VIII. La sexualidad.

La eyaculación que había tenido Ambrosio frente a Madayanti había sido tan placentera cuanto inesperada e indeseada. Esa noche tuvo una secuencia de sueños que ahora no recordaba en sus detalles, pero sabía que habían tenido lugar en muy extraños ambientes, donde se encontraba con muy extrañas personas, en los que ocurrían muy extraños hechos. Pero no los recordaba.

Había llegado a la puerta de la casa de Madayanti y llamó con algo más de energía y seguridad que la que había tenido al hacerlo el día anterior. Madayanti lo esperaba y lo hizo entrar saludándolo afablemente con un beso en la mejilla. Le indicó que se sentara frente a ella y se miraron algo más largamente de lo que ambos hubieran esperado hacer. Madayanti tomó la palabra y fue directamente al tema que debían conversar. Había pensado bastante en cómo iniciar la conversación; pero encontrándose frente al joven ya no le pareció adecuado el discurso que había preparado. Sintió que debía ser enteramente sincera con el joven y que no tenía derecho a tratarlo como a un cliente cualquiera.

—Ayer te dije que no debías disculparte por haberte excitado durante el ejercicio de los chakras, y que si hay alguien que tenga culpa por lo ocurrido soy yo y no tú. Lo que pasó ayer fue que, cuando ví tu excitación, se me ocurrió hacer algo. Fue instintivo, sin pensarlo dos veces. Yo misma me había empezado a excitar igual que tu. Tomé tu pié y comencé a hacerte un masaje. Has de saber que tenemos también un vórtice para cada chacra localizado en diferentes partes del pié. Para que me creas, mira esta figura.

Le mostró un libro abierto donde destacaba la imagen de un pié en el que estaban marcados los dibujos y nombres de los siete chakras.

—Sí, comencé un suave masaje en tu chakra del deseo, localizado a este lado del pié, y no demoraste en alcanzar el clímax.

Ambrosio estaba sorprendido. Madayanti guardó un momento de silencio, y mirando al joven a los ojos, dando un suspiro, continuó:

—El sexo, la exitación y el placer, son energías  naturales, propias de todo hombre y de toda mujer. No hay nada malo en ellos, como muy equivocadamente acostumbran enseñar las religiones.

Ambrosio la escuchaba atentamente. Madayanti continuó:

—Las energías sexuales, como todas las energías del ser humano, debieran estar en equilibrio, armonizarse, desarrollarse en paz y sin sobresaltos. Esto tiene mucho que ver con los chakras y con las auras. Ayer, explicándote las auras que pude ver que rodeaban tu cuerpo, te dije que el aura más fuerte, grande y luminosa que tú tienes es la de color naranja, que como ya sabes, corresponde a las energías de la sexualidad y del placer.

Detuvo un momento el discurso, y buscando las palabras adecuadas prosiguió:

—El tamaño, la luminosidad y el predominio de esa aura sobre las otras me hizo ver que eres un joven intensamente sexual. Pero recordarás que te dije también que había visto que esa aura tuya, con ser claramente la más fuerte, como ocurre especialmente en los jóvenes de tu edad, no aparece ordenada y plana, sino que muestra protuberancias y desorden. Eso indica que tienes algún problema, lo que en mi opinión fue confirmado en el ejercicio de las piedras y los chakras.

Nuevo momento de silencio. Ambrosio escuchaba atento y expectante.

—Has de saber también, que los chakras son campos de energía que pueden circular en sentido positivo o negativo, o mejor dicho, que pueden estar abiertos y entonces funcionar perfectamente, o bien encontrarse bloqueados, lo que significa que funcionan con algún tipo de desequilibrios.  El bloqueo del chakra del sexo y del deseo se puede  manifestar de distintas maneras, tanto en el campo áurico como en el campo físico. En el campo áurico, con las protuberancias e interrupciones de la luz que emana del cuerpo. En el campo físico, puede manifestarse en alguna disfunción sexual, que puede ser en la mujer la imposibilidad de sentir un orgasmo, y en el hombre la dificultad orgánica del pene para adquirir la dureza y erección necesaria, o bien en la eyaculación precoz e incontrolada, o tanto en el hombre como en la mujer, en un excesivo deseo de tener relaciones sexuales frecuentes.

Nuevo momento de silencio. Ambrosio recordó lo que le había ocurrido aquella vez que una compañera de curso, en una de las pocas fiestas juveniles en que había participado, se había abalanzado sobre él y lo había besado ardientemente, lo que fue suficiente para sentir la terrible verguenza de haber mojado sorpresivamente sus calzoncillos.

—Déjame preguntarte algo Ambrosio. —El joven asintió con un gesto— ¿Has tenido relaciones sexuales, has hecho el amor con alguna mujer?

—No lo he hecho, respondió con palabras casi inaudibles.

—Pero te habrás masturbado ¿verdad?

Ambrosio se sonrojó mientras asentía bajando la cabeza.

—Imagino que lo habrás hecho muchas veces —afirmó Madayanti—, pero eso no debe turbarte ni avengonzarte. Lo que ocurre —sentenció— es simplemente que tu chakra del sexo y del deseo se encuentra bloqueado, por alguna razón que no importa mucho saber cuál es.

Ambrosio habia pensado muchas veces que sus problemas comenzaron justo la primera vez que se había excitado. Tenía poco más de ocho años, y en un paseo que habían hecho a un parque se quedó mirando a una pareja que semidesnuda se entrelazaba y acoplaba. El miraba la escena, excitándose por primera vez, hasta que su madre, viendo lo que ocurría, se acercó a él y le propinó una fuerte bofetada mientras le gritaba: ¡Eso no se hace!

La voz de Madayanti lo volvió nuevamente a la realidad.

—Cualquier cosa que esté afectando el funcionamiento físico de los órganos sexuales, y especialmente si se asocia a algún problema o experiencia mental que interfiera en el placer correspondiente, se manifiesta en el aura, la desordena. Y puede incluso bloquear el chakra del sexo y el placer.

Ambrosio levantó la vista y la miró a los ojos, expresando con ellos pero sin palabras la pregunta obvia: “¿Y eso tiene solución?”. Madayanti comprendió.

—Esa disfunción tiene solución, ciertamente. Se requiere trabajar sobre los tres campos de energía: el físico, el de los chakras, y el de las auras.

Se produjo un largo silencio. Madayanti continuó:

—Escúchame, y créeme lo que voy a decirte, que no se lo he contado nunca a nadie.

Ambrosio la miraba y escuchaba atentamente.

—Te dije ayer, y te lo volví a decir hoy, que en gran parte lo que te pasó fue por mi culpa. Pero necesito, y quiero enfatizó, que me entiendas y comprendas bien lo que voy a explicarte. Ante todo siento que debo contarte que a mí me ocurrió algo parecido, hace varios años, en la India, con mi Maestro. Estaba él haciendo sobre mí un ejercicio con piedras e imanes, parecido al que te hice ayer. Yo me excité muchísimo sexualmente, y él lo comprendió perfectamente. Fue por eso que me puso ese nombre, cuando llegamos al quinto nivel de la formación tántrica: Madayanti, que me explicó que significa ‘la fuerza del deseo’, o sea la pasión; que en algunos casos se combina con la hermosura y la pureza. El Maestro me explicó que el deseo sexual, que es deseo de unión física con otra persona, puede ir junto al deseo de la unión espiritual. Por eso el nombre Madayanti, que significa también flor de jazmín, que expresa la sensibilidad del alma en conjunción con la sensibilidad del cuerpo.

Después de otro silencio:

—Yo no puedo ocultarte, Ambrosio, que ayer, desde que entraste a mi casa y te ví, sentí una fuerte atracción por tí, que fue aumentando a medida que hablábamos, que te miraba, y que te hacía las pruebas del aura y de los chakras. Sentí mucho placer cuando te ví excitarte, y luego cuando eyaculaste. No sé si está bien que te lo diga, pero es la verdad, y siento que quizás por eso, en el encuentro de mis auras y mis chakras con los tuyos, ocurrió alguna misteriosa transferencia de energías. Porque has de saber que en los estudios tántricos esto se enseña: que entre las personas se producen transferencias de energías áuricas y chákricas, además de físicas, y estas transferencias pueden ser positivas o negativas, liberadoras para ambos, o a veces sólo para una de las personas. Es algo misterioso, que no se termina de comprender.

Había terminado la explicación. Y no sabía cómo continuar lo que quería decirle.

—¿Tienes novia? — Le preguntó de improviso.

—No.

—Soy bastante mayor que tú, y soy una profesional, que haría muy mal en aprovecharme de un joven sano y honesto como tú. Pero ya te dije que me atraes y que me gustas. Por eso te pregunto: ¿quisieras probar conmigo? Me refiero a hacer el amor, a tener sexo, que es uno de las vías que enseña la sabiduría tántrica que sirve para equilibrar y liberar del bloqueo al chakra Swadishthana, llamado también “yo deseo”. Ambrosio, “yo deseo”, ¿qué me dices?

—“Yo deseo”, sí, también yo deseo — respondió el joven, sonrojándose levemente.

Madayanti tomó una mano del joven entre las suyas, la acercó a su boca y la besó, primero suavemente y luego con creciente intensidad. Después acercó su boca a los labios del joven.

—Vayamos de a poco —le dijo.

Así comenzó entre la esotérica Madayanti y el joven Ambrosio una relación sexual que resultó muy placentera para ambos, que se prolongó largamente esa tarde, y que se repitió después durante varios días en que se encontraron a la misma hora, combinando relaciones sexuales con ejercicios de sanación tántrica y de las varias disciplinas esotéricas en que Madayanti se consideraba experta. Ella le leyó las manos, le examinó la escritura, le alisó los auras, le desbloqueó los chakras, le tiró las cartas del tarot, lo curó con aromaterapia, le hizo horóscopos e incluso una carta astral, y varias otras cosas más, que se las explicó pacientemente y que Ambrosio escuchó entretenido pero escéptico, haciéndole creer que le creía a pié juntillas.

Pero lo más importante que ocurrió entre ellos fueron las experiencias, nunca antes tenidas por Ambrosio, que compartían cuando se encontraban desnudos en la cama. Al comienzo, para que Ambrosio no se excitara prematuramente, Madayanti evitaba acariciarlo con sus manos pero se dejaba tocar por él. Le enseñó a recorrer su cuerpo invitándolo a que concentrara su mente en sentir la piel, los latidos, los movimientos de cada parte de ella que iba recorriendo. Le decía que si no podía dejar de pensar, concentrara la mente en lo que hacía con las manos, y que evitara pensar en su órgano sexual. “Recorre mis chakras”, le decía, y los iba nombrando mientras Ambrosio iba lentamente bajando su mano por el cuerpo de ella. Sus cuerpos se tocaban, frente con frente, nariz con nariz, hombro con hombro, brazo con brazo, pecho con pecho, labios con labios, lengua con lengua. Así Ambrosio iba sintiendo el contacto del cuerpo de la mujer de modo que iba despertando y manteniendo la sensualidad repartida por toda su piel que se excitaba poco a poco, hasta que finalmente todo se concentraba y desembocaba en la energía de su órgano sexual, cuando ya ambos cuerpos estaban predispuestos para la unión. Y entonces comenzaba el movimiento acompasado de los sexos, primero lentamente y luego con energía y ritmo creciente, hasta dar lugar al despliegue del espasmo en que su mente terminaba absorbida por el placer, perdida la conciencia de la propia identidad, enteramente entregado, unido, absorbido por el cuerpo de Madayanti en que se había sumergido.

Ambrosio se había convertido en asiduo visitante de Madayante, hasta que una tarde, al cabo de quince días desde que se habían conocido, al cruzar la puerta exclamó alegremente:

—Estoy feliz, siento que estoy enteramente sanado y con perfecto equilibrio en mi deseo y funcionamiento sexual. Y con todos los chakras y las auras desbloqueados — agregó riéndose.

—Lo sé, lo sé muy bien, mi amado Ambrosio. Claro que estás perfectamente sanado y en equilibrio. Sabes gozar del sexo sin ansias ni temor, y sabes dar placer y plena satisfacción a tu compañera. No sólo estás curado sino que eres el mejor hombre que yo haya conocido.

Lo miró con afecto y después de un momento de silencio agregó:

—Pero yo tengo un problema, un problema muy serio. Tu estás sano y en equilibrio; pero en cambio yo tengo mis auras y mis chakras completamente desordenados. Y por eso ya no tengo la capacidad de ayudar a los pacientes que acuden a mis terapias. Mi campo físico está muy satisfecho, pero mis campos chákricos y áuricos se me han desordenado. Ya ni siquiera soy capaz de ver las auras de las personas. Como sabes, yo vivo de ésto, esta es mi vocación. Por lo cual tengo la obligación de decirte que no podemos continuar viéndonos. Yo debo hacer un largo retiro. Iré a hacerlo en Buenos Aires, donde hay un maestro tántrico que es discípulo del maestro que tuve en la India y que es muy poderoso espiritualmente. Tu debes continuar con tu vida, seguir tu propio camino.

Ambrosio la miró extrañado. No se había esperado eso, al menos no tan luego, ni menos ese día en que había llegado con tanta alegría y optimismo a encontrarse con Madayanti.

—Ya, ya —le dijo enfáticamente, pero con extrema ternura la mujer— ya, debo ser consecuente. De modo que hoy no haremos el amor. Seguir conmigo no sería bueno para tí, ni para mí. Sigue tu camino, que la vida te traerá muchas cosas buenas, te lo aseguro. Sal ya, que no quiero que me veas llorar. Yo debo reencontrar mi camino, y preparar ahora mismo mi viaje.

Ambrosio pensó en protestar, en decirle que estaba dispuesto  a acompañarla a Buenos Aires; pero se dió cuenta con sólo pensarlo que nada de eso serviría para los fines deseados por Madayanti, que él respetaba porque había aprendido a conocerla y quererla.  

—Y no olvides que la felicidad depende de la armonía de todas las energías, corporales y espirituales. El del sexo y el placer es sólo uno de los siete chakras y de los siete auras. Si nos concentramos demasiado en él, limitamos el desarrollo de las otras energías.

Se levantó, dando a entender que hasta ahí llegaría esta vez el encuentro entre ellos. Agregó, finalmente:

—Y si me permites una última recomendación, reserva tu sexualidad para cuando estés enamorado. Espero que de una muchacha hermosa, comprensiva y seria. ¡Buena suerte en todo!

Ambrosio acercó sus labios a los de ella, la besó tiernamente, y se retiró sin decir nada más. Se fue pensando que había tenido la suerte de encontrar, conocer y querer a esa mujer extraordinaria, amorosa y honesta. Una mujer que creía a pié juntilllas y sin el menor sentido crítico, tantas cosas raras y esotéricas, algunas enteramente inverosímiles e irracionales, seguramente falsas la mayoría de ellas, pero que contenían bastante sabiduría y que en realidad funcionaban, o al menos, habían funcionado muy bien para él.