VII. Aquí se presenta la segunda cualidad que distingue al 'tipo humano' de la nueva civilización: la solidaridad.

 

Al individuo creador de una nueva civilización lo identificamos como un 'tipo humano' provisto de tres cualidades esenciales: creatividad, solidaridad y autonomía. Hombres y mujeres creadores de una civilización superior son sujetos creativos, autónomos y solidarios.

Nos referimos ya a la autonomía, caracterizándola por sus contenidos principales, distinguiéndola de modos erróneos o insuficientes de entenderla, y mostrando el proceso a través del cual podemos alcanzarla. Abordaremos ahora la solidaridad, que también requiere ser claramente identificada, distinguida de modos equivocados de entenderla, y que supone igualmente un proceso de desarrollo personal para lograrla.

La solidaridad -igual que la autonomía- es una condición necesaria que han de tener los sujetos que inicien una nueva civilización, porque quien sea individualista o esté decididamente volcado a realizar su propio interés, no podrá ser activo en la realización de un gran proyecto humano y social que supone la acción convergente y coordinada hacia objetivos compartidos por muchas personas.

Pero debemos precisar el significado de la solidaridad necesaria, pues actualmente, y especialmente en el contexto de la actual crisis de la cultura y de la política, se habla de la solidaridad con mucha liviandad, atribuyéndole contenidos que muy poco tienen que ver con una solidaridad auténtica.

Etimológicamente la palabra solidaridad viene del vocablo latino 'solidus', que tiene tres acepciones: 1. Sólido, o sea, firme, macizo, denso y fuerte. 2. Un cuerpo sólido que, debido a la gran cohesión de sus moléculas, mantiene forma y volumen constante. 3. Una persona sólida, consistente, establecida con razones fundamentales y verdaderas.

En los diccionarios encontramos las siguientes acepciones de la palabra solidaridad: 1. Un vínculo que une a varios individuos entre sí, para colaborar y asistirse recíprocamente frente a las necesidades. 2. El conjunto de los vínculos que unen a la persona singular con la comunidad de la que forma parte, y a ésta con cada persona singular. 3. Solidaridad humana, social, es el compartir con otros sentimientos, opiniones, dificultades, dolores, y actuar en consecuencia.

Podemos decir, entonces, que en su significado original y riguroso la solidaridad es una relación horizontal entre personas que constituyen un grupo, una asociación o una comunidad, en la cual los participantes se encuentran en condiciones de igualdad. Tal relación o vínculo interpersonal se constituye como solidario en razón de la fuerza o intensidad de la cohesión mutua, que ha de ser mayor al simple reconocimiento de la común pertenencia a una colectividad. Se trata, en la solidaridad, de un vínculo especialmente comprometido, decidido, que permanece en el tiempo y se manifiesta en acciones eficaces.

Estos contenidos fuertes y comprometidos que tiene la palabra solidaridad quedan ocultos en cierto empleo liviano que se ha hecho habitual en muchos medios de comunicación, que a su vez se hacen eco del uso y abuso de ella en algunos ambientes sociales, religiosos y políticos. En efecto, se ha vuelto común emplear la palabra solidaridad para referirse al asistencialismo y a las donaciones de caridad, como también a ciertas políticas de impuestos para otorgar subsidios a los pobres y a ciertos grupos de personas discapacitadas, minusválidas o marginadas.

Tales empleos de la palabra modifican y en cierto modo deforman y degradan el sentido de la solidaridad, al despojarla de cinco principales contenidos de su acepción original: a) la solidez de la interacción grupal que lleva a constituir el hecho o la realidad solidaria como un cuerpo sólido (algo consistente, denso, que no es líquido, fluido ni gaseoso); b) la igualdad de situación y de compromiso u obligación en que se encuentran las personas que solidarizan; c) el relacionamiento de todas ellas mediante un vínculo de mutualidad, reciprocidad y participación en un colectivo o comunidad (conformado por quienes solidarizan); d) la intensidad de la unión mutua que hace constituir al grupo como algo fuerte, definido, establecido por razones fundamentales y verdaderas; e) el carácter no ocasional sino estable y permanente de la cohesión solidaria.

Entendiendo la solidaridad de este modo exigente, nos damos cuenta que llegar a ser solidarios no es fácil, especialmente a partir de las situaciones actuales en que ser individualista, volcarse hacia el logro de intereses personales, competir con los demás por escalar en posiciones de prestigio, de poder y de riqueza, parecen estar a la base del auto-reconocimiento, y del reconocimiento por los demás, de una persona como exitosa, importante y merecedora de aprecio y consideración.

Ante el objetivo de iniciar la creación de una nueva civilización, se nos plantea entonces la necesidad de un proceso de desarrollo personal, que ha de ser simultáneo y convergente con el ya mencionado proceso de conquista de la autonomía. Pero si al referirnos a la autonomía enfatizamos que se trata de un proceso que debe desplegarse fundamentalmente por cada individuo, siendo los demás colaboradores y facilitadores del proceso personal, en esta ocasión invertimos los términos.

Porque la solidaridad, siendo una cualidad que puede caracterizar a un individuo y distinguirlo de otros que no lo sean, es sin embargo una cualidad que se forma, crece y se constituye en el relacionamiento entre las personas, en sus actividades conjuntas, en los procesos de formación de las familias, las comunidades, las organizaciones y las redes. No se puede ser solidario solo, sino estando juntos con otros. Es en cuanto parte integrante de esos agrupamientos que aprendemos a ser solidarias, cuando al interior de ellos vamos compartiendo objetivos y asumiendo esa conciencia, esa voluntad y esos sentimientos compartidos y comunes que son constitutivos de la solidaridad.

Dicho esto, es importante comprender que llegar a ser solidarios no es un proceso de negación de sí mismo ni de los propios objetivos, proyectos e intereses, ni mucho menos implica algún anulamiento de la conciencia, la voluntad y las emociones individuales.

La idea de que ser solidarios implica un sacrificio de lo personal se origina precisamente en aquellas falsas concepciones de la solidaridad a que nos referimos anteriormente, en cuanto al concebir la solidaridad como asistencialismo y beneficiencia o como la obligación de pagar impuestos y dar mayor espacio a las actividades estatales subsidiarias, se tiende a asociar la solidaridad con el asumir comportamientos y realizar acciones que benefician a terceros a costa de sacrificar algo de lo propio.

Pero si concebimos la solidaridad como compartir objetivos, no se trata de negar los propios para asumir los de otros, sino de articular los objetivos de uno con los objetivos de otros, implicando un proceso en que los propios objetivos son asumidos por los demás, en la misma forma y proporción en que uno asume los de ellos. De este modo, esos que inicialmente eran los objetivos propios, se han expandido, integrado en una conciencia y en una voluntad colectiva que los asume como propios del grupo. Y así también, cada uno enriquece, no empobrece, sus propios objetivos, proponiéndose mayores y más elevados objetivos, posibles de realizar precisamente porque no son solamente 'mis' objetivos individuales, sino 'nuestros' objetivos compartidos, en cuya realización y logro estamos todos involucrados.

Lo comprenderemos mejor cuando, en el próximo capítulo, examinemos las implicaciones y los impactos de la solidaridad sobre cada persona, sobre los grupos, y sobre la sociedad circundante.


Luis Razeto

 

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