XXIX. La intuición.

El segundo día de lo ejercicios espirituales estuvo orientado a desarrollar la contemplación estética, con el fin de alcanzar lo que el padre Andrés llamó intuición poética. A través de lecturas de varios breves textos de filósofos y artistas, de la observación de reproducciones de obras de arte, y de las explicaciones del anciano sacerdote, Ambrosio comprendió la diferencia que hay entre el conocimiento intelectual y la contemplación estética, entre la abstracción y la intuición, y cómo ambas son parte del desarrollo espiritual.

La abstracción intelectual nos da acceso al conocimiento de la esencia de las cosas, de lo que es la realidad en sí. Al conocer lo que es la realidad en la verdad de lo que es, esas esencia de la realidad entran en nuestro intelecto racional, que es una facultad propia del espíritu humano. Y al entrar de ese modo la realidad en nuestro espíritu, éste se va haciendo en cierto modo todo aquello que va conociendo, se va universalizando.

La contemplación estética, en cambio,  nos pone en contacto inmediato con algo misterioso y en cierto modo sagrado que suele entenderse como la dimensión poética de la realidad. La contemplación de la intrínseca belleza de lo real nos conmueve en lo más íntimo, porque en ella se produce un contacto directo entre nuestro espíritu y lo bello del ser. Y en ese contacto, en esa intuición, la belleza penetra en nuestro espíritu y permanece en él, que se embellece con aquello que le proporcionó la contemplación.

—No hay que confundir— explicó el padre Andrés —la intuición estética con la obra de arte, la intuición poética con la poesía. La intuición es algo que ocurre en el espíritu de la persona. Eso que se experimenta interiormente puede expresarse después en una obra de arte. Una poesía, una pintura, una escultura, una sinfonía, son creaciones del artista que intenta representar su intuición estética mediante palabras, colores, sonidos, texturas y formas. La obra de arte es la comunicación de la intuición poética, así como mediante palabras se llega a comunicar el conocimiento racional.

Esa noche Ambrosio explicó todo eso a Stefania, que lo escuchó atentamente y que, cuando él dió por terminada la explicación le preguntó:

—¿Y realizaron un ejercicio de contemplación estética?

—Sí. Nos fuimos al mismo lugar de ayer, frente al mismo árbol, a los mismos pájaros y mariposas, al mismo paisaje; pero ahora ya no se trataba de no atender lo sensible, de no prestar atención a los particulares de las cosas que observábamos. Al contrario, de lo que debíamos intentar liberarnos, por decirlo así, era de la razón, para dejar fluir la pura contemplación estética, o sea, para intentar captar la belleza de lo que estaba frente a nosotros. Y para eso, todo lo contrario que en el ejercicio anterior, teníamos que escuchar los sonidos y los silencios, prestar atención a los colores y a las figuras; pero no quedarnos en ello, sino que desde todo ello, ir descubriendo las formas estéticas de la realidad. Y en vez de acallar las emociones, debíamos dejarnos emocionar por la belleza que descubriéramos.

—¿Y cómo te resultó la experiencia, a tí? ¿Alcanzaste una intuición poética?

—Más o menos. Percibí la belleza del árbol, del volar de los pájaros entre sus ramas, del revolotear inseguro de las mariposas, del pasar de las nubes. Pero eso no me produjo una emoción tan intensa como se supone debiera haber sido en una verdadera intuición estética. Creo que tengo más alma de filósofo que de artista.

—Pues a mí —dijo Stefania —creo que mañana me irá mejor cuando intente la intuición de la belleza, porque hoy la abstracción racional no me produjo gran cosa.

—Me haces recordar lo que nos dijo el padre Andrés al comenzar el retiro: que cada uno tiene que encontrar su propio camino al desarrollo del espíritu, que es un camino personal e intransferible.

—Bien. Mañana te cuento. Ahora perdóname amigo querido, pero estoy demasiado cansada. Necesito dormir.

Ambrosio le dió un  beso en la frente y la dejó descansar.

Al llegar a casa Gabriel le dijo que con Laura, la chica que le había presentado el otro día, habían decidido vivir juntos. Ella se vendría a vivir con él, por lo cual ya no le iba a ser posible que siguiera pernoctando en su casa. Eso sería dentro de dos semanas, de modo que Ambrosio tendría el tiempo suficiente para encontrar donde instalarse. Gabriel se disculpó explicando que si fuera por él no tendría problemas en que siguiera por un buen tiempo más, pero había sido ella que le insinuó que le gustaría que vivieran solos.

—No te preocupes, Gabriel. Es lógico. Además, ya he abusado demasiado de tu hospitalidad. Somos amigos y seguiremos encontrándonos seguido. Con lo que gano en el trabajo ya no tengo problemas para arrendar una pieza.