QUINTO TRAYECTO - XXIV. La salud.

La lucha contra la muerte es una batalla que sabemos que más temprano o más tarde se va a perder; pero igual hay que darla con todas las armas y los medios disponibles. El lunes en la tarde Ambrosio y Gabriel fueron al hospital donde estaba internada Stefania e hicieron su donación de sangre. Pero no pudieron ver a su amiga porque estaba en reposo y los médicos le habían restringido las visitas. Se encontraron con su madre, que les agradeció en nombre de ella y les contó que Roberto, Julia y otros amigos de su hija habían hecho también su donación. Supieron que la transfusión se haría el miércoles y que si todo iba bien podrían ir a visitarla el jueves.

Cuando Gabriel y Ambrosio llegaron el jueves a verla Stefania exclamó:

—¡Los estaba esperando! Tenía muchas ganas de verlos y de continuar la conversación del otro día.

—Bien, bien, aquí estamos. Pero no te agites, debes estar tranquila y en reposo.

—No te preocupes. Con esta sangre nueva que me pusieron estaré bien por unos cuantos días. Mañana me dan de alta y podríamos encontrarnos nuevamente el sábado. Pero ahora en mi casa. ¿Les parece?

—¡Seguro! —dijo Gabriel

—¡Encantado! —confirmó Ambrosio.

            —Pero sólo los tres, porque no les oculto que lo que quiero es profundizar la conversación, y Roberto y Julia que cantan maravillosamente no son tan buenos pensadores como ustedes. ¿Les parece bien juntarnos a la hora del té, como decimos los gringos?

—Perfecto, five o’clock! Ahí estaremos.

—Pero no se vayan todavía, porque he estado pensando mucho y les quiero contar que también me estoy poniendo filósofa. Pensé que si una persona está enferma, como yo con mi leucemia... A ver, cómo lo digo. ¿Qué significa estar enfermo? ¿Es lo mismo según las tres teorías del hombre que nos dijiste? Pensé que, si somos solamente el cuerpo, estar enfermo es distinto que si somos un combinado de cuerpo y de alma, y distinto que si somos un espíritu corpóreo. ¿No es así?

—Claro que sí, tiene lógica— respondió Gabriel.

—No sólo tiene lógica, sino que me parece muy bien pensado, la enfermedad se entedería de maneras muy distintas— agregó Ambrosio.

—Gracias! Pues bien, seguí pensando, y me dije entonces que la manera de enfrentar una enfermedad, y tal vez de mejorarse, debiera ser muy distinta si somos puro cuerpo, o si somos cuerpo y alma, o si somos espíritu corporal ¿no les parece?

—Bien pensado Stefania. De hecho, en las distintas culturas, según cómo se concibía lo que somos los humanos, se desarrollaron diferentes tipos de medicinas y de terapias.

—Claro —agregó Ambrosio—, los evangélicos hacen sesiones de sanación por la fé en Jesucristo, los hare krishnas tienen la medicina ayurveda, los santos cristianos y los gurús espirituales orientales se dice que hacían milagros.

—Y los modernos que creen que somos puro cuerpo y materia quieren sanarlo todo con cirujías y productos químicos.

—Los aymaras, que ven al ser humano inmerso en la naturaleza e interactuando con las plantas, basan su medicina en hierbas del campo, pero como también forman parte de la comunidad de los huacas, hacen ritos de sanación que los conectan con los espíritus.

Hasta ahí quedó la conversación, porque entró una enfermera y les dijo que debían salir de la sala por ser la hora de unos exámenes y porque ya había terminado el tiempo de las visitas.

Quedaron en continuar la conversación el sábado. Esa noche Ambrosio se quedó pensando en lo que había dicho Stefania. Y al rato se dió cuenta que había encontrado una buena excusa para hacer algo que hace tiempo quería realizar, pero que no había encontrado alguna buena razón para ello.

Fue así que en la mañana del día siguiente Ambrosio llegó a la casa de Madayanti. La mujer abrió la puerta. Estaba vestida de blanco, como siempre la había visto; pero ahora el vestido era largo, una túnica que caída libremente desde los hombros, y sin el escote que antes dejaba ver la redondez de sus senos levantados. Se veía radiante; pero no tan sexi como la recordaba. Al ver a Ambrosio su boca se abrió en una sonrisa que dejó ver la blancura de sus dientes.

—¡Ambrosio! ¡Qué grata sorpresa! ¡Entra! Hace mucho tiempo que no nos vemos. ¿Qué te trae por aquí?

—Hace casi un año, sí.

—Estás cambiado. Ya no eres un muchacho, estás más grande, más seguro. Te veo muy bien plantado.

Y luego de un momento: Ponte ahí, que quiero ver mejor tus auras.

—¿Qué ves? ¿Qué logra ver de mí tu mirada perspicaz?

—Yo sé que tú no crees mucho en las auras, y tampoco en los chakras; pero yo los veo. Y veo que aparece el primer aura, apegado a tu cuerpo, una delgadísima luz roja que antes no mostrabas. Puede significar que estás trabajando, que te has hecho capaz de ganarte la vida.

—Sí, Mada, estoy trabajando, y ya puedo ayudar a mi hermana.

—Veo también que el aura naranja, la del deseo y la sexualidad, está mucho más ordenada que cuando te conocí; y también más delgada, menos intensa. ¿Interpreto bien si digo que no estás enredado en ninguna relación complicada?

Ambrosio asintió con la cabeza, no queriendo decir nada al respecto.

—Aparece también la luz verde, de los afectos y las emociones.

—Debe ser porque ahora tengo varios buenos amigos y amigas, que  nos queremos y nos juntamos a conversar, a cantar, a pasarlo bien.

—El aura azul, la del tercer ojo, el del conocimiento, está especialmente luminoso. Se ve que estás estudiando. ¿Entraste a la Universidad?

—No, eso queda todavía postergado. Pero, sí, he aprendido mucho, y estoy conociendo muchas cosas, reflexionando mucho. Tengo amigos filósofos con los que conversamos mucho.

—¡Ajá! Y por sobre las demás, la luz blanca que te envuelve, pero entrecortada. Diría que tu búsqueda espiritual avanza, pero con demasiadas dudas y cuestionamientos.

Ambrosio no quiso responder este comentaro. Evidentemente Madayanti tenía razón; pero él mismo, en ese mismo momento, se estaba preguntando si su amiga estaba viendo lo que decía o sólo queriendo verlo e intuyendo su estado interior.

—Sé que no terminas de creer en las auras y los chakras; pero, en fin, lo importante es que estás creciendo, y que no estás perturbado ni has bloqueado ninguna de tus energías. Además, sé que lo que te he dicho son cosas muy generales, y que cualquiera que te conozca un poco te lo podría decir.

—Te creo, te creo todo – rebatió alegremente Ambrosio, que con cierta sonrisa cómplice agregó:

—Y me encantaría que me evalúes los chakras ¿recuerdas?

—No, no, no, jovencito. Te conozco y sé en lo que estás pensando.

Pero Ambrosio insistió, después de pasear su mirada por el cuerpo de Madayanti y terminar mirándola fijamente a los ojos:

—Estás muy hermosa. ¿No quisieras...?

—Alto ahí, muchacho frescolín. Nada de sexo entre los dos. Nos haría mal, a mí y a tí. Yo también he crecido Ambrosio, espiritualmente me refiero. ¿Recuerdas que fui a Buenos Aires a un encuentro con mi Maestro? Fuí por un mes y me quedé tres. Me sirvió, pero no tanto como me sirvió un retiro que hice después. Fueron unos ejercicios espirituales con un fraile, un sacerdote domínico. Yo no soy creyente católica, pero el silencio y la introspección a que me llevaron esos ejercicios me sirvió mucho para meditar a fondo, para entrar en mi interior y encontrarme conmigo misma. Sigo creyendo en los chakras, leyendo las auras, tirando el Tarot y todo lo que ya conoces.

—¿Y en qué has cambiado?

—No sé. Creo que soy mejor mujer. Una persona más honesta.

—¿Y menos libre, o me equivoco?

—Te equivocas medio a medio. Nunca he sido más libre que ahora, créeme. Aprendí con el Gurú varias cosas, entre otras, que si bien es cierto que todos los chakras, todas las energías que tenemos, son importantes, su aporte a la felicidad, a la libertad y a la plenitud humana va aumentando a medida que nos centramos en los de más arriba.

—Eso me interesa. ¿Me lo explicas?

—El chakra del tener, materialista, es el más bajo. El del sexo y el placer está sobre él, pero es sólo el segundo nivel. Más importantes en el desarrollo humano son, en seguida, el de la acción, y luego más aún el del afecto y las emociones. Por sobre éste, el de la expresión y la creatividad, sobre el cual está la energía del conocimiento y la inteligencia, y finalmente, el más importante de todos y hacia el cual debiéramos orientar las mejores energías, el de la iluminación espiritual. Por eso me he estado centrando en los chakras superiores, en las energías más espirituales y menos materiales.

Pareció vacilar sobre lo que iba a decir, pero después de un momento de silencio agregó:

—Los budistas son todavía más drásticos. Dicen que a lo largo de la vida, y en la búsqueda de la perfección, debemos ir renunciando, una tras otra, a las energías inferiores, hasta centrarnos exclusivamente en la iluminación espiritual, que nos produciría la plenitud de la felicidad.

—¿Y tú piensas eso?

—No. Yo no soy nadie para criticar o corregir las enseñanzas budistas; pero no es lo mío.  En verdad creo que hay que buscar el equilibrio de todas nuestras energías. Y que todas estén sanas en sí mismas, y que se expresen todas, desbloqueadas. Lamentablemente la mayoría de las personas se quedan en el “yo tengo” de los bienes materiales, el “yo deseo” de los placeres, y el “yo puedo” de la competencia.

—Eso es muy cierto. Veo a la mayoría de la gente viviendo vidas muy limitadas, groseras, sin vuelo intelectual, moral ni espiritual.

—Otra cosa que aprendí es que las energías superiores, cuando las desarrollamos, van influyendo y permeando a las inferiores, haciéndolas más ricas, mejores. Por ejemplo, las energías del corazón, cuando permean a las energías sexuales, hacen del amor entre un hombre y una mujer algo mucho más pleno que la simple relación sexual. Las energías de la expresión y la creatividad, del conocimiento, y sobre todo la espiritual, transforman el modo en que nos apropiamos de las cosas, en que buscamos el placer, en que actuamos en la vida cotidiana.

—Eres muy sabia, amiga, pensaré en todo lo que me dices.

—Sí, querido Ambrosio, yo creo que hay mucha sabiduría oculta en esto de los chakras y de las auras. Y no me importa si no crees en ellos, porque esto no es una religión, una doctrina en la que haya que creer. Yo solamento trato de ayudar a las personas con estas cosas que he aprendido, que a mí me han servido y me siguen sirviendo, y compruebo a diario que a muchas personas aproblemadas les ayudo a vivir y a ser mejores personas.

—Eso sí, yo lo sé mejor que nadie. Es verdad que no sé si tenemos chakras y auras, pero sin duda tenemos esas siete energías a que se refieren, y creo que tu las ves, o las intuyes con el corazón que te hace ver esas luces en las personas. Y sí, yo creo en tí, en que eres una gran persona, inteligente y amorosa, capaz de grandes cosas, y que ayudas a vivir a las personas, a que seamos mejores.

—Te agradezco esa confianza, amigo querido. Pero ahora díme qué te trajo por aquí. Porque no creo que hayas venido a escuchar teorías sobre chakras y auras.

Ambrosio le explicó la enfermedad de Stefania y le preguntó si acaso ella podía hacer algo por su amiga. Sanarla, como lo había sanado a él.

Madayanti lo miró con ternura. Después de pensarlo un momento le dijo:

—Te digo al tiro que la leucemia es una enfermedad muy grave del cuerpo, no un desorden de los chakras ni de los auras. Yo nada puedo hacer por tu amiga. De la leucemia tienen que encargarse los médicos.

—Pero me enseñaste que los órganos del cuerpo están conectados a los chakras y las auras.

—Sí, lo creo así. La enfermedad de tu amiga puede haberle afectado los chakras y haberle desordenado sus auras. Y yo podría hacer algo para ayudarla en la armonía de sus chakras y sus auras, si ella estuviera muy perturbada, y si lo quisiera; pero no puedo mejorar la enfermedad de su sangre. También, con algunas sesiones de Reiki podría aliviarla un poco y en parte del dolor, pero no curar su leucemia. Pero voy a decirte algo importante, que ella debiera saber.

—Te escucho.

—Hay curanderas y curanderos de muchos pelajes, que si saben de su enfermedad le ofrecerán sanarla con una u otra cura misteriosa y milagrosa, sobre todo si ella o su familia tienen dinero. Le crearán esperanzas, pero esperanzas falsas, porque será un engaño. Ojalá que no caiga en manos de algún o alguna sinvergüenza, porque lo único que pasaría sería llevarla a abandonar las curas médicas, que con los avances de la medicina actual pueden ayudarla mucho.

—¿Qué me dices de las yerbas medicinales?

—En las yerbas sí creo, y está comprobada su eficacia frente a muchas enfermedades. Pero yo conozco poco de eso porque no es mi campo. Sin embargo debes saber y tener en cuenta que las plantas medicinales son muy buenas para prevenir las enfermedades, pero sirven mucho menos para curarlas cuando están declaradas y avanzadas.

—Te hago caso en todo, lo sabes. Le daré tu consejo, y le preguntaré si quisiera alguna sesión de Reiki.

Madayanti posó su mirada penetrante en sus ojos:

—¿Acaso te has enamorado de esa chica Stefania?

—Stefania es hermosísima, atractiva aunque no diría que sea sexi porque le interesan otras cosas. Es muy inteligente y me encanta su modo de pensar. Pero no, no estoy enamorado. La conozco hace poco y me siento muy amigo de ella, y siento que ella me estima. Pero sólo eso.

—Me alegro de lo que me dices, porque si estuvieras enamorado de Stefania sería todo demasiado triste para tí.

Lo abrazó. Ambrosio se apegó a su cuerpo con emoción, hasta que ella tras un largo abrazo lo besó en la frente y lo apartó diciéndole:

—Y ahora tendrás que irte, porque debo prepararme para atender a una señora que está por llegar.

Ambrosio salió a la calle. Madayanti cerró la puerta. Ambrosio se detuvo, algo se le estaba olvidando. Lo recordó, volvió sobre sus pasos y llamó a la puerta.

—Perdona. Es que me gustaría saber como contactar al fraile dominico con el que hiciste el retiro que me dijiste que te sirvió.

—Espera que anoto los datos.

Madayanti tomó un papel y escribió unas líneas. Al pasárselo agregó:

—Pero no puedo dejar de decirte que yo no tengo confianza en los curas, y no le aconsejo a nadie que se meta en una religión porque casi siempre son sectarios, creen poseer toda la verdad y rechazan lo que no esté entre sus dogmas y creencias. Pero, bueno, al menos este sacerdote del que te hablé no trató de adoctrinarnos sino que en los ejercicios nos ayudó a meditar con libertad mental, de modo que sí, puedo recomendarte que lo vayas a ver, si quieres hacerlo.

—No sabes lo que te agradezco todo, amiga linda.

—Buen muchacho. Si algún día me necesitas no dejes de venir a verme.