XXXVII. La literatura.

El viernes la directora llamó a su despacho a Javiera, la profesora de Lenguaje y Comunicación y profesora jefe del curso de Matilde. Conversaron largamente sobre la situación que se había creado en el grupo curso. La directora informó a Javiera todo lo ocurrido, y le dijo que estaba muy preocupada por la situación en que se encontraban la alumna Matilde por un lado, y por otro las niñas Eugenia y Luciana, que habían sido acosadas por la inspectora y que pudieran haber sufrido severo daño emocional y en su autoestima.

—Javiera, ¿cómo ves tú la situación?

—Yo estaba preocupada desde hace tiempo por la actitud de los alumnos con Matilde, a la que acusaban por los hurtos, la hostigaban de varios modos y la mantenían aislada. De hecho les hice ver que no tenían derecho a considerarla culpable hasta que no se demostrara. Les hablé del principio de presunción de la inocencia. Pero no me imaginé nunca que detrás de todo esto estuviera Leonor, una inspectora con tantos años de experiencia y que por supuesto yo respetaba, y que parecía correcta en su relación con los alumnos y con los profesores.

—La verdad es que a mí me pasó lo mismo. Jamás imaginé que pudiera hacer lo que hacía con las alumnas. Realmente parece que hay cosas que, al no imaginarlas, se nos convierten en puntos ciegos que no somos capaces de ver.

—Yo he estudiado bastante el tema del bullying, tanto el que se da entre los niños, como la intimidación y el dominio que puede ejercer un adulto con poder sobre muchachos indefensos. Este último es mucho más dañino que el otro, porque el niño afectado se siente completamente sometido, encerrado en una situación horrible de la que no ve salida posible. Los adultos que acosan, son hombres o mujeres malos, intrigantes, que gozan ejerciendo poder sobre personas indefensas. Buscan personas que sean fáciles de someter, especialmente de baja autoestima y con carencias de afecto e integración social. Dicen los estudios del bullying que el acoso comienza muchas veces cuando la víctima es descubierta haciendo algo incorrecto, algo que le genera un sentimiento de culpa, y si eso es sabido por el acosador, cae fácilmente en sus manos, porque lo puede chantajear con la amenaza de darlo a conocer públicamente, a los compañeros de curso, o a los padres, si no hacen lo que el acosador les manda. Por eso los acosadores andan siempre buscando las debilidades, los vicios, los defectos que puedan tener los niños. Y en base a eso, los suben y los bajan. Les dicen por un lado que los comprenden, y por otro les hacen ver que pueden denunciarlos. Los halagan y los intimidan, los amenazan y los perdonan, haciéndoles experimentar estados psicológicos polares. Una vez sometidos a su voluntad, no los sueltan. Están en condiciones de hacer con ellos lo que quieran, incluso abusarlos sexualmente, como se ha sabido de sacerdotes y de profesores, que por su función y el respeto social que tienen son más difícilmente detectables.

—Es terrible que esto haya sucedido en nuestro colegio. Pobres niñas. ¿Qué crees que tendríamos que hacer?

—Tengo que serle muy franca, directora. Yo creo que el curso tiene muchos problemas. Está moralmente afectado, dañado espiritualmente, me atrevo a decir. Hay discriminación social con respecto a Matilde. Hay un grupo de alumnos que ejerce poder sobre los otros, que guardan silencio por temor a ser acosados. Hay conflictos entre grupitos, y no muy buenas relaciones entre los niños y las niñas. Hay mucha competencia por las notas. Y está el problema de los hurtos, que no se ha resuelto. Pienso, además, y esto es sólo una apreciación mía muy subjetiva, que en el curso hay un exceso de competencia entre los alumnos, y no solamente por las notas sino por la ‘pinta’, el vestuario, los objetos a los que se atribuye prestigio social y cosas así. En resumen, tenemos en nuestra clase un reflejo de mucho de lo que ocurre en nuestro país.

—Mmm. Ya veo, entiendo. Tendremos que poner todo esto en manos del psicólogo ¿te parece?

—No necesariamente. Yo tendría otra forma de abordar todos estos problemas. Tiene que ver con mi asignatura. Yo creo firmemente en el poder de sanación de la literatura. Pienso que, como escribió Marguerite Yourcener, “la biblioteca es el hospital del alma”. La biblioteca, o sea, los libros, las novelas, la poesía. No sé qué piensa usted, pero en mi opinión, es lamentable que en el curriculum escolar se haya cambiado el nombre de mi asignatura, que antes se llamaba Lengua y Literatura, y ahora Lenguaje y Comunicación. La han convertido en una asignatura instrumental. Está bien proporcionar a los alumnos las herramientas de la comunicación, pero no hay por qué hacerlo sacrificando los conocimientos literarios, la literatura como acervo de sabiduría acumulada, que enseña a vivir.

—Pues, te diré que yo también lo he pensado. En mis tiempos se enseñaban dos asignaturas diferentes, Gramática y Literatura. Ahora la tendencia es poner énfasis en las herramientas. Pero dime ¿en qué piensas concretamente cuando dices que podrías enfrentar los problemas del curso?

—Pienso en hacer que la comunicación y la literatura cumplan con su rol de sanación. Mire usted la coincidencia.— Javiera abrió su cartera y sacó un libro. —Es una biografía de Antoine de Saint-Exúpery, escrita por Virgil Tanase donde acabo de leer esto. Dice aquí: “Sólo importa, para el hombre, la vida interior. ¿Cuál? La que le permite a cada uno tomar conciencia de lo que es, en realidad, de lo que es como individuo. Una vida interior que es la búsqueda de sentido, en un mundo que nos regaló la vida, sin indicarnos el uso. ¿Y qué es la literatura, sino la herramienta que permite a la gente conocerse, y construirse el lector a semejanza del autor, que le muestra el camino?”.

Javiera cerró el libro y agregó:

—Pienso que a través de lecturas bien escogidas, de libros que no sólo entretengan, pero que siendo entretenidos también enseñen a vivir con bondad y a pensar con amplitud y tolerancia, puedo lograr significativos cambios en el curso. Junto con eso, abriría espacios para la comunicación entre los alumnos a través de disertaciones y trabajos. Son veintiocho adolescentes a los que quiero mucho y que tengo en parte bajo mi responsabilidad. Creo que puedo hacerlo mejor que el psicólogo, con todo respeto se lo digo, porque en mi opinión, estamos ante problemas culturales más que frente a situaciones que requieran terapias psicológicas individuales.

—Muy bien, Javiera, veo que conoces el tema y que tienes ideas claras sobre lo que se puede hacer. Te lo encargo, entonces, y te agradezco desde ya. Te felicito por tu dedicación y amor a la literatura, que a mí también me interesa mucho. Y cuenta con todo el apoyo que pueda darte.

Javiera le agradeció la confianza que la directora depositaba en ella. Camino a su casa se fue pensando que no solamente su curso sino el país como un todo necesitaba sanación a  través de nuevos y buenos novelistas, poetas y pensadores que enseñen a vivir y que levanten el espíritu de los ciudadanos, atontados por la muy decadente televisión.

El lunes Ernestina se presentó en la clase de Matilde durante la hora de Lenguaje y Comunicación. Se dirigió a los alumnos de modo solemne, para que se tomara nota de lo importante de los asuntos a que iba a referirse.

—Queridas alumnas y alumnos, vengo a informarles algunas importantes decisiones que como directora del colegio me he visto obligada a tomar. En primer lugar, la señorita Leonor ha dejado de ser la inspectora de disciplina del colegio. Hemos comprobado que ella ha tenido comportamientos que no corresponden en un colegio, concretamente, intimidación y amenazas, ejerciendo presiones indebidas sobre algunos alumnos, lo que es inaceptable. Les informo que, debido a esto, el colegio ha interpuesto una denuncia ante el Ministerio de Educación, de modo que sea debidamente sancionada.

Las alumnas y alumnos escuchaban sorprendidos el anuncio que les hacía la directora. Jamás se hubieran esperado que la señorita Leonor que tanto poder había siempre tenido en el colegio hubiera sido despedida de este modo y por las razones que se les decía.

—Quiero advertirles algo. Pudiera suceder que la señorita Leonor se acerque a alguno de ustedes en los próximos días con la intención de preguntarles algo, o quizás qué otra cosa. Yo espero que no se atreva a hacerlo. Pero si lo hace, tengan cuidado, y no dejen de decírcelo a sus padres, o de conversarlo con su profesora Javiera, o conmigo.

Una niña levantó la mano para preguntar algo, pero la directora con un gesto le dijo que no, y continuó hablando:

—También debo decirles que la acusación que la señorita Leonor, en su condición de inspectora de disciplina, había sostenido en contra de la alumna Matilde Moreno como supuesta autora de hurtos de objetos escolares pertenecientes a algunas de ustedes, se ha demostrado completamente falsa. Tengo el gusto de informarles que se ha probado que Matilde es completamente inocente de las acusaciones que injustamente se hicieron contra ella, y que se comprobó que las pruebas que se aducían eran mentiras, inventadas para dañarla.

Al escuchar esto las alumnas se miraron unas a otras, y miraban a Matilde, que sin inmutarse escuchaba atentamente lo que decía la directora. Se alzaron varias manos pidiendo la palabra, pero la directora continuó diciendo:

—Lo último que tengo que decirles, es que la profesora Javiera —se acercó a ella y puso la mano en su hombro— está al tanto de todo lo ocurrido, y siendo ella la profesora jefe del curso, el colegio le ha encargado que converse con ustedes y analicen todo lo ocurrido.

Las manos pidiendo la palabra seguían levantadas. La directora concluyó:

—Les informo, por último, que desde este momento y hasta que el colegio contrate a una nueva inspectora, he asumido personalmente esa importante función, de modo que para cualquier asunto relacionado con la disciplina escolar pueden ir a mi oficina.

Diciendo esto Ernestina se despidió de los alumnos y dejó el curso en manos de la profesora Javiera. Apenas se fue la directora se levantaron muchas manos para hacer preguntas. Lo que más se quería saber era sobre lo que había pasado, y lo que había hecho la señorita Leonor que mereció su expulsión. Muchos expresaron que estaban sorprendidos y demostraban más que nada curiosidad. Otros afirmaron que lo que había dicho la directora era algo que en alguna medida ya sabían. Una alumna preguntó sobre los hurtos y si se sabía quien era el verdadero culpable.

Lo más sorprendente fue que Juana Merino, la muchacha a la que Matilde había contado su vida, se puso de pié y dirigiéndose a Matilde le pidió perdón por haber desconfiado de ella. Matilde que estaba a una banca de distancia le tendió la mano. Se dieron un abrazo. Algunos niños aplaudieron. Javiera pensó que la adolescencia es una edad difícil, pero también maravillosa, y que no le sería tan difícil ir abordando los distintos problemas que afectaban al curso y que había descrito a la directora.

Luciana y Eugenia se mantuvieron toda la hora en silencio. Con ellas ya había hablado personalmente la directora, que les había asegurado que no habría ninguna medida contra ellas, que entendía que habían actuado no por maldad sino intimidadas y amenazadas por la inspectora. Cuando les había dicho que pediría la autorización a sus apoderados para que las viera el psicólogo de la escuela, ambas le pidieron por favor que no lo hiciera, que no les contara nada a sus padres sobre lo sucedido. La directora comprendió que la situación vulnerable de las chicas se debía, en parte, también a su situación familiar. Sobre ello ya pensaría qué hacer. Lo conversaría también con Javiera, que siendo una profesora moderna, inteligente y que no tenía tanta distancia de edad con las alumnas, pudiera aconsejarla al respecto.

Por la mente de Ernestina pasó la idea de que le quedaba poco tiempo para jubilarse, y que estaba bien hacerlo pues le costaba mucho adaptarse a los nuevos tiempos. La equivocación que había tenido poniendo su confianza en la inspectora Leonor, durante tantos años, le dolía.

Cuando Ambrosio fue esa tarde a encontrar a Matilde a la salida de clases la encontró conversando con dos compañeras. Después, sentados en el banco de la plaza acostumbrado, Matilde le contó todo lo que había pasado ese día. Lo mismo hizo más tarde con Violeta y Renato, que la abrazaron, emocionados y felices de que todo hubiera concluido bien.