación de una propuesta eficaz para enfrentarlo y resolverlo en el menor plazo posible. Fue la pregunta que formularía el miércoles a los científicos que se reunirían en el Instituto de Filosofía y Ciencias de la Complejidad, que en otras ocasiones la habían asesorado.