II. ARTURO SUAZO LEVANTÓ LA MANO

II.


Arturo Suazo levantó la mano. La mujer que dirigía la asamblea recorrió con la mirada la sala donde la escuchaban unos treinta jóvenes, la mayoría estudiantes universitarios, militantes del ‘Círculo Honor a los Caídos’, uno de los veinticuatro Círculos Locales que en la ciudad de Santiago formaban parte del Partido por la Igualdad.

—La lucha que tendremos que enfrentar en los próximos años y desde ahora mismo— comenzó a decir Arturo con voz enérgica cuando la dirigente le concedió la palabra—, requiere nuestra entrega completa a la causa, y un espíritu de disciplina que no contempla darse gustos personales. Es el sacrificio de nuestras vidas lo que nos exige la causa superior que nos mueve, para que la utopía de una humanidad de iguales, donde toda discriminación haya desaparecido, pueda verse finalmente realizada en nuestra patria. Para eso debemos prepararnos con cuidado.

Un murmullo de aprobación recorrió la sala. En la orden del día estaba la elección del Comité Dirigente del Círculo, que de acuerdo con los estatutos del Partido debía estar constituido por cinco personas elegidas democráticamente por la asamblea.

—Una organización política requiere conducción—continuó diciendo Arturo—, eso es evidente. Pero los que elijamos deben ser las personas más capaces y comprometidas, y las que mejor nos representen, con las que nos sintamos identificados, porque solamente así el ideal de la igualdad no entrará en contradicción con la inevitable necesidad de toda organización, de contar con un equipo directivo. Pero, además, los dirigentes electos no deben tener otra orientación que aquella que reciban de la asamblea: ellos llevarán con total fidelidad la voz de cada uno de los integrantes del Círculo, a la instancia inmediatamente superior del Partido, formada por los representantes del Conglomerado de Círculos Locales, que como bien sabemos, elige a los representantes que formarán parte de la Central de Conglomerados. En la Central de Conglomerados, así representante de todas las asambleas y de todos los militantes del partido, se elaborarán y decidirán las políticas, las estrategias y las tácticas, los planes y los programas de acción, que en seguida bajarán a los Conglomerados, y después a los Dirigentes de los Círculos, y desde los dirigentes a cada uno de los miembros de la organización.

La asamblea lo escuchaba con atención. Arturo pensó que ya había dicho lo suficiente para asegurarse los votos para ser elegido miembro de la directiva. Se limitó a concluir su breve alocución diciendo:

—Sí, compañeros, organicémonos con eficiencia y elijamos a los mejores de nosotros, como nos lo exigen nuestros estatutos, y avancemos con la más consciente y voluntaria disciplina para que algún día, más temprano que tarde, llegue a ser realidad nuestro ideal de una sociedad de hombres y mujeres verdaderamente iguales, donde toda discriminación haya sido finalmente abolida. Muchas víctimas, muchos héroes ha tenido esta gesta histórica, y debemos ser capaces de honrarlos con nuestra lucha inclaudicable.

Por la mente de alguno de los asistentes cruzó la sospecha de que algo no cuadraba en la alocución de Arturo, que había más de una contradicción en sus ideas; pero no hubo tiempo para pensar en ello porque la dirigenta de la asamblea recorrió con la mirada la sala para ver si todavía se alzaba alguna mano pidiendo la palabra. Al no ver ninguna dijo:

—Todos los que han querido tomar la palabra lo han hecho, y es el momento de proceder a la elección de los dirigentes. Les recuerdo que según los estatutos del partido, debemos elegir cinco dirigentes. Ellos después decidirán quienes asuman como presidente, secretario y tesorero. Lo primero es la proposición de candidatos.

Varias manos se levantaron, y fueron ocho los nombres propuestos, cinco hombres y tres mujeres, a los que se consultó si aceptaban ser candidatos.

Arturo Suazo resultó electo, con la tercera más alta votación. Estaba verdaderamente dichoso. Esperaba que sería nombrado presidente del Círculo, porque contaba con el voto de dos de las mujeres electas en la directiva, a las que él había prometido votar por ellas, si bien cada militante tuviera derecho a emitir un solo voto; pero esperaba que ellas no revelaran el compromiso asumido, conscientes de que ese pacto informal y secreto no era muy conforme con la ética partidaria.

Arturo había entrado al Partido por la Igualdad después de haber sido uno de los participantes de la Asociación que se había creado, durante los últimos años de la Dictadura Constitucional Ecologista, para investigar los asesinatos de que fueron responsables los organismos represivos y en particular la temida CIICI, la Central de Información, Inteligencia y Control Ideológico. La Asociación se había dispersado y entrado en ‘dormición’ cuando Tomás Ignacio Larrañiche les hizo saber que habían sido infiltrados por la CIICI a través del joven abogado Benito Rosasco. A la caída de la dictadura el grupo había vuelto a reunirse, decidiendo que el objetivo debía cambiar, orientándose ahora derechamente hacia la conquista del poder, desde donde podrían luchar con eficacia por una sociedad de iguales. Por eso disolvieron la organización y se integraron al Partido

Arturo Suazo, que había sido uno de los más activos y entusiastas activistas de la anterior organización, pasaba ahora a ejercer junto a tres compañeras y un compañero, la jefatura del Círculo local. ¡Cómo le gustaría que lo supiera Antonella Gutiérrez! Ella había sido su novia durante cuatro meses, en el tiempo en que investigaron en la asociación por los derechos humanos la muerte de su abuelo y de su padre. Estaba todavía resentido con ella, que lo había reemplazado demasiado fácilmente por aquél mozo del Restaurante Don Rubén con el que se habían encontrado en una conversación que tuvieron con la señora Mariella, la esposa del abogado Larrañiche del Consorcio CONFIAR.

Arturo estaba decidido a plantear en el Partido por la Igualdad, la necesidad de que se creara un equipo de trabajo especialmente dedicado a investigar y denunciar las actividades represivas que había realizado la CIICI en los últimos años de la Dictadura. Estaba muy disconforme con el limitado castigo que se había dado a los torturadores y represores de la institución estatal, de la cual él mismo había sido una víctima menor, pero víctima al fin, lo que ahora mencionaba siempre con bastante orgullo frente a sus compañeros, pues ello le daba cierto rango especial por haber participado en la heroica resistencia y en la lucha por la restauración de la democracia.


 

***


 

Conrado Kessler marcó AG en su IAI (Intercomunicador Audiovisual Integrado). La respuesta llegó en sólo dos segundos:

— AG a sus órdenes, mi general.

— Jueves a las tres cuarenta en B7.

— Ahí estaré sin falta, mi general.

Después de la caída de la Dictadura Constitucional Ecologista la CIICI fue reemplazada por un Servicio de Información y Defensa de la Democracia. En realidad se trató de un cambio de nombre, del reemplazo de sus Altos Directivos, y de una reorganización administrativa de sus Departamentos y Secciones. Pero las funciones que debía cumplir el organismo en el nuevo contexto político no eran muy diferentes a las que tenía la antigua CIICI, aunque los nuevos directivos debían asegurarse de que en ningún caso se emplearan procedimientos que atentaran contra los derechos humanos.

El ex-general Conrado Kessler y el ex-coronel Ascanio Ahumada, que habían dirigido y organizado las operaciones represivas que culminaron con los desgraciados hechos relacionados con la Conferencia de Matilde Moreno y la muerte de Juan Solojuán, habían sido procesados, despedidos y todavía cumplían en condiciones de semi-libertad las penas a que los había condenado la justicia. Pero Kessler había reunido abundante información comprometedora sobre muchos altos exponentes de la Administración Pública, del Gobierno, de las Fuerzas Armadas Nacionales, de las Iglesias, de la Masonería y de todo tipo de organizaciones, durante el ejercicio de sus funciones a cargo de la CIICI. Tenía también información que pudiera en algún momento serle muy útil sobre empresarios, ingenieros y técnicos informáticos que trabajaban para los Bancos y las Universidades.

Con esa información había logrado juntar un grupo de leales antiguos subordinados, reunirse clandestinamente con ellos, y crear una organización secreta que estaba ya en condiciones de realizar operaciones de inteligencia y de control político. Lo primero que hizo fue liberarse de los dispositivos de alerta que le habían instalado en los tobillos y que anunciaban ante los ciudadanos la presencia y desplazamientos de los delincuentes condenados por la justicia. Lo mismo había hecho con los artefactos que controlaban los movimientos del Coronel Ahumada y de otros delincuentes que lo habían secundado cuando ejercía en propiedad la jefatura de la CIICI. No le fue difícil hacerlo, porque la implementación técnica del nuevo Código Penal después de la caída de la dictadura, había sido bastante apresurada y dejaba muchos cabos sueltos sin atender.

Kessler había establecido contacto también con funcionarios despedidos de la CIICI que no habían sido objeto de condena. Entre ellos, el joven abogado Benito Rosasco, que siendo funcionario civil de la Central de Información y Control se había infiltrado en los más altos niveles de la administración del Consorcio CONFIAR. Había sido descubierto y despedido de sus funciones, pero no fue sometido a juicio pues existían pocas pruebas de sus actividades, y porque se había defendido alegando que había operado bajo directas instrucciones de las autoridades entonces legítimas que gobernaban el país, de modo que no había suficientes razones para obtener una condena judicial. La justicia se había centrado en condenar a los máximos jerarcas de la Dictadura y a los más evidentes responsables de la violación de los derechos humanos, dejando libres a todos los demás. Kessler se había abocado a reunirlos y a reorganizarlos, pensando en que podían constituir una fuerza política poderosa.

A la caída de la Dictadura y con la Instauración de la Democracia, Benito Rosasco se había quedado sin trabajo y estaba profesionalmente desprestigiado por haberse difundido la noticia de su infiltración en el Consorcio CONFIAR. Por ello fue fácil para Kessler reclutarlo como asesor jurídico y agente operativo en la organización clandestina que estaba formando. No habían querido darle un nombre, que si llegara a conocimiento externo pudiera haber sido objeto de una condena como “asociación con fines delictivos”, por lo cual entre sus miembros se referían a ella simplemente como “el Grupo”. La organización contaba también con un joven Informático capaz de realizar las más increíbles operaciones de hackeo, al que Kessler pagaba con algo de dinero, pero sobre todo con los servicios sexuales de Vanessa, una joven acompañante venezolana a la que Kessler mantenía dominada empleando la vieja táctica de la zanahoria y el garrote. El Grupo prestaba servicios al Partido por la Patria, a una importante empresa Hidroeléctrica, y a ciertas organizaciones clandestinas formadas por ex-gendarmes y policías que habían sido exonerados y desvinculados cuando la restauración de la democracia.

Benito Rosasco era AG, a quién Kessler había llamado y citado al lugar B7 el jueves a las 3.40 PM.

 

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