XVIII. PASÓ OTRA SEMANA Y LA INVESTIGACIÓN NO AVANZABA

XVIII.

 

Pasó otra semana y la investigación no avanzaba. Ni la oficial ni la encargada por Matilde al investigador privado. La ausencia de noticias hizo que la conmoción pública por el secuestro disminuyera ostensiblemente, razón por la que Gajardo decidió reunirse nuevamente con Kessler para planificar el paso siguiente. Había pensado hacer algo verdaderamente fuerte y conmovedor, que sin duda pondría la noticia en el centro de las emociones colectivas.

Pero ocurrió un hecho que vino a postergar sus planes. Presionado por la prensa, el teniente Torres dio una noticia que puso nuevamente el secuestro en los medios. Se había descubierto la participación en los hechos de una joven comunista, cuyo nombre no podía adelantar. No habían dado aún con su paradero pero detenerla era cuestión de horas o al máximo de unos pocos días.


 

Cuando detuvieron a Arturo Suazo y se dio a conocer los papeles que amenazan a Antonella descubiertos en su locker, Camila palideció. No entendía nada. Ella había escrito esos papeles con la única intención de que Antonella creyera que el autor de las amenazas era Arturo. Pensó que de este modo alejaría definitivamente a Antonella de Arturo, que seguía enamorado de ella. Ese día en que él la invitó a cenar al Restaurante don Rubén y habían después hecho el amor, recién se dio cuenta de lo tonto que había sido su plan. Ahora estaba ante la terrible amenaza de que la culparan a ella del secuestro de la joven, después de que ya habían detenido a Arturo, por culpa de lo estúpida que había sido. Se escondió en una pobre residencial de la periferia donde supuso que no la encontrarían por haberse teñido el pelo y registrado con un nombre falso.

El día después de que el teniente Torres anunció que estaban detrás de ella supo que estaba perdida. En efecto, su fotografía fue puesta en las redes acompañada del anuncio de una recompensa a quien diera cualquier información que permitiera detenerla.

No le dieron tiempo a entregarse, como pensó que era lo que le convenía ahora hacer. Esa misma noche el teniente Torres con un grupo de policías fuertemente armados entró en la residencial donde estaba y la detuvo sin que ella pusiera resistencia alguna.

La explicación que dio sobre el papel con las amenazas que había dejado en el casillero de Antonella fue considerada enteramente inverosímil y falsa. Fue encerrada y puesta a disposición de interrogadores que sabrían cómo hacerla hablar.

Gajardo y Kessler, sin todavía entender cómo era que las cosas estaban ocurriendo tan bien a su favor, no suspendieron la reunión programada. Sólo decidieron que no era el caso de excluir a las dos muchachas que se habían convertido ya en las habituales acompañantes de sus encuentros clandestinos.


 

* * *


 

La noticia de la detención de Camila como cómplice directa del secuestro de Antonella relajó a los conspiradores, que calcularon que con ello habían ganado una semana. Hicieron un análisis táctico de los hechos y prepararon los instructivos de seguridad que la situación ameritaba, tanto para los integrantes del Partido por la Patria como de los miembros del ‘grupo’ de Kessler. Su única preocupación fue que el alargamiento del tiempo en que debían mantener en vida y en buenas condiciones a la secuestrada les imponía tomar algunas medidas.

— La vigilante N-1 me informó que la retenida se encuentra en buenas condiciones, pero que comienza a verse afectada mentalmente por el aislamiento de tantos días.

— ¿Qué opina usted de eso?

— El aislamiento prolongado es uno de los métodos eficaces que empleábamos en la CIICI cuando queríamos que un retenido confesara su culpabilidad. Muchas veces daba mejor resultado que el apremio físico. Son muy pocas las personas que resisten la soledad y el silencio.

— Pero en este caso nuestro objetivo no es que ella confiese nada, y la necesitamos en buenas condiciones físicas y mentales. ¿Esa vigilante suya es de confianza?

— Sí, probada. Cumplió durante varios años una función similar en la CIICI.

— Si la autorizamos a entrar al recinto a conversar con la retenida, digamos que una media hora diaria ¿habría algún peligro de que la retenida escape?

— Ninguno. Afuera hay siempre otros dos vigilantes armados. Sólo que tendrá que entrar con el rostro cubierto. Y sin el arma, pues aunque el riesgo de que la retenida se la arrebate es mínimo, hay que tomar la precaución. Por lo demás, N-1 es maciza, fuerte y con formación militar. La joven es delgada, débil y no tendría posibilidad alguna si quisiera enfrentarla.

— Entonces ordene a esa tal N-1 que hable media hora diaria con la retenida.

— Me parece una decisión adecuada, señor. Hay otra cosa. N-1 recomienda que la retenida sea provista de una muda de ropa. Las mujeres saben de eso. Yo no veo inconvenientes en que se le provea un recambio, digamos, cada tres días.

— Proceda como crea conveniente. Le diré que todo esto que me está planteando son asuntos que usted debería resolver sin siquiera comunicármelo. Son cuestiones logísticas menores.

— Estoy de acuerdo señor. Se lo dije solamente porque salió en la conversación el asunto de la prolongación del tiempo de la retención.

— Está bien. No se preocupe. Y creo que ya es hora de relajarnos un poco. ¿Puede llamar a las dos muchachas? Esta vez prefiero a la morena.

Kessler fue a buscarlas a la habitación donde las ponía a ver televisión. Vanessa estaba ya lista, con los labios y los ojos pintados, perfumada, la ropa interior apropiada y el ánimo dispuesto a cumplir con su trabajo. En cambio Danila, la morena, se mantuvo en un rincón de la cama, sentada, con las piernas recogidas que apretaba contra el pecho con sus brazos, vestida y aún sin pintarse ni perfumarse.

— ¿Y a ti qué te pasa? El jefe quiere que vayas a atenderlo ya.

— No quiero hacerlo. Hoy no tengo ganas.

Kessler enrojeció de rabia. Era la primera vez que una de sus muchachas se resistía de ese modo. Se acercó a ella, la levantó con fuerza tomándola de un brazo, de un tirón le rasgó la blusa dejando al descubierto un seno, y la llevó empujándola hasta ponerla delante de Gajardo.

— ¡Esta mierda dice que hoy no te quiere atender!

— Es que no me siento bien— replicó Danila con aparente humildad pero sin dar muestras de obedecer.

Kessler le dio una fuerte bofetada. La joven se llevó a la cara la mano que tenía libre. Echaba chispas por los ojos, mirando a Gajardo desafiante. Vanessa desde la puerta del salón miraba la escena asustada y pensó en hacer algo para convencer a su amiga de que no se resistiera. Ella conocía mejor a esos hombres y sabía de lo que eran capaces de hacer cuando alguien les oponía resistencia.

La vista de la muchacha con el pecho desnudo, la mirada desafiante y la violencia de la escena excitaron a Gajardo mucho más que los acostumbrados bailecitos sexuales de las muchachas.

— Llévala a la pieza y amárrala en la cama. Con esposas de verdad.

Kessler obedeció de inmediato. Fue a buscar dos esposas, siempre arrastrando a Danila. Luego la tiró sobre la cama y procedió a ponerle las esposas en las muñecas y a fijarlas en el respaldo metálico de la cama.

Gajardo, que había seguido la escena de cerca hizo un gesto indicando a Kessler que saliera y se llevara a Vanessa, que preocupada por su amiga también los había seguido. Cuando estuvo solo con la muchacha y aunque Danila le decía que estaba dispuesta a complacerlo en todo lo que quisiera, Gajardo comenzó a golpearla mientras repetía en cada golpe:

— ¡Esto es lo que me complace! ¡Esto es lo que me complace! ¡Esto es lo que me complace!

Varios minutos después, sin sacarse las botas y sólo bajándose los pantalones la violó brutalmente.

El hombre cayó finalmente agotado sobre Danila que repetía que nunca más, que nunca más se resistiría. Pero mientras esto decía, sentía intensamente la necesidad de vengarse. Y de liberarse de una vez para siempre.


 

* * *


 

Antonella, sentada en la cama y con los oídos atentos, esperaba que ese día fuera la vigilante la que le llevara la comida. Tenía un pedido que hacerle. Reconoció sus pasos y corrió hacia la puerta. Pero cuando iba a hablarle escuchó el sonido de un manojo de llaves y el accionar de la cerradura. Regresó corriendo a la cama, desde donde observó a la vigilante que traía unas ropas colgando del brazo, la bandeja en una mano y con la otra cerraba la puerta. Notó de inmediato que no empuñaba el arma como la vez anterior, pero que estaba igualmente encapuchada.

— ¡Quédate ahí! Te conseguí una muda de ropa— le dijo la vigilante mientras dejaba la bandeja con la comida en el suelo.

Se acercó a la cama donde dejó la ropa y volvió a instalarse cerca de la puerta.

— Puedes cambiarte. Debes hacerlo ahora. Me llevaré tu ropa sucia y te la traeré de vuelta lavada. Me han autorizado a estar aquí contigo cada día media hora, para que no te sientas sola.

— Muchas gracias, de verdad se lo agradezco mucho— respondió Antonella mientras comenzaba a desvestirse dándole la espalda.

— Aquí estoy. Puedes decirme lo que quieras.

Antonella se demoró unos segundos en responder. Dudaba si tratarla de tú o de usted.

— Me gustaría saber cómo te llamas, aunque creo que es mejor que no me digas tu nombre por seguridad. ¡Invéntate un nombre!, sólo para conversar conmigo. Yo me llamo Antonella; pero puedes decirme Nela si quieres.

El modo desenvuelto y cordial de la muchacha sorprendió a la vigilante, quien pensándolo un poco le dijo:

— Bueno, puedes llamarme ... Julia.

— Hola Julia.

— Hola. Nela.

— ¿Te puedo preguntar lo que quiera?

— Nada personal. Y tampoco sobre tu situación aquí, porque no sé nada sobre esto.

— ¿Estás casada?

— Esa es una pregunta personal.

— Bueno, Julia, entonces ... ¿crees en Dios?

La pregunta desconcertó un momento a la vigilante, que se demoró un poco en responder:

— Esa es también una pregunta personal.

— Perdón Julia. Tienes razón. Es que no sé qué decirte porque no te conozco.

Después de un momento de silencio la vigilante le dijo:

— Háblame de ti. Cuéntame algo de tu infancia, de tus padres.

— Mi papá murió cuando yo tenía seis años. Pero no me gusta hablar del pasado porque me pongo triste. Mejor te cuento lo que voy a hacer en el futuro, cuando me saquen de aquí. Quiero ser profesora, en el campo, en una escuela rural. Me gusta el campo, me gustan los niños, me gusta enseñar. Por eso estoy estudiando pedagogía en la universidad. Julia ¿tienes hijos?

Julia no respondió. Le pareció a Antonella que el rostro de Julia se nublaba. ¿Cómo podía sentir eso, si ella estaba encapuchada? Se lo había solamente imaginado. Intuyó que los hijos que tuvo los había perdido. No dijo nada, respetando el silencio de la mujer. Sintió de pronto como si pudiera entrar en el corazón de Julia, en su dolor oculto, silencioso, duro.

Ya le había pasado dos veces desde aquella experiencia mística. La primera fue ese mismo día, conversando con Mariella. Algo como una clarividencia la puso en comunión con su bondad y ternura, con la hermosura de su alma. Una lucidez semejante le pareció sentir cuando se encontró con Arturo donde Don Rubén. Fue cuando tuvo la certeza de que él no era culpable de las amenazas. Le había pedido perdón por haberlo creído capaz de hacerlo. Todavía se sentía culpable. Arturo era también alguien herido por la vida; pero no era malo, ni menos capaz de una bajeza igual.

Miró a la mujer que tenía enfrente. Le había pedido hablar y ahora resultaban más largos los momentos en que las dos estaban calladas. Dijo, para retomar la conversación:

— ¿Sabes? Yo quisiera tener varios hijos. Es lindo tener hijos, creo yo. ¿No es cierto?

Julia no dijo nada. Sacó un reloj del bolsillo, lo miró y dijo:

— Por hoy es todo. El tiempo se acabó.

Tomó la ropa que Antonella había dejado en la cama y fue hacia la puerta. Antes de abrirla se volvió hacia Antonella y dijo:

— En dos o tres días te la devuelvo limpia y planchada.

— Gracias Julia. Eres muy amable. Hasta mañana.

Pero antes de que la vigilante cerrara la puerta por fuera agregó:

— Julia, ¿puedes conseguirme algo para leer? ¡Ojalá una biblia!

La vigilante se quedó pensando en la muchacha, que le pareció tan delicada, tan atenta y tan tranquila. Antonella se quedó pensando en la vigilante, que le pareció que era una mujer herida, que escondía su sensibilidad tras una ruda coraza. Quizá qué dolores la acompañan en su vida.


 

* * *


 

Era la segunda vez que Danila mostraba a Vanessa los moretones que una golpiza había dejado en su rostro y en varias partes del cuerpo. Y fue la segunda vez que las dos compañeras se confiaron parte de su pasado.

— ¡Qué rabia!

— Te dieron muy duro, de verdad.

— Si no es porque me tenían esposada me hubiera defendido, lo habría golpeado, arañado. ¡Le hubiera sacado un ojo!

— Ay, amiga, ¿y qué hubieras obtenido? Sólo que te pegaran más, que te maten, o que te echen a la calle, que es casi lo mismo, como están las cosas.

— ¡Ya no soporto más! He pensado en escapar, de verdad. Con los ahorros que tengo podría arrendar una pieza y sobrevivir trabajando por mi cuenta. El problema son los papeles. Sin la protección del jefe me deportarían.

— Sí. Y él es un hombre que tiene mucho poder. Creo que él mismo haría que te encontraran y quizás qué haría contigo.

—Ahora me dices eso. ¿No era que lo defendías?

— Lo que dije, lo que digo, es que el jefe conmigo no ha sido malo. Me da la protección que necesito. Y me gusta en la cama. Si le somos obedientes, sumisas como él dice, no nos hará nunca algo malo. Lo sé, porque me lo ha dicho siempre. Pero sé también que es capaz de hacer cosas muy malas. Sobre todo cuando estaba en el gobierno, en la policía, o algo así. Nunca supe bien en qué estaba, pero era un hombre muy importante. Sigue siendo poderoso, no tanto como antes, porque se cuida y ya no actúa tan abiertamente.

— ¿Qué más sabes de él?

— Eso no más. Nunca me ha contado nada. Y no debí haberte dicho nada.

— ¿Y el otro? El que lo manda. ¿Qué sabes de él?

— No te puedo decir. El jefe me tiene prohibido hablar de él. Dijo que si llegaba a decir algo me mata, me corta en pedacitos. Y le creo. No te puedo decir.

— ¡Dime quién es! Puedes confiar en mí. No se lo diría a nadie. ¿Acaso no somos amigas?

— ¡No puedo! ¡No lo haré!

— Si no me lo dices no te hablo nunca más.

— No, por favor. Es que no puedo decirte nada. Tengo miedo. No hablemos más de esto. Tú sabes que somos amigas, pero no puedo decirte nada. Tengo miedo.

— ¡Si no me dices no te hablo nunca más!

— Hablemos mejor de otra cosa. Déjame echarte bálsamo en esos horribles moretones que te hicieron.

Danila entendió que no lograría que Vanessa le contara nada más. Además estaba muy adolorida y no le vendrían mal los cuidados de la que era su única amiga.

Mientras Vanessa esparcía el bálsamo en el cuerpo desnudo de Danila le preguntó:

— ¿Cómo conociste al jefe? ¿Ya trabajabas como acompañante?

— ¿Como puta, quieres decir? No por mi gusto. Yo vine con todos mis papeles, todo en regla. Hace casi un año que me vine de Caracas. Allá trabajaba en un hotel, como camarera. Ganaba poco. No era puta, aunque a veces me acostaba con algún pasajero por una buena propina. Un día conocí a un chileno. Me acosté con él. Y me convenció de que me viniera, que aquí había buenos trabajos y que se ganaba bien. Yo no tenía la plata para el pasaje, pero él me la prestó. Quedamos en que yo le devolvería acá con lo que ganara trabajando.

— ¿Y qué pasó?

— Cuando llegué me estaba esperando en el aeropuerto. Me pidió el pasaporte diciéndome que lo necesitaba para conseguirme un trabajo. Le creí y se lo pasé. Después me llevó a un departamento donde había otras cinco niñas. Todas trabajaban para él. Con todas había hecho lo mismo que me hizo a mí. Me resistí lo que pude porque yo no quería ser puta. Pero las niñas me explicaron que si no le pagábamos la deuda nos denunciaba. Lo había hecho con una que había traído de Colombia y que a los pocos días la encontraron muerta. La famosa deuda no la terminábamos nunca de pagar, porque él nos cobraba arriendo, médico, ropa, y agregaba gastos y gastos, inventaba cosas. El asunto es que después de seis meses mi deuda se había triplicado y supe que no la podría pagar nunca.

— Y ¿qué hiciste?

— Un día me escapé. Pasé la noche en la calle. Casi muero con un temporal que sobrevino de repente. A duras penas logré regresar viva al departamento.

— ¿Cómo llegaste a conocer al jefe?

— Fue pocos días después. Un día me detuvo uno que dijo ser policía. Me retuvo por andar sin papeles. Pero no me llevó a la comisaría ni a la cárcel, sino que me encerró en una bodega. Me tuvieron ahí, a oscuras, tres días sin comer. Creí que me dejarían morir. Estaba desfalleciendo cuando apareció el jefe. Me dijo que venía a rescatarme. Me explicó que los que me habían secuestrado; los que me habían retenido, así decía él, eran unos mafiosos que se hacían pasar por policías; pero que él los había descubierto y que venía a salvarme. Me tomó en sus brazos, me llevó hasta el auto y me trajo aquí. Y aquí me tienes. Lo demás, ya lo sabes todo.

— ¿Ves que no es tan malo? Debieras agradecerle que te salvó.

— Eres bien tonta Vanessa. Lo que yo creo, atando cabos, es que quien me retuvo haciéndose pasar por policía era alguien que trabajaba para el jefe. Si no ¿por qué los dos tenían la llave de la bodega? Y no me extrañaría que el maldito que me trajo de Venezuela esté también conectado con el jefe.

— ¿Por qué crees eso?

— Porque un día me topé con él en la calle. Estaba vigilando a una de sus chicas. El maldito me vió, y estoy segura de que me reconoció, pero no hizo nada más que reirse. Como si supiera todo. Yo sospecho que estaba de acuerdo con el jefe, o que quizás trabaja también para él. Lo que creo es que detrás del jefe hay toda una organización poderosa.

Vanessa asintió. Ella también lo creía, pero no dijo nada. Siguió esparciendo el bálsamo no sólo sobre los moretones sino sobre todo el cuerpo de Danila, masajeándola suavemente, hasta que cansada se tendió a su lado. Al rato las dos, abrazadas, se quedaron dormidas.

 

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