XXXV. ¿Cómo serán el dinero y el sistema financiero en la nueva civilización? Dineros comunitarios, nacionales y global.

 

El mercado capitalista es injusto, desequilibrado e inequitativo porque la riqueza y el poder se encuentran altamente concentrados. El poder y la riqueza ponen a quienes los poseen en condiciones de realizar intercambios desiguales, dando siempre menos de lo que reciben, lo que implica ganancias injustificadas, conlleva la concentración de la riqueza y el poder en pocas manos, y genera pobreza, marginación y exclusión de amplios grupos sociales.

La concentración de la riqueza y del poder se originan y se acrecientan en la medida que las ganancias económicas se realizan a costa de los trabajadores y de los consumidores, y van predominantemente a remunerar al capital y al Estado. En las empresas capitalistas el capital se apropia de las ganancias directamente, y luego el Estado y sus burocracias lo hacen indirectamente, fijando elevados impuestos al consumo y a las rentas de las personas y de las empresas. Y más allá de esas ganancias que se generan en el proceso de producción y distribución, se verifican ganancias extraordinarias que van a los bancos y a los especuladores, debido al modo en que el dinero es emitido y circula en la sociedad actual.

El dinero lo emite el Estado y los bancos lo reproducen y amplían, haciéndolo circular en grandes y crecientes proporciones por fuera de los procesos de producción y de consumo a los que el dinero debiera servir. Controlando el monopolio de la emisión del dinero, los Estados lo emiten a menudo inorgánicamente, generando procesos inflacionarios que implican que el Estado emisor se apropia de una porción del valor del dinero circulante. Además, en la medida que el dinero se presta a tasas de interés elevadas, su sola posesión proporciona elevadas ganancias en cuanto se genera una secuencia de actividades y procesos de especulación financiera, que implican una elevada y creciente apropiación de la riqueza producida en la economía real.

Las cuestiones que debemos plantearnos para superar estos problemas e inequidades son, entonces: 1. Organizar un modo justo de creación y circulación del dinero; 2. Estructurar una economía en que las ganancias correspondan a sus legítimos productores y no se realicen a costa de terceros; y 3. Construir un mercado en que los intercambios se realicen con equidad y eficiencia, sin generar el enriquecimiento de algunos a costa de los demás.

Todo ello requiere transformaciones profundas tanto a nivel del pensamiento y la ciencia económica como de la organización y funcionamiento práctico de la economía.

Ante todo, la necesidad de organizar un sistema monetario en que el dinero no se deprecie por inflación, ni escasee por una tasa de interés que supere lo estrictamente necesario. Para ello se requiere crear un sistema financiero en que los ahorristas no pierdan el valor de sus ahorros, pero tampoco lo aumenten por el solo hecho de poseer dinero, y en que los créditos se otorguen a una tasa de interés que alcance para remunerar el servicio financiero y cubrir los riesgos, pero que no dé lugar a procesos especulativos por circular independientemente de la producción y del consumo. En tales condiciones el dinero cumplirá sus cinco importantes funciones con plena eficiencia y justicia.

Debemos entonces preguntarnos: ¿cómo deben ser el dinero y el sistema financiero en la nueva civilización? Será necesario ante todo un cambio en cuanto a los emisores del dinero. Actualmente los Estados ejercen el monopolio de la emisión de dinero; dinero que canalizan y ponen en circulación a través de los bancos organizados por el capital. Ello corresponde, obviamente, a esa estrecha asociación que mantienen en la sociedad moderna el capital y el Estado, que se sostienen y se condicionan mutuamente.

Pues bien, en la nueva civilización, en correspondencia a los procesos de surgimiento de las instancias locales por un lado, y de la unidad planetaria por el otro, veremos surgir por un lado una pluralidad y multitud de dineros locales y comunitarios, y por el otro lado, la creación de una moneda universal en la que se realizarán los intercambios a nivel internacional y global.

Las monedas locales y comunitarias serán capaces de organizar los intercambios al interior de grupos humanos organizados cooperativa y solidariamente, en los cuales se valorizarán y asignarán los recursos disponibles localmente, y se distribuirán los bienes y servicios producidos en función de las necesidades que puedan ser satisfechas a nivel de las organizaciones intermedias.

La moneda única mundial servirá para organizar y realizar el comercio internacional, superando la actual situación imperialista en que pocos Estados muy poderosos controlan el sistema financiero mundial, e imponen a los países menores términos de intercambio desiguales y tipos de cambio que favorecen inevitablemente a los Estados emisores de las divisas internacionales.

Como consecuencia del surgimiento de los nuevos emisores, comunitarios por un lado y mundial por el otro, las monedas nacionales podrán continuar sirviendo para el comercio y las finanzas al interior de los Estados que reconozcan dichas monedas; pero tales monedas nacionales deberán igualmente experimentar cambios decisivos, para evitar los nefastos fenómenos de la desvalorización y la inflación que los han caracterizado a lo largo de toda la época moderna.

Organizar la creación de estos distintos dineros y su circulación a través de correspondientes sistemas financieros, de manera tal que cumplan correcta y eficientemente las cinco grandes funciones mencionadas, es un asunto técnico no difícil de determinar. En efecto, ello se logra mediante un conjunto relativamente sencillo de criterios y normas que garanticen contra las emisiones inorgánicas y la inflación, que establezcan montos de emisión y tasas de interés acordes con las exigencias de la economía real, y que impidan la especulación financiera. Con tales criterios y normas, la producción y el consumo no estarían obligados a crecer, como ocurre actualmente, sólo para satisfacer las exigencias del sistema financiero, en vez de orientarse hacia la satisfacción de las necesidades humanas.

Pero una cosa es identificar y conocer los criterios y normas de un sistema monetario y financiero justo y eficiente, y otra cosa es poder implimentarlo en la práctica. En efecto, establecer esos criterios y normas que regulen la creación y circulación del dinero en la nueva economía sólo es posible si en torno a ellos se alcanzan acuerdos informados, libres y consensuados entre los sujetos económicos que han de participar en los correspondientes circuitos, o sea en los niveles correspondientes a la circulación de las monedas locales y comunitarias, de las monedas de circulación nacional, y de la moneda única mundial para el comercio y las finanzas internacionales.

Esos acuerdos participativos, informados y consensuados son indispensables, porque en último término el dinero se funda en la confianza y la credibilidad que proporciona a quienes lo emplean como unidad de medida, como medio de cambio, como medio de ahorro, como crédito y como medio de organización de la actividad económica en el tiempo.

Cada una de estas indispensables e importantes funciones económicas se basa en la confianza y en la credibilidad que genera el dinero entre quienes lo utilizan, y esa confianza y credibilidad sólo puede obtenerse de modo efectivo y estable cuando quienes lo emplean conocen exactamente cómo se emite, cómo circula, en qué cantidades, y cuáles son las condiciones en que lo emplean los distintos actores de la economía; pero no solamente conocen todo aquello, sino que han participado y acordado libre y conscientemente la regulación que rige, garantiza y controla el cumplimiento de esos criterios, normas y regulaciones.

Cuando la economía disponga de los tres tipos de dinero señalados -locales, nacionales y mundial-, y ellos operen de tal modo que cumplan adecuadamente sus funciones, desaparecerá una de las causas más importantes de las inequidades que vemos en las economías capitalistas y estatistas. Los intercambios entre las personas, entre las empresas y entre los países, no estarán distorsionados por la especulación financiera ni por tipos de cambio abusivos.

Procesos iniciales que apuntan en esta dirección se están realizando actualmente. A nivel local y comunitario existen experiencias de creación de las llamadas 'monedas complementarias', que son un inicio real de la creación del nuevo sistema monetario y financiero de nivel local. No siempre estas experiencias se organizan con los criterios y normas adecuados para operar con eficiencia; pero en el proceso de experimentación y reflexión sobre las experiencias mismas se va dando el necesario proceso de aprendizaje, que conducirá progresivamente a perfeccionar su funcionamiento.

Por otro lado, cada vez son más las voces que claman por la creación de una moneda mundial que opere como divisa en el comercio y las finanzas internacionales, así como procesos que van perfeccionando en algunos países la emisión y circulación de las monedas nacionales.

Pero son solamente los comienzos de transformaciones que deberán ser muy profundas, y que continuaremos examinando en el próximo capítulo.


Luis Razeto

 

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